Monográfico
TSN nº 13, 2022. ISSN: 2530-8521
MARÍA ZAMBRANO EN AMÉRICA LATINA:
LA AURORA QUE NO CESA. INTRODUCCIÓN
Madeline Cámara
University of South Florida (Estados Unidos)

• Contenido •
María Zambrano en La Habana. (Foto: Fund. María Zambrano)

María Zambrano en La Habana, Cuba. (Foto: Fundación María Zambrano).

La revista Transtlantic Studies Network, órgano de difusión del Aula María Zambrano, dentro de la Universidad de Málaga, ha tenido la iniciativa de convocar a un número monográfico sobre María Zambrano. Me honra haberlo coordinado o, lo que es lo mismo, servir de punto de encuentro en estas páginas para estudiosos de la obra de la filósofa española. Su voz se encuentra en los registros místicos de Simone Weil y Edith Stein, pero tiene el diapasón social de Simone de Beauvoir y Hannah Arendt. Zambrano es definitivamente la pensadora más influyente de nuestras letras hispanas.

Como mi deseo es llegar más allá y convertir esta lectura en invitación a quienes no la conocen, o no lo suficiente, me ha parecido que una breve nota biográfica que contextualice su vida y obra podría ser útil.

María Zambrano Alarcón nace el 22 de abril de 1904 en Vélez-Málaga, hija de dos maestros, Araceli Alarcón y Blas Zambrano. Cuando ella tenía cuatro años, la familia se traslada desde Vélez a Madrid y de allí a Segovia, donde transcurre la adolescencia de Zambrano. Desde 1924 hasta 1927 cursa estudios de Filosofía en Madrid, donde se convierte en discípula de destacados pensadores, como José Ortega y Gasset, Manuel García Morente y Xavier Zubiri. Durante este período participa en movimientos estudiantiles y colabora con diversos periódicos, como El Liberal, donde destaca su interés por temas sociales, en particular en sus columnas «Mujeres» de 1928. Su primer libro, Horizonte del liberalismo (1930), es una reflexión sobre los males económicos y sociales de su época que abre camino hacia su posterior crítica al racionalismo europeo. En 1931 ejerce como profesora auxiliar de la cátedra de Metafísica en la Universidad Central y en 1932 colabora en publicaciones como Revista de Occidente, Cruz y Raya y Hora de España. En estos años mantiene una relación cercana con la generación del 27. Desde entonces se interesa por Federico García Lorca, que conoce a través de Francisco Pizarro, su primo y su primer novio. Quizás la publicación más importante de esta etapa, llámesela de formación, sea el ensayo «Hacia un saber sobre el alma», que aparece en 1934 en Revista de Occidente.

En las agitadas décadas de los años veinte y treinta, milita en grupos de estudiantes que se pronunciaron a favor de la Segunda República, la cual triunfa aquel 14 de abril de 1931. A partir de entonces es muy activa socialmente y participa en las Misiones Pedagógicas de la República. Estos años son narrados con fiereza y nostalgia en su obra más autobiográfica: Delirio y destino, publicada en 1989, aunque fue escrita en 1952 en La Habana.

Pero la República, también llamada por la generación de Zambrano «La Niña», tiene una corta vida, truncada en julio de 1936 por un sector del ejército de ideología fascista. Entonces comienza la guerra civil, que abarca hasta 1939 y da el triunfo a los sublevados bajo el mando del general Francisco Franco, quien implanta una dictadura militar que se prolonga hasta el año 1975.

Mientras las fuerzas republicanas estuvieron en el poder, Zambrano defendió sus ideales democráticos a través de artículos cuyo tono abiertamente político respondía a un contexto histórico que, según ella, requirió del artista un total compromiso. A este tema dedica su libro Los intelectuales en el drama de España (1937), que publica en Chile cuando vive una breve temporada en este país con su esposo, el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, quien ejercía de encargado cultural en ese país.

