Brian Garfield: la violencia como única solución
. LA ESTELA DE LA ADAPTACIÓN
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Garfield reniega tanto del resultado del film de Winner-Bronson que
escribe una secuela, Death Sentence (1975). La primera parte del libro sigue
la línea de Death Wish, pero, a partir de cierto nivel, da un giro, demasiado
forzado, como si el autor planease censurarse a sí mismo, subsanar errores.
Parece como si Garfield traicionara el espíritu de su propio personaje. La
pregunta clave es: si la película no se hubiera estrenado nunca, ¿hubiera
escrito una segunda parte? Si la respuesta es no (como se desprende de las
declaraciones del propio autor [Tranter, 2008: s. pág.]), conviene señalar
que suele ser una mala práctica, para un escritor, hacer lo que hizo
Garfield. Y la prueba la tenemos no tanto en las secuelas fílmicas como en
la adaptación de Death Sentence del 2007, en la que se vuelve a adoptar el
trasfondo de la historia, de la psicología tan llana, tan real, de Paul (ahora
Nick), con resultados todavía más directos y brutales que en cualquiera de
sus dos novelas. Además, en este caso también encontramos el espíritu de
la historia inicial, pero con la parte de brutalidad de las anteriores películas
de Winner (y no solo en la parte final, como alega Garfield [Tranter,
2008: s. pág.]). No deja de ser curioso que el escritor defienda esta
adaptación cinematográfica (exceptuando su último tercio) del director,
James Wan, alegando que «estaba muy bien dirigida», o que «teniendo en
cuenta el presupuesto limitado […] pensé que había hecho un excelente
trabajo al establecer la situación y su entorno, y al mostrarnos los
personajes desarrollados en el buen guion de Jeffers» (Tranter, 2008: s.
pág.). La respuesta quizás la encontramos en el hecho de que, a diferencia
de las secuelas anteriores, en este proyecto sí estaba implicado Garfield,
aunque terminaron rechazando el guion que él mismo había escrito para
ofrecerle su redacción a Ian Mackenzie Jeffers (Tranter, 2008: s. pág.).
Las secuelas fílmicas de Death Wish carecen de la huella de Garfield,
pero hay que hacer una pequeña parada en Death Wish II (1982), también
dirigida por Michael Winner, para enriquecer las aportaciones del lenguaje
fílmico a la historia. En apariencia, podría tratarse de una secuela sin
trascendencia, de las que tanto abundan en las pantallas (tan en boga
actualmente), pero, al leer algunos comentarios sobre la película, un
análisis detallado aflora algo oculto y realmente impactante. Así, Roger
Ebert, en su crítica de Death Wish II, se vio obligado a dar «una palabra de
explicación» (Ebert, 1982: s. pág.) de por qué adjudicó una valoración “sin
estrellas” a la película (cuando la menor puntuación que otorgaba
normalmente era de media estrella) y puesto que solo daba esta valoración
a películas «artísticamente ineptas y moralmente repugnantes» (Ebert,
1
982: s. pág.). ¿Qué es lo que le pareció tan repugnante? Resulta que en
toda su crítica no lo menciona. Solo habla de «una serie de asesinatos
tontos» (Ebert, 1982: s. pág.) y el hecho de no analizar en profundidad
qué le hizo adoptar tales calificativos resulta tan inquietante como la propia
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