Entrevistas
TSN nº 14, 2022. ISSN: 2530-8521
THOMAS MERTON: «CANCIÓN PARA NADIE»
Entrevista a Fernando Beltrán Llavador
Texto: María Antonia García de León Álvarez

María Antonia García de León Álvarez (profesora titular de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, investigadora y escritora) entrevista a Fernando Beltrán Llavador, quien es profesor titular de Filología Inglesa en la Universidad de Salamanca y coordinador de la sección de España afiliada a la International Thomas Merton Society (ITMS). Ha traducido algunas obras de Merton y sobre Merton, y es autor de Thomas Merton. El verdadero viaje (Sal Terrae, 2015) y La encendida memoria. Aproximación a Thomas Merton (Universidad de Valencia, 2021).
Fernando Beltrán Llavador (Foto: Fernando Beltrán Llavador).

Fernando Beltrán Llavador (Foto: Fernando Beltrán Llavador).

Fue una alegría que nos encontráramos aquí, precisamente en un monasterio cisterciense, para conversar en torno a Thomas Merton, que fue monje después de haber sido un joven universitario y sobre quien has escrito.
Sí, nos une la amistad con Francisco Rafael de Pascual, ocso, y los dos hemos colaborado en la revista Cistercium, que él ha dirigido durante muchos años, hasta muy recientemente. He aprendido mucho de su vivencia intramuros, y hemos emprendido juntos tareas de difusión y conversación con otros estudiosos de la obra de Thomas Merton, quien pertenece a su misma orden.

Y nosotros dos, María Antonia, amamos América, aunque tú te has centrado más en el hemisferio sur y yo en el norte. Merton tendió puentes entre ambos. Ernesto Cardenal fue novicio suyo y Merton tradujo al inglés algunos poemas de Cardenal y escribió una introducción a su Vida en el amor. También tradujo a Rafael Alberti, Alfonso Cortés, Pablo Antonio Cuadra, Miguel Hernández y César Vallejo, y mantuvo correspondencia con Victoria Ocampo. A propósito de esta última, tú eres la experta en escritoras e intelectuales de ambos lados del Atlántico, o lo que llamas «poesía de las dos orillas».

Antes de seguir, ¿podrías introducir en trazos breves la figura de Thomas Merton, para quienes no lo conozcan o quieran tener ese apunte de un especialista en su vida y en su obra?
En 2015 se celebró el centenario de su nacimiento. Ese año el papa Francisco lo destacó en el Congreso de Estados Unidos junto a Abraham Lincoln, Martin Luther King y Dorothy Day por desafiar las certezas de su tiempo, abrir horizontes nuevos y promover la paz y el diálogo entre pueblos y religiones.

Merton nació en Francia el 31 de enero de 1915 y murió en Tailandia el 10 de diciembre de 1968. Pasó su infancia y juventud en Europa, se convirtió al catolicismo e ingresó como monje cisterciense en Norteamérica. Murió en Asia, en el curso de un viaje lleno de encuentros con representantes de distintas religiones, entre ellos el propio dalái lama. Esos tres espacios geográficos dibujan, en cierto modo, el discurrir de las aguas de su vida: las fuentes de contemplación, los caudales y corrientes de su acción y compromiso, y el océano de compasión en Asia.

Su vida atravesó dos etapas de exactamente la misma duración, antes y después de su ingreso en el monasterio cisterciense de Getsemaní, en Kentucky, en una orden austera, «de estricta observancia».

En su temprana autobiografía, La montaña de los siete círculos, narró su conversión. Ese relato llegó a ser un éxito sin precedentes que hasta el día de hoy, desde hace setenta y cinco años, no ha dejado de editarse y se ha publicado en más de veinte idiomas.

Desde la soledad del claustro, aunque sabiendo que Los hombres no son islas, como tituló su siguiente libro, Merton cultivó una fértil conversación con intelectuales, personalidades destacadas en el ámbito de la literatura, la religión, la política y personas anónimas, estudiantes, soñadores, artistas y activistas. Entre ellos se encuentran Coretta King, Jacques Maritain, Abraham Heschel, Boris Pasternak, Czeslaw Milosz, Nicanor Parra o Rachel Carson.

