Nobody Move! Without Television There is no Nation
TRES (ilana boltvinik + rodrigo viñas)
Artista visual, investigadora, Universidad Veracruzana, Xalapa, México.
Rodrigo Viñas
Artista visual independiente, Xalapa, México.
Resumen
En este ensayo mostraremos el ensamblaje social y político que posibilitó el primer satélite mexicano llamado Morelos I y que marca, de manera simbólica, la entrada de México a la era neoliberal y el empoderamiento de Televisa como productora de la visualidad hegemónica nacional. Mediante un breve repaso contextual ubicaremos algunas de las paradojas simbólicas, políticas, económicas, materiales y tecnológicas que impulsaron y posibilitaron la existencia del Morelos I durante sus ocho años de vida. A partir de esto, proponemos una exploración a través de cuatro tópicos que posibilitan mirar los entramados del Morelos I. Primero: el deslumbramiento mediático que corresponde a la cultura audiovisual que formó la identidad de una nación. Segundo: la irradiación política, cuya magnitud produjo un disgusto social generalizado gracias a las decisiones tomadas por el gobierno en turno. Tercero: la sombra económica bajo la cual fue financiado el proyecto que, con una enorme inversión hecha para la compra de los satélites, no cubrió nunca la estructura tecnológica necesaria en tierra. Finalmente: la lejanía y oscuridad tecnológica con la que operan este tipo de dispositivos, que los convierte en objetos inentendibles y poco descifrables, invisibilizándolos para la mayoría de la población.
Palabras Clave: Morelos I, satélites, Televisa, telecomunicaciones, basura espacial.
Abstract
In this essay we will show the social and political assemblage that made possible the first Mexican satellite called Morelos I, which symbolically marks Mexico’s entry into the neoliberal era and the empowerment of Televisa as the producer of the Mexican hegemonic visuality. Through a brief contextual review, we will locate some of the symbolic, political, economic, material and technological paradoxes that drove and made possible the existence of Morelos I during its eight years of life. Based on this, we propose an exploration of four topics that can help us look at the Morelos I framework. First: The dazzling media corresponding to the audiovisual culture that formed the identity of a nation. Second: The political irradiation, whose magnitude produced a generalized social displeasure thanks to the government in office’s decisions. Third: The economic shadow under which the project was financed. A huge investment for the purchase of the satellites that did not cover the necessary technological structure required on the ground. Finally: The remoteness and technological obscurity with which this type of devices operate, that makes them unintelligible and undecipherable objects, invisible to the vast majority of the population.
Key Words: Morelos I, Satellites, Televisa, Telecommunications, Space debris.
Summary – Sumario
cómo citar este trabajo / how to cite this paper
Boltvinik, I., & Viñas, R. (2024). ¡Que nadie se mueva! Sin televisión no hay nación. Umática. Revista sobre Creación y Análisis de la Imagen, 7.
“Claudio Brook declaró que las telenovelas son el opio del pueblo; Alemán Velasco subrayó: sí, eso es opio, pero es buen opio”
F. Toussaint, “Televisa: una semana de programación…”, 1989
Pocas personas han visto un satélite de cerca. Los satélites ocupan un lugar lejano en nuestro imaginario. Son máquinas elusivas, periféricas y fuera de nuestro entendimiento del mundo. Operan de forma oscura, en ubicaciones oscuras y mediante lenguajes oscuros (Sanjay, 2019, p. 39). Sin embargo, aunque los satélites maniobran en zonas remotas de invisibilidad, sus infraestructuras tienen fuertes consecuencias planetarias, materiales y visuales.
Esta es la historia del primer satélite mexicano, llamado Morelos I, el “Siervo de la nación”, lanzado el 17 de junio de 1985, opacado por el devastador terremoto de 8.1 grados, escala Richter que sacudió la Ciudad de México ese mismo año. En este ensayo mostraremos el ensamblaje social y político que posibilitó este satélite y que marca, de manera simbólica, la entrada de México a la era neoliberal y el empoderamiento de Televisa como productora de la visualidad hegemónica del país.
