Monográfico
TSN nº 15, 2023. ISSN: 2530-8521
«RECUÉRDALO TÚ Y RECUÉRDALO A OTROS». LUIS CERNUDA, EL EXILIO Y LA MEMORIA*
“Remember it and Remind Others about it”. Luis Cernuda, Exile and Memory
Manuel Ángel Vázquez Medel
Universidad de Sevilla (España)

RESUMEN

Desde su salida de España en febrero de 1938, en plena guerra civil, para dar unas conferencias en Londres, hasta su muerte en México el 5 de noviembre de 1963, Luis Cernuda vivirá veinticinco años de exilio en los que se mantendrá firme y leal a los ideales de la República y contra la dictadura en su país. A lo largo de este tiempo, con diferentes tonos y modulaciones, desarrollará su obra poética, en la que la experiencia del exilio será fundamental al tiempo que, en sus cartas, en su escritura crítica y ensayística, ofrece su personal visión de España, Europa y el mundo en las décadas centrales del siglo XX. Nos aproximaremos a estas claves interpretativas poniendo en contacto la poesía meditativa de Cernuda con otros textos más explícitos, desde su convencimiento de que la causa por la que él había luchado seguía vigente a pesar de la derrota y que ello debía ser recordado como ejemplo para el futuro.

Palabras clave: Cernuda, República, guerra civil, exilio, Zambrano, Ayala, Alberti, Inglaterra, Escocia, Estados Unidos, México

ABSTRACT

From his departure from Spain in February 1938, in the middle of the civil war, to give lectures in London, until his death in Mexico on November 5, 1963, Luis Cernuda will live twenty-five years of exile in which he will remain firm and loyal to the ideals of the Republic and against the dictatorship in his country. Throughout this time, with different tones and modulations, he will develop his poetic work in which the experience of exile will be fundamental while, in his letters, in his critical and essay writing, he offers his personal vision of Spain, Europe and the World in the central decades of the 20th century. We will approach these interpretative keys, putting Cernuda’s meditative poetry in contact with other more explicit texts, from his conviction that the cause for which he had fought was still valid despite the defeat, and that this should be remembered as an example for the future.

Keywords: Cernuda, Repúblic, civil war, exile, Zambrano, Ayala, Alberti, England, Scotland, USA, Mexico
• Contenido •

Yo solo he tratado, como todo hombre, de hallar la verdad, la mía, que no será mejor ni peor que la de otros, sino solo diferente.

Luis Cernuda

Introducción: oportunidad y necesidad del rescate del pensamiento de Cernuda sobre el exilio

Deseo expresar, ante todo, mi profundo agradecimiento por poder participar en un encuentro de referencia (ahora convertido en publicación) sobre pensamiento, literatura y exilio desde una perspectiva crítica del siglo XXI, por el que felicito a sus organizadores, el Aula María Zambrano de Estudios Transatlánticos (AMZET) y el Centro de Estudios Iberoamericanos y Transatlánticos FGUMA-UMA (CEIT), especialmente a los profesores García Galindo y Mora. Pese a lo que algunos puedan sostener, estas investigaciones no son solo necesarias para el mejor conocimiento del pasado, sino también para una mejor comprensión del momento presente. Y, sin duda, será muy enriquecedora la colaboración entre historiadores del pensamiento, de la literatura y la cultura en torno a grandes personalidades que destacaron en el mundo del derecho, de la arquitectura, de la ciencia, junto a otras más directamente vinculadas a las artes y las humanidades. La colaboración interdisciplinar y la unidad del conocimiento son imprescindibles para avanzar en el horizonte de una ciencia transmoderna basada en la consilience.

Como muy acertadamente afirma Juan Goytisolo en el «Prólogo» al libro Cernuda y Sevilla, «Si la obra y figura de Cernuda mantienen intacta al cabo de los años su índole rigurosamente ejemplar, ello se debe sin duda al hecho de que simbolizan y encarnan como ninguna otra las relaciones conflictivas del escritor y artista español con su patria a lo largo de la historia y el destino de millares de compatriotas que, por idénticas razones de persecución, censura e intolerancia, se vieron obligados a dejar para siempre su suelo natal» (De la Rosa, 1981, p. 7). Vamos a aproximarnos, pues, a esta visión ejemplar sobre el exilio y sobre España durante las últimas décadas de la vida de Luis Cernuda. Para ello vamos a comenzar, directamente, por su palabra poética: esa poesía reflexiva, meditativa, enraizada en su vida y en su experiencia, que hace tan singular la obra de nuestro poeta.

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros

1936
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

En 1961 y en ciudad extraña,
más de un cuarto de siglo
después. Trivial la circunstancia,
forzado tú a pública lectura,
por ella con aquel hombre conversaste:
un antiguo soldado
en la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre,
sin conocer tu tierra, para él lejana
y extraña toda, escogió ir a ella
y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
juzgando que la causa allá puesta al tablero
entonces, digna era
de luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida,
nada importa;
que tantos otros, pretendiendo fe en ella
solo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que solo importa.

Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias porque me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
uno, uno tan solo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana 1.

Un poema no debe leerse como si fuera un ensayo (aunque tengamos ensayos profundamente poéticos, como los de María Zambrano, y poemas con una fuerte carga de pensamiento), o como un texto no poético en prosa (sabemos que hay poemas en prosa y Cernuda marca con Ocnos y con Variaciones sobre tema mexicano, ambos tributarios de la experiencia del exilio, una cumbre insuperable en el género). Como discurso intensivo (por muy extenso que sea) y a veces más elusivo que alusivo, gracias a sus potenciales metafóricos y simbólicos, el poema requiere esa lectura atenta (close reading) que permite acceder a su interior, penetrar en su complejo orden del discurso y captar su profunda resonancia (Rosa, 2019) que nos llega, nos hace pensar y sentir. Ello es especialmente importante en una creación poética como la de Cernuda, en la que el horizonte es ese poema único que nunca acaba de encarnarse en palabras, al que se apunta, pero nunca se explicita del todo. En su obra, como en la de los grandes poetas, se produce ese reto de intentar decir con palabras lo que no se puede decir con palabras.

Bástenos ahora subrayar el trasfondo autobiográfico de este poema, como de toda la poesía cernudiana: el encuentro de Luis Cernuda en 1961 (exactamente el 6 de diciembre), «en ciudad extraña» (en una lectura en San Francisco State College), con un antiguo soldado de la Brigada Lincoln, que hacía veinticinco años apostó su vida en España por la causa (noble y digna de luchar por ella), le proporciona la posibilidad de convertirlo en ejemplo de una fe que ha sobrevivido la derrota y que justifica la nobleza humana. Por ello le agradece el ejemplo con la hermosa epanadiplosis «Gracias, compañero, gracias» y se vuelve hacia nosotros, con palabras que resonarán por los siglos mientras haya alguien capaz de sentirse interpelado por ellas: «Recuérdalo tú y recuérdalo a otros».

