Pedro P. Roxas y de Castro y la fundación y desarrollo de la cerveza San Miguel en Filipinas. Una empresa de criollos
Pedro P. Roxas y de Castro and the Foundation and Development of San Miguel Brewery in the 19th Century Philippines. A Creole Company
María Dolores Elizalde Pérez-Grueso
Instituto de Historia, CSIC (España)
https://orcid.org/0000-0001-7650-5521
Este artículo analiza la creación y desarrollo de la fábrica de cervezas San Miguel en las Filipinas de fines del siglo XIX, impulsada por la colaboración de dos criollos: Enrique M. Barretto y de Ycaza y Pedro P. Roxas y de Castro. El trabajo centra su atención en especial en el último de los dos socios, que acabó por convertirse en el propietario principal, y para ello analiza su entorno familiar, su trayectoria como empresario, las compañías que impulsó o en las que participó y las colaboraciones que estableció. De igual forma, analiza la irrupción de la fabricación y consumo de la cerveza en las islas y el éxito de la San Miguel hasta convertirse en una empresa global. Finalmente, revela la importancia de una élite criolla en el progreso de la economía de las islas, siempre en colaboración con otros grupos de población, por encima de fronteras étnicas y nacionales.
Palabras clave
Filipinas, siglo XIX, cerveza San Miguel, Pedro P. Roxas, criollos filipinos, administración española de Filipinas
This paper analyzes the creation and development of the San Miguel brewery in the Philippines at the end of the 19th century, driven by the collaboration of two Creoles, Enrique M. Barretto y de Ycaza and Pedro P. Roxas y de Castro. The work focuses its attention especially on the last of the two partners, who ended up becoming the main owner. With this purpose, the paper analyzes Pedro Roxas’s family environment, his career as a businessman, the companies he promoted or in which he participated, and the collaborations that he established. Likewise, it analyzes the emergence of beer manufacturing and consumption on the islands and the success of San Miguel until it became a global company. Finally, it reveals the importance of a Creole elite in the progress of the islands’ economy, always in collaboration with other population groups, beyond ethnic and national boundaries.
Keywords
Philippines, 19th century, San Miguel Brewery, Pedro P. Roxas y de Castro, Filipino Creoles, Spanish Administration of the Philippines
La cerveza San Miguel, conocida y apreciada hoy en el mundo entero, nació en Manila en 1890, hace ya más de ciento treinta años, de la colaboración establecida entre dos criollos filipinos: Enrique M. Barretto y de Ycaza, impulsor y fundador de la empresa, y Pedro P. Roxas, socio capitalista y pronto administrador y director de la misma[1].
1. Los socios creadores de la compañía
Enrique M. Barretto y de Ycaza (Manila, 1850-Manila, 1919) fue un criollo nacido en la capital de Filipinas a mediados del siglo XIX. Hijo de Bartolomé Antonio Barretto (1811-1881) y de Dolores Ycaza Bilbao (1813-1867). Por línea paterna procedía de una familia de origen portugués, radicada en India durante largo tiempo y con negocios con China y los puertos del Índico. En su linaje se incluía un explorador nacido en Faro en el siglo XVI que fue gobernador de Goa: Francisco Barretto. Entre los descendientes que llegaron a Manila se encontraban Luis —nacido en Bombay en 1785 y trasladado posteriormente a Calcuta y a Manila, donde se casó con una española en 1815— y los medio hermanos Bartolomé Antonio —padre de Enrique— y Antonio Vicente —nacidos en Macao y asentados en Manila en torno a 1846—. Por línea materna procedía de la familia Ycaza —de origen peninsular, lo cual reforzaría su integración en el grupo de los españoles en Filipinas—. Gracias a esos orígenes, Enrique estuvo bien relacionado con las élites de negocios de la época.
Desde principios de siglo, los Barretto habían mantenido un intenso contacto con británicos y americanos que operaban en China y el sudeste asiático —la firma B. A. Barretto & Co. tuvo tratos con Jardine Matheson, con Perkins & Co. en Cantón, Thomas T. Forbes, Russell & Sturgis…—. Además, durante muchos años los Barretto —Bartolomé A., Antonio V. y Enrique— fueron socios en numerosos negocios de empresarios manileños tan importantes como José Bonifacio, Pedro P. y Francisco Roxas o las familias Ayala, Tuason, Ynchausti, Reyes, Genato, Cajigas y Vizmanos[2].
A su vez, el protagonista de este artículo, Pedro Pablo Roxas y de Castro (Manila, 1840-París, 1912), era descendiente de una familia de españoles asentados en Filipinas a mediados del siglo XVIII[3]. Pedro pertenecía ya a la quinta generación arraigada en las islas[4]. Su abuelo fue Domingo Roxas Ureta (Manila, 1782-Fuerte Santiago, 1843), uno de los principales comerciantes de la época, casado con Saturnina María Ubaldo, una rica heredera de origen novohispano por parte de padre y de procedencia china por parte de madre[5]. Apoyado en esos orígenes y en sus relaciones en las islas, Domingo participó todavía en las últimas travesías comerciales monopolistas del Galeón de Manila, pero, como empresario innovador atento a las nuevas oportunidades, se adentró pronto en nuevas iniciativas comerciales a través del Índico y del mar de China, que simbolizaban la creciente apertura del archipiélago al comercio internacional y la reorientación de la economía filipina hacia la exportación de productos de las islas con nueva demanda mundial. Creó, además, empresas asentadas sobre el azúcar, los alcoholes, el algodón y la madera, trajo al archipiélago importantes innovaciones técnicas y se convirtió en uno de los primeros industriales de Filipinas. Contribuyó, así, al inicio de la modernización y de la proyección internacional de la economía filipina.
Domingo Roxas tuvo también una notable significación política, en una época de grandes vaivenes políticos marcados por períodos liberales como las Cortes de Cádiz y el Trienio Liberal, en los que los criollos filipinos se incorporaron al Parlamento de la nación y a la vida política de las islas y pareció que se reconocían mayores derechos a la población del archipiélago, seguidos por etapas absolutistas que negaron los avances conseguidos. En ese contexto, Domingo colaboró con la administración colonial, pero defendió también las prerrogativas de los nacidos en las islas y mantuvo vínculos estrechos con peninsulares, criollos, mestizos y naturales, sin diferenciar por criterios raciales. Sus posiciones le convirtieron en sospechoso de apoyar varios movimientos autóctonos de protesta contra las autoridades coloniales, tales como la conspiración de los hermanos Bayot en 1822 o la rebelión de la Cofradía de San José —impulsada por Apolinario de la Cruz— en 1841 y la posterior revuelta de Tayabas en 1843. En ambas ocasiones, Domingo fue acusado de sedición. En diciembre de 1822 fue detenido y enviado a la península para ser juzgado, sin que se pudiera demostrar su culpabilidad, que Roxas negó tajantemente, lo cual permitió que pudiera regresar a Filipinas libre de cargos[6]. En 1923 fue de nuevo acusado y apresado. Murió, preso aún, en el Fuerte Santiago, bastión de la defensa del Intramuros de Manila, en junio de 1843, a pesar de que los cargos nunca fueron confirmados y serían sobreseídos después de su muerte[7].
