Zama y la identidad fragmentada:  
lectura de una transposición  
Zama and the fragmented identity:  
a transposition interpretation  
LUCÍA GONZÁLEZ MAKOWSKI  
Resumen: El siguiente trabajo  
Abstract: The following essay  
presents an interpretation about the  
cinematographic transposition made  
by filmmaker Lucrecia Martel about  
propone una lectura sobre la  
transposición cinematográfica que  
realiza la directora Lucrecia Martel  
sobre Zama (1956), obra literaria del  
autor Antonio di Benedetto. Para  
ello, se tendrán en consideración  
algunas cuestiones teóricas sobre el  
concepto de transposición que luego  
serán de utilidad para pensar esta  
operación en concreto.  
Zama (1956),  
a literary work by  
Antonio di Benedetto. To this end,  
we are going to take into account  
some theoretical questions about the  
concept of transposition, in order to  
think about this specific operation.  
Palabras clave: Antonio di  
Benedetto, Lucrecia Martel, Zama,  
transposición, identidad.  
Key Words: Antonio di Benedetto,  
Lucrecia Martel, Zama, transposition,  
identity.  
Trasvases entre la literatura y el cine, 2, 2020, págs. 315-324  
ISSN-e: 2695-639X  
DOI: 10.24310/Trasvasestlc.vi2.7599  
Lucía González Makowski  
INTRODUCCIÓN  
En el prólogo sobre el libro de Foucault Marx, Freud y Nietzsche,  
Eduardo Grüner (2005) plantea la cuestión de la interpretación no como  
un intento de ser fiel a lo que los autores han querido manifestar, como si  
hubiera un sentido único que debe ser descubierto, sino que se destaca la  
idea de la interpretación como un campo de batalla. Las interpretaciones  
que se realizan en una época y dentro de una cultura se encuentran  
afectadas sin dudas por el contexto cultural, ético y político en el cual se  
inscriben, dejando traslucir la mirada que sobre sí misma tiene  
determinada sociedad. En este sentido, lo que se destaca es la potencia  
transformadora del acto de interpretación como herramienta crítica.  
Según comenta el autor, trayendo a colación un texto de Susan Sontag, la  
interpretación no debe quedar relegada ante la idea de transformación,  
sino que debe ser el instrumento de la transformación misma. Según  
apunta, «la interpretación puede ser una herramienta de crítica, de “puesta  
en crisis” de las estructuras materiales y simbólicas de una sociedad, en  
polémica con otras interpretaciones que buscan consolidarlas en su  
inercia» (Grüner, 2005: 2). La interpretación entonces cobra la potencia  
de una intervención capaz de generar un nuevo reparto de sentido y de las  
relaciones materiales. Una política de la interpretación serviría entonces  
para des-totalizar los relatos que construyen las representaciones que  
tienen las sociedades sobre sí mismas para re-totalizarlos según otras  
estrategias interpretativas. Es a partir de esta idea que se busca cuestionar  
de manera crítica la construcción hegemónica del sentido y la producción  
de subjetividades: «el conflicto de las interpretaciones pone en escena  
también, entonces, una lógica de la producción de subjetividades que no  
están ni definidas a priori ni confirmadas a posteriori» (Grüner, 2005: 3).  
Para dar contexto a estas ideas sobre la interpretación, debemos tener  
en cuenta la lectura que hace Foucault sobre tres figuras que han  
cuestionado los modos de interpretación establecidos y a las cuales  
considera fundadoras del discurso de la modernidad: Marx, Freud y  
Nietzsche. En ellos la interpretación no cumple la función de comprensión  
del sentido original o develación del sentido oculto de las cosas, sino que  
es un mecanismo político de construcción de discursos hegemónicos y su  
esfuerzo teórico ha sido el de echar luz sobre esta operación para  
desarmarla y mostrar así su carácter ideológico, es decir, mostrar el  
artificio sobre el que se construye el sentido común: «La interpretación,  
pues, no está destinada a disolver “falsas apariencias” de la cultura, sino a  
mostrar de qué manera esas “apariencias” pueden expresar una cierta  
verdad que debe ser construida por la interpretación» (Grüner, 2005: 6).  
