Brian Garfield: la violencia como única solución  
Brian Garfield: violence as the only solution  
ENRIC MAS AIXALÀ  
Universitat Politècnica de Catalunya  
enricmas@gmail.com  
ORCID ID: 0000-0002-1552-7775  
Resumen: Analizamos el impacto de  
Death Wish (1972) de Brian Garfield y  
cómo sus adaptaciones cinema-  
tográficas la convirtieron en una obra  
de culto. Nos preguntamos por el  
fondo de la cuestión y otros aspectos  
que se han quedado al margen en los  
escasos trabajos académicos realizados  
hasta la fecha, con especial atención a  
la trascendencia moral y social de su  
legado.  
Abstract: We analyze the impact of  
Brian Garfield’s Death Wish (1972)  
and how his film adaptations turned it  
into a work of worship. We ask about  
the substance of the matter and other  
aspects that have been left out of the  
few academic works carried out to  
date, with special attention to the  
moral and social significance of his  
legacy.  
Palabras clave: Brian Garfield,  
Death Wish, Michael Winner, Charles  
Bronson, violencia, justicia, hardboiled,  
roman noir, Heart of Darkness,  
Apocalypse Now.  
Key Words: Brian Garfield, Death  
Wish, Michael Winner, Charles  
Bronson, violence, justice, hardboiled,  
roman noir, Heart of Darkness,  
Apocalypse Now.  
Trasvases entre la literatura y el cine, 2, 2020, págs. 325-335  
ISSN-e: 2695-639X  
DOI: 10.24310/Trasvasestlc.vi2.8148  
Enric Mas Aixalà  
. CUESTIONES TAXONÓMICAS  
1
¿
Qué es lo que hace que, todavía hoy, muchos no hayan digerido su  
impacto? ¿Qué puede significar una obra para que muchos eviten hablar de  
ella y para que aquellos que lo hacen no vayan al fondo de lo que plantea?  
Quizás, ahora que hace poco que Brian Garfield nos ha dejado  
(
diciembre de 2018) y se ha cumplido el cuadragésimoquinto aniversario  
del estreno de la película basada en su obra (Death Wish, 1974), sería  
interesante ir al fondo del asunto. En un intento de clasificarlo todo,  
siempre tendemos a la simplificación y al error. Y esto es lo que ha  
sucedido desde que se publicó la novela Death Wish (1972) y, más todavía,  
desde que la película, protagonizada por Charles Bronson y dirigida por  
Michael Winner, tuvo un ruidoso impacto.  
Brian Garfield creó algo que quizás no era nuevo, que quizás no  
significó una revolución literaria o cinematográfica, que quizás no parecía  
un arma de cambio social o de comprensión..., o quizás sí. Las claves las  
encontramos ya al intentar comprender qué hay de nuevo en esta obra o  
qué hay de descubrimiento, aunque me inclino a pensar que Death Wish es  
más un descubridor en sí mismo.  
Death Wish no es una obra del género hardboiled, o roman noir, término  
francés que pasó de describir la novela gótica británica (littérature noire) a  
designar la novela negra. El término films noirs, acuñado en 1946 por los  
críticos franceses de cine Nino Frank y Jean-Pierre Chartier (Flory, 2008:  
18), fue trasladado al inglés por Charles Higham y Joel Greenbert  
(
Hollywood in the Forties, 1968), y pasó de ser utilizado por los estudiosos  
para referirse a los american noir films de 1941 a 1958 a utilizarse para  
definir prácticamente toda la literatura/cine que se le pareciese (Flory,  
2008: 18), aunque fuera remotamente. Finalmente, por culpa de las  
constantes controversias sobre qué películas lo eran y cuáles no, y de los  
graves problemas internos incluso a la hora de establecer una definición, el  
término se dejó de lado (Flory, 2008: 19).  