La historia del desarrollo de las telecomunicaciones en México se puede trazar desde 1958 con el lanzamiento del primer cohete sonda mexicano el SCT-1 y, un año después, el SCT-2. En 1961 se fundó la Comisión Nacional del Espacio Exterior y en 1962 se instauró el Departamento de Estudios Espaciales y Planetarios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Poco después, el 12 de octubre de 1968, con antorcha en mano, Enriqueta Basilio quedó inscrita en la historia como la primera mujer en encender el fuego olímpico. Este acto simbólico se transmitió a color vía satélite por todo el mundo, ubicando a México también como un país punta de lanza en materia de telecomunicaciones a nivel mundial.
El 10 de octubre de ese mismo año, la estación terrena de Tulancingo inició operaciones. Disponía entonces de una antena parabólica denominada TUL-1 de 32 metros de diámetro, 330 toneladas de peso y una altura de 48 metros, asentada en una base o pedestal de 1,500 toneladas. La antena estaba orientada al satélite INTELSAT III ubicado sobre el ecuador en la zona del océano Atlántico a 36 mil kilómetros de altura (Tulancingo la ciudad de los satélites, s.f.).1 Esta fue la misma estación utilizada para la transmisión de los Juegos Olímpicos a todo el mundo. Para 1980, se construía una antena más en Tulancingo, de las mismas dimensiones, dejando ver el crecimiento de la población que rebasaba la capacidad del servicio de la red federal de microondas y la red de Teléfonos de México.
Para responder al aumento de la densidad poblacional, se necesitaba incrementar y mejorar la prestación de servicios de telecomunicaciones en los ámbitos urbano y rural. Esta cuestión fue muy complicada para un país como México debido a su geografía accidentada, que volvía inviable o exageradamente cara la instalación de dispositivos terrestres para cubrir su superficie. Ante este panorama el gobierno realizó los estudios técnicos y económicos que determinaron la viabilidad para contar con un sistema de satélites que facilitara el servicio de comunicación a todos los rincones del país. Sin embargo, como argumentamos aquí, toda tecnología satelital requiere y está entrelazada con infraestructura terrestre que la pueda sostener (Parks, 2005).
Fue así que nació el Sistema de Satélites Morelos, conformado por los satélites Morelos I y II, cuya historia gira en torno a esta relación cielo y tierra, una relación que demuestra los entramados, las dependencias y negociaciones entre tecnología, imagen y política. El cuerpo del Morelos I, específicamente, tardó tres años en materializarse. Sus múltiples sistemas fueron construidos y ensamblados principalmente por dos compañías norteamericanas, Hughes Aircraft Corporation y McDonnel Douglas, la primera encargada del diseño y construcción del satélite, la segunda, de sus motores de propulsión. El “Siervo de la Nación” fue lanzado desde Cabo Cañaveral durante la misión STS-51-G del transbordador espacial Discovery de la NASA. De esa forma, el primer satélite mexicano se puso en órbita con la promesa de comunicar a todo el país, estableciendo un parteaguas en la historia, pues significó la entrada de México al selecto grupo de países con un sistema satelital propio.
La versión estatal del sistema de satélites se asienta en diversos documentos producidos durante esa época, como en boletines internos de noticias del Órgano de Difusión de la Dirección General de Telecomunicaciones, folletería de promoción del Sistema de Satélites Morelos (SSM), libros de la Subsecretaría de Comunicaciones y Desarrollo Tecnológico, memorias del sector de comunicaciones y transportes, y publicaciones de historia de las comunicaciones y los transportes en México, entre otros, todos producidos por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), así como en los boletines de comunicación interna de la Hughes Aircraft Company.
