En terrenos de la propiedad de la familia Fano 2 en Río Piedras, en el llamado Centro Judicial de Hato Rey, se ubicaba en la década de los cuarenta una rústica construcción de madera y paja conocida como La Cabaña, de la que hoy no queda ningún vestigio material. Afortunadamente, podemos imaginar el ambiente gracias al testimonio gráfico dejado por el pintor español José Vela Zanetti, exiliado en República Dominicana y de visita por entonces en Puerto Rico. Dos de sus cuadros pudimos ver el investigador y archivista doctor Julio Quirós y yo, con ocasión de nuestra visita en el verano del 2010 a la casa de Sergio Marxuach, que conoció La Cabaña de adolescente por ser sobrino de Elsa Fano y que rememoró para nosotros esos episodios fundamentales para la historia cultural de Puerto Rico.
Allí se reunía una tertulia de intelectuales que agrupó voces indiscutiblemente decisivas para el destino del país, como fueron las de Jaime Benítez, Ricardo Alegría, Juan Antonio Corretjer, Margot Arce, Isabel Gutiérrez Arroyo, Inés María Mendoza, el padre dominico de origen holandés Martín Berntsen, así como Elsa Fano y su hermana Ester, quienes eran las anfitrionas, mientras Berntsen funcionaba como el guía espiritual e intelectual del grupo. El periódico El Piloto. Seminario Apologético fue el órgano escrito de muchas de las inquietudes que se ventilaban en aquella tertulia. Entre ellos pasó algunos de sus domingos la exiliada española María Zambrano. Sus inquietudes heterodoxas, tanto dentro del catolicismo como dentro de la filosofía, encontraron en este ámbito un ideal terreno de cultivo.
Pero para saber más sobre esta experiencia debemos recurrir a la correspondencia personal de Zambrano con su hermana y su madre. Estas cartas permiten conocer cómo se sentía ella realmente dentro de las situaciones que se le presentaban en Puerto Rico, siendo una mujer de gran calibre intelectual, exiliada y con una situación económica frágil. Zambrano, en tono coloquial, les comunica:
Elsa me encargó un ensayo sobre el freudismo —que es una de esas enfermedades de Norteamérica— y después de supervisado por un fraile dominico holandés muy diferente de los españoles, lo encargó publicar en la Imprenta de Altolaguirre —os lo mandaré— y se dedicó a venderlo a todo el mundo, y me mandaba el dinero, es decir mucho más de lo que realmente vendía… (1 de enero de 1946. Carta a Araceli Zambrano. Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga).
En esta carta podemos comprobar su agradecimiento por la ayuda intelectual y monetaria que recibió de Elsa Fano para publicar El freudismo: testimonio del hombre actual, que aparece en La Habana, en la imprenta La Verónica, en 1940. También revela la carta, de modo irónico, el papel de autoridad editorial que parece haber asumido el padre Berntsen, pero aún deja en dudas cómo fue el contacto directo entre las partes mencionadas durante el proceso de escritura de este libro. ¿Cuántas veces se habría discutido sobre Freud en las reuniones en Hato Rey?
Ahora quisiera intentar otro acercamiento. Propongo que este grupo puede considerarse una sociedad de discurso en el sentido que otorga al término Michel Foucault en su obra El orden del discurso, que de ahora en adelante citamos en su versión original del francés. En ese libro, Foucault delimita varios aspectos que posibilitan el control del discurso dentro de lo que aquí define como «societés de discours» (Foucault, 1971, p. 41). Uno de ellos es el ritual (Foucault, 1971, p. 41) y el otro son las doctrinas (Foucault, 1971, p. 45). Permítaseme la reapropiación de estos conceptos. A partir del ejercicio de rituales (reuniones en un ambiente natural, y a la vez de recogimiento, siempre «los domingos después de almuerzo», apartados del mundo propiamente académico) y del compartir ciertas ideas que solo son accesibles al grupo (los «iniciados» en las tertulias eran amantes del humanismo griego y a la vez, a saber los que conocemos, fervientes católicos), pensamos que se crea lo que Foucault llama «appartenance», acción de pertenecer, y que es uno de los núcleos definitorios de las «societés de discours». Esto se infiere cuando Foucault dice «l’appartenance doctrinale met en cause a la fois le enoncé et le sujet parlant et leune a travers de lautre» (Foucault, 1971, p. 44). Ajustando a nuestra discusión el término, «l’appartenance» funciona como un efecto que podemos llamar de unión entre los miembros del grupo y a la vez de separación de estos de otras comunidades discursivas. Como resultado de «l’appartenance» también se distinguen y aíslan las ideas que se discuten en ese grupo. Creemos que a esto último contribuye el hecho de que las ideas discutidas se viertan en un medio escrito de particular circulación como fue el periódico católico El Piloto. Dentro de sus páginas se presenta, bajo la firma «Por la Cabaña», una columna titulada «Ganduleando», cuyo nombre mismo, derivado del verbo «gandulear» (según la RAE, «no hacer nada de provecho»), trata de trivializar el carácter conceptual de las discusiones que se presentaban al público, que, por supuesto, no eran nada triviales, como se podría comprobar. Sabiendo que Elsa Fano era considerada la «secretaria» de El Piloto, no es de excluirse que ella pudiera haber escrito algunas de estas columnas. También podrían venir de la pluma del padre Berntsen, quien dedica mucho de su tiempo a esta publicación, para suspicacia de los otros padres dominicos, aunque mayormente estaba concentrado en la sección «Buzón de preguntas», donde mantenía una fecunda correspondencia con el público. En resumen, planteamos que estas dos modalidades, la columna anónima y el buzón de respuestas, pueden verse como géneros periodísticos «menores», no apropiados para el debate filosófico. Ambas secciones producen entonces el efecto de «appartenance» en la circulación escrita de ideas que debieron discutirse en las reuniones de «los cabañistas».
