La violencia y
lo abyecto en Bajo este sol tremendo (2009)
de Carlos Busqued y El otro hermano
(2017)
de Israel Adrián
Caetano1
Violence and the abject in Bajo este sol tremendo (2009)
of Carlos Busqued and El otro hermano (2017)
of Israel Adrián Caetano
SABINE SCHLICKERS
Universität Bremen
Sabine.Schlickers@uni-bremen.de ORCID
ID: 0000-0001-8645-9119
Trasvases entre la literatura y el cine, 3,
2021, págs. 181-194
ISSN-e: 2695-639X DOI: 10.24310/Trasvasestlc.vi3.10629
Resumen: Israel Adrián Caetanoadaptó con El otro hermano (2017) congenial- mente la novela
Bajo
este sol tremendo de Carlos Busqued (2009)
en la que el pasado
de la dictadura se vincula con el
presente narrativo a través de la
violencia de un exmilitar dela fuerza aérea. Duarte es un tipo
sórdido, horrible y a la vez extrañamente
atrayente, por lo que se correlaciona
con la noción de lo abyecto
de Kristeva (1982). Su representación se distingue
de la de los militares de la dictadura en
el «cine de desaparecidos»,
como se demuestra con un breve
análisis de Garage Olimpo (1999). La ambigüedad de la violencia representada en El otro hermano
provoca los mismos
efectos de atracción y rechazo en el espectador implícito y lo llevan a
una
reflexión mediática y genérica.
Palabras clave: adaptación fílmica, violencia
sistémica y subjetiva,
lo abyecto, cine de desaparecidos,
posdictadura, Carlos Busqued, Adrián
Caetano.
Abstract: Israel Adrián Caetano's El otro hermano (2017) is a congenial adaptation of Carlos Busqued’s
novel Bajo este sol tremendo (2009),
in which the past of
the dictatorship is linked to the narrative
present through the
violence of an ex- military member of the air
force. Duarte is a
sordid, horrible and at the same
time strangely appealing type, thus correlating with
Kristeva’s (1982) notion of
the abject. His representation is distinguished from
that of the dictatorship's military in the
«cinema of the disappeared», as a brief analysis of Garage Olimpo
(1999) demonstrates. The ambiguity of the violence
depicted in El otro hermano
provokes the same effects of attraction and rejection in
the implicit viewer and leads to a mediatic
and generic reflection.
Keywords: Film Adaptation, systemic and subjective violence, the abject, cinema of the disappeared,
postdictatorship, Carlos Busqued, Adrián Caetano.
El otro hermano (2017), de Israel Adrián
Caetano, es una adaptación
cinematográfica de la novela Bajo este sol tremendo
(2009), la primera novela de Carlos Busqued. Nacido en 1970 en el Chaco, Busqued reside actualmente en Buenos
Aires, donde publicó asimismo su
segunda novela, también en Anagrama (Magnetizado,
2018). Según la presentación en la contratapa de Bajo este sol tremendo, se trata de
una novela poderosa, sin reflexiones psicológicas ni demasiados datos concretos del porqué de la anestesia
emocional de sus protagonistas. [...] Está construida desde el relato de las
acciones de estos outsiders casi absolutos, sin guiños generacionales ni discursos éticos o políticos sobre la tortura, el crimen, la
culpa, el vacío existencial o la historia
reciente del país. Y, sin embargo, estos temas asoman en la trama [...].
En adelante trato
de mostrar que «estos temas» –presentados por un
narrador heterodiegético tan impasible como sus personajes– se relacionan en la película de Caetano con el pasado
de la dictadura y que asoman a través de la violencia representada por el protagonista Duarte (fot. 1).