El padre de Pedro —hijo de Domingo— fue José Bonifacio Roxas Ubaldo (1814-1888), quien prosiguió los negocios de la familia junto a sus hermanos a través de la firma Roxas Hijos, cuyas actividades estaban bastante diversificadas. Comprendían fábricas de alcoholes y licores del país, de pólvora y de curtido de cueros; una empresa de hilar abacá; varias haciendas en las que cultivaban azúcar, palay, cocales y maderas, así como pequeñas embarcaciones de carga y pasaje entre las islas; se dedicaron también a la compra-venta de terrenos en Manila y en las islas y al alquiler de fincas[8]. Diferencias entre los hermanos llevaron a la disolución de la empresa y a que cada uno siguiera los negocios por su cuenta. A José Bonifacio le correspondió la hacienda de Calauang, en la provincia de Laguna. Compró luego la hacienda de Nasugbú, en la provincia de Batangas, la hacienda de Looc, en Cavite, y la hacienda de San Pedro Makati, en las cercanías de Manila —donde hoy se encuentra el próspero barrio de Makati, sede de negocios y entretenimiento—. En ellas cultivó azúcar, algodón y abacá, dedicados a la exportación, y arroz, trigo, maíz y árboles frutales, orientados al mercado interior y en especial a la creciente población de una Manila en auge. Además, en esas haciendas arrendó tierras, dedicó otras al ganado y a la caza, y estableció pequeñas industrias, como una cordelería en Makati, una fábrica de jabón y una compañía de importación de papeles. También se implicó en el desarrollo de Filipinas a través de nuevas iniciativas, como la introducción del alumbrado en las calles de Manila, un servicio de limpieza pública valiéndose de carretones tirados por carabaos o el establecimiento de un ómnibus de Manila a Cavite. Mantuvo relaciones comerciales con corresponsales y compañías radicadas por buena parte del mundo, demostrando la internacionalización de sus empresas[9]. En el campo de la política ocupó, sin embargo, un papel mucho más secundario que su padre, aunque fue regidor del Ayuntamiento de Manila y defendió la causa reformista a través del Comité de Reformadores, creado por Joaquín Pardo de Tavera en 1872[10], en los tiempos del motín de Cavite, el episodio anticolonial de mayor gravedad antes de la revolución de 1896, prosiguiendo así las posiciones progresistas de Domingo.
La madre de Pedro fue Juana de Castro y Ocampo (Lim), una mestiza española, quizás con orígenes chinos mestizos por ese Lim que a veces aparece y otras no, que ya tenía varios hijos de un matrimonio anterior con un capitán mercante mestizo desaparecido en la mar y con la que José Bonifacio no pudo casarse hasta que transcurrieron los quince años requeridos para declararla viuda. Por ello su hijo Pedro fue declarado hijo natural hasta que sus padres pudieron casarse legalmente y reconocer así a su hijo como hijo legítimo de un matrimonio legítimo, requisito imprescindible para que, años más tarde, Pedro se convirtiera en el heredero de las empresas de los Roxas, además de labrarse por sí mismo una brillante trayectoria profesional[11].
A ello coadyuvó también su matrimonio. En 1870, Pedro se casó con Carmen de Ayala y Roxas (Manila, 1846-Manila, 1930), prima suya en primer grado. Era hija de Antonio de Ayala, un navarro sobrino de Francisco Díaz de Durana, deán de la catedral de Manila, que acudió a Manila en 1827 para responsabilizarse de los negocios de su tío y acabó asociándose con Domingo de Roxas y casándose con la hija de su socio, Margarita de Roxas —hermana de José Bonifacio y una de los herederos que se repartieron los negocios de la sociedad Roxas Hijos—. De tal forma, a través del matrimonio de Pedro Roxas y Carmen de Ayala Roxas, se reunificó de nuevo la fortuna familiar proveniente de Domingo, aumentada por la dote de los Ayala. El matrimonio tuvo cinco hijos, que se casaron dentro de las élites manileñas bien con peninsulares, bien con miembros de otras grandes familias de aquellas Filipinas, bien con extranjeros distinguidos, reforzando la posición social de los Roxas y estrechando lazos con distintos grupos de población.
En las relaciones y en las empresas de Pedro tuvieron también importancia los miembros de su familia, una institución central en Filipinas tanto para los negocios como para las relaciones. Entre ellos, sus cuñados Jacobo Zóbel de Zangroniz, casado con Trinidad Ayala Roxas, un hombre clave en el mundo de los negocios y de la política de las Filipinas del siglo XIX, y Andrés Ortiz Zárate, casado con Camila, la tercera de las hermanas Ayala Roxas, que era un peninsular sobrino de Antonio de Ayala; también fueron importantes para Pedro sus hermanastros Joaquín e Isidoro Fernández, su sobrino Vicente Fernández y su primo político Enrique Brías de Coya, que representaron sus intereses y administraron sus empresas. Tuvo también una estrecha relación con su primo segundo Félix M. Roxas, abogado, periodista y político, con quien a pesar de ser menor que él compartió muchas experiencias[12].
En ese entorno, Pedro P. Roxas fue un empresario de éxito en aquellas Filipinas finiseculares, como veremos en los próximos epígrafes, pero junto a esa faceta tuvo también una activa participación en la sociedad colonial de su tiempo. Mantuvo un trato cercano tanto con los gobernadores generales como con distintos funcionarios de la administración colonial. Ocupó algunos cargos destacados como regidor en el cabildo de Manila en 1877 y 1878, alcalde primero en 1881, de nuevo regidor en 1884 y 1885, y asesor del Consejo de Administración de Filipinas en los años noventa, quizás los puestos de mayor significación política, lo cual sin duda fue relevante para sus empresas por la información y redes de influencia que en esas instituciones se manejaban. Formó parte también del consejo de numerosas entidades impulsoras del progreso de las islas, tales como la Real Sociedad Económica Filipina de Amigos del País, la Cámara Española de Comercio, la Junta Central de Agricultura, Industria y Comercio, el Consejo de Administración del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Manila, el Real Hospicio de San José o el Hospital de San Juan de Dios, en todas las cuales trataba con personas con gran influencia en las islas. Fue además un hombre bien relacionado tanto dentro de la sociedad manileña como de la peninsular, e incluso de la internacional, ahondando en el perfil cosmopolita de su familia. Tuvo amistad personal con personajes de la época tan distintos como el gobernador general Ramón Blanco o el líder ilustrado José Rizal[13].