Creo que este mandato imperativo, este imperativo ético, es el que mejor compendia y quintaesencia lo que proponemos a través de nuestra reflexión: mantener viva la memoria de una causa, de una fe, de un ejemplo. Y sí: una vez más, asqueados de la bajeza humana; una vez más, iracundos de la dureza humana. Cuando la creación poética no solo se refiere a una coyuntura histórica, sino que, desde ella, se apela a los elementos esenciales de la naturaleza humana (las «estructuras antropológicas del imaginario»), es posible superar los tiempos y seguir interpelándonos pasados décadas o siglos.

Así lo hace Cernuda partiendo de un hecho real: el encuentro, pasados tantos años, con alguien que puso su vida en juego para apoyar una causa que le parecía justa y necesaria y a la que se mantiene fiel (como el propio poeta) a pesar de la derrota. Por tratarse de uno de los poemas del período final de Luis Cernuda (apenas dos años antes de su muerte), creemos que es un importante testimonio para analizar con más detalle todo este largo proceso que inicia en el exilio de Glasgow recordando el paraíso perdido de la infancia en Sevilla, expresado magistralmente en los poemas en prosa de Ocnos, y terminará en México tras encontrar la alegría y el amor posibles en su especial situación, como apreciamos en Variaciones sobre tema mexicano. Pero no por ello deja de sentir en estos poemas últimos esa Desolación de la Quimera a la que responde el título de su última obra. Ni puede olvidar, como expresará en el poema siguiente, «A sus paisanos», todo el dolor de saberse lejos y no solo desterrado, sino carente del entorno vital necesario para la ternura que expresó en otro tiempo:

De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,
escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros
al viento del olvido que, cuando sopla, mata.

OC, vol. I, p. 547

Por ello esta aportación pretende ser también un acto de justicia, que mantiene a Luis Cernuda vivo, presente, lejos del olvido, este año en que conmemoramos seis décadas desde su muerte en el exilio de México.

La dimensión hermenéutica de nuestras aproximaciones

Dejemos por un momento el poema, al que volveremos potenciándolo con otros no menos conocidos y significativos, porque he de ofrecer una reflexión preliminar que creo imprescindible. A diferencia del ideal cientificista y aséptico que intentó implantarse en las ciencias sociales y las humanidades de buena parte del pasado siglo, en la actualidad reconocemos con más humildad (y, por cierto, con más rigor científico) que es imposible la observación sin la implicación del observador en lo observado. La dimensión interpretativa, hermenéutica, está presente en cada proceso de captación de la realidad por un ser humano, que es inevitablemente subjetivo, ya que es un sujeto de conocimiento el que realiza dicha operación. Todo es, pues, interpretación, como ya dijera con acierto Nietzsche. Como más tarde dejara claro Martin Hei degger en Sein und Zeit (1927), interpretar forma parte de nuestra estructura existencial de la realidad. Gadamer y Ricoeur han desarrollado aspectos esenciales de esta dimensión hermenéutica de la existencia, en la que cada uno de nosotros nos apropiamos e interiorizamos lo que nos viene de fuera desde nuestro propio horizonte comprensivo e interpretativo, desde nuestro emplazamiento en el mundo.

Ello, por cierto, no significa, como ahora pretenden algunos, que todas las interpretaciones sean iguales, que no haya interpretaciones falsas o distorsionadas, frente a interpretaciones más «correctas» y respetuosas con los hechos interpretados y la compleja red de relaciones en que se insertan. Frente al dogmatismo absoluto, que pretende imponer una doxa, una opinión o creencia como única válida, pero también frente al relativismo absoluto, que confunde la subjetividad con el subjetivismo y pretende que cualquier interpretación puede ser equiparada a otra, defendemos, como afirma el título de Umberto Eco (1992), Los límites de la interpretación: que hay interpretaciones más respetuosas con los hechos y otras deformantes o simplemente falsificadoras. Y que los únicos criterios de discernimiento son la observación documentada y rigurosa, una y otra vez, del objeto de nuestra interpretación y el contraste, a través del diálogo, del debate riguroso entre las diversas interpretaciones para acercarnos a las más plausibles. Aquellas que en cada momento la comunidad científica juzga dignas de mantenerse en pie (o, lo que es lo mismo, sostenidas por una episteme).

Tales son las coordenadas de esta ciencia transmoderna en constitución que estamos gestando entre todos, superando las rigideces, potenciando la consiliencia, la transdisciplinariedad, y retomando el ideal del espíritu dialéctico, ternario, que una modernidad fracasada convirtió en «dualéctico», binario, contrapositivo, confrontador, de tesis y antítesis sin posibilidad de síntesis.

Vayamos, pues, a las dimensiones esenciales y la interpretación de su vivencia del exilio por parte de Luis Cernuda. Ya sabemos que su propia captación de los hechos y su reflejo en su escritura forman parte de procesos interpretativos, del mismo modo que nuestra voluntad de acercarnos a ese testimonio activa también una determinada interpretación que deseamos sea sólida y respetuosa con los textos.

En un tiempo de «conflictos de las interpretaciones», como dijera Gianni Vattimo, de revisionismo involucionista de la memoria histórica, es más necesario que nunca contribuir con datos, hechos y ecuanimidad a establecer no solo qué ocurrió en la guerra civil española y en el exilio posterior de tantos miles y miles de españoles, sino también cómo lo vivieron, cómo lo sintieron e interpretaron.

El exilio: realidades y vivencias altamente sensibles

Si ello es necesario ante cualquier objeto de estudio, no se podrá negar que lo es muy especialmente en la investigación sobre el exilio (y más específicamente sobre el exilio provocado por el golpe militar de 1936, la guerra civil y los crímenes posteriores en España a partir de 1939). Hay, en efecto, un antes y un después de esos años terribles que han terminado convirtiendo la palabra «España» en un ideologema, en el sentido de la sociocrítica de Edmond Cross. No hay punto cero ni asepsia posible para la consideración de España, pues su aprehensión se nos ofrece a todos desde un orden implicado. Ese «orden del discurso» de que hablaba Foucault es desde el que discurrimos, fluimos e influimos.

Las palabras no son neutras, no son asépticas. Cada una de ellas revela un «emplazamiento» determinado, una perspectiva desde la que surge una visión concreta y también una valoración de los hechos.

Decía el escritor mexicano Carlos Fuentes en El naranjo que «nuestras lenguas están surcadas por la memoria y el deseo. Las palabras viven en las dos orillas. Y no cicatrizan». Si él lo decía a propósito de nuestra lengua compartida a uno y otro lado del Atlántico (una realidad esencial para muchos de nuestros exiliados, que a falta de una patria buscaron en la «matria» de la lengua un lugar posible), tal vez podrían también aplicarse a las palabras con que nos referimos a todo lo acontecido en España a partir de 1936 (y 1939), que dividió a nuestro país en uno y otro lado. Y a la vista está que, casi a un siglo de distancia, la herida no cicatriza. Por ello es necesario sajarla y limpiarla de una vez por todas. Para que no se corrompa y termine provocando una especie de muerte espiritual. Porque, como advertía Umberto Eco, hay formas de un fascismo visceral (Ur-Fascism lo llama) que termina repitiéndose cíclicamente.