Libros de espiritualidad como El hombre nuevo, Nuevas semillas de contemplación o Pensamientos en soledad ya son considerados clásicos contemporáneos de la literatura cristiana.

Otros, como El zen y los pájaros del deseo, Incursiones en lo indecible, Conjeturas de un espectador culpable o Paz en tiempos de oscuridad, abordan temas de arte, crítica y humanismo. Como escribió en su versión del poema sabio taoísta «El verdadero hombre sin rango», perteneciente a El camino de Chuang Tzu, también a él cabe atribuirle ese autorretrato: «Floto en el genio del mundo y me pregunto quién demonios soy».

¿Cuál dirías que es el eje de su obra? ¿Cuál te parece el aspecto de su persona que más ha resonado en ti?
Merton es una figura poliédrica, a veces desconcertante, un interrogante vivo, de pensamiento hondo, complejo y lleno de matices a la vez que muy diáfano en su expresión. De él se ha dicho que viajó, como Jonás, en el vientre de la paradoja. Entre sus miles de páginas, algunas abren horizontes inusitados. Muchas dan sentido en el presente a una herencia milenaria, sin osificarla.

Al final de un ensayo sobre el propósito de la educación en su libro Amar y vivir, Merton escribe: «Sea lo que sea que hagamos, cada acto, por pequeño que sea, puede enseñarnos todo, siempre que veamos quién está actuando». Esa invitación a «ver» y no solo mirar quién se encuentra detrás de cada qué constituye el centro de la indagación de las grandes religiones del mundo, formulada de diversas maneras. Apunta al corazón humano, a la Realidad detrás de toda realidad y de cada persona, me habla directamente y atraviesa todo tipo de barreras culturales, lugares epistemológicos, tiempos y culturas.

Por cierto, esa modalidad de visión se plasma en su fotografía, que emprendió al final de su vida, muy libre y animada por criterios fuera de cánones estéticos convencionales. He tenido el privilegio de traducir recientemente su hermoso volumen Contemplando el paraíso, editado por Paul Pearson. En él se recoge una significativa muestra de sus instantáneas, que, como diría María Zambrano, no esconden «sombra alguna de avidez». Quizás no digan más, pero muestran «algo» que no cabe en palabras.

Para Thomas Merton, el crisol monástico es una escuela de caridad. A veces lo llama «escuela de realidad». El aprendizaje humano, señala, tiene como meta alcanzar una integración final que comprende, pero desborda, la madurez psicológica o la integridad moral. Merton adoptó esa noción del psiquiatra iraní Reza Arasteh, autor de una biografía sobre Rumi, el persa, el sufí, que prologó Erich Fromm.

Esa integración requiere «vaciedad» y pobreza similares a las de los místicos cristianos, los sufíes o los maestros zen, y «va mucho más allá del mero ajuste social». Eso entraña alcanzar «una profunda libertad interior», no quedar limitado por la propia cultura, vivir «la existencia humana ordinaria, la vida intelectual, la creación artística, el amor humano, la vida religiosa» y al mismo tiempo trascenderlas, preservando, no obstante, lo mejor de todas ellas. Es una apertura que, para Merton, es «portadora de paz» por «aportar perspectiva, libertad y espontaneidad».

¿Cuál ha sido la recepción de Thomas Merton por el público español desde que se difundió su obra en este idioma?
La obra de Merton empezó a publicarse en España antes de su muerte, desde mitad de los años cincuenta del siglo XX, siguiendo la estela del fenómeno estadounidense.

En los sesenta, en Sudamérica fueron numerosas las publicaciones de ensayos, poemas y colaboraciones de Merton en revistas marginales o prestigiosas como Sur. Fue entonces cuando escribió su «mensaje a los poetas», que fue traducido por Miguel Grinberg. Y en esa década, España vio una proliferación enorme de sus obras, y una pequeña selección de sus poemas fue traducida, a ambos lados del Atlántico, por José María Valverde, Ernesto Cardenal, Luis M. Alonso Schökel, Alfonso Cortés o José Coronel Urtecho. Las versiones en lengua española de los libros de Merton comenzaron a llegar a los hogares de una sociedad que, al menos sociológicamente, era católica.