María Zambrano y Elsa Fano en los predios de La Cabaña, en San Juan (Puerto Rico). (Foto: Archivo de la Fundación María Zambrano).
Para apoyar esta hipótesis, desafortunadamente, cuento con pocos ejemplos de citas textuales de El Piloto. Solo pude consultarlo brevemente en unas horas de visita al Archivo de la Universidad de Río Piedras, y no pude hacer copias, pero ofrezco alguna información bibliográfica para que, al menos, otro/a posible investigador/a pueda continuar el rastreo. En el año 1939, el número 677 del mes de abril debate tópicos sobre el espiritualismo y la ciencia; el número 678 del 6 de mayo discute sobre ocultismo; el número 679, 13 de mayo, comenta la teoría del «perspectivismo» de Ortega y Gasset; el número del 15 de julio critica el racionalismo.
Como se puede apreciar, son tópicos que podrían haber interesado mucho a Zambrano y que ella hubiese debatido vivamente, pero subrayemos que fueron publicados en El Piloto en 1939, antes de la llegada de la filósofa a Puerto Rico en 1941, lo que significa que estas conversaciones ya se estaban llevando a cabo cuando ella pudo unirse a «los cabañistas». Finalmente, encuentro muy interesante que en otra columna de la sección «Ganduleando» —publicada en 1939, pero de la cual solo tengo la referencia del año— el tema cubierto es el quietismo, una rama del misticismo español representada por las obras de Miguel de Molino. Como sabemos, este autor recibió atención especial en el trabajo posterior de Zambrano y es probable que le haya interesado desde antes de llegar al Caribe. Pero ¿quién sabe cuántas preguntas sobre el tema circularon en La Cabaña? Toda esta información nos inclina a sugerir que al ella unirse al grupo de intelectuales, recibidos por Elsa Fano y liderados por Berntsen, se producirá un mutuo enriquecimiento mediante el diálogo que pudo comenzar en aquellas tardes de domingo.
Mas para entender a este grupo como una sociedad de discurso también es necesario detenernos en el papel que jugaba el padre Berntsen dentro de la tertulia. Muy poca información hemos encontrado sobre esta figura. Llegado a Puerto Rico en 1918, Berntsen se instala en Cataño, San Juan, en los años treinta e inicia una fructífera amistad con influyentes intelectuales del momento: Tomás Blanco, Isabel Gutiérrez Arroyo, Margot Arce, Juan Antonio Corretjer y Pedro Albizu Campos, líder del movimiento independentista de Puerto Rico y presidente del Partido Nacionalista del país, tema que merece un estudio aparte y rebasa el objetivo de estas páginas. Una fuente invaluable sobre Berntsen me llegó a través del género de la radio, escuchando una entrevista de Ángel Collado —en el programa La voz del centro— al fraile dominico Mario Rodríguez León (http://www.vozdelcentro.org/mp3/Prog_250.mp3).
Así nos enteramos por León de que la erudición de Berntsen era un medio y no un fin, que repudiaba la frivolidad, que era muy riguroso e insistía en definir los conceptos claramente. Su metodología venía de santo Tomás de Aquino y de Aristóteles, filósofos que Zambrano conocía y admiraba. Esto me lleva a pensar cómo podrían ser las discusiones de «los cabañistas» si en ellas primaba ese sentido del diálogo como promotor del encuentro de pensamiento, un método de linaje clásico que encontramos en los griegos y también en textos de la filosofía oriental. En cualquier caso, si los diálogos eran «orientados» por Berntsen, cabe sugerir que esta práctica también contribuyó a crear una «sociedad de discurso» en el sentido foucaultiano. El dato deslizado por Zambrano en la carta antes citada a su familia no deja dudas del carácter «orientador» del dominico.