Este ex militar de la
fuerza aérea (interpretado genialmente por Leonardo Sbaraglia) es un villano
sórdido, pero también
seductor, simpático –en
argentino se diría que es un chanta, expresión del lunfardo para referirse a un
descarado, desvergonzado, un insolvente moral–2. Su mayor pasión es la guita, y hace de todo para conseguirla, por lo que no es una persona
fiable. Organiza, por ejemplo, un seguro
de vida fingido para que Javier cobre dinero después
del cruel asesinato de su madre y
de su hermano, pero él cobra la mitad como coima. O, en otra ocasión, se entera
a través de «un dato» comprado que cierta mujer tiene mucho dinero en el banco y la secuestra.
Estas escenas demuestran
que la corrupción forma parte de la violencia
sistémica que el cine cuestiona,
al igual que otros géneros y medios como, por
ejemplo, la novela
criminal –pero no es tarea del arte encontrar una
solución a la misma–.
A la hora de darle
el dinero del seguro trucho a Javier,
Duarte le dice que tuvo que pagar más de lo previsto a la gente que había sobornado, pero el espectador
implícito duda que miente.
La mayor fuente de
ingresos de Duarte proviene de secuestros.
Para gestionarlos,
tiene un ayudante, un joven llamado Daniel, que fuma constantemente porros mientras
mira documentales de animales3.
Daniel esconde a los secuestrados en el sótano de su casa –esta desaparición
de civiles en la
postdictadura vincula la película
implícitamente con el
«Proceso de Reorganización Nacional» e intertextualmente con la película El Clan (2015), de Pablo Trapero–.
A lo largo de El otro hermano
se hace evidente la conexión entre los personajes: Javier llega desde Buenos Aires en su auto
destartalado a un pueblo ubicado
cerca de Resistencia, capital de la provincia
del Chaco, porque había recibido
una llamada
de Duarte para avisarle
que su madre y su hermano habían sido asesinados por el amante de la madre, y que posteriormente este mismo se había suicidado. El motivo no se aclara. Así, por lo menos,
reza la versión de los hechos de Duarte a la que vuelvo más adelante. El asesino˗suicida
había sido compañero militar de Duarte y era el padre de Daniel.
Por consiguiente, la madre de Daniel –interpretada por
Ángela Molina– es la
exmujer de este asesino. Pero el título El otro hermano ―no muy acertado ni atractivo― no se refiere a Javier, el hermano del muerto, sino a otro hermano de Daniel
que había muerto pocos meses después de haber nacido y que se llamaba igual
que él.
En fot. 2 se ve a
Daniel y a su madre desde el punto de vista del
hermanito muerto en su tumba. Esta perspectiva «imposible» remite a Pulp
Fiction (1994), donde el extremo ángulo
contrapicado se encuentra en una escena en la cual los
criminales están focalizados desde el punto de vista de unas armas que se guardan en el baúl del
coche.
A pesar de que Duarte es un tipo sórdido, a la vez, es extrañamente
atrayente. De ahí que me parezca interesante correlacionarlo con la noción de lo abyecto de Kristeva (1982). Lo abyecto no es lo grotesco, sino lo que reside en cierta transgresión del orden: «It is thus
not lack of cleanliness or health that causes abjection but what disturbs
identity, system, order. What does not respect
borders, positions, rules» (Kristeva, 1982: 4). Lo abyecto está en el borderline, por ello
fascina y horroriza a la vez. Mutatis mutandis, esta mezcla contradictoria entre lo fascinante y lo
tremendo caracteriza asimismo la ambigüedad
de la violencia representada en las imágenes
fílmicas, que provocan
los mismos efectos de atracción y rechazo en el espectador implícito.
Para obtener estos
efectos, Duarte necesita un antagonista, y lo
encuentra en Javier, un hombre común e indolente que, al no haber tenido nunca contacto ni con su
madre ni con su hermano, se queda sorprendido
cuando Duarte le cuenta que había obtenido su
número de teléfono a través de su madre.
Javier vive en Buenos
Aires y ha perdido
su empleo en una oficina pública simplemente porque no ha
ido a la misma durante un año entero. Con ello se puede decir que está excluido voluntariamente del sistema social, es decir, lo contrario de lo que suele tratar
el cine argentino, para el que normalmente la exclusión social se presenta como «producida [...] por un
nivel extraordinario de disciplina y control,
formas latentes de una violencia sistémica» (Kantaris, 2005: 40).
