Los neocons españoles y la islamofobia. Los neocons y el Estado de Israel
The Spanish Neocons and Islamophobia. The Neocons and the State of Israel
Luis de Castro Redondo
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED, España)
Palabras clave
Islamofobia, islamofascismo, neoconservadores, Israel, emigración
Keywords
Islamophobia, islamofascism, neocons, Israel, immigration
1. Introducción
Antes de entrar a estudiar la islamofobia como parte del corpus teórico de los neocons españoles, hay que explicar quiénes son los neocons estadounidenses y cuáles son sus ideas sobre la política exterior norteamericana y reseñar a los académicos que crearon las bases intelectuales de la islamofobia, para acabar explicando que tras los atentados del 11 de septiembre varios publicistas neocons elaboraron la teoría de la «Cuarta Guerra Mundial» y el concepto de islamofascismo.
En España se ha usado el calificativo «neoconservador» para englobar a diversas fuerzas políticas de la derecha radical que eclosionaron durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero intentando crear un clima de opinión en su contra. Estas fuerzas, entre otras, fueron las plataformas en contra de la ley de matrimonio homosexual, en contra de la enseñanza de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, las organizaciones provida, las organizaciones de víctimas del terrorismo, los medios de comunicación que difundieron las teorías conspirativas del 11-M, los defensores extremos del «Mercado»… El objetivo de estos grupos no era tanto conseguir votos como socializar mecanismos de pensamiento que arruinasen las bases del modelo social y político de la izquierda. Los neoconservadores, aunque coinciden en los fines últimos con otras fuerzas de la derecha radical, tienen unos objetivos propios en política exterior, que a veces son distintos de los objetivos de las otras facciones de la derecha.
2. Los neoconservadores
A mediados de la década de los noventa los padres del neoconservadurismo, Norman Podhoretz y Seymour Martin Lipset, pensaban que este había muerto. Irving Kristol incluso creía que el neoconservadurismo había sido absorbido por el conservadurismo, pero en septiembre de 1995 William Kristol edita una nueva revista, The Weekly Standard, en la que colaboran David Broks, Fred Burns, John Podhoretz y Robert Kagan, que tiene como objetivo influir en la política exterior del Partido Republicano. Dos años más tarde, en 1997, William Kristol junto a Robert Kagan y Gary Schmitt fundan el Project for the New American Century (PNAC), a medio camino entre un think tank y un comité de ciudadanos, que, con un núcleo central de miembros muy reducido, dispone de una extensa red de colaboradores que firman peticiones y escritos. Los neoconservadores acaban siendo influyentes en diferentes think tanks —entre otros, el Hudson Institute— y en varios comités —como The Committee for the Liberation of Iraq (CLI) y The Committee Transitional Democracies of Irak—, y llegan a disponer para la difusión de sus ideas de los «medios» de comunicación que forman parte de la red mediática de Rupert Murdoch, la cadena Fox News y el diario The New Republic, entre otros. Se puede decir que «Murdoch ha contribuido a que el aislamiento mediático del movimiento conservador estadounidense sea un hecho del pasado» (Romero Domínguez y Pineda Cachero, 2011). Los neoconservadores de esta nueva hornada son una familia más de la derecha norteamericana que solo se diferencian de las otras corrientes ideológicas por cuestiones de política exterior (Julio Aramberri, 2007).
William Kristol, en una entrevista del periódico Abc en 2003, explica el resurgir del neoconservadurismo:
Al final de la década pasada, resurgió porque entre los republicanos hubo rebrotes aislacionistas. Estaban en contra de la intervención en Bosnia y Kosovo, defendían una «Fortaleza América»; en cambio los neocons eran los republicanos que querían mantener a los Estados Unidos involucrados en el mundo, defender los principios democráticos, estar junto a nuestros aliados. Yo tomé parte y fui uno de los fundadores de la revista Weekly Standard en 1995 y después del proyecto New American Century (Nuevo Siglo Americano) en 1997[1].
Robert Kagan y William Kristol son los principales representantes académicos de la corriente neoconservadora de la «Tercera Edad» del neoconservadurismo norteamericano. En julio de 1996 publican en Foreign Affairs «Toward a Neo-Reaganite Foreign Policy» (Kagan y Kristol, 1996), que va a tener gran importancia en el debate de la política internacional de Estados Unidos, porque en él se expone un programa neorreaganista para el Partido Republicano en el que discrepan de la propuesta de Jeanne Kirkpatrick de un retorno a la normalidad tras la Guerra Fría y afirman que la «hegemonía norteamericana» es la única defensa segura contra una ruptura de la paz y del orden internacional. Según Pierre Hassner y Justin Vaïsse, dos reputados politólogos franceses:
Si la question des avantages et des inconvénients de l'unipolarité du système, et de la primauté, voire de l'hégémonie américaine, a été posée dès le début des années 1990, c'est pendant la deuxième moitié de la décennie qu'un certain nombre de néoconservateurs, avant tout les rédacteurs en chef du Weekly Standard, William Kristol et Robert Kagan, ainsi que Max Boot, de la même revue et Tom Donnelly du Project for a new American Century, commencèrent à réagir contre les politiques de Bush père, jugé trop modéré et timide, et de Clinton, jugé trop préoccupé par les problèmes globaux et humanitaires et trop hésitant ou réticent dans l'emploi de la forceé et dans les dépenses militaires. Ils se sont prononcés pour un retour à la politique de Reagan, censée avoir triomphé de l'empire du Mal soviétique, ce qui ouvrait la voie à l'empire du Bien, c'est-à-dire à l'empire américain. L'expressión «empire bienveillant» appartient à Robert Kagan. (Hassner y Vaïsse, 2003: 83-84).
Para William Kristol y Robert Kagan, el peligro para Estados Unidos es el declive de su fuerza militar entre 1989 y 1999, década en la que el presupuesto de Defensa disminuyó un tercio, al igual que el número de efectivos de las fuerzas armadas. Durante la década de los noventa Estados Unidos tenía un poder y una influencia en el mundo que no se recordaba desde el Imperio romano; tenían la posibilidad de conformar el sistema internacional en beneficio de su seguridad y de sus valores sin la oposición de ningún adversario y no lo hizo: no derrocó a Sadam Huseín y en la primavera de 1992 no impidió el asedio de Sarajevo y la limpieza étnica de los nacionalistas serbios contra los bosnios musulmanes; en vez de afrontar las responsabilidades mundiales de Estados Unidos, los líderes políticos estadounidenses optaron por el desinterés y la evasión.