La cosa ya no pintaba demasiado bien cuando tuvieron que ser los  
franceses los que salvaran el reconocimiento de los norteamericanos de su  
propia literatura, tal como explica el propio Barry Gifford, fundador de la  
editorial Black Lizard Books, especializada en reediciones de novelas del  
estilo de novela negra. Gifford, en un viaje a París (1983), vio en una  
librería un montón de obras de Jim Thompson y de David Goodis y  
recordó que las leía cuando tenía doce años. Compró un buen puñado de  
estos libros (en francés) y se dio cuenta de que no existían ediciones en  
inglés en EE. UU.: era necesario redescubrirlos (Mandeville-Gamble,  
1
997: 2). Así despegó su editorial. Aunque recordemosen nuestro país,  
las fabulosas Seleccions de la Cua de Palla (Edicions 62), colección dirigida  
por el escritor Manuel de Pedrolo, se adelantaron, en una fecha tan  
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temprana como 1981, a hacer en catalán lo que Barry Gifford haría en  
inglés.  
Muchos críticos e investigadores nos perdemos en definiciones:  
intentos de poner un marco a la creación cuando ya la clasificación en sí la  
encajona. Aquí tenemos una de las claves de Death Wish: no es una novela  
western ni tampoco encaja en las historias de detectives (no hay ningún  
William Crane, ningún Paul Pine, ningún Marlowe); tampoco es una  
historia de detectives aventureros o mercenarios (como el Travis McGee  
de John D. MacDonald), ni una historia de gánsteres (This is Dynamite-  
Corruption City, 1951); no relata la vida de los bajos fondos y del hampa  
(
como sí lo hace de forma magistral George V. Higgins, tan injustamente  
olvidado, en sus excelentes The Friends of Eddie Coyle, de 1972, y The  
Digger’s Game, de 1973); no es ningún melodrama con pinceladas  
biográficas de gente que se ve inmersa en la búsqueda del sueño americano  
(
Serenade, 1937, de James M. Cain; o la que probablemente es la mejor  
plasmación del funcionamiento de la industria Hollywood-cloaca ¡ya en  
938!, de Horace McCoy, I Should Have Stayed Home); tampoco encaja en  
1
las narraciones de policías jugando al gato y al ratón con asesinos (también  
en serie), ni en las de familiares de víctimas que hacen de perseguidores (A  
Kiss Before Dying, 1953); tampoco es una historia de superhéroes...  
Solo en el intento de definir la narración de Death Wish ya  
encontramos una de sus claves. Brian Garfield hizo algo que, según  
podemos constatar, no se había hecho antes (al menos, no con tanta  
profundidad), al crear, con toda probabilidad, un género en sí mismo. Por  
ejemplo, reunió la esencia del western y tuvo la osadía de implantarla en la  
Manhattan de los años 70 (¿cómo se puede disparar indiscriminadamente  
en las calles de este distrito neoyorquino y hacer que no suene falso?). Por  
ejemplo, el protagonista no es un muerto de hambre ni proviene de  
ningún suburbio social: es culto, tiene suficiente dinero como para que lo  
consideremos de clase media, no tiene problemas familiares, carece de  
traumas infantiles o enfermedades psicológicas... Podríamos pensar en  
venganza..., pero no, tampoco se trata de eso: no es una venganza  
personal, presente en todos los subgéneros imaginables. Y estos son solo  
algunos ejemplos.  
2
. ASPECTOS DISTINTIVOS DE DEATH WISH  
La clave que ha hecho gastar tanta tinta (y kilómetros de celuloide)  
reside en el hecho de que Garfield profundizó en la psicología del  
sufrimiento humano hasta límites, de tan llanos, insoportables.  
Sufrimiento de alguien a quien matan a su mujer y violan a su hija  
simultáneamente (quien queda tan psicológicamente afectada que  
evoluciona hasta la catatonía) y que se va derrumbando página a página, sin  
provocar ninguna reacción realmente violenta hasta la página 106 (de una  
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edición de 142) (Garfield, 1991). Estos aspectos provocan que, el lector  
que haya sufrido algún incidente doméstico, de pareja, familiar, que le  
haya creado hipersensibilidad, con toda probabilidad apartará la vista del  
libro docenas de veces, para volver a ponerla las mismas veces... más una:  
la que le hará continuar leyendo. Nada de violencia desde la primera  
página, nada de tramas a ritmo de videoclip, nada que no sea dolor, real,  
casi cotidiano, y cada vez más interior.  