Pero regresan precisamente porque la guerra estaba perdida, como dijo ella, y ambos se integran a la lucha de modo más directo; él pasa al frente y ella es nombrada consejera nacional de la Infancia Evacuada. Participa entonces en el II Congreso de Escritores Antifascistas, que tuvo lugar en 1937 en Barcelona, donde conoce a varios intelectuales de izquierda latinoamericanos y europeos. En esa ciudad vive los últimos momentos de la guerra y en 1939 atraviesa la frontera con Francia hacia el exilio.

Tras breve estancia en París, parte con su esposo al primer estadio de su periplo latinoamericano como exiliada: México. Aquí es asignada para impartir clases de Filosofía en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo de Morelia. En este año comienza un período de intensa actividad literaria. Publica Pensamiento y poesía en la vida española (1939) y Filosofía y poesía (1939).

Entre 1940 y 1953, la encontramos en el Caribe. Vive entre Puerto Rico y Cuba dando conferencias e impartiendo clases como profesora adjunta en universidades de estos países. Es en el ámbito caribeño donde escribe algunas de sus obras más importantes, como El hombre y lo divino (1955) y Persona y democracia (1958), entre otras. En lo personal, termina el matrimonio con Rodríguez Aldave.

Su próxima ruta es el regreso a Europa. Parte a Roma en 1953 y allí entabla contacto con intelectuales italianos como Elena Croce, Elémire Zolla y Vittoria Guerrini. También se reencuentra con los españoles exiliados que se dan cita en la Piazza del Popolo, donde Zambrano vivía con su hermana Araceli. En 1964 abandona Roma con Araceli, quien vive con ella desde la muerte de la madre en París. Ambas se instalan en el Jura francés, donde gesta en retiro la propuesta místico-filosófica de su obra Claros del bosque (1977).

Entretanto, en España comienza un lento reconocimiento de la importancia de su obra. En 1981 es nombrada doctora honoris causa por la Universidad de Málaga y le conceden el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Finalmente, ya muerto el dictador Francisco Franco y con la apertura de la sociedad española, Zambrano regresó a España el 20 de julio de 1984. Se instaló en Madrid, donde enseguida se ve rodeada de los cuidados que requiere; pero, además, de las visitas de una nueva generación de escritores que ya seguían su obra. A pesar de su avanzada edad y su salud, comienza una etapa de actividad intelectual dedicándose a la reedición de obras ya publicadas, a la publicación de nuevos libros como De la aurora (1986), Notas sobre un método (1989) y Los bienaventurados (1990), así como a la escritura de numerosos artículos para la prensa nacional. En 1987 se crea la Fundación María Zambrano, que está dedicada a la difusión de su obra. El importante trabajo de esta entidad sigue en pie hasta nuestros días, desde el vetusto Palacio Bienel en la ciudad donde nació la filósofa. Finalmente, el reconocimiento a Zambrano se ve culminado cuando se le otorga en 1989 el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes —es la primera mujer que lo recibe—. Fallecerá poco después en Madrid, el día 6 de febrero de 1991.

Desde entonces se han sucedido las antologías y los números monográficos dedicados a su obra, lo cual no hace más que probar su vigencia. Estas páginas se unen a esos homenajes. Fue mi decisión como editora dotar a esa reunión de ensayos de un centro temático: el estudio del quehacer intelectual de María Zambrano en relación con América Latina, su legado directo así como los ecos presentes de su influencia. Curadores de un fresco inacabado, los contribuyentes han trabajado en una restauración necesaria, pero aún muy incompleta.