William Kristol y Robert Kagan especifican que no se trata de esperar a que surja una gran amenaza, sino de conformar el escenario internacional para evitar que tal amenaza llegue a producirse; el objetivo fundamental de la política exterior de Estados Unidos es preservar y extender un orden internacional adaptado a sus intereses y a sus principios y, si Estados Unidos se abstiene de dar forma a ese orden, otros se encargarán de conformarlo de un modo que no reflejará ni los intereses ni los valores de Estados Unidos. Por último, afirman que Estados Unidos debe buscar un cambio de régimen en aquellos Estados que supongan un riesgo para la paz mundial.
Robert Kagan publica en el 2003 Poder y debilidad: Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial, donde parte de la existencia de dos culturas estratégicas diferentes en Estados Unidos y en Europa sobre el poder, su eficacia y su conveniencia, que resume en una famosa frase: «Hoy en día en la mayoría de las cuestiones internacionales los estadounidenses parecen de Marte y los europeos de Venus» (Kagan, 2003: 10). El libro es un análisis de las tensiones y desacuerdos en política internacional entre Europa y Estados Unidos. Para Robert Kagan, la única potencia mundial hoy en día es Estados Unidos por su superioridad militar, ya que todas las demás variables —la diplomacia, la actividad de los organismos multilaterales, las diferentes estrategias de cooperación— no cuentan. Poder y debilidad: Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial parte de que en la concepción del poder hay una diferencia fundamental, insalvable, entre Europa y Estados Unidos con relación a su moralidad, conveniencia y eficacia. Según Robert Kagan, los europeos prefieren las soluciones diplomáticas y la negociación en foros multilaterales, y el motivo es porque Europa es débil y adopta la estrategia de los débiles. En cambio, Estados Unidos entiende el tablero internacional como un mundo hobbesiano lleno de amenazas, donde la única política posible es la de la fuerza; por este motivo considera ilusoria cualquier otra estrategia, como la confianza en los organismos internacionales y en la negociación pacífica. En este sentido, una de las funciones que ha cumplido el poderío militar estadounidense ha sido la de moderar y frenar las tendencias normales de las otras grandes potencias, que sin el poder de Estados Unidos buscarían competir en formas que en la historia han llevado a la guerra. Robert Kagan rechaza también la posibilidad de que el orden mundial liberal pueda seguir existiendo en la ausencia de la hegemonía estadounidense; para él, Estados Unidos, no la Historia, es el verdadero autor del orden mundial liberal. Defiende en el año 2012 en The World America Made (Kagan, 2012) que Estados Unidos ha conformado el mundo tal como lo conocemos y ha evitado la proliferación de regímenes dictatoriales y la existencia de conflictos armados entre las grandes potencias, y ha ayudado a la democratización del mundo. Charles Krauthammer (1990/1991) en «The Unipolar Moment» afirma que sin Estados Unidos no hay alternativa posible y solo queda el caos:
The alternative to such robust and difficult interventionism? The alternative to unipolarity? Is not a stable, static multipolar world. It is not an eighteenth-century world in which mature powers like Europe, Russia, China, America, and Japan jockey for position in the game of nations. The alternative to unipolarity is chaos.
3. Las bases intelectuales de la islamofobia
El intelectual que más ha influido en crear las bases académicas de la islamofobia es Bernard Lewis, que después del 11-S, con más de ochenta años, se convirtió en el ideólogo del núcleo duro de la Administración Bush (que planificó e invadió Irak). Aunque él siempre rechazó haber sido el padre espiritual de la invasión, en un artículo publicado en The Wall Street Journal en 2001 abogaba por el cambio de régimen en Irak. En él decía que el cambio de régimen podría ser peligroso, pero a continuación afirmaba que a veces los riesgos de la inacción son mayores que los de la acción. En su ensayo ¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la respuesta de Oriente Próximo (Lewis, 2001a: 199) atribuye el retraso a la posición de la religión y de los religiosos dentro del orden político. En La crisis del islam. Guerra santa y terrorismo (Lewis, 2003: 29-30) leemos:
En ninguna parte son estas diferencias más profundas —y más evidentes— que en las actitudes de estas dos religiones, y de sus partidarios autorizados, respecto a las relaciones entre gobierno, religión y sociedad. El fundador del cristianismo mandó a sus seguidores «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:21) y durante siglos el cristianismo creció y evolucionó como una religión de los oprimidos, hasta que, con la conversión del emperador Constantino, el propio César abrazo el cristianismo e inauguró una serie de cambios por los que la nueva fe conquistó el Imperio romano y transformó su civilización. El fundador del islam fue su propio Constantino y fundó su propio Estado e Imperio. Por lo tanto, no creó —ni tuvo necesidad de crear— una Iglesia. La dicotomía de regnum y sacetium, tan crucial en la historia de la cristiandad occidental, no tuvo equivalente en el islam. En vida de Mahoma, los musulmanes se convirtieron enseguida en una comunidad política y religiosa, con el Profeta como jefe de Estado. Como tal gobernó un lugar y un pueblo, administró justicia, recaudó tributos, dirigió ejércitos, hizo la guerra y firmó la paz.
Bernard Lewis, en un artículo publicado en el año 2001, «Las raíces de la ira musulmana» (Lewis, 2001b), resume su islamofobia. Según Bernard Lewis, el islam fue en su origen una gran civilización donde musulmanes y creyentes de otras religiones crearon un acervo cultural que enriqueció al resto del mundo, pero en el islam después han venido épocas en las que sus seguidores han llevado la guerra por el mundo; ahora una parte del mundo musulmán está en una de esas épocas y su odio, aunque no todo, está dirigido al rechazo de la civilización occidental y a quienes la promueven o aceptan. En la visión clásica del islam, el mundo se divide en dos: la casa del Islam, donde prevalecen la ley y la fe musulmana, y el resto o la casa de la guerra, adonde los musulmanes tienen el deber de traer el islam a través de la yihad. Para los islamistas, la yihad empieza dentro de los países islámicos, porque en ellos se ha socavado la fe del islam y se ha anulado su ley, y luego fuera, contra el infiel.