Desde luego, no podrá cicatrizar mientras España siga siendo uno de los países del mundo con más muertos en las cunetas, independientemente del lugar que ocupe en el ranking, objeto también, cómo no, de recuentos y confrontaciones estériles. Y, sobre todo, mientras no tengamos un corpus crítico completo, exhaustivo, ecuánime, para conocer hasta donde ello sea posible la realidad caleidoscópica del exilio. Muy especialmente de ese exilio en el que fueron protagonistas tantas y tantas mujeres, que aún no han llegado a ocupar el lugar que merecen en nuestro campo cultural, a pesar de grandes avances, como la reciente publicación de Mujeres en el exilio republicano de 1939. Homenaje a Josefina Cuesta. Que, en este contexto, fuerzas gravemente involutivas desde ese Ur-Fascism del que nos advirtiera Umberto Eco desde los años noventa se centren, precisamente, en la negación de la memoria histórica y de la dignidad y derechos de las mujeres es algo más que un síntoma del horror que puede venirnos encima —que ya se nos está viniendo encima— si no lo sabemos detener a tiempo.

Estamos ante una realidad altamente sensible. Una realidad plural, además, es cierto, vivida con muchas diferencias y muchos matices por cada protagonista. Claudio Guillén (1995, p. 11), en El sol de los desterrados: literatura y exilio, afirmaba:

Innumerables los desterrados. Repetida, reiniciada un sinfín de veces, interminable la experiencia del exilio a lo largo de los siglos. Sin embargo, esta experiencia cambia. Se modifican sus consecuencias, sus dimensiones, sus acentuaciones y desequilibrios. Lo que asombra a los estudiosos son las dimensiones oceánicas del tema, la infinitud del exilio y de las respuestas literarias del exilio.

Todo ello no nos puede hacer dudar de hechos firmemente establecidos (por más que un revisionismo involutivo quiera volver a cuestionarlos) ni de experiencias de las que se nos han ofrecido abundantes testimonios, muchos aún a la espera de ser interpretados adecuadamente. Tenemos que hacer ciencia. Y, además, como quería el padre del pensamiento complejo Edgar Morin, recordando a Montaigne, «ciencia con conciencia».

Para ello no está de más que yo les facilite algunas coordenadas de mi propio emplazamiento ante nuestro tema, antes de centrarme en el testimonio de Luis Cernuda y su visión de España.

Cuando recibí la invitación de José Luis Mora estaba leyendo, precisamente, la obra monumental de Mercedes Monmany Sin tiempo para el adiós: Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX, en la que ofrece un impresionante mosaico de experiencias europeas. Como le indiqué, una parte importantísima de los autores que han sido objeto de mi investigación a lo largo de más de cuatro décadas vivieron la experiencia del exilio, especialmente los dos más estudiados por mí, Juan Ramón Jiménez y Francisco Ayala, que coinciden en su exilio de Puerto Rico. Pero también Rafael Alberti o Luis Cernuda, desde el que finalmente focalizaré mi reflexión. La escritura de mi artículo sobre María Zambrano y Francisco Ayala (Vázquez Medel, 2022) me ha llevado a observar aspectos que en anteriores aproximaciones habían pasado inadvertidos: convergencias y divergencias de dos andaluces universales que vivieron de manera muy distinta la experiencia del exilio 2.

En estas semanas me he replanteado los esquemas comprensivos utilizados hasta ahora para analizar las diversas situaciones del exilio, y las muy distintas representaciones que de España se hacen los exiliados. Creo que, por solo poner un ejemplo, aunque resultó útil en su momento y aún tiene cierta vigencia, estamos ya lejos de la distinción de José Gaos, luego matizada y completada por muchos otros, entre «desterrados» y «transterrados» que a veces se planteaba como momentos sucesivos en las dinámicas del exilio. Recordamos especialmente la aportación de Adolfo Sánchez Vázquez (2003) «Del destierro al transtierro», en la que adopta el neologismo de José Gaos. Ayala, por cierto, se preguntaba irónicamente por la obsesión de algunos por las raíces, como si fuéramos vegetales. Pero ya sabemos la fuerza simbólica de la «madre» tierra y de nuestro enraizamiento en ella. Ayala también.

Alberti, Zambrano, Ayala como pórtico a Cernuda

Me permitiré incorporar a mi reflexión el testimonio directo que pude oír a varios de nuestros exiliados, especialmente a Rafael Alberti y Francisco Ayala (en este último caso, a lo largo de dos décadas de numerosas conversaciones, algunas de ellas grabadas y aún inéditas). En las figuras de María Zambrano, Rafael Alberti y Francisco Ayala se pueden cifrar tres de las posibilidades de reacción frente al exilio y de impacto de este en su obra. Cernuda será el necesario corolario que a la vez comparte experiencias y también se aleja, ofreciendo un sesgo singularísimo a su experiencia del exilio.

Para María Zambrano el exilio es un destino trágico («El exiliado es devorado por su historia») y profundamente contradictorio («Si yo no vuelvo, no puedo volver porque yo no me he ido nunca; yo he llevado a España conmigo, detrás de mí, en el secreto y, al par, luminoso o dramático o visible simplemente, del corazón. Nunca se ha ido de mi corazón, ni de mí, España»). El exilio marcó su vida («yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido»), penetró en su obra e impulsó su pensamiento. Su razón poética fue también una razón dolorida. Y sin poderse negar momentos felices en sus años de exiliada, especialmente en Roma o en La Pièce, su condición asumida e interiorizada fue una dura losa durante gran parte de su vida y hasta su muerte. Y condicionó su visión de España abrazada en su idealidad, pero rechazada en la terrible realidad de la dictadura que le llegaba en sus años de exilio. Y que le costó trabajo aceptar en su regreso, a pesar de que a él debemos su imprescindible recuperación como nuestra pensadora más importante del siglo XX. Bástenos recordar el conmovedor recuerdo de María Zambrano del momento en que abandona España:

Unas voces dijeron a nuestro lado: «¿Qué hora es?». «Las dos y veinte». Y, en el instante mismo de levantar los pies del suelo de la tierra de España, en el vacío sin límites que dejaba la patria a nuestra espalda, sentimos llegar para instalarse definitivamente lo que siempre llega cuando hemos perdido algo: una deuda, un deber. El deber de recoger esa experiencia, de clarificar en enseñanza, en clara y compleja «razón de amor» todo el dolor de un pueblo. (Zambrano, 1940, p. 44).