Merton ha dejado de ser un autor de masas. Como contrapartida, se le empieza a leer como un «clásico» y nuevas editoriales han tomado el relevo a las pioneras: Sal Terrae, Mensajero, PPC, Trotta, Lumen, San Pablo, la BAC, Oniro, Verbo Divino o Desclée de Brouwer. Que sea clásico no significa que sea una pieza de museo, sino que actúa, hoy como ayer, como un espejo que refleja con nitidez, a la vez que interpela, nuestro momento personal y el escenario de nuestro mundo.

¿Y qué me dices de Thomas Merton en el momento actual en el mundo occidental?
A escala planetaria, y no solo occidental, ahora podemos reconocer mejor el alcance de su obra. Merton, a un tiempo poeta y profeta, supo ver, con profundidad y de manera limpia, la complejidad de su mundo. Sus escritos descubren los modos y las fuentes de la alienación contemporánea. Señalan que «la raíz de la guerra es el miedo». Ese miedo se cristaliza en instituciones y adopta expresiones colectivas, pero también nos configura personalmente y encuentra arraigo en nuestras estructuras de conciencia.

La obra de Merton sigue proyectando su luz sobre nuestra realidad presente y nos permite comprenderla mejor. Tristemente, por mencionar un solo ejemplo, escritos de denuncia de la discriminación racial como sus «Cartas a un blanco “liberal”», en la primera parte («La revolución negra») de Semillas de destrucción, siguen siendo del todo vigentes.

Me gustaría que incidieras precisamente en algo que guarda relación con las dos preguntas anteriores, como es su idea de América y la dimensión transatlántica de su vida y de su obra.
Te agradezco esa pregunta, pues sin ella el retrato de Merton quedaría incompleto.

En efecto, la relación de Merton con las dos Américas fue más allá de traducir al inglés a poetas latinoamericanos y de leer y mantener correspondencia con los escritores de ambos hemisferios. Por lo que respecta a Norteamérica, Merton habló con fuego profético sobre las cuestiones más candentes de su tiempo. Sus escritos sobre la intervención militar en Vietnam, la Guerra Fría, la bomba atómica en Hiroshima o la lucha contra las desigualdades económicas, sociales y raciales en algún momento llegaron a ser censurados. Y en relación con los orígenes europeos de Estados Unidos, Merton prestó atención especial a la traducción puritana, de manera particular en «The Wild Places», un ensayo de madurez que escribió en 1968, el último año de su vida. Allí rechaza lo que un estudio de Roderick Nash identificó como «una tradición de repugnancia», debido a que a partir de una lectura religiosa extrema esta llegó a justificar, e incluso a promover como un imperativo moral, la explotación de la naturaleza como si se tratara de un enemigo abyecto que había que domeñar.

Ese mismo año, a partir del volumen de Teodora Kroeber sobre los últimos indios en Norteamérica, Merton publicó su libro Ishi, que contiene tres ensayos sobre los indios de América del Norte y otros dos sobre los indios de América Central.

Diez años antes, en el prefacio al primer volumen de sus Obras completas en español, publicado por Editorial Sudamericana, Merton ya se había reconocido como «uno de esos millones cuyo destino los ha hecho venir desde las costas de Europa para convertirse en ciudadanos del hemisferio occidental, en hombres del Nuevo Mundo». Desde la soledad de su monasterio, en un lugar remoto de la América profunda, reconoce haber llegado a «descubrir el hemisferio occidental entero». Allí señala que la parte norte, sola, «es incompleta» y pese a ser «quizás, en este momento, la región más importante del mundo, no puede bastarse a sí misma», pues «carece de las profundas raíces de la antigua América, de la América de México y de los Andes […], del fervor y la fecundidad intensa del Brasil […], de la fuerza, el refinamiento y el prodigio de la Argentina». Merton acrisola en ese espacio, nuevo y viejo, geografías y tiempos. Así, en esos países y en el sur del continente descubre vínculos con «el Asia silenciosa», «la simplicidad de África», «la inocencia de Portugal» (La voz secreta, pp. 61-73).

