Trasvases entre la literatura y el cine, 3, 2021, págs. 317-324
ISSN-e: 2695-639X
DOI: 10.24310/Trasvasestlc.vi3.12245
La voz de los creadores:
entrevista a Claudia Masin
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INTRODUCCIÓN: CUANDO LA POESÍA DIALOGA CON EL CINE
Claudia Masin (Resistencia, Chaco, Argentina, 1972) sitúa la pantalla
frente al papel en blanco y consigue que ambos dialoguen entre sí. Masin
es psicoanalista, escritora, coordinadora de talleres literarios y docente de
la carrera Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes de
Argentina. Su obra ha conocido multitud de países, puesto que ha sido
traducida al inglés, francés, portugués o italiano; además, ha participado
en festivales de poesía en Argentina, Uruguay, Chile y Estados Unidos.
Recientemente, su antología La materia sensible (2020) se ha editado en
España. Su extensa producción, que cuenta con nueve libros de poesía y
dos antologías, posee un gran peso del sector audiovisual. Esta poesía
cinéfila —si bien es cierto que también su prosa se nutre de numerosas
referencias cinematográficas— se hace patente, especialmente, en sus
obras La vista (2002) y Lo intacto (2018).
Palabra e imagen son distintos medios para narrar, para crear, para
contar. En la obra de Claudia Masin, ambos medios convergen. Sus
poemas, sin embargo, también se construyen sobre imágenes que están más
allá de las películas a las que hace referencia. Parten del cine, se nutren de
él, pero llegan a construir una historia que se teje por encima de cualquier
película. Por eso, pese a que la semilla de algunos de algunos textos de La
vista sean París, Texas (Wim Wenders, 1984), Criaturas celestiales (Peter
Jackson, 1994), Ana y los lobos (Carlos Saura, 1973), Muerte en Venecia
(Luchino Visconti, 1971) o La luna (Bernardo Bertolucci, 1979), cada
poema supone una recreación de algo que se ha expuesto en una pantalla.
Aunque la primera persona sea la voz que toma las riendas, esta no se
encarna en un solo personaje: podemos leer a través de un hombre, una
mujer, un niño o un anciano. Por otra parte, si hablamos de Lo intacto, nos
encontraremos con un poemario que también se interesa en dialogar con el
cine, en aprovechar las posibilidades que ofrece la intertextualidad y el
encuentro del medio audiovisual con el literario, con referencias como Her
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Esta entrevista tuvo lugar de manera telemática (España-Argentina) el día 9 de
marzo de 2019.
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(Spike Jonze, 2013), Esteros (Papu Curotto, 2016), Tomboy (Céline
Sciamma, 2011) o Cerezos en flor (Doris Dörrie y Hanami, 2008).
En ambas obras, palabra e imagen se complementan y se
retroalimentan. Es decir, los textos adquieren n mayor significado y
fuerza narrativa gracias al gran poder visual que en ellos se concentra. El
poema nace de una película y, al mismo tiempo, crece convirtiéndose en
algo nuevo, algo que trasciende a la propia historia. La vista y Lo intacto
pueden leerse aunque se desconozcan las 21 películas del primero o las
28 del segundo todas ellas, muy diversas en cuanto a procedencia, año
de creación y temática— que planean sobre los poemas, porque hay escenas
que encontramos en el libro y, sin embargo, no existen en la película a la
que hacen referencia. En ambas obras, el amor es un hilo conductor, pero
también lo son la violencia, la infancia, la fragilidad, la pérdida o el dolor,
al igual que la posibilidad de cura, temáticas universales que podríamos
encontrar en cualquier poemario, surjan alrededor del cine o no. Y es que,
como la propia autora afirma, el séptimo arte y la literatura nos dan la
posibilidad de convertirnos en otra persona, de sentir sobrepasando los
límites de nosotros mismos, de nuestra propia mirada. Y quizás es esto lo que
hace que los poemarios de Claudia Masin sean distintos a cualquier otro
que tenga un referente cinematográfico como cordón umbilical: el poema
es capaz de traducir una historia captada por una cámara y contada a través
de una pantalla, pero también es capaz de traducir una historia que solo la
vista capta y que solo los versos de un poema podrían contar. Claudia
Masin traduce el cine, pero también traduce el mundo.
