La lucha de clases en Coronación de José Donoso
y sus adaptaciones fílmicas
The class struggle in José Donoso’s Coronation
and its film adaptations
MÁRTON ÁRVA
Universidad Eötvös
Loránd (Budapest)
arvamarton@gmail.com ORCID ID: 0000-0001-8193-0311
Trasvases entre la literatura y el cine, 3,
2021, págs. 137-161
ISSN-e: 2695-639X DOI: 10.24310/Trasvasestlc.vi3.11201
Resumen: El presente trabajo analiza la relación entre el texto y el
contexto en el caso de Coronación (1957) de José Donoso y
sus
dos adaptaciones cinematográficas
realizadas por Sergio Olhovich (México, 1976) y Silvio Caiozzi (Chile, 2000). Se observa
la manera en la que el mismo argumento se relaciona
con el contexto de la modernización
chilena a mediados del siglo XX, la desilusión
con el poder estatal posrevolucionario en México
tras 1968 y la transición a la democracia neoliberal en el Chile del nuevo
milenio. El artículo argumenta que el motivo de la confrontación entre «maestros»
y «sirvientes» sirve al propósito
de abordar las
consecuencias tanto psicológicas e individuales
como colectivas y sociales que tienen las transformaciones socio-históricas en momentos
y lugares distintos.
Palabras clave: adaptación
fílmica, neoliberalismo, ideología, lucha de clases, revolución mexicana, cine chileno,
cine mexicano, José Donoso.
Abstract: This paper analyses the relationship between text and context in
the case of José Donoso’s Coronación (1957) and
its two film
adaptations, directed by Sergio Olhovich (Mexico, 1976) and Silvio Caiozzi (Chile, 2000), respectively. It observes the
ways in which the same plotline
connects to the context of the mid-20th century modernization process in Chile, the disillusionment with the post-revolutionary state power in
Mexico after 1968, and the Chilean
transition to neoliberal democracy in the new millennium. The
article argues that by choosing the confrontation between «masters» and «servants» as a theme, these narratives address the psychological and individual as well as the collective and social consequences of socio-
historical transformations in different times
and places.
Keywords: film adaptation, neoliberalism, ideology, class struggle, Mexican revolution, Chilean cinema,
Mexican cinema, José Donoso.
1.
INTRODUCCIÓN
En su estudio Teoría y práctica de la adaptación,
Robert Stam pone de
relieve una serie de elementos que moldean la relación entre el texto y el contexto de una adaptación
fílmica (2009: 92-101). En particular,
el teórico estadounidense advierte que, durante el proceso de adaptación, el
hilo narrativo y el entorno ficticio provenientes de una fuente novelesca
se ven relacionados con los «discursos
ideológicos y sociales» (2009: 95) asociados con el momento
de la filmación. Este diálogo
entre el texto y el contexto discursivo gana
una importancia aún más destacada en los numerosos casos en los que la
novela adaptada es publicada en una época o ambiente geográfico y socioeconómico diferente a los de la
filmación. En tales ocasiones, la adaptación
fílmica puede indicar las estrategias de «actualizar y reinterpretar» (2009:
93) o «reacentuar y transculturizar» (2009:
102) al texto literario, revelando las preocupaciones de los cineastas
frente a sus propios ambientes actuales. De forma parecida, dichas actualizaciones
buscan recalcar repeticiones y modificaciones que se dan entre los
distintos contextos históricos y geográficos a los que el mismo argumento novelesco se ajusta. El presente trabajo propone demostrar
que tales paralelos contextuales nos informan de la función cultural de una narrativa, compartida por la literatura
y el cine, tomando como caso de estudio las dos adaptaciones cinematográficas de la novela chilena Coronación, escrita por José Donoso y publicada
originalmente en 1957.
La hipótesis fundamental
del presente análisis es que la misma trama enfocada en el choque entre «maestros» y «sirvientes» sirve al propósito de observar profundas transformaciones socioeconómicas y políticas
en
contextos sumamente distintos. Esta hipótesis se inspira en el argumento formulado por Stephen Buttes a propósito de La nana (2009), una película chilena enfocada
en la vida cotidiana de una trabajadora doméstica (Buttes, 2014). Dicho
estudio establece un paralelismo
entre ciertos rasgos dramatúrgicos y argumentales de La nana y La chica del Crillón, una novela popular escrita por Joaquín Edwards Bello en
1935. Buttes concluye que ambas obras pueden leerse como parábolas sobre la integración de las clases
vulnerables al orden social en
diversos puntos de inflexión socioeconómica: el retroceso
de la oligarquía rural frente a la naciente clase obrera en los años
treinta y la flexibilización laboral en la democracia
neoliberal de los años 2000. De
manera parecida, las dos adaptaciones de Coronación –realizadas por Sergio
Olhovich en 1976 en México y Silvio Caiozzi en 2000 en Chile– abordan
el choque entre las clases privilegiadas decadentes
y los grupos
marginalizados en diferentes
períodos y contextos nacionales, convirtiendo así el argumento donosiano
en una herramienta apta para examinar en el cine la experiencia de vivir transiciones epocales.
2.
PERDIENDO
CONTROL SOBRE EL FUTURO
José Donoso
fue un destacado
miembro de la llamada
«generación del 50», un grupo de escritores que provocó fuertes repercusiones
en la vida intelectual de Chile en medio de
bruscos cambios sociales debidos a la modernización económica
del país1. Si bien este
impulso industrializador conllevó unas dinámicas de reorganización
socioeconómica a partir de los años 50, «por primera y única vez, la literatura chilena se convirtió en punto de
discusión a lo largo del país» (Godoy Gallardo y Ahumada Peña, 2012: 104). A la delantera de este movimiento
literario renovador, Coronación –la primera novela de Donoso– se fija en un momento de inflexión histórica y describe una serie de transformaciones en
cuanto a la emergencia de nuevos
valores sociales, cambios en las condiciones materiales y el surgimiento de rituales
culturales inéditos para la sociedad chilena de ese
entonces.
La novela relata los
últimos meses de Elisa Grey de Ábalos, una
viuda nonagenaria mentalmente desequilibrada que habita en una otrora espléndida residencia en
Santiago de Chile. Postrada en cama debido
al deterioro de su salud, doña Elisita es atendida por dos viejas criadas,
Rosario y Lourdes, y es visitada regularmente por su nieto, Andrés Ábalos, un
orgulloso hombre solitario de cincuenta años de edad.
Sin embargo, este microcosmos se ve perturbado por la llegada de la sobrina ingenua de Lourdes, una campesina
adolescente, Estela, quien había sido «prometida» a su tía por su
difunta madre, por lo que se traslada a la casa de
los Ábalos para cuidar de doña Elisita. La muchacha resulta ser una sirvienta
obediente que se transforma involuntariamente
en una femme fatale, dado que su
belleza sencilla no solo atrae a don
Andrés, sino también a Mario, un joven de clase baja trabajando en la pequeña tienda que provee de comida a la casa aristocrática. El deseo incontrolable
que los dos hombres sienten
por la criada recién llegada pronto se vuelve en una fuerza destructiva, provocando el declive psicológico de don Andrés y la corrupción moral de Mario. Mientras el
primero acaba enloquecido y dando la espalda
al mundo, el segundo es cómplice de su
hermanastro al asaltar la mansión de
los Ábalos.