El joven Merton había viajado a Cuba en 1940 y su entusiasmo llegaría a convertirse en una pasión por Latinoamérica en su totalidad, reforzada por sus contactos personales. No dejó de soñar con fundaciones en distintos lugares de Sudamérica —Ecuador, Perú o Colombia—, aunque no pudo llegar a viajar a Cuernavaca, en México, como aspiró a hacer en algún momento, ni a Solentiname, la comunidad experimental de Ernesto Cardenal, alentada por el propio Merton, sobre la que escribiría Julio Cortázar en su libro de 1977 Alguien que anda por ahí.

Se ha visto en su «Carta a Pablo Antonio Cuadra sobre los gigantes», publicada en 1962 en lengua inglesa y tan solo un mes después en español, primero en Nicaragua en El Pez y la Serpiente y en los dos años siguientes en El Salvador, Venezuela y Argentina, su pronunciamiento político más radical. En la misma vierte una visión universal y una crítica feroz a un cristianismo «de Magog», «de dinero, acción, multitudes pasivas…, un cristianismo electrónico de altavoces y desfiles». Como contrapunto, su mayor esperanza reside en que la voz del extraño, en el sur, pueda ayudar al norte a recuperar «la hermandad que debería haber unido a todos los pueblos de América».

Antes te preguntaba por el ámbito occidental, pero quizás quisieras decir algo respecto a la proyección de Merton en Oriente.
En Conjeturas de un espectador culpable Merton afirmó: «Soy plenamente real si mi corazón dice sí a todos», si puede «descubrirlos a ellos en mí y a mí en ellos».

Conoció personalmente al difusor del zen en Occidente, D. T. Suzuki, llamó «mi hermano» al vietnamita Thich Nhat Hanh y cultivó su amistad con el sufí Abdul Aziz, de Karachi. Durante su estancia en Asia se entrevistó tres veces con el propio dalái lama, quien reconoció que gracias a él se había acercado por primera vez a la entraña del cristianismo. Tuvo, además, contacto directo con monjes tibetanos y con Amiya Chakravarty, secretario literario de Rabindranath Tagore estrechamente vinculado a Mahatma Gandhi, con quien caminó en la marcha de la sal de 1930. El propio Merton se inspiró en Gandhi y otorgó un lugar prominente a la práctica de ahimsa en su propia vida y en ensayos como «Las raíces cristianas de la no violencia».

Una serie entera de libros está dedicada a Merton y el sufismo, hesicasmo, judaísmo, tradición protestante, budismo, taoísmo, sabiduría indígena, confucianismo e hinduismo. Sus páginas muestran el interés genuino y el respeto y aprecio mutuo que sentían Merton y representantes autorizados de esas constelaciones religiosas.

Hoy sus conferencias y charlas de 1968, que se recogen en su Diario de Asia, siguen siendo un referente del máximo valor en el diálogo entre las religiones y de estas con el marxismo, con el existencialismo y con diversas expresiones del pensamiento crítico y del humanismo contemporáneos.

Thomas Merton, fotografiado por Sibylle Akers. (Imagen utilizada con la autorización del Merton Legacy Trust y el Thomas Merton Center, de la Bellarmine University, Estados Unidos).

Thomas Merton, fotografiado por Sibylle Akers. (Imagen utilizada con la autorización del Merton Legacy Trust y el Thomas Merton Center, de la Bellarmine University, Estados Unidos).

En la situación prebélica y armamentista de nuestro mundo, ¿consideras relevante la voz de Thomas Merton en defensa de la paz?
Esa pregunta es ahora especialmente pertinente. Antes de ingresar en el monacato, Merton ya se había declarado objetor de conciencia por motivos religiosos. Los ensayos sobre la guerra que se recogen en su libro Paz en tiempos de oscuridad son no solo vigentes, sino urgentes. Su pronunciamiento es inequívoco.