Como zambranistas, se abría ante nosotros la oportunidad de fomentar el conocimiento de la autora en torno a la coordenada del exilio en América. Las posibles calas se organizaron siguiendo la ruta latinoamericana, pero no solo la de las tierras que visitó, sino también la geografía simbólica que crean las redes intelectuales que forjó, en trato personal y a través de su copiosa correspondencia. Se han revisitado sus sororidades, sus sizigias, sus filias, flexibles construcciones intelectuales que elaboró para relacionarse con hombres y mujeres siempre en paridad. Los estudios recopilados ubican los encuentros entre Zambrano y América desde diferentes ángulos que incluyen análisis literarios, artísticos y filosóficos. Se ha hecho uso de la reconstrucción histórica, del depositario de anécdotas que rodean a Zambrano, se han aplicado las teorías de género y no se ha excluido aquello que quedaba en la productiva sombra de su razón poética, como son las referencias al sueño creador, a los delirios o a las lecturas transhistóricas del mito. A veces se trata de rescatar una anécdota reveladora de las leyendas repetidas o devolver el interés a ciertos asuntos descuidados, leer en los resquicios de relaciones muy conocidas o descubrir otras ignoradas por la crítica, restituir el contexto de la gestación o la publicación de un libro, usar la comparación temática cuando es pertinente aunque signifique audaces saltos en épocas, mantener abierta la perspectiva transatlántica, oír siempre a la filósofa en la escritora, registrar el fervor religioso si se manifiesta y el compromiso político cuando lo hubo. Pero, también, honrando la vigencia de su legado se ha puesto en marcha la razón poética. Algunos textos de esta selección aplican el método zambraniano para rescatar a determinados autores que necesitan de una peculiar luz para ser apreciados. Estoy pensando en los dedicados a su amistad y colaboración con Lydia Cabrera, Reyna Rivas y Edison Simons, tal y como resultan revisitados en su relación con Zambrano en estas páginas.

La primera parte del monográfico sigue la ruta del exilio zambraniano en América, pero para las partes siguientes se han agrupado los textos de modo más flexible. La selección no ha aspirado a reconstruir su paso físico por el continente, sino la reverberación que dejó y sigue dejando su legado.

Estas páginas de presentación de los trabajos son solo eso, no una introducción al tema —lo que exigiría más espacio del que nos brinda la revista— ni tampoco una revisión bibliográfica, que necesariamente pecaría de omisiones. Los ensayos no se introducen siguiendo el orden alfabético de los autores ni el curso cronológico de los períodos que abarcan, ni tan siquiera la colocación que tienen en el índice. Se muestra solo el ovillo que desenredará el lector. Pero, antes de referirme a cada texto, quizás sea este el mejor momento para agradecer a todos los contribuyentes el habérmelos confiado. Algunos trabajos forman parte de investigaciones abiertas antes por sus autores, pero han sido redactados para esta selección, y otros fueron concebidos especialmente para responder al enfoque de esta antología. Sabemos que los resultados de esfuerzos de este tipo siempre son parciales, heterogéneos y polémicos, pero asumo la responsabilidad de esta convocación que aspira a abrir nuevas líneas de trabajo para futuras investigaciones de uno y otro lado del Atlántico.

Escritos, editados, discutidos en solo unos cuantos meses. Y de este lapsus de tiempo ha de decirse algo. Porque durante los años 2021-2022 vivíamos (ojalá el verbo en pasado se ajuste al momento en que estas páginas se publiquen) los momentos difíciles en que la pandemia de la COVID-19 se resistía a abandonar nuestra habitación terrestre y mantenía al planeta en vilo. Se gestó este número monográfico entre la angustia y la esperanza. ¿Qué mejor ocupación en esta época incierta que releer a nuestra María?

Fruto de esa circunstancia es el hecho de que ciertas contribuciones pedidas no pudieron ser entregadas. Para esta editora fue muy difícil renunciar a ciertos textos encargados particularmente para este monográfico, porque habrían contribuido a perfilar más a Zambrano en América o viceversa. Es el caso de la ausencia de textos que se podrá apreciar respecto a Zambrano en Puerto Rico, cuya estancia debía ser cubierta por investigaciones encargadas sobre el grupo Los Cabañistas y sobre su amistad con la intelectual independentista Nilita Vientós. Lamentablemente, estos trabajos no pudieron completarse por las circunstancias de la salud mundial que afectaron a dos entusiastas colaboradores. Ante el vacío al último minuto, me sentí obligada a añadir una nota mía sobre el primero de estos temas y a señalar algunos estudios que considero significativos.