Javier se deja
llevar mansamente por Duarte a una casa chata
que sirve como morgue. Allí Duarte le pasa un cubo antes de mostrarle los cadáveres para identificarlos –escena grotesca
porque los rostros
están completamente destrozados–. Javier necesita el cubo para vomitar, pero fuera de eso se muestra
impasible: más tarde tira incluso la ceniza de las urnas al retrete de la casa
de su hermano, en la cual se instala. Su hermano padecía del síndrome
de acumulación compulsiva. Sin embargo, Javier se vuelve
lentamente activo y tira toda la basura para
luego venderla a un chatarrero.
Bajo el influjo de
Duarte, Javier se convierte paulatinamente «en un delincuente, casi sin darse
cuenta y sin hacer casi nada», como advierte
Caetano en una entrevista4: primero acepta el fraude con
el seguro, luego recibe
una llamada de Duarte pidiéndole hospedaje para sí mismo y una «tía enferma», que resulta ser una mujer mayor secuestrada. Duarte le ofrece 5 lucas, o sea 5000 pesos (que serían 225 euros), pero Javier dice que no quiere meterse
en un quilombo. Cuando Duarte redobla la suma, acepta sin más. Después
Duarte le pide acompañar a la «tía con Alzheimer» –la habían dopado
y puesto en una silla de ruedas– al banco, ofreciéndole 25.000 pesos, más de mil euros. Javier saca allí 300.000 pesos –el dato que Duarte
había comprado era bueno–.
Duarte ejerce la
violencia de manera sádica: golpea, viola y
sodomiza brutalmente a sus víctimas secuestradas. La violación es un ejercicio de poder, uno redoblado porque las víctimas
de Duarte están atadas y no pueden defenderse. En
el primer caso se trata de un chico (00:21:
15-23), y en esta ocasión la violación no se muestra, pero se insinúa claramente por el pánico del chico cuando Duarte se abre la hebilla del cinturón –con lo cual queda claro que no es
la primera vez que Duarte abusa de este
chico, más vulnerable todavía por tener el
síndrome Down5.
En el segundo caso –la
iteración hace otra
vez suponer que hubo más
casos– se trata de
una mujer mayor secuestrada (1:17:27-
1:18:15). El hecho de que los secuestradores no le venden los ojos es mala
señal, porque esto
indica que la van a matar. La violencia
corporal, sexual, verbal y emocional de Duarte6 corresponde a los efectos que produce
en el receptor, quien se siente afectado
emocional, cognitiva e incluso fisiológicamente.
Concluyo que, con esta puesta en escena de la violencia subjetiva, individual de Duarte, este filme contradice la teoría vigente
(Kantaris, 2005), según la cual el cine latinoamericano
de violencia cuestiona la violencia
sistémica (lo que demuestro más adelante con
algunos ejemplos del «cine de desaparecidos»).
Uno no se puede fiar de un chanta sádico como el exsuboficial Duarte. La madre de Daniel le
cuenta antes de suicidarse con raticida
que su marido se había vuelto malo debido a la nefasta influencia de Duarte. El suicidio de la madre es un acto desesperado para salvar a Daniel
y no sirve, obviamente, para nada –porque Daniel ya está en
manos de Duarte, y ella lo
sabe perfectamente–.
La madre es otra víctima de Duarte, ni siquiera puede imponerse sobre los perros de
Daniel, razón por la cual uno la muerde fuertemente.
La violencia
de y contra animales resulta
ser otro tema recurrente, tanto en la novela como en la película;
llamativa es, por ejemplo, la escena
en la cual Duarte pisa a un escarabajo enorme (fots.
3 y 4).