En el islam siempre se supo que al norte y al oeste existían una religión y un imperio que, aunque más pequeño que el suyo, no era menos poderoso: la cristiandad, término que durante mucho tiempo fue sinónimo de Europa. Según Bernard Lewis, la lucha entre estas dos religiones rivales dura ya alrededor de catorce siglos, porque empezó con el advenimiento del islam en el siglo VII y ha continuado hasta el presente. En la segunda mitad del siglo XX, los líderes del renacimiento religioso encontraron a sus enemigos en Occidente y vieron a Estados Unidos, que apoya y sostiene a Israel, como la encarnación del mal. La yihad de los islamistas se dirige contra el secularismo y la modernidad. La guerra contra el secularismo es consciente y explícita: denuncia el secularismo como una fuerza atea que se atribuye a Occidente y a Estados Unidos. La guerra contra la modernidad se dirige a todo el proceso de cambio que ha ocurrido en el mundo islámico a lo largo del siglo XX, e incluso antes, y que han transformado las estructuras políticas, económicas y sociales del mundo árabe. Es verdad que Bernard Lewis indica que aparte del fundamentalismo hay otras interpretaciones del islam más tolerantes, más abiertas, que favorecieron los éxitos de la civilización islámica en el pasado.
Otro académico que ha contribuido a construir las bases intelectuales de la islamofobia es Samuel Huntington, que publicó en el número del verano de 1993 de Foreign Affairs el artículo «¿El choque de civilizaciones?» (véase Huntington, 2020). El artículo tiene su origen en una conferencia del autor en el American Enterprise Institute en la que plantea que la política mundial ha entrado en una nueva fase y en este nuevo escenario las causas de la conflictividad serán de tipo cultural entre civilizaciones diferentes. Afirma que desde la Paz de Westfalia los conflictos se han producido entre príncipes, emperadores, monarcas absolutos y monarcas constitucionales; tras la Revolución Francesa, con la consolidación del Estado nación, las guerras son entre naciones y después de la Revolución rusa entre ideologías: nazismo, fascismo y democracia liberal. Durante la Guerra Fría, el conflicto se produjo entre las dos grandes superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, y en la Posguerra Fría la piedra angular pasa a ser la interacción de Occidente con civilizaciones no occidentales y de las civilizaciones no occidentales entre sí. Samuel Huntington cree que habrá conflictos entre el islam y Occidente (un conflicto que lleva ya más de 1.300 años, desde la fundación del islam) en las líneas de fractura donde se produce el choque entre las civilizaciones occidental e islámica. Huntington desarrolló las ideas esbozadas en este artículo en un libro posterior, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, donde afirma que los conflictos con el islam no serán solo con los grupos fundamentalistas, sino con el islam como civilización (1997: 211):
El problema subyacente para Occidente no es el fundamentalismo islámico. Es el islam, una civilización diferente cuya gente está convencida de la superioridad de su cultura y está obsesionada con la inferioridad de su poder. El problema para el islam no es la CIA o el Ministerio de Defensa de los Estados Unidos, es Occidente, una civilización diferente cuya gente está convencida de la universalidad de su cultura y cree que su poder superior, aunque en decadencia, les impone la obligación de extender esta cultura por todo el mundo. Estos son los ingredientes básicos que alimentan el conflicto entre el islam y Occidente.
Ante la casi unanimidad en Europa de las críticas negativas al libro de Samuel Huntington, Panebianco (2016) opina que se le debe tomar en serio por dos razones fundamentales: la primera porque la globalización, con el relativo declive del poder estadounidense, ha generado un sistema geopolítico multipolar en el que es muy posible que los conflictos de poder se vayan a producir entre Estados pertenecientes a diferentes civilizaciones, que durante siglos han seguido caminos separados, y la segunda porque nos avisa de la amenaza que representa la civilización islámica.
Daniel Pipes (historiador neoconservador de la «Tercera Edad») afirma que los países musulmanes son menos democráticos, en ellos hay menos derechos políticos y con más frecuencia soportan el gobierno de dictadores, reyes, emires y otros hombres fuertes. El hecho de que los países de mayoría musulmana sean menos democráticos nos puede hacer pensar que el islam es incompatible con la democracia, pero, según Daniel Pipes, lo es del mismo modo que todas las religiones premodernas. Sin embargo, todas las religiones, aunque con dificultad, tienen el potencial de evolucionar en una dirección democrática. En el caso del cristianismo, el cuestionamiento de la Iglesia como poder político comenzó con Marsilio de Padua, que publicó Defensor de la paz el año 1324, y fue una largo proceso de seis siglos para que la Iglesia aceptara su posición en un mundo secular. Afirma Daniel Pipes que para que el islam sea congruente con las formas democráticas se requerirán cambios profundos en la interpretación (sobre todo en los aspectos políticos) de la sharía, que desde hace más de un milenio produce gobernantes autocráticos y ciudadanos sumisos, enfatiza la voluntad de Dios sobre la soberanía popular y alienta a la yihad y a expandir las fronteras del islam. El problema del islam no es que sea antimoderno, sino que el proceso de modernización apenas ha comenzado. Modernizar su religión requiere grandes cambios: renunciar a la yihad para imponer el gobierno musulmán, a la ciudadanía de segunda clase para los no musulmanes, a las sentencias de muerte por blasfemia o apostasía y aceptar las libertades individuales, los derechos civiles, la participación política, la soberanía popular, la igualdad ante la ley y las elecciones representativas. Sin embargo, dos obstáculos se interponen en el camino de estos cambios, en particular en el Medio Oriente: las afiliaciones tribales y centralismo tiránico, que obstruyen el desarrollo del constitucionalismo, el Estado de derecho, la ciudadanía, la igualdad de género. Daniel Pipes pronostica que, hasta que no desaparezca este sistema social arcaico basado en la familia, la democracia no podrá avanzar realmente en el Medio Oriente[2]. Pipes también señala la dificultad que tienen los países musulmanes para modernizarse (Pipes, 1987: 294-295):
Para escapar de la decadencia, a los musulmanes no les queda más que una opción, ya que la modernización exige la occidentalización. La opción fundamental es ilusoria, pues la mayoría de sus propuestas son demasiados simples para que sirvan para resolver las cuestiones complejas del mundo actual. El islam no ofrece una vía alternativa para modernizarse. Mientras la umma insista en buscar soluciones a los problemas actuales con versiones remendadas de programas arcaicos, seguirá siendo pobre y débil. Es imposible evitar el laicismo. La ciencia y las tecnologías modernas exigen la absorción de los procesos de pensamiento que llevan implícitas. Lo mismo sucede con las instituciones políticas. Puesto que hay que emular tanto el contenido como la forma, hay que reconocer el predominio de la civilización occidental, a fin de poder aprender de ella. Es imposible evitar las lenguas europeas y las instituciones educativas occidentales, a pesar de que estas fomenten el libre pensamiento y la vida cómoda. Solo cuando los musulmanes acepten explícitamente el modelo occidental estarán en situación de tecnificarse y luego de desarrollarse. Solo el laicismo ofrece una vía de escape a la difícil situación de los musulmanes.