Por su parte, en Teoría de la interpretación, Paul Ricoeur despliega en  
cuatro ensayos su teoría sobre el discurso como dialéctica del  
acontecimiento y el sentido: «el acontecimiento es la experiencia  
316  
Zama y la identidad fragmentada: lectura de una transposición  
entendida como expresión, pero es también el intercambio subjetivo en sí,  
y la comunicación con el receptor. Lo que se comunica en el  
acontecimiento del habla no es la experiencia del hablante como esta fue  
experimentada, sino su sentido» (Monges Nicolau, 2017: 10). Una de las  
cuestiones que plantea en el segundo ensayo, «Habla y escritura», es  
aquella vinculada a la complejidad que presenta la interpretación de los  
textos escritos. Por un lado, desestima que la consideración de la figura del  
autor tenga un rol único y determinante para la comprensión del sentido  
del texto y es aquí donde aparece la noción de autonomía semántica, que  
separa lo que el autor quiso decir de lo que el texto significa, rompiendo  
así con las lecturas psicologistas sobre el autor y dando cuenta de que el  
texto trasciende el tiempo finito de quien lo escribe. Sin embargo, Ricoeur  
advierte sobre otra posibilidad que denomina la falacia del texto absoluto: «la  
falacia de hacer del texto una entidad hipostática sin autor» (Ricoeur,  
2
017: 43). Por ello es importante tener en cuenta que esta visión no anula  
el rol del autor, sino que admite la dimensión dialéctica entre el  
acontecimiento y el sentido. A su vez, entra en juego la figura del lector,  
que en la teoría es un lector desconocido y universal. Todo aquel que sepa  
leer podrá acceder a cualquier texto. Aquí se habilita nuevamente la lógica  
de la dialéctica entre el sentido y el acontecimiento que se exhibe en la  
escritura: «por una parte, es la autonomía semántica del texto la que  
permite la variedad de lectores potenciales y, por así decirlo, crea al  
público del texto. Por otro lado, es la respuesta del público la que hace al  
texto importante y, por lo tanto, significante» (Ricoeur, 2017: 44). Estas  
reflexiones nos dan una pista clave para comprender la naturaleza de la  
interpretación como campo de batalla: «es parte del sentido de un texto el  
estar abierto a un número indefinido de lectores y, por lo tanto, de  
interpretaciones. Esta oportunidad de múltiples lecturas es la contraparte  
dialéctica de la autonomía semántica del texto» (Ricoeur, 2017: 44).  
Nos valdremos de estas pistas conceptuales para intentar realizar la  
lectura de una transposición de la literatura al cine.  
1
. LA BATALLA POR LA HISTORIA  
A
continuación, nos proponemos realizar un análisis de la  
transposición de la película Zama, dirigida por Lucrecia Martel, basada en  
la novela del mendocino Antonio di Benedetto. Vamos a adentrarnos  
entonces en qué es lo que ocurre cuando se intenta llevar una obra literaria  
al cine. Es importante aclarar que por transposición entenderemos, según lo  
que hemos dicho, la interpretación crítica de un texto sobre otro, lo cual  
genera un campo de batalla hermenéutico. A diferencia de la adaptación, o  
cualquier procedimiento que sostenga el mito de la fidelidad, se entiende  
entonces que cada texto es un lenguaje con procedimientos y formas  
propias. Según Ricoeur, «la inscripción del discurso es la transcripción del  
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Lucía González Makowski  
mundo, y la transcripción no es duplicación, sino metamorfosis» (Ricoeur,  
2
017: 54).  
Ahora bien, centrándonos en un primer momento en la obra de  
Benedetto, podemos decir que su narrativa ha atraído el interés de varios  
cineastas en el intento de llevar sus novelas a la pantalla grande. Él mismo  
ha estado involucrado en el mundo del cine a través de su trabajo  
periodístico como cronista y crítico cinematográfico, e incluso como  
guionista. Hasta la actualidad, tres obras del autor han sido llevadas al cine:  
en 2007 Juan Villegas estrenó su versión de Los Suicidas, Fernando Spiner  
realizó una adaptación de Aballay en el año 2010, y finalmente en 2017  
Lucrecia Martel estrenó luego de nueve años de trabajo su versión de  
Zama. Nicolás Sarquís ya había intentado previamente convertirla en un  
film, con guion de Ricardo Piglia, pero la película quedó inconclusa por  
dificultades económicas.  