En la primera línea ya se ha producido la salvaje agresión: «Más  
adelante intentó recordar dónde estaba en el momento que atacaban a  
Esther y a Carol» (Garfield, 1991: 5). Y avanza con conversaciones,  
aparentemente inocentes, sobre los políticos y el urbanismo: «Los  
políticos se quejan del vandalismo y ellos mientras tanto van demoliendo  
monumentos históricos para hacer sitio a estas hueveras» (Garfield, 1991:  
5
); la incomunicación: «El sistema telefónico ya no funciona, el correo no  
sirve» (Garfield, 1991: 6); la ya tan actual visión del sistema  
neo)capitalista sobre el individuo: «Hoy en día, no somos nada más que  
(
series de siete dígitos» (Garfield, 1991: 10); una descripción detallada de  
las artimañas legales que utilizan impunemente los ricos para no pagar  
impuestos: «Bueno, evidentemente hay las tácticas típicas» (Garfield,  
1
991: 13); el desastre del sistema policial y judicial: «A veces los  
atrapamos» (Garfield, 1991: 18); la no prevención del delito por ningún  
medio... El sistema se cae a trozos en paralelo con el estado anímico de  
Paul Benjamin.  
Y, ¿después? Después «los hombres deberían ser capaces de conservar  
algunas ilusiones» (Garfield, 1991: 70), y, aunque «no quiero solucionar  
nada. Quiero proteger a mi familia» (Garfield, 1991: 81), «es demasiado  
tarde para mejorar las cosas» (Garfield, 1991: 80)... O no.  
Otro misterioso aspecto que nos ofrece de forma contundente Death  
Wish es la trascendencia moral, social y legal del caso. Los vigilantes  
(
vigilantism) son tan antiguos como la humanidad, con casos similares al de  
Paul Benjamin, pero no han recibido ningún apoyo político ni institucional  
porque moralmente son demasiado poderosos. ¿Por qué? Porque la  
posibilidad de que tengan razón (aunque sea en parte) es muy peligrosa, y  
la manera de no reconocerlo es criticándolo y silenciándolo, sin diálogo  
posible. Una fórmula aplicada en los estándares políticos: si no deseas que  
el pueblo decida sobre algo, no le des la oportunidad directa de decidir,  
porque, ¿qué pasa si la decisión del pueblo no gusta a los poderes? Se nota  
que Brian Garfield caló hasta los tuétanos.  
3
. CONTEXTO DE PRODUCCIÓN Y RECEPCIÓN  
La adaptación cinematográfica llegó en 1974 de la mano del dúo  
Michael Winner-Charles Bronson, después de que el director Sidney  
Lumet abandonara el proyecto en el que el actor Jack Lemmon hubiera  
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protagonizado la película (Tranter, 2008: s. pág.). La fuerza del proyecto  
ya daba miedo: Garfield se inspiró en unos incidentes de vandalismo que  
sufrieron él y su mujer y, después de pensar «mataré al hijo de puta»,  
escribió la novela... en dos semanas (Tranter, 2008: s. pág.). Este hecho,  
como ya hemos visto, impregna la historia. El agente de Charles Bronson,  
Paul Kohner, intuyó que se trataba de una película «peligrosa» y Bronson  
le contestó que pensaba «que el mensaje era el mismo» al que recurrían  
muchas de sus películas (Davidson, 1974: 7d). Pero fue el propio Winner  
quien acabó persuadiendo a un Bronson nada convencido para el papel de  
un contable diciéndole que podían cambiar su parte por «la de un  
arquitecto más activo y viril», y que todos ganarían «mucho dinero»  
(
Davidson, 1974: 7d).  
