J. Eduardo Sierra
RESUMEN:
En otra Historia Mínima reflexionaba sobre la importancia de la escucha en nuestras relaciones pedagógicas. Sin ánimo de desdecirme, y como una invitación a seguir pensando, me pregunto ahora si no estaremos escuchando demasiado a nuestras hijas e hijos (puede que también a nuestro alumnado). ¿Cómo está afectando el cambio social a las formas contemporáneas de relación pedagógica? ¿Qué escucha merece la pena seguir prestando? El artículo finaliza invitándonos a seguir afinando el oído.
PALABRAS CLAVE: pedagogía; escucha; relación educativa
ABSTRACT:
In another Minimal Story I reflected on the importance of listening in our pedagogical relationships. Without wishing to contradict myself, and as an invitation to continue thinking, I wonder now if we are not listening too much to our children (and perhaps also to our students). How is social change affecting contemporary forms of pedagogical relationships? What listening is worth continuing to do? The article ends with an invitation to sharpen your ear
KEYWORDS: pedagogy; listening; educational relationship
En otra Historia Mínima (Sierra, 2019) meditaba acerca de la escucha que prestamos a nuestras hijas e hijos, así como a nuestro alumnado. Mi tesis era –sucintamente– que nuestras prioridades (¡nuestras urgencias!) a menudo nos disuaden de cultivar una presencia solícita en las relaciones educativas (van Manen, 2003). De tal manera que, concluía, convendría tomar consciencia de que acompañar a la infancia tiene que ver, en buena medida, con mantenernos alerta respecto de la clase de atención y de escucha que les prestamos, así como de las interferencias que pudiéramos detectar.
Pues bien, quisiera ahora recuperar el interés por la escucha para balancear mis propios planteamientos, preguntándome ¿y si resulta que los escuchamos demasiado? Adelanto que mi intención no es desdecirme. Se trata de una pregunta que me interesa en la medida en que problematiza la idea misma de escucha, invitándonos a pensar –otra vez– acerca de su naturaleza y su modulación en el campo pedagógico.
Hay infinidad de situaciones de nuestra vida cotidiana, como parte de aquellas facetas en que entablamos un tipo particular de relación con la infancia, en las que seguramente hemos sentido que la cosa se nos estaba yendo de las manos. Imaginemos, por ejemplo, una mañana en la que invitamos a nuestra hija pequeña a elegir la ropa que desea ponerse. En nuestra cabeza cobra forma la idea de que esa invitación obedece a nuestra preocupación por el desarrollo de su autonomía personal y a que aprenda a poner atención y cuidado a la ropa que elige; a veces porque nuestra indumentaria debe responder a determinadas condiciones climatológicas, otras por el mero gusto de vernos guapas o guapos. Sin embargo, puede que esa “buena idea” se tuerza si la invitación se acaba convirtiendo, con el paso de los días, en un protagonismo desmedido, unas conversaciones eternas, cuando no en rabietas. Seguro que alcanzamos a figurarnos algo parecido al pensar en situaciones relacionadas con la alimentación; y es que una cosa es que alguien nos cuide puntualmente, preparándonos nuestro plato favorito, y otra bien distinta que cada momento alrededor de la comida se convierta en una tiránica elección a la carta.
Lo que trato de reflejar es justamente que, en nuestra vocación por cuidar formas de relación basadas en el diálogo, está inscrita una importantísima tensión pedagógica: que tan primordial es aprender a tomar decisiones, desarrollando esa autonomía personal a la que me refería, como lo es aprender que no siempre nuestros deseos pueden ser complacidos. Y esto forma parte del crecimiento de ellas y de ellos.
Podemos representarnos igualmente el consabido principio pedagógico de partir de los intereses de los más pequeños. Un planteamiento sin duda muy valioso… siempre que tengamos claro que considerar sus intereses (del latín interesse, «lo que está entre») no equivale a una aproximación superficial a sus gustos. Y siempre que también tengamos claro que nuestra orientación como educadoras, como educadores, tiene que ver con aprender a ocupar ese entre ellas, ellos y el mundo cultural, social y material.