Repasando la versión literaria, podemos decir que Zama no se  
construye como una «novela histórica», sino como una novela de un  
momento pasado. Sus descripciones no buscan reconstruir hechos  
históricos verídicos o corroborables, así como tampoco se dan demasiadas  
pistas en el relato sobre el contexto geopolítico en el cual la novela  
transcurre. En cambio, se vale de sugerencias y rodeos para ir creando un  
contexto propio, ciertas descripciones que no traen datos concretos, ni  
siquiera sobre la locación en la que transcurre la novela, que nunca se  
nombra. Lo que predomina en su narrativa es el estado meditabundo del  
protagonista don Diego de Zama, que cavila sobre su porvenir, fundido  
entre paranoias, sueños y la vida cotidiana, en un tiempo presente que se  
ensancha hasta volverse envolvente y estanco:  
Algo en mí, en mi interior, anulaba las perspectivas exteriores. Yo  
veía todo ordenado, posible, realizado o realizable. Sin embargo, era  
como si yo, yo mismo, pudiera generar el fracaso. Y he aquí que al mismo  
tiempo me juzgaba inculpable de ese probable fracaso, como si mis culpas  
fueran heredadas, y no me importaba demasiado: disponía como de una  
resignación previa, porque percibía que, en el fondo, todo es factible,  
pero agotable (Benedetto, 2018: 146).  
Para la versión en lenguaje cinematográfico, Martel sostiene varias de  
estas cuestiones, sobre todo rechazando crear una película histórica;  
tampoco aclara en su relato que los sucesos ocurran en Asunción del  
Paraguay, como se sugiere en las dos versiones. Simplemente podemos  
deducir que transcurren en algún lugar del Virreinato del Río de la Plata,  
descartando Buenos Aires. Martel sin duda juega con las pistas de la  
temporalidad, mezclando estilos y elementos de diversas épocas que no  
solo se vislumbran en lo visual, sino también en lo sonoro-musical. Ambos  
autores le restan importancia a la congruencia histórica de los hechos,  
318  
Zama y la identidad fragmentada: lectura de una transposición  
valiéndose de recursos anacrónicos o incongruentes. Uno de los tantos  
ejemplos visibles en la película se encuentra en los mensajeros negros  
vestidos con taparrabo, que, al mismo tiempo, usan pelucas blancas y  
trajes de la nobleza española. A este respecto Martel comenta en una  
entrevista:  
para mí los argentinos somos muy eso: la peluca blanca en un país  
que te hace transpirar, una peluca blanca absurda en medio de las calles de  
tierra. Me parecía que esa imagen, que es falsa históricamente porque en  
el siglo dieciocho, en la colonia, un mensajero no usaba peluca, iba a  
narrar el absurdo de pretender ser cosas que no somos, como no aceptar  
la mezcla, la heterogeneidad (2017a: s. pág.).  
Asimismo, es reconocible en la obra literaria, por ejemplo, un  
lenguaje actual que desconoce las expresiones y la lengua antigua, mientras  
que, en el film, diversas lenguas indígenas, pertenecientes a distintos  
territorios de América Latina, se entremezclan en el relato junto con  
ciertas tonadas españolas y criollas, que no guardan muchos cuidados de  
fidelidad histórica. Estos recursos generan un solapamiento de  
temporalidades, o una no temporalidad, creando una época única, y por  
eso inexistente.  
Es importante mencionar que se ha comentado mucho sobre la  
dificultad de realizar una transposición al cine de la literatura de  
Benedetto. Gran parte de la novela transcurre a través de los estados  
psicológicos y anímicos de su personaje principal, que reflexiona sobre su  
entorno, sus deseos  
e imaginación, sus paranoias, pivoteando  
constantemente entre lo real y lo onírico. El que relata es Diego de Zama  
en primera persona, y todo lo que llega al lector es a través de su filtro:  
Con su pequeña ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con  
precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El  
agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo  
hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo  
llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba  
él, por irse y no, y ahí estábamos.  
Ahí estábamos, por irnos y no (Benedetto, 2018: 11).  
