En el momento de salir el presente número a la luz pública, el nuevo orden internacional que se está prefigurando se encuentra en una especie de compás de espera condicionado por las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Tras la renuncia del presidente Joe Biden a ser candidato, motivada por su estado de salud, la aparición en la carrera presidencial de su vicepresidenta, Kamala Harris, ha generado nuevas expectativas entre los votantes demócratas y la lucha por la presidencia del Estado más rico de la tierra se ha hecho más competida. Las Bolsas de todo el mundo permanecen cautelosas ante la incertidumbre internacional, que se ha visto agravada —mientras escribo esta columna— por el asesinato en suelo iraní del líder de Hamás y por la previsible respuesta del régimen de los ayatolás, así como por la amenaza de desestabilización de Oriente Medio, afectado por la expansión del conflicto que Israel mantiene en Gaza y que ya ha alcanzado a Líbano. El mundo está en vilo acuciado además por numerosos conflictos locales que contribuyen a ensombrecer aún más el panorama internacional. Hoy, en la época de la mundialización informativa, los conflictos locales han dejado de serlo para alcanzar una dimensión internacional de la que antes parecían carecer, puesto que se evidencian más que nunca las redes del poder económico y político que se tejen en el mundo, y los movimientos geopolíticos de las grandes potencias sobre la escena internacional. La presencia de Rusia y de China en los países del Sahel, así como en el actual escenario de Oriente Medio, la crisis política en la que permanecen diversos países latinoamericanos (Ecuador, Perú, Bolivia, etcétera) o las controvertidas elecciones en Venezuela, país que suscita siempre un gran interés político-económico por el control de su gran riqueza petrolífera, forman también parte de la agenda política e informativa internacional de un mundo en crisis. Mientras que la guerra en Ucrania persiste.
La solución de todos estos conflictos y la recuperación de la paz en el mundo solo pueden venir de su defensa irrenunciable por parte de los mandatarios internacionales y del diálogo como vía para alcanzarla, así como del regreso a la democracia allí donde se encuentra en peligro o de la cordura que se ha de exigir al neocapitalismo para que no contribuya a tensionar más la política internacional. Con este deseo de paz y de diálogo que siempre proclamamos desde TSN como fundamento de nuestro proyecto editorial, el presente número de nuestra revista se dedica en esta ocasión íntegramente al tema Política y mediatización en redes sociales durante la pandemia por covid-19 en el contexto atlántico, que ha coordinado la profesora e investigadora argentina Ana Slimovich. No es la primera vez que TSN dedica sus páginas al estudio del mundo iberoamericano y transatlántico en la época del covid-19, temática que desde la perspectiva de la divulgación científica y sanitaria ya fue abordada bajo la coordinación de la profesora e investigadora española Carolina Moreno Castro. Centrado en este caso en el estudio de la política y de las redes sociales, y complementando aquella otra perspectiva, la doctora Slimovich reúne a un notable plantel de investigadores procedentes de Argentina, México y Brasil, con el objetivo de analizar este fenómeno en los países del mundo atlántico a partir de cuatro grandes ejes: el activismo digital, la comunicación política en las redes sociales, las democracias digitales y el campo editorial en las redes sociales.
Cuando ya hemos dejado atrás una de las mayores pandemias de la humanidad, nos percatamos de los grandes cambios que esta ha provocado en la economía, en la política, en la cultura y en la comunicación, entre otros sectores afectados. Como testigos que hemos sido de ella, creíamos que nuestro frágil sistema de convivencia y de salud saldría fortalecido tras la crisis sanitaria; sin embargo, el resultado ha sido todo lo contrario: se han debilitado las democracias, se ha impuesto el neoliberalismo económico y las entidades supranacionales han entrado en crisis, así como las grandes potencias tradicionales. Y en la comunicación y en la cultura, la multiplicación de voces que garantizan las nuevas tecnologías no ha traído más certezas, sino más ruido. Un ruido ensordecedor que lo relativiza todo y que cuestiona la autoridad de las convicciones éticas, políticas y morales sobre las se han venido asentando la democracia y la convivencia en los últimos setenta y cinco años. Diagnosticar esta situación debe permitir a los comunicólogos y a los políticos comenzar a ofrecer soluciones, por muy complejas y controvertidas que sean, al desorden informativo y cultural al que parecen habernos sometido las redes sociales. Sus aspectos positivos están fuera de toda duda y su presencia en el ecosistema comunicativo actual también; así queda de manifiesto en el presente número, pero su uso requiere algún tipo de regulación, por muy discutible que este término pueda parecer, que impida la utilización de las redes con fines contrarios a la ética y a los valores que defienden nuestras democracias y que evite la propagación de la desinformación y de la manipulación. La educación es un gran instrumento para reorientar este fenómeno. Pero no es el único. La difusión y divulgación del conocimiento es nuestra tarea, y a eso nos debemos. TSN 16 así lo ha entendido.