Zama y la identidad fragmentada: lectura de una transposición
venidero se asentaba en el Zama que fue, copiándolo como si arriesgara,
medroso, interrumpir algo», reflexiona don Diego (Benedetto, 2018:
2
5)–, pero que termina de despojarlo de cualquier posibilidad de
afirmación prospectiva, enclavándolo en un tiempo ni pasado ni futuro,
como un presente degradado: «¡El doctor don Diego de Zama!... El
enérgico, el ejecutivo, el pacificador de indios, el que hizo justicia sin
emplear la espada» (Benedetto, 2018: 24).
Zama padece la crisis identitaria propia del hombre americano blanco
durante la época de la colonia. Don Diego no se reconoce americano ni
español. Para este personaje sin identidad, ambos autores crean un no
lugar, de un eterno tiempo presente, en el que no se termina de distinguir
lo real de lo ilusorio. Comenta Martel en una entrevista:
Nuestra Argentina se construyó a sí misma de una manera alienada,
loca, como si fuésemos un país europeo, un país, te diría, post-europeo. Y
vivimos así. No hay un porteño de clase media que vea una persona
morocha bajita y no sienta que es un extranjero, cuando todo nuestro
norte se parece tantísimo a Perú y a Bolivia. Es tan flagrante la no
coincidencia que hay entre lo que la Argentina cree que es y lo que no es
(
2017a: s. pág.).
En la novela, Zama deja traslucir su aspiración a pertenecer a la
identidad europea, por ejemplo, dejando en claro su preferencia sexual
por las mujeres blancas y españolas. Otro artilugio que funciona como
espejo para las contradicciones de don Diego son las figuras de Ventura
Prieto y Vicuña Porto, representando el primero la identidad española y el
segundo el imaginario latinoamericano. Este último se ha revelado contra
la conquista española, vive fuera del orden, en la marginalidad de lo
colonial, no reconociendo sus poderes ni reglas. Zama, entonces, espera
su traslado a una ciudad española, o al menos a una ciudad principal de la
colonia de América. Su anhelo es trasladarse junto a su mujer, Marta, y sus
hijos para tener la vida que, según se figura, merece un hombre que ha
sido corregidor y asesor letrado de la Corona. Paradójicamente, todos sus
esfuerzos por lograr este objetivo lo llevan al final del relato a las
profundidades de la selva sudamericana, como si lo inevitable fuera
hundirse en la América profunda que tanto negó. En la película los planos
cerrados en los espacios interiores durante la primera parte impiden armar
una imagen de la totalidad del espacio, reiteran la composición
fragmentaria que afianza la sensación de que es imposible forjar una idea
completa y fija. Son compartimentos que podrían reflejar los pensamientos
de don Diego, que, difusos, intentan armar la idea de una identidad que es
incapaz de articularse, que más bien dejará relucir la sensación de
irrealidad y ofuscamiento. Solo en la segunda parte del film, los planos se
abren mostrando la América de la que don Diego ha querido escapar.
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