Antonio Santos,  
Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine,  
Madrid, Cátedra, 2019.  
Este libro de Antonio Santos, profesor de la Universidad de Cantabria,  
es en buena medida un monográfico sobre literatura y cine. Su autor,  
especialista consumado en dos de los grandes cineastas japoneses, Kenji  
Mizoguchi y Yasujiro Ozu, a los que ha dedicado dos espléndidos libros en  
la misma colección, «Signo e imagen», de la editorial Cátedra, en la que  
también se inscribe Tiempos de ninguna edad, se ha interesado habitualmente  
por las relaciones entre ambos medios artísticos. En sus múltiples  
acercamientos a los citados directores, siempre ha estado atento a la  
procedencia literaria de las películas (varias de ellas basadas en textos  
prácticamente desconocidos en nuestro país), y dedicó además un estudio a  
las adaptaciones de nuestra obra cumbre, El sueño imposible: aventuras  
cinematográficas de Don Quijote y Sancho (Santander, Fundación Marcelino  
Botín, 2006).  
En Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, precioso título que hace un  
guiño a su anterior libro, Tierras de ningún lugar. Utopía y cine (Madrid,  
Cátedra, 2017), con el que forma un singular díptico, aborda los orígenes  
literarios de la extensa filmografía que estudia, dando como resultado nada  
menos que casi medio centenar de fuentes primarias en la bibliografía. Pero  
no se trata solo de adaptaciones, sino también del venero de fuentes clásicas  
que Antonio Santos despliega para relacionarlas con las distopías y,  
finalmente, con las utopías en un breve capítulo final. Así, por ejemplo, en  
el apartado que le dedica a Elysium termina citando La Eneida.  
Entre todos estos textos, no podían faltar, naturalmente, los célebres  
puntales de las distopías literarias, Un mundo feliz y 1984, «imprescindibles  
por inaugurar la mayoría de las líneas argumentales sobre las que se  
construyen las novelas y películas de naturaleza distópica» (pág. 12), pero  
emergen asimismo en sus disertaciones muestras del género menos  
conocidas como Nosotros (1924) de Yevgueni Zamiatin o El destino de la  
Tierra (1982) de Jonathan Schell, y éxitos más recientes como las series Los  
juegos del hambre de Suzanne Collins y Divergente de Verónica Roth. Esto  
confiere al conjunto una gran variedad de referentes y demuestra que el  
Trasvases entre la literatura y el cine, I, 2019, págs. 227-229  
ISSN-e: 2695-639X  
DOI: 10.24310/Trasvasestlc.v1i0.7463  
Ana María Aragón Sánchez  
cine, para construir sus relatos, ha puesto su mirada en textos literarios de  
muy distinta calidad y trascendencia, sin que esto determine sus logros.  
Si ese despliegue sin prejuicios, que constituye una auténtica summa de  
la literatura y el cine distópicos, es muy de agradecer, la otra virtud principal  
de este libro, en cuanto a sus planteamientos teóricos, es que el autor no  
concibe distopía como antónimo de utopía, según podría pensarse  
precipitadamente. El profesor Santos funda su estudio en la idea, ya  
expuesta por otros investigadores, de que la distopía constituye, en todo  
caso, el «reverso tenebroso de la utopía», pero «ambas parten, en su  
esencia, de unos mismos fundamentos; unas bases comunes que el  
constructor distópico pervierte y desfigura» (pág. 11). Por eso no todos los  
textos literarios y fílmicos que repasa el autor responden al paradigma de la  
ciencia ficción, ya que la tiranía como forma de gobierno o «el dolor, el  
miedo y la opresión» como ejes del relato, no solo proyectan su oscura  
sombra hacia el futuro, sino que nos hablan del pasado y el presente de la  
Humanidad. De manera consecuente, en este libro desfilan títulos como  
Viva la libertad, Tiempos modernos, El triunfo de la voluntad, Saló o los 120 días  
de Sodoma o El evangelio de las maravillas, que el lector seguramente no espere  
en un estudio sobre distopías, y una nueva sorpresa surge cuando  
encontramos un capítulo sobre «Bestiópolis: la utopía animal», que incluye  
no solo las adaptaciones de Rebelión en la granja y El planeta de los simios, sino  
también Hormigaz y Dinotopía. Y es que los mismos títulos de los bloques  
temáticos revelan que este no es un monográfico convencional y que traza  
una suerte de “Historia Distópica de la Humanidad” a través de la literatura  
y el cine: «De la eutopía a la distopía», «Distopía: en futuro imperfecto»,  
«
Hombres y máquinas», «Noticias de la sociedad biónica», «Demodistopías:  
la bomba demográfica», «Utopías del milenio», «Germania, año cero»,  
Ucronía: en tiempos de ninguna edad», el citado «Bestiópolis: la utopía  
«
animal», «La humanidad desterrada y «No renunciéis a utopía», estructura  
que dibuja toda una toma de postura, lejos de la aséptica ordenación por  
fecha de publicación/estreno que suelen presentar los libros de conjunto  
semejantes.  
En esta línea original que encauza el autor, y en cuanto al modo en que  
acude a la literatura para explicar las adaptaciones, destaca, por ejemplo, su  
hábil enfoque de Starship Troopers como relato iniciático cargado de ironía.  
Dado que el filme de Verhoeven se lo tomaron muy en serio sus detractores  
y realizaron una lectura literal de lo que contaba, Antonio Santos cita muy  
oportunamente su origen literario, la novela homónima de Robert A.  
Heinlein, para reajustar la exégesis, ya que es evidente el «tono cínico y  
paródico» (pág. 172) en el que se inscribe el director holandés. Del mismo  
modo, a Bladerunner 2049 no la juzga bajo la alargada sombra del filme de  
Ridley Scott, sino que valora su personalidad como obra autónoma.  
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Antonio Santos, Tiempos de ninguna edad  
No hay, por tanto, infértiles disquisiciones sobre “origen y decadencia”  
en el modo en que el autor pone en diálogo las piezas distópicas. De hecho,  
no suele enjuiciar su calidad y se limita a menudo a orquestarlas (que no es  
poco) y a trazar su red de relaciones, puesto que su disposición no responde  
a criterios estéticos (es decir, que el lector buscará en vano una “antología”  
en este libro), sino a una bien calibrada toma de postura sobre lo que  
proponen estos textos inquietantes. Así, su concepción de la distopía como  
«
el gobierno de la sinrazón», que remite a «un dominio que se cimenta sobre  
la mentira y sobre la administración corrompida del poder», de manera que  
es perfectamente reconocible por lectores y espectadores» (págs. 11-12),  
«
determina una selección de casos que no debe regirse por sus logros en la  
Historia de la Literatura o del Cine, sino por lo que aportan a la distopía  
como concepto en su variedad de manifestaciones. Y «no se trata de ficciones  
arbitrarias o caprichosas: la distopía representa el mundo en decadencia; la  
crisis y el naufragio de la civilización; la distopía del mañana se está  
construyendo hoy» (pág. 12), lo que no es óbice para que el profesor Santos  
termine abogando por la búsqueda de la utopía y de la libertad a la luz de  
este excelente recorrido por la literatura y el cine distópicos que representa  
Tiempos de ninguna edad.  
ANA MARÍA ARAGÓN SÁNCHEZ  
Universidad de Málaga  
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