Quisiera cerrar esta nota con la transcripción de otra carta escrita por Zambrano a su familia en París donde se describe la relación con su amiga Elsa Fano, apodada dentro del grupo como «la condesa», en un sentido que asumo laudatorio de su fineza intelectual. Les dice Zambrano a su madre y hermana refiriéndose a Elsa: «Una amiga diferente, al estilo español, una amiga que te trata y te ve» (7 de enero de 1946. Carta a Araceli Zambrano. Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga). La frase tiene muchos bemoles, pues de ella se infiere su decepción con otras amigas, y tuvo varias en Puerto Rico, que no serían «al estilo español». Como han dicho ya otros estudiosos del período puertorriqueño en Zambrano, el análisis de su correspondencia privada es muy revelador. Quizás se deba, sugiero, a que este es uno de sus momentos más vulnerables en lo personal y más desafiantes en lo político y profesional, rodeada de grupos de intelectuales del país que entre sí se disputaban y también cercada por grupos de exiliados españoles donde no era exactamente bien acogida. Mucho más difícil para Zambrano mantener el equilibrio que en los tiempos de su etapa mexicana, y nada comparable al momento habanero, donde alcanzó una inserción más natural dentro del diálogo intelectual, a través del grupo Orígenes, pero no solo con ellos, como ya he dicho en otras ocasiones. En cualquier caso, volvamos a la carta.
Tenía razón Zambrano en decir que esta amiga era muy especial, porque unos años después la fiel Elsa Fano le escribe a María cuando esta, presumiblemente, se encuentra en La Habana para informarla de aquella cabaña en San Juan.
Querida María: Creerás intencional mi silencio, pero te puedo asegurar que casi he pasado por torturas mentales por no haber tenido tiempo de escribirte y no sé si llamarte o felicitarte o qué por el Año Nuevo. Allá por los mismísimos días que recibí tu última carta tuve que echar abajo la vieja cabaña porque andaba ya un poco ruinosa. Esto me dolió tremendamente. (18 de enero de 1949. Carta a María Zambrano. Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga).
Entre amigas, la condesa y la filósofa compartieron apoyos económicos, intelectuales y, como este, momentos de íntima cotidianeidad. Nunca dejó Zambrano de tener contacto con ella, incluida su etapa romana. Las cartas cruzadas demuestran la delicadeza de estas relaciones que marcaron un modo de vida. Eso nos explica por qué Zambrano pudo decir al final de sus días: «Amo mi exilio» (Abc, 28 de agosto de 1989).
El encuentro textual de María Zambrano con la obra de la arqueóloga ítalo-francesa-mexicana Laurette Séjourné se inicia en Roma, en 1963, cuando la española recibe un ejemplar de El universo de Quetzalcóatl, que posiblemente le hace llegar su editor, Arnaldo Orfila, director de Siglo XXI y esposo de Séjourné. Pero el intercambio epistolar intenso entre ambas es posterior y tiene lugar mientras Zambrano apura el cáliz de su autoexilio, que dura hasta 1977 en La Ferme, como se conoce la casa ubicada en Chemine de La Pièce, en la localidad de Crozet, en el Jura francés. Son años marcados por la carencia económica y la enfermedad, y luego por la muerte de su hermana Araceli, lo que acentuó la soledad de la filósofa. Del otro lado del Atlántico, para las décadas de los sesenta y setenta, Séjourné ha dejado atrás la etapa precaria de su exilio en México como compañera del revolucionario ruso Víctor Serge. Ambos llegaron en 1942 a un país extranjero, él muere sin ser reconocido; ella se replanteó su vida profesional y comenzó a estudiar y luego a practicar la arqueología. Para la década en que se escribe con Zambrano, ya ha publicado dos de sus libros más importantes, Pensamiento y religión en el México antiguo (Siglo XXI, 1957) y el ya mencionado. Ha contraído matrimonio con Orfila y viajan con frecuencia a Cuba y a Europa. Ambos comparten casa en Ciudad de México, donde se da cita lo más granado de la intelectualidad de izquierda del país. Entonces, todo es contrastante en las vidas de estas mujeres y en los espacios físicos desde donde se escriben las cartas que intercambiaron. Pero, como se verá, el espacio del diálogo crea una sororidad que va más allá de las circunstancias biográficas.
