Título: George Ticknor y la fundación
del hispanismo en Estados Unidos
Editor: José Manuel del Pino
Editorial: Editorial Iberoamericana-Vervuert
Año de edición: 2022
ISBN: 9788491922346
George Ticknor nació en Boston, la gran ciudad del estado de Massachusetts que estableció desde su fundación un convenio especial con Dios, lo cual no es poco significativo, en 1791. Lo hizo en el seno de una acaudalada familia que formaba parte de aquellos WASP (White Anglo-Saxon Protestant) descendientes de los primeros pobladores británicos que constituyeron la élite económica, política y cultural, y se cuentan todavía hoy entre los más poderosos, privilegiados e influyentes de Estados Unidos. A esta, digamos, nobleza americana, conocida en Boston con el curioso nombre de los «brahmanes», o Brahmins, en alusión clara al sistema de castas hindú, pertenecía, pues, George Ticknor, quien desde muy temprano mostró unas capacidades intelectuales muy notables. Aprendió griego y latín bastante pronto, inició estudios de derecho y tras abandonarlos se interesó profundamente por las lenguas y las literaturas modernas europeas, en especial la francesa y la española. Sería este gran interés por la cultura europea el que propiciaría en 1815 su trascendental primer viaje a Europa, donde permanecerá hasta finales de 1818 con la intención de formarse concienzudamente en las materias de su predilección y de estudiar los métodos de enseñanza más avanzados de la época. Llega a Europa en agosto de 1815 pertrechado con cartas de recomendación de Thomas Jefferson, a la sazón presidente de Estados Unidos de América, y un buen montón de dólares. Su destino es la universidad alemana de Gotinga, donde permanecerá casi dos años entregado a un riguroso plan de estudios y a hacer suyos los presupuestos pedagógicos y estéticos de la vanguardia romántica, que causaban furor por entonces en esa ciudad y se expandían por toda Europa. Las ideas de Herder, uno de los precursores del Romanticismo, la influencia de Schlegel, Goethe o Madame de Staël, con quienes trató personalmente, y las enseñanzas de un sabio de la época como Friedrich Bouterwek, a cuyas clases asistió, fueron determinantes para su propio ideario en torno al concepto alemán de Volksgeit, aquel espíritu de los pueblos de donde emergerían las literaturas nacionales, y a la importancia de combinar la historia y la literatura de cada nación, cuyo estudio se abordaba de forma exenta hasta ese momento. También en Gotinga observó e hizo suyos en adelante los extraños méto dos educativos de la prestigiosa universidad, mediante los cuales, por ejemplo, no se establecía distinción entre estudiantes ricos y pobres, sino solo atendiendo a la capacidad y méritos intelectuales de cada uno de ellos —algo que afortunadamente hoy nos suena bastante, pero que era una enorme extravagancia entonces—. Su filantrópico propósito desde ese momento sería tratar de conseguir esa igualdad social a través de la cultura. Atestigua aún este noble propósito el sobrio y a la vez imponente edificio de la Biblioteca de Boston —la primera obra del español Rafael Guastavino en Estados Unidos, por cierto—, que George Ticknor promovió y dotó con los apabullantes fondos bibliográficos propios que logró reunir a lo largo de su vida, los mayores y más importantes del mundo en su época. Y de nuevo fue la Universidad de Gotinga la que propició una de sus aportaciones capitales a la enseñanza de las lenguas vivas en Estados Unidos, como es la sustitución de la simple memorización de frases como método de aprendizaje hasta entonces imperante por otro basado primero en la oralidad y los giros idiomáticos de cada lengua y luego en la lectura comprensiva de los autores más importantes del idioma. Todo este bagaje ideológico y metodológico del que hizo acopio en este trascendental primer viaje a Europa culminaría con la publicación en 1823 de su Syllabus of a Course of Lectures on the History and Criticism of Spanish Literature, su manual de enseñanza de la lengua y la literatura españolas elaborado a partir de las notas recogidas en sus clases de Gotinga, que constituye el primer plan sistemático para la enseñanza de la literatura a nivel universitario.
Mientras permaneció en Europa, George Ticknor tuvo trato con personalidades de la más alta alcurnia, duques, condesas e incluso reyes, y con las grandes figuras literarias europeas de la época, tales como Goethe, Lord Byron, Chateaubriand o el Duque de Rivas. Es muy larga la lista de excelsas celebridades con las que se relacionó, pero fue su contacto con el pueblo llano español el que le produjo una honda conmoción que a la postre resultaría decisiva. Todo fue descubrimiento e iluminación en su estancia en España, la cual prolongó por espacio de seis meses, con estancias en Barcelona, Madrid, Córdoba, Málaga, Granada, Cádiz y Sevilla, a fin de perfeccionar sobre el terreno su ya de por sí notable conocimiento de la lengua y la literatura españolas y de adquirir para sí mismo, para Jefferson y para la recién creada Cátedra Abiel Smith de la Universidad de Harvard, que le fue ofrecida por entonces, todas las obras originales que fuera capaz. No serían pocas, dado su buen montón de dólares. La primera de ellas, harto significativa, una edición del Quijote comprada en Perpignan muy poco antes de su entrada en España. Fue en España donde consolidó definitivamente su tesis principal de que las manifestaciones más auténticas de la literatura de cada país surgían del pueblo, donde constató lo pernicioso de la Iglesia y la falta de libertades para la identidad cultural de ese mismo pueblo y aquí también donde le fue permitido comprobar que el choque entre culturas vigorizaba su fermento.