En octubre de 1955, en una carta a Erich Fromm, le dice: «Estoy completamente con usted en cuanto a la cuestión de la guerra atómica. Me opongo a ella con toda la fuerza de mi conciencia». Y en 1961, en el Catholic Worker, creado por Dorothy Day, reitera: «La única tarea que Dios nos ha impuesto en el mundo de hoy […] es trabajar por la abolición total de la guerra».

Dos años después, en el prefacio a la edición japonesa de su autobiografía, recogido en La voz secreta, se compromete a «hacer de mi vida entera un rechazo de y una protesta contra los crímenes y las injusticias de la guerra y de la tiranía política que amenazan con destruir a toda la raza humana y al mundo entero».

Esa actitud afectaba a todas las áreas de su vida, y así, en un capítulo sobre arte en su libro Cuestiones discutidas, escribió: «En una época de campos de concentración y bombas atómicas […] el arte de nuestro tiempo, incluso el arte sacro, tiene que estar caracterizado por una cierta pobreza, dureza y severidad, correspondientes a las violentas realidades de una época cruel. El arte sacro no puede ser cruel, pero debe aprender el modo de ser compasivo con las víctimas de la crueldad: y no se ofrecen caramelos a quien se muere de hambre en un campo de [concentración]. Ni se le ofrecen mensajes de un optimismo lamentablemente inadecuado. Nuestra esperanza cristiana es la más pura de las luces que brillan en la oscuridad, pero brilla en la oscuridad, y es necesario entrar en la oscuridad para verla brillar».

Al final de su vida, dirige a sus hermanos una carta que podría considerarse una suerte de testimonio espiritual: «Nuestro verdadero viaje en la vida es interior. Es una cuestión de crecer, de profundizar y de rendirnos cada vez más a la obra creativa del amor y la gracia en nuestros corazones. Nunca como hoy es tan necesario que demos una respuesta a esa acción».

La vida de Merton, a pesar de haberla vivido en buena medida de forma anónima como muchos monjes, es un tanto excepcional. Se ha venido escribiendo recientemente acerca de Merton y su relación con las mujeres. Me gustaría saber por ti mismo acerca de ello.
Creo que te refieres al hecho de que Merton se enamoró en la última etapa de su vida de una mujer joven, una enfermera que le había atendido en el hospital de Louisville en un período de convalecencia. Merton renunció a esa relación antes de emprender su viaje a Asia, de lo que él mismo da cuenta en sus propios diarios, que no podían conocerse hasta al menos veinticinco años después de su muerte. Ahora están al alcance de todos y en ellos se puede leer, sin censura, la pasión y tensión con las que vivió esa relación. En su estudio sobre Thomas Merton, Pasión por la palabra, Sonia Petisco introduce el contexto y ofrece su traducción de los dieciocho poemas que Merton le dedicó.

Por otro lado, la teóloga Cristina Inogés Sanz, en su libro La sinfonía femenina (incompleta) de Thomas aborda el decisivo papel de las mujeres en la vida de Merton. Es una cuestión que no se puede eludir, pero que se presta a equívocos si no se trata a la luz de su vida entera, como ella hace, de manera abierta y con sensibilidad.

La dimensión femenina de su interioridad, que fue modelando su vida desde dentro, abrazando y alumbrando áreas que habían permanecido en la sombra, fue particularmente destacada en su vivencia del Espíritu, que describe en su poema en prosa Hagia Sophia:

Hay en todas las cosas visibles una fecundidad invisible, una luz tenue, una docilidad sin nombre, una totalidad escondida. Esta Unidad e Integridad misteriosa es la Sabiduría […]. Surge suavemente sin palabras […] desde las raíces ocultas de todo ser creado, acogiéndome con ternura, saludándome con indescriptible humildad […] como mi hermana.