De Zambrano los lectores de este monográfico conocen su legado, pero quizás a pocos les será familiar la vida y obra de Séjourné, prácticamente desconocida fuera de México —y dentro de este, incomprendida—, al punto de que no se cuenta con ningún monográfico dedicado a ella. Por eso no puedo sino aprovechar esta publicación para introducir algunos datos sobre esta pensadora en los que me he extendido más en otras ocasiones y planeo seguir investigando 4. He propuesto que se ordene su trayectoria según su posicionamiento como mujer intelectual en la sociedad mexicana y he planteado que hay tres etapas demarcables: desde su llegada en 1942 hasta 1950, de 1950 a 1962 y de 1962 hasta su muerte en 2003. Pero solo aludo brevemente a las últimas por razones de espacio.
Abro la segunda etapa de Séjourné a partir de 1950, cuando se nota un afán por inscribirse dentro de los debates sobre arqueología en la academia mexicana y una proliferación de sus publicaciones en revistas especializadas, entre las que destaca «La responsabilidad de la arqueología en México» (Revista de la Universidad de México, núm. 10, 1956), que considero una suerte de manifiesto de sus futuras tesis. En 1957 Séjourné da otro giro fundamental en su investigación y en su escritura, fusionando el trabajo de campo arqueológico con la aproximación ético-filosófica. Ello se trasluce en la prosa polifónica del libro Pensamiento y religión en el México antiguo, que mezcla el uso de datos históricos tomados de los cronistas españoles de la conquista, breves alusiones a reportes científicos de excavaciones realizadas, un profuso apoyo en visuales que luego caracteriza toda su obra y el lenguaje poético. Ambos aspectos —lo factual y lo imaginativo— nutren desde ahora sus obras, que reflejan influencias del estructuralismo de Claude Levi-Strauss y de la psicología profunda de Karl Jung.
La última y tercera etapa de Séjourné la abro en 1962 y es su etapa de madurez. Tengo entendido que en estas décadas circularon críticas a sus publicaciones sobre arqueología y cultura mexicana y hubo rechazo a su trabajo en los medios académicos del país. Quizás su modo de entender la función de la arqueología no hacía el juego adecuado a esta ciencia, que desde los años treinta se inclinaba al servicio de un engrandecimiento de la nación mexicana 5. Era su «método», como el zambraniano, demasiado intangible…
Séjourné comienza en los ochenta una retirada de la arena pública, aunque no dejó de indagar, producir y publicar. En 1989 recibe el Premio Alfonso Reyes como reconocimiento a su trayectoria. Para esta década ya ha ido incluyendo nuevos campos: las correspondencias entre los fenómenos astrológicos y las concepciones arquitectónicas mesoamericanas, y el concepto del tiempo en estas culturas a través de los calendarios, aspectos que interesaron vivamente a Zambrano. Sostengo que en un libro como El pensamiento náhuatl a través de los calendarios (1981) hay pasajes que podrían situar a Séjourné como una pionera de la astroarqueología, pero he sometido esta apreciación a estudio de los especialistas. El 25 de mayo de 2003 se produce su muerte. Sus cenizas, junto a las de Orfila, fueron esparcidas en torno a la Piedra del Conejo, vestigio de la escultura azteca, en Amecameca.
Es en esta etapa de madurez donde su obra necesita de un marco filosófico y de ahí el acercamiento a Zambrano, iniciado por Séjourné. En el libro El universo de Quetzalcóatl ella propone la transfiguración del hombre Quetzalcóatl, rey y sacerdote de Tollán, en el dios Serpiente Emplumada y en el planeta Venus. Resulta muy plausible para ella que el rey azteca pueda ser una divinidad mitad reptil, atado al suelo, y mitad ave, mirando al infinito. Muy natural también que vea el doble de Quetzalcóatl en un cuerpo celeste. Porque, digámoslo claramente, para Laurette Séjourné la materia podía transformarse en espíritu.
Estas metamorfosis fueron captadas y celebradas por Zambrano, pensadora abiertamente transhistórica, quien saluda que en Séjourné no haya transacciones a la lógica binaria de la razón occidental. Dijo al reseñar el libro en 1964: «Antes de abordar la esencia de Quetzalcóatl, [Séjourné] acepta en toda su extensión todos sus distintos planos ontológicos. Todos los modos de ser y aun de existir del cosmos aparecen en Quetzalcóatl sin que la autora ceda mínimamente a reducirlos unos a otros» (Zambrano, 1964, pp. 72-73).