No sorprende a
nadie que Duarte quiera matar a Javier y a la
secuestrada cuando tiene los 300.000 pesos en el bolsillo. Sin embargo, Javier parece no darse cuenta
de nada, ya que sube ingenuamente otra vez a la camioneta para
que Duarte lo lleve a la estación.
Pero Daniel y Duarte lo conducen junto con la mujer a un terreno abandonado donde estalla un tiroteo absurdo del cual sale como
único sobreviviente Javier.
Las referencias al
género del western destacan no solo
por el duelo con armas de fuego,
sino asimismo por la desaceleración atormentadora del ritmo narrativo. Pero destacan también
diferencias: en la película de
Caetano, el duelo no corresponde a un asunto
de honor ni los contrayentes se
miden largamente parados con la mirada
fija esperando a ver quién saca primero el arma. Además
llama la atención que los tres
hombres tiren con la mano izquierda, mientras que en el western clásico el arma aparece en la mano derecha, a no ser que
los cowboys tiren con ambas manos a
la vez7.
En El otro hermano la sangre brota de las
heridas que se muestran en primeros
planos con todo lujo de detalle. Los golpes fuertes de Duarte en la cara de
Javier producen un eco extraño en el off. Todos estos
recursos fílmicos producen cierta estetización abyecta que lleva
a una reflexión mediática y genérica del espectador implícito. La puesta
en escena extrañante e hiperbólica de la violencia hace recordar las películas
de Tarantino y también su reminiscencia a Relatos salvajes, filme en el cual Leonardo Sbaraglia actúa (en
el segundo episodio de los coches).
En la película de
Caetano, en cambio, la exageración no produce
ni comicidad ni distancia. Tan solo al final Daniel y Javier demuestran reacciones emocionales: Daniel
no logra matar a Javier; él, que ha mantenido escondidos los ojos a lo largo de la película bajo una visera, ahora, en su agonía,
mira directamente a los ojos de Javier. Este le presiona la herida mortal
y le pide perdón por retirar la mano y dejarlo
morir (fot. 5). Javier, el tipo inofensivo que se
deja convertir en delincuente y que
confía hasta el último minuto en Duarte, no solo lo remata sino que sigue disparándole muchas veces seguidas aunque Duarte ya está muerto. Después de este ataque de violencia, que le sirve tal vez para recuperarse de su propio
miedo de morir experimentado pocos minutos antes,
saca tranquilamente el dinero del coche y se marcha, posiblemente a
Brasil, como planeaba, para comenzar
una vida nueva. Además no puede quedarse en Argentina: las cámaras en el banco lo han grabado junto con la secuestrada, que ahora
también yace muerta en el suelo.
La película tiene, entonces, una estructura circular: al principio, Javier llegó al pueblo de provincia y se topó con la sangre de la masacre de tres personas disparadas, ahora es él el que se marcha dejando a tres cadáveres disparados. No obstante, diría que la estructura no es cerrada, porque queda abierto si Duarte le había contado la versión
correcta de los
hechos o si él mismo es el responsable de la muerte de la madre,
del hermano y del amante de la madre de Javier.
Me inclino a creerlo, porque
así se resolvería el dato extraño de que Duarte tuviese el contacto de Javier que la madre de
Javier probablemente no tenía. Y lo primero que
hizo Duarte fue
proponerle el fraude con el seguro de
vida, recurso que quiere repetir, por cierto, con la madre muerta de Daniel. También supongo que engañó
a Javier sacándole una provisión demasiado
alta como “propina” para sus compinches en el seguro o en el Estado.