Según Daniel Pipes, la totalidad de los islamistas buscan la supremacía de la sharía en su totalidad, aunque no de la misma manera Osama bin Laden que el primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan. Ambos buscan crear un orden completamente antidemocrático, si no totalitario, y denuncian que la democracia no es islámica. El fundador de la Hermandad Musulmana, Hasan al-Banna, consideraba que la democracia era una traición a los valores islámicos. Sin embargo, a pesar de este desprecio, los islamistas están ansiosos por ir a las elecciones para alcanzar el poder e incluso una organización terrorista (Hamás) ha ganado unas elecciones en Gaza, lo que muestra la flexibilidad táctica de los islamistas y su determinación por obtener el poder.
La islamofobia atribuida a algunos neoconservadores norteamericanos, que al menos hasta el 11 de septiembre de 2001 fue equilibrada y compartida con una generalizada sinofobia (Lynch, 2008), después de esta fecha pasó a formar parte del discurso político del neoconservadurismo como islamofascismo. George W. Bush entendió que el islamofascismo era heredero de las ideologías totalitarias del siglo XX, como el nazismo y el comunismo, y podía ser derrotado a través de una «guerra» que, en duración y en su combinación de medios militares y no militares, se parecería más a la Tercera Guerra Mundial (Guerra Fría) que a la Segunda Guerra Mundial, pero que también tendría características nuevas.
Las fuentes ideológicas de esta Cuarta Guerra Mundial se encuentran en el libro de David Frum y Richard Perle (miembros del American Enterprise Institute) An End to Evil. To Win the War on Terror, donde establecen sin eufemismos el plan global para ganar esta guerra (Frum y Perle, 2003: 9):
Throughout the war, the advocates of a strong policy against terror have had one great advantage over those who prefer the weaker line: We have offered concrete recommendations equal to the seriousness of the threat, and the soft-liners have not. For us, terrorism remains the great evil of our time, and the war against this evil, our generation's great cause. We do not believe that Americans are fighting this evil to minimize it or to manage it they are fighting to win-to end this evil before it kills again and on a genocidal scale. There is no middle way for Americans: It is victory or holocaust. This book is a manual for victory.
David Frum y Richard Perle comparan al islamismo con las ideologías totalitarias, como el nazismo y el comunismo. Aseguran que es una amenaza para Estados Unidos, porque pretende la dominación mundial y, al igual que el comunismo, pervierte el lenguaje de la justicia y la igualdad para justificar la opresión y el asesinato, y, como el nazismo, explota el orgullo de las naciones que alguna vez fueron poderosas. David Frum y Richard Perle advierten que, aunque la guerra contra el islamismo está lejos de haberse ganado, las élites políticas y mediáticas de Estados Unidos están cansadas, atrapadas en la política electoral, y mientras tanto los islamistas acechan, ante lo que el Gobierno sigue sin estar preparado y los aliados (en su mayor parte) niegan no solo el alcance, sino también la naturaleza de la amenaza.
El pensamiento de los neocons hacia el islam lo podemos sintetizar con esta cita (Bravo López, 2012: 267):
Si la reforma del islam no es posible, si la única reforma posible es su desaparición, la incompatibilidad entre el islam y Occidente continuará mientras el islam exista u Occidente sucumba. Pues de esta incompatibilidad se deriva un conflicto ineludible que ha enfrentado al islam y a Occidente desde hace siglos y que se reproduce en el interior mismo de Occidente por la creciente presencia de musulmanes. Esta presencia significa que el enemigo ya no solo amenaza desde el exterior, sino que está entre nosotros, nos invade poco a poco, y que, como, una quinta columna, quiere acabar con nuestra identidad.
El peligro que supone la creciente presencia islámica en Occidente debido a su incompatibilidad esencial es aún mayor por la actitud occidental con respeto a dicha presencia. En lugar de tratar al enemigo como lo que es, lo tratamos como un amigo. Reconocemos sus derechos, le damos protección, le damos educación, sanidad, le dejamos practicar libremente su religión, dejamos que construya mezquitas, que porte símbolos religiosos aberrantes como el velo, incluso, cada vez más, se le concede la ciudadanía. El enemigo va ganando así terreno poco a poco. Además, gracias a su increíble fertilidad, se reproduce de manera escandalosa. Pronto será mayoría y, gracia a la ciudadanía que le estamos concediendo, podrá elegir gobiernos, imponer sus normas, islamizar Occidente y convertirnos a todos en dhimmíes.
4. Los neocons españoles y el islamismo
Los neocons españoles agravan en comparación con los neoconservadores norteamericanos el componente de islamofobia en su ideología a la vez que manifiestan una simpatía extrema hacia el Estado de Israel. Florentino Portero (2008) en «¿Qué tipo de amenaza nos plantea el islam radical?» insiste en que la mayor amenaza está en el relativismo europeo, que se manifiesta de forma extrema en la Alianza de Civilizaciones propuesta por el entonces presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero.