ENTREVISTA A CLAUDA MASIN SOBRE LOS VÍNCULOS ENTRE SU POESÍA Y EL
CINE
Kris León: El cine es la matriz de tus libros de poemas La vista y Lo
intacto pero, en general, toda tu obra tiene una gran influencia del sector
audiovisual. ¿Por qué escribir sobre cine? Y en concreto, ¿por qué
escribir poesía sobre cine?
Claudia Masin: El cine es en mi vida una pasión igual o más potente
que la literatura. Soy cinéfila del mismo modo en que soy lectora: con
la misma voracidad y la misma digamos insaciabilidad. Cada libro,
cada película hermosa, inquietante, sorprendente o conmovedora,
genera inmediatamente en mí el deseo de otro libro, o de otra película.
Es decir, mi escritura en general y mi escritura en relación al cine
surgen de lugares idénticos: solo escribo acerca de aquello que me
apasiona, que no elijo, aquello por lo que soy tomada, arrebatada,
sacada de mí. Escribo acerca de aquellas experiencias tan intensas de las
que resulta una urgencia, una necesidad, el acto de escribirlas. E
incluso, en muchos casos, “exorcizar o elaborar para decirlo de
forma más psicoanalítica—, eso innominado y profundamente
inquietante que las palabras, en el mejor de los casos, cercarán,
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rondarán y rodearán, sin llegar a tocarlo nunca. Es increíble, de todos
modos, la operatoria que la escritura realiza sobre eso sin forma ni
nombre, o mejor dicho, sobre la posibilidad de cada uno/a de convivir
con ello y soportarlo y me refiero a soportar su intensa belleza o su
intenso horror, o ambas cosas, o muchas más—. Podría decir,
entonces, que no fue una elección consciente escribir acerca de
películas, sino que ver cine y, particularmente, ciertos films es
para una experiencia intensísima, que muchas veces, muchas,
modifi mi mundo y mi modo de ver las cosas y por ende, como otras
experiencias intensísimas, se convirtió en materia de mi poesía, que,
como ya dije, se nutre de lo intenso y lo extraordinario. Lo
extraordinario no en el sentido de inusitado o de inusual, sino en el de
aquello que produce efectos perdurables en la subjetividad, en la
mirada, aquello que, aunque estuviera ahí desde siempre, advertimos
por primera vez a partir de que algo o alguien en este caso, el cine y
esas determinadas películas— nos lo señale.
K.L.: Han pasado más de quince años entre la publicación de
ambos libros. Es inevitable que haya habido cambios en tu visión del
mundo y en tu propia escritura. Por eso, aunque la temática inicial sea
la misma, ¿has abordado Lo intacto de manera diferente?
C. M.: Efectivamente. La vista es un libro completamente
diferente a Lo intacto, y a los otros dos libros aún inéditos con los que se
conforma una trilogía (Lo intacto, El cuerpo y La intensidad). La vista está
mucho más ligado a dos tiempos cronológicos, la infancia y la
adolescencia, y muchas de las películas que incluye tienen ese sesgo.
Podría decirse que es un libro que rastrea, explora y se pregunta sobre
el origen de los sentimientos amorosos: lo iniciático, al terreno del
amor a la madre, al padre; los primeros amores que conocemos, como
terrenos que son necesarios abandonar y que de alguna manera
prefiguran o moldean nuestros futuros vínculos; nuestra relación con el
amor en general; y a veces, incluso la posibilidad misma de que se
configure la capacidad de amar, o bien quede naufragando en un magma
confuso que no nos permita ya salir de allí y nos condene. Pienso, por
ejemplo, en los amores de La ciénaga (2001), de Lucrecia Martel.