El caso de Rafael Alberti es diferente, y representa una posición intermedia. Por un lado, su carácter, su reacción práctica y su capacidad de rehacer su vida y sus proyectos en el exilio le permitieron afrontar con más felicidad su presente y con mayor esperanza su futuro. Pero, sin lugar a dudas, España estuvo siempre viva en su experiencia de destierro, hasta el punto de agrupar una parte muy importante de su producción poética bajo el título de Poemas del destierro y la espera. Fue, por otro lado, parte activa y militante de su compromiso político. Alberti hizo del verso, como apuntaba su camarada Celaya, un arma cargada de futuro, que esperaba influyera en la realidad y en el destino de España, a la que no solo deseaba volver, sino que lo esperaba, como, en efecto, sucedió. Un importante contrapunto de la experiencia de Alberti expresada en La arboleda perdida lo constituye esa obra fundamental para el destierro que es Memoria de la melancolía, de su compañera María Teresa León.

Francisco Ayala ha sido siempre presentado como exponente de aceptación de su destino, de no lamentarse constantemente de su condición de exiliado e incluso de ser de los primeros en regresar a España tan pronto pudo. Sin lugar a dudas, estaba convencido, como afirma Monmany (2021, p. 487), de que «cada hombre y mujer, cada exiliado español que volviera al país, rompería a su modo el maleficio de las dos Españas. La de “dentro” y la de “fuera”». Y así lo rompe en sus palabras primeras de Recuerdos y olvidos: «Cuando, tras del largo exilio, volví a España hacia 1960, quise visitar los lugares de mi infancia». Esa vuelta del exilio sin reproches, sin ajustes de cuentas, no puede menos que recordarnos las palabras con las que Cervantes resume sus años de Argel: «Cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades».

Con todo, me gustaría ofrecer algunos importantes matices a lo habitualmente establecido sobre Ayala y el exilio, corroborados por muchas conversaciones con él. Comenzaré con su reconocimiento de este momento crítico de su vida: «Al cerrar el primer tomo de mis Recuerdos y olvidos, quedaron detenidos unos y otros en un momento crítico tanto para mi vida personal como para la historia del mundo: cuando, terminada la guerra civil en España, iba a iniciarse la Segunda Guerra Mundial y, para mí, el exilio a que las circunstancias me forzaban» (1988, p. 255). Sin duda, eran terribles las circunstancias que forzaban a quien había perdido a su padre y su hermano en la guerra a escapar con su esposa, su hija Nina y su hermana María, ambas de pocos años, sin más que lo que podía llevar encima. Ayala tenía —no lo olvidemos— cuando salió de España tan solo treinta y tres años, y dejaba atrás su Cátedra de Derecho en la Universidad de Madrid, su plaza de letrado de las Cortes de la República, su importante papel en los proyectos de Ortega (El Sol y Revista de Occidente) y una incipiente vida de escritor en la que a sus dos primeras novelas juveniles Historia de un amanecer y Tragicomedia de un hombre sin espíritu se unían sus libros de relatos de vanguardia, ya homologado con las corrientes europeas, El boxeador y un ángel y Cazador en el alba, así como el primer libro escrito en España sobre cine, Indagación del cinema. No fue precisamente de los que menos perdieron cuando tuvo que empezar de nuevo en Buenos Aires, no sin dejarnos en su tránsito al exilio, escrito ya en París, el primer texto de reconciliación entre los españoles, «Diálogo de los muertos», que se publicaría en Sur (núm. 63) en diciembre de 1939.

En el epígrafe que comienza y da nombre al segundo volumen del Recuerdos y olvidos, El exilio (lo cual no deja de ser significativo), Ayala realiza una reflexión agarrándose a las personas individuales y no a las colectividades que no debió gustar a muchos:

Mucha, y muy florida, y muy sentimental retórica es la que se ha derrochado acerca de la generosidad con que los países hispanoamericanos recibieron a quienes, terminada la guerra civil con la derrota de la República, debimos abandonar la patria amada, fugitivos de Franco […] pero frente a los países en los que he vivido no me creo obligado a la menor gratitud ni, por supuesto, autorizado tampoco a emitir la menor queja. (1988, p. 257).

Ayala se agarra siempre a lo inmediato, tangible, concreto: la gratitud se la debe a varios amigos, su buena voluntad, su generosa disposición… Pero no a tal o cual país.

Estos matices ayalianos pueden gustar o no, pero de lo que no cabe duda es de que sus percepciones, menos sujetas a determinados prejuicios o imperativos ideológicos que en el caso de otros exiliados, se nos revelan, pasado el tiempo, más próximas a la realidad de los hechos.

Muy recientemente Krauel (2022) ha hecho aportaciones muy interesantes, partiendo del análisis de «Diálogo de los muertos» y «Día de duelo», sobre las singularidades ayalianas, especialmente en el capítulo «Desde el mirador del exilio. Duelo, experiencia y universalismo».

Así lo descubrí, especialmente —y con ello concluyo para pasar a Cernuda— en una larga conversación en la que hacía un especial balance de su experiencia de la guerra, desde su alta y fracasada misión en la legación de Praga (parar la guerra con dignidad para la República):

Al final la locura de la guerra hacía a todos cometer errores y horrores; no me sentía orgulloso de algunas actuaciones en nombre de la República… Por ello, al final, entendí que no siempre la vida nos permite elegir entre lo bueno y lo mejor; a veces, ni siquiera entre lo bueno y lo malo, sino entre lo malo y lo peor, como quien debe decidir que le amputen un pie gangrenado para evitar que le corten la pierna, si no lo decide a tiempo, o perder la vida.
Y lo peor, en aquel momento, era el franquismo y todo lo que significaba, el apoyo del fascismo y del nazismo. Por eso decidí irme al exilio y permanecer críticamente al lado de la República y, sobre todo, a favor de la libertad y la democracia en España tan pronto fueran posibles 3.

Ayala mantenía una posición similar a la del recientemente rescatado y reivindicado Manuel Chaves Nogales, que nos dejó impresionantes testimonios de la brutalidad tanto del fascismo como del comunismo, así como de «la incapacidad de las democracias en Europa para defenderse de los totalitarismos y la barbarie», de la indiferencia de las masas, la cobardía de los intelectuales y el drama de que los mejores fueran perseguidos, detenidos e internados en campos sin piedad, como muy acertadamente subraya Mercedes Monmany.

A la postre, como expresaba Mainer (2019, p. 1) en su larga nota de lectura «Francisco Ayala, a la fecha»:

El marbete de «escritores del exilio de 1939» tiene tanta legitimidad histórica y emocional como imprecisión taxonómica. Define una circunstancia, pero no acota nada en términos de historia literaria. Lo señaló con rara lucidez uno de los concernidos por ese marbete, Francisco Ayala, en un artículo titulado «La cuestionable literatura del exilio» (Los Cuadernos del Norte, 1981). Y, sin embargo, a varias generaciones de intelectuales españoles nos ha servido para reconocer una de las más dramáticas consecuencias de la guerra civil y para entender mejor lo que el franquismo tuvo de excluyente y vengativo. Para quienes, bien a su pesar, se vieron marcados por el signo de la extraterritorialidad física, la condición de desterrados se convirtió en tema de su obra y vivieron en diálogo apasionado e ingrato con aquella amputación de su presente y quizá de su futuro. Otros, los menos, intuyeron que el alejamiento era una oportunidad de rehacer su vida, a menudo en horizontes más ricos e incitantes que los que habían dejado atrás.