Este es uno de los escasos ejemplos en el mundo del cine en los que,  
por pura casualidad (dinero), la película se agarra a las entrañas de la  
novela. Lo que ni tan siquiera el autor supo ver (llegando a renegar,  
posteriormente, del resultado) fue lo que consiguió un equipo con ganas  
de hacer algo para llenar cines. Simplificaron el retrato psicológico (con  
algunos aciertos, como cuando a Paul le llegan las fotos reveladas de su  
mujer, ya muerta) y añadieron violencia, sí, pero involucrando a todo el  
sistema policial y judicial estadounidense. Lo que la novela enseña, a través  
de una cortina traslúcida, solo al final, y que denota la complicidad de la  
policía con lo que hace el vigilante, en la película acribilla al espectador y a  
su posición ante la justicia. «¿Cómo llamas a la gente que, ante una  
situación de peligro, no hace nada? Nada más que esconderse», pregunta  
Paul a su yerno, quien le contesta «civilizada», y acto seguido Paul hace un  
gesto de desaprobación (D’Ambrosio, 2011: 156). Esta conversación  
define la base del sistema socioeconómico dominado por una élite: que la  
gente civilizada no haga nada aunque crea que la situación no es justa o que  
es mejorable, muy en la línea de lo que reprocha la famosa cita atribuida a  
Edmund Burke (aunque no existe ninguna fuente acreditada que establezca  
su autoría): «para que triunfe el mal, basta con que los hombres buenos no  
hagan nada», la cual, en realidad, podría derivar de la cita de John Stuart  
Mill: «los hombres malos no necesitan nada más, para conseguir sus fines,  
que hombres buenos que miren y no hagan nada» (Mill, 1867: 36). Y, en  
el caso de que alguien quiera hacer algo, hay que ponerle obstáculos de  
todo tipo, desde burocráticos hasta morales, con ruegos de confianza en el  
sistema.  
Lo que sucedió ya es historia. Un éxito masivo, con colas en los cines.  
Los de Paramount, que en un principio no querían hacer nada con Death  
Wish, en el estreno ya tenían tanta confianza en la película que ordenaron  
aumentar el precio de la entrada de 3,50 a 4,00 dólares, cuando la media  
en los EE. UU. era de 1,88 dólares y únicamente se habían pagado estas  
cifras en dos superproducciones del momento, The Godfather (1972) y The  
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Great Gatsby (1974) (Talbot, 2006: 18). El impacto al ver la película es  
recordado por Todd Roberts, hijo del productor: «Tenía mucho que  
asimilar. No estoy diciendo que tuviera pesadillas, pero estaba alterado»  
(
Talbot, 2006: 18). El propio Winner estaba inmensamente sorprendido  
por el éxito de la película: «He hecho películas con Charlie con mucha  
acción […]. Death Wish no era espectacular […]. No había sangre, no  
había nadie luchando» (Talbot, 2006: 20). Y Garfield, muy descontento  
con el resultado, inició un intercambio de misivas con Winner, de las que  
destaca la famosa respuesta a Garfield «¡Es un idiota!», y también:  
«
[Garfield] ha dicho, Oh, han hecho esta terrible película sanguinaria”.  
Bueno, ¿qué pensaba él que había escrito? ¿Blancanieves?» (Talbot, 2006:  
0).  
2
Garfield estaba más que preocupado con el estreno televisivo de Death  
Wish en los EE. UU. (de costa a costa) el 10 de noviembre de 1976, y es  
entonces cuando nos muestra la clave de su impacto al afirmar: «Pienso  
que es una película peligrosa […] y la prueba es que diversas personas ya  
han cometido crímenes de vigilante inspirados por la película»  
(
D’Ambrosio, 2011: 260). Incluso sugirió a los directivos de la CBS que  
no la emitiesen (D’Ambrosio, 2011: 260). Este es, con toda probabilidad,  
el fondo del asunto. No las críticas del autor a las escenas de violencia, al  
tratamiento de la escena de la violación o al cambio del final respecto a su  
libro. Nada de eso. En 1976 salió a la luz lo que realmente preocupaba a  
Garfield, porque el equipo de Winner había plasmado, aunque con un  
enfoque distinto al suyo, la esencia de la indefensión y del terror del  
individuo en una sociedad en descomposición, y la había llevado a límites  
insospechados.  