Resulta obvio que
el malvado ex militar Duarte es un carácter
fascinante, lo que expliqué con la noción de lo abyecto. La interpretación de este carácter es una concretización genial de Caetano, porque el Duarte de Busqued no es ni fascinante ni atrayente. En una página gallega sobre cine europeo (lo que es algo raro porque se trata de una
película latinoamericana), Nunes (2017) critica, no obstante: «El Otro Hermano acerta no tratamento da violência mas nom na exploraçom psicológica dos seus personagens. Ficará na memória do público de Cineuropa
como uma peça de cinema
bestial». Parece persistir cierta «mirada
tercermundista» que considera a los latinoamericanos
como bárbaros. Espero haber podido demostrar
que la película es mucho más sutil y compleja al presentar a un exmilitar que atrae y repugna a la vez, a
otro protagonista indolente que se convierte
en delincuente sin hacer casi nada y al poner
en escena de un
modo particular la violencia que lleva tanto a la inmersión e identificación como a la distancia
reflexiva del espectador implícito.
Duarte remite a la
degradación moral de los militares de la
dictadura argentina, y en este sentido la violencia subjetiva representada por él cumple
una función alegórica. Pero esta no se vuelve tan transparente y didáctica como
en el así llamado «cine de desaparecidos» argentino, donde predomina,
en cambio, la violencia sistémica (ver
supra) y una consiguiente representación estereotipada de guerrilleros guapos y militares malvados8. Para comprobarlo, analizo en adelante brevemente
una película de este cine que destaca
por concentrar su trama en un campo de concentración. Porque tan solo
la posterior Crónica de una fuga (2006), también
de Caetano, como la
anterior La noche de los lápices
(1986), de Héctor
Olivera, situaron su trama en estos campos, de los cuales
no había habido registro audiovisual:
Las imágenes que conocemos son a posteriori, a partir de la
Conadep (Comisión Nacional
sobre la Desaparición de Personas) por ejemplo, siendo en su gran mayoría
ruinas o instalaciones
desmanteladas. La otra fuente proviene
de las películas: el cine fue la que moldeó el imaginario del pasado
dictatorial (Zylberman, 2013).
Garage Olimpo (1999), de Marco Bechis, muestra el trabajo
cotidiano dentro de un centro de detención: los torturadores son jóvenes,
con aspectos físicos normales. Ejercen su trabajo metódicamente, aunque a veces se sobrepasan
con la picana, calculando
mal la dosis, como sucede con la protagonista en su primera sesión (21:00). Sucede que cometen
errores de negligencia, como no percatarse en la revisión
de un recién llegado que llevaba escondida una pastilla de cianuro
para suicidarse (24:00).
Tienen horarios, fichan al entrar y se turnan.
Regularmente el jefe los cita en su oficina para
hablar sobre los resultados; siempre se le ve
con listas en la mano en las que apunta meticulosamente las entradas y salidas de los detenidos.
A uno de los patotas, Félix, le toca el segundo turno –¡después de diez horas de tortura sin pausa!–, con una «maestrita
de pobres» de la que no se llega a saber ningún «otro delito» a lo largo de la película, es decir, ni siquiera es una montonera o guerrillera del
ERP. Se llama María, es una chica linda de 18 años que convive con Félix en la pensión de su madre. Félix está enamorado
de ella, pero ella no le da bola.
Acostada y desnuda,
apenas recuperada la conciencia, María reconoce en seguida a Félix, sin entender qué hace en
este lugar, y él la tranquiliza diciéndole
que no le habían hecho nada, que estaba allí
en un control. Esta escena tierna y esperanzadora se interrumpe abruptamente con la entrada del jefe de Félix, quien le da quince minutos para hacerla hablar y lo manda a venir después a su oficina.
Félix saca rápidamente la picana y le insiste a María en hablar. Pero la hipótesis del espectador implícito de
que Félix actúe así porque la obediencia puede
más que el amor se resquebraja en el siguiente
plano, que muestra que las celdas de tortura
se vigilan continuamente con cámaras.
Félix
vive bajo la
identidad falsa de ser mecánico, lo que
corresponde irónicamente
al hecho de que su
lugar de trabajo sea un garaje en pleno centro
de Buenos Aires,
que lleve allí siempre un maletín de acero (con la picana
dentro) y que actúe de modo mecánico. Hace todo pausada y tranquilamente –comer, andar, moverse– y habla quedo
con sus víctimas, a quienes saca, no obstante, impasiblemente la ropa cuando ya
no les sirve más.