Otro espacio de diálogo transatlántico que se tuvo en cuenta en la concepción del número, pero no se llegó a cubrir por las citadas circunstancias, fue el que estableció Zambrano con Argentina mediante sus publicaciones en la revista Sur y su relación con la escritora Victoria Ocampo. Remito a estudios como los de Carrillo Espinosa (2020) o Pasternack (2002), que permiten situar a Zambrano en el orbe del grupo de escritores latinoamericanos de vanguardia que se reunieron en torno a Sur, así como apreciar el apoyo de Zambrano a la visión feminista de Ocampo. Recordemos que Zambrano publica en esta revista en 1945 su influyente ensayo «Eloísa o la existencia de la mujer». Recientemente, la investigación de Martín Cabrero «Zambrano en Chile: artículos argentinos olvidados (Rescate y edición)» (Cabrero, 2022) ha abierto una vía nueva de estudio sobre los vínculos de Zambrano con Argentina y ha dado a conocer artículos publicados por ella en el diario bonaerense Crítica en 1937.

Pero hablemos ahora de los textos que nos acompañan.

Como sabemos, Chile es el primer contacto con América que se recoge en ese precioso artículo de Zambrano tan evocador: «La tierra del Arauco». Ubicar a María Zambrano en su período chileno es un reto que se ha ido aceptando y cubriendo. La tesis doctoral de Luis Ortega Hurtado ha venido a llenar el vacío existente en los estudios sobre el periodismo zambraniano de esta etapa y con un ensayo de este autor abrimos esta sección del monográfico. Se pone a disposición del lector una minuciosa reconstrucción de contextos históricos y culturales, intercambios personales y textos de específica importancia para entender la ideología política de Zambrano. Para entonces ella era defensora de un modelo de intelectual comprometido —aunque lo modifica explícitamente en su intervención en La plática de La Habana, conferencia de intelectuales que se celebra en esta ciudad en 1943—, que era la ideología que ella practicaba en los años treinta y con la cual se identificaba dentro de la izquierda chilena. Un eco de este contexto y de este pensamiento, pero ahora reubicado dentro de coordenadas más amplias, no bélicas ni sociales, sino filosóficas y filológicas, es lo que entrega el texto de Francisco Martín Cabrero, que sigue indagando en el humus de la razón poética dentro de contextos y textos chilenos. Su rigurosa mirada descubre conexiones entre el concepto de razón poética —que vemos brotar entre la solidaridad y el dolor que ella experimenta en lo más sur de América— y el proceso de diálogo conceptual, sobre todo con Antonio Machado, que nutre el fondo del famoso oxímoron zambraniano.

Su primera vivencia como exiliada tuvo lugar en México. Son varios y muy documentados los estudios sobre la estancia mexicana. La bibliografía disponible ha cubierto contextos generales de su llegada a México, la estancia en la Universidad de Michoacán, las publicaciones de esta etapa en revistas mexicanas importantes, los contactos con intelectuales exiliados, los intercambios con escritores mexicanos, en particular con Paz, entre otros tópicos. Por eso resulta tan atractiva la propuesta de Alberto Enríquez Perea, que, centrada en la relación de Zambrano con Alfonso Reyes, aborda en documentado paralelo las trayectorias de ambos intelectuales en los tiempos en que coinciden en México. Perea arroja luz sobre las «sincronías» desde varias zonas: la visión íntima, usando citas de los Diarios de Reyes y de la correspondencia de Zambrano; desde una perspectiva profesional, con abundante información sobre las publicaciones y conferencias que ambos dieron en aquellos años y desde una amplia mirada humanística que se necesita para explicar el respeto mutuo que sentían el uno por el otro. Con delicadeza, apunta Perea las múltiples instancias en que Reyes apoyó a Zambrano, y también reconoce cómo ella apreció su excepcional altura moral e intelectual llamándolo un «mediador». Porque eso fue en la arena pública y política Alfonso Reyes, siguiendo —como sugiere este ensayo— el ejemplo de Goethe, aunque en la admiración a esta figura, como se sabe, no coincidieron el mexicano y la española.