En el plano de la política internacional el relativismo lleva a potenciar el complejo de culpa derivado del análisis crítico de la experiencia colonial. Solo se ve lo negativo. Puesto que ya no se cree en lo propio, se relegan los valores tradicionales y se reniega de muchos de los frutos de la Ilustración, la historia de la presencia europea fuera del Viejo Continente es asumida con resignación, cuando no con vergüenza. Encontramos un ejemplo paradigmático de esta postura relativista en la iniciativa española de la «Alianza de las Civilizaciones», desarrollada en el marco de Naciones Unidas y copatrocinada con Turquía. Su documento fundacional, que no podemos resumir en estas páginas, asume que la responsabilidad de los problemas de desarrollo del mundo musulmán recae sobre las naciones occidentales, desde los días del colonialismo hasta la actualidad. El relativismo afecta a la interpretación que se dé al multiculturalismo. Si la tradición liberal europea lleva a permitir que cada cual, sea cual sea su origen, mantenga su cultura y valores siempre y cuando respete los principios constitucionales y la ley, la pérdida de las convicciones propias ha convertido la lógica exigencia de respeto a los valores y normas comunes en un hecho problemático. Si no se cree en lo propio, ¿cómo se puede exigir a otro que lo asuma? Si partimos de una mala conciencia respecto a otras culturas por nuestro pasado, remoto o próximo, si asumimos que la culpa de su situación recae en nosotros, por acción u omisión, ¿cómo podemos mantener una política de firmeza? En esta situación nos encontramos ante dos modelos diferentes. Estados Unidos es una nación donde el multiculturalismo tiene una presencia y aceptación mayor que en el Viejo Continente. Como país de emigrantes que es, tiende a pensar que cada nueva oleada aporta nuevas ideas y valores. Para ellos la emigración no es un problema, sino una solución. Los estudios realizados sobre la población musulmana en aquel país reflejan un nivel de integración superior a la media. La firmeza con la que esa sociedad defiende sus valores no ha dejado lugar a dudas a los recién llegados sobre cuáles eran las reglas del juego. Por el contrario, en Europa la falta de convicciones lleva a un exceso de tolerancia que facilita la labor de los islamistas y dificulta la integración de los sectores más moderados.
En el capítulo «Buenismo» y Alianza de Civilizaciones, Florentino Portero expone que el largo período de paz en Occidente después de la Segunda Guerra Mundial ha llevado a que muchas personas llegaran al convencimiento de que la paz es un derecho, una conquista de la civilización a la que ya no se puede renunciar. Según Portero (2005), años de educación en la paz, de crítica a las políticas seguidas en el pasado, de revisión sesgada de lo que fueron las dos guerras mundiales y el colonialismo han llevado al convencimiento a los europeos de que la violencia es tan ilegítima como inútil. De estas creencias ha nacido en la izquierda una manera de entender las relaciones con el mundo árabe que Florentino Portero llama «la diplomacia del talante» y que sintetiza en los siguientes elementos:
— El diálogo como alternativa: en «la diplomacia del talante» nadie tiene la razón y dialogando se comprende al otro, se entienden su posición y sus aspiraciones, lo que facilita llegar a un compromiso. El fallo de esta teoría, según Florentino Portero, es que la otra parte puede mantener una posición ilegítima o ilegal, y en esas circunstancias no hay casi nada que comprender y ceder solo lleva a nuevas exigencias.
— La democracia liberal es una forma anacrónica de gobierno. Según Florentino Portero, la izquierda española rechazó la vía parlamentaria y optó por la revolución durante la Segunda República y la guerra civil. Durante el último franquismo y la Transición la izquierda española no era democrática, pero la experiencia de la guerra civil la llevó a un compromiso con la Constitución. Sin embargo, con Rodríguez Zapatero la izquierda volvió a sus antiguas querencias.
— La democracia como amenaza. El hundimiento del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética supusieron el fracaso del socialismo, que tuvo que buscar otras causas, y las encontró en el movimiento antiglobalización. En esta nueva etapa, la izquierda buscó alianzas con grupos violentos, como los islamistas o los populistas latinoamericanos.
— Estados Unidos es el mal: es odiado porque representa la filosofía liberal, ese conjunto de principios y valores que la izquierda lleva más de un siglo intentando destruir.
Carlos Echeverría, colaborador del Grupo de Estudios Estratégicos entre 2005 y 2013, afirma que el yihadismo salafista debe preocuparnos porque pretende recuperar el califato con todas las tierras que fueron del islam, entre otras Al Ándalus (Echeverría, 2015), y por la radicalización de los jóvenes islamistas; también en España, por la capacidad de la red para difundir las ideologías fundamentalistas y por el multiculturalismo, que al concentrar a la población musulmana en guetos facilita la expansión del yihadismo (Echeverría, 2008).
En este sentido el proceso de radicalización en España se ha dado y se sigue aprovechando los instrumentos que las sociedades abiertas hacen accesibles a individuos decididos a abrazar tales mensajes que, además, cada vez circulan de una forma más libre y sencilla. España además no pone las mismas trabas que otros países comienzan a poner al acceso a canales de televisión —véase el caso francés respecto a la cadena televisiva Al Manar, perteneciente al Partido de Dios-Hezbollah libanés— o a direcciones de Internet que funcionan de forma cotidiana alimentando una visión simplista y maniquea de la realidad, en términos de «amigo/enemigo» y de «causas justas/injusticias insoportables» que van creando entre algunos musulmanes una percepción crónica de agravios que es preciso resolver, incluso por la fuerza si se hace necesario.
Por otro lado, la tendencia dirigida cada vez más hacia el multiculturalismo en algunas sociedades occidentales ayuda a hacer pasar esta publicidad militante entre el colectivo musulmán y solo es cuestión de tiempo que franjas cada vez más jóvenes de la población de dicha confesión, que hace menos de una década no existían en España, puedan verse influidas por los mensajes radicales especialmente diseñados para ellos. La propia cadena qatarí Al Jazira, que surgió en 1996 como una invitación al debate libre y desinhibido en el mundo árabo-musulmán presumiendo, por ejemplo, de haber entrevistado al primer ministro israelí Ariel Sharon, ha caído con frecuencia en el discurso alarmista y extremadamente maniqueo y ha dado juego y publicidad a los sanguinarios terroristas de Al Qaida y publicidad inmerecida a opositores violentos a algunos regímenes árabo-musulmanes a los que los yihadistas salafistas tildan de apóstatas legitimando el combatirles.
Carlos Echeverría (2013) destaca que el hecho de que España tenga fronteras terrestres (Ceuta y Melilla) y marítimas (Canarias) con el mundo musulmán supone un grave riesgo.