En los siguientes tres libros, escritos quince años después de La
vista, es nuevamente la experiencia amorosa la que está en el centro de
la cuestión. La gran mayoría de las películas tienen que ver con el
amor. Pero ya no se trata de la experiencia amorosa iniciática aunque
haya algunos poemas como "Esteros" que tienen algún resabio de
aquello, sino del amor que incluye y contiene la posibilidad cierta e
inexorable de la pérdida, del desencuentro, del desamor. Es la voz
de quien ya sabe que es necesario, aunque inconmensurablemente
doloroso, aceptar la pérdida y la incompletud como parte del sentimiento
amoroso, que es precisamente un sentimiento que nos da la ilusión de
completarnos y que siempre, en algún momento, se revela como
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fallida, imperfecta. Como la escritura misma, podríamos decir. Como
ese impulso que nos lleva a escribir, que fracasa cada vez en su
intención de decirlo todo, y con ese fracaso extraordinariamente fértil
nos relanza a la escritura, al intento, más al de la conciencia de su
precariedad, de la desilusión que necesariamente conlleva. A su vez, en
los tres libros escritos entre 2017, 2018 y 2019, hay también una
mirada fascinada y "celebratoria" de la experiencia amorosa, como
aquello que nos da la máxima oportunidad que conoceremos en la vida
y esto para una cuestión central de ser otros, de fusionarnos con
otra persona, de ligarnos de tal manera a otra existencia que “no se sepa
muy bien dónde comienza, dónde termina cada cuerpo” (cita Claudia de
memoria en alusión a "Persona", uno de los poemas que conforman Lo
intacto).
K.L.: A veces necesitamos que pase un tiempo para llegar a ser
capaces de contar o escribir sobre un hecho concreto. Quizás, hay
películas que nos dejan un poso y sobre las que escribimos a partir de
su recuerdo, en lugar de hacerlo justo después de su visionado. En tu
caso, ¿cómo se escribe un poema a partir de una película?
C. M.: Hay, en mi experiencia, muchísimas maneras de escribir un
poema a partir de una película. En muchos casos he escrito los poemas
inmediatamente después de ver el film, pero en ocasiones han pasado
cosas muy extrañas, como en relación al poema "La luna", basado en la
película homónima de Bertolucci. Yo no había visto siquiera la película
completa por esos años era muy difícil conseguir una copia subtitulada
y me es imposible ver una película doblada, me parece una violencia
que se ejerce sobre la obra, y cuando apareció el poema se basó en esa
única escena que recordaba, vista en un ciclo de cine muchos años antes
de que la idea de escribir sobre películas apareciera. Esta única escena me
había parecido tan poderosa, tan excepcional, que el poema completo
surgió a partir de ella. Lo más curioso es que esa escena no está incluida
en el poema, sino aludida muy lateralmente.
K. L.: La carga visual de tus poemas es muy fuerte. Las sensaciones
llegan al lector a través de poderosas imágenes. Se podría decir que leer
tu poesía es estar visualizando una película sobre un papel en blanco.
¿Puede nacer un poema a partir de una imagen, o es el poema el que
busca las imágenes para poder contarse?
C.M.: Creo que suceden las dos cosas. Una imagen muy poderosa
puede bastar, como en el caso del poema "La luna", para generar un
poema. Pero a veces el poema va creando sus propias imágenes para dar
cuenta del universo que determinada película abrió en mí. Hay imágenes
que pueden, o no, tener que ver directa y explícitamente con el
imaginario de la propia película.
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K.L.: Y en la sociedad actual, donde la cultura de lo visual es la
hegemónica y donde todo debe estar en internet y en redes sociales para
llegar a existir, ¿qué pueden aportar las palabras, la poesía?
C.M.: Creo que estamos viviendo una época en la cual hay una
devaluación tremenda de la palabra, donde desde los propios poderes
hegemónicos se intenta instalar la idea de que el pensamiento, la
sensibilidad y su expresión a través del lenguaje son cuestiones
anacrónicas, que apelan a una relación con la temporalidad, porque la
inmediatez es la condición para que una experiencia merezca ser
vivida. La demora, la dilación, el hiato, la espera que la palabra abre, y
que sobre todo el lenguaje poético necesita para existir, va a
contramano de ese discurso hegemónico y, por ende, es revulsivo. El
lenguaje poético es improductivo por excelencia, en el sentido de que
apunta siempre a un plus, a un gasto, a un exceso, lo cual en nuestra
economía emocional capitalista es una herejía: no solo no produce
desde el punto de vista mercantil, desde el punto de vista del
intercambio de los bienes, sino que genera rdida, genera gasto. Es
una agitación sin sentido y sin destino, desde el punto de vista de la
lógica capitalista adulta, blanca, heterosexual, patriarcal, de clase
media. Esta gica se contrapone notablemente a la gica que impera
en el lenguaje poético, que surge, que se entronca con el habla infantil, el
habla de las mujeres, de las minorías, de los marginados de toda laya.