En los recreos, los torturadores
juegan al ping-pong, llaman a sus esposas,
hojean revistas. En contraposición, en las sesiones de tortura ponen música alegre, muy alta, para que no se escuchen
los gritos de dolor en la calle. Pero los torturadores no parecen tener la inclinación sádica de Duarte, sino que
actúan guiados por su tarea de arrancarles datos a los «subversivos». Al lado de Félix
destaca tan solo el Turco, que se parece a Duarte por el afán de querer enriquecerse. Por ello arma
inteligentemente toda una historia cuando se entera de que la madre de María es la propietaria única de
una grand casa. Con
la promesa de sacar a su hija, ella lo
acompaña a un notario para que él le compre
la casa en efectivo; luego, la conduce a las afueras donde le pega un tiro y se lleva el sobre con el
dinero (1:04). Este episodio se parece, de hecho, al último secuestro en El otro hermano, en el cual Duarte hace llevar
a la mujer dopada en silla de ruedas
al banco.
Pero comparando ahora las dos películas
más detenidamente, resulta que Garage Olimpo representa la violencia sistémica, mientras que El otro hermano la violencia subjetiva.
La violencia sistémica tiene que ver con
la temática de la película de Bechis: Garage Olimpo revela
las prácticas de la desaparición de miles de personas y denuncia a los militares responsables de este crimen
que caminaban en la época del estreno de la película,
en 1999, libremente
por la calle, como se escribe en el último título de
crédito9.
De ahí se explica que el autor implícito
coloque un atentado como acto de justicia poética dentro de la diégesis: el general del Garage Olimpo se convierte en víctima de
la amiga de su hija, una joven montonera que se aprovecha del acceso a su casa supervigilada para ponerle una
bomba debajo de la cama.
Lo que distingue a Félix de los demás
victimarios no es su aspecto –es, como
los demás, joven,
delgado, ni feo ni hermoso–, sino el hecho
de que esté enamorado de su víctima. Su conducta es, empero,
ambigua: no se llega a saber si hace todo lo que puede para ayudarla por amor, como sobornar
a sus compañeros
para que no la golpeen demasiado duro, traerle comida
de la calle o incluso
salir con ella a dar una
vuelta. O si, por otro lado, se aprovecha de la situación para holgarse con quien lo había desdeñado antes, cuando convivían en la pensión de la madre de ella. Tras el intento de escape de María, él le hace una escena de amante traicionado, al que hubiera
«querido dejar». Ella se somete a todo porque Félix es su ancla, el único que podría
salvarla,
pero de hecho Félix la manda involuntariamente a la muerte al salir con ella sin
autorización. Esta
transgresión de las estrictas
normas de conducta que reinan dentro del centro de
detención será duramente sancionada, y
carcajeada por sus compañeros que están celosos o hartos de las extravagancias caballerescas de
Félix, como decorarle cursimente la celda o
llevarle flores a María. Cuando Félix
vuelve tarde con María al garaje, se está preparando otro «traslado». Ya han subido a casi todos los
detenidos a un carro, cuando un compañero
le dice a Félix que el general había dado la orden de mandarla a María también. Félix presencia con impotencia cómo le quitan los zapatos y cómo le inyectan una jeringa. Ella sube y lo mira dudando, intuyendo lo que pasa, porque
los prisioneros no creen en el
cuento del traslado a otro penal. Félix debe marcharse en seguida, porque el general lo cita a su oficina10, como al principio, cuando había «entrevistado» por primera vez a María.