4
. ASPECTOS INTERTEXTUALES  
Un paralelismo evidente es el binomio Heart of Darkness (1899), de  
Joseph Conrad, y su adaptación cinematográfica (también más ruidosa),  
Apocalypse Now (1979). Cuando apartamos el velo, descubrimos que ambos  
binomios no están tan alejados como pudiera parecer. En la novela, el  
capitán Marlow se adentra en primera persona en un viaje abrumador, no  
solo físico y psicológico, sino también moral, al interior del Estado Libre  
del Congo (una gran ironía, lo de libre), controlado directamente por  
Leopoldo II de Bélgica (y no por el gobierno belga). Y este estado libre no  
es otro que el interior de cada persona, y por eso este opresivo viaje puede  
desarrollarse en la guerra de Vietnam, en una cárcel o en el espacio  
exterior, da igual, porque el fondo permanece inalterado. Marlow no va  
allí para matar a nadie (sí, en cambio, Benjamin L. Willard en Apocalypse  
Now), sino para recoger el marfil que se extrae de la explotación de la cual  
Kurtz es propietario. El viaje al interior de la selva es paralelo al viaje  
interior. Y la parte humana (dentro de la deshumanización) es la de ganar  
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terreno, con un Marlow yendo al «más remoto paraje navegable» (Conrad,  
1998: 12), viendo por el camino lo que la civilización estaba haciendo en  
el Congo y encontrando a un Kurtz moribundo («jamás había visto nada  
parecido a la transformación que sufrieron sus facciones […]. Fue como si  
se hubiera rasgado un velo […], gritó dos veces […] –¡El horror! ¡El  
horror!») (Conrad, 1998: 133). Marlow, sin embargo, tenía una imagen  
propia de Kurtz: «lo había tomado por un pintor que escribía en los  
periódicos, o por un periodista que sabía pintar, pero ni siquiera su primo  
[
…] pudo decirme exactamente qué había sido» (Conrad, 1998: 138). Y si  
fuera político, «habría sido un espléndido líder de un partido extremista»,  
le confesó el primo de Kurtz, «¿De qué partido?», «De cualquiera –  
contestó el otro» (Conrad, 1998: 139).  
Apocalypse Now toma un camino igualmente válido para mostrar el  
mismo horror. Y lo hace en la guerra de Vietnam, con más disparos,  
explosiones y violencia que el libro original (tal como lo hizo Death Wish).  
El equipo de Coppola supo transmitir esta inmersión en el horror de  
Marlow/Willard (quien, casualmente, se llama Benjamin). ¿Podía no  
hacerlo? Un empleado descontento de la empresa de Coppola filtró a la  
prensa una nota interna que el director había escrito (Coppola, 1977, s.  
pág.), en la que se puede ver a un Coppola «sincero y duro, paranoico»  
(
Galvin, 2009, s. pág.). La ficción se confunde con la realidad.  
Hay otro aspecto importante de la película Death Wish: muestra  
aquello que importa al poder y lo que es capaz de hacer para conservarlo.  
Cuando bajan las estadísticas de criminalidad, los políticos y la policía no  
quieren detener al vigilante, no quieren matarlo (no desean un “mártir”).  
Solo se les ocurre asustarlo, y para hacerlo recurren al encubrimiento,  
escondiendo pruebas, y a la mentira continuada, esperando que Paul se  
vaya a otra ciudad. En la novela original, los policías son inútiles a la hora  
de resolver cualquier caso, pero no por inutilidad individual, sino porque  
deben seguir unas normas, unas leyes, que ya no funcionan.  
Existe otro punto de vista diferente entre el libro y la película, en  
Death Wish: el final. El final de la novela es cortante, aterrador, y no  
parece tan abierto como cabría suponer en una primera lectura: nos  
muestra la complicidad de la policía (personificada en una sola figura, en  
un solo policía) porque, en el fondo, lo que hace el vigilante le viene muy  
bien. La policía ya está involucrada (probablemente desde las primeras  
muertes), pero no en el sentido que tocaría legalmente. En el film, en  
cambio, la situación malsana de la policía se muestra continuamente (ya no  
hace falta remarcarla en un final como el de la novela) y es Paul quien ha  
de trasladarse a Chicago obligado por el chantaje policial, pero dispuesto a  
continuar el trabajo de vigilante, con el famoso gesto de los dedos en forma  
de pistola apuntando a unos malhechores que molestan a una chica.  