Evidentemente,
Donoso describe un enfrentamiento entre personajes de diferentes clases sociales. Al
mismo tiempo, la novela confronta
las posiciones históricamente formadas con el
encuentro palpable y encarnado
de las personas que ocupan estos roles. Como
observa uno de sus críticos, Coronación presenta
«los efectos que tiene una norma de
valores sociales inflexiblemente represivos sobre la
base instintiva de la personalidad humana» (citado en Castillo-Feliú, 1980: 704). Es más, en vez de considerar las posiciones sociales como abstractas o universales, la
novela trata minuciosamente los cambios
socioculturales y económicos por los que estas se ven modificadas, indirectamente catalizando al enfrentamiento de los personajes y a la erupción de sus pasiones.
La mayor parte de la trama se desarrolla en el espacio cerrado de la mansión de los Ábalos, un viejo y sombrío edificio lleno de recuerdos
enterrados bajo gruesas capas de polvo. El escenario, junto con la
lenta defunción de la abuela como
elemento central, destaca la transición histórica como la fuerza motriz
primordial de la narración. Enmarcado de dicha manera, el argumento de Coronación parece
examinar cómo los valores heredados y abstraídos se
ven moldeados al tomar forma en contextos
socio-históricamente situados y desafiados por encuentros encarnados y vividos.
El texto de Donoso describe el pasado armonioso
y el presente desmontable de
personajes que representan un estilo de vida
aristocrático decadente, una jerarquía social rígida y unas pautas de comportamiento conservadoras. A pesar de su enfermedad, doña Elisita mantiene su orgullo y su
postura superior, constantemente recordando (o mejor
dicho, reinventando) su noble herencia, o sea, su supuesto linaje real europeo. Del mismo
modo, don Andrés estudió para ser abogado,
al igual que su abuelo,
pero prefiere no ejercer su profesión. Su personaje, como afirma
Silvia Margarita Donoso, es el prototipo del «hombre de aproximadamente la mitad del siglo XX que podía vivir de sus rentas, sin tener la necesidad de trabajar» (2016: 106). La quietud temporal y el statu quo de la casa se completan con las dos criadas. Ellas llevan
tanto tiempo en la residencia que
don Andrés ni siquiera la recuerda sin ellas (Donoso, 1984: 10). Aun cuando Lourdes y Rosario,
sirvientas de edad avanzada –y que mantienen poco contacto con
el mundo exterior–, nunca cuestionan el orden de
las cosas, los personajes que van llegando
desde fuera de ese espacio íntimo desafían esas reglas. Cuando doña
Elisita celebra sus 94 años con una fiesta, su
alta autoestima contrasta con sus condiciones mentales y físicas. Esto llega a ser declarado por Carlos Gros, el
médico de la familia y el único amigo
de infancia de don Andrés: él simplemente se refiere a doña Elisita como una mujer desesperadamente loca. La viuda se ve completamente
abandonada por la sociedad, como lo demuestra
la constante disminución de la asistencia a sus fiestas, llegando a cero al final de la novela.
Asimismo, los
nobles principios de don Andrés resultan extrañamente anacrónicos y, lo que es
más importante, insostenibles cuando se
pretende trasladarlos a la realidad física. Dedicando su tiempo
a la lectura y al pensamiento, el nieto no solo es incapaz de establecer
relaciones humanas satisfactorias, sino también de hacer frente a este fracaso. Percibe cualquier contacto fuera
del bien protegido campo de la
cultura erudita (es decir, sus lecturas y el
club social que visita ocasionalmente) como
una amenaza directa
al «orden» y a la «civilización». Notablemente, su deseo por Estela lo angustia sobre todo porque anima fuerzas
que están más allá de los
límites de la esfera elitista racionalmente definida que él habita y controla. En primer lugar, supuestamente
siente la pasión carnal más fuerte
de su vida, lo que contrasta con sus
rutinas puramente intelectuales y su estricta educación
religiosa. En segundo lugar, y aún
más molesto, este deseo está orientado a una mujer de clase baja, de piel oscura y llamativamente
joven, es decir, a alguien que nunca será aceptada en el restringido mundo
de la sociedad privilegiada. Finalmente, el tercer y más perturbador
aspecto del deseo de don Andrés es
que había sido «irracionalmente presentido» y «obscenamente anunciado» por su
abuela demente antes de que él pudiera
darse cuenta por sí mismo. Por lo tanto, el pánico que invade a don Andrés al reconocer esta pasión está motivado por la imposibilidad de asimilarla en su
coherente cosmovisión. Incapaz de sincronizar sus tradiciones y valores
heredados con sus recientes percepciones y afectos orientados por su
entorno, don Andrés termina
prefiriendo volverse loco y comienza a actuar de esta manera porque así «ninguno de sus dolores era efectivo, y todos los acontecimientos
de esa noche, ficción» (Donoso, 1984: 187).
Miguel Ángel Náter nota que, en las primeras novelas de José Donoso,
la alienación y el deterioro personal no solo «implican crisis del mundo» (2007: 152), sino también están relacionadas a
«la decadencia del clan familiar» y, además, se refieren a la clase social
(2007: 154). Esta lógica metonímica está marcadamente presente en Coronación, ya que establece
una relación entre el microcosmos de la
vieja casona y el
entorno social chileno. Visto desde esta perspectiva, el colapso emocional y
psicológico de don
Andrés corresponde a la desaparición de lo que la mansión
Ábalos representa en la sociedad santiaguina. Ambas esferas –la mente cultivada del noble
hombre y la antigua
mansión– se
confrontan con las fuerzas de impulsos reprimidos. Por consiguiente, la locura
autoinfligida de don Andrés
significa la aceptación
de una derrota
amorosa que es el reflejo de su
fracaso social. Como señala Carlos, el respetado
médico, en una de
sus más significativas conversaciones con Andrés, al no haber logrado nada grande, profundo o satisfactorio
en la vida, «el
amor, entonces, es la única gran aventura que nos
queda» (Donoso,
1984: 63). Por lo tanto, se sugiere que el último
intento desesperado de Andrés de buscar la intimidad con Estela es un sustituto de sus
logros en el campo social que ayudan
a defender sus privilegios. De esta manera, puede esperarse que su fracaso en la
aventura amorosa también
provoque su desaparición en términos sociales. Esto se subraya en la novela por el hecho de que los
moribundos doña Elisita y Andrés son
los dos últimos miembros vivos del aristocrático linaje familiar de los Ábalos. Así, al ser rechazado por Estela (quien queda embarazada del hijo
de Mario y no de el de Andrés), el noble heredero es testigo de la perdición
de su linaje. De ahí que su pánico individual frente a la muerte llegue a asociarse con el miedo a la extinción de su familia y
clase social privilegiada. Al fin y al cabo, es
dicho temor el que le hace a
Andrés recurrir al máximo
auto-aislamiento: la locura voluntaria.