El relato es simple, y va creando una atmósfera inquietante, como si  
una bruma cubriera todo lo que ocurre generando un pasaje casi  
imperceptible, y por ello sumamente perturbador, entre lo onírico y lo  
real. Don Diego comparte sus pensamientos, sus esperanzas y también su  
autodestrucción consciente, nos arrastra en sus reflexiones pausadas y  
melancólicas, siempre solitarias: «Me pregunté, no por qué vivía, sino por  
qué había vivido. Supuse que por la espera y quise saber si aún esperaba  
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Lucía González Makowski  
algo. Me pareció que sí. Siempre se espera más» (Benedetto, 2018: 286).  
Es notorio cómo en ambos lenguajes la construcción de la narrativa es  
fragmentaria. Lo que en la novela se configura a partir de un monólogo  
interior, en el film adquiere lugar a través de voces polifónicas, que se  
escurren en las imágenes muchas veces sin dejar ver su procedencia. En la  
película, Martel va dejando un sinnúmero de detalles en un segundo plano.  
Así, el film no está configurado para poder seguir el argumento de narices,  
sino que se arma de capas que van presentando una atmósfera sugerida no  
solo por lo que vemos, sino por lo que escuchamos. En una entrevista  
Martel cuenta:  
cuando vos querés decir o describir una cosa, tenés que elegir cientos  
de micropartículas para llegar a eso […] lo no dicho y lo sugerido tiene  
más ambigüedad, y entonces se va a errar menos que si lo pongo a  
Ventura o a Zama diciendo todo el texto. En cambio, es mejor dispersar  
el concepto en un montón de pequeños detalles (2017a: s. pág.).  
Lo fragmentario entonces se convierte para ambos autores en una  
insignia de sus obras, deviniendo no solo en lo que quieren mostrar, sino  
en el procedimiento mismo de construcción en ambos lenguajes. Este  
procedimiento es justamente lo que tienen en común la novela y el film.  
2
. LA IDENTIDAD EN SUSPENSO  
Mientras que Benedetto escribe esta novela como parte de una trilogía  
que trata sobre la espera, Martel asegura que lo que a ella la atrapó de la  
lectura de Zama fue el tema de la identidad: «Lo que más me impactó fue  
el asunto de la identidad. Cómo uno se va metiendo en un carril que  
después hay que sostener. Inventaste tu vida, pusiste unos rieles, unos  
coches-cama, la máquina. Pero después, te das cuenta de que eso no era lo  
que te constituía» (Martel, 2017b: s. pág.).  
A lo largo de la novela es notorio cómo esta cuestión va surgiendo en  
el relato de don Diego. Hay un conflicto muy grande en la identidad del  
ex-corregidor, y una tendencia a esperar el reconocimiento de la imagen  
que desea tener de él mismo en los otros. Algunas citas nos dan esta pista  
desde el comienzo de la novela, cuando don Diego ya empieza a transmitir  
en su relato la decadencia de la burocracia española y, junto con ello, el  
conflicto identitario y la incapacidad de aferrarse a elementos que lo  
sostengan de un lado u otro. Aparece entonces al comienzo del libro el  
hijo de Indalecio, quien afirma: «En el viaje le he dicho quién era el doctor  
don Diego de Zama» (Benedetto, 2018: 24). El hecho trae a la memoria  
de don Diego la imagen de una identidad en la que desea reconocerse,  
pero de la que ya no queda nada, salvo un resabio fantasmagórico al que se  
aferra en ilusiones «Tal vez ese Zama que pretendía parecerse al Zama  
320  
Zama y la identidad fragmentada: lectura de una transposición  
venidero se asentaba en el Zama que fue, copiándolo como si arriesgara,  
medroso, interrumpir algo», reflexiona don Diego (Benedetto, 2018:  
2
5), pero que termina de despojarlo de cualquier posibilidad de  
afirmación prospectiva, enclavándolo en un tiempo ni pasado ni futuro,  
como un presente degradado: «¡El doctor don Diego de Zama!... El  
enérgico, el ejecutivo, el pacificador de indios, el que hizo justicia sin  
emplear la espada» (Benedetto, 2018: 24).  