2. Pedro P. Roxas y de Castro como empresario de éxito en las Filipinas finiseculares
En ese contexto, Pedro P. continuó y aumentó en mucho el patrimonio económico de los Roxas. Prosiguió las empresas de la familia y los negocios de su suegro y se convirtió en el propietario de un amplio entramado de empresas, haciendas rurales y fincas urbanas que hicieron que se ganase la calificación —probablemente exagerada— de «el hombre de negocios más brillante de su época». Se alió, además, en proyectos nuevos con peninsulares, extranjeros, filipinos, sangleyes y chinos. Fundó la compañía Pedro P. Roxas y Cía. para desarrollar esas iniciativas y participó en otras empresas, como la Compañía Ayala y Cía., dedicada —entre otros negocios— a la fabricación y venta de ron y alcoholes de primera clase en San Miguel y a la destilería de vino en Pampanga y Capiz; la Compañía Marítima de Manila, una naviera con la que amplió su anterior negocio de cabotaje y lo hizo mucho más potente gracias a la colaboración con un amplio conjunto de socios peninsulares, criollos, mestizos, chinos mestizos y extranjeros que incluían a buena parte de las élites de negocios manileñas; la concesión de una línea telefónica en Batangas; o los Tranvías de Filipinas, una compañía hispanofilipina fundada por su cuñado Jacobo Zóbel y por los peninsulares Adolfo Bayo y Luciano M. Bremon a la que posteriormente se incorporaron Pedro Roxas, Gonzalo Tuason y otros isleños, hasta lograr los hispanofilipinos mayoría en la compañía y conseguir trasladar la sede social y el control de la compañía a Manila en 1891. En 1893 se incorporó a la empresa de cervezas San Miguel Brewery, fundada en 1890 por Enrique Barretto, quien nombró a Pedro Roxas su mánager para posteriormente convertirlo en socio. Tuvo también una fábrica dedicada a la manufactura de ladrillos, tejas y baldosas en Makati, que aprovechaba las antiguas artesanías dedicadas a ese ramo en esa hacienda y estaba orientada a la creciente construcción de viviendas de buenos materiales que pudieran resistir los frecuentes desastres naturales, frente a las tradicionales edificaciones de caña y nipa. Participó, además, en otras empresas, como una dedicada a la extracción y tratamiento del aceite de coco enclavada en San Miguel. Además del caso de la cervecera San Miguel, que luego comentaremos, varias de esas compañías en las que participó Pedro P. Roxas fueron muy significativas del contexto empresarial en el que se movía, entre las cuales vamos a destacar tres ejemplos[14].
Al igual que otros muchos compatriotas suyos, Pedro Roxas se implicó en negocios de cabotaje. La actividad le venía de familia, pues ya su padre, José Bonifacio, fue dueño de varios barcos, necesarios para sus actividades, y lo mismo sucedió con varios de sus familiares y de personas pertenecientes a sus círculos más cercanos. Es fácil entender el florecimiento de empresas navieras de distinta caracterización en un archipiélago formado por más de siete mil islas, en el cual eran tan fundamentales las rutas transoceánicas, que permitían las comunicaciones con la metrópoli y con los diferentes países con los que se mantenían relaciones comerciales, como las travesías de menor alcance, que posibilitaban los contactos y las compras y ventas con numerosos puntos interinsulares y con los puertos de alrededor. En ese contexto, era frecuente que hacenderos y comerciantes de diversos sectores —azúcar, abacá, tabaco, alcoholes…— se hicieran con una flota propia con la que asegurarse el acopio y distribución de sus productos. A veces compraban uno o varios barcos. Otras tenían la propiedad compartida sobre algunos de ellos dentro de empresas colectivas. Frente a los barcos pequeños de construcción local, en los grandes buques era frecuente una fuerte fragmentación en la propiedad. La división del capital era un seguro indirecto contra los riesgos marítimos. A pesar de los importantes trabajos cartográficos que se estaban llevando a cabo y de la construcción de numerosos faros desde mediados del siglo XIX, la navegación de cabotaje en el archipiélago filipino seguía siendo peligrosa debido a los innumerables arrecifes y a las muchas tormentas tropicales y ciclones. Por otra parte, la compra de un buque y su mantenimiento, especialmente si era un vapor construido en Europa, representaba una inversión de capital muy significativa. Por ello, en los años noventa se observó un proceso de concentración de las pequeñas empresas dispersas en conglomerados mayores que multiplicaban sus capacidades.
Así ocurrió en el caso de Pedro P. Roxas cuando se planteó la creación de la Compañía Marítima, en la cual se aliaron grupos de navieros supranacionales estrechamente relacionados con la península y algunos propietarios menores cuyos intereses estaban más directamente ligados con Filipinas[15]. Un empresario de su importancia en la sociedad manileña, con intereses previos en el sector naviero, no podía estar ausente de una iniciativa de tal magnitud. Sin embargo, el reducido capital con el que participó en la compañía le relegó a un papel secundario. En ese conglomerado Pedro P. Roxas fue solo un pequeño accionista, con una capacidad de acción e influencia muy reducida frente a los grandes accionistas. Además, dentro de la compañía se formaron grupos de interés crecientemente divergentes. Los limitados intereses de Pedro no se alinearon con las directrices fijadas por los socios supranacionales mayoritarios, estrechamente ligados con la península[16], lo cual le llevó a la larga a romper con la compañía y a vender los derechos de los barcos en los que tenía alguna parte en propiedad. Lo hizo en consonancia y al unísono con otros comerciantes e inversores filipinos de su entorno más próximo[17]. Se reafirmaban así la identificación y los compromisos con su tierra natal.
Pedro Roxas participó también, de una manera mucho más relevante, en otra importante empresa de aquella época finisecular, la Compañía de Tranvías de Filipinas, primero como socio minoritario y luego adquiriendo un protagonismo muy destacado en defensa de los intereses de los nacidos en Filipinas frente a los socios peninsulares[18]. En 1875, el Gobierno español aprobó un decreto manifestando su voluntad de crear un servicio de tranvías en Filipinas para potenciar el progreso de las islas. Jacobo Zóbel Zangróniz, cuñado de Pedro P. Roxas, y Luciano M. Bremon, un ingeniero español originario de Extremadura, consiguieron la concesión para llevar a la práctica esos planes. Un año más tarde se les sumó como socio capitalista Adolfo Bayo, un banquero de Madrid que había tenido negocios con la empresa americana radicada en Filipinas Russell & Sturgis. Después de un largo proceso burocrático, en 1885 se constituyó en Madrid una sociedad anónima para la construcción y explotación de las cinco líneas de tranvía inicialmente previstas. La sede principal de la compañía se estableció en Madrid y se creó una delegación en Manila. Se formó también un Consejo de Madrid en representación de los socios peninsulares y un Consejo de Filipinas formado por Jacobo Zóbel y Zangróniz, Pedro P. Roxas y Gonzalo Tuason, un triunvirato decisivo en los negocios manileños de la época.