El miedo
apocalíptico a la extinción se refuerza en el texto aún más por la marcada falta de una perspectiva que apunte hacia un futuro próspero. Por un lado, el tono
del texto de la novela es sumamente
nostálgico, describiendo la casa y sus habitantes como «viejos y rodeados de olvido» (Donoso, 1984: 9). Los
muebles y objetos parecen ser reliquias de épocas pasadas. Además, dispuesto a revitalizar la mansión, don Andrés
comienza a ordenar el ático inutilizado
y a redescubrir con una de las criadas los restos olvidados de la historia familiar, proporcionándole la única
auténtica fuente de felicidad. Es más, Coronación no solo incluye largos párrafos que detallan los
recuerdos de don Andrés, sino que también describe de manera extensa
recuerdos de Estela y Mario. La estrategia de
Donoso es penetrar en las conciencias de varios personajes, motivando sus acciones por sus reflexiones sobre
experiencias pasadas (Castillo- Feliú,
1980: 702). De esta
manera, cada personaje se convierte en una colección viva de
recuerdos, con una
tendencia evidente a mirar hacia
atrás. En consecuencia, la mayoría de sus intentos de reconciliarse
con el presente se articulan mediante acciones
agresivas, delirantes o
criminales. Finalmente, como el enloquecimiento de don Andrés muestra paralelismos incómodos con el de doña Elisita –ya que se sugiere que ella también «se volvió loca»
después de un fracaso amoroso
(al haber sido engañada por su marido)–, la condición
de la abuela también puede interpretarse, en retrospectiva, como una decisión
consciente de darle la espalda al mundo. Así, todas las reliquias y recuerdos
de la casa, que apuntan a una época en la que doña Elisita estaba todavía en su sano juicio, parecen referirse al momento en el que sus nobles valores
–a semejanza de los de don
Andrés– estaban todavía en consonancia con su entorno. De ahí que
las figuras de doña
Elisita y don Andrés evocan el
comienzo y el final de un largo cambio histórico
en la sociedad chilena: la desaparición de la oligarquía
agrícola tradicional
frente a la modernización (Daniels, 2013: 2). En resumen, teniendo
en consideración este contexto
histórico, el
marcado temor de don Andrés a la extinción y su
terror al hecho de que «él no volvería a existir más que en su antigua forma de cadáver animado» (Donoso, 1984: 109) pueden entenderse no solo como una caída
individual, sino también en
referencia a la decadencia de su noble familia, y, metonímicamente, marcando el fin de todo un orden social en el que se podía sostener su forma de vida.
Contrariamente,
Estela, Mario y René son representantes de las clases bajas constantemente enfrentadas con
futuros inciertos, lo que se ve expresado por su temor a tener hijos.
A diferencia de don Andrés,
ellos llevan una
herencia traumática con rupturas familiares y
un deseo persistente
de escapar. Sin embargo, estos personajes desafortunados no pueden evitar transmitir
sus desgracias a la siguiente generación, como lo sugieren tanto el
embarazo no deseado de Estela como el de Dora, la
sufriente esposa de René. Así, la novela de Donoso termina
presentando el ineludible paso del tiempo a
través del punto de vista de aquellos para quienes este proceso no connota
más que perder un
pasado glorioso o esperar un futuro precario.
Las nuevas oportunidades que brinda el proceso de la urbanización industrial resultan ocultas a los
ojos tanto de la aristocracia decadente –viviendo de sus antiguos
privilegios, sus tradiciones anticuadas y sus normas
opresivas– como de los de clase baja que hacen frente a promesas fallidas de
prosperidad, una tras otra, y residen en barrios empobrecidos en las afueras de la ciudad.
Al final, ambos tipos de crisis –la de don
Andrés y la de Estela,
Mario y su hermano, René– se asocian con las posiciones sociales de los perdedores en el contexto del proceso modernizador.
Al mismo tiempo, a
pesar de su tono relativamente sombrío y su
mundo cerrado, Coronación incluye
breves miradas a los ganadores de la mencionada transición histórica. Por
ejemplo, Carlos Gros, retratado como
triunfador en su vida profesional y felizmente casado a pesar de sus constantes
aventuras amorosas, introduce un punto de vista que contrasta espectacularmente con el
del resto de los personajes. Dado
que la representación de este personaje constituye un factor crucial en el análisis de las
adaptaciones fílmicas, atenderé este aspecto
más adelante. Pero antes de eso, cabe destacar
otro episodio revelador. Después de los primeros comentarios obscenos de doña Elisita que insinúan el deseo que don Andrés
siente por Estela, el soltero
escandalizado se dirige al Club de la Unión,
donde charla con sus compañeros de clase alta sobre la ópera y el arte, hasta que «un grupo de hombres jóvenes con
aire de que el mundo les pertenecía» y que «eran serios y
conscientes, sin dudar ni siquiera por
un segundo que el futuro del país caería en sus manos» se instalan cerca de ellos (Donoso,
1984: 89). Aparentemente, se trata de una
reunión de gerentes y jóvenes empresarios «con sus trajes grises y sus camisas
blancas, casi idénticos unos a otros» (1984: 89), en la cual los hombres desconocidos discuten sobre
política, mercados bursátiles, inversiones
arriesgadas y balances financieros. Tras encontrar una tremenda falta de
grandeza en estos
tipos de conversación y «sabiéndolos horrorosamente equivocados en sus valores» (1984: 89- 90), don Andrés se escapa repentinamente de
la escena. Sin embargo, esta breve ojeada
al exterior del microcosmos de los Ábalos echa
luz sobre el contexto sociopolítico circundante: la larga transición del dominio
aristocrático-oligárquico al capitalismo industrializado
liderado por la clase empresarial. Con la excepción de este episodio, Coronación es contada a través de los ojos de individuos cada vez más marginados que no consiguen sacar
provecho de esta transformación socioeconómica; por lo que, acaba siendo una
sombría historia sobre los desajustes entre las expectativas internas y la realidad histórica externa. Los casos
entremezclados de don Andrés, Estela, Mario y
René exponen diferentes perspectivas sobre un conjunto complejo de conflictos, dando lugar a un abigarrado
cuadro psicológico sobre los tiempos
inexorables del cambio social.
El notable recurso
narrativo que Donoso aplica para elaborar este cuadro es lo que Guillermo I. Castillo-Feliú
llama «omnisciencia selectiva
múltiple» (1980: 700). Esta consiste en filtrar los acontecimientos a
través de los
puntos de vista
de diferentes personajes, uno tras otro, dando voz a sus pensamientos como si un narrador omnisciente circulara entre sus
mentes. Como el académico explica, el efecto inmediato de este enfoque narrativo es
doble. Por un lado,
se ocupa de múltiples subjetividades, a menudo
antagónicas entre sí, lo que representa el choque entre clases sociales
opuestas de una manera más
equilibrada. Por otro lado, al hacer hincapié en el
mundo interior de
los personajes, el método textual expone su «falta de contacto y expresión emotiva» (Castillo-Feliú, 1980: 704). Así, dicho procedimiento provoca que la representación
de los acontecimientos tenga
un carácter curiosamente
fragmentado y multifacético. Al mismo tiempo, transferir
este acercamiento al campo de la
expresión cinematográfica –un medio constituido por (inter)acciones
visibles y audibles– es un desafío complejo, como evidencian
las obras de Sergio Olhovich y Silvio Caiozzi.
3.
DELIRIO Y DESILUSIÓN
La primera
adaptación cinematográfica de Coronación se estrenó en
México en 1976, en un contexto discursivo
caracterizado por el desencanto con la ideología nacionalista
del Estado posrevolucionario. Desde
el establecimiento de una industria fílmica
en México en los años 30, el Estado utilizaba el cine como herramienta para promover la idea de
que la reconciliación nacional y la
integración de la población en una sociedad modernizada era posible a través del gobierno unipartidario. No obstante, a
partir de mediados del siglo, estas ideas empezaron a ser ampliamente criticadas por intelectuales, escritores y cineastas que vieron el fracaso del proyecto posrevolucionario
como «una forma de psicosis en la sociedad
mexicana» (Acevedo-Muñoz, 2003: 62)2. Este discurso
–moldeado, entre
otros, por El laberinto de la
soledad de
Octavio Paz y las
películas de Luis Buñuel– entrelazaba la crítica del nacionalismo
estatal con un acercamiento expresivo inspirado por el psicoanálisis.