Para Zambrano, actualizada siempre en las corrientes de pensamiento alternativo de la filosofía occidental y oriental, llamémoslas «tradicionalismo» o «perennialismo», la figura de Quetzalcóatl, «el dios de la aurora», no podía ser desconocida. Precisamente De la aurora es el título que da Zambrano a uno de sus últimos libros, tomando quizás la metáfora de Nietzsche, o de Böhme, o aun de sus antecesores de la tradición sufí, que tanto leyó Zambrano al final de su vida. Lo cierto es que el libro de Séjourné genera tres respuestas en Zambrano que se publican en el siguiente orden: el ensayo «El camino de Quetzalcóatl» (marzo-abril de 1964), la nota «El señor de la aurora» (abril de 1964) y el fragmento «La raya de la aurora», parte del libro De la aurora publicado en Madrid en 1986. Como se comprobará en la bibliografía, y sin extendernos más en este aspecto, cada texto es diferente —dado su lugar de publicación y el público al que se dirige—. No solo cambia el número de páginas, sino que el enfoque y el estilo sufren cambios. Y siempre es así en la prosa de esta escritora, en particular los comentarios críticos sobre libros ajenos pasan de ser objeto de estudio a fuente para explorar sus propias ideas.
Este interés de Zambrano genera una misiva de gratitud por parte de Séjourné. Comienzan así las cartas cruzadas. Al principio las cartas de Séjourné son formales, y en particular la primera, donde agradece a Zambrano la reseña sobre el libro. Pero para la década de los setenta Zambrano ya le ha contado cómo se siente con la situación de España bajo el franquismo y le ha hablado de la enfermedad de su hermana Araceli. Más significativo aún es que haya dedicado a ambas, Séjourné y Araceli, el libro La tumba de Antígona, que en su primera edición sale en la editorial que dirige Orfila, Siglo XXI, en México, en 1967. Quizás sea esto muestra del intercambio intelectual y las redes de apoyo que desde el encuentro textual de 1964 comienzan a tejerse entre ambas mujeres.
Más adelante, Séjourné también adopta el tono personal con Zambrano. Se queja abiertamente de cómo es tratado su trabajo por la crítica en México. Cito: «Como obra de loco […] creer en eso es pecado [se refiere a su visión metafísica de la cultura náhuatl], un escándalo contra las buenas maneras en las universidades del mundo entero» (6 de agosto de 1976. Sección Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga). Por su parte, Zambrano termina por involucrarse en las cartas-confesiones de Séjourné y le habla de sus vicisitudes personales en La Pièce. Escribe a Laurette: «No me gusta hablar de mí misma, de mis situaciones o problemas… Pero más de una vez he estado por escribirle diciéndole si hay, cerca de usted, pudiera haber, un huequito para mí y mis cuatro gatos» (15 de mayo, 1976. Carta de María Zambrano. Sección Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga). Comienzan ambas a planear un encuentro que no llega a realizarse a pesar de que Orfila ofrecía la logística.
Cuando se leen, dentro de una mirada de conjunto, las misivas intercambiadas, no hay dudas de que establecieron un diálogo donde fluyen lo íntimo y lo conceptual. Séjourné confía plenamente en Zambrano como interlocutora y le dice: «Todo esto es tan fuerte que hace tiempo que estoy pensando lo que podría significar no solo para mí, sino para el trabajo, el poder verla, intercambiar reflexiones, buscar cerca de usted caminos que se quedan cerrados […]. Los conceptos brotan […] la tarea de dominarlos con la luz apropiada no es nada fácil. Sobre todo para mí que carezco de tantos conocimientos esenciales. La filosofía, entre otros, pero la astronomía y la física parecen intervenir […]. Ve usted, querida María, la necesidad que tengo de hablar con usted, al elaborar todo en la soledad más absoluta, sin la más mínima confrontación, me entra a veces la duda de que camine yo sobre tierra firme» (28 de marzo de 1976. Carta de Laurette Séjourné. Sección Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga).
Por su parte, Zambrano manifiesta una absoluta fe en la investigación que le presenta Séjourné. En los archivos de Málaga encontramos esquemas que la española realiza sobre la historia antigua de México para así poder comprender mejor el tema, y en el archivo de Séjourné, en México, se encuentra una copia del manuscrito de la reseña de Zambrano sobre Quetzalcóatl, por lo que infiero que hubo intercambio entre ambas antes de someterse el texto a publicación.