Desde el momento en el que se anunció la construcción del Morelos I, el Estado comenzó una campaña sistemática de publicidad para justificar su adquisición. La atención se enfocó en los más desprotegidos, argumentando que un dispositivo como este abatiría el rezago educativo mediante la telealfabetización,2 y que brindaría comunicación a las zonas rurales más alejadas, fortaleciendo el nacionalismo y los valores culturales del país. Sin embargo, como sabemos bien, siempre hay historias alternas que nos posibilitan nuevas formas de mirar el horizonte. En fuentes como periódicos, tesis, artículos en revistas de difusión científica y tecnológica, libros3 y teleguías4 la historia es radicalmente distinta: se echó a andar un satélite de uso comercial, destinado casi exclusivamente para la televisión. Su principal usuario fue Televisa, la empresa audiovisual privada más grande del país, líder en la producción de contenido en español. En estos documentos se cuestiona constantemente la implicación del Estado con esta empresa, tanto en términos económicos como políticos. Ciertamente, la influencia política de Televisa fue tal que no sólo obtuvo el derecho de transmisión de las señales televisivas, sino también la rectoría cultural del país, creando un monopolio legalizado de la (tele)visión.
Por tanto, aunque fue muy celebrado el lanzamiento del Morelos I, no lo podemos rememorar sin subrayar una serie de paradojas y contradicciones que ejemplifican la construcción de una cultura visual idealizada, homogeneizada y comprometida políticamente en el seno de una nación diversa e invisibilizada por Televisa. El Morelos I se estableció como el primer satélite mexicano, sin embargo, se construyó y lanzó con ingenieros y operadores de Estados Unidos. No existía la infraestructura terrestre necesaria para recibir y transmitir en toda la república, ni en todas las frecuencias. Se compró todo el Sistema de Satélites Morelos sin tener más usuario que la televisión privada. La publicidad estatal destacó los beneficios educativos para las comunidades rurales, proponiendo implementar teleprimarias y telesecundarias, objetivo fallido por la infraestructura ausente. En otras palabras, el Estado cedió la dirección cultural de la nación a la empresa audiovisual más importante del país, pasando de fines sociales a fines privados. A partir de este momento histórico –que funge como metáfora–, Televisa construyó política y culturalmente muchos de los imaginarios visuales de México y de una gran parte de Latinoamérica con transmisiones como El chavo del ocho y Siempre en domingo.
Este breve repaso contextual nos sirve para ubicar y desglosar algunas de las paradojas simbólicas, políticas, económicas, materiales y tecnológicas que impulsaron y posibilitaron la existencia del Morelos I durante sus ocho años de vida. A partir de esto, proponemos una exploración a través de cuatro tópicos que posibilitan mirar los ensamblajes del Morelos I. Primero: el deslumbramiento mediático que corresponde a la cultura audiovisual que formó la identidad de una nación y que muchos pudimos experimentar. Segundo: la irradiación política, cuya magnitud produjo un disgusto social generalizado gracias a las decisiones tomadas por el gobierno en turno. Tercero: la sombra económica bajo la cual fue financiado el proyecto, con una enorme inversión hecha para la compra de los satélites, que no cubrió nunca la estructura tecnológica necesaria en tierra. Finalmente: la lejanía y oscuridad tecnológica con la que operan este tipo de dispositivos, que los convierte en objetos inentendibles y poco descifrables, invisibilizándolos para la gran mayoría de la población. Cada tópico supone distintos niveles de acceso, comenzando por lo más visible y deslumbrante, y culminando con lo más opaco.
Comenzaremos por el halo más potente y visible: el del consorcio Televisa, que fue la cara más extensa y perceptible del Morelos I a través de una cultura audiovisual que circuló por sus entrañas iluminando a varias generaciones en diversos países. Previo al Morelos I, Televisa fue moldeando a la sociedad mexicana con toda una producción masiva de contenidos. Sin embargo, el “Siervo de la Nación” posibilitó su expansión en términos de un imaginario de potencial, con la promesa de llegar hasta las zonas más alejadas del país. Si bien tecnológicamente eso no sucedió, logró generar en los estados de la república un deseo por ser partícipes de la programación y, por lo tanto, del imaginario visual y cultural que se transmitía en la gran capital. Imperó el punto de vista del consorcio con sus intereses económicos y políticos a pesar de que no se diseminara la señal por todo el territorio nacional. Como ejemplo encontramos noticieros como 24hrs, presentado por Jacobo Zabludovsky, quien comunicaba “La Verdad”, siempre supervisada por el Estado. Durante muchos años Zabludovsky le dio cuerpo y voz pública al poder político que, junto con Televisa, formaron el imperio de las verdades absolutas, verdades que se cristalizaban al ser pronunciadas por esta mancuerna.