Cinco años después la compañía experimentó un vuelco, en gran parte instrumentalizado por Pedro Roxas, al forzar los socios filipinos una nueva composición de fuerzas y otra manera de funcionar. Los cambios se concretaron en la junta general extraordinaria que tuvo lugar en Madrid en junio de 1890. En la reunión se puso de manifiesto que ni los socios peninsulares ni Jacobo Zóbel eran ya los principales accionistas. Frente a las 196 acciones de Zóbel, Pedro Roxas y otros familiares suyos habían adquirido 260 acciones y Gonzalo Tuason había comprado 240 acciones. Además, junto a otros criollos, como Manuel Genato y Ángel Marcaida, se habían incorporado a la compañía mestizos chinos, como Máximo Paterno, con 20 acciones, y el naviero mestizo chino Luis Yangco, con 15 acciones, o el chino Carlos Palanca, con 10 acciones. Los socios de Filipinas consiguieron que en la junta se aprobara trasladar el domicilio social a Manila y aumentar el número de consejeros, incrementándose el número de filipinos, puesto que se habían transformado en la nueva mayoría dentro de la empresa. Se aprobaron también unos nuevos estatutos para la compañía y se nombraron los nuevos cargos dirigentes, con Jacobo Zóbel como director general de la compañía, Gonzalo Tuason como presidente del consejo y Pedro Roxas como vicepresidente. Meses más tarde, la compañía comenzó a operar ya desde la nueva sede social en Manila. Se ratificó, así, como una empresa filipina, sujeta a los intereses de las islas y crecientemente alejada de los accionistas peninsulares. En estas acciones quedó patente que los empresarios filipinos deseaban reafirmar sus propios intereses y que su agenda y objetivos no tenían por qué coincidir con los de los peninsulares, acusándose una creciente divergencia entre ambos grupos, aunque siempre con interacciones y vasos comunicantes entre ellos, como el caso de Claudio Iglesia y Muñoz, un peninsular representante en Manila de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, miembro del consejo filipino de la Compañía de Tranvías. En todo ese proceso, Pedro P. Roxas desempeñó un papel protagonista en defensa de los propósitos filipinos.
Como tercer caso a comentar, me voy a referir a la Fábrica de Aceite de San Miguel[19]. Se fundó en 1894 gracias a la colaboración de Francisco Roxas y Reyes, creador de la compañía, con su primo de Pedro P. Roxas y otros socios representativos de aquellas élites manileñas de fin de siglo estrechamente relacionadas por lazos de amistad y negocio. En primer lugar, Antonio V. Barretto, hermanastro de Enrique y miembro también de esa poderosa familia de origen indoportugués arraigada en Filipinas. Segundo, Gonzalo Tuason Patiño, proveniente de una familia china, los Son Tua, procedentes de la región de Fujian, en China meridional, asentados en Manila por negocios relacionados con el Galeón de Manila y que acabaron por hispanizar su nombre, arraigarse de forma definitiva en las islas, adquirir tierras, participar en muchas de las empresas desarrolladas a lo largo del siglo y convertirse en parte esencial de las élites manileñas. Tercero, Ezequiel Ordóñez, uno de los mejores amigos de Pedro P. Roxas, nacido en Galicia en 1845, miembro del partido conservador, seguidor del sector de Romero Robledo, diputado por Tuy en once ocasiones y senador vitalicio; fue, además, vicepresidente del Consejo de Filipinas y subsecretario de Ultramar en 1892, lo cual le hizo conocer bien el archipiélago y mantener estrechas relaciones con las élites manileñas. Y cuarto, Mariano Limjap, un mestizo chino filipino. Todos ellos, fiel reflejo del mestizaje en las islas y de las permeables fronteras interraciales y transnacionales en el mundo de los negocios, entraron simplemente como socios capitalistas, porque el negocio continuó bajo el exclusivo nombre, dirección y responsabilidad de Francisco Roxas hasta que el 29 de agosto de 1896, después de estallar la revolución y comenzar el apresamiento de posibles sospechosos de estar detrás de ella, entre otros el propio Francisco, este dio instrucciones de cerrar la compañía.
3. Creación y desarrollo de la empresa cervecera San Miguel
La cervecera San Miguel fue la empresa de Pedro P. Roxas que obtuvo más éxito a largo plazo. La creación de la compañía no fue una iniciativa suya, pero fue él quien consiguió su mayor desarrollo y quien se acabó convirtiendo en el propietario fundamental.
La cerveza no era una bebida tradicional en Filipinas y su consumo no se extendió en las islas hasta las décadas posteriores a 1750. Los españoles preferían los vinos y aguardientes de su tierra, y los filipinos tenían bebidas propias procedentes de los alcoholes autóctonos de coco y nipa, tales como la tuba, lambanog, basi y tapuy, que eran las usadas tradicionalmente en las fiestas populares. En los años de la invasión británica de Manila, 1762-1764, la East India Company comenzó a importar cajas de lo que se llamaba India pale ale, un negocio proseguido después por comerciantes británicos, holandeses y alemanes, que importaban cervezas europeas en pequeñas cantidades y a precios altos. La producción local de cerveza no se inició hasta las últimas décadas del siglo XIX, lo que permitió abaratar la bebida y extender su consumo. En 1885 los agustinos recoletos iniciaron la producción de cerveza en las islas, todavía con fines medicinales y para círculos muy reducidos[20].
La industria experimentó un nuevo impulso cuando Enrique M. Barretto y de Ycaza tuvo la idea de extender a Filipinas las últimas técnicas desarrolladas en Europa para fabricar la cerveza de manera industrial. A fin de obtener un buen producto, habría que importar malta y lúpulo europeos, llevar la maquinaria y los procedimientos más innovadores, e introducir la refrigeración en el proceso de fabricación —lo cual significaría emplear una fábrica de hielo—, un elemento fundamental para producir de forma industrial y a gran escala, y más en un ámbito tropical. Con objeto de hacer realidad esos proyectos, Barretto solicitó, el 30 de enero de 1890, al Ministerio de Fomento en Madrid, a través del Gobierno Civil en Manila, una licencia para abrir una fábrica de cervezas en las islas. El 4 de marzo de 1890, muy rápido para la lenta burocracia española, recibió el permiso para crear una cervecera en Manila por un período de veinte años.
Barretto decidió establecer la nueva fábrica en el barrio de San Miguel, del cual procede el nombre de la empresa. Era entonces un distrito semirrural con buena parte de sus casas construidas en materiales ligeros de caña y nipa. Estaba situado junto a la orilla del río Pasig, frente al corazón de la Manila de Intramuros, y en la periferia de los núcleos del comercio y los negocios de Binondo, Quiapo y Santa Cruz. Estaba conectado con una red de esteros navegables que facilitaban el envío de materias primas desde las provincias y el posterior traslado de los productos elaborados hasta los almacenes cercanos al puerto, desde donde serían exportados. Eso propició el establecimiento de fábricas y de una incipiente clase obrera en la zona norte del barrio. Al tiempo, comenzaron a establecerse también en este distrito las élites españolas que deseaban tener segundas residencias que permitieran escapar del calor sofocante de los muros de Manila, unas residencias, edificadas con materiales nobles, que en las últimas décadas del XIX se fueron convirtiendo en permanentes. A ello no fue ajena la decisión del gobernador general de convertir el palacio de Malacagnan, una de las principales edificaciones de ese barrio, construida en 1825, en su residencia oficial después de los daños que sufrió el Palacio del Gobernador situado en Intramuros durante el terremoto de 1863. San Miguel se convirtió así en un distrito en el que convivían las fábricas y los trabajadores con las residencias más elegantes de las élites manileñas.
