Miguel Tello Reyes, con el Ateneo a su espalda. (Foto: V. Abón).
La sucesión de cambios sociales, políticos y económicos que acompañaron al siglo XIX incorporaron relevantes innovaciones en lo concerniente a la cultura y su expansión social. Grupos de intelectuales surgidos al amparo del liberalismo aportaron nuevos modelos emergentes que enriquecieron el patrimonio cultural global, cuyos resultados más evidentes se produjeron con la llegada del siglo XX. En el citado contexto, se forjaron nuevos espacios de expresión y debate que dieron lugar en España a la creación de los ateneos, lugares desde donde se impulsaba el debate y la pluralidad de ideas. Su legado, así como su vocación de servicio a la sociedad civil, rige en la actualidad, demostrando su capacidad de adaptación a un nuevo tiempo y pensamiento. En aquella España del siglo XIX, los ateneos de Madrid, Cádiz, el Ateneo Barcelonés o el Ateneo Obrero de Gijón, ente otros, representaron esos lugares de encuentro con la palabra.
Pero la idea subyacente de ofrecer cultura en aquellos círculos intelectuales tuvo un efecto expansivo en el continente americano con un manifiesto vínculo a la influencia española; en Iberoamérica. Los fundamentos liberales —mayoritariamente difundidos desde la masonería— propiciaron una prolífica fundación de ateneos en el continente americano. Santiago de Chile, Buenos Aires o La Habana fueron algunos de los ateneos más relevantes durante el siglo XIX y principios del XX.
Un hecho constatable ha sido el interés histórico por parte de los ateneos españoles de difundir la cultura iberoamericana en la gestión de su programación. Entre los años 1923 y 1936, el Ateneo de Madrid creó la Sección de Actividades Iberoamericanas, sección que fue retomada en 1987. En el Ateneo de Málaga, durante su primera etapa, se estableció una intensa correspondencia con la Asociación Cultural Hispano Norteamericana destinada al intercambio de conocimientos entre ambas instituciones. Años más tarde se realizaron distintas mesas redondas en torno a las relaciones iberoamericanas que exploraron la narrativa, el período del exilio y las artes plásticas.
En España, la actividad de los ateneos sufrió una severa limitación tras la guerra civil y la instauración del «Nuevo Estado». Un cambio radical que relegó la cultura a un segundo plano tras la imposición del pensamiento único postulado desde el régimen. Atrás quedaba una etapa de apertura definida por la Segunda República, cuyas premisas propugnaron un ambicioso programa de expansión cultural. Como afirmó el historiador Juan Pablo Fusi: «La República fue algo parecido a un Estado cultural».
Las consecuencias inmediatas fueron la desaparición de algunos ateneos, y los que subsistieron estuvieron condicionados por la censura y la falta de libertad. Pese a ello, no se logró plenamente socavar su historia y trayectoria. Durante las décadas de los años cincuenta y sesenta, eclosionaron nuevos protagonistas que progresivamente fueron sorteando las trabas gubernamentales, lo que dio lugar a nuevos movimientos culturales. Paralelamente, la intelectualidad española en el exilio intentaba obviar el trauma de la distancia y la memoria con la creación de espacios culturales. La fundación en 1949 del Ateneo Español de México fue buena prueba de ello.
En el período del tardofranquismo y en los primeros años de la Transición en España, los ateneos recuperaron mayor visibilidad y protagonismo, a lo que se sumó la creación de nuevos ateneos. En la ciudad de Málaga, un grupo de intelectuales y profesionales liberales abogaron por ofrecer un modelo de cultura alternativa a lo tradicionalmente establecido y, a su vez, facilitar un impulso ante las dificultades que entrañaba generar cultura desde la individualidad. Fueron años en los que los ateneos confluyeron con espíritu crítico, lo que dio lugar a la presencia de relevantes conferenciantes y artistas que resultaban incómodos para una dictadura agotada pero aún vigilante, y esto ocasionó algún disgusto en forma de multas o detenciones.
La Transición en España y la llegada de la democracia supusieron un punto de inflexión en los ateneos. A la recuperación de la libertad se sumó una cultura emergente que demandaba nuevas líneas e ideas. La cultura alcanzó una mayor dimensión con la implicación de las nuevas instituciones democráticas. Fueron años en los que desde los ateneos se vuelve a mirar a Iberoamérica y a su riqueza cultural. La necesidad de potenciar un intercambio de proyectos, ideas y de confraternización entre ateneos se plasmó en mayo de 1993 en Madrid con la celebración del Encuentro Iberoamericano de Ateneos bajo el lema «Los ateneos, perspectivas históricas y actuales». En el encuentro participaron tres ateneos de Portugal, y el Ateneo de Manila también se sumó. Como objetivo, se planteó la creación de una Confederación de Ateneos Iberoamericanos, y así se gestó la Asociación Iberoamericana-Filipina de Ateneos, que dio lugar a diversos encuentros en las dos siguientes décadas en Gijón, Puerto Rico y Santiago de Cuba. Otro ejemplo fue el Congreso Iberoamericano de Ateneos celebrado en la ciudad de Cádiz en el año 2008, con motivo del 150 aniversario de su ateneo. Fruto de la colaboración institucional, la localidad de Macharaviaya y el Ateneo de Málaga acogían hace unas semanas una conferencia basada en el patrimonio cultural hispano en México y Estados Unidos, ofrecida por la Sociedad del Patrimonio Cultural del Camino de Tierra Adentro, en la que estuvo representado el ateneo de la ciudad de San Antonio. Un ejemplo más de ese puente transatlántico entre ambos continentes que continúa respaldando el intercambio de conocimiento entre culturas.
Estos encuentros han servido para reflexionar y aportar nuevas líneas de trabajo que se adapten a las nuevas necesidades culturales de la sociedad actual, además de establecer sinergias entre los ateneos de España y América. Un esfuerzo colectivo cuya respuesta social es la mejor recompensa hacia quienes integran los ateneos de manera altruista y trabajan por y para la ciudadanía. Una función colectiva fundamentada en la creación de opinión y debate en libertad.
Sirvan como reflexión y epílogo las palabras del humanista y escritor José Luis Sampedro recogidas en el libro de honor del Ateneo de Málaga en 1973: «Se llega al Ateneo de Málaga, se encuentran en el acto buenos amigos de siempre y se empieza a hablar en el mismo idioma humano. ¿Qué más pedir? Nada: agradecer».