El gran haz de luz que refleja y amplifica el satélite se proyecta e instala en el imaginario cultural de 1985 con producciones como El chavo del 8. El chavo, un “niño” pobre de ocho años que habita en una vecindad,5 quien a través de constantes fechorías junto con sus amigos provoca malentendidos que suscitan discusiones y controversias en la comunidad, condensa y expone los estereotipos de las clases sociales en el México popular. Todas las niñas y niños son interpretados por adultos que constantemente romantizan la pobreza como una forma de vida inocente y divertida.
Por su parte, en el rango musical, México bailaba y cantaba al ritmo de Flans, Pandora, Timbiriche, José Luis Rodríguez “El Puma” y Juan Gabriel. Transmitieron a múltiples casas radiantes actores como Manuel “El Loco” Valdés, Roberto Gómez Bolaños, Chabelo, Rebeca Jones, Edith González y Victoria Ruffo, por mencionar una pequeña parte de la producción audiovisual de ese momento. Quizá el ejemplo más notable relacionado con el entretenimiento musical fue el programa Siempre en domingo, conducido desde 1969 por Raúl Velasco, quien tenía el poder de crear estrellas y destruir carreras. Conocido como el “Señor de los Espectáculos”, llegó a tener 350 millones de televidentes cada domingo. Con una actitud misógina, pronunciando constantemente comentarios clasistas y racistas, su programa funcionaba como una plataforma para promover nuevos talentos y personajes de la farándula mexicana y latinoamericana que hoy son reconocidos a nivel internacional. La conductora Maxine Woodside culpó a Velasco en múltiples ocasiones del estancamiento musical del país, pues sólo promovía a los artistas creados por Televisa, ocasionando un predominio musical que desechaba todo lo que no fuera del agrado de Velasco.
Así, por medio de estos personajes y muchos otros, se podría (re)construir una historia del país y la forma en la que el cuerpo del Morelos I los proyectó y rebotó como voz y reflejo de México. Una producción televisiva que homogeniza la diversidad, la blanquea, reflejando clasismo y racismo. El periódico El País lo resumió de manera puntual: “éste es el mundo de la gente bonita, jóvenes rubios y esbeltos en medio de una sociedad mestiza, donde la mayoría es bajita y de tez morena” (Ceberio, 1985).
La forma política que constituyó al Morelos I es compleja y oscura, llena de escándalos y controversias. Por un lado, están los acuerdos firmados entre el Estado y Televisa en noviembre de 1982, antes de que José López Portillo dejara la presidencia. En este arreglo el consorcio se comprometía a instalar las estaciones terrenas necesarias para integrar la Red Nacional de Comunicaciones Vía Satélite. A cambio, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) suministraría los servicios de conducción de señales que la empresa solicitara. Este intercambio quedó estipulado en la cláusula séptima, donde se establecía que Televisa tendría preferencia en el uso de la señal (Schmucler, 1983, p. 69). De esta forma el organismo privado aseguraba su participación en materia económica, dejando el manejo y operación del artefacto a cargo de la SCT.
En términos socio-políticos, el Morelos I, más que un satélite con funciones de telecomunicaciones, fungió como un mueble para garantizar que ninguna otra compañía o nación ocupara ese espacio. Hay contadas posiciones en la órbita geoestacionaria, y cada una tiene una cobertura específica. Asegurar una es fundamental para las telecomunicaciones de cualquier país. Al final del sexenio del presidente José López Portillo, en 1982, después de dos años de gestiones en el ámbito internacional, se logró la asignación de “dos posiciones en el arco espacial, que se ubican a la altura de los meridianos 113.5 y 116.5 desde los cuales se cubrió totalmente el territorio nacional” (Órgano de Difusión de las Direcciones Generales de Telecomunicaciones y de Concesiones y Permisos de Telecomunicaciones, 1982, p. 1).
