De la palabra a la imagen: Dark Water
tiene comparación alguna con la impactante escena del filme de Brian de
Palma (Carrie, 1976), donde Sissy Spacek, sobre un escenario en llamas,
bañada en sangre, con unos exorbitantes ojos llenos de la ira más grande y
a través de sus habilidades de telequinesis, cobra venganza contra todos
aquellos que la hirieron. Otro ejemplo, siguiendo en la línea de Stephen
King, es la formidable actuación de Kathy Bathes en Misery (Rob Reiner,
1990) como esa psicópata obsesionada con el personaje de una novela, y
de la que el mismo King refiere que es su adaptación favorita de la larga
lista que se ha hecho de sus libros.
Cuando el lector de la novela se imagina lo que King relata, hay
innumerables escenarios posibles en su mente, algunos más terroríficos o
impactantes que otros. El cine, que no es ajeno, ni mucho menos, a esa
capacidad imaginativa, puede, además, potenciar lo sensitivo mediante la
tecnología. Anteriormente la vista y el oído eran los sentidos estimulados
al asistir a una sala de cine; hoy en día con las recientes salas 4DX, el
espectador es capaz de percibir también a través del tacto y el olfato lo
que sucede dentro de la película, de manera que la afirmación de Robert
Stam cobra mayor vigor: «Las películas implican una respuesta corporal
de manera más directa que las novelas» (2009: 18). Por ejemplo, en la
película coreana Tren a Busan (Busanhaeng, 2016), hay una escena donde
descarrilla uno de los trenes donde los protagonistas tratan de huir del
apocalipsis zombie. Con la tecnología 4DX, las butacas de los
espectadores se mueven e inclinan simulando los movimientos del
descarrilamiento, aunado al intenso chirrido metálico del vagón del tren,
a las luces estroboscópicas dentro de la sala y a los golpes en los respaldos
de las butacas, como si se tratase de los golpes que los protagonistas
reciben en el accidente: aumentan así la respuesta corporal de la que habla
Stam.
Al margen ya de este ejemplo extremo, esta respuesta se produce en
todos los géneros cinematográficos, pero es muy evidente sobre todo en
las películas de terror, cintas que son proyectadas en las salas de cine y
donde la audiencia grita por lo que sucede en pantalla, e incluso hay quien
abandona la sala por no tolerar lo que está viendo.
Las razones antropológicas de este panorama son muy conocidas
(
Gubern y Prat, 1979) y no voy a insistir en ellas. Lo cierto es que, a
pesar de esta capacidad sugestiva del cine, la opinión generalizada suele
decantarse por las novelas en detrimento de sus adaptaciones al cine,
sobre todo porque se impone una cierta sensación de pérdida. La novela
se ha llegado a considerar como ese original sagrado que debería ser
intocable y mucho menos trasvasado a otro medio.
Existen novelas que han sido trasladadas al filme y que han dejado al
público satisfecho con la forma como se llevó a cabo la adaptación,
alegando que la película es “fiel” a la novela. Esta noción tan peligrosa de
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