K.L.: ¿Qué tiene que tener una película para que te impulse a escribir
sobre ella, o a partir de ella?
C.M.: Intensidad. Una relación con la verdad que esté dada por
eso: por el impacto emocional que carga y que transmite. La mera
pericia técnica, la habilidad a la hora de contar una historia, la belleza o
lo estético de un film pueden seducirme a la hora de ver una película
desde el lugar de espectadora, pero no me producen el deseo de
escribir acerca de ella.
K.L.: A diferencia de otros libros de poemas con temática
cinematográfica, tus libros pueden leerse sin que se hayan visto las
películas sobre las que se gestan, porque no son poemas de homenaje a
actrices, directores o a películas, donde la referencia es directa y
evidente. Además, en alguna ocasión has afirmado que en tus libros
aparecen imágenes que no existen en la película a la que aluden. ¿Escribes
partiendo de una película, pero contando algo que va más allá de esa
historia?
C.M.: Absolutamente. No son poemas que “homenajean” al cine,
actores, directores, etc. Son poemas que parten del efecto, del impacto,
de la conmoción que una película ha generado en mí. Por eso, muchas
veces no hay referencias rastreables de la película en el poema, aunque
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invariablemente se puede encontrar una relación que está ligada más
bien al espíritu de la película, a su clima, a sus subtextos, no a su
narrativa lineal ni a su imaginario explícito. Los poemas recrean la
película yendo más allá de ella, no son meros comentarios o resúmenes
en verso, sino que construyen otro mundo, pero un mundo que no
podría haber existido sin el disparador de esa película en particular.
Cada una de las películas sobre las que escribí es una obra que se ligó de
alguna manera con zonas de mi subjetividad que quizás de otro modo no
hubieran podido encontrar una expresión.
K.L.: En alusión a la cuestión anterior, llama la atención el hecho
de que, pese a que hablemos de poemas sobre cine, la sensación de
unidad es muy clara, y no se percibe una acumulación de textos que
simplemente quieran homenajear al medio cinematográfico. ¿Planteaste
escribir cada uno de ellos con una temática concreta o un hilo conductor
definido?
C.M.: Es cierto que hay una unidad en cada uno de los libros, pero
no fue buscada. No sabía, por ejemplo, cuando estaba escribiendo La
vista, que gran parte de los poemas iban a tener que ver con la infancia,
con la educación sentimental, con lo iniciático. Fue una sorpresa para
cuando leí los textos en su versión final y me encontré con ese hilo
conductor que había estado siempre allí pero que yo no había visto.
Como dice Bellessi en relación a los “programas” que una se plantea
cuando empieza a escribir un libro de poemas: “el poema es el
accidente en el programa”, es decir, aquello intempestivo, inesperado,
sorpresivo, que escapa al control y que muchas veces imprime una
dirección al libro que no es en absoluto la que habíamos pensado para
él. Por suerte.
K.L.: Se suele decir que es imposible que no haya algo de una
misma en aquello que se escribe. Quizás, usar la voz de diversos
personajes cinematográficos otorga más libertad para poder hablar
sobre ciertas partes de nosotros, o sobre ciertos temas que nos
conmueven. ¿Hay algo de eso en tus poemas?