En diciembre de 1982, un mes después de la firma del convenio, tomó el poder Miguel de la Madrid. En los primeros días de su gobierno impulsó la reforma al artículo 28 de la Constitución para proporcionar al Estado la rectoría sobre la comunicación vía satélite. El discurso oficial cambió para referirse a los transpondedores como tecnología destinada a la transmisión de señales de televisión estatal, comercial, educativa y regional. Se convirtió en un programa aparentemente público, impulsado y controlado por el Estado con un argumento publicitario basado en el beneficio para millones de personas a través de comunicación y educación que abarcaría hasta el último rincón del país, promesas que no se cumplieron.
Cabe recalcar que, durante la campaña presidencial de Miguel de la Madrid, Televisa cubrió el total de sus eventos, opacando la voz del candidato opositor del Partido Acción Nacional (PAN). Es entonces cuando Emilio Azcárraga Milmo “El Tigre”, dueño del consorcio, pronunció una de sus frases más famosas: “Somos soldados del PRI [Partido Revolucionario Institucional] y del presidente” (Villamil, 2013). Televisa se consolida como un elemento sumamente influyente en la política nacional y en la construcción de una opinión social que apoya descaradamente al régimen, quien a su vez lo provee de distintos beneficios para su consolidación y crecimiento, aunque no sin disputas de por medio. La señal satelital no llegó a todo el país, pero el imaginario Televisa sí. La prueba está en que muchos estados de la república pedían y suplicaban por la transmisión de ciertos programas que se sabía existían. En una revista Teleguía de octubre 1985 se lee un comentario del ciudadano Jesús Monreal Parra titulado Ciudadanos de segunda los provincianos... (y el Satélite... ¿qué?):
Con gran bombo se anunció la tremenda inversión del gobierno y Televisa en el satélite “Morelos” que, supuestamente nos haría llegar TODOS LOS CANALES a TODOS LOS LUGARES DE LA REPÚBLICA, pero ahora resulta que el canal 4 y el 8, SON LOCALES, por lo que tan sólo los habitantes del D.F. pueden gozar de su programación... ¿Somos ciudadanos de segunda los que no residimos en el D.F.? ¿Acaso se nos negará la cultura del 8 y la amenidad y el deporte del canal 4? ¡Exijo, demando una respuesta por parte de las autoridades o de Televisa o de canal 13! (p. 25)
La historia del Morelos I condensa el funcionamiento del país, comenzando por su apelativo. Inicialmente se nombró Ilhuicahua, palabra náhuatl que significa “Dueño del Cielo” o “Señor de los Cielos”. Luego, en 1982, con el cambio de gobierno, Miguel de la Madrid lo renombró Morelos “El Siervo de la Nación” en honor a José María Morelos y Pavón, héroe de la independencia. Esta era una proclamación simbólica que dejaba atrás un México con pasado indígena y que se encontraba en transición hacia el futuro, para por fin pertenecer al “Primer Mundo”, la materialización de un México independiente y unificado. Desde entonces, fuimos y somos parte de la nación Televisa, marca registrada; y ejercemos nuestra ciudadanía a través del entretenimiento. Un entretenimiento blanqueado, con estigmas sobre pobreza, raza, clase y creencias, notorios en la programación y en los papeles de los y las actrices.
Transitaremos a otra controversia, ahora de carácter económico, para entretejer las profundas y sombrías piezas que conforman este satélite. La cara monetaria y las dificultades económicas hacen de este haz uno bastante menos luminoso.
Debido a su deteriorada y frágil situación económica, desencadenada a principios de la década de los ochenta,6 a México le fue imposible autofinanciar la fabricación e instalación del Sistema de Satélites Morelos, por lo que el gobierno solicitó un crédito a la Banca Internacional de entre 140 y 160 millones de dólares. Esta suma no consideraba la infraestructura terrestre necesaria para transmitir la señal a lo largo de la república, la cual correría a cuenta del gobierno en “colaboración” con Televisa. Así, el proyecto fue financiado mediante deuda externa, con un costo aproximado de 127 millones de dólares para pagar la producción de los dos satélites y los equipos necesarios para su operación.