El director de Coronación, el soviético-mexicano Sergio Olhovich, se
socializó como cineasta en este ambiente cultural e ideológico turbulento,
en el cual «el estado crítico del cine nacional
era un reflejo del estado de la política nacional» (Acevedo-Muñoz, 2003: 150). Su adaptación evoca intermitentemente
la obra de Buñuel y otros cineastas modernos europeos, transformando el conflicto interior de don Andrés en un
deseo sexual irresistiblemente perverso, donde mezcla
la narración realista
con una serie de irrupciones de imágenes
mentales del
protagonista3.
Este aspecto connota una alteración radical del enfoque de la novela durante el proceso adaptador. La transformación de la
técnica narrativa de Donoso –que aplica múltiples
puntos de vista simultáneos– en un modo de contar la historia que permite acceder
a la subjetividad de un solo protagonista, don
Andrés (Ernesto Alonso), llama la atención sobre el conjunto de sus tormentos interiores más que
sobre el choque entre diferentes esferas
sociales. En consecuencia, Olhovich exterioriza
el mundo subjetivo de don Andrés, se
aventura a retratar su mente angustiada y, a su vez,
erotiza la imagen de Estela, convirtiéndola en el objeto del deseo de prácticamente
todos los hombres en el filme.
Si bien la película matiza
la figura del protagonista solterón con monólogos en
voz en off, editados a partir del texto original de Donoso, no recurre a ningún recurso
formal para
abordar la experiencia subjetiva de la criada taciturna (Leticia Perdigón). En cambio, Estela queda expuesta a la mirada
de los personajes masculinos, por
ejemplo, cuando en una reunión
improvisada de
hombres viejos admira unánimemente sus piernas descubiertas en la fiesta de doña Elisita (Carmen Montejo). Estos aspectos
hacen que la narración fílmica sea estructurada alrededor del mundo interior de don Andrés.
En lugar de
aspirar a una representación «equilibrada» del
conflicto social, como lo hace Donoso, Olhovich tiende a presentar incluso los momentos más
insignificantes de una manera muy distorsionada:
solo a través de la perspectiva del protagonista
masculino. Como una confesión íntima en off,
don Andrés informa a los espectadores
que ya había intentado suicidarse cuando se había sentido desesperadamente perdido con
el mundo exterior. Este motivo, completamente ausente de la novela
de Donoso, pone en evidencia la lucha mental y psicológica del personaje como
un asunto individual-particular, más que como una tensión estructural que involucra el entorno socio-histórico. Al contrario, el don Andrés de Olhovich percibe
poco antagonismo social
y, cuando finalmente lo hace, esto se ve meramente provocado por los celos que siente hacia Mario. Es un miembro de la élite mexicana,
incuestionablemente rico y exitoso, y aparentemente su único problema es
su inestabilidad mental que es el
resultado de su relación frustrada con su abuela
y de
los traumas sufridos en el pasado.
Estos últimos están minuciosamente detallados en la
película por una serie de flashbacks, llenos de humillaciones y ansiedades que transportan
al espectador a la infancia de don Andrés y que progresivamente irrumpen en el mundo de la acción
narrativa. Este recurso puede identificarse como la diferencia más
marcada entre la narración literaria
y la adaptación fílmica. Aunque Donoso también
incluye capítulos en la novela que describen los recuerdos de
don Andrés sobre sus traumáticos encuentros con un riguroso sacerdote católico y un grupo de alumnos de
la escuela primaria,
estos episodios solo sirven para
fundamentar los sentimientos del personaje en su biografía y no para confluir con sus
acciones en el presente. Además, como don
Andrés se enfrenta
repetidamente a su «yo» infantil en la
versión cinematográfica mexicana, comienza a discutir
con él y acaba demostrando
su valentía como si fuera un adolescente (imaginado) que acosa a Estela. En
definitiva, la confusión entre la realidad
interior y exterior de don Andrés se completa cuando, en la grotesca
secuencia del desenlace, se une al niño que los espectadores conocen
como su «yo» más joven al lanzar origami al cadáver de doña Elisita. Es más, Olhovich muestra a don
Andrés en situaciones ambiguas que pueden interpretarse
como imágenes mentales en su totalidad. Por ejemplo, en un
episodio ya mencionado, el caballero se pone algunas ropas antiguas –que parecen ser disfraces– de un estuche polvoriento en el ático y se
involucra en una pelea de almohadas con su «yo» más joven. Además,
en la escena que sigue, comienza
a molestar a Estela, empujándola contra la pared y acariciándola
agresivamente. Sin embargo, el tono alegre de
la secuencia, el extraño disfraz y el hecho de que Estela
no parece guardar rencor después del incidente sugieren que este evento solo ocurre en la imaginación
de don
Andrés. Volviendo a la secuencia final, cuando el hombre inquieto
le cuenta a Carlos su aventura con Estela
y se refiere a un sofá vacío como si estuviera
sentada allí, los espectadores tienen comprobado que su locura es
auténtica. A diferencia de la versión
novelesca, el don Andrés de Olhovich sufre de una psicosis verdadera, lo que
se ve destacado por la última imagen de la película: un fotograma que muestra la
macabra sonrisa de don
Andrés con la voz de la sirena de una ambulancia que se aproxima.
Por tanto,
la interpretación de Olhovich se niega a aplicar
un punto de vista narrativo plural y multifacético y, en consecuencia, hace poco por recrear el vínculo, observado en la novela, entre el colapso
mental de don Andrés y la perdición del linaje aristocrático
de los Ábalos, también simbolizado por la mansión disuasoria. En particular, cuando el nieto perturbado
termina deseando abiertamente la
muerte de doña Elisita en lugar de preocuparse por la extinción de su familia (y, por tanto, de sus privilegios), expresa
un odio genuino profundamente arraigado en una historia familiar conflictiva. Los espectaculares
planos generales que retratan la antigua mansión
desde el exterior,
«entre edificios modernos
en la calle Londres» (García
Riera, 1995: 152) en la Ciudad de México, también están encuadrados de tal manera que,
en lugar de aludir a la progresiva
desaparición del poder de sus habitantes, acentúan la sensación de estar en desacuerdo con la realidad circundante. Visto desde arriba, la sombría villa
aristocrática de los Ábalos se ve
empequeñecida por las modernas vecindades y las casas tan altas
y poderosas que ni siquiera
caben en el encuadre.
Al mismo tiempo,
este gesto de omitir el contexto sociopolítico y
romper los lazos entre el microcosmos doméstico y el entorno histórico también ofrece una lectura del filme que lo
relaciona con una transición epocal dentro del marco del ambiente mexicano. Si la novela de Donoso incorpora una ojeada
breve al entorno social circundante
a la casa de los Ábalos en el episodio en donde Andrés se encuentra con un grupo de jóvenes empresarios, esta mirada momentánea al contexto es ofrecida
al espectador de la película de Olhovich de otra forma: cuando René y su esposa Dora atraviesan una multitud reunida en las calles de la Ciudad de México.
En esta instancia, el filme se enfoca
en una poderosa marcha popular
y se introducen varias tomas documentales en el largometraje de ficción, lo que se demuestra por el hecho
de que muchos transeúntes sonríen y saludan al lente de la cámara. Como resultado, la
escena acaba evocando a las bien conocidas secuencias que habían documentado las manifestaciones del Movimiento
Estudiantil un par de años antes4. Estas
protestas a finales de los años 60 dieron forma al descontento que estaba produciendo la organización posrevolucionaria
y que ya estaban presentes en las
críticas de Paz y Buñuel. Sin embargo, el
poder estatal respondió
a estas movilizaciones populares
con una represión inexorable, cuyo trágico
momento culminante fue la llamada
masacre de Tlatelolco en 1968 (Vázquez Mantecón, 2016)5. Estos acontecimientos provocaron el reconocimiento colectivo
de la imposibilidad de construir una
sociedad posrevolucionaria más justa y
dieron lugar a una desilusión profunda con respecto
a la ideología nacionalista.