A su vuelta de Europa en 1819 tomó posesión de aquella Cátedra Abiel Smith, recién creada en la vecina Universidad de Harvard, cuando Harvard era poco más que un cuarto de escobas, con la dotación económica de un rico comerciante de tejidos del mismo nombre. En ese puesto universitario permanecerá enseñando literatura en lenguas romances y aplicando hasta donde le dejaron sus novedosos métodos pedagógicos. Tras renunciar a su cátedra, desencantado por las disputas académicas y muy afectado por trágicos sucesos familiares, Ticknor regresa a Europa en 1835, donde es ya toda una celebridad entre las élites intelectuales. Permanecerá en el Viejo Continente hasta 1838, pero no visitará España en este segundo viaje. Desde entonces se dedicará a elaborar su obra magna: la Historia de la literatura española, publicada en 1849 y rápidamente traducida a las lenguas de cultura más importantes del momento, incluida la española, la cual traducción corrió a cargo del erudito arabista Pascual de Gayangos —otra celebridad de la época hoy ligeramente olvidada— y fue publicada en 1851.
De la peripecia intelectual de George Ticknor, de tan gran altura y de capital importancia al permitirle erigirse en el fundador del hispanismo en Estados Unidos —sobre la cual, después de todo, nosotros apenas hemos esbozado algunas líneas—, da cuenta pormenorizada el magnífico libro que en edición de José Manuel del Pino, catedrático de Lengua y Literatura Española en Dartmouth College (New Hampshire), vio la luz el pasado año en la editorial Iberoamericana-Vervuert y llega ahora a nosotros. George Ticknor y la fundación del hispanismo en Estados Unidos, el título de la obra que reseñamos, pudiera ser tal vez la culminación de una meritoria labor investigadora que José Manuel del Pino viene desarrollando en obras anteriores de las que ha sido autor en solitario: El hispanismo en Estados Unidos. Discursos críticos/prácticas textuales, de 1999, o, como ahora, editor de conjunto: America, the Beautiful: la presencia de Estados Unidos en la cultura española contemporánea, de 2014, o El impacto de la metrópoli: la experiencia americana en Lorca, Dalí y Buñuel, de 2018. Como explica Del Pino en su introducción, los trabajos que se incluyen en George Ticknor y la fundación del hispanismo en Estados Unidos corresponden a las ponencias del congreso, promovido y organizado por él mismo, que quiso conmemorar en 2019 el CCL aniversario de la fundación de Dartmouth College, el lugar en el que se graduó George Ticknor y donde se conserva buena parte de su legado. Del Pino ha sabido reunir un nutrido grupo de especialistas, todos ellos de alto rango, cuyos trabajos brillan a un nivel muy alto. El resultado es esta obra refulgente a través de la cual, como si dijéramos, cualquiera puede hacer el tan saludable ejercicio de mirar por el agujerito de sus páginas para descubrir cómo nos ven en realidad los otros. Cada uno de los trabajos aquí reunidos podría ser merecedor de comentario. Como no es posible tal cosa, nos limitaremos a señalar algunos de ellos, con el único criterio de ser aquellos con cuya lectura más ha disfrutado el reseñista.
La obra se articula en dos partes bien diferenciadas. La primera de ellas está dedicada a la contribución del propio Ticknor al hispanismo y se abre con el artículo de José Manuel del Pino en el que traza un panorama general sobre la vida y la obra del ilustre hispanista a la vez que extrae de sus diarios de viaje suculentas observaciones sobre España y los españoles, cosa que hará por extenso Antonio Martín Ezpeleta, precisamente el editor en nuestro país de los Diarios de viaje por España, en el siguiente trabajo. A estos dos artículos los sigue el que dedica la finísima cervantista Isabel Lozano-Renieblas —impagable su Sales cervantinas. Cervantes y lo jocoserio— a George Ticknor como privilegiado lector del Quijote y al relevante papel que jugó en la fijación del canon de su obra, un asunto que se dirimía por estos años con virtuales duelos a primera sangre —véase el caso Buscapié—. Con la lectura de este artículo de tan admirable y chispeante sabiduría podremos saber además que es a George Ticknor a quien debe nuestro Siglo de Oro tal denominación. «George Ticknor y Pascual de Gayangos: historia de una mediación cultural», a cargo de Santiago M. Santiño, es otro de los artículos de esta parte que se lee con sumo placer. En la red de prescriptores que Ticknor elaboró con corresponsales en toda Europa —que no deja de recordarnos a un rudimentario Facebook— ocupa un lugar de capital importancia el erudito español, cuyas labores de información resultaron fundamentales para el éxito y la aceptación planetaria de su monumental Historia de la literatura española. Resultan de gran interés en este artículo las noticias que da Santiño sobre su recepción en España, no tan rendida como se podría suponer. Para terminar con el (limitadísimo) repaso a esta primera parte de la obra, debemos hacer referencia al artículo de Bruce Edward Graves titulado «George Ticknor y la invención de la historia de la literatura en América». Apasionante. Aquí analiza Graves el proceso por el cual se introducen las circunstancias históricas en las que fueron escritas las obras en el estudio de la literatura de cada país, que, recordemos, no se tenían en cuenta hasta ese momento, un método de análisis —hoy día ya no provoca demasiada controversia, pero entonces era otra extravagancia— que defendieron tanto Ticknor como su amigo y destacado historiador W. H. Prescott. Hace referencia aquí Graves igualmente a la predilección de Ticknor por la literatura española por su carácter popular frente a la elegante y cortesana literatura francesa, y señala además que la autenticidad literaria española, según Ticknor, pierde su carácter con las limpiezas étnicas llevadas a cabo a partir de los Reyes Católicos (si se me permite la broma: como denominan los oulipanos a sus ascendientes, ¿pudo también ser Ticknor un «plagiario por anticipación» de las ideas de Américo Castro?).