EXIM BANK, el Banco de Exportación e Importación de Estados Unidos, proporcionó el 85% del préstamo, y el 15% restante fue por parte de Nacional Financiera (NAFINSA), a pagarse en 10 años con un interés del 12% (Esteinou Madrid, 1991, p. 60). Las empresas involucradas fueron: Hughes Aircraft Corporation, con un contrato por 92 millones de dólares que incluía el diseño y manufactura de los dos satélites, el equipo e instalación de una estación de rastreo, telemetría, telecontrol, telecomando, monitoreo, servicios de transferencia de órbita y el entrenamiento de 40 técnicos e ingenieros mexicanos para operar y mantener las instalaciones; McDonnel Douglas, con un contrato por 5.6 millones de dólares, que preparó los cohetes o boosters de propulsión de órbita; la NASA, con un contrato de 12 millones de dólares que incluía el lanzamiento y colocación de los dos satélites en una órbita baja por medio de taxi espacial; y COMSAT, con un contrato de 2.4 millones de dólares por supervisión, control de calidad y pruebas al sistema. El seguro estuvo a cargo de INSPACE, quienes por conducto de la compañía Aseguradora Mexicana S.A. recibieron una prima de 20 millones de dólares para garantizar el óptimo funcionamiento de los equipos. La edificación de las treinta antenas receptoras corrió a cargo de la empresa japonesa Nippon Electric Company de Tokyo.
Para muchos, los Morelos I y II no pueden considerarse satélites mexicanos por los compromisos económicos que implicó su construcción, lanzamiento y operación (Merchán Escalante, 1988, p. 284). Por su parte el sociólogo Javier Esteinou Madrid declaró que el gobierno mexicano entregó el programa “a un conjunto de monopolios estadounidenses, sin obtener ninguna ventaja a cambio” (1991, p. 175). Y continúa más adelante, “de esta forma, en lugar de diversificar la ya altísima dependencia tecnológica respecto de los Estados Unidos, se incrementó desproporcionadamente la subordinación a ese país” (1991, p. 175).
En contraste con lo que significó una enorme inversión para el gobierno de México durante uno de sus periodos más inestables, estaban las grandes ganancias del consorcio Televisa. El estado se incorporó tarde y mal a la comercialización de la TV, mientras Televisa incidía en la decisión de los mexicanos, desde los políticos que le convenía, hasta qué productos comprar y qué bancos usar. La empresa se especializó en vender a las clases medias y altas una forma de vivir el “sueño americano” intentando imitar la democracia estadounidense. Por ello, cobraban grandes sumas.
La influencia económica de Televisa se expandió en múltiples e insospechados destinos, el más evidente al asentar una cultura popular que hasta la fecha le sigue generando dividendos por muchos de sus programas de televisión, cantantes y otros espectáculos de consumo masivo. Una de las grandes paradojas que enredan estas negociaciones oscuras entre lo público y lo privado, entre los convenios y los acuerdos extraoficiales persiste cuarenta años después. Toda la producción masiva de la cultura hegemónica que se transmitió en canales públicos, y que formó culturalmente a una nación, está en manos privadas y es de (casi) imposible acceso. Durante el proceso de nuestra investigación tratamos de recuperar material audiovisual del Archivo Televisa. Sin embargo, todo material producido por el consorcio requiere de un trámite jurídico largo y laberíntico a través de un proyecto aprobado por la empresa.
Desde el ámbito artístico, una pieza de video de las autoras titulada Derivas visuales por la basura estructurante fue realizado con material audiovisual pepenado del Internet, entre ello, fragmentos de telenovelas mexicanas paradigmáticas como María la del barrio (Televisa, 1995), el famoso gallinazo de Paco Stanley y Mario Bezares y el baile de la vedette Gina Montes para La Carabina de Ambrosio, entre muchos otros recortes audiovisuales. La pieza, diseñada para transmitirse en línea en el 2021, sufrió varias censuras, la primera a los tres minutos. ¿Lo público es privado y lo privado público?