Por mi parte, tan solo diré que la primera vez que visité la Abadía de Getsemaní, hace más de treinta años, los monjes con quienes hablé y que habían conocido a Merton admitían que, aunque de una forma difícil y dolorosa para ambos, Merton había sanado una herida profunda que se remontaba a su infancia, vinculada a la pérdida temprana de su madre y a las circunstancias que rodearon su fallecimiento. Su hermano, venían a decir, había ganado en humanidad, aunque no sin padecer y provocar sufrimiento a quienes más quería y le querían.

Conoces mi pasión por la lírica. Y quería preguntarte ahora, para finalizar, cómo valoras a Merton como poeta.
Para serte franco, descubrí esa faceta de Merton mucho después de haberme acercado a su prosa. Y es que no cabe concebir la profecía de Merton sin su poesía, y el vínculo entre ambas se remonta a la influencia poderosa de William Blake, a quien dedicaría sus esfuerzos universitarios en 1939 en un trabajo que hoy recoge su volumen de ensayos literarios, junto a críticas y recensiones de obras de William Faulkner, James Joyce, Louis Zukofsky, Roland Barthes, Flannery O’Connor, Albert Camus, Nabokov, Huxley o D. H. Lawrence.

Fue Sonia Petisco, al proponerme hacer de esa vertiente su objeto de estudio doctoral, y con la edición y traducción de su antología de poemas de Thomas Merton, Oh, corazón ardiente. Poemas de amor y de disidencia, quien me permitió comprender que, de forma similar a Juan de la Cruz, prosa y poesía se encuentran entreveradas como el continente de su contemplación, y en el contenido y sustancia de la misma.

La poesía de Merton evolucionó tanto como su prosa, e incluye desde el bellísimo y conmovedor poema que escribió a su hermano, muerto en combate, recogido en su autobiografía, o versos de tema devocional, hasta otros estremecedores, como Niña Bomba Original, y sapienciales, experimentales como Cables to the Ace o poemas-mundo como The Geography of Lograire, una suerte de síntesis autobiográfica en clave poética.

Mención aparte merece la relación de Thomas Merton con «lo español», sobre lo que María Luisa López Laguna escribió en su libro Thomas Merton, una vida con horizonte. Añadiré también que, dentro del espacio hispanohablante, el lugar privilegiado de Latinoamérica en la obra de Merton, en sus vertientes social y poética, ha sido examinado con detalle por la investigadora Malgorzata Poks, quien destaca la relación de Merton con Jorge Carrera Andrade, Carlos Drummond de Andrade, Alfonso Cortés, Cardenal, Pablo Antonio Cuadra, Nicanor Parra y César Vallejo. Tampoco es menor, dentro de ese capítulo, el libro de la profesora argentina Marcela Raggio Thomas Merton: el monje traductor. Y es de destacar la correspondencia que mantuvieron Merton y Cardenal entre los años 1959 y 1968, que también ha sido publicada. El vínculo literario entre ambos, con el que iniciábamos la conversación, ha sido subrayado por Luce López-Baralt en El cántico místico de Ernesto Cardenal, así como por la profesora María Ángeles Pérez López, editora de la Poesía completa de Cardenal, y por el profesor Ramón Cao en diversos ensayos monográficos.

Tu poema «Logos» en tu último poemario, Mira la vida, comienza diciendo: «He soñado el primer día del mundo» y concluye preguntándose: «¿Hay alguien ahí?». Son del todo consonantes con el latido poético de Merton. Más allá de datos, sin duda interesantes pero siempre insuficientes si no dejan ver el rostro tras la cifra ni escuchar la voz tras la máscara, quizás estos versos del contemplativo recojan la savia de su árbol de letras. Tal vez ofrezcan un atisbo de su palabra silente y de su silencio encendido:

Una flor amarilla
(luz y espíritu)
canta por sí misma
para nadie.
Un alma de oro
(luz y vacío)
canta sin necesidad de palabras
por sí sola.
Que nadie roce este plácido sol
en cuyo ojo oscuro
alguien está despierto.
(Ni luz, ni oro, ni nombre, ni color,
ni pensamiento:
¡Oh, bien despierto!).
Un cielo dorado
canta por sí mismo
una canción para nadie.

TSN nº14, 2022. ISSN: 2530-8521