En resonancia con
tales preocupaciones, la secuencia mencionada
de Coronación rebate las
implicaciones que las imágenes de la marcha
callejera pudieron referirse a una manifestación por el cambio social y político. Al contrario, la cámara se aleja de la avalancha
de gente y revela
que, de hecho,
René y Dora no están
en una manifestación, sino
meramente han encontrado una multitud de personas que van saliendo de un estadio después de un partido de fútbol. René entonces pregunta a un transeúnte sobre
el resultado final, desacreditando por completo las referencias
a un posible aspecto político de la escena. De esta manera, la película
de Olhovich pone en relieve la ausencia de una transformación social, reflexionando sobre la
pérdida de las esperanzas por la llegada de una modernidad próspera y justa, marcando así una nueva etapa en el
proceso de construcción de la nación.
Desde esta
perspectiva, Coronación forma parte
de una serie de películas mexicanas de este período en las
que los mencionados sentimientos de
desencanto político tenían eco. Charles Ramírez
Berg describe varios cambios institucionales,
ideológicos y temáticos que
redefinieron el panorama cinematográfico mexicano a principios de los años 70. Entre ellos, se destaca la oleada de nacionalizaciones durante el sexenio de Luis Echeverría (1970-76) y la promoción de un modelo cinematográfico que
reinsertaría al país en el circuito internacional
de festivales prestigiosos. Estos procesos dieron lugar a la rearticulación de géneros y estereotipos, introduciendo una
era de películas enajenadas y
desilusionadas que el historiador de cine llama, parafraseando el ya mencionado texto de
Octavio Paz, «el cine de la soledad»
(Ramírez Berg, 1992). Estas películas de autor se caracterizaban por un aire ominoso y
ansioso, y por una preocupación por
la represión y la explotación de las clases bajas, así como por las insuperables desigualdades de género y
raza que fracturaban la sociedad mexicana en
el contexto del
fracaso de la Revolución. Notablemente, varias de estas
películas se fijan en el abuso de las empobrecidas sirvientas por parte de
personajes poderosos y privilegiados,
líderes del orden social poscolonial patriarcal6.
Incorporando este
acercamiento crítico, la adaptación de
Olhovich llama la atención al estancamiento social de la época. Por ejemplo, cuando doña Elisita grita
delirantemente maldiciendo la Revolución,
afirmando fervientemente que «ya no respetan a
los señores» y que «este país se ha convertido en un desastre». Esto contradice
espectacularmente el hecho de que la riqueza y
los privilegios de su familia son prácticamente incuestionables a lo largo de
la película. Dicho
elemento se acentúa
aún más en la secuencia culminante en el desenlace: la «coronación»
de doña Elisita por Andrés y las dos
fieles sirvientas que se desenvuelve en paralelo al robo. Donoso describe esta extraña ceremonia dionisíaca como una escena desgarradora. En la novela,
mientras intentan consolar a la agonizante
nonagenaria por no tener ningún invitado en su día de santo, las dos criadas borrachas le dan una corona, hecha por Lourdes con
partes rotas de joyas que había estado recogiendo en la casa. Además, le ponen a
doña Elisita una túnica que puede haber sido gloriosa, pero que se ha vuelto muy andrajosa
a lo largo de los años. En contraste
con esto, Olhovich escenifica un ritual auténticamente pomposo en una habitación
ricamente adornada con una colorida decoración
y convierte la cama de doña Elisita en un verdadero altar barroco, hecho de oro brillante, delante del cual ella
aparece como una santa
religiosa adorada. Sin duda, la escena es evidentemente grotesca, sobre todo por la actitud inmadura
de las viejas criadas, el atribulado
Andrés y la presencia de su «yo» infantil.
Sin embargo, lo que esta secuencia expone es, de nuevo, una serie de delirios extravagantes y no un adiós a
una prosperidad social.
Por lo tanto,
ocultando la decisiva transformación socio-histórica hallada en el trasfondo de la
novela original de Donoso, la adaptación mexicana de Coronación sitúa sus principales acontecimientos en un campo mental perturbado en el que los
traumas individuales y las realidades sociales son cada vez más
indistinguibles. De este modo, la versión
de Olhovich muestra al México posterior al 68 como un país atrapado
en un doloroso statu quo, donde la
posibilidad de reformas y movimientos sociales ha dado paso al
aislamiento. Teniendo como punto de
referencia social la violenta represión del
Movimiento Estudiantil, la desilusión con las promesas de la Revolución
y el reconocimiento correspondiente
del fracaso del Estado en la construcción
de una nación mexicana más solidaria, la adaptación
cinematográfica articula una transición hacia la introversión frustrada.
4.
TRAUMÁTICA TRANSICIÓN
A diferencia de la
película de Olhovich, la segunda adaptación de Coronación,
realizada en Chile en 2000, opta por seguir la retórica de la novela más de cerca. En lugar
de destacar las experiencias subjetivas de un don Andrés mentalmente
perturbado, Silvio Caiozzi
–un viejo amigo y colaborador de José Donoso7– expone en su adaptación
una transformación socioeconómica en la que la familia Ábalos rechaza participar.
La película expone esta idea directamente
en sus primeras imágenes. Doña Elisita (María Cánepa) está hipnotizada por una antigua fotografía suya, que la muestra como una bailarina de boleros.
Está tan profundamente inmersa en la evocación
nostálgica de la música generada por dicho instrumento que no
percibe las palabras de su nieto llamándola. Don Andrés (Julio Jung) tiene que quitarle la imagen para que finalmente pueda
dirigirse a la dama.
Esta secuencia, que se despliega como fondo de los créditos del título, introduce el tema de un pasado ya frágil pero tenazmente sobreviviente. Más adelante en
la escena, Andrés le pide a su abuela
de que firme un cheque de pago. Sin embargo, la nonagenaria es demasiado
débil para hacerlo,
pues el heredero le tiene que llevar la
mano. Esta combinación de inercia y poder fundamenta el discurso de la película sobre una
inflexión histórica8.
Reubicando el argumento prácticamente inalterado del texto original sobre el telón de fondo de la
transición chilena a la democracia, Caiozzi se propone crear una estructura más balanceada, parecida a un cuadro social, que evoca el complejo
juego de la novela con las
perspectivas narrativas. Acentuando el choque entre los distintos grupos sociales, la película chilena
explora cuidadosamente sus respectivas culturas materiales y sus rituales. No solo muestra reuniones de
parientes aristócratas, partidos de fútbol de clase baja y comidas de criadas, sino que también ofrece ojeadas de una fiesta popular en un club nocturno y una
noche solitaria en una sala de biblioteca de clase alta. La marcada co-presencia de prácticas culturales, originadas en diferentes
períodos y esferas sociales distantes, se enfatiza aún más por lo que puede considerarse una versión cinematográfica de la ya mencionada «omnisciencia selectiva múltiple» de Donoso: el collage de estilos fílmicos disímiles, asociados a cada uno de los personajes principales.
Notablemente, las tramas de don Andrés, Estela y Mario
movilizan distintas
series de herramientas estilísticas. El soltero
amargado se ve principalmente entre una colección de objetos antiguos, propensos a aparecer en secuencias con poca iluminación, con movimientos
de cámara relativamente lentos y
acompañados de música clásica. Por el contrario, las escenas de la joven trabajadora doméstica convocan una especie
de estilo telenovelesco con luces glamurosamente suaves,
zums ligeros, colores saturados y emotivas melodías
de guitarra. Por último, las imágenes que presentan a los criminales de clase baja ―Mario (Paulo Meza)
y su medio hermano― que aparecen sobre todo en los barrios
pobres dominados por el hormigón gris y otros materiales baratos, son tomas temblorosas grabadas con
una cámara a mano, normalmente acompañadas de
música de baile popular o hip-hop urbano.