España es el único país europeo con frontera terrestre con el Magreb —en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla— y dicha inmediatez geográfica, unida a la peligrosa mitificación por los yihadistas del espacio hispanoportugués de Al Ándalus, hacen de nosotros un objetivo preferente. Además, nuestros vecinos inmediatos magrebíes también ven su seguridad cuestionada, algo que afecta directamente a la nuestra. Aunque en Marruecos y en Argelia los conatos de revueltas producidos también en los primeros meses de 2011 fueron abortados gracias al efecto combinado de reformas y de medidas de seguridad, es destacable que, en Marruecos, los islamistas están en el Gobierno desde diciembre de 2011 y que otros aún más radicalizados (fundamentalmente Justicia y Caridad, aunque también existen en Marruecos grupos yihadistas salafistas) presionan en las calles e inoculan su ideología en la sociedad. […] Además, la proximidad de Canarias al África Occidental nos obliga a considerar tal subregión africana como prioritaria para nuestra seguridad y nuestra defensa. Las detenciones, desde antiguo y hasta hoy, de yihadistas en suelo español, y los susodichos ataques terroristas en Londres y en París deben llevarnos a redoblar los esfuerzos, máxime cuando un Magreb afectado en negativas por las revueltas árabes y un Sahel que requiere de muchas más respuestas que las que la comunidad internacional se ha mostrado dispuesta a dar hasta la fecha constituyen una vecindad cada vez más preocupante.
Incluso Ignacio Cosidó en febrero de 2018, una fecha muy lejana de la eclosión del neoconservadurismo en España, mantiene en el prólogo al informe del Grupo de Estudios Estratégicos La yihad contra España. Origen, evolución y futuro de la amenaza islámica (Grupo de Estudios Estratégicos, 2018: 5-7) que el terrorismo islámico es la mayor amenaza para la seguridad de España y de Europa.
El terrorismo es sin duda la principal amenaza a la seguridad de España y de Europa. El impacto mediático, social, político y económico de cada atentado lo convierte de hecho en una amenaza estratégica para toda la Unión Europea. Defender la vida, la libertad y la seguridad de los ciudadanos es la primera obligación de todo gobierno democrático. Si la Unión Europea falla en este cometido por la fragilidad de sus fronteras, la debilidad de sus mecanismos de cooperación policial y judicial o su falta de determinación para combatir el terror, la propia supervivencia de la Unión estará seriamente comprometida.
Los neocons españoles, siguiendo el programa expuesto por George W. Bush primero en noviembre de 2003 en el discurso en el National Endowment for Democracy y luego en el Discurso de la Unión de 2004, insisten en que la instauración de la democracia en los países del gran Oriente Medio (que abarca desde Mauritania hasta Afganistán) llevaría la paz a esta región. Para ellos, este proyecto pretende acabar con las dictaduras, la corrupción, la incultura y el fanatismo, que son las fuentes de donde viene el terrorismo, y comenzaría por Irak, que serviría de ejemplo, y obligaría a democratizarse a países como Arabía Saudí y Egipto. Esta democratización tendría que producirse en diferentes ámbitos: el político, el económico, el cultural y el educativo, y sería un proceso largo y costoso a pesar de estar apoyado por los aliados y la comunidad internacional.
Rafael Bardají, en una entrevista concedida en 2010 a Dávila seguía manteniendo el argumento de que un Irak democrático sería un estímulo para la democratización de los otros Estados del gran Oriente Medio.
La intervención era moralmente necesaria a favor del pueblo iraquí. Era estratégicamente indispensable quitarse a Sadam Huseín por sus ambiciones de llegar a acabar con el embargo y las sanciones y entonces reconstituir sus programas de armas de destrucción masiva; es y era políticamente relevante porque se pensaba que si Irak acababa, al cabo de cierto tiempo —es verdad que está tardando más de lo que se pensaba—, siendo un foco de transparencia, apertura y cierta democracia, la región entera se iba a beneficiar y se beneficiará a largo plazo. Cuando el Gobierno de Irak dé ejemplo a sus vecinos de que es posible tener partidos, asambleas, elecciones y ser prósperos, ¿qué van a decir los jordanos, qué van a decir los sirios, qué van a decir los árabes? (Dávila, 2010: 68-69).
Rafael Bardají y Florentino Portero, en un artículo publicado en la Ilustración Liberal sobre la permanencia de Europa y España en Afganistán, hacen una síntesis de los principios de una política exterior neocón (Bardají y Portero, 2009) utilizando como pretexto la intervención española en Afganistán. Afirman que hay tres motivos para permanecer en Afganistán: uno estratégico, otro moral y otro de orden solidario. El motivo estratégico es porque los yihadistas derrotados en Irak se han concentrado en Afganistán y una derrota de los aliados y el abandono de Afganistán a su suerte sería percibido por los islamistas como una victoria; el motivo moral de no abandonar Afganistán tiene que ver con la necesidad de expandir el campo democrático en el mundo, porque la democracia conlleva la moderación política tanto en lo interno como en lo externo y desemboca en un orden internacional más estable y pacífico; el motivo solidario se explica porque es inherente al concepto de «aliado», ya que los aliados lo son precisamente por eso, porque están dispuestos a ayudarse entre ellos. Critican al Gobierno de Rodríguez Zapatero por afirmar que España no participa en la guerra, sino en una misión humanitaria, y aseguran que España sí está en guerra, porque el yihadismo nos la ha declarado, así como a todos nuestros aliados occidentales, empezando por Estados Unidos. Llegan a escribir que España está en el punto de mira de los radicales islámicos, porque para ellos somos su Al Ándalus perdido, cuya recuperación simbolizará el renacimiento de la cultura islámica.
Rafael Bardají y Óscar Elía Mañu exponen sus ideas sobre el islam y el multiculturalismo (Bardají y Mañu , 2011) y aseguran que el fracaso del socialismo en la búsqueda del bienestar económico ha conducido a los partidos socialistas a buscar nuevos campos de acción, lo que los ha llevado a promover la inmigración musulmana. Llegan a decir que lo han hecho con la intención de destruir no solo el orden económico capitalista, sino también el orden social y cultural de Occidente, que en definitiva es en lo que consiste el multiculturalismo, tolerar el uso del velo, la poligamia, retirar los crucifijos de las iglesias para no herir sensibilidades musulmanas y fomentar con dinero público —disfrazado de políticas familiares— la construcción de mezquitas y la enseñanza del islam. Afirman que el multiculturalismo es peligroso porque los inmigrantes no se integran en nuestra sociedad, sino que forman sus propios guetos culturales, en los que viven, trabajan y rezan, dando lugar a que nuestras ciudades se hayan convertido en espacios en los que los musulmanes viven encerrados y condenados a la marginación, barrios donde impera la sharía y no el Estado de derecho. Finalmente, recomiendan a Mariano Rajoy que desmantele el entramado institucional de grupos, personas e instituciones que «viven» del multiculturalismo.