Luis Cernuda y el exilio

Los tres casos mencionados hasta el momento, Rafael Alberti, María Zambrano y Francisco Ayala, pudieron regresar del exilio y conocer la democracia y la libertad en España. Luis Cernuda murió en el exilio de México cuando aún ni siquiera se presentía la recuperación de la democracia en España.

Luis Cernuda, conocido o amigo de todos ellos en distinta medida (a Ayala nunca le perdonó su reseña crítica de Perfil del aire), vio su vida partida en dos por un exilio documentado y analizado extraordinariamente por Antonio Rivero Taravillo en Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963), obra a la que remito para cualquier consulta de detalle, así como a los numerosos artículos sobre su exilio. Sin embargo, habremos de recordar que es el propio poeta el que cree que una lectura de su obra solo desde la perspectiva del exilio es falsificadora y reductora: «Cuando allá dicen unos / que mis versos nacieron / de la separación y la nostalgia / por la que fue mi tierra, / ¿solo la más remota oyen entre mis voces?» («Díptico español»).

Que el exilio de Luis Cernuda es uno de los casos más complejos de la literatura lo acredita ya la afirmación de Guillermo Carnero (1989, p. 290) cuando habla de sus tres exilios: «El exilio moral, iniciado mucho antes, tan pronto tomó conciencia de su condición homosexual, en su adolescencia y primera juventud. Segundo, el literario, interpretado como una conspiración contra el reconocimiento de su originalidad y su calidad, a partir de 1927; y, por último, el destierro geográfico iniciado en 1938». Pero —habría que añadir— este último termina reinterpretando y «catalizando» los anteriores.

Precisamente Ayala, en una nota con ocasión de la muerte de Bergamín, habla de la «obsesión de España»: «Bergamín —como yo mismo y como tantos otros— estaba ya en el exilio, y él —como tantos otros— suspiraba por la tierra perdida, con esa que bien pudiera llamarse pasión de amor a España, que en algunos —pongamos, por ejemplo, el de otro gran poeta desterrado: Luis Cernuda— se tomó un amargo resentimiento, y, según suele acontecer a los amantes desdeñados o desengañados, tomando apariencias de odio adoptó el lenguaje del improperio. Eran, no lo olvidemos, los tiempos de la dialéctica “España o anti-España”, dos caras de la misma moneda, y al término de la guerra civil no había duda de que la cruz les había correspondido a los vencidos. La cuestión es cómo hubo de cargar con ella cada uno». Y concluye, duramente: «Cernuda era por naturaleza un réprobo, un exiliado nato (y en directa referencia a esa radical condición suya, que él asumió plenamente, hay que entender su poesía)» (Ayala, OC, II, 561-562).

Muchas y muy diversas son las claves de lectura de una poesía tan rica como la de Luis Cernuda, como también habría que matizar su vivencia y sus testimonios del exilio, que van evolucionando en el tiempo. Nadie lo ha visto con tanta claridad y expresado con tanto acierto y concisión como Juan Goytisolo:

La trayectoria poética de Cernuda expresa fielmente la evolución de los sentimientos del exiliado hacia su patria, tan finamente analizada en otros ámbitos por Vicente Llorens. La ausencia y lejanía del mundo íntimo y propio desdibujan y anulan sus tachas reales, liman sus asperezas, fomentan en el desterrado una actitud de nostalgia propicia a la idealización del paisaje perdido y la elaboración de mitos compensatorios. A los vicios e imperfecciones tangibles del país que le acoge, opone la imagen embellecida del que se ha visto compelido a abandonar. La necesidad interior de forjarse un valor-refugio, le impulsa a revivir las emociones del pasado, a volver una mirada enternecida hacia el extinto paraíso infantil. Dicha disposición anímica, característica de la primera fase del destierro, cede paso, con frecuencia, a una creciente sensación de extrañeza y desarraigo tocante a su tierra que puede transformarse en algunos casos en desafecto y aun en abierta e irreductible hostilidad […]. De la primera «Elegía española» de Las nubes a la acerba imprecación «A sus paisanos» que cierra Desolación de la Quimera, el itinerario cernudiano abrevia el drama del exiliado de hoy y todos los tiempos, ese héroe lúcido y miserable inmortalizado por creadores y poetas desde Homero hasta Joyce. (Prólogo, en De la Rosa, 1981, pp. 8-9).

Una de las características necesarias de nuestros enfoques, en este año en que conmemoramos los sesenta desde su muerte, la constituye la aceptación de la complejidad (E. Morin), de la que ha de deri var la consiliencia o unidad del conocimiento, así como una comprensión más dinámica y fluida de los procesos culturales y literarios. Por ejemplo, sabemos que una buena parte del pensamiento sobre el exilio nos llega a través de la poesía. Que poesía y pensamiento no solo no se excluyen, sino que se requieren, es algo bien asentado, especialmente a través de las formulaciones de María Zambrano publicadas en el exilio sobre Filosofía y poesía. Habría que añadirse que, al tratarse de un «pensamiento poético» y de una «poesía reflexiva», la fractura entre razón y emoción queda superada desde la complejidad de la existencia que la creación poética refleja.

Luis Cernuda salió de España para no volver el 14 de febrero de 1938. Su testimonio del paso de la frontera de Port-Bou nos da una de las primeras claves de su vivencia (erlebnis) del exilio:

Atrás quedaba tu tierra sangrante y en ruinas. La última estación al otro lado de la frontera, donde te separaste de ella, era solo un esqueleto de metal retorcido, sin cristales, sin muros un esqueleto desenterrado al que la luz postrera del día abandonaba.
¿Qué puede el hombre contra la locura de todos? Y sin volver los ojos ni presentir el futuro, saliste al mundo extraño desde tu tierra en secreto ya extraña. (OC, I, 592).

Es el sentimiento de desolación ante la destrucción y la muerte el que prevalece («sangrante», «en ruinas», «esqueleto»). Pero, sobre todo, la extrañeza, ese extrañamiento que se hace presente dos veces en la última frase: «saliste al mundo extraño desde tu tierra en secreto ya extraña».

En «Impresión de destierro», uno de los primeros y más amargos poemas del exilio, al oír la voz de un hombre que en la calle le pregunta por su país, el poeta testimonia la muerte de España:

«¿España?», dijo. «Un nombre.
España ha muerto». Había
una súbita esquina en la calleja.
Le vi borrarse entre la sombra húmeda.

OC, I, 294

Sombra húmeda, luz gris, incomunicación, cansancio, soledad, aislamiento, vida apagada expresan el tono vital del primero de los libros terminado en el exilio, Las nubes. Algo que se acentuará durante los años sombríos de Escocia, a pesar del positivo balance para su escritura. Esos primeros tiempos merecerán una valoración terrible: «Fue aquella una de las épocas más miserables de mi vida».