La segunda parte de la obra está dedicada al estudio del legado de Ticknor. Con el criterio que hemos adoptado, nos referiremos en primer lugar al artículo del eminente historiador Richad L. Kagan «El George Ticknor de Dartmouth y el inicio de la locura española en Estados Unidos», donde nos instruye sobre el largo y a veces algo tortuoso proceso de instauración de los estudios de literatura española en Estados Unidos que desembocarían en las primeras décadas del siglo XX, sobre todo, en esa locura que se menciona en el título. Una locura, dicho sea de paso, no del todo inocente, puesto que junto con las motivaciones culturales se empiezan a barajar otras de índole comercial cuando después de la guerra con España repara Estados Unidos de América en el vasto territorio de habla hispana que se abría para sus intereses económicos. Es de alto interés igualmente el ar tículo que Alberto Medina da en esta sección bajo el título de «This Palace is the People’s own: Ticknor, Guastavino y la Biblioteca Pública de Boston». En su trabajo, Medina expone con perspicacia los filantrópicos ideales ya mencionados que dieron lugar a la fundación de la Biblioteca Pública de Boston y las razones por las que George Ticknor propuso una arquitectura sobria, modesta, para aquel edificio, monumental pese a todo, que albergaría su gigantesca biblioteca. Un motivo de satisfacción para el lector interesado es tener conocimiento de que fue en este edificio donde Rafael Guastavino, el célebre constructor español que hizo fortuna en Estados Unidos, utilizó por primera vez su técnica de la bóveda tabicada, tan profusamente utilizada luego sobre todo en la ciudad de Nueva York. Para no alargar en exceso este comentario, mencionaremos por último el artículo de Patricia Fernández Lorenzo titulado «Archer M. Huntington y la erudición como base de la Hispanic Society of America». La actividad de esta sociedad hispanista fundada en 1904 por otro americano, esta vez con un montón de dólares disponibles mayor que el de Ticknor, ha llegado hasta nosotros. De hecho, hasta hace bien poco, antes de la entrada en la crisis que arrastra desde hace unos años, todavía se invitaba a hacer lecturas e impartir conferencias a los autores más relevantes de nuestro país. La HSA posee una de las colecciones de arte y literatura españolas más importantes del mundo. Resulta de nuevo fascinante ver de la mano de Patricia Fernández, biógrafa de Huntington, cómo este magnate estadounidense, del mismo modo que antes su compatriota Ticknor, va siendo atrapado por esa «locura española» que tantas satisfacciones nos ha provocado; ver también con qué soltura va exponiendo las ideas filantrópicas que movieron a Huntington a dedicarse al arte y la cultura tratando de dotar a su existencia de un sentido trascendental más allá de la mentalidad mercantilista de los Estados Unidos de América.
George Ticknor murió en 1871. Mientras vivió tuvo una formidable influencia intelectual dentro y fuera de su país. Quizá hoy esté algo olvidado, inmerecidamente olvidado, podríamos apostillar nosotros. Desde luego, este libro excepcional es una herramienta de primera magnitud para la necesaria recuperación de su memoria. Como sea, George Ticknor es, al menos a los ojos de este reseñista, un personaje apasionante, y no puede evitar que se le aparezca su figura en forma de titán, de uno de esos personajes mitológicos que por sí solos son capaces de levantar algo colosal donde antes no había nada (además de resultarle la elección de su área de trabajo tremendamente halagadora, no en vano la literatura española es también para este reseñista uno de sus más grandes y viejos amores).
Todavía en 1958 John Van Horne, eminente hispanista de la Universidad de Illinois, afirmaba en un artículo publicado ese año por la revista Arbor que posiblemente la Historia de la literatura española de George Ticknor no haya sido superada nunca. A estas alturas, no hay duda de que es exagerada tal afirmación. En cualquier caso, nos puede dar idea de la monumental dimensión de su autor, y quizá por ello no debamos perder de vista algunas de las enseñanzas que pudieran todavía desprenderse de este y de aquella.