Anton Giulio Mancino
obtener el mismo resultado de la primera vez, se vuelca hacia la invención
de los dibujos animados, por lo que muestra un vientre humano que abre la
boca con dientes enormes y una cabeza humana que saca las patas y se
convierte en una especie de araña gigante con ojos de caracol. La tercera vez
ya no se centra en el «monstruo», sino en su porción mínima, o sea, la sangre
que salpica las calles sin que haya escapatoria. Aplica, prácticamente, lo que
en literatura se conoce como la figura retórica de la sinécdoque, jugando,
por lo tanto, con la parte que hace referencia al todo. También el shock está
asegurado, en esta ocasión por vías transversales. Al final, puede permitirse
mostrar una «Cosa» general, sumando todas las «cosas» parciales ya vistas.
Y hasta aquí Carpenter. Žižek construye casi enteramente en su libre
excurso cinematográfico que trae de vuelta a la «Cosa», y por consiguiente
a La Cosa carpenteriana, la aplicación del paradigma de la «Cosa» sobre la
filmografía de Andrej Tarkovskij, en particular sobre dos películas de ciencia
ficción: Solaris (Солярис, 1972) y consecuentemente Stalker (Сталкер,
1979), basadas respectivamente en la novela homónima de Stanislaw Lem
de 1961 y de la novela Picnic extraterrestre (Пикник на обочине, 1972) de
los hermanos Arkadij y Boris Strugackij, publicada en 1972. Ahora, en la
primera El enigma de otro mundo, es fácil imaginar el ser inmundo que pone
patas arriba la base militar en el Antártico. No solo el Alienígena, que, desde
la página escrita en 1938, tal vez haciendo referencia al fascismo nazi que
estaba a punto de desatar la Segunda Guerra Mundial, pasa en 1951 a la
amenaza comunista o a la Guerra Fría. La película de Hawks y Nyby —y la
inversión del orden asignado a los dos apellidos no es casual— invita al final
a «vigilar el cielo», pero también un poco la Tierra, desde el momento en
que la verdadera amenaza para el equipo masculino y para un modelo de
sociedad inmaduro y violento de matriz machista, como siempre en las
películas de Hawks, es más bien la mujer. En el filme de Carpenter, en los
inicios de los años ochenta, en un clima recrudecido por la Guerra Fría, no
es, sin embargo, el peligro comunista el problema. Carpenter, mostrando
plenamente la «Cosa», sobre las líneas literarias de Campbell, se atreve a ir
más allá y advierte al hombre del hombre, a la humanidad de sí misma, de
sus monstruosidades internas, de sus propias entrañas. A Carpenter la forma
ya no le interesa, porque sabe que asustar, desde 1982 hasta hoy, es la
ausencia de forma, de dimensiones y de localización del objeto del miedo.
Ayer, los platillos volantes, los marcianos o los comunistas, que provenían
del otro lado y de este mundo; hoy, los virus que nacen y proliferan
únicamente sobre este mundo, capilares e invisibles como las gotas de
sangre que se arrastran hacia fuera y pueden difundirse por cualquier parte.
Carpenter, en suma, al exhibir a simple vista a la «Cosa», le devuelve la
invisibilidad absoluta e inminente.
Conviene ahora, no obstante, tratar de dar un paso atrás, retornando a
los contenidos políticos de la «Cosa», contenidos que en Italia encuentran
una aplicación específica. Y, de hecho, en Italia la «Cosa» en particular y la
ciencia ficción en general asumen una fuerte y declarada connotación
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