El nuevo establecimiento debía haberse inaugurado el 29 de septiembre, día del patrón del barrio y también de la nueva fábrica, pero un tifón de los que tan frecuentemente asolan las islas obligó a posponerlo. La inauguración tuvo lugar, finalmente, el 4 de octubre de 1890 en la residencia de Barretto, vecina inmediata del palacio de Malacagnan. Presidieron la ceremonia, en esa perfecta y frecuente mezcla del poder civil y el religioso que caracterizaba la administración española, el gobernador general, representante del Gobierno español en las islas, y el arzobispo de Manila, símbolo de la importancia que siempre tuvo la Iglesia en Filipinas. A través de la primera fuente de cerveza que se vio en el archipiélago, allí fluyeron variedades de la cerveza pale pilsen y de la cerveza negra. La reunión se abrió también al público general. Una banda de artillería tocaba valses y rigodones mezclados con bailes populares, que una vez más facilitaron la interacción de gentes de diversa procedencia, una circunstancia habitual en las fiestas populares de los pueblos. El periódico La Oceanía narraba así el acontecimiento: «A las cinco de la tarde en punto, era menos que imposible abrirse paso por la casa palacio que el señor Barretto y de Ycaza ocupa en la calzada de Malacagnan, n.º 6 (posteriormente Avilés, n.º 132). Todo cuando de notable encierra Manila veíase en aquella morada. Las autoridades. Las más bellas damas. El alto comercio. La magistratura. La prensa. Todas las clases tenían su representación en el acto de inauguración de una fábrica que indica un adelante más en este país»[21].
Fue la primera fábrica de cerveza inaugurada en el sudeste asiático. Constaba de la nave donde se elaboraba la cerveza y de una fábrica de hielo anexa, y contaba con setenta trabajadores. En el primer año produjo 500 barriles de cerveza, el equivalente a 3.600 hectolitros de cerveza y 5 toneladas de hielo[22]. Con objeto de desarrollar la empresa, el 14 de agosto de 1891 y el 9 de junio de 1892 el Banco Español Filipino concedió sendos préstamos por un valor de 33.000 pesos. Pronto Barretto consideró conveniente buscar nuevos socios, formando primero una cuenta en participación y luego, en 1893, una sociedad de la cual Pedro Roxas fue nombrado administrador[23]. A partir de la primera ampliación de capital se incorporaron también un grupo de criollos habituales en las empresas estudiadas: Pedro Roxas, que invirtió 180.000 pesos; Gonzalo Tuason y Patiño, 20.000 pesos; Vicente D. Fernández y Castro, 9.900 pesos; Benito Legarda y Tuason, 3.700 pesos; y los herederos de Mariano Buenaventura y Chuidian, 3.700 pesos. Roxas superó así la participación de Barretto, 102.500 pesos, y se hizo con el control de la empresa[24]. En 1895, Barretto vendió a Pedro Roxas acciones por valor de 42.500 pesos, reservándose 60.000 pesos[25]. De tal forma, Roxas pasó a convertirse en el socio principal de la compañía. Introdujo entonces «las innovaciones más punteras», «adoptó la lager, cerveza de fermentación baja, particularmente adaptada a los trópicos, tanto en materia de conservación como de ligereza»[26], y recurrió a un cervecero experimentado, el alemán Ludwik Kiene, para mejorar la calidad de la cerveza. Sus esfuerzos no tardaron en tener recompensa y en la Exposición Regional de Filipinas de 1895 la empresa San Miguel ganó el premio a la excelencia y el título de «Orgullo del Pacífico». La industria obtuvo además el respaldo del Gobierno, que eximió de derechos arancelarios al lúpulo, cebada, barricas, envases y botellas destinados a la fabricación y comercialización de la cerveza, así como al amoniaco para las cámaras frigoríficas de la fábrica[27]. Todo esto permitió que la empresa se convirtiera en una de las principales del país.
4. La época de la revolución y la guerra
En pleno éxito de la compañía, el 30 de agosto de 1896 estalló en Filipinas la revolución contra el régimen colonial tras «El grito de Balintawak», protagonizado por Andrés Bonifacio, líder de la sociedad secreta Katipunan. Bonifacio y Emilio Aguinaldo, que se convertiría en el primer presidente de una incipiente república independiente de Filipinas, consiguieron capitalizar los descontentos que diferentes movimientos habían manifestado a lo largo del siglo, así como la lucha iniciada por los ilustrados y por el héroe nacionalista José Rizal, y sumar una base social más amplia que aglutinó a distintos grupos de población en contra de los españoles.
Pocos días después de comenzar la revolución, Pedro P. Roxas fue acusado de apoyar la insurrección y de comprar armas para los combatientes —que, se dijo, escondía en la fábrica de la cerveza San Miguel—, e incluso de pertenecer al Katipunan[28]. A pesar de negar todos los cargos, a fin de evitar una posible detención o incluso un potencial fusilamiento, tal como ocurrió con personas de su entorno más inmediato, como su primo Francisco Roxas, Pedro decidió partir al exilio e instalarse en Francia. Desde allí prosiguió con sus negocios y su vida social. Se defendió de las acusaciones recibidas, representado por Romero Robledo, exministro y diputado en Cortes, un personaje de gran calado político en la época de la Restauración española, muy implicado además en los círculos coloniales y con importantes intereses en el mundo del azúcar en Cuba. Aunque consiguió que su causa fuera sobreseída, Roxas no volvió a Filipinas, sino que permaneció en Francia hasta el momento de su muerte, en 1912, pero parece ser que ello se debió más a cuestiones personales que a problemas políticos[29].
Tras las acusaciones vertidas sobre Pedro Roxas durante la revolución de 1896, la Junta de Inspección de Bienes Embargados nombró de nuevo a Barretto administrador de la compañía. Enrique Brías de Coya, que representaba entonces los intereses de Pedro, reclamó que ese cargo le debía corresponder a él[30]. La justicia le dio la razón en septiembre de 1897, aunque el abogado de Barretto recurrió la decisión y se entabló un contencioso por el control de la empresa.
Una vez que Roxas fue declarado inocente de sus cargos y el embargo fue levantado, Barretto vendió las acciones que le quedaban a Pedro Roxas, quien desde París se hizo de nuevo con el control de la compañía, auxiliado en Filipinas por su sobrino Vicente D. Fernández y por su primo político Enrique Brías de Coya, dos personas de la máxima confianza de Pedro. Ambos actuaron como apoderados de sus negocios en numerosas ocasiones, entre ellas durante el período revolucionario, en el cual se ocuparon del embargo de sus bienes y de la administración de sus empresas, labor que continuaron realizando durante la guerra hispano-norteamericana de 1898 y durante el exilio de Pedro en París, hasta que fueron sucedidos por los hijos de Pedro[31].