El siguiente plano muestra
en ángulo picado un avión moviéndose
lentamente en las nubes, acompañado por la canción a la bandera argentina Aurora,
una bella ópera
al estilo italiano
creada en 1908. Esta puesta en escena estetizante
del atroz vuelo de la muerte refiere intermedialmente a
la escena de Apocalypse Now (1979) en
la que los vietnamitas huyen
desamparados mientras que se acercan los
helicópteros con los norteamericanos armados con armas de tiro rápido y bombas. La crueldad de esta
escena se mezcla con el sentimiento ambiguo de lo sublime (Chung,
2016), que se produce por el hecho de que los soldados
escuchen en este momento una ópera
de Wagner, «La cabalgata de las valkirias», que los anima
al tiroteo que sigue. La diferencia con respecto a Garage Olimpo reside en el hecho
de que la música sublime se reproduce
en la película norteamericana a nivel intradiegético, contrastando
fuertemente con la matanza alegre; en el filme argentino, en cambio, la música
se reproduce a nivel extradiegético.
Así, la sensación de lo sublime queda perversamente relegada al espectador implícito
que mira cómo se abre lentamente la
escotilla de carga del avión. Debido al típico acto de protención, el espectador implícito se imagina cómo los cuerpos narcotizados de los prisioneros caerán al mar, porque la
película ya no muestra lo evidente,
la desaparición, que se vuelve aquí horriblemente concreta.
Como se mencionó al principio, en la novela
de Carlos Busqued y en la adaptación de Israel Adrían Caetano
el pasado de la dictadura asoma solo indirectamente a través de la violencia cruel y arbitraria de Duarte, el exmilitar de la fuerza
aérea. El narrador de la novela es absolutamente impasible, pero a la vez es más discreto
que la instancia
narrativa audiovisual, puesto que insinúa tan solo los actos de violencia. Para ello recorre a la auricularización de Daniel, que escucha
impasiblemente los gritos de los secuestrados en el sótano y huele, cuando entra allí, el esperma
eyaculado de Duarte.
En concordancia con
el tono lento de la narración, que menciona todos los porros que los personajes fuman –y fuman
varios por día–, y que transcribe largos fragmentos de los documentales
sobre animales que Daniel mira cada día
por horas, el autor implícito Busqued eligió un final menos dramatizado y espectacular que Caetano. Pero gracias a lo
que sigue a su showdown, o mejor dicho shutdown, hay en la película una escena de gran ternura
entre Javier y Daniel que tiñe el filme de un aire triste del que la novela carece.
IMÁGENES
Fot. 1
Fot. 2
Fot. 3
Fot. 4
BIBLIOGRAFÍA CITADA
BUSQUED, Carlos (2009), Bajo este sol
tremendo, Barcelona, Anagrama. CHUNG, Jihae (2016), Das Erhabene im Kinofilm: Ästhetik eines gemischten Gefühls,
Marburg, Schüren.
KANTARIS, Geoffrey (2005),
«Visiones de la violencia en el cine urbano
latinoamericano», Cuadernos del Centro de
Estudios en Diseño y Comunicación,
18, págs. 39-46.
KRISTEVA, Julia (1982), Powers of Horror. An Essay on Abjection, New York,
Columbia UP.
NUNES (2017), «Crónicas
de Cineuropa 2017: El Otro Hermano (Israel Adrián Caetano, 2017)», Mola!, s. pág. [En línea:
http://mola.gal/cronicas-de-cineuropa-2017-el-otro- hermano/. Fecha de consulta: 13/12/2019].
SCHLICKERS, Sabine
(2010), «La representación literaria y
cinematográfica de las dictaduras militares
sudamericanas», Amerika: La Mémoire et ses représentations esthétiques en Amérique
latine, 3, s. pág. [En línea: http://amerika.revues.org/1468. Fecha de consulta: 28/10/2020].
ZYLBERMAN, Lior (2013), «Estrategias narrativas de un cine posdictatorial», Revista Afuera, VIII/13, s. pág. [En línea: http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=280&nro=13. Fecha de consulta: 25/08/2020].
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1 Durante el
proceso de edición de este trabajo, recibimos la noticia del fallecimiento de
Carlos Busqued el 29 de marzo de 2021. La autora dedica este artículo a su memoria.