Lo más interesante es que cuando estos hilos narrativos se cruzan,
los rasgos estilísticos también se mezclan, como en el caso de la escena del robo al final de la
película la cual se
muestra con una iluminación
tenue y movimientos de cámara más intensos.
En consecuencia, la
segunda adaptación fílmica se abstiene de
establecer una jerarquía estricta entre los personajes en términos de su importancia en la narrativa. En
cambio, se aborda el trasfondo emocional
y biográfico de Estela, doña Elisita, Mario, René, Carlos y Lourdes, así como el de don Andrés, aunque
su mundo interno
apenas se expone en la pantalla (con la excepción de dos flashbacks de don Andrés y doña Elisita). Por lo tanto, en
lugar de comprometerse con el tema
del declive individual, Caiozzi destaca los fenómenos sociales del abandono y el
aislamiento como los motivos primordiales
de la caída de la familia noble y del fracaso de los personajes pertenecientes
a la clase trabajadora. Esto salta a la vista
especialmente si comparamos la figura de don Andrés en las dos películas. En la adaptación chilena, en
lugar de estar mentalmente perturbado,
el caballero se muestra meramente deprimido por su incapacidad para establecer una relación mutuamente satisfactoria con Estela (Adela Secall). Está absorto en un largo período de autocompasión, intoxicado en su antiguo
dormitorio y paralizado por la
decepción, ya que Estela lo rechaza. Así, cabe destacar que no es la conmoción de sus recuerdos
inquietantes, sino la pérdida de algo
absolutamente palpable lo que don Andrés tiene que enfrentar en la secuencia final de la película. Puesto en
escena de una manera melodramática, el
desenlace muestra cómo el solterón observa que
tanto su riqueza como su amor le son quitados lentamente, mientras Estela sale de la casa del lado de Mario. Por lo tanto, más que loco,
en la interpretación de Caiozzi, don Andrés está genuinamente derrotado. Debido a estas
decisiones adaptativas, la segunda versión fílmica se centra en las interacciones
sociales en vez de en los destinos individuales. Este rasgo sobresale al observar la visión de Caiozzi sobre la transición hacia la democracia y la globalización capitalista.
Tras haber estudiado
cine a finales de los años 60 y estrenando sus primeros largometrajes ya bajo el régimen
autoritario del general Pinochet, Caiozzi pertenece a una generación que experimentó el paso de Chile de una dictadura
militar culturalmente conservadora y
represiva a una joven democracia que aspiraba a reformar sus instituciones políticas, pero dejando casi
intacta la economía de libre mercado del antiguo régimen9. Durante
este contradictorio período transitorio –que
comenzó cuando Patricio Aylwin, el sucesor de
Pinochet elegido democráticamente, asumió el cargo en 1990– Chile fue sacudido por
una serie de
transformaciones. Entre ellas, los intentos de hacer frente a las anteriores violaciones de los derechos humanos,
las iniciativas que promovían la reincorporación a la sociedad de personas
que vivían en el exilio y, no menos importante, un espectacular auge del mercado de automóviles y electrodomésticos extranjeros, acompañado de
la generalización del consumismo y el individualismo (Cavallo, Douzet y Rodríguez, 2007: 17-25).
Como afirman Ascanio
Cavallo, Pablo Douzet y Cecilia Rodríguez:
Una sociedad que por muchas décadas había reservado la cima de la escala de valores a los pobres y a los trabajadores, de pronto
pasaba el prestigio a las manos de los empresarios, los ricos y los audaces. El deseo de progreso material
parecía tomar venganza contra los
sueños de progreso cultural de los años 50, 60 y 70
(2007: 25-26).
Estrenada a
finales de este período transitorio, poco después de que Pinochet regresara al país de Londres (donde el dictador
había vivido casi dos años bajo arresto domiciliario)10, la segunda versión fílmica de Coronación sitúa la trama de la novela en medio de extensos cambios relacionados a la
ideología, los estilos de vida y las costumbres
cotidianas.
La crítica cultural Nelly Richard describe la transición a la democracia neoliberal chilena como un proceso marcado por «los ritmos
exacerbados de la globalización capitalista, cuyo promiscuo régimen de comercialización disuelve jerarquías de
valores y significados trascendentes» (Richard, 2004: 10). Extrañamente resonantes con esta
observación, las metáforas más contundentes de la obra de Caiozzi –que juegan un papel central en la
puesta en evidencia de los
antagonismos sociales, generacionales y culturales–, son los automóviles. Explícitamente expuestos en un anuncio televisivo reproducido en su
totalidad en la pantalla, los coches, por
un lado, representan la promesa de un estilo de vida libre, rápido, alegre y aventurero. Estos son los valores que
Carlos Gros, el médico de la familia, glorifica
abiertamente cuando lleva a don Andrés a un recorrido en su lujoso coche deportivo. En contraposición, este último
utiliza un viejo
automóvil que tiene la forma de una caja, y se
aísla en él como si se tratara de un refugio que le proporciona soledad y protección frente a la sociedad. Su rareza y sus tormentos interiores se exteriorizan en las secuencias que lo muestran conduciendo por el
turbulento tráfico de Santiago. Disfrutando de las melodías
clásicas de la radio de
su coche o dejándose sumergir en un torrente de
recuerdos, don
Andrés no se adapta a las normas del tráfico.
De hecho, es
insultado recurrentemente por los demás conductores y termina en
situaciones peligrosas. Además, su coche simboliza su
antagonismo frente a los personajes de la clase obrera. Por ejemplo, cuando se dirige a las afueras de
la ciudad en busca de Mario, un grupo
de niños pobres que
aparentemente ven tales bienes de consumo solo en la
televisión, terminan arañando la carrocería del
coche con
piedras afiladas y golpeando sus neumáticos. Por otra
parte, las características
de su vehículo acaban
por simbolizar sus torpes esfuerzos
en el campo del amor, sobre todo en comparación con Mario, su rival que finalmente logra seducir a Estela. Notablemente,
en la escena que muestra a don Andrés dándose
cuenta de su derrota, el noble
misántropo ve a los jóvenes amantes a
través del parabrisas de su coche desmañado. Al mismo tiempo, la
recién formada pareja de adolescentes hace un recorrido romántico en la ágil moto de Mario antes
de quedar besándose fervientemente a
las puertas de la mansión Ábalos. Así, los vehículos –no solo unas de las
novedades consumistas más llamativas de los años 90 y 2000, sino también nuevos medios de la
expresión individual– vienen a indicar actitudes psicológicas, oposiciones sociales y
generacionales, y también
rivalidades viriles en el filme.
Por otro lado,
interpretado con el telón de fondo de la transición
a la democracia neoliberal, los automóviles son propensos a prometer atajos para mejorar la calidad de
vida. Así, su versatilidad física
también se refiere a la mayor movilidad social que la naciente
sociedad de consumo supuestamente permite. Por lo tanto, la película
parece sugerir que Estela, Mario y otras personas de las clases bajas también pueden beneficiarse del
declive de las jerarquías tradicionales, huyendo de los espacios
sociales abusivos a través de las «fisuras en los bloques de la élite»
(Daniels, 2013: 9). Así, el uso simbólico de los vehículos junto con el
énfasis en el acceso a los bienes de consumo (como el televisor en la
casa de Mario, o su reloj digital que sustituye
al reloj de oro falso que el personaje lleva en la novela) plantean la cuestión de la
movilidad social. Sin embargo, como Jennie Irene Daniels afirma acertadamente, aunque los personajes de la clase trabajadora tienen más
capacidades de mover en la película de Caiozzi, no disponen de «ningún lugar adónde ir», ya que ni su creciente consumo
(imposible de financiar a largo plazo,
como sugiere el robo), ni los persistentes abusos sexistas y racistas de la
sociedad contemporánea, les permite una verdadera movilidad social (Daniels, 2013:
5-7).