Ni la revolución, ni las sucesivas guerras que enfrentaron a españoles contra americanos y a estadounidenses con filipinos, ni el paso de la administración española a la americana parecieron afectar a la compañía en el largo plazo. Si hasta 1897 San Miguel producía cervezas lager y negra que, según el Manila Times, simplemente «amenazaban el artículo importado», en 1905 la fábrica producía ya más que lo que se importaba y en 1912, momento del fallecimiento de Pedro, San Miguel controlaba prácticamente el 90 por 100 del consumo de cerveza en Filipinas y comenzaba a conquistar otros mercados del sudeste asiático[32]. Por otra parte, la relevancia de la empresa se advertía también desde fuera, tal como mostraba un libro que reflejaba las impresiones del puerto de Manila en 1907, en el cual se subrayaba la importancia de la empresa en aquella Manila de comienzos del siglo XX: «La cervecera San Miguel es una de las industrias más sobresalientes de Manila y la fama de su producción está continuamente aumentando. Pedro P. Roxas ofrece un ejemplo de logros locales que deberían ocupar un lugar destacado en cualquier reseña de la ciudad. Quien visita el establecimiento no puede dejar de sorprenderse por su cuidada limpieza y los métodos adoptados para prevenir o eliminar cualquier posible impureza del producto»[33].
Etiquetas de la cerveza con el logo de Pedro P. Roxas (PPR) en el lateral y en el frente superior.
5. La empresa después de la muerte de Pedro P. Roxas y de Carmen de Ayala
Pedro P. Roxas y Carmen de Ayala tuvieron cinco hijos: José (Pepe), que murió muy joven, en mayo de 1890, en Barcelona; Margarita (1873-1946), casada con el ingeniero peninsular Eduardo Soriano; Pedro (1876-1906), casado con la francesa Margarite Argellies; Consuelo (1877-1908), casada con Enrique Zóbel; y Antonio (1881-1918), casado con la española Carmen Gargollo y Fedriani. Sin embargo, la mayor parte de los hijos murieron muy jóvenes, tres de ellos antes que sus padres. Antonio, que había quedado como heredero principal de los negocios familiares, falleció solo seis años después que Pedro y muchos antes que su madre. La única que sobrevivió a todos fue Margarita, la hija mayor. Por ello, en los avatares de la familia, fueron importantes los nietos y los familiares del entorno más cercano.
Tras la muerte de Pedro P. Roxas y de su esposa, Carmen de Ayala, la Fábrica de Cerveza San Miguel siguió formando parte de los bienes de la familia Roxas y de sus descendientes durante buena parte del siglo XX, hasta convertirse en una empresa global, extendida hoy en día por todo el mundo. En los primeros años, la dirección de la empresa pasó sucesivamente a manos de distintos miembros de la familia. El primer presidente fue Antonio P. Roxas y Ayala, hijo de Pedro, nombrado en 1913, que inició una nueva etapa en la que la compañía adoptó el nombre de San Miguel Brewery, Inc. (SMBI) y se esforzó por mejorar la calidad para competir con otras cervezas americanas y japonesas, cada vez más frecuentes en Filipinas, y empezó a exportar con éxito a Hong Kong, Shanghái y Guam.
Posteriormente se incorporó a la empresa Andrés Soriano Roxas, nieto de Pedro e hijo de Margarita Roxas Ayala y de Eduardo Soriano, que desde entonces sería la rama de los Roxas que seguiría al frente de la empresa San Miguel, cada vez más diversificada. Tras una concienzuda formación y haber pasado por distintos puestos en la empresa (departamento de cuentas en 1918, administrador general junto a Antonio Brías Roxas en 1923, presidente en 1931), Andrés Soriano Roxas permaneció al mando de la empresa durante cuarenta y un años, hasta su muerte en 1964. Convirtió San Miguel en una empresa de referencia en todo el mundo que englobaba cada vez más actividades, desde la distribución de Coca-Cola en Filipinas a la producción de otras bebidas, helados y alimentos, y en los años cincuenta empezó a exportar a Hawái, a Estados Unidos y a otros países.
Su labor fue continuada por sus dos hijos, José María y Andrés Jr. Soriano. El último fue presidente hasta 1979. Fue sucedido por su hijo, Andrés Soriano III, que presidió la compañía hasta 1986. En esos años el negocio se expandió cada vez más a otros sectores y se transformó en una corporación de enormes dimensiones y alcance global, dividida ya en distintas filiales en diferentes partes del mundo, controladas por varios dueños, y conocida hoy en día como San Miguel Brewering Group[34].
Conclusiones
Hay que entender a Pedro P. Roxas y de Castro, y a la familia Roxas en general, como una dinastía de descendientes de españoles que fue experimentando una creciente filipinización y enraizamiento en Filipinas, aun sin perder su identidad española y sus relaciones con el mundo peninsular, y sin renunciar a un creciente cosmopolitismo y a una frecuente relación y colaboración transnacional que excedía fronteras raciales y nacionales.
Sus orígenes familiares aportaron a Pedro P. Roxas raíces peninsulares (los Roxas), novohispanas (los Ubaldo), chinas (los Pitco) y filipinas (los Castro Ocampo), en un mestizaje bastante habitual en las islas, sin que ello les hiciera perder el importante lugar que ocupaban dentro de la sociedad colonial. Legalmente fue considerado español, una categoría legal y fiscal que englobaba a los descendientes de españoles por parte de padre, bien fueran peninsulares, criollos o mestizos. A su posición dentro de las élites manileñas contribuyeron sus buenas relaciones con la administración colonial, con peninsulares destacados y con comerciantes de muchos países, así como su pertenencia a sociedades importantes y a los círculos de sociabilidad adecuados y su integración en importantes redes. Tenía una buena posición social y económica, un matrimonio con una española que afirmaba su categoría, una casa tan reconocida que alojaba allí incluso a dignatarios extranjeros en viaje a las islas, una asistencia regular a las principales ceremonias celebradas en Manila. Sin embargo, al tiempo, Pedro P. Roxas era en realidad lo que entonces se llamaba un «hijo del país» o «español del país», un criollo —e incluso un mestizo hispano-filipino—nacido, en definitiva, en Filipinas y con crecientes intereses ligados al archipiélago, por lo que en ocasiones se posicionó en contra de los peninsulares y defendió los intereses de las islas y de los isleños. Esa situación, que podía prestarse a ambigüedades, favoreció que, en tiempos de la revolución, con todo en contra, se le calificara, en sentido despectivo y sin tener razón, como «indio»[35] contrario al régimen colonial.[36]
Este artículo se refiere al caso de Pedro P. Roxas y la cerveza San Miguel, y en él aparecen, además, otros nombres relevantes de empresarios criollos, de empresas que jugaron a favor de la economía de las islas y se identificaron con los intereses isleños, y de familias que se integraron en la sociedad filipina de fines del siglo XIX. Pero podría haber muchos más nombres. Lo que he querido subrayar, además de analizar y explicar la figura de Pedro P. Roxas y de la cerveza San Miguel en el contexto que los rodeó, es que aquellos Roxas, Tuason, Zóbel, Ayala, Barretto, Reyes, Buenaventura, Genato, Veloso del Rosario, Aboitiz, Paterno, Lichauco, etcétera, fueron fundamentales en el desarrollo de Filipinas en las últimas décadas del XIX y acabaron por integrarse en el tejido social del país, independientemente de su origen étnico o nacional.