¿Significa esto que la solución pasa por elegir entre involucrar a nuestros hijos e hijas, al alumnado, en las decisiones de la vida cotidiana o no hacerlo, manteniéndolos tajantemente al margen? Como si pedagógicamente hubiera que elegir bandos, estando a favor o en contra de la escucha, de la consideración honesta y sensible de las formas de pensar, hacer y decir de las niñas y de los niños. Mal iremos si caemos en las redes de los debates polarizados que tienden a simplificar las cosas, cargándonos a veces de razones y otras de culpas. Pero la provocadora pregunta por si los escuchamos demasiado no va en esa dirección, sino en la de desvelar que una cosa es fomentar una cultura de la escucha (Altimir, 2010) y otra mantener una relación clientelar con ellas y ellos; reconociendo que no siempre que hablamos de ello (de escucharlos) estamos teniendo en cuenta ni los mismos referentes ni la misma colocación.
Massimo Recalcati (2014), quien lleva tiempo pensando acerca de los cambios en las relaciones generacionales, dice que hemos pasado de una sociedad disciplinaria a otra que no termina de saber cómo manejarse con sus deseos de democracia y horizontalidad. Así, llega a decir que “El padre que debe tranquilizar ha de ser tranquilizado, el padre que salva del extravío, se muestra extraviado; el padre que debe salvar a sus propios hijos se transforma en hijo” (ibidem., p. 22). Ocurre entonces que, al tratar de salirnos de un modelo relacional jerárquico, corremos el riesgo de caer del lado de la desubicación simbólica, confundiendo la escucha que convendría practicar con una delirante sobreatención, y así es difícil educar (y crecer). Una desubicación afectada también por una lógica capitalista que a veces nos lleva a trata de fidelizar a los más pequeños queriendo ser sus iguales en lugar de sus educadores.
De todo esto nos habla también Phillipe Meirieu (2010) cuando dice que los cambios sociológicos experimentados en las últimas décadas han tenido consecuencias en las formas en que concebimos a la infancia y nos relacionamos con ella. Cuenta Meirieu que los hijos y las hijas se han convertido en el principal proyecto vital de sus progenitores (también de otros adultos in loco parentis), hasta el punto de que su felicidad y bienestar depende de los logros de los más pequeños. Como también nos recuerda que la industria del consumo no solo ha reconfigurado la cultura de la infancia (de algunas infancias…) sino los propios modos de relación entre el mundo adulto y las nuevas generaciones.
Las palabras de Meirieu y de Recalcati están lejos de una reivindicación nostálgica y casposa de tiempos pasados, situándose más bien en el esfuerzo por leer el presente y aprender, con ello, a recolocarnos pedagógicamente. Y así nos proponen otro tipo de escucha, la del síntoma de las nuevas generaciones, que es un modo de decir que nos escuchemos a nosotros, los adultos, respecto de cómo estamos desenvolviéndonos en las relaciones de crianza y de educación.
Puede que entonces el asunto no vaya de cuánto escuchamos, si poco o demasiado, sino de volver a pensar la noción de escucha, comprendiendo que lo adecuado en educación pasa por seguir afinando el oído.
Altimir, D. (2010). ¿Cómo escuchar a la infancia? Octaedro.
Meirieu, Ph. (2010). Una llamada de atención: carta a los mayores sobre los niños de hoy. Ariel.
Recalcati, M. (2014). El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor. Anagrama.
Sierra, J. E. (2019). Entre nuestras urgencias y sus deseos, la escucha. Márgenes Revista de Educación de la Universidad de Málaga, 0 (0), 119-122. https://doi.org/10.24310/mgnmar.v0i0.6615
van Manen, M. (2003). El tono en la enseñanza. El lenguaje de la pedagogía. Paidós.