Esta contradicción
se expresa con claridad en el ya mencionado
clímax de la película, en el que la muchacha acaba escapando de la mansión Ábalos. Al huir con Mario,
Estela se libera de una situación social
aparentemente ineludible: la de haber sido llevada a la casa por su tía sirvienta para que ella también
trabaje como criada. Por esta razón,
Daniels afirma que la solidaridad entre los marginados en el filme sirve como estrategia para
aprovechar la crisis de la élite. Sin
embargo, yo preferiría matizar esta
observación remarcando las características del movimiento mismo que
dicha fuga supone. En esta escena,
Estela intenta huir con una pierna herida, dado que viene de revelar
el robo, provocando que René la golpeara furiosamente y la empujara al suelo. Así, en contraste evidente con la escena anterior en la que los enamorados salen a
recorrer la ciudad de Santiago en moto,
esta vez Estela y Mario se tambalean a un ritmo dolorosamente lento.
Don Andrés, a su vez, podría moverse más rápido para atraparlos y su única razón para no hacerlo es su decepción paralizante provocada
por su desesperanza emocional. Por lo tanto,
a mi juicio, esta secuencia, más que celebrar
la solidaridad de la clase obrera,
presenta un antagonismo entre personajes que se ven frustrados unánimemente por una transformación que los
abruma a todos.
Por el contrario,
los personajes que sin duda se benefician del
cambio socioeconómico retratado son los que introducen los aspectos más debatidos del espíritu del
libre mercado, adoptando los principios
del neoliberalismo como «guía de toda acción humana»
(Harvey, 2007: 3).
Esto queda ilustrado por el sugerido paralelismo
entre las relaciones humanas y los placeres consumistas. Aparte de su atraso tecnológico y su
consiguiente exclusión del progreso y la
prosperidad, el aislamiento de la villa
de los Ábalos se expresa
en términos de los ideales obsoletos de sus habitantes en lo concerniente al afecto. La reunión
familiar en el cumpleaños de doña Elisita no
solo enfatiza lo
ajeno que es la mentalidad de los parientes al espíritu de la casa –mostrando a los invitados en
su constante búsqueda de oportunidades de negocio y su terminología
empresarial inglesa infiltrada en su vocabulario
diario–, sino que también alude a
sus relaciones
amorosas entremezcladas. Los amigos y parientes se miran incansablemente coqueteando mientras discuten las
posibilidades de explotar a sus sirvientes aún más. Así, la película
sugiere que sus empresas
económicas y sus relaciones románticas se organizan según una lógica
similar: de manera espontánea y desregulada. Asimismo,
Carlos presume de sus inversiones en la industria turística en paralelo con sus nuevos «proyectos» en el
campo del amor.
En última instancia, la articulación más clara de los valores cambiantes
es la secuencia en la que Carlos lleva a su viejo
amigo en su coche nuevo y le muestra
su casa lujosa. Durante unos
deslumbrantes diez minutos, este viaje de pesadilla –ausente de la adaptación de Olhovich–
no solo sumerge a don
Andrés en el nuevo mundo del progreso, definido
según la ideología
de libre mercado, sino que le proporciona ocasiones
para resumir explícitamente el choque irreconciliable de ideas en
el centro de la película. Analizando cada
pequeño detalle de su coche y la felicidad momentánea que estos le proporcionan, Carlos pasa despreocupadamente por
delante de un viejo
transeúnte empobrecido antes de aparcar finalmente el vehículo delante de la residencia de lujo. Además, entusiasmado
por todos los muebles, aparatos
eléctricos y comidas
extranjeras que había adquirido («¡Tecnología
demasiado sofisticada para este país de
mierda!», exclama),
no presta atención
a su amigo que se aflige por su corazón roto. Andrés, a su vez, expresa su envidia por aquellos que pueden tener «aventuras descartables»,
señalando que su tragedia decisiva es desear «poesía», es decir, placer duradero en
lugar de experiencias rápidamente consumibles. En consecuencia, el caballero reflexiona sobre el vacío que
existe entre la pérdida de sus privilegios
heredados y el hecho
de no participar en los nuevos
emprendimientos. Eso se ve anunciado
literalmente cuando don Andrés
afirma que no tiene nada delante, ni detrás. Sin embargo, irrevocablemente acomodado en el mundo consumista, el médico borracho, en lugar de ocuparse de los problemas
planteados por el soltero
retrógrado, juega eufóricamente con su mando a
distancia multifuncional,
maximizando la comodidad de su experiencia de consumo
sin entrar en una discusión profunda. Así pues, más allá de
poner de relieve los
inconfundibles contrastes que se derivan de la
transición a la
democracia neoliberal (como las crecientes desigualdades sociales y las rupturas
radicales con los antiguos modelos
de organización social), esta secuencia también resalta la
falta de comunicación y solidaridad entre los que glorifican este ideal de progreso y los que lo rechazan.
Como hemos visto, Caiozzi formula un relato sobre una transformación social e ideológica que cambia las jerarquías sociales, los deseos
individuales, los imaginarios
colectivos y los
rituales cotidianos. Su adaptación
de la novela de Donoso ilustra la expansión
del ethos consumista en una serie de
episodios significativos que se enfocan en los aspectos y escenarios de la
vida contemporánea modificados por
este fenómeno. Esta adaptación incluso señala con
un guiño autoirónico que el cambio de valores y la
propagación de nuevos patrones de
comportamiento social no dejan intacto ni al
cine mismo. Esto salta a la
vista al comparar las diferentes versiones de
la escena de la cita de Mario y Estela en el cine. El texto de Donoso se refiere
a esta experiencia como la que cambia a Estela, convirtiéndola de una campesina inocente en un sujeto más
autoconsciente y deseante. Si bien la novela describe
la tentación del cine solo en la medida en que tiene lugar en una sala «inmoralmente
oscura» (es decir, en un espacio social no controlado por un discurso moralizador tradicional), tanto Olhovich como Caiozzi detallan la experiencia cinematográfica misma que la
criada y su amante tienen allí. En ambas versiones se puede deducir qué es lo que la joven pareja está
viendo en la pantalla grande, dado que sus expresiones faciales y los sonidos indican indirectamente lo que
se está desenvolviendo ante sus ojos.
En la versión mexicana de 1976, preocupada por la Revolución fallida y la consiguiente inmovilidad social, la joven
pareja se ve en la proyección de un
melodrama nacional y la escena de su encuentro
romántico se muestra de una manera extrañamente anacrónica, en la que los personajes inclinan sus cabezas
sobre los hombros del otro con una sonrisa en sus
rostros. Como el gesto evoca el estilo de actuación del cine clásico mexicano, la
escena puede interpretarse como una
agridulce alusión a una época en la que las
ilusiones revolucionarias aún
estaban vivas. Por otro lado, en la segunda
adaptación que retrata la experiencia de vivir en tiempos de la globalización económica y cultural,
Estela y Mario ven una película
de acción de habla inglesa y beben Coca Cola. No
obstante, la película proyectada resulta
tan violenta y abrumadora que los personajes
son incapaces de disfrutar de la cita y se quedan
petrificados mirando a la pantalla con ojos fijos. Así pues, la versión de Caiozzi
no solo registra el cambio de valores y discursos hegemónicos en el contexto de la
globalización neoliberal, sino que también sugiere lúdicamente que el propio
cine se ha convertido en un lugar de bombardeo consumista. Como estas
escenas también subrayan, aunque la
pantalla grande refleje realidades marcadamente distintas en contextos socio-históricos
diversos, su función cultural de asistir a los espectadores a través de los cambios bruscos de su vida sigue siendo sustancial.