El Sistema de Satélites Morelos se materializó en dos satélites modelo HS-376 de comunicaciones geoestacionarias tipo híbrido, los cuales fueron colocados a 36,000 km sobre el nivel del mar. Al ser híbridos, utilizan dos bandas de frecuencia de transmisión conocidas como bandas C y Kü.
El Morelos I y el Morelos II son idénticos, poseen en la banda C doce transpondedores o canales sencillos y seis dobles, que pueden manejar hasta 24 señales de televisión simultáneamente, o más de 86,000 señales de voz (SCT, 1988, p. 227). En la banda Kü tienen cuatro canales de triple ancho para doce señales de TV o su equivalente en otro tipo de emisiones. Su halo cubre los tres millones de km2 de la República Mexicana. Sin embargo, el número de estaciones terrenas fue insuficiente para recibirlas: para 1987 solamente existían 196 estaciones para la banda C de las 894 proyectadas. En pocas palabras, la utilización de ambos satélites no llegó a su máxima capacidad durante toda su vida útil. La banda más robusta, la Kü, casi no se usó; mientras que en la C se usaron solamente siete de los 24 canales disponibles.
Sin embargo, este sistema subutilizado tecnológicamente generó un ir y venir de señales que siguen rebotando en el espacio en forma de frecuencias codificadas que llenan el ambiente de ondas electromagnéticas. Imágenes y sonidos de Televisa que forman parte de un entramado sociotécnico que invisiblemente colisiona constantemente con nuestros cuerpos y que, aún años después, dominan la imaginación de y sobre Latinoamérica.
Fig. 1: Gina, 2024
Fig. 2: Paquete teletodo, 2024
Fig. 3: El Mundo es Televisa, 2024
Fig. 4: Frases Televisa, 2024
Fig. 5: Morelos se ve mal, 2024
Fig. 6: Morelos multiplicado, 2024
Fig. 7: Fascinación que embriaga, 2024
Fig. 8: Sistema de Satélites Morelos, 2024
Fig. 9: Op.Cit., 2024
Fig. 10: Figure 1, 2024
En el año de 1993, arriba, perdido en órbita, el Morelos I se convirtió en basura espacial. Muy velozmente pasó a formar parte de la historia olvidada, mientras Televisa se volvió el actor principal en la elaboración de las políticas de comunicación, transformando socio-políticamente los imaginarios nacionales. La iniciativa privada y la pública se entrelazaron en un acto que hoy puede considerarse el inicio del neoliberalismo en México, mientras los satélites se convirtieron en la voz y el reflejo de las condiciones del país. En ese sentido, el Morelos I se puede entender como un objeto de transición, un proceso para aceptar y adoptar una nueva tecnología que costó millones de dólares, seis mandatarios neoliberales, intereses privados detrás de los públicos, analfabetismo, infraestructura inexistente, una pobre y moribunda cultura audiovisual y la prolongación de la Dictadura Perfecta.7
Al final de sus días, los satélites Morelos I y II se inmortalizaron invisiblemente, convirtiéndose en un par de pequeñas estrellas que, en una noche despejada, utilizando un telescopio y con mucha suerte, podríamos encontrar en el firmamento. Suspendido en el espacio, el “Siervo de la Nación”, tuerto en la oscuridad más profunda, gélido de un lado y ardiente del otro, flota sin destino mientras orbita la Tierra, viendo pasar al mismo México, una y otra vez, cuarenta años después.
Sobre los/as autores/as
TRES es una colectiva de arte basada en investigación, fundada en 2009 en la Ciudad de México. Comprometidas con los ecosistemas críticos y las implicaciones socioterritoriales de lo residual, exploran las asociaciones entre humanos y más-que-humanos. Su curiosidad se ha centrado en la indagación de la basura como un residuo socio(est)ético que conlleva implicaciones políticas, biológicas y materiales. Su práctica artística se concentra en el entrelazamiento y diálogo metodológico con la ciencia, la antropología y la arqueología, entre otras disciplinas. Boltvinik tiene un doctorado en Ciencias Sociales y trabaja como investigadora en la Universidad Veracruzana, México. Viñas tiene estudios de posgrado en Artes Visuales en la UNAM, México, y en la Universidad Politécnica de Valencia, España. Ambos pertenecen actualmente al Sistema Nacional de Creadores de Arte de México.