Afortunadamente, para esta sección también contamos con el aporte de la profesora Amparo Zacarés, que se centra en un aspecto del desarrollo del pensamiento de Zambrano y reflexiona sobre los campos del logos y de la poesía en el libro que ella escribe en Morelia: Filosofía y poesía (1939). Primero, advierte la académica, quizás por gratitud a los anfitriones, y acá se deben tener en cuenta aquella serie de tres conferencias, Pensamiento y poesía en la vida española, que ofreció bajo los auspicios de Casa de España en la Ciudad de México, y la publicación en la revista Taller del primer capítulo de Filosofía y poesía, que luego entrega como libro a Siglo XXI. Luego, por «utópica vocación», esa que Zacarés sigue rastreando en otros textos de Zambrano para proponer que hay en ella una «pedagogía de lo simbólico» que podría ampararnos en la «intemperie» de estos tiempos.

En este empeño de cubrir los diálogos de Zambrano con personalidades mexicanas —aunque este intercambio tiene lugar cuando Zambrano vive en Europa en los años sesenta y setenta— como contribución al monográfico, inserté una segunda nota sobre su correspondencia con Laurette Séjourné, arqueóloga italo-francesa-mexicana. Estas cartas iluminan el interés de la filósofa española por las culturas del México antiguo.

María abandona México de un modo un tanto abrupto y controversial, y comienza su periplo entre las dos grandes islas del Caribe entre los años 1943 y 1953, con estancias más largas en Cuba, pero con impactante presencia en Puerto Rico. En sus interacciones con intelectuales prominentes de la isla, se destacan las que tuvo con Luis Muñoz Marín y Jaime Benítez, así como su amistad con Inés María Mendoza, ya estudiadas, entre otros, por Ruiz, Quirós y Avilés-Ortiz. También se han analizado contextos específicos, como el político-cultural (Cañete), el editorial (Fenoy), el arquitectónico (Burgos-Lafuente). Aspectos más generales de su vida y obra en esta isla comenzaron a estudiarse desde temprano (Arcos, Moreno Sanz y Abellán, entre otros). Zambrano tuvo la fructífera oportunidad de formar parte del momento histórico en que Puerto Rico se lanzaba simultáneamente en brazos de la industrialización y en pos de una esperada independencia, cara y cruz de la modernidad en la isla.

Sobre su productiva estancia entre islas del Caribe, un ensayo de Roberta Johnson se dedica al estudio de varios textos escritos en esta etapa. Johnson discute «Eloísa o la existencia de la mujer» (Sur, 1945), «Delirio de Antígona» —el ensayo que antecede a la obra de teatro y que aparece en la revista Orígenes en 1948— y el libro de memorias Delirio y destino, publicado mucho más tarde pero escrito en La Habana en 1952. Su análisis destaca la perspectiva de género, lo que lleva a Johnson a preguntarse hasta qué punto las circunstancias personales, en particular la crisis evidente de su matrimonio con Aldave, pudieron repercutir en este enfoque tan centrado en temas de la libertad de la mujer. Uniendo con prudencia vida y obra en Zambrano, el ensayo de Johnson se pregunta también por la influencia que pudo tener la cercanía intelectual a Gustavo Pittaluga, quien por estos años ha publicado Grandeza y servidumbre de la mujer (1946), que Zambrano reseña ampliamente en la revista Sur al año siguiente. Anoto al paso que esta revisión del trato de Zambrano con las figuras femeninas, en la que habría que incluir la Nina de Galdós, como ya ha hecho Johnson en otros textos, al producirse en la circunstancia del exilio, abre otro camino a explorar para entender cómo se desarrolla en la obra zambraniana el concepto de piedad como trato con lo otro y cómo la representación del sujeto sacrificial va tomando forma después de la etapa en que la representación del pueblo —que no la masa— tuvo un lugar predominante en la etapa política de su escritura en Chile.

