Alteraciones desde el antimundo
repertorio de mecanismos narrativos propios del terror (Sala, 2003: 75),
elevándolos hasta territorios inexplorados, mas con el cuerpo del hombre
y las distorsiones de su mente situados como pilares centrales del espanto.
En efecto, a lo largo del filme de 1986 asistimos a una gran sucesión de
escenas concretamente terroríficas, más cercanas a la narrativa gótica del s.
XIX que al thriller de ciencia ficción, rayano con la novela negra, que era el
relato de 1957. Sustituyamos, por ejemplo, el típico castillo veteado por
jirones de niebla por el laboratorio de Brundle; disponemos, además, del
escenario sobrenatural –según Todorov (2003), la sci-fi difícilmente
dejaría de estar incluida en este ámbito– idóneo a la hora de suscitar
reconcomios en torno al misterio y el miedo; y por supuesto, hacen acto
de aparición las emociones desbocadas, acompañadas del erotismo o la
sexualización de los personajes.
Punto y aparte supone la explotación del body horror, acaso el rasgo más
reconocible de todo el filme. En este sentido, destaca una de las escenas
descartadas del montaje final. En ella, un Brundle absolutamente
desfigurado pretende fusionar a un simio y un gato, movido por su ego y
vanidad sin límites. El resultado es una abominación aullante de dos
cabezas, a la que su creador apalea hasta la muerte empleando una barra de
acero. Aquí podemos observar el uso del horror corporal a tres niveles
distintos. El primero corresponde a la consabida desfiguración del
protagonista, desagradable para el espectador por encarnar la
desvirtuación del sacralizado cuerpo humano; el segundo concierne al
horror resultante del experimento, a cuya fealdad le habríamos de sumar
la agonía sufrida por los animales; y el tercero, seguramente el más
convencional, estaría relacionado con la violencia hacia aquella aberrante
criatura, viva, al fin y al cabo, y machacada a base de golpes. Deformidad
doblemente deformada.
A continuación, Brundle-mosca, poseído por la frustración y el frenesí,
se evacuó por la ventana quedando encaramado a la pared en medio de una
noche tormentosa. De súbito, la cámara se desliza hacia el costado de la
criatura, que empieza a bombear de forma rítmica, para finalmente
desgarrar la piel y dejar ver una pata retorcida, similar a la de un cangrejo.
El propio protagonista decidió extirpársela al instante, dejando una llaga
muy parecida a la que Longinos infligiera a Cristo. De haber sido así, la
historia trascendería la calamidad individual para llegar a ser un drama
apocalíptico, en el cual Brundle-mosca ejercería de mesías, engendrando
sin cesar hijos-larva capaces de desplazar a los humanos de la cima
evolutiva.
Como decíamos, el corte anterior no se incluyó en la película porque
David Cronenberg dedujo que el espectador perdería la empatía hacia
Brundle después de su excesiva demostración de crueldad y, sobre todo,
por protagonizar un hecho de hipotéticas relecturas religiosas. De una
forma u otra, es evidente cómo el texto matriz se desarrollaba dentro de
los márgenes de la ficción de ciencia, mientras que Cronenberg insufló sus
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