Me he limitado aquí a ofrecer pocos datos textuales porque reservo el espacio para citas imprescindibles donde Séjourné le habla a Zambrano sobre la Piedra del Conejo. Este monolito tallado es una escultura mexica, atribuida por algunos estudiosos al período posclásico (900 a 1521 d. C.), que aún se se yergue en Amecameca, ofreciendo a la incrédula mirada contemporánea una muestra de la relación del hombre prehispánico con los astros. Séjourné comienza a interesarse por ella en la década de los setenta, a partir del momento en que sus estudios comienzan a centrarse más en la concepción del tiempo de los mesoamericanos.
La Piedra del Conejo, vestigio de la cultura en Amecameca. (Foto: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Piedra_del_Conejo.png).
Séjourné le cuenta a Zambrano por primera vez sobre su encuentro con la Piedra, con mayúscula, como siempre que ambas se refieren a ella. Dice Séjourné: «Después de años de observarla, pasado varias noches, amanecer y atardeceres cerca de ella, descubrí parte de su secreto […]. A medida que el sol se mueve, esa piedra natural, echada en un campo, va emitiendo signos. […]. Hay figuras grandes que tengo fotografiadas que no se ven más que a la salida del sol en los días del solsticio de invierno» (11 de septiembre de 1974. Carta de Laurette Séjourné. Sección Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga).
En esa misma carta, confiesa la arqueóloga su frustración con su método de trabajo cuando lo compara con un ensayo que Zambrano le ha enviado: «El vaso de Atenas», publicado en Mallorca (España) en la revista Papeles de Son Armadans, 207, en junio de 1973. Aquí la filósofa hace una erudita disertación sobre la luz y el tiempo, en base a unas figuras grabadas en este vaso: una doncella que sigue a Hermes, dios mensajero de la cultura griega. Le comenta Séjourné: «Cómo hablarle de su texto, me siento incapaz de hacerlo, frente a lo que usted ve y sabe expresar en “El vaso de Atenas” siento que lo que hago tiene la pesadez de un pico, una pala. Yo trato de transmitir torpemente, fragmento por fragmento, lo que usted ve de una ojeada». Sin embargo, al final de la página afirma y pregunta con humildad, pero con ambicioso vuelo conceptual: «En una visión tosca y grandiosa, ¿puedo decir cósmica?, mi piedra es pariente de ese vaso...».
Más adelante hay otro intercambio donde Séjourné narra con lenguaje lírico su más reciente encuentro con la Piedra: «La luz produjo efectos de una belleza que cortaba la respiración […] a las nueve y media se produjo el milagro. La Piedra se abrió literalmente con todos sus signos, moviéndose, VIVIENDO [mayúsculas en el original]» (28 de marzo de 1976. Carta de Laurette Séjourné. Sección Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga).
Zambrano, emotivamente, responde: «Quiero decirle que lo que usted llama su trabajo y yo sus descubrimientos está en mi pensamiento con la misma pasión intelectual y vital […] siento que mi idea del tiempo cósmico y humano ha de tener que ver con la revelación de su piedra» (15 de mayo de 1976. Carta de María Zambrano. Sección Correspondencia Personal. Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga).
Nótese que la arqueóloga establece un arco entre su pensamiento y el de Zambrano y que la filósofa lo alimenta. El vaso de Atenas y la Piedra de Amecameca, objetos tan distantes en el tiempo como disímiles culturalmente, son capaces, para ambas, de transmitir valores espirituales y a la vez universales. Esto me ha llevado a inferir, aunque vagamente aún, una correspondencia filosófica de ambas con la llamada filosofía perennialista, tal y como esta se ha desarrollado bajo la influencia del neoplatonismo a partir del Renacimiento con la obra de Marsilio Ficcino y hasta nuestros días con el trabajo de Frithjof Schuon. Para el perennialismo hay una sabiduría que se transmite, incluso por revelación, y que encierra la existencia de una verdad metafísica que comparten todas las religiones.
Para crear el ámbito adecuado a la recepción de esta primera correspondencia entre Zambrano y Séjourné, recuerdo al lector que unir lo filosófico y lo religioso, la ciencia y la espiritualidad, no era nada excepcional entre intelectuales de postguerra, como lo fueron ellas. En medio de la crisis de la razón occidental, tanto el arte como la filosofía se abrieron al influjo de corrientes de pensamiento que, dentro de su carácter idealista, ofrecían alternativas de salvación y estimulaban la imaginación creativa. Hoy día, como se sabe, repudiadas por la academia, muchas de estas líneas abortaron su desarrollo en el lenguaje críptico y el culto a la iniciación y se han simplificado, algunas convertidas al eclecticismo del New Age. Obviamente, no reclamamos ese tipo de filiación para nuestras escritoras.