Referencias
Ceberio, J. (1985, 23 de mayo). México, el paraíso del mando a distancia. El País.
Ciberactivo (2010, 11 de octubre). Vargas Llosa y la dictadura perfecta [Video]. YouTube. https://youtu.be/kPsVVWg-E38?si=CcadbdBuBuANbAvM
Esteinou Madrid, J. (1991). Elementos para la interpretación del Sistema Morelos de Satélites. En C. Gómez Mont (Ed.), Nuevas tecnologías de comunicación (pp. 173-186). Editorial Trillas.
Merchán Escalante, C. A. (1988). Telecomunicaciones. Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
Monreal Parra, J. (1985). Ciudadanos de segunda los provincianos... (y el Satélite... ¿qué?). Tele Guía, 35(1730).
Órgano de Difusión de las Direcciones Generales de Telecomunicaciones y de Concesiones y Permisos de Telecomunicaciones. (1982). Boletín Interno de Noticias, X(19). Publicaciones Telecomex.
Parks, L. (2005). Cultures in Orbit. Satellites and the Televisual. Duke University Press.
Sanjay, R. (2019). Afterlives of Orbital Infrastructures: From Earth’s High Orbits to Its High Seas. En J. S. Nesbit y G. Trangoš (Eds.), New geographies 11: Extraterrestrial (pp. 39-42). Actar Publisher.
Schmucler, H. (1983). 25 años de satélites artificiales. Revista Comunicación y Cultura, (9), 3-75.
Secretaría de Comunicaciones y Transportes. (1988). Memoria del Sector Comunicaciones y Transportes 1982-1988. S.C.T.
Toussaint, F. (1989). Televisa: una semana de programación/¿Mente sana en cuerpo sano? En R. Trejo Delarbre (Coord.), Televisa: El quinto poder (pp. 40-61). Claves Latinoamericanas.
Tulancingo la ciudad de los satélites. (s.f.). El Mirador.
Villamil, J. (2013, 19 de marzo). Televisión para jodidos. Proceso.
Notas
1. México mantuvo telecomunicación vía satélite desde 1968 con varios países por medio de los satélites del consorcio International Telecommunications Satellite Organization (INTELSAT), uno de los grandes sistemas internacionales que proporcionaba comunicación directa a más de cien países miembros. A través de tres océanos se podían retransmitir señales televisivas.
2. En particular, se impulsó la idea de teleprimarias y, sobre todo, telesecundarias planeadas para dotar de educación a aquellas locaciones donde no había ni siquiera profesores.
3. Publicaciones al respecto de distintas instituciones entre ellas la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología (CONAHCYT) y el Fondo de Cultura Económica (FCE), por mencionar algunas nacionales.
4. Las Teleguías fueron publicaciones semanales donde se anunciaban los programas televisivos de la semana, también opiniones ciudadanas y chismes de las estrellas pop. Este formato comunicativo existió de 1952 hasta el 2007. La Editorial Televisa compró la revista a finales de la década de 1980.
5. Una vecindad es un tipo de vivienda donde muchas unidades independientes se ubican en torno a un espacio común en donde ocurre la vida familiar y social de sus habitantes. Es una de las formas de vivienda más comunes de las clases populares en México.
6. La denominada crisis ocurrió cuando la deuda externa incrementó de manera significativa en moneda extranjera, en combinación con la caída de los precios del petróleo a nivel internacional lo cual provocó varias devaluaciones de la moneda mexicana en pocos meses.
7. “México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México”, declaró en 1990 el escritor Mario Vargas Llosa durante un encuentro con intelectuales en un panel de debate transmitido en Televisa, donde también participaba Octavio Paz, quien reaccionó sorprendido de lo declarado por el peruano, pues había sido invitado para hablar acerca de Europa del Este (Ciberactivo, 2010).