5. Los neocons y el Estado de Israel
John Mearsheimer y Stephen Walt, en una entrevista con la periodista Paige Austin para Mother Jones (18 de julio de 2006) sobre su libro The Israel Lobby and US, publicado el 23 de marzo de 2006 en la London Review of Books, donde defienden la existencia de un lobby judío en Estados Unidos y su relación con la política exterior estadounidense, le responden:
Mearsheimer: Sostenemos que el lobby es una amplia coalición de grupos e individuos que emplea una considerable cantidad de tiempo trabajando para asegurar que la política exterior norteamericana dé apoyo a Israel, sin importar lo que Israel haga. Hacemos hincapié en el hecho de que no se trata de un lobby judío, pues no solo no incluye a todos los judíos norteamericanos, sino que, además, incluye a sionistas cristianos —estos, bueno es saberlo, constituyen una parte importante del lobby. […]
Walt: Los neoconservadores constituyen una pieza de la amplia coalición de grupos que muestran posiciones netamente proisraelíes. Mantienen vínculos estrechos con el Likud y otros grupos más de derechas y de línea dura que operan dentro de Israel. Y creo que las medidas que promovían perseguían, en parte, la creación de un entorno estratégico que fuera bueno para Israel; en parte para echar una mano a Israel en su confrontación con los palestinos[3].
El lobby judío está conformado mayoritariamente por neoconservadores y al menos desde la Guerra de los Seis Días, en 1967, ha condicionado la política exterior de Estados Unidos en Oriente Medio. Este lobby ha apoyado al Estado de Israel muchas veces en contra del interés nacional de Estados Unidos y ha logrado imponer la ficción de que los intereses norteamericanos y los israelíes coinciden, pero sobre todo ha conseguido que Estados Unidos asumiera que los Estados «bandidos» de Oriente Medio suponen una amenaza para este país (sí lo son para Israel), lo que es discutible. Como también es discutible la calidad de la democracia en Israel, que exhiben frente a los regímenes autoritarios de la zona, pero donde los miembros de la minoría árabe son ciudadanos de segunda respeto a la población israelí. Este apoyo ha cristalizado en que el Estado de Israel ha recibido más ayuda militar que ningún otro Estado desde la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos le ha brindado un apoyo diplomático total, e incluso ha vetado treinta y dos resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en contra de Israel. Su apoyo incluso se incrementó tras el 11 de septiembre de 2001.
À la suite des attentats du 11 de septembre de 2001, un nouvel argument fournit la principale justification stratégique du soutien américain à Israël: les deux États étaient désormais —unis contre le terrorisme—. Ce nouvel argument présente les États Unis et Israël comme menacés par les mêmes groupes terroristes soutenus par une série d'États voyous cherchant à acquérir des ADM. On dit que leur haine d'Israël et des États Unis est due à un rejet fondamental des valeurs judéo-chrétiennes de l'Occident, de sa culture, de ses institutions démocratiques. En d'autres termes, ils détestent les Américains pour-ce qu'ils sont-, non pour-ce qu'ils font. De la même manière, ils détestent Israel car c'est un pays occidental, moderne, démocratique, et non parce qu'il a occupé des territoires árabes —dont d'importants lieux saints de l'Islam— et opprimé une population árabe.
Si on suit ce raisonnemet, le soutien à Israël ne joue aucun rôle dans le problème de terrorisme que connaissent les États-Unis ni dans l´anti-américanisme croissant dans le monde arabo-musulman, et mettre un terme au conflit israélo-palestinien ou conditionner ou restreindre le soutien américain à Israël ne serait d'aucun secours. Washington devrait donc donner carte blanche à Israël pour régler le problème avec les Palestiniens et les groupes tels que le Hezbollah. De plus, Washington ne devrait pas faire pressión sur Israël pour qu'il fasse des concessions (telles que le démantèlement des colonies) jusqu'à ce que tous les terroristes palestiniens soient arrêtés, repentis ou morts. Au lieu de cela, les États-Unis devraient continuer a fournir un large soutien Israël et à utiliser leur influence pour s'en prendre à des pays tels que la République islamique d'Iran, l'Irak de Saddam Hussein, la Syrie de Bachar Al Assad, et d'autres États soupçonnées de soutenir les terroristes. (Mearsheimer y Walt, 2007: 74).
Según Stephen M. Walt y John J. Mearsheimer, muchos factores motivaron la intervención de Estados Unidos en la guerra de Irak, pero la influencia de los neoconservadores que buscaban la seguridad de Israel (en 1998 dirigieron una carta abierta a Bill Clinton pidiéndole que interviniera en Irak para derrocar a Sadam Huseín) fue determinante. Algunos autores (Vaïsse, 2008) niegan la existencia de un lobby judío formado mayoritariamente por neoconservadores por una doble razón: primero, porque ni todos los judíos son neoconservadores ni todos los neoconservadores son judíos. Algunas de las más prominentes figuras del neoconservadurismo norteamericano no son judíos (Kirkpatrick, Moynihan, Novak, «Scoop» Jackson…); y segundo, la sobrerrepresentación relativa que han tenido históricamente los judíos en el movimiento neoconservador, aunque puede resultar paradójica si se tiene en cuenta que la comunidad judía norteamericana, aunque heterogénea y no monolítica, ha estado tradicionalmente alineada dentro del campo liberal en calidad de base electoral del Partido Demócrata. Alain Frachon y Daniel Vernet, en su libro La América mesiánica. Los orígenes del neoconservadurismo y las guerras del presente, mantienen que los neoconservadores son norteamericanos y como tales tienen una visión diferente del conflicto árabe-israelí que los europeos y simpatizan con Israel; simpatía que aumenta en los norteamericanos evangélicos por su adhesión a la Biblia, para quienes la presencia israelí en Cisjordania y Gaza es una exhortación bíblica. Frachon y Vernet (2006: 240) afirman: «Una idea muy clara explica el tropismo de los neoconservadores por Oriente Próximo. Está vinculada a su mesianismo democrático: después del bloque soviético, la democracia en el mundo árabe es la frontera que hay que conquistar».