En el afán de seguir recuperando las claves conceptuales entre ambas, se me abre una segunda correspondencia. Como se sabe, Zambrano ha sido estudiada por Fernando Ortega Muñoz como una exponente sui generis de la llamada escuela de la fenomenología dentro de la filosofía contemporánea 6. Respecto a Séjourné, sin haber tenido acceso a su biblioteca, saber cuáles fueron sus lecturas formativas, o sus libros de cabecera o consulta, estoy tomando un riesgo, pero la siento afín a la fenomenología en la manera en que ve la filosofía náhuatl encarnada en sus manifestaciones materiales, ya sea la arquitectura, la cerámica, murales, jeroglíficos, etcétera, así como en su última etapa en el estudio de las «piedras semillas». Y es que la Séjourné arqueóloga no daba la espalda a la aspirante a filósofa. Siempre que hizo afirmaciones gnoseológicamente retadoras no reparaba en argumentarlas con pruebas concretas, aunque basadas en su personal interpretación, de vestigios materiales de la civilización mexicana. Y estoy pensando concretamente en su lectura del símbolo del ciclo temporal, el quincunce (Séjourné, 1962, p. 136) o en la del jeroglífico de Ollin, «movimiento» (Séjourné, 1962, p. 137).
Planteo, por el momento, que leer a Séjourné desde la fenomenología añade un valor más a su obra que no se riñe ni con su pasión por la arqueología ni con su religiosidad, ni con el diapasón ético-social de su mensaje, que incluye el cuidado por el otro y la inclusión de la alteridad, como pedía el renombrado fenomenólogo Emmanuel Lévinas.
Si aceptamos que Séjourné vio la cultura mesoamericana como una unidad espiritual, podríamos decir, con palabras de otro destacado pensador de la fenomenología, Hans-Georg Gadamer, que ella ha estado demandando «un horizonte de sentido». Solo que para Séjourné este sentido es trascendente y no debemos falsear sus ideas para lograr encasillarla en una u otra metodología. No pasemos por alto que ella concibió el «salvamento» (Séjourné, 1971, p. 177) del hombre en la tierra, siguiendo las enseñanzas de Quetzalcóatl, que «logra convertir una masa perecedera en energía luminosa» (Séjourné, 1962, pp. 17-18).
El aliento ético de esta afirmación me lleva a enfatizar el aspecto redentor, pero a la vez profundamente comunitario y, por lo tanto, político, de la cosmovisión de Séjourné, influenciada por ideas del socialismo utópico y al final de su vida militante del Partido Comunista de México. En Zambrano, la postura antifascista determinó sus ideales de juventud, pero la oposición a todo tipo de autoritarismo, incluido el comunismo, marcó su ideología después de la experiencia de su exilio.
Laurette Séjourné a su llegada a México en los años 40. (Foto: Archivo Laurette Séjourné. Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, México).
Para entender a estas dos grandes mujeres hay que desbordar los límites de sus disciplinas: Zambrano no era simplemente una filósofa, Séjourné no fue solamente una arqueóloga. Saberes mágicos, ancestrales, las reclamaron como voces instrumentales. Zambrano se valió de un palimpsesto autoral, heredera de una gnosis que aceptan tantos tradicionalistas como perennialistas 7. Séjourné, mucho más humildemente, sintió que cumplía las funciones de intérprete de un universo particular: el mundo espiritual mesoamericano, del cual ella esperaba un gran aporte para la humanidad.
Al leer a Zambrano desde su epistolario con Séjourné, se muestra de nuevo el carácter interdisciplinario y transgresor del pensamiento zambraniano. A la vez, se valida esa condición heterodoxa para Séjourné, creándose el nicho de nuevos enfoques para su obra que la reubiquen dentro de la arqueología mexicana en el presente. Los zambranistas notarán el interés de Zambrano por los mitos mesoamericanos al punto de que su relectura de Quetzalcóatl puede leerse como un regreso conceptual a México. Además, desde una mirada de género apreciamos su sororidad hacia otra mujer intelectual, aun desde su propia fragilidad en la época de La Pièce, que no le impidió mantener una intensa correspondencia con varios amigos y amigas de distintas partes del mundo, lo que convirtió su modesta casa en un lugar de encuentros transatlánticos, algunos de ellos estudiados en este monográfico.
Al leer a Zambrano muchos años atrás, en su juventud puertorriqueña, deslumbran su avidez intelectual y su flexibilidad para integrarse en los grupos intelectuales que encuentra en este país, aun pasando por momentos personales muy difíciles. Al recibirla en La Cabaña, los allí reunidos estaban dando a María el espacio perfecto, apartado de la ciudad y a la vez abierto y cosmopolita. Es de notar que Zambrano en la década de los cuarenta está en la etapa de asimilación de conocimientos amplios y variados para seguir profundizando en ese nuevo logos que ya ha descubierto en su búsqueda de un saber sobre el alma reformulado como razón poética. Pero se trata además de esa Zambrano comprometida con el entorno político, en contraste con la mujer que se retira en La Pièce a encontrar el lenguaje místico para su método y enterrar a su hermana Araceli, culminando en esta doble soledad su obra más emblemática: Claros del bosque.