C.M.: Cada una de estas películas me ofreció lo que podríamos
llamar una máscara, una identidad alternativa desde la cual escribir. Un
hermoso ejercicio de alteridad que a la vez que me empujó a salirme de
mí misma para hablar con la voz de otro, de otra, me llevó a encontrar
en mi propia subjetividad aquello que me hacía sorprendentemente
parecida a aquel, a aquella de quien adoptaba la voz. No somos tan
diversos, no estamos tan separados. El ejercicio de adoptar la voz de otra
persona es sanador: no hay nada más alienante y enfermizo que habitar un
solo cuerpo, una sola vida, una sola idea del mundo.
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K.L.: ¿Qué le aporta el cine a tu vida y a tu escritura,
especialmente, a tu poesía?
C.M.: Mi historia personal en relación al cine tiene, creo, una gran
incidencia en el hecho de que haya pasado a formar parte de un modo
tan "nodal" de mi vida y mi escritura. Yo nací en una ciudad muy
pequeña, Resistencia, en la que viví hasta los diecisiete años y a la que
sigo volviendo asiduamente. En esos años, plena década de los ochenta,
es decir, antes del surgimiento de internet, de las redes sociales, del
acceso fácil y rápido a las imágenes y a la información acerca de otros
lugares, de otras costumbres y de otras historias diferentes a la propia,
no había en mi ciudad muchas posibilidades de acceder al mundo que se
extendía más allá de la reducida experiencia personal, salvo a través de
los libros y las películas. Y cada vez que podía, leía, veía films. Yo estoy
convencida de que el arte en general, y la literatura y el cine en
particular, permiten desarrollar una capacidad que es para
valiosísima, rara y hermosa: la de la empatía. La de poder ponerse en el
lugar de otro, otra, la de poder sentir cómo sería ser ese otro, esa otra.
Un niño, una niña, un hombre, una mujer trans, un anciano; o cómo
sería ser un animal, una planta, una piedra. La literatura y el cine nos
muestran la vida de los otros seres, y a partir de esa inmersión en la vida de
los demás, nos permiten ejercitar una herramienta necesaria para
desarrollar la empatía: la imaginación. Tiendo a pensar que el odio, el
miedo al otro, a la diferencia, no es en la mayoría de los casos– más
que falta de imaginación. No maldad, sino falta de imaginación.
Incapacidad de pensarse como otro, como otra, ignorancia. Es decir, el
tipo de ignorancia que nos puede llevar a pensar que somos algo
concreto, irreductible, compacto, inmutable, que hay un yo que no
muta, una identidad monolítica. Que no somos afectados, contagiados,
tocados, conmocionados, conmovidos e incluso arrasados a veces por
los otros, por lo otro. El arte, desde mi modo de ver, nos otorga, en el
mejor de los casos, esa conciencia de no separatividad en relación a lo
que nos rodea, o al menos la posibilidad de adquirirla. La literatura y el
cine en particular relatan historias, muchas de ellas ligadas a paisajes,
subjetividades, realidades absolutamente ajenas al pequeño y a veces
mezquino y solipsista mundo en que se mueve cada uno/a. Ver una
película, leer un libro, filmar una película, escribir un poema son, creo,
modos de ejercitar la sensibilidad y la empatía, modos de salirnos de
nosotros/as mismos/as, de probar cómo sería ser otro/a.
K.L.: Eres una prolífica autora de poesía. Tu obra cuenta con
nueve poemarios y varias antologías. ¿Hay cuestiones que solo pueden
contarse a través de un poema?
C.M.: Creo que la poesía tiene una relación muy diferente con el
lenguaje que la narrativa, o al menos, que la narrativa más lineal, más
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ligada al despliegue del relato, la anécdota, la historia. Esa relación
hace que sea un vehículo mucho más sensible, más preciso, a la hora de
acercarse a experiencias que rozan lo intransmisible, lo inefable. Es un
lenguaje mucho más depurado y despojado de su función práctica.
Como dice el poeta Juanele Ortíz, en la poesía se quiebra la “función
comunicacional del lenguaje”. Deja de ser el lenguaje convencional,
con el que todos/as creemos o “hacemos como que” nos entendemos,
para transformarse en un modo diferente de acercarse a la experiencia,
un modo mucho más elíptico y a la vez, aunque parezca paradójico,
mucho más preciso.
CRISTINA LEÓN SÁNCHEZ
Universidad de Málaga