El artículo pone de manifiesto, así, la existencia de unas élites criollas y autóctonas con gran repercusión en la evolución del país, y en especial en el desarrollo de su economía y de su tejido empresarial, que han sido insuficientemente estudiadas y reconocidas. La historiografía ha tendido a olvidarlas o a desconocerlas, ocupada en valorar lo que hicieron los peninsulares —eso aquellos que reconocen que los españoles hicieron algo y que no repiten el trasnochado cliché de que nada se hizo—, en profundizar en la revolución, la independencia y las raíces prehispánicas, o en resaltar solo los factores externos que impulsaron la economía y el progreso.
A través de las empresas vinculadas a Pedro P. Roxas, podemos constatar la existencia de unas élites y unos sectores medios urbanos, con frecuentes interacciones empresariales entre ellos, que han sido insuficientemente estudiados. Con frecuencia se ha resaltado la importancia de la participación extranjera o la contribución de los mestizos chinos en el desarrollo económico de Filipinas, olvidando el protagonismo de otras comunidades, entre ellas las de los criollos y los mestizos de español en constante interacción con otros grupos. Se han erigido también fronteras entre los distintos grupos de población, como si las colaboraciones en el campo económico no fueran frecuentes y permeables, sin que el origen étnico o nacional fuera determinante. A partir de los ejemplos estudiados en este artículo, no solo la cerveza, sino también las navieras, los transportes, los aceites filipinos, podemos comprobar la colaboración de peninsulares, criollos de largo arraigo en las islas, mestizos españoles, mestizos chinos, extranjeros y algún filipino, pertenecientes a las élites y a los sectores medios urbanos, en especial de Manila, Cebú o Iloilo[37], «capaces de sobrepasar las categorías étnico raciales impuestas con la situación colonial»[38].
Esas élites compartían una serie de rasgos comunes, como podían ser un frecuente mestizaje y composición multiétnica; un nivel de riqueza importante, aunque de carácter variable; una incorporación a unas redes sociales y económicas comunes; un grado de educación y un comportamiento social similar; costumbres, rutinas, apariencia, vestimentas y espacios de sociabilidad compartidas; la utilización del castellano como lengua vehicular, pero no única; un importante cosmopolitismo y buenas relaciones con otros países y con extranjeros en Filipinas o en su entorno; un complejo encaje en el régimen colonial, al cual unos estaban más incorporados o tenían mejores relaciones que otros; un grado de influencia y poder político difícil de definir, pues algunos de ellos pertenecieron a instituciones importantes —hubo incluso algún diputado del Parlamento nacional, varios altos cargos de la administración colonial, consejeros de la administración, regidores del ayuntamiento, pero también algunos representantes del poder municipal y provincial—, mientras que otros miembros de estas élites urbanas apenas tuvieron más relevancia que el hecho de pertenecer a unos grupos influyentes; los criollos y mestizos españoles tuvieron la ventaja añadida de tener un mayor conocimiento de la sociedad y de la mentalidad española, del régimen colonial, de las autoridades y de los círculos peninsulares, lo cual les daba más facilidad y una cierta capacidad de influencia e interlocución con ellos[39]; y lo más importante, estas élites tenían unos intereses compartidos por potenciar el progreso económico del archipiélago y por obtener beneficios del desarrollo de unas actividades que contribuirían a la deseada evolución de Filipinas, pero también a su propio enriquecimiento personal.
Estaban, sin embargo, estrictamente sujetos a ese régimen colonial que podía caer implacable sobre ellos, tal como cayó sobre Pedro P. Roxas durante la revolución. O antes sobre Domingo Roxas, en los años veinte y cuarenta. De lo peor que se podía acusar a estos círculos, lo peor de lo que podían ser sospechosos, era de apoyar la sedición y de traición a España.
El texto revela también un retrato diferente de las Filipinas del XIX, en el que se puede observar una administración colonial que no quería perder los resortes del poder, ni dar cabida a nada ni a nadie que pudiera amenazar la soberanía española, pero que a la vez se preocupaba por mejorar el estado de las islas y su economía, que apostaba por el progreso, que introducía reformas, aunque no de carácter político en la medida esperada por la población de las islas; un retrato, también, en el que se advierten las grandes transformaciones económicas vividas en esos años y la existencia de una economía dinámica y bien insertada en un contexto global; y en el que se comprueba —sobre todo— la existencia de unas élites criollas dinámicas y comprometidas con Filipinas, y que tenían una frecuente e indispensable colaboración con isleños, mestizos, españoles y extranjeros.
Desmiente, así, las lecturas planas de Filipinas como un archipiélago «lejano», «mal comunicado», «falto de interés», desatendido, donde no se introdujeron reformas ni nada se quiso hacer, donde nada ocurrió, donde nada pasaba. Abre también nuevas posibilidades que permiten ir más allá del mero enfrentamiento y de la dicotomía colonizadores-colonizados. Hubo enfrentamiento, naturalmente. Hubo una imposición de un régimen colonial sobre la población local. Hubo otras esperanzas de futuro, otros modelos alternativos al español, un sueño por la independencia nacional por parte de los filipinos y un claro deseo de acabar con el régimen colonial y las restricciones que este imponía. Pero en esos años de administración española no todo fue enfrentamiento y no todo fue entre españoles y filipinos. También hubo colaboraciones, complicidades, intereses compartidos, grupos intermedios, transformaciones llevadas a cabo entre diferentes grupos de población, empresas implantadas a nivel internacional, algunas de las cuales nacieron en Filipinas o en las cuales se produjo una compleja colaboración transnacional con epicentro en el archipiélago filipino. Nada de ello pudo haber ocurrido, sin embargo, sin la participación de la población de las islas.
Pone de relieve, finalmente, que la historia de Pedro P. Roxas y de la cervecera San Miguel, al igual que la evolución de otros grupos de población y otras empresas similares, no fue una historia aislada en el espacio relacionada solo con España o solo con Filipinas, sino que estuvo inserta en un contexto internacional mucho más amplio, un mundo global. Se comprueban en esta historia las interacciones entre las diferentes partes del mundo: el traslado de semillas y productos; la trasmisión de métodos de cultivo y de fabricación; la circulación de saberes y el envío de expertos alemanes que enseñaban las últimas técnicas para producir cervezas; los avances técnicos para el funcionamiento de la fábrica y para la fabricación y conservación del hielo; pero también la contribución indispensable de unas élites de negocios y de la población de las islas para que todo aquello funcionara, se hiciera realidad y se pudiera reenviar de vuelta al resto del mundo. Se puede ver también cómo en Filipinas, de manera similar a muchos otros países, se extendió y se popularizó el gusto por la cerveza; cómo se produjeron cambios en los consumos populares; cómo se introdujo la cerveza en los festejos populares, en las fiestas de los pueblos, en los ratos de ocio entre amigos y familiares, en el descanso y en las celebraciones; cómo hubo exportaciones y rivalidades de cervezas de diferente origen; y cómo se tuvieron que adaptar a los gustos del lugar, en los cuales siguió triunfando la cerveza San Miguel. Un triunfo que ha llegado hasta nuestros días.