El epistolario de Cernuda es muy importante para matizar los sentimientos, a veces antagónicos o paradójicos, que tiene. En carta a Concha Méndez de 22 de febrero de 1939, aún en los meses finales de la guerra civil, dirá:

Sé lo que habéis pasado porque es lo que hemos pasado todos los españoles. Uno y otro bando político no me inspiran ya sino horror y asco. Por los españoles siento la más profunda compasión; merecerían mejor suerte. (En Valender, 2002, p. 323).

Pero que nadie, manipuladoramente, piense en posibles equidistancias. No las hay. No las puede haber. El 15 de diciembre de 1942, ya finalizada la guerra civil, pero ahora en plena Segunda Guerra Mundial, Cernuda escribe a Mercedes de Madariaga sobre la pretendida objetividad de su padre y destacado intelectual Salvador de Madariaga:

Creo que la objetividad que acaso pretende tu padre sea imposible para mí: solo el nombre de franquista basta para levantar una ola de asco y repulsión en mis sentimientos. Para mí el levantamiento es responsable no solo de la muerte de miles de españoles, de la ruina de España y de la venta de su futuro, sino de todos los crímenes y delitos que pueden achacarse a los del lado opuesto fueron indirectamente ocasionados también por los franquistas. El pueblo es ciego y brutal, todos lo saben, por eso no debe dársele ocasión para que se manifieste como tal ni provocarlo. (En Valender, 2002, p. 324).

Sabemos bien —y los propios títulos lo atestiguan— que su visión de España y del exilio se fue modulando a lo largo de los cincos lustros de duración y de la distinta felicidad o infelicidad de sus estancias en Inglaterra, Escocia, Estados Unidos y México, con alguna intensa estancia en Cuba. Si Las nubes (1937-1940) —con poemas anteriores al exilio, pero también con los primeros escritos tras su salida de España— ofrece esa atmósfera sombría, Como quien espera el alba (1941-1944) traza signos de esperanza, coincidentes con el tono que revela en su confidencia a la hispanista Rica Brown el 4 de junio de 1944: «Me encuentro con que el destino me regala una de esas fases de vida plena, que yo no esperaba, ciertamente, volver a gozar». El poeta, con todo, se hace ahora consciente de las distorsiones que en Inglaterra tienen de su país. «Vamos a ver si poco a poco van desechando por aquí esas ideas absurdas que tienen sobre nuestra tierra. Lo veo difícil, porque lo que hoy llamaríamos “propaganda” antiespañola del reinado de Elizabeth es todavía base de tales ideas. Y perdone que las llame ideas. Con más de tres siglos de arraigo, ¿cuánto hará falta para mostrar su falsedad?», dirá a Salazar Chapela. Meses más tarde le dice que sus posibles conferencias «pudieran versar sobre el carácter o el temperamento español; algo elemental, pero que pudiera dar a estas gentes una idea escueta de cómo somos. Supongo que todo es inútil, ya que según dicen no hay peor sordo que el que no quiere oír, y aquí no quieren oírnos» (Valender, 2002, pp. 340-341).

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Roa Bastos le hace una entrevista en el Instituto Español de Londres de la que podemos recordar varias de sus afirmaciones. En defensa de su independencia espiritual y del precio que ha de pagar por ella, afirma: «Quien esto le dice vive en tierra extraña hace años, por no querer aceptar en la propia un régimen odioso» (OC, II, 796). Y ante la pregunta «¿Espera usted que finalmente España pueda ser rescatada de su cautiverio totalitario, a ella que es la única nación no beneficiada hasta ahora en Europa por el triunfo de los principios democráticos con la victoria de las Naciones Unidas?», responderá: «Es natural y justo pensar que así como la guerra que ahora termina tuvo en España su prólogo, en España también, más pronto o más tarde, deba tener su epílogo» (OC, II, 797).

Habría que pensar también que esta ventana abierta a la esperanza, justificadora del título de su libro de poemas de estos iniciales años cuarenta, se iría cerrando con el tiempo para quien hubo de morir en el exilio sin ver la libertad ni los principios democráticos, por los que él siempre luchó, restablecidos.

Las dimensiones más luminosas (pero no exentas de contrastes) de Como quien espera el alba llegan del recuerdo de Andalucía («Tierra nativa», «Góngora» —a quien se exalta en su derrota ante los hombres—, «El andaluz», entre otros poemas), aunque también aparezcan poemas duros de su infancia como «La familia» (que provocó el rechazo de Dionisio Ridruejo). Todo el libro está cruzado por la presencia de la muerte, que se acepta como inevitable («Todo lo que es hermoso tiene su instante, y pasa»). Y en su confidencia «A un poeta futuro» vuelve, una vez más, a su lucha «para que mi palabra no se muera / silenciosa conmigo […]», pues «fue amor quien la inspiraba». Y en el impresionante poema «Quetzalcóatl», a través de la voz de Díaz del Castillo aborda la cuestión central de la identidad y la alteridad con oca sión de la derrota de Moctezuma y la conquista de México, sin que podamos dejar de percibir a través de algunos versos el momento en que escribe. Así, cuando dice de su tierra «madrastra fuera, que no madre, y aún la quise», o cuando constata «el horror de la guerra» y la desolación de la muerte («Ahora amigos y enemigos están muertos / y yace en paz el polvo de unos y de otros»). Y esa imagen de la patria-madrastra se reiterará en «Río vespertino» con más dureza:

Es la patria madrastra avariciosa
exigiendo el sudor, la sangre, el semen
a cambio del olvido y del destierro.

OC, I, 371

Pero no deja de estar presente la referencia constante al amor, aunque thanatos se encuentre en el fondo de eros («Vereda del cuco»):

Es el amor fuente de todo.
Hay júbilo en la luz porque brilla esa fuente,
encierra al dios la espiga porque mana esa fuente,
voz pura es la palabra porque suena esa fuente,
y la muerte es de ella el fondo codiciable.

OC, I, 375

Como ha afirmado José Teruel, «Cernuda subordina, especialmente a partir del exilio, su identidad social verdadera a la clave de su mito y su personaje: él era fundamentalmente el Poeta» (2013, p. 39). Y, a pesar de ese doble sentimiento (odi et amo) que siente por Juan Ramón Jiménez (Jekyll y Hyde, le llamará), para Cernuda el moguereño es la expresión más alta del ejemplo poético. Así lo expresa en «El poeta», de 1946:

Agradécelo pues, que una palabra
amiga mucho vale
en nuestra soledad, en nuestro breve espacio
de vivos, y nadie sino tú puede decirle,
a aquel que te enseñara adónde y cómo crece:
Gracias por la rosa del mundo.
Para el poeta hallarla es lo bastante,
e inútil el renombre u olvido de su obra,
cuando en ella un momento se unifican,
tal uno son amante, amor, amado,
los tres complementarios luego y antes dispersos:
el deseo, la rosa y la mirada.

