En sí del no. Poesía son disturbios
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Piezas sucias y brillantes de una degrada-
ción en curso, emblemáticas de una década y
época, los noventa (expandidos hasta como mí-
nimo 2008), donde nada que no fuera dinero po-
díabrillarnisertomadoporbueno;lospoemasde
Durand hacen de permanente negativo a cuan-
to se posa sobre ellos, volviendo bisutería la cha-
tarra y chatarra la joyería. Hacer una escritura
valiosa para luego amontonarla como las cosas
que no valen se amontonan. Hacer un nombre
de autor para luego deshacerlo. Tomar el poder
del apellido para luego abandonarlo. Ser el mejor
poeta público. Ser el mejor poeta secreto. Ser el
peor poeta. Dejar de ser poeta. No serlo. Desear
escribir un libro tan bueno como para no necesi-
tar que nadie lo lea. Escribir bien, tan bien como
Durand, para escribir mal, tan mal como Durand,
es decir, romper la expectativa de todos y cada
uno de los que en algún momento se erigen en
autoridad o simplemente cometen el error de es-
perar algo de ti. Traicionar sin parar. Primero, al
padre padre, luego al padre poeta (que en otro
poema suyo tiene a Whitman por principal), lue-
go y sobre todo al Arte, esa Alta Literatura cuya
etiqueta de corrección Durand pretende destro-
zar aun sabiendo que esa misma operación im-
plicaría incluirse en ella; después, el padre de eso
que él llama “barrio” pero podría también llamar
“masculinidad”; y, por último, el Estado, al que le
dedica el título del recopilatorio de 2006 El es-
tado y él se amaron y esos versos tan desafian-
tes que dicen “que cien hombres reunidos hacen
la centésima parte de un hombre” (Durand, 2006,
p. 55) para, acto seguido, colocar a su lado, quizá
no tan sorprendentemente bajo la hipótesis aquí
apuntada, la escritura: “que aspiro a una escritu-
ra recta, sin esperanzas”. Que Durand en un mo-
mento dado dejara Buenos Aires y se marchara
a Filipinas a vivir y a no escribir, para mí no es el
lazo que lo une genealógicamente con Rimbaud
ni con tantos otros poetas del siglo XX como, sin
ir más lejos, el Aníbal Núñez que escribe “No, es-
cribir no es vivir”, sino esta negatividad con res-
pecto a todo, y en el todo incluida la propia escri-
tura, pues al fin y al cabo con ella es con la que
se enuncia su división con la vida, y sin ella no
se puede enunciar-mitificar esa forma más vital
queseestaríaviviendotraslapartida.
Durand, Aníbal, Rimbaud, Baudelaire. Se tra-
ta de poetas todos en conflicto permanente con-
sigo mismos, disentidores, decadentes, encan-
tadores y exasperantes, como si para ellos la
revuelta y el vagabundaje no tuviera nunca fin,
duraran siempre. También se trata de hombres y
essuobrapartícipetambiéndeunimaginarioin-
surreccional bien siglo XX, bien sin atmósfera, y
que en plena ola transfeminista y en pleno siglo
XXI adentradas, está siendo inflexionado, cues-
tionado y disturbiado por otros planetas. Pienso
en las cartas en las que la artista Lygia Clark le
dice a su amigo el artista Hélio Oiticica (Clark &
Oiticica, 2023), que terminó por morir joven de-
jando tras de sí una obra potentísima, que se cui-
de, y que no renuncie a exponer en todas par-
tes, como ella, que quiere llegar a todo el mundo.
Pienso en el potentísimo Belleza y felicidad con
que Fernanda Laguna llamó a su editorial y es-
pacio de arte under en plena crisis de 2001 en
Argentina y ahora nombra su proyecto artísti-
co colectivo en la población de infraviviendas de
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