Dejado a un lado el precinema, las relaciones transtextuales entre Macbeth
(1606) de Shakespeare, el filme homónimo de Roman Polanski (1971) y la
lectura crítica de la tragedia realizada por Harold Bloom en Shakespeare: The
Invention of the Human (1998) ocupan el grueso del capítulo tres, «La
transformación de la obra literaria: los Macbeth de Roman Polanski y de
Harold Bloom». Tras una aguda revisión de los hipertextos de Polanski y
Bloom, el estudioso concluye que ambos se aproximaron de un modo
similar al hipotexto shakespeariano, aun cuando no pueda probarse «un
conocimiento directo de la película por parte de gran experto en el
dramaturgo inglés» (págs. 138-139). Desde luego, otra propuesta valiosa,
sobre la que insiste hasta el final, tiene que ver con el rechazo al término
adaptación, que encierra la idea de «un vasallaje del filme a la novela o la
pieza teatral, lo que no es de recibo habida cuenta de la autonomía estética
entre los respectivos sistemas de signos que literatura y cine emplean» (pág.
120). Villanueva se muestra partidario del concepto de transducción,
introducido por Lubomír Doležel («Semiotics of Literary
Communications», 1986), que implica tres operaciones: transmisión,
transformación y traducción; en cambio, opina con pesimismo que no
conseguirá cuajar en la terminología metafílmica. De hecho, la palabra
adaptación, junto a la de transposición, es la que más ha cuajado en estos
estudios, y a menudo se emplea sin el menor ánimo peyorativo hacia el cine,
pues abunda en trabajos precisamente reivindicativos de un tratamiento
igualitario entre ambos cauces.
Un asunto especialmente atendido por la crítica ha sido la gran cantidad
de versiones audiovisuales que ha suscitado la narrativa y el teatro
valleinclanesco, razón por la que Villanueva, en «Valle-Inclán y el cine», se
desmarca de esta perspectiva y opta por abordar el cinematografismo de la
prolífica producción literaria del escritor. Después de un sucinto pero
completo estado de la cuestión sobre la impronta fílmica de Valle-Inclán,
donde advierte con buen criterio que, en contra de lo pensado en «la época
incunable del séptimo arte, teatro y cine no son sino unos “falsos amigos”»
(pág. 145), el investigador se detiene ante todo en Luces de bohemia, Tirano
Banderas y Los cruzados de la Causa para justificar el influjo que el cine ejerció
en el gallego, plasmado, por citar unos pocos casos, en la plasticidad y la
sonoridad de las acotaciones o en la angostura del tiempo, que propiciaba el
montaje simultáneo.
Buena parte de «Novela y cine, signos de narración. Muerte en Venecia:
Thomas Mann y Luchino Visconti» es un antídoto contra una absurda
equivocación: «la suposición ingenua de que el séptimo arte ha enseñado a la
novela a hacer con el relato lo que ella nunca antes había hecho» (pág. 172).
Como indica de manera esclarecedora, el cine aprendió de la narrativa una
serie de técnicas, produciéndose posteriormente una retroalimentación
entre ambas artes; claro está que los instrumentos con que operan cada una,