OC, I, 403

Díaz Ventas (2020, p. 18), en su análisis de la evolución del tema de España en el exilio de Cernuda, afirma:

En Como quien espera el alba todavía predomina una visión nostálgica, aunque lejana del tono elegiaco de Las nubes a causa del tiempo y la distancia. El dolor se relaciona más bien con la pérdida de una unión transcendente o con el exilio de un espacio anterior al desengaño. El tiempo histórico entra en las composiciones y sigue distanciando a Cernuda de la patria, al tiempo que se va perfilando su separación espiritual. No obstante, a pesar de la progresiva caracterización hacia la oscura figura de la madrastra, la herida todavía está abierta y aún no se ha consumado el distanciamiento que constataremos en la siguiente sección de La realidad y el deseo.

Cernuda ha perdido ya la esperanza de volver a España. Lo afirma con claridad en Historial de un libro a propósito de la invitación de Concha de Albornoz para ir a Estados Unidos: «Volver a mi tierra, ni pensaba en ello; poco a poco se consumaba la separación espiritual, después de la material, entre España y yo». Separación material, separación espiritual. Ya España es, más que madre, madrastra. Así lo proclama en los versos iniciales del poema crucial «Ser de Sansueña»:

Acaso allí estará, cuatro costados
bañados en los mares, al centro la meseta
ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra
original de tantos, como tú, dolidos
de ella y por ella dolientes.
Tierra de paradojas y contrastes:
El alarido ronco junto a la voz serena,
el amor junto al odio, y la caricia junto
a la puñalada. Allí es extremo todo.
Cernuda, con todo, parece añorar la España imperial, a pesar de su sinrazón:
Si en otro tiempo hubiera sido nuestra,
cuando gentes extrañas la temían y odiaban,
y mucho era ser de ella; cuando toda
su sinrazón congénita, ya locura hoy,
como admirable paradoja se imponía.

OC, I, 417

Paga el precio de no poder ser de una España que le repugna (terratenientes y toreros, curas y caballistas, vagos y visionarios, guapos y guerrilleros) con no poder ser de ninguna parte. Es el sentimiento apátrida del exiliado:

Y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo
de ninguna: deambular, vacuo y nulo,
por el mundo que a Sansueña y sus hijos desconoce.
[…]
Vivir para ver esto.
Vivir para ser esto.

Por eso, en este Vivir sin estar viviendo, consumada la ruptura, el tema de España tiene menos presencia que en los libros anteriores. También Luis Cernuda irá tomando cierta distancia con algunos de sus compañeros de exilio.

Díaz Ventas (2020, p. 22) resumirá las claves del poemario escrito en Mount Holyoke ya en contraste con las experiencias de México, donde desea vivir (especialmente a partir de la experiencia amorosa con Salvador Alighieri a partir de 1951): «Además de observar en ellos los refugios más habituales del poeta —el pasado imperial y la patria ideal ligada al arte—, los poemas de Con las horas contadas suponen la manifestación, después de casi dos décadas de exilio, de la cicatrización de la herida del exilio». En «Pasatiempo» dirá:

Tu tierra está perdida
para ti, y hasta olvidas,
por cerrada, la herida.
[…] De algún azar espera
que un cuerpo joven sea
pretexto de tu existencia.
OC, I, 460

Desolación de la Quimera (1956-1962), que recoge los poemas de sus últimos años de vida, es también balance y recapitulación. En ellos va a reiterar dimensiones ya anticipadas, pero ahora expresadas con más claridad. Por ejemplo, su «eurocentrismo» a propósito de «Mozart»: «Es la gloria de Europa, el ejemplo más alto / de la gloria del mundo, porque Europa es el mundo». Aparece nítidamente el arte (aquí en concreto, la música) como única posibilidad de redención humana:

Si la vida es abyecta y ruin el hombre,
da esta música al mundo forma, orden, justicia,
nobleza y hermosura. Su salvador entonces,
¿quién es? Su redentor ¿quién es entonces?
[…]
Sí, el hombre pasa, pero su voz perdura,
nocturno ruiseñor o alondra mañanera,
sonando en las ruinas del cielo de los dioses.

OC, I, 491

Luis Cernuda pareció presentir su muerte, ya que días antes, como ha testificado Concha Méndez, estuvo afable y comunicativo, recordando con emoción a sus familiares. Cuando le encuentran muerto la mañana del 5 de noviembre de 1963, en su máquina tenía una nota sobre el teatro de los Quintero. No deja de ser curioso ese vínculo con Sevilla y Andalucía en su último escrito. En nuestro estudio «Cernuda más allá de Sevilla» subrayamos la relación de amor y odio (odi et amo) del poeta con su ciudad natal, de la que ya se siente excluido durante su adolescencia al rechazar la moral burguesa y tradicionalista de las apariencias, dominante en su ciudad. Y destacamos su especial relación de amor con Andalucía:

Cernuda vive su peculiar experiencia de pertenencia a su tierra más allá de Sevilla, a través de una imagen de Andalucía extraordinariamente atractiva que, en su caso, se identifica prototípicamente con la Andalucía Romántica […] una Andalucía idealizada, que por ser un ámbito más dilatado y, por otra parte, intermedio, entre Sevilla y España, constituyó su posibilidad de anclaje entre lo local y lo universal. (Vázquez Medel, 2003, p. 122).

Allí recojo algunos testimonios del poeta, que revelan inequívocamente que su «palabra amada» es andaluz: «Andalucía es un sueño que varios andaluces llevamos dentro». Y cuando evoca su paraíso ideal afirma: «Un edén, en suma, que para mí pudiera estar situado en Andalucía», para concluir: «Si se me preguntara qué es para mí Andalucía, qué palabra cifra las mil sensaciones, sugerencias, posibilidades unidas en el radiante haz de lo andaluz yo diría: “felicidad”» (en Vázquez Medel, 2003, pp. 128-129).

Como dijera James Valender, «a pesar de todo lo que el poeta hiciera por dejar atrás su Sevilla natal, se ve que esta lo acompañó hasta el final». Un final que no quiso concluir sin dejarnos un estremecedor testimonio poético.

El poema clave como recapitulación del exilio es, sin duda, «Díptico español». Sus dos partes se relacionan antagónica pero complementariamente: «Es lástima que fuera mi tierra» / «Bien está que fuera tu tierra».

Nos parece imprescindible dar lectura completa a la primera parte, a la que añadiremos algunos comentarios que, por otro lado, la dureza y claridad del texto hacen casi innecesarios. Hemos de reparar, especialmente, en su insistencia en la falsificación de la vida y de la historia que hace una dictadura que mantiene a la gente doblegada por el miedo y vinculada a lo peor de nuestro pasado, en un nacionalcatolicismo de hábitos y uniformes militares que niega la tradición auténtica con la que se identificará en la segunda parte de este extraordinario «díptico»:

ES LÁSTIMA QUE FUERA MI TIERRA
Cuando allá dicen unos
que mis versos nacieron
de la separación y la nostalgia
por la que fue mi tierra,
¿solo la más remota oyen entre mis voces?
Hablan en el poeta voces varias:
escuchemos su coro concertado,
adonde la creída dominante
es tan solo una voz entre las otras.