2 En la novela es más viejo y obeso y carece
de la atracción ambigua del personaje de
Caetano.
3 En la novela Daniel se retrata
solo hacia el final (Busqued, 2009: 159), cuando coincide con Javier: es mayor y grandote, lo que no impide
que Duarte lo apode «Danielito». Además, se hace
repetidas veces pis en la cama.
4 https://www.youtube.com/watch?v=o6aWxmJaySs
[28.10.2020]. Aquí
Caetano añade algunas escenas, aumentando las actividades criminales de Javier que se queda en la novela indolentemente en casa de su hermano,
fumando porros día y noche y mirando la
televisión.
5 De modo parecido, el
autor implícito Busqued insinúa tan solo la violencia a través
de los gritos del chico
con «la horrible
cara […], pegada
desprolijamente a una cabeza dos números más grande», que se calma con unos dibujos japoneses
en el canal televisivo. Cuando llega Duarte, empero, grita nuevamente,
lo que se transmite a través de la auricularización
interna de Daniel, que escucha después de que la puerta del sótano se haya cerrado:
«Primero sonaban agudos, como un cerdo asustado.
Después se apagaron un poco, como si al cerdo le hubieran envuelto la cabeza en una toalla» (Busqued, 2009: 34 y ss.).
6 El autor implícito Busqued trabaja
con vacíos, delegando los actos de violación
y de violencia a la fantasía del lector. Al igual que en el caso del chico con sindróme
Down, Daniel no asiste a los actos de tortura, sino que registra solo las
huellas que dejaron en el cuerpo: «Cuando Danielito bajó a llevar la cena (hamburguesas con puré), el aire
estancado estaba espeso y con olor a una
mezcla de porro, esperma y jabón, rastros de la visita de Duarte a la señora [secuestrada]. Duarte la había
limpiado, pero eran evidentes los golpes y
pequeños tajos en la boca y arcos superciliares. En el resto del cuerpo también la había castigado y algunas
partes estaban empezando a hincharse» (Busqued, 2009: 130).
7 El final de la novela carece
de este showdown irónico, termina sobriamente con un
accidente nocturno en la ruta en el cual el conductor, Daniel, ha fumado tanto que no puede reaccionar a
tiempo cuando aparece una vaca en la ruta.
El único sobreviviente es Javier, quien se apodera del dinero y se va.
8 «El cine de ficción carece [del] nivel metaficcional [de las novelas sobre la dictadura] y juega más con los afectos y emociones de los espectadores, recurriendo a ciertas estructuras melodramáticas ubicadas en el ámbito
familiar. Los guerrilleros son siempre guapos, simpáticos y admirables
mártires de la causa que queda, no
obstante, por lo común muy poca clara –en Cordero de Dios no se llega a saber ni siquiera si la pareja simpatiza solamente
con los guerrilleros o si forman parte activa de ellos–, o bien son víctimas
guapas e inocentes, como en Crónica de una fuga [y Garage olimpo]» (Schlickers,
2010: s. pág.).
9 Bajo el gobierno de
Menem (1989-1999) reinaba la impunidad; la ley
de amnistía fue cancelada en
2003. «Sólo en el año 2005 se hallaron los primeros
cadáveres de los llamados vuelos de la muerte. Esta “práctica” llegó a conocerse en 1995, cuando el periodista Horacio
Verbitsky publicó El vuelo, basándose en las confesiones del oficial Adolfo Scilingo. Liliana Heker trató los vuelos
un año después en su novela El fin de la historia. En 1997, Scilingo
se presentó voluntariamente ante el juez estrella
Baltasar Garzón en España porque en Argentina existía la “Ley de Punto Final”
que prohibía reabrir el caso» (Schlickers, 2010: s. pág.).
10 Debe de ser otro general, porque el anterior
fue asesinado y su voz es distinta,
pero no aparece
en la pantalla.
Fecha de recepción:
06/11/20.
Fecha de aceptación: 09/02/21.