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Cómo citar este artículo: Elizalde Pérez-Grueso, M. D. (2024). Pedro P. Roxas y de Castro y la fundación y desarrollo de la cerveza San Miguel en Filipinas. Una empresa de criollos. TSN. Transatlantic Studies Network, (17), 69-81. https://doi.org/10.24310/tsn.17.2024.19701. Financiación: este artículo no cuenta con financiación externa.
[1] Este trabajo se realiza dentro del proyecto «Los cónsules extranjeros en Filipinas y el mar de China, siglo XIX», Ref.: PID2019-106311GB-I00 (MCI/AEI/FEDER, UE).
[2] Véanse Elizalde, Huetz de Lemps, Rodrigo y Llobet (2020), Legarda (1999, p. 229), Permanyer (2013, p. 170). Enrique Barretto ejerció, además, de cónsul de Italia en Filipinas (Archivo Histórico Nacional, en adelante AHN, Madrid, España. AHN, Ultramar, 5225, Exp. 8, Concesión del exequátur al cónsul de Italia en Manila, D. Enrique Barretto, 1875-1876). Era entonces habitual que comerciantes extranjeros ejercieran de cónsules de otros países con intereses comerciales en las islas, pero sin importancia significativa en las mismas.
[3] Para conocer bien a la familia Roxas y las fuentes documentales en las que se apoya la investigación sobre ella, consultar Elizalde, Huetz de Lemps, Rodrigo y Llobet (2020).
[4] Aunque los orígenes de la familia en Filipinas no están claros, sabemos con certeza que en 1758 nació en Manila el bisabuelo de Pedro, Mariano Máximo Roxas (1758-1807), hijo de Juan Pablo Roxas, comerciante en Filipinas. Mariano sería el patriarca de la amplia familia Roxas, con ramificaciones muy diversas en las islas. Casado con Ana María Ureta, fue el padre de Domingo Roxas Ureta, con quien comenzaremos la historia de Pedro.
[5] Su madre fue María Vita Pitto (Pitco), procedente de una familia de comerciantes chinos que aportaron una cuantiosa herencia a la familia gracias al comercio y hermana de Manuel Bonifacio Pitto, uno de los principales del gremio de chinos mestizos de Santa Cruz.
[6] Hubo sentencia absolutoria del Consejo de Indias, fechada el 11 de mayo de 1825.
[7] AHN, Ultramar, Gracia y Justicia, 2153, exp. 39 y exp. 33. Elizalde (2020a), Llobet (2020).
[8] Rodrigo (2020c).
[9] Rodrigo (2020a, 2020b).
[10] Mojares (2006, p. 418), Cuartero (2013, p. 160).
[11] Elizalde (2020b, 2020c).
[12] Roxas (1970).
[13] Rizal (1961, pp. 391-392 y 421).
[14] Fondos Ayala-Zóbel-Roxas y Roxas Papers, Filipinas Heritage Library, Ayala Foundation Inc. (FHL-AF), Manila (Filipinas). The National Archives of the Philippines (NAP), Manila (Filipinas). Archivo General Militar de Segovia (AGMS), Segovia (España).
[15] Elizalde (2020c).
[16] Entre ellos, Zoilo Ibáñez de Aldecoa y Aguirre, Sebastián de Irígoras, Juan Ortiz Monasterio e Irisarri, José de Irígoras, Rafael C. de Ynchausti y González, Joaquín Marcelino Elizalde, Miguel Irisarri y Alejando Stervart Macleod.
[17] Entre otros, Francisco L. Roxas y Reyes, Rafael Reyes, Francisco Reyes, Gonzalo Tuason y Patiño, José Gregorio Rocha e Icaza, Manuel Genato y Coejilo o el industrial José Lerma y Lim.
[18] Elizalde (2020c), Cubeiro (2011), Legarda (1999, pp. 329-330).
[19] Elizalde (2020c).
[20] Elizalde (2020c), Huetz de Lemps (2020).
[21] La Oceanía Española, Manila, 5 de octubre de 1890.
[22] Batalla y Teehankee (2023, p. 111).
[23] Según acuerdo firmado el 6 de junio de 1893, aunque ya era efectivo desde abril de ese mismo año.
[24] NAP, SDS, Sección Varios Personajes, Expediente de Enrique María Barretto, citado por Huetz de Lemps (2020, p. 427). También Legarda (1999, pp. 331-333 y 367).
[25] Cesión realizada el 25 de julio de 1895.
[26] Huetz de Lemps (2020, p. 351).
[27] NAP, Varios Personajes, Real Orden de 8 de febrero de 1895 sobre exención de los arbitrios para las obras del puerto al lúpulo y cebada extranjeros que se eximieron de los derechos arancelario por otra Real Orden de 29 de octubre de 1894.
[28] Santiago (1952, p. 8).
[29] Elizalde (2020d).
[30] Enrique Brías de Coya había nacido en Guadalajara (España). Estudió Medicina antes de llegar a Filipinas en los años ochenta para ejercer como médico en Negros. En 1892 era interventor de Hacienda en Iloilo (Guía Oficial de Filipinas, 1892, p. 663). Posteriormente se inclinó hacia el mundo de los negocios, involucrándose en importantes empresas de aquellas Filipinas finiseculares. Estaba casado con Lucina Roxas. Era, por tanto, familia política de Pedro Roxas y formaba parte de la amplia e importante saga de los Roxas en Filipinas.
[31] De hecho, la empresa fue administrada, sucesivamente, por Enrique M. Barretto (1890-1893), Pedro P. Roxas (1893-1896), Enrique Brías de Coya (1896-1903), Vicente D. Fernández (1903-1910), Antonio Roxas y Ayala (1910-1917), Antonio Brías Roxas (1917-1945) y Andrés Soriano de Roxas (que se incorporó al departamento de cuentas en 1918, fue nombrado administrador general junto a Antonio Brías Roxas en 1923 y finalmente presidente en 1931).
[32] Huetz de Lemps (2020, p. 352).
[33] Seaports of the Far East-Illustrated, Londres, 1907.
[34] Huetz de Lemps (2020), Reyes (1994), Ira (1994), Batalla y Teehankee (2023), Lachica (1985).
[35] «Indio» en Filipinas era el nombre que desde los inicios de la colonización se daba a la población de las islas, una denominación que progresivamente fue cambiando por la de filipinos.
[36] Sobre la condición de los criollos en Filipinas, se remite de nuevo al libro sobre los Roxas (2020). Cullinane (2017, pp. 295-324), Aizpuru (2017, pp. 325-362), Nolasco (1970), Mojares (2006), Huetz de Lemps (2018), Elizalde (2019).
[37] También se estudia la caracterización de estos sectores en McCoyy y De Jesus (1981), Cullinane (2003, pp. 1-48), McCoy (2002). Son obras todas ellas que reúnen una interesante colección de análisis desarrollados por importantes autores sobre casos, familias, regiones o empresas concretas.
[38] Huetz de Lemps (2020, p. 367).
[39] Ibid.