Lo que el espíritu del hombre
ganó para el espíritu del hombre
a través de los siglos,
es patrimonio nuestro y es herencia
de los hombres futuros.
Al tolerar que nos lo nieguen
y secuestren, el hombre entonces baja,
¿y cuánto?, en esa dura escala
que desde el animal llega hasta el hombre.

Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos,
adonde ahora todo nace muerto,
vive muerto y muere muerto;
pertinaz pesadilla: procesión ponderosa
con restaurados restos y reliquias,
a la que dan escolta hábitos y uniformes,
en medio del silencio: todos mudos,
desolados del desorden endémico
que el temor, sin domarlo, así doblega.

La vida siempre obtiene
revancha contra quienes la negaron:
la historia de mi tierra fue actuada
por enemigos enconados de la vida.
El daño no es de ayer, ni tampoco de ahora,
sino de siempre. Por eso es hoy
la existencia española, llegada al paroxismo,
estúpida y cruel como su fiesta de los toros.

Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo
en creer que la razón de soberbia adolece
y ante el cual se grita impune:
Muera la inteligencia, predestinado estaba
a acabar adorando las cadenas
y que ese culto obsceno le trajese
adonde hoy le vemos: en cadenas,
sin alegría, libertad ni pensamiento.

Si yo soy español, lo soy
a la manera de aquellos que no pueden
ser otra cosa: y entre todas las cargas
que, al nacer yo, el destino pusiera
sobre mí, ha sido esa la más dura.
No he cambiado de tierra,
porque no es posible a quien su lengua une,
hasta la muerte, al menester de poesía.

La poesía habla en nosotros
la misma lengua con que hablaron antes,
y mucho antes de nacer nosotros,
las gentes en que hallara raíz nuestra existencia;
no es el poeta solo quien ahí habla,
sino las bocas mudas de los suyos
a quienes él da voz y les libera.

¿Puede cambiarse eso? Poeta alguno
su tradición escoge, ni su tierra,
ni tampoco su lengua; él las sirve,
fielmente si es posible.
Mas la fidelidad más alta
es para su conciencia; y yo a esa sirvo
pues, sirviéndola, así a la poesía
al mismo tiempo sirvo.

Soy español sin ganas
que vive como puede bien lejos de su tierra
sin pesar ni nostalgia. He aprendido
el oficio de hombre duramente,
por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero
no volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía,
cuyas maneras rara vez me fueron propias,
cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto
y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron.

No hablo para quienes una burla del destino
compatriotas míos hiciera, sino que hablo a solas
(quien habla a solas espera hablar a Dios un día)
o para aquellos pocos que me escuchen
con bien dispuesto entendimiento.
Aquellos que como yo respeten
el albedrío libre humano
disponiendo la vida que hoy es nuestra,
diciendo el pensamiento al que alimenta nuestra vida.
¿Qué herencia sino esa recibimos?
¿Qué herencia sino esa dejaremos?

OC, I, 504

El poeta, con extrema dureza, ha consumado su desafección. Pero no quiere que la única clave de lectura de su obra sea la separación y la nostalgia por la que fue su tierra y ya no considera como suya. Por ello reivindica el patrimonio del pasado, de la tradición, en sus justos términos, y no secuestrado o falseado por la España siniestra de la dictadura, «estúpida y cruel como su fiesta de los toros», que grita «muera la inteligencia» y adora las cadenas, un pueblo sin razón y adoctrinado, carente de alegría. Cernuda considera que la más dura carga que el destino le ha reservado es la de ser español. Pero no se puede separar del todo de esa tradición, porque le une la lengua con la que realiza su creación poética: esa lengua de quienes le han antecedido y a la que se mantiene fiel. Por ello es «español sin ganas», y prefiere no volver «a una tierra cuya fe, si la tiene, dejó de ser la mía».

Sin embargo, no renuncia a su fe. No renuncia a esa otra España que encuentra encarnada en los valores de Cervantes o de Galdós. Para esa España posible o imposible, proclamará: «Bien está que fuera tu tierra». Y cierra el «Díptico español» con dos impresionantes estrofas:

Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas,
aún en estos libros te es querida y necesaria,
más real y entresoñada que la otra:
no esa, mas aquella es hoy tu tierra.
La que Galdós a conocer te diese,
como él tolerante de lealtad contraria,
según la tradición generosa de Cervantes,
heroica viviendo, heroica luchando
por el futuro que era el suyo,
no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto.
La real para ti no es esa España obscena y deprimente
en la que regentea hoy la canalla,
sino esta España viva y siempre noble
que Galdós en sus libros ha creado.
De aquella nos consuela y cura esta.

OC, I, 507

Cernuda nos invita a seguir siempre adelante, fieles a nuestros valores, a una España viva y noble, heroica en la vida y en la lucha; al camino propio que hemos de proseguir hasta el final. Más fieles a nuestra conciencia que a un ideal abstracto de patria, por noble que sea:

¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra […].
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas […].
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida.

OC, I, 530

Así lo hizo él: fiel a su conciencia hasta el final del camino de su vida. Parte esencial de esa fidelidad es el mandato ético que da título a esta conferencia: «Recuérdalo tú y recuérdalo a otros».

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*  Quiero dedicar esta intervención a Julio Neira, al que me unió una entrañable amistad, fallecido el 7 de mayo de 2022 en la ciudad de Málaga, desde la que tanto bien hizo al frente del Centro del 27, vinculado al contenido de nuestro encuentro, o desde la dirección del Centro Andaluz de las Letras. También deseo tener presentes a los millones de exiliados y migrantes que, ante nuestros ojos, huyen del terror en muchos lugares del planeta.

1  Luis Cernuda (1993): La realidad y el deseo (1924-1962), XI. Desolación de la Quimera. Poesía completa, vol. I. Madrid: Siruela, pp. 544-545. En adelante citamos OC seguido del volumen y página.

2  Quizá debiera añadir que mis padres fueron niños de la guerra, ambos pertenecientes a familias republicanas comprometidas con el proyecto de regeneración de España. Que mi padre murió con la pena de no saber en qué cuneta de la Cuesta de la Reina quedó el cuerpo de su hermano Antonio, y que siempre me transmitieron percepciones que con el tiempo se acreditaron como más adecuadas a los hechos y pude comprobar. Fui procesado con dieciséis años por el T. O. P. de la dictadura y no pertenezco a ninguna formación ni partido político. Pero mi compromiso con los valores de que hablaré al comentar el poema de Cernuda es firme y ha resistido el paso del tiempo. Y ello no quita la necesaria visión crítica y no maniquea de hechos y personajes.

3  Testimonio inédito que conservo como transcripción de una de nuestras numerosas conversaciones, que confío puedan ver la luz en el futuro.

TSN nº15, 2023. ISSN: 2530-8521