Los neoconservadores pensaban que, igual que a la Unión Soviética y a los países del Este se llevó la democracia, se podría llevar la democracia a los países árabes cambiando los regímenes políticos. Los neoconservadores extraían una conclusión: el conflicto árabe-israelí no era una prioridad en la región y encontraría solución cuando se cambiasen los regímenes árabes autoritarios por Estados democráticos.
6. Los neocons españoles y Israel
Rafael Bardají reseñó El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, de John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt, en un artículo publicado en Libertad Digital con el título «El lobby feroz»[4]. En él niega la existencia de un lobby judío en Estados Unidos y les acusa de elaborar una teoría conspirativa, donde los judíos son los villanos que están continuamente tramando complots. Acusa al libro de ser pura teología, porque en él no hay demostraciones, sino axiomas y actos de fe. Negando la afirmación categórica de John Mearsheimer y Stephen M. Walt de que Estados Unidos invadió Irak en 2003 para servir a los intereses israelíes en la zona, Rafael Bardají insiste en que Israel se opuso a la intervención militar, ya que prefería el statu quo a un posible caos provocado por la guerra y a los efectos posteriores que esta acarrearía. Rafael Bardají asegura que muchos políticos judíos de todos los partidos son críticos con los planes democratizadores de Bush para el gran Oriente Medio. Al negar la existencia de un lobby judío en Estados Unidos, implícitamente niega la existencia de un lobby semejante en España. Esto no es óbice para que Rafael Bardají haga gala de una simpatía extrema hacia Israel. Bardají (2011: 8-10) afirma: «Eso es Israel para mí ahora, un faro que nos sirve de guía, un reducto con el cual salvarnos, una tierra de esperanza, si Israel cae, Occidente dejará de existir. Y precisamente por eso, para reforzarnos nosotros mismos, es necesario estar con Israel».
Florentino Portero, que fue director del Centro Sefarad-Israel[5], manifiesta también su simpatía hacia Israel.
El futuro de España está ligado al de Israel, por muy arraigada que esté la idea de que la distancia nos aísla de sus problemas. Si la evolución de los acontecimientos hiciera inviable la existencia de Israel o la vida en aquel pequeño país se hiciera precaria la nuestra no correría mejor suerte. La inestabilidad que hoy caracteriza Oriente Medio se está desplazando hacia el oeste, desde Libia hasta el conjunto del Sahel. Los próximos años serán difíciles, porque no todo dependerá de nosotros, de la misma manera que la evolución de los acontecimientos en Egipto, Líbano, Siria, Jordania o Arabia Saudí están más allá de las capacidades del Gobierno de Jerusalén. Israel lleva años ocupando la posición de vanguardia de Occidente en esa región, por lo que la experiencia acumulada es un patrimonio de enorme valor al que deberíamos tratar de acceder. Desde medio siglo antes de lograr la independencia, la población judía vive en tensión con sus vecinos. La situación ha pasado de conflictos de baja intensidad a otros de alta, pero la paz propiamente dicha es algo desconocido en la región desde antes del colapso del califato turco[6].
Rafael Bardají participó (ocupaba el cargo de director ejecutivo) en la creación de un think tank de apoyo a Israel, Friends of Israel, que José María Aznar lanzó el 19 de julio de 2010 en la Cámara de los Comunes del Reino Unido de Gran Bretaña en un acto organizado por la Sociedad Henry Jackson. La iniciativa contó con el apoyo del premio nobel de la paz norirlandés David Trimble, el exembajador de Estados Unidos en la ONU John R. Bolton, el expresidente de Perú Alejandro Toledo, el filósofo y senador italiano Marcello Pera, el teólogo estadounidense George Weigel y el exministro español Carlos Bustelo, entre otros.
El objetivo de Friends of Israel («amigos de Israel») fue oponerse a los intentos de deslegitimar al Estado de Israel, defender su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y visibilizar que Israel forma parte de Occidente. Se propone contrarrestar la crítica antisemita y defender a Israel de sus principales amenazas, entre las que destacan la carrera nuclear de Irán y el terrorismo islamista, en particular el terrorismo de Hamás[7].
Con sede en Madrid, este grupo ha lanzado el manifiesto «Apoya a Israel, apoya a Occidente», que se desglosa en siete puntos: Israel es un país occidental. El derecho de Israel a existir no debería ser cuestionado. Israel, como país soberano, tiene derecho a autodefenderse. Israel está en nuestro lado. Creemos en la paz, pero la paz en Oriente Próximo no es solo una cuestión entre israelíes y palestinos. Compartimos las mismas amenazas y desafíos. Reafirmar el valor de la moral y cultura judeocristiana.
7. Conclusiones
El artículo es un estudio sobre la creación de las bases intelectuales de la islamofobia por intelectuales neoconservadores, Bernard Lewis, Samuel Huntington y Daniel Pipes, y de su transformación en ideología después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 por publicistas como David Frum y Richard Perle, que elaboran el concepto de islamofascismo, y de la recepción de estas teorías por los neocons españoles, que las radicalizan. A la vez, se estudia el reverso de esta islamofobia por parte de los neocons norteamericanos y españoles, que es la filia extrema hacia el Estado de Israel. El artículo concluye afirmando que los neocons construyen un corpus teórico que tiene dos vertientes: la primera son propuestas de política exterior hacia el mundo árabe, que tras los acontecimientos de la invasión de Irak y la atribución a los neocons del fracaso de la pacificación o de nation-building tienen escaso recorrido; la otra vertiente es que los neocons crean un corpus que pasa a formar parte del acervo ideológico del partido de la derecha radical española Vox (Castro Redondo, 2021).
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[1] Kristol, William, entrevistado por R. Pérez Maura. (2003, 23 de noviembre). Europa debería preocuparse del aislamiento americano. Abc, 13.
[3] Mearsheimer, J., y Walt, S. (2006). El «lobby» israelí y la política exterior de EE. UU. [Entrevista]. Sinpermiso. https://www.sinpermiso.info/textos/el-lobby-israel-y-la-poltica-exterior-de-eeuu-entrevista
[4] Bardají, R. (2007, 22 de noviembre). El lobby feroz. Libertad Digital.
[5] Ayllón. (2012, 28 de marzo). El Gobierno releva a los presidentes de todas las Casas para adecuarlas a los proyectos de diplomacia pública». Abc.
[7] Candela, M. (2010, 22 de junio). Aznar lidera el grupo «amigos de Israel». Abc.