5.
CONCLUSIONES
Este trabajo se ha
propuesto analizar los diálogos entre el texto
y los contextos ideológicos y discursivos en el caso de la novela Coronación
y sus adaptaciones cinematográficas. Hemos
encontrado que el argumento
de la obra escrita por José Donoso, que relata el
encuentro de una joven trabajadora doméstica con una familia aristocrática decadente en el microcosmos de una vieja
mansión, ha sido propenso a articular
tensiones y transformaciones socio˗históricas, lo
que se vio reconocido por distintos cineastas
latinoamericanos trabajando en diferentes momentos y ambientes.
Mientras que la novela misma hace referencia a la erosión de los
privilegios aristocráticos tradicionales tras el surgimiento de una clase empresarial capitalista en el Chile bajo
la modernización industrial a mediados
del siglo XX, la adaptación de Sergio Olhovich
enfatiza los conflictos subjetivos de
su protagonista y relaciona el enloquecimiento
de los personajes y su aislamiento frente a la
realidad social con la represión estatal experimentada en México después de 1968. En última instancia, la película chilena
de Silvio Caiozzi
adapta la trama original al entorno de los inicios del nuevo milenio santiaguino y se aventura a presentar una
estructura narrativa más cercana a la
del texto literario de Donoso. En cierto sentido esta última adaptación de Coronación
parece sugerir que «aunque las élites
tecnológicas han reemplazado a la élite terrateniente de Andrés y Elisa, las estructuras de clase
permanecen en su mayor parte intactas si
comparamos los años 50 y 2000» (Daniels, 2013:
2).
El hecho de que el
mismo argumento haya logrado encontrar su
relevancia y su función cultural en los tres contextos distintos, permite sacar la conclusión que el motivo de la confrontación entre «maestros» y «sirvientes» puede
inspirar estructuras narrativas propensas a abordar inflexiones socio-históricas y sus consecuencias
tanto psicológicas e individuales, como colectivas y sociales. Puesto que
tales situaciones narrativas reducen la distancia entre diferentes capas y clases
de la sociedad, creando un encuentro entre «patrones» que procuran guardar sus privilegios y «empleados»
que desean salir de la marginalización
y la explotación, los argumentos de este tipo
exponen un espacio simbólico capaz de acomodar motivos y asociaciones característicos de transformaciones socio-históricas en
diferentes ambientes. En el caso particular de Coronación, este carácter del argumento se ve reforzado por
los motivos donosianos
del aislamiento, el enloquecimiento y la desintegración (Náter, 2007: 148-155), que unánimemente llaman
la atención al conflicto entre el mundo
interior de los personajes y sus condiciones
sociales.
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1 Como
describen Simon Collier y
William F. Sater, la industrialización
en
este período provocó una situación social ambigua cuyos efectos principales fueron el fortalecimiento de las clases medias, la concentración de bienes en manos de la élite industrializadora y, al mismo tiempo, la supervivencia de una
élite rural terrateniente (2004: 264-286). El académico Óscar Galindo Villarroel resume este momento
contradictorio refiriéndose al Chile de
mediados del siglo XX como «Un país moderno. Semi rural
y subdesarrollado, pero moderno e innovador» (2008: 102).
2 Todas las traducciones del inglés
son mías.
3 Emilio
García Riera establece un paralelismo entre Coronación
de Olhovich y Ensayo de un crimen de Buñuel (1955), ya que ambas películas se basan en el retrato de un hombre de mediana edad (interpretado en ambos casos por el actor Ernesto Alonso) cuya mente está
perturbada por sus incontrolables
deseos sexuales (García Riera, 1995: 152). Además, como explica András Bálint Kovács,
subrayar el carácter
subjetivo de la trama y permitir que una
serie de escenas con un estatus mental ambiguo interrumpa la acción, era un rasgo común del cine moderno europeo
(Kovács, 2007: 62-65).
4 Estas secuencias grabadas por los
estudiantes de la facultad universitaria de cine (el recién fundado CUEC de la UNAM) se
dieron a conocer en el documental
titulado El grito (1968).
5 En la noche del 2 de octubre de 1968, dos semanas antes del comienzo de los Juegos Olímpicos de 1968 en la Ciudad de México, los soldados del ejército nacional dispararon a una
multitud pacífica de seis mil manifestantes
antigubernamentales en la Plaza de las Tres Culturas, en el barrio
de Tlatelolco.
6 Uno de los primeros ejemplos es Juego de mentiras (1967) de Archibaldo
Burns, que ofrece una mirada al mundo interior de una mujer víctima de un
entorno terriblemente hostil y machista. Rosa,
de José Estrada, un segmento de una película antológica (Siempre hay una primera vez, 1971), cuenta cómo una sirvienta es maltratada por prácticamente todos los hombres
que se cruzan en su camino y termina
violada por su propio novio. Las cautivas (1973), de José Luis Ibáñez,
muestra cómo dos mujeres –empleada y patrona– se pelean entre sí para
después verse sometidas las dos a un hombre manipulador. Además, Los
pequeños privilegios (1978), de Julián Pastor, construye con dolorosa
exactitud el contraste entre el embarazo de una trabajadora doméstica y el de su patrona.
7 Además
de Coronación, el director realizó
otras dos adaptaciones de los
textos de Donoso: el mediometraje de vídeo, Historia
de un roble solo, en 1982, y el
largometraje, Cachimba, en 2004
(Gatti, 2013: 29-30). Además,
escribieron juntos el guion de La luna en
el espejo, dirigida por Caiozzi y estrenada en 1990. Donoso consideró
esta película «la historia de Coronación mirada desde otro punto de
vista» (citado en S. M. Donoso, 2016: 113).
8 Jannie Irene Daniels ofrece otra lectura
plausible de la secuencia inicial
al afirmar que esta introduce «la abundancia pasada y el declive financiero presente como un tema significativo en la película»
(Daniels, 2013: 5).
9 La doctrina político-económica del neoliberalismo, empleada
por primera vez en el Chile
bajo el régimen de Pinochet, se basa en la idea de «que la
mejor manera de avanzar en el bienestar humano es liberando las habilidades empresariales individuales dentro de un marco institucional
caracterizado por fuertes derechos
de propiedad privada, libre mercado y libre comercio»
(Harvey, 2007: 2). En su mayor parte, las reformas neoliberales han significado una preferencia por la
privatización, la desregulación del mercado y la
defensa de la libre empresa. Así pues, el ajuste al neoliberalismo ha conllevado la creación de un mercado en
el que las medidas proteccionistas se
retiran y se ven sustituidas por un control estatal más débil, y las empresas y corporaciones de propiedad privada tienen
más libertad para crecer, competir y ampliar su red comercial (Harvey, 2007).
10 Después de que un referéndum lo
obligó a retirarse de la presidencia, el
general Pinochet continuó
siendo el líder formal del Ejército de Chile hasta marzo de 1998. Esto presentó una
amenaza constante «psicológico- institucional»
para el proceso de transición democrática (Cavallo, Douzet y Rodríguez, 2007: 20-21).
Fecha de
recepción: 10/12/20.
Fecha de aceptación: 09/02/21.