Zama padece la crisis identitaria propia del hombre americano blanco  
durante la época de la colonia. Don Diego no se reconoce americano ni  
español. Para este personaje sin identidad, ambos autores crean un no  
lugar, de un eterno tiempo presente, en el que no se termina de distinguir  
lo real de lo ilusorio. Comenta Martel en una entrevista:  
Nuestra Argentina se construyó a sí misma de una manera alienada,  
loca, como si fuésemos un país europeo, un país, te diría, post-europeo. Y  
vivimos así. No hay un porteño de clase media que vea una persona  
morocha bajita y no sienta que es un extranjero, cuando todo nuestro  
norte se parece tantísimo a Perú y a Bolivia. Es tan flagrante la no  
coincidencia que hay entre lo que la Argentina cree que es y lo que no es  
(
2017a: s. pág.).  
En la novela, Zama deja traslucir su aspiración a pertenecer a la  
identidad europea, por ejemplo, dejando en claro su preferencia sexual  
por las mujeres blancas y españolas. Otro artilugio que funciona como  
espejo para las contradicciones de don Diego son las figuras de Ventura  
Prieto y Vicuña Porto, representando el primero la identidad española y el  
segundo el imaginario latinoamericano. Este último se ha revelado contra  
la conquista española, vive fuera del orden, en la marginalidad de lo  
colonial, no reconociendo sus poderes ni reglas. Zama, entonces, espera  
su traslado a una ciudad española, o al menos a una ciudad principal de la  
colonia de América. Su anhelo es trasladarse junto a su mujer, Marta, y sus  
hijos para tener la vida que, según se figura, merece un hombre que ha  
sido corregidor y asesor letrado de la Corona. Paradójicamente, todos sus  
esfuerzos por lograr este objetivo lo llevan al final del relato a las  
profundidades de la selva sudamericana, como si lo inevitable fuera  
hundirse en la América profunda que tanto negó. En la película los planos  
cerrados en los espacios interiores durante la primera parte impiden armar  
una imagen de la totalidad del espacio, reiteran la composición  
fragmentaria que afianza la sensación de que es imposible forjar una idea  
completa y fija. Son compartimentos que podrían reflejar los pensamientos  
de don Diego, que, difusos, intentan armar la idea de una identidad que es  
incapaz de articularse, que más bien dejará relucir la sensación de  
irrealidad y ofuscamiento. Solo en la segunda parte del film, los planos se  
abren mostrando la América de la que don Diego ha querido escapar.  
321  
Lucía González Makowski  
A su vez, el sujeto aparece fragmentado también por medio de la  
mirada de los otros. Martel transpone los monólogos de la novela en la  
figura de niños que a veces se traducen en palabras de admiración y otras  
en melancolía. En la novela, don Diego siempre anhela la reconstrucción  
de su identidad a partir de miradas ajenas. Uno de estos momentos está  
representado por su deseo de tener un hijo: «Quise ser padre. Ser padre  
nuevamente, con hijo allí mismo, donde yo estaba, que pudiese  
entregarme una mirada de cariño cuando yo pusiese en él mis ojos y mi  
desolación» (Benedetto, 2018: 150). En la película es importante ver  
cómo en la mirada de los otros se incluye la de los animales, que aparecen  
de una manera inquietante interrogando no solo a los personajes, sino que  
parecen mirar a cámara, cómplices de los espectadores en un mutismo  
intraducible.  
3. LA POTENCIA DEL FRAGMENTO  
Lucrecia Martel ha sido enmarcada entre los autores “realistas” del  
Nuevo Cine Argentino por una gran mayoría de críticos. Sin embargo, es  
importante aclarar que lo real no se presenta como totalidad, sino, según  
hemos venido desarrollando, como un conjunto de fragmentos. El nuevo  
realismo en el que se ubica a Martel no es por una lectura fiel de la  
realidad, por una traducción que intenta develar el trasfondo de los  
relatos, sino que hace referencia al modo en que sus personajes  
experimentan el mundo, a cómo lo perciben. Se trataría de un realismo, si  
es necesario mantener el nombre, más sensorial que ideal.  