A Cuba regresó en 1940 por invitación de José María Chacón y Calvo, a quien había conocido en España, aunque siempre se diga, y tampoco es incierto, que acude al llamado de José Lezama Lima. A este lo conocía de antes, de su primera y breve estancia habanera, y desde el primer encuentro se reconocieron como pares. Lezama, con su utopía de la teleología insular, alimenta ese sentido de utopía que Zambrano siente en la isla plasmado en su bello escrito «La Cuba secreta» (1948), donde incluye la imagen de Cuba como su patria prenatal. También a Puerto Rico ha dedicado antes un texto de carácter utópico, «Isla de Puerto Rico: Nostalgia y esperanza de un mundo mejor» (1941), pero enfatizando el carácter de metamorfosis propio de las islas, una idea de hondo alcance filosófico y, quizás, también inspirada por la situación política de Puerto Rico. Pero, sin duda, en lo referido a la escritura ensayística de Zambrano, tuvo más peso la huella de la estancia cubana, quizás porque en su capital se detuvo más tiempo y publicó más, como se refleja en los estudios recogidos en estas páginas. Nos detenemos en ellos.

Una figura tutelar de la cultura cubana, segundo en influencia para otras generaciones después de José Martí, fue José Lezama Lima, quien dejó una impronta en Zambrano, así como ella en él. Un área poco explorada de la relación entre ambos la ofrece Ivette Fuentes al investigar sobre los puntos de contacto entre el pensamiento de la filósofa y el poeta cubano con la cosmovisión sufí, de la cual toma la española la definición de «hombre verdadero», que tan bien representa al cubano cuando Zambrano escribe su sentido obituario en 1977. Fuentes logra adentrarse en las figuras particulares del lenguaje que comparten Zambrano y Lezama, despiezando metáforas que son las fuentes de luz que ambos comparten con la sabiduría de los místicos árabes.

Otra mirada sobre el mundo que compartió Zambrano con Lezama nos llega a través del especialista en Lezama José Prats Sariol, quien expone al lector una vía más íntima a la que él tuvo acceso gracias a su amistad con Lezama. Porque ese «hombre verdadero» en que se transmuta Lezama después de su muerte es el esposo que llora su viuda —María Luisa Bautista, quien encuentra en su correspondencia con Zambrano un consuelo piadoso a la vez que palabras de esperanza—. La española, veedora profunda detrás de los hechos de existencia terrenal, sabe acompañarla en su duelo. Ambas rezan, se unen en la fe y recuerdan los salmos preferidos de Lezama, ofreciendo al lector una oportunidad única de calar en el hondo catolicismo que Zambrano nunca abandonó, sin que esto la apartara de búsquedas heterodoxas entre pensadores griegos y sufíes. La «querencia de la amistad» entre Zambrano y Bautista se narra con delicadeza en el ensayo escrito por Prats Sariol desde la «experiencia vivida» de haber tratado a esa admirable criolla con quien Lezama vivió en su inxilio de Trocadero, 162.

El tercer texto sobre Cuba se debe a María Elizalde y va a rescatar una sororidad habanera, aquella que establece con la escritora y etnóloga Lydia Cabrera, quien vincula a Zambrano al mundo africano latente dentro de la identidad cubana. Muy interesante el nexo que el artículo establece entre ambas y Federico García Lorca en una apretada síntesis que une el Caribe y Andalucía y que, en lo más profundo, conecta los saberes que provienen de los «chicherekús» del campo cubano y de los duendes lorquianos con esa fuente viva que es la razón poética zambraniana. Leyendo este texto de Elizalde, me pregunto si esas memorias de La Habana que le mostró Cabrera ayudan a Zambrano a sobrevivir la soledad del frío Jura francés que vivió años después, si esa naturaleza mestiza caribeña que enriqueció sus sentidos y la alegró en momentos de pérdidas personales no fue ya para siempre parte de ese ser que ella sabe que está llegando a su culminación en aquellos parajes remotos de su exilio europeo.

El texto de Shelby Hennessy difiere de otros incluidos en el hecho radical de relacionar a Zambrano con una escritora a la cual no pudo conocer: la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien había nacido un siglo antes. Sin embargo, en el novedoso marco teórico de Hennessy, es posible vincularlas por medio de la experiencia de la maternidad frustrada por la pérdida de la criatