Monográfico
TSN nº 15, 2023. ISSN: 2530-8521
ESPAÑA, EUROPA Y AMÉRICA EN LA REFLEXIÓN DE MARÍA ZAMBRANO
Spain, Europe, and America in the Reflections of María Zambrano
Elena Trapanese
Universidad Autónoma de Madrid (España)

RESUMEN

Durante su largo exilio, María Zambrano nunca dejó de reflexionar sobre España, sobre su tradición literaria y de pensamiento, sobre sus sueños y fracasos. Tampoco Europa la abandonó, imponiéndose como tema de reflexión acuciante sobre todo a raíz de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación nazi de Francia. Sin embargo, también América tuvo un papel fundamental en sus escritos y en su vida, influyendo en las reflexiones sobre España y Europa hasta su definitivo regreso al continente europeo en 1953.

Palabras clave: Zambrano, España, Europa, América, exilio

ABSTRACT

During her long exile, María Zambrano never ceas- ed to reflect on Spain, on its literary and intellectual tradition, on its dreams and failures. Nor did she abandon Europe, which became a pressing subject of reflection, especially in the aftermath of the Second World War and the Nazi occupation of France. However, America played also a fundamental role in her writings and life, influencing her reflections on Spain and Europe until her definitive return to the European continent in 1953.

Keywords: Zambrano, Spain, Europe, America, exile 
• Contenido •

I. Las Américas de Zambrano


Y no era como otras veces; ahora, su casa había desaparecido y «aquello», su destino soñado, quedaba en suspenso, suspendido entre cielo y tierra o más allá; no podía saberlo, pues aún no se hacía cargo de la derrota. […]
Mas ahora no se sentía en ninguna parte, en parte alguna del planeta, como sucede en el centro del océano cuando el alma no siente ninguna señal de la presencia de la tierra, de esa presencia que se acusa antes de hacerse visible. Antes de que el vuelo de ningún pájaro la anuncie, por una especie de presentimiento del ser terrestre que somos, por un sentir originario, de las raíces del ser, que solo en la tierra encuentra su patria, su lugar natural, a pesar de la lucha que ello entraña, o por ella, la tierra. (Zambrano, 2014b, pp. 1050-1053).

Con estas palabras, la filósofa María Zambrano Alarcón describía sus primeros pasos y momentos hacia el Nuevo Mundo, porque como otro medio millón de españoles se vio obligada al exilio. El suyo fue especialmente largo —más de cuatro décadas— y la llevó a residir entre Europa y América: en México, Cuba, Puerto Rico, Francia, Italia y Suiza, antes de su definitivo regreso a España.

En una entrevista realizada por Francisco Umbral (1985) poco después de su vuelta a Madrid, María Zambrano confesaba no haber extrañado nunca España, por haberla llevado consigo siempre, en las entrañas y en el corazón: España «fuera de mí no ha estado nunca; yo dentro de ella no he podido estar». España, en efecto, nunca la abandonó y la pensadora reflexionó sobre su patria perdida, sobre su tradición literaria y de pensamiento, sobre sus sueños y verdades a lo largo de todo el exilio. Tal vez precisamente por ello, después de su regreso a Madrid, decidió no volver a ver algunos de los lugares que la habían acompañado en el recuerdo: entre ellos, el Museo del Prado, patria de una España artística y literaria a la que Zambrano nunca renunció, aun en los momentos más duros del exilio. Tampoco Europa abandonó su pensamiento, imponiéndose como tema de reflexión acuciante sobre todo a raíz de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación nazi de Francia, así como de su liberación tras la derrota de los totalitarismos alemán e italiano.

Si es indudable que María Zambrano fue y se sintió siempre muy europea y española, es también evidente que América (las muchas Américas que le tocó vivir) tuvo un papel fundamental en sus escritos y en su vida, influyendo también en las reflexiones sobre España y Europa hasta su definitivo regreso al continente europeo en 1953.

Sabemos que María Zambrano tocó tierra americana por primera vez en octubre de 1936: llegó a Cuba, La Habana, haciendo escala rumbo a Chile. Su marido, el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, acababa de ser nombrado secretario de la embajada española en Santiago de Chile. Como ha señalado Francisco José Martín, en Chile Zam brano no tiene ningún cargo oficial, pero «en ningún momento se acomoda al papel de esposa de diplomático, como testimonia el hecho de que llegara a tener un “despachito” en la embajada […] desde el que actuaba en primera persona y con voz propia» (Martín, 2022, p. 744). El joven matrimonio desarrolló una imponente actividad en favor de la causa republicana, testimoniada por la fundación de la Editorial Panorama. Aldave pudo apoyarse en sus experiencias previas en la edición de la revista Atalaya y además contó con la valiosa colaboración de Zambrano, quien editó tres de los seis libros publicados: la Antología de Federico García Lorca, el Romancero de la guerra española y su propio libro, Los intelectuales en el drama de España 1. La filósofa colaboró también redactando un epílogo en Madre España. Homenaje de los poetas chilenos, «un libro sin duda importante con el que la plana mayor de la poesía chilena de entonces manifestaba su apoyo a la causa republicana española» (Martín, 2022, p. 744). Para poder entender el papel jugado por Zambrano y su compromiso con la causa republicana, no hay que olvidar los artículos que en estos mismos meses publica en la prensa argentina, chilena y española.

James Valender (2010) ha subrayado que existen diferencias sustanciales entre los primeros escritos sobre América redactados a raíz de su estancia chilena 2, los comentarios sobre la vida en México, en Cuba y en Puerto Rico afectados por la trágica situación europea y familiar de los años cuarenta y los textos que más tarde Zambrano escribirá sobre las tierras americanas (inspirándose en libros de Octavio Paz y de Laurette Séjourné) 3.

Los artículos chilenos de Zambrano muestran ante todo una actitud «sigilosa» (Soto García, 2005, p. 63): la pensadora evita cuidadosamente cualquier referencia a la compleja situación de la embajada de España en el país (Martín, 2022) y es probable que el deseo de proteger la labor del embajador y de su marido estén «en la base de la motivación que mueve a Zambrano a publicar fuera de Chile algunos de sus artículos más comprometidos con la denuncia de la situación española» (Martín, 2022, p. 745). Además, en Los intelectuales en el drama de España y aún en los textos de principios de la década de los cuarenta, la filósofa parece estar buscando en América valores que la hermanaban con España y Europa, capaces de salvar al Viejo Continente de los derrumbes de la guerra.

En un artículo titulado «La tierra de Arauco», dedicado a Pablo Neruda y luego incluido en Los intelectuales en el drama de España, Zambrano recordaba su primera experiencia chilena, cuando América le había parecido «una dimensión de España», un refugio posible, casi un «privilegio», pero nunca un lugar de posible destierro: la tierras americanas seguían siendo «las Indias doradas», una «posibilidad de evasión a un mundo fantástico y real cuando la áspera realidad de casa nos cerraba el horizonte. América era siempre y sobre todo eso: horizonte de España» (Zambrano, 2015a, p. 332). Terminaba su reflexión confesando que le resultaba imposible separar su primera experiencia en América de su situación como española: «Fue entonces, avivada por el resplandor de España en tierras americanas, cuando se me revelaba como una fuerza indestructible la existencia misma de España. Fue desde América cuando descubrí España» (2015a, p. 333).

Fue entonces desde Chile cuando María Zambrano descubrió España. Gracias a la inesperada hermandad de los chilenos, empezó a escuchar una expresión con toda su fuerza: «madre España»:

¿Cuánto tiempo haría que los pueblos de América, lejos de los banquetes de estrechamiento de lazos, lejos de fórmulas vacías, no decían estas palabras? ¿Cuánto tiempo que no nombraban a España como madre? No sé, pero pienso que ha tenido que ser necesario que España muestre su cara verdadera, que rompa la espesa costra formularia, el fuego de su verdadero ser, para que vuelva a parecer como madre del Nuevo Mundo. Pero sí sé que un fuerte sentimiento de responsabilidad traspasó la conciencia: la pereza de España. Su ausencia de sí misma, su enajenación de los dos siglos pasados las sentí con mayor angustia aún que las había sentido por nuestro mismo pueblo; sentí la responsabilidad tan seria de esta realidad maternal de España, pero sentí también la esperanza. ¡Madre del Nuevo Mundo siempre España! (Zambrano, 2015a, p. 337).

A los ojos de la joven pensadora, España y Chile parecen hermanadas ante todo por el idioma, pero también por una soledad ancestral. La filósofa recuerda los inmensos horizontes de las tierras castellanas y sus campos de trigo, habitados por hombres y mujeres que callan y miran, que parecen bastarse a sí mismos; están solos, comenta Zambrano, porque quieren. Su mirada luego se dirige a la soledad de las calles cuadriculadas de Santiago de Chile y de las vastas tierras araucanas, habitadas por personas cuya soledad no parece ser resultado de la voluntad, ni siquiera parece ser una soledad humana. Es una soledad «cósmica» (Zambrano, 2015a, p. 336). El primer encuentro de Zambrano con América es, en realidad, un encuentro especular, porque la filósofa proyecta sobre Chile sentimientos, esperanzas, hasta paisajes españoles. No sin matices que bien podríamos definir eurocéntricos, cuando, al hablar del «roto» chileno que «vaga por las calles sin empleo», reconoce en él «un sopor casi vegetal», cerrado a toda cultura. ¿«Qué cultura es esta entonces» —se pregunta Zambrano— que parece haberse quedado en los tiempos del habla de Cervantes? El roto chileno, Adán americano, ha sido abandonado en «un mundo de técnica y de fuerza» (2015a, p. 336); pero, sin embargo, su soledad será la única capaz de despertar a los españoles, de ofrecerles un futuro. James Valender comenta al respecto que, perdida la guerra civil, las posturas de Zambrano se fueron alejando de lo que bien podríamos definir un «nacionalismo tan exacerbado» (Valender, 2010, p. 625) y América —en particular sus islas— se convirtió en el único lugar habitable para el exiliado. América dejó de ser simplemente hija para convertirse en una madre acogedora, donde la filósofa pudo refugiarse, refugiando al mismo tiempo sus sueños y esperanzas.

En su autobiografía Delirio y destino recuerda:

¿No era América, acaso, hija del sueño de Europa? Y ahí estaba, no había tenido que despertarla. Se había despertado de aquella pesadilla que comenzaba a pesar un poco en aquel París en cuyo rostro se leía la inminencia del cerco también, de un terrible cerco que se apretaba, aunque sin precisarse todavía. Había recibido en una misma mañana dos cables, dos llamadas, dos ofrecimientos, de México y Cuba. Dos días después, otra para él, de Chile. Responderían a la triple llamada de la América maternal, ¡tan ancha! (Zambrano, 2014b, p. 1052).

Con otras palabras, Pedro Garfias daba voz a esta nueva relación entre España y América en un hermoso poema, que compuso en el Sinaia y recitó ipso facto a Adolfo Sánchez Vázquez. Palabras conocidas, en las que el poeta invierte los papeles históricos de conquistadores y conquistados:

Como en otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja,
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú, esta vez, quien nos conquistas
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!
(Sánchez Vázquez, 1997, p. 40)

América, después de una estancia no muy feliz en México, será para Zambrano un lugar capaz de evocar nostalgia y esperanza al mismo tiempo: lugar de la obligada dispersión, pero también un lugar esperanzador. Cuba y Puerto Rico se convertirán muy pronto en símbolos de aquellas islas que el exiliado va creando a su paso, que todo exiliado «hace sin saberlo allí donde no aparecen», «dejándolas flotar» sobre las aguas del mar, como movidas por una brisa invisible. «Y la brisa traerá con ella algo del soplo de la creación», termina Zambrano (2004, pp. 41-42).

La imagen del exiliado es la de un ser humano que, obligado a abandonar la tierra firme de su patria, deja a sus espaldas el continente y navega en mar abierto. En este mar, a veces árido como el desierto, el exiliado va creando sus propias islas, cuyas raíces no ahondan en la tierra, sino en el agua. En los momentos de máxima desesperación el exilio, afirma Zambrano, puede llegar a parecer un «océano sin isla alguna a la vista, sin norte real, punto de llegada, meta» (2004, p. 39).

Solo el exiliado puede dar visibilidad a las islas, fragmentos de lo perdido, pequeños trozos de tierra que parecen estar flotando en la inmensidad del océano. Las islas se configuran como lugares capaces de revelar el carácter siempre incipiente y «apócrifo» (2004, p. 43) de toda patria verdadera. El exilio, concluye Zambrano, es el «signo inequívoco» de la patria y solo «en algunas islas emerge la verdadera y ella crea el exilio» 4.

La filósofa confiesa, en La Cuba secreta, haber encontrado en Cuba su «patria prenatal» (2014a, p. 288). En la isla caribeña destierro e infancia se unen.

El instante del nacimiento nos sella para siempre, marca nuestro ser y su destino en el mundo. […] Y si la patria del nacimiento nos trae al destino, la ley inmutable de la vida personal, que ha de apurarse sin descanso —todo lo que es norma, vigencia, historia—, la patria prenatal es la poesía viviente, el fundamento poético de la vida, el secreto de nuestro ser terrenal.
Y así, sentí Cuba poéticamente, no como cualidad sino como substancia misma. Cuba: substancia poética visible ya. Cuba: mi secreto. (2014a, pp. 288-289)

La imagen de las islas sugiere en Zambrano —y en el hombre contemporáneo— una promesa que recuerda la infancia perdida: son casi una «compensación esperada», una «graciosa donación». Al referirse a Cuba, añade:

Las islas sugieren en la mente del hombre de tierra firme, la imagen de una vida libre de cuidados, entregada al disfrute de la belleza, reminiscencia del paraíso, Isla perdida. Y aquellas sombras de lo que falta en una vida, donde todo ha de ser conquistado, se unen formando un ensueño muy preciso y resplandeciente. […]
Y así es la isla cuando al fin se la ve; se la sigue buscando por un tiempo, pues su tierra a pesar de la intensidad de la luz o por ella, es más que corpórea, fantasmal. […] Isla en la luz, más que en el mar, imagen inasible de una tierra que apenas pesa. Posada sobre las aguas como una imagen descendida de ese su cielo, tan cercano; sostenida en el cielo más que fijada en las entrañas de la tierra. (Zambrano, 1996, pp. 154-155).

Sin embargo, después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la mirada de Zambrano será inevitablemente la mirada de una exiliada que añora lo perdido: lo perdido en España, pero también lo perdido en Europa. Es decir, una forma de vida europea que le fue arrancada y está en crisis. En 1940 redacta un breve texto, titulado Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor, apenas dos hojas de periódico en su primera versión y en torno a cuarenta en su segunda propuesta.

El ensayo arranca, como ha subrayado Valender, «con un breve bosquejo de lo que podríamos llamar un “tratado de las islas”» (2010, p. 626), que seguramente resintió de la influencia de la «teología insular» de José Lezama Lima, inseparable amigo de Zambrano durante y después de su estancia en Cuba. En este texto, las islas parecen ser ante todo promesas de paz e hijas de un ensueño:

Una isla es para la imaginación de siempre una promesa. Una promesa que se cumple y que es como un premio de una larga fatiga. Los Continentes parecen haber desempeñado el papel de ser la tierra del trabajo, la morada habitual del hombre tras de su condenación. Las islas, en cambio, aparecen como aquello que responde al ensueño que ha mantenido en pie un esfuerzo duro y prolongado; como la compensación esperada; compensación verdadera, más allá de la justicia, donde la gracia juega su papel. Las islas son el regalo hecho al mundo en días de paz para su gozo. (Zambrano, 2016a, p. 33).

Pero, nos advierte Zambrano, son también el residuo de algo, «el rastro de un mundo mejor, de una perdida inocencia», el testimonio de una forma más pura, más verdadera de vida humana, la «huella de un mundo mejor» (2016a, p. 34). La filósofa nos advierte de que aquello que los seres humanos suelen entender por «mundo mejor» es, en realidad, el resultado de una selección que operan guiados por la nostalgia, porque el ser humano «es la criatura que se define por sus nostalgias más que por sus tesoros, por lo que echa de menos tanto o más que por lo que tiene» (2016a, p. 35). La nostalgia es un sentimiento poderoso que no consiste en sentir la ausencia de lo perdido, sino más bien la presencia de esta misma ausencia. Los españoles exiliados no vivían en la nada, sino en un estado pendular entre nostalgia y esperanza:

El español no vive en la nada, siempre tiene algo, pues tiene la melancolía, tiene la ausencia, tiene lo que le falta, que es lo que se ha ido o lo que nunca llegó a tener. Su apego al mundo que ve y siente, que toca y gusta, es tan grande, que no se queda jamás en la nada. Sus manos están rebosantes, como lo están las de todo enamorado. Y así, de la misma melancolía nace como su hermana gemela, la esperanza, que es su prolongación en sentido contrario; las dos son formas de tener, no teniendo. Y no es sino que la vida está abierta recogiendo lo inmediato, sí, pero sin afirmar que eso sea lo único que haya, sin encerrarse en sus límites. Melancolía y esperanza, son la manera en que la vida penetra más allá de lo que tiene delante de sí. (Zambrano, 2016a, pp. 215-216).

Precisamente por eso, las islas se convierten, a menudo, en un símbolo de evasión, porque son para la mente humana lugares en los que nos refugiamos en los momentos de angustia y asfixia. Este ha sido el papel que han jugado en la historia y en la imaginación, desde Colón hasta el Romanticismo; sin embargo, Zambrano no abandona su compromiso político y se pregunta qué papel estaban jugando las islas en la primera década del exilio republicano español: «Hoy, ¿qué vemos los europeos, y concretamente los españoles, ante esa promesa que sugieren las islas, estas islas, esta isla de Puerto Rico? La nostalgia que ante ella se dispara, ¿de qué es? Toda nostalgia cuando se dirige hacia algo se transforma en esperanza. ¿Qué nos hace esperar?» (2016a, p. 36).

La nostalgia de los europeos es total, comenta Zambrano. Y como toda nostalgia total, termina por fijarse en detalles: un perfume, una palabra, un sabor, una cierta luz a la caída de la tarde, una canción a medio recordar. Detalles, trocitos de una vida imposible por ahora, porque ha cambiado algo sustancial en la vida de españoles y europeos.

Nos han quitado una forma de vida, un repertorio de cosas y de maneras, un «estilo», es decir: un sistema de atenciones y de desdenes, una unidad de razón y sensibilidad; una medida consistente y flexible.
Porque nada, ni lo más sensorial, cuando responde a un estilo, a una forma de vida, anda suelto, ni podrá existir sin profundas conexiones. La canción es sedimento de una tradición musical arraigada, y el farol de gas concreta a la par un saber científico, una técnica y unas ciertas preferencias por determinadas formas. Y así todo. Y todo ha vivido abrigado por principios protectores y rectores. Hay que recordar que los principios son lo que edifica, lo capaz de levantar y mantener en pie y a la par cubrirnos; lo más hondo e invisible y lo más alto y luminoso.
Y estos principios que han regido la vida europea los podemos concretar ahora en unas palabras: Democracia y Libertad. (2016a, p. 37).

Las islas recordaban a españoles y europeos la pérdida de la democracia y de la libertad; la pérdida de toda posibilidad de vivir en un mundo habitable, como personas y no solo como individuos.

Sin embargo, la isla de Puerto Rico fue, también, para Zambrano una importante fuente de inspiración para reflexionar sobre la raíz espa ñola de América y los fracasos del Imperio español. Desde la «islita» nuestra pensadora vuelca su mirada hacia lo español y afirma que cualquier español que llegue a América «comienza a sentir un dolor peculiar» (2016a, p. 43), un hondo remordimiento. Hablando del fracaso del Imperio español, comenta Zambrano: «Tal vez, la virtud propia de lo español no sea producir imperios ni Estados, ni estructuras de poder alguno. Que su genio estribe en alguna otra cosa. Y así, mientras el Estado —el imperial y el otro— se encuentran deshechos, esté más llena de vigor que nunca, más en trance de crecimiento que jamás, lo que no llegó a organizarse de ninguna manera bajo ninguna forma estatal» (2016a, p. 48).

Las palabras que hasta ahora hemos recordado chocarán fuertemente, por un lado, con la desilusión de la vida en el exilio durante los años cuarenta, al darse cuenta de que el Nuevo Mundo era otro mundo en el que resultaba imposible vivir como españoles; por otro, con la angustia de saber a Europa víctima de los fascismos y agonizante.

II. Europa

El estallido de la Segunda Guerra Mundial y las noticias de la ocupación nazi de Francia influirán hondamente en el sentir zambraniano. «La radio dio la noticia al mediodía, en las escuetas frases de los partes militares, en aquel lenguaje lacónico que no había tenido tiempo de olvidar», recuerda en Delirio y destino (2014b, p. 1055). Hubiera querido esconderse, comenta, huir del dolor que le provocaba imaginar a su madre en peligro, sola y despavorida, en un Viejo Continente lacerado por la violencia. Ya no había remedio, la suerte de su madre parecía tener eco en la suerte de la misma Europa.

Y la madre era también Europa; otra madre despedazada; una madre que se había vuelto loca. ¡Oh, Medea! Medea matando a sus hijos, a sus hermanos, a sí misma, Medea en un delirio de crimen que era el peor de los suicidios. La Madre loca. ¿Por qué? ¿Por qué enloquece la madre? O no es la madre, es… ¿quién? El extranjero, el enemigo, «el Otro» a quien se entregó sin poder acabar de entregarse.
¿De dónde la guerra civil, de qué crimen espantoso nace? ¿De qué locura? ¿Es la locura de la madre que enloquece a los hijos? ¿Es el crimen de los hijos que enloquece a la madre? Ella sabía de guerras civiles algo; no se había extinguido la suya, no, ¡todavía! Y ahora Europa, siguiendo el mismo camino, la misma fatalidad, le despertaba en el pecho la pregunta: ¿de dónde la guerra civil? ¿Será la última? Quizá la última, la inevitable o inevitada simplemente, para llegar a la unidad. Si todos los europeos pudieran ver a Europa desde lejos, desde este continente que nació de ella, de sus sueños, desde esta hija perpleja y angustiada, obligada a hacerse madre de su propia madre también, si ellos pudieran ver a Europa desde este «lejos» que no es un «fuera» sino una dimensión en el interior de la historia. […]
Y empezó a sentir lo que es una agonía. La agonía de su madre, de la única, ¡quizá en aquellos mismos momentos! ¡Quizá mi madre agoniza ahora! No lo podía desechar. Y la agonía de Europa, su madre en la historia, de Europa, su patria irrenunciable. (2014b, p. 1055).

No es baladí que Zambrano publique en 1945 un libro titulado La agonía de Europa, que recoge textos escritos entre 1940 y 1944. Si, como veremos más adelante, en los primeros años del exilio, la indagación de Zambrano se había dirigido al análisis del hondo sentir español, a mediados de los años cuarenta esta misma indagación se dirige hacia Europa: La agonía de Europa «arranca con una larga reflexión sobre la crisis de la cultura occidental, buscando sus raíces en el Viejo Continente y en la violencia congénita de su historia», subraya María Luisa Maillard (2016, p. 317). La investigadora hace hincapié en el elemento más novedoso del planteamiento de Zambrano, que no busca comprender al ser humano a través de la historia, sino comprender la historia a través del ser humano, de su experiencia, de sus sentimientos: la confianza, el rencor, el resentimiento, la esperanza, el culto al éxito. Europa, comenta Zambrano, «tuvo rostro, forma y figura. ¿Por qué, entonces, esta desbandada de leales, por qué este triunfo del sordo rencor, del descarnado arribismo que pretende dejarla atrás como a “una etapa superada” ya?» (2016b, p. 334). Como exiliada, comenta lúcidamente: «Parece que todo lo que triunfa humanamente engendre su sombra. Hasta ahora, no parece haberse cumplido el anhelo de una historia sin vencido, de una victoria que consista íntegramente en convencer. Y el vencido, condenado a no desarrollarse, se convierte en pábulo de resentimiento. Ni aun la resplandeciente figura del amor ha dejado de proyectar siempre la opaca sombra de la envidia» (2016b, p. 334).

Sin embargo, ni el resentimiento ni el culto al éxito pueden ser considerados los únicos responsables de la crisis europea. El origen de la violencia reside en su propia historia, concluye Zambrano, por haber adorado al Dios cristiano, pero olvidando que, además de ser Dios creador, es también misericordioso: «Al adorar a este Dios de la creación y de la misericordia, se subraya lo primero. De las dos actividades de la divinidad, la primera parecería atraer más que la segunda», evidencia la filósofa (2016b, p. 351). No es baladí que el primer viaje a Italia de la filósofa, pocos años después, fuera motivado precisamente por el deseo de estudiar el cristianismo, sus raíces y no la versión europea más actual del mismo. En La agonía de Europa manifiesta toda su preocupación al respecto, así como la necesidad de un análisis profundo de la cuestión.

Y así podemos hoy preguntarnos: lo realizado por Europa en su religión: ¿ha sido el cristianismo? Y la verdad es que basta sentirse cristiano en un grado mínimo para presentir y vislumbrar que no, que lo realizado por Europa no ha sido el cristianismo, sino, a lo más, su versión del cristianismo, la versión europea del cristianismo. ¿Es posible otra, que sea europea […]? (2016b, p. 361).

Pese a que Cuba ofrecía posibilidades de vida y trabajo para los refugiados, ya desde finales de la Segunda Guerra Mundial, el deseo de María Zambrano de volver a Europa para juntarse con su hermana y su madre se convierte casi en una obsesión. Alfonso Rodríguez Aldave nos ofrece uno de los testimonios más significativos al respecto en una carta que envía a Araceli Zambrano, hermana de María: «Actualmente [María] se siente muy agotada, aburrida de estos países y ansiosa de reunirse con Vds. Desde la liberación de París este ha sido su deseo más ferviente, y desde el final de la guerra, ya no es un deseo, sino una obsesión» (Trapanese, 2018, p. 25).

Zambrano desanimará en repetidas ocasiones a Araceli y a su anciana madre, quienes habían manifestado el deseo de alcanzarla en América, y confiesa padecer «el desengaño de América. Quizá parte de la culpa sea mía, nuestra, es posible…» (Trapanese, 2018, p. 25). Y añade: «¿Cómo explicar lo que es América? Si tuviese que elegir una palabra sería esta: desolación. Aparte de todo nuestro problema, me gustaría que lo supieran las gentes de ahí que aún sueñan con el “Paraíso Perdido” americano […] pues es muy de europeos inteligentes esperarlo todo del Nuevo Mundo que no es mundo todavía y que no es nuevo» (Trapanese, 2018, p. 26). En una carta publicada en El exilio como patria por Juan Fernando Ortega Muñoz, vuelve sobre el tema, pero esta vez para confesar su irremediable inadaptabilidad.

Mi vocación, mi educación, la infinita exigencia intelectual y moral que papá en un modo y mamá en otro, ejercieron sobre mí, todo, todo, lo que he comido, lo que he visto en nuestra España, todo, hasta los antepasados con su fuerza han hecho de mí un ser que no se adapta, que no puede adaptarse a lo que en América hay que ser… Mucho me temo que sea así en todo el mundo. La verdad, toda la verdad es esta que yo creí no tendría que decírosla porque el decirla es cruel y más dramático que vivirla a diario: para mí no hay sitio en ninguna parte. (Zambrano, 2014c, p. 17).

El empeoramiento de las condiciones de salud de la madre en 1946 es el factor decisivo del primer regreso de Zambrano a Europa, vía Nueva York y a través de la ayuda de su amiga Josefina Tarafa. Llegará a París demasiado tarde, y encuentra a su hermana ya sola y padeciendo el recuerdo de la experiencia del acoso de la Gestapo, de la captura de su pareja, Manuel Muñoz Martínez, y de la muerte de la madre. Nos traslada los recuerdos de su llegada a la capital francesa en Delirio y destino:

Pasaban ya sobre Irlanda; no descendieron. Y así, cuando vino a darse cuenta, ya estaban sobre París. En París, una sombra alta, inmensa, se puso a su derecha; luego giró hasta quedar de frente en el mismo avión. Vio de lejos a su hermana; también ella tenía una amiga al lado, que ella conocía. Mas, a pesar de que le rodeaba los hombros con un brazo, ella vio que una capa de aire la aislaba de su amiga y de todo, que estaba sola, sola… Sí; era cierto. La madre no había podido diferir más su agonía; ellas dos hacían una sola alma en pena. (2014b, p. 1059).

Se trató de un regreso muy diferente de aquel que la filósofa iba planeando para revitalizarse en lo físico y en lo intelectual. A partir de su primera vuelta a Europa, los discursos de Zambrano cambian, y si por un lado Europa le parecía de nuevo visible, herida pero no muerta, por el otro la imagen de París había cambiado de forma irreversible. La ciudad se había convertido en una ciudad gris, fiel reflejo del dolor vivido por Araceli.

No sorprende entonces que Zambrano decidiera volver a América con su hermana. Esta vez, ya no movida por la necesidad de huir de la guerra ni tampoco guiada por sueños utópicos e ingenuas proyecciones, sino por la conciencia de estar situada existencial e intelectualmente entre dos continentes: «Así que estoy entre dos mundos o entre dos Continentes; no soy la única y creo que se trata de una situación de privilegio desde el punto de vista moral e intelectual», escribirá a Josefina Tarafa desde París en 1951 (Trapanese, 2018, p. 23).

Sin embargo, la llamada de Europa fue demasiado fuerte y María y Araceli Zambrano decidirán dejar definitivamente la amada isla de Cuba en 1953, camino a Italia. Europa era de nuevo visible, pero el futuro de España estaba aún por decidirse.

La historia misma se adelgazaba, perdiendo peso y contextura, y se le revelaba de pronto vivida, sentida en vivencias para ella inéditas, la historia lejana de sus orígenes, de allí donde ella venía en cadena de generaciones, su historia ancestral… Sus múltiples patrias. Y así fue descubriendo el Mediterráneo, pues todas sus patrias estaban en él o se asomaban a él como su patio central de donde habían recibido luz y fuego. España estaba cerca. ¡Era tan moderna! Roma, ante la cual se sentía siempre avasallada desde cualquier patria que la mirase y desde todas rescatada […]. (Zambrano, 2014b, p. 1102).

III. España y su tradición

Merece la pena recordar que durante el primer año de exilio Zambrano había publicado dos de sus textos más importantes, Filosofía y poesía y Pensamiento y poesía en la vida española. Este último, en particular, es el testimonio de la búsqueda de Zambrano de la estructura de la vida íntima de España, de aquellos lugares privilegiados donde se muestra el resorte íntimo del pueblo español. En otras palabras, de aquella unidad o comunidad de sentir y pensamiento que la guerra civil española parecía haber olvidado, roto, fragmentado y escindido. O también, las razones del fracaso. Zambrano ya no se interroga, como en los textos escritos durante la guerra civil, sobre el papel de los intelectuales, sino que dirige su mirada hacia una indagación más íntima de la cultura española y de las raíces profundas de la crisis de la razón sistemática. «He de confesar que —escribe en el “Propósito”— hasta julio de 1936, en que España se lanza a la hoguera en que todavía arde con fuego recóndito, no me había hecho cuestión de la trayectoria del pensamiento de España» (2015b, p. 557). Nuestra pensadora confiesa que antes del estallido de la guerra civil se encontraba completamente absorbida por problemas universales y que rehuía hasta cierto punto el análisis de las peculiaridades del pensamiento español, sobre el cual circulaban tópicos que no habían conseguido explicar la función real que ese pensamiento había tenido en la vida del país.

Pero —seguía— la tremenda tragedia española ha puesto al aire, ha descubierto las entrañas mismas de la vida. Esto, por una parte, y, por otra, que en los trances decisivos, el amor surge absorbente, intransigente. Y así, eso que se llama patria, y que antes los españoles, al menos, no nos atrevíamos a nombrar, ha cobrado en su agonía todo su terrible, tiránico, poder. Imposible liberarse de su imperio; imposible, porque tampoco queremos librarnos, sino entregarnos, como todo amor ansía, más y más. Y la mente va allí donde el amor la lleva […].
A veces un temor me asalta: ¿es que se irá a convertir España para los españoles en tema de «hispanismo»? ¿Es que el afán de conocerla se originará de que no la hemos sabido hacer? Todo es posible, pero mi actitud no es esa; muy al contrario, si siento tiránicamente la necesidad de esclarecimiento de la realidad española, es porque creo que continuará existiendo íntegramente en espera de alcanzar, al fin, la forma que le sea adecuada; porque espero que España puede ser, es ya, un germen, aunque en el peor de los casos, este germen no fructifique dentro de sí mismo. Porque, al fin, la dispersión puede ser la manera como se entregue al mundo la esencia de lo español. (Zambrano, 2015b, pp. 557-558).

El desgarramiento producido por el exilio había puesto de manifiesto la necesidad de comunicar con un ayer del que los españoles habían quedado aislados e ignorantes. El libro de Zambrano era una llamada a la necesidad de conciencia, memoria y esperanza para dar continuidad a una tradición que había salido perdedora de la guerra civil, pero que necesitaba ser conservada y guardada. «Confiemos, sí —terminaba Zambrano— en que mientras exista poesía, existirá España» (2015b, p. 656).

A partir de los años cincuenta las reflexiones zambranianas se dirigen hacia el presente y el futuro de las nacientes democracias; hacia una España cercana geográficamente, pero aún víctima de la dictadura. Los años sesenta fueron, desde este punto de vista, años centrales para que nuestra pensadora volviera a dirigir su mirada sobre España: ya no buscando las categorías de la vida española en el realismo, estoicismo, en la mística y en la poesía —como había hecho en su libro de 1939—, sino la España cuya verdad había que reconstruir incluyendo los sueños y las esperanzas fracasadas, los mitos, la pintura y a personajes literarios. A distancia de poco tiempo, Zambrano publicará dos textos clave, a mi parecer, para entender este renacido interés por España: La España de Galdós (1960) y España, sueño y verdad (1965).

El interés de Zambrano por el autor canario es precoz y desde su juventud empieza a admirar los Episodios nacionales y a personajes como Nina y Tristana. «El caso es que leía a Galdós por primera vez —recuerda en Delirio y destino—; y se dio cuenta de que leía a España por dentro» (2014b, p. 894). España y su pueblo, subraya Zambrano, tenían «el hambre y la esperanza contenidas»: el hambre «del no tener o del abstenerse una vez que se tiene» (2014b, p. 895), como si fuera imposible concebir una vida sin hambre. Pero habían tenido que contener no solo sus necesidades primarias, sino también sus esperanzas.

Nuestra pensadora no se limitará a ser una fiel lectora de Galdós, sino que dedicará también numerosos textos a sus novelas y personajes femeninos: desde el temprano artículo «Misericordia» de 1938 hasta La España de Galdós, el primer libro de Zambrano publicado por una editorial española.

La lectura de la novela Misericordia, lejos de ser un mero comentario de texto, se configura como una meditación sobre la condición humana (Mora, 2020) y el peligro de que «la historia se le convierta en novela a todo un pueblo, a todo un mundo de personajes que aparecen vagando en una atmósfera, en un ámbito donde ya no es posible otra cosa» (Zambrano, 2011a, p. 533).

Misericordia es el centro del análisis zambraniano, porque en ella aparece la condición de autor de Galdós:

Acoge y rescata criaturas —nos referimos, ante todo, a las novelescas— sacándolas de las aguas amenazadoras donde se hunden las criaturas por nadie miradas; dándoles un nombre, y hasta un «ser», al poner en claro —en limpio— su historia.
Y así entre estas anónimas criaturas, salen algunas que trascienden la historia; esa historia que a todos envuelve: la de España, presentando así el suceso de salvarse en ella. Mas, claro está, que no solo en España la humana criatura necesita ser salvada de la historia, que ello es exigencia de la persona en cualquier historia que se encuentre envuelta. Salvarse, sí, trascenderla, lo que no quiere decir desconocerla, ni negarla, ni abandonarla, que la completa salvación sería salvarse, salvándola. (Zambrano, 2011a, p. 519).

Existe, desde este punto de vista, un importante elemento de continuidad entre Cervantes y Galdós, raras veces tomado en cuenta según Zambrano. Los dos ofrecen dos mundos de novela en los que los españoles han podido mirarse, pero quedando atrapados en ellos: por un lado, el mundo del fracasado ensueño de don Quijote; por otro, el misericordioso mundo de Nina, la protagonista de Misericordia, rodeada por la novelería de los otros personajes, que consigue reducir, pero no trascender del todo. Benigna es el único personaje no novelesco y menos aún novelero de la historia. Reflexiona al respecto nuestra filósofa:

Todos los personajes de Galdós, y en forma más pura y transparente los de Misericordia, se debaten no pudiendo vencer su suerte. Su suerte, ¿cuál? ¿No será esta de pertenecer a un mundo en que la historia se ha convertido en novela? Como si ella, España, hubiera corrido la suerte de don Quijote y la historia se le hubiese convertido en novela. El novelesco mundo de Galdós es consecuencia de que don Quijote no haya podido ser otra cosa en el mundo —en la historia— que personaje de novela. Que el modo de hacerse historiable ese ser, esa verdad —esa inocente pretensión—, no haya podido ser de otro que el novelesco. (2011a, p. 533).

La atención prestada por Zambrano a las novelas cervantina y galdosiana le permite advertir que nadie, sobre todo un pueblo, debería quedarse en personaje de novela. Tal vez la clave para des-novelarse, para liberarse de siglos de novelería, se encuentre en la misericordia, la de Nina. Aquella misericordia olvidada por Europa —olvido denunciado por Zambrano en La agonía de Europa— que la novela galdosiana supo nombrar y guardar.

El gran mérito de Galdós, a través de Nina, consiste en habernos señalado la posibilidad de un trato misericordioso con la realidad: tratar la realidad como a una igual, sin violentarla, respetándola. Como ha subrayado José Luis Mora, Zambrano y Galdós «compartieron el afán por descubrir las verdades de la historia, de las historias, y el esfuerzo por conseguir que esas verdades llegaran a tiempo, antes de que la propia historia las inutilizara» (2020, p. 20).

Las reflexiones sobre España de Zambrano llegan a su momento más alto, desde nuestro punto de vista, en España, sueño y verdad. Ya en la advertencia de 1959 que precede al índice de «Camino de España» —uno de los proyectos previos a la publicación del libro—, la filósofa escribe que los ensayos que iban a formar parte del volumen tenían en común el tratar de temas españoles. Sin embargo, añadía:

Podría presentarse como el segundo volumen del primer libro del autor publicado en México justamente, en 1939: Pensamiento y poesía en la vida española. Ha estado a punto de ser así, mas algo me ha retenido de hacerlo. Pues estos ensayos no tienen solo la unidad del tema español, a través o más bien, en cada uno de estos ensayos aparecen no ya el pensamiento y la poesía, sino el sueño —sueño de ser y existir sea histórica o individualmente— y la conciencia. A veces casi me ha acometido un cierto temor de que España aparezca casi como un personaje, o como un «ente». Y de aquello que pudiera desprenderse la creencia o el sentir el peligro, en suma, de que aparezca España como «pueblo elegido» o como el País protagonista entre todos de la tragedia de ser hombre. (Zambrano, 2011b, p. 681).

Nada más lejos, en las intenciones de Zambrano, de querer hacer de España un personaje, un ente, o reducirla a esencias: cada pueblo y cada cultura son posibles caminos del ser humano sobre la tierra. La filósofa no pretende trazar en este libro el camino de España, sino más bien un camino hacia ella: pasos hacia la verdad de España que se quedó entre sueño y vigilia, sin conseguir incorporarse a la historia. Como reconocerá ella misma en el «Prólogo» a la primera edición de 1965, la novedad del libro consiste en presentar no solo autores y obras, sino mitos conocidos —como don Quijote, el Cid y don Juan— y también personajes de la vida misma nunca acuñados por el pensamiento discursivo, como el idiota; sin embargo, la atención de Zambrano se dirige también hacia lugares de la palabra, como la ciudad de Segovia.

En relación con la urgencia de ofrecer una imagen histórica a España, Zambrano escribía a su amiga Elena Croce en 1959:

Y ya sabemos que la vida humana es histórica siempre, que siempre engendra historia, pero… que sea otra, otra historia, forma de historia, más modesta y más verdaderamente audaz, una historia en lo posible sin máscara. Y si Italia y España no lo intentan, dime, ¿quién?; si en ellas no se abre paso, ¿dónde? Somos lo bastante antiguos para poder ser nuevos de verdad. Tenemos la suficiente historia para poder irnos liberando de sus excesos, para comenzar a vivir, a ir viviendo. (Croce/Zambrano, 2020, p. 49).

Precisamente para dar voz a esta otra historia Zambrano publica España, sueño y verdad, cuyas raíces es posible encontrar ya a principios de los años cincuenta en libros proyectados sobre Ortega y Gasset, sobre la figura de la Esfinge y sobre Felipe II.

Las reflexiones zambranianas parecen un evidente intento de contestar a la España del poder, que había ofrecido una imagen de la historia de la nación hecha por los vencedores de la guerra civil. La filósofa nos recuerda que la patria se construye también con los sueños y esperanzas, no solo por la apropiación geográfica de tierras o el establecimiento de confines políticos. Reseñando la América mágica de Germán Arciniegas 5, comentaba:

El hombre es un animal de horizonte: lo descubre, lo agranda y hasta lo sufre, por ese su insoslayable quehacer que es historia o se hace historia. Todo, hasta sus sueños, se hace historia.
Y lo que es propiamente historia: la construcción de una patria, en grado eminente, viene de un sueño y de algo más. Ninguna patria lo llega a ser si solo ha sido concebida como la edificación de un Estado, de un orden: como la apropiación de una geografía por una raza o pueblo, por unos pobladores nacidos o llegados; si no nace de un ensueño y de una esperanza: de una de esas esperanzas mezcladas siempre de nostalgia, que son los aspectos o manifestaciones de lo esencial humano; de ese planear del hombre sobre su ser encontrado; de ese su ensoñarse y aun inventarse a sí mismo y al mundo, ensueño que puede ser delirio y del que luego ha de tener conciencia. Una conciencia que no lo disuelva, que lo haga germinar en realidad, en sustancia de hombría y en orden de mundo, orbe, órbita donde habitar. Pues diríamos que el gran hacer y padecer del hombre es hacerse una patria, desde que la perdiera. (Zambrano, 1961, p. 85).

La patria se crea históricamente no solo con las hazañas o con las pasiones y los sentimientos que las han engendrado y sustentado, sino llevando a la conciencia las esperanza, los sueños y los ensueños que han quedado fuera de los cuentos oficiales, porque de la historia que nos afecta personalmente a veces pasamos por alto algunos episodios. La literatura y la leyenda, precisamente porque no pretenden ser verdad, pueden «recoger algo de lo que la historia desdeña» (2011b, p. 708). La poesía —leyenda, mito, drama— es la única fuente capaz de restituirnos cosas sucedidas o soñadas, ofreciéndolas «entre la verdad y el sueño», más allá de la historia que suele acomodarse al esquema de la objetividad.

España, sueño y verdad se configura, entonces, como un camino hacia España entre sueño y verdad. Escribía María Zambrano que conocer a alguien de veras significa saber qué espera y qué sueña; también conocer y reconocer a España significó para ella saber qué esperaba y soñaba. Su salvación dependía, en definitiva, del hacer revivir mitos, sueños y figuras al margen de la palabra, como el idiota, del atreverse a narrar una historia más íntima, huyendo de falsos universalismos. Resulta significativo que Zambrano mencione explícitamente esta necesidad en una reseña a un libro de Laurette Séjourné dedicado a Quetzalcóatl:

Pues que de una parte el hombre culto, por culto que sea no puede actualizar, revivir todo el pasado de la humanidad; ello, de lograrse, paradójicamente, lo deshumanizaría, lo colocaría en cierto modo por encima de la historia y más allá de ella, como habitante de otro planeta. Mas este «revivir» resulta necesario, ineludible para que el camino del hombre a través de la historia no se ciegue, que creyéndose el más avanzado, y aun culto, no recaiga en el esquematismo del alma y de la mente, en la orgullosa barbarie de la que no hemos dejado los occidentales.
Mas no se trata en verdad de tener presente toda la historia de igual manera, sino más bien, de recuperar todo lo que tenga un sentido para la particular historia de cada cultura. Pues que solo de este modo la pretensión de universalidad será valedera renunciando de laso a la ambición que tras la pretensión de universalidad se esconde y la ambición reducida dejará ver entonces las verdades fuentes de «sentido asimilable», por así decir. Ya que si el hombre no solo hace historia, sino que necesita conocerla, es porque necesita conocerse, identificarse, integrarse. (Zambrano, 1964, pp. 70-71).

La obra de Zambrano es un claro ejemplo de esa búsqueda incesante de fuentes de sentido asimilable, para que los españoles pudieran conocerse y reconocerse, integrándose en una sociedad capaz de escuchar no solo las demandas de la necesidad, sino también nuestras esperanzas. Su pensamiento fue un pensamiento mediador entre saberes, historias, fracasos y sueños, pero también entre España, Europa y América.

Fuentes y bibliografía

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Zambrano, M. (2014a): La Cuba secreta, en Obras completas, VI (Escritos autobiográficos, 1928-1990). Barcelona: Galaxia Gutenberg.

Zambrano, M. (2014b): Delirio y destino. Los veinte años de una española, en Obras completas, VI (Escritos autobiográficos, 1928-1990). Barcelona: Galaxia Gutenberg.

Zambrano, M. (2014c): El exilio como patria. Barcelona: Anthropos.

Zambrano, M. (2015a): Los intelectuales en el drama de España, en Obras completas, I (Libros, 1930-1939). Barcelona: Galaxia Gutenberg.

Zambrano, M. (2015b): Pensamiento y poesía en la vida española, en Obras completas, I (Libros, 1930-1939). Barcelona: Galaxia Gutenberg.

Zambrano, M. (2016a): Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor, en Obras completas, II (Libros, 1940-1950). Barcelona: Galaxia Gutenberg.

Zambrano, M. (2016b): La agonía de Europa, en Obras completas, II (Libros 1940-1950). Barcelona: Galaxia Gutenberg.


1  Debemos a Francisco José Martín (2022) la importante labor de rastreo y edición de cuatro de los artículos que confluirán, con algunas modificaciones, en la segunda parte de Los intelectuales en el drama de España. Estos artículos habían sido publicados previamente en la revista Crítica, de Buenos Aires, gracias a la mediación de Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar, embajador de España en Chile.

2  Sobre los artículos, ensayos y antologías pertenecientes al período chileno de Zambrano, cfr. Soto García (2005), Sánchez Cuervo (2015) y Martín (2020).

3  Me refiero, por un lado, a «Un descenso a los infiernos», una reseña escrita con toda probabilidad alrededor de 1964 con ocasión de la publicación de la segunda edición de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; por otro, a «El camino de Quetzalcóatl», una reseña al libro de Laurette Séjourné, El universo de Quetzalcóatl.

4 Ib.

5  El colombiano Germán Arciniegas (Bogotá, 1900-1999) fue ensayista, periodista, diplomático, ministro y varias veces embajador de Colombia en Roma.

TSN nº15, 2023. ISSN: 2530-8521