331  
Enric Mas Aixalà  
Hay que hacer hincapié en otro de los puntos fuertes de la novela: la  
crítica mordaz del sistema jurídico-político estadounidense, en boca de los  
personajes (siempre anónimos aunque tengan nombres) o, incluso, del  
propio narrador, capaz de introducir nombres propios de famosos o de dar  
suficientes pistas de los «culpables» de la situación o de los que «facilitan»  
una oportunidad. Así, cuando Paul va a Tucson (Arizona) por trabajo, el  
narrador dispara cosas como que  
aquí todos eran absolutamente de derechas, era el país de Goldwater  
…]. Veían comunistas detrás de cada matorral y querían lanzar bombas  
[
sobre Moscú y Pekín. Tenías derecho a un buen transporte si podías  
comprarte un Cadillac; Tucson no tenía un trasporte público que valiese la  
pena mencionar (Garfield, 1991: 84).  
También una mujer que se encuentra en un bar dispara a matar  
diciendo: «El odio es un sentimiento muy estimulante, ¿no lo sabía? […]  
estaba sentada en la barra pensando en la forma de matar al malnacido de  
mi marido» (Garfield, 1991: 92); y, cuando Paul le pregunta si tiene hijos,  
ella responde: «No estoy preparada para criar a mis hijos, lo ha dicho el  
juez […]. Todo ayuda cuando tu marido es abogado y el juez es amigo  
suyo» (Garfield, 1991: 93). Y, otra vez, el narrador:  
Times Square era como una úlcera, los cuerpos de los rateros dando  
empujones, turistas boquiabiertos, hombres prostituidos haciéndose el  
gallito […] Parejas de policías cada pocos metros: todos sobornados, o, si  
no, la mitad de la gente que corría por allí debería haber sido arrestada  
(
Garfield, 1991: 109).  
Son algunos ejemplos de un constante goteo que, a lo gota china,  
acaba provocando al lector un efecto psicológico de terrible empatía con  
los personajes que padecen cotidianamente los abusos del sistema, no tanto  
individual, sino colectivo, como una conspiración. Y, como lector, es  
realmente fácil cambiar la imagen de los personajes por personas reales,  
anónimas, que sufren; o, incluso, por gente próxima (conocidos, amigos,  
familiares) que padecen o han tenido que soportar y tragar. Garfield  
consigue este efecto de una forma visual y con un estilo llano, directo y  
muy efectivo. Winner lo tuvo fácil al fotografiarlo. El acierto del film  
reside en que es capaz de destilar ese fuerte brebaje y concentrar todo su  
hedor en esa gota que va cayendo al espectador, que sufre como sufren los  
personajes y que solo necesita de un gesto, de una inmundicia visual, de  
una mueca perforante, para sentir la injusticia en su piel.  
332  
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. LA ESTELA DE LA ADAPTACIÓN  
5
Garfield reniega tanto del resultado del film de Winner-Bronson que  
escribe una secuela, Death Sentence (1975). La primera parte del libro sigue  
la línea de Death Wish, pero, a partir de cierto nivel, da un giro, demasiado  
forzado, como si el autor planease censurarse a sí mismo, subsanar errores.  
Parece como si Garfield traicionara el espíritu de su propio personaje. La  
pregunta clave es: si la película no se hubiera estrenado nunca, ¿hubiera  
escrito una segunda parte? Si la respuesta es no (como se desprende de las  
declaraciones del propio autor [Tranter, 2008: s. pág.]), conviene señalar  
que suele ser una mala práctica, para un escritor, hacer lo que hizo  
Garfield. Y la prueba la tenemos no tanto en las secuelas fílmicas como en  
la adaptación de Death Sentence del 2007, en la que se vuelve a adoptar el  
trasfondo de la historia, de la psicología tan llana, tan real, de Paul (ahora  
Nick), con resultados todavía más directos y brutales que en cualquiera de  
sus dos novelas. Además, en este caso también encontramos el espíritu de  
la historia inicial, pero con la parte de brutalidad de las anteriores películas  
de Winner (y no solo en la parte final, como alega Garfield [Tranter,  
2008: s. pág.]). No deja de ser curioso que el escritor defienda esta  
adaptación cinematográfica (exceptuando su último tercio) del director,  
James Wan, alegando que «estaba muy bien dirigida», o que «teniendo en  
cuenta el presupuesto limitado […] pensé que había hecho un excelente  
trabajo al establecer la situación y su entorno, y al mostrarnos los  
personajes desarrollados en el buen guion de Jeffers» (Tranter, 2008: s.  
pág.). La respuesta quizás la encontramos en el hecho de que, a diferencia  
de las secuelas anteriores, en este proyecto sí estaba implicado Garfield,  
aunque terminaron rechazando el guion que él mismo había escrito para  
ofrecerle su redacción a Ian Mackenzie Jeffers (Tranter, 2008: s. pág.).  