Foucault, Michel (1971): L’ordre du discours. París: Gallimard.
El Piloto. Biblioteca General. Sección de Revistas. Río Piedras: Universidad de Puerto Rico.
López, Haydeé, y Pruneda, Elvira (2015): «Dimes y diretes: polémicas sobre la práctica arqueológica en México», en Trace, 67, pp. 39-61.
Marxuach, Sergio. Entrevista personal. 7 de mayo de 2010.
Ortega Muñoz, Juan Fernando (1994): Introducción al pensamiento de María Zambrano. México: Fondo de Cultura Económica.
Séjourné Laurette: Archivo personal. Archivo histórico. Instituto de Investigaciones Estéticas. México: UNAM.
Séjourné Laurette (1957): Pensamiento y religión en el México antiguo. México: Siglo XXI.
Séjourné Laurette (1962): El universo de Quetzalcóatl. México: Siglo XXI.
Séjourné, Laurette (1971): América Latina: Antiguas culturas precolombinas. México: Editorial XXI.
Zambrano, María: Archivos. Málaga (España): Fundación María Zambrano.
Zambrano, María (1964): «El camino de Quetzalcóatl», en Cuadernos Americanos, 133 (2), pp. 69-77.
Zambrano, María (1964): «El señor de la aurora», en Semana, 29 de abril, p. 6.
Zambrano, María (1986): «La raya de la aurora», en De la aurora. Madrid: Ediciones Turner, pp. 251-252.
1 La parte de este trabajo sobre Zambrano en Puerto Rico es un fragmento de mi artículo «Caribbean Dialogues by María Zambrano», incluido en Cuba and Puerto Rico: Transdisciplinary Approaches to History, Literature and Culture (University Press of Florida). Agradezco a sus editores, Jorge Duany y Carmen Rivero, permitirme publicarlo aquí editado en español.
2 La familia Fano gozaba de una holgada situación económica. El patriarca, don Ángel Vicente Fano y Marxuach, fue ingeniero agrónomo, graduado en Bélgica, pionero en los estudios sobre la modernización de la agricultura en Puerto Rico.
3 La correspondencia entre María Zambrano y Laurette Séjourné está en proceso de ser recopilada y publicada bajo el título de Las heterodoxas, en edición de Madeline Cámara y Luis Ortega Hurtado.
4 «Las heterodoxas: María Zambrano y Laurette Séjourné», ponencia presentada en el Primer Simposio de Arqueología del Estado de México, 2021; y «Dos pensadoras perennialistas: María Zambrano y Laurette Séjourné», ponencia en elaboración para ser presentada en el simposio sobre la obra de Laurette Séjourné, a celebrarse en septiembre de 2022 en el INAH, Estado de México.
5 Para profundizar en el contexto de los estudios arqueológicos mexicanos y su relación con las instituciones gubernamentales en la década de los años treinta, véase López y Pruneda (2015).
6 Ortega Muñoz (1994), en Introducción al pensamiento de María Zambrano (México: Fondo de Cultura Económica) dice: «La vuelta a “las cosas mismas”, que constituye el paradigma programático de la filosofía fenomenológica, supone un retorno al momento auroral en que las “cosas” son aún precientíficas y prefilosóficas» (p. 66). Y añade: «Zambrano entiende la fenomenología, al igual que Heidegger, como develación del ser» (p. 78).
7 Este amplio campo de estudios no puede agotarse en una nota al pie, véanse como textos que ubican el desarrollo histórico de estas corrientes los libros: Aldous Huxley: The Perennial Philosophy, Martin Lings y Clinton Minnar (eds.): The Underlying Religion, Mark Sedwick: Again the Modern World y el artículo de Huston Smith (1987): «Is there a Perennial Philosophy?» (en Journal of American Academy of Religion, vol. 55, núm. 3, otoño, pp. 553-566). Zambrano leyó a Henry Corbin y René Guenon, influyentes figuras dentro de estas corrientes que, aunque suelen identificarse, tienen diferencias. El perennialismo, donde preferimos ubicar a Zambrano, se enfoca más en el carácter metafísico de la verdad compartida —o realidad última— de todas las religiones, mientras que el tradicionalismo estudia sus particulares revelaciones en el seno de diferentes culturas.