Ahora bien, aquello que nos resulta interesante remarcar es que,  
primero Benedetto y luego Martel, transponen en una hermenéutica  
singular la vida de un sujeto: el primero, lleva una época histórica a un  
relato literario; y la segunda, este relato a una película. Sin embargo, lo  
propio de ambos es que rompen cualquier lógica de fidelidad a eso que  
interpretan, mostrando el artificio mismo para des-totalizar el sentido  
naturalizado. Así, la época histórica en la novela de Benedetto es  
fragmentada, dislocada, con un lenguaje que la rearma para presentarnos  
otra realidad que evidencia la construcción de aquella a la cual  
supuestamente se refiere. Así sucede, a la vez, con la película de Martel.  
Con otro lenguaje, pone en primer plano los procedimientos de  
construcción de los relatos, no solo para evidenciarlos, sino también para  
mostrar cómo todo relato (sea histórico, literario y/o cinematográfico) se  
funda en un artificio.  
Ahora bien, lo central de ambos gestos hermenéuticos, es que ellos no  
emplean los procedimientos hegemónicos del realismo vacuo que intenta  
naturalizar y presentar las imágenes “tal cual son”, como duplicaciones  
fieles a los hechos. Antes, se encargan de afilar procedimientos que  
dislocan cualquier idea de fidelidad y/o realidad, aunque no por ello  
322  
Zama y la identidad fragmentada: lectura de una transposición  
renuncian a gestar una atmósfera sensible propia de la condición misma de  
los sujetos involucrados (y creados) en los relatos. De esta forma,  
muestran no tanto que la historia es un relato, sino que es un campo  
sensible en permanente disputa: o sea, un campo de batalla. Por esto, se  
trata de una novela y una película que recuperan una idea de historia  
concebida desde sus procedimientos de construcción, esto es, según sus  
materialidades.  
Es posible decir, entonces, que la hermenéutica que practican no tiene  
que ver tanto con una práctica acotada a lo discursivo, una que busca  
develar sentidos, sino con una serie de prácticas que apuntan a la  
materialidad misma del sentido. Es decir, a las relaciones con las cuales se  
construye el mismo. En ambos casos se trata, como dijimos, de una  
transposición: en el primero de una época histórica a la literatura, en la  
segunda de la literatura al cine, y, a pesar de dichas diferencias, mantienen  
una hermandad (o sororidad) en cuanto es perceptible la misma operación  
de fondo; esto es, no una configuración del sentido que lo encuentra como  
algo previo a sus propias prácticas artísticas, la literatura en uno y el cine  
en la otra, sino que lo vuelven audible y visible es decir, sensible, como un  
sentido experimentado sensorialmente a través de los mismos materiales que  
ponen en obra. Se trata, por lo tanto, de hermenéuticas materialistas que  
destotalizando presupuestos (de lo que es una época, o lo que significa un  
libro), se abren a esa pregunta salvaje que recorre todos los materialismos:  
el cómo se construye la realidad y su sentido. En ello, la relevancia de la  
construcción de la identidad «Zama», no «de» Zama, que ambos ensayan,  
muestra que lo que prima es el detalle de los fragmentos que no encajan, o  
sea, una identidad fragmentada.  
BIBLIOGRAFÍA CITADA  
BENEDETTO, Antonio di (2018), Zama, Buenos Aires, Adriana Hidalgo  
Editora.  
GRÜNER, Eduardo (2005 [1969]), «Foucault: una política de la  
interpretación», Topos  
y
tropos, 3, págs. 1-9 [En línea:  
http://www.toposytropos.com.ar/N3/pdf/gruner.pdf. Fecha de  
consulta: 10/03/2020].  
MARTEL, Lucrecia (2017a), «El cine como arte de la dispersión, o un  
martel.html. Fecha de consulta: 20/04/2020].  
MARTEL, Lucrecia (2017b), «No puedo avalar con mi película las fantasías  
violatorias» [En línea:  
https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/lucrecia-martel-no-puedo-  
avalar-con-mi-pelicula-las-fantasias-violatorias-nid2066908. Fecha de  
consulta 20/04/2020].  
323  
Lucía González Makowski  
MONGES NICOLAU, Graciela (2017), «Prefacio», en P. Ricoeur, Teoría de la  
interpretación. Discurso y excedente de sentido, México, Siglo XXI.  
RICOEUR, Paul (2017), Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de  
sentido, México, Siglo XXI.  
Fecha de recepción: 29/01/2020.  
Fecha de aceptación: 18/05/2020.  
324