Las secuelas fílmicas de Death Wish carecen de la huella de Garfield,  
pero hay que hacer una pequeña parada en Death Wish II (1982), también  
dirigida por Michael Winner, para enriquecer las aportaciones del lenguaje  
fílmico a la historia. En apariencia, podría tratarse de una secuela sin  
trascendencia, de las que tanto abundan en las pantallas (tan en boga  
actualmente), pero, al leer algunos comentarios sobre la película, un  
análisis detallado aflora algo oculto y realmente impactante. Así, Roger  
Ebert, en su crítica de Death Wish II, se vio obligado a dar «una palabra de  
explicación» (Ebert, 1982: s. pág.) de por qué adjudicó una valoración “sin  
estrellas” a la película (cuando la menor puntuación que otorgaba  
normalmente era de media estrella) y puesto que solo daba esta valoración  
a películas «artísticamente ineptas y moralmente repugnantes» (Ebert,  
1
982: s. pág.). ¿Qué es lo que le pareció tan repugnante? Resulta que en  
toda su crítica no lo menciona. Solo habla de «una serie de asesinatos  
tontos» (Ebert, 1982: s. pág.) y el hecho de no analizar en profundidad  
qué le hizo adoptar tales calificativos resulta tan inquietante como la propia  
333  
Enric Mas Aixalà  
película. Tenemos una pista en uno de los aspectos más notables de la  
novela de Garfield Death Wish: interiorizar el horror insoportable que  
sufren personas anónimas cada día. El equipo de Death Wish II asimiló esa  
esencia de la novela original y la personificó (otra vez) en la hija de Paul,  
Carol, aunque a un ritmo mayor y sin dilaciones. Después de ser violada  
en la trama de la primera película y quedar en estado catatónico, se retoma  
la historia inmediatamente después, aunque pasados ocho años en tiempo  
real para los espectadores de los estrenos de ambas películas, con Carol  
internada en un hospital psiquiátrico (otro hecho inquietante: las dos  
perspectivas del tiempo funcionan a la vez y son aplicables al mismo  
tiempo en Death Wish II, donde pueden haber pasado dos días u ocho años).  
Carol va mejorando y, aunque no ha recuperado el habla, comprende lo  
que le dicen Paul y su nueva pareja (Geri), les acompaña en sus paseos  
(
donde visitan mercadillos y toman helados) y se hace entender con la  
mirada y gestos aparentemente normales. Hay esperanza... pero dura poco.  
De repente, la secuestran y la violan por segunda vez. Es en esta escena  
donde la película se sale del marco otorgado a las secuelas sin interés.  
¿
Cómo alguien puede resistir una segunda violación cuando todavía se está  
recuperando de la primera? Es inevitable pensarlo mientras se visiona la  
película. Y la actitud del personaje de Carol es abrumadora: acepta la  
violación sin reaccionar, ante la atónita mirada del violador, que la acaricia  
e incluso le habla para intentar convencerla de lo que va a hacer. Esta  
escena es tan terriblemente actual, casi cuarenta años después, que  
entristece y enfurece a partes iguales.  
El impacto de Death Wish se muestra en muchos niveles sociales, desde  
la literatura hasta los videojuegos, pasando por la música, la televisión y,  
cómo no, la política. Pero el verdadero peso de la historia se encuentra en  
la consciencia personal y social del mundo en el que vivimos. En un  
mundo donde los índices de criminalidad no hacen más que aumentar, o –  
para referir una realidad más próximaen un país civilizado donde las  
grandes ciudades hierven de indefensión, de impotencia, de desconcierto,  
el personaje de Paul Benjamin no puede ser más actual. Y es que, ¿cuánto  
horror puede soportar una persona, mantenerse sin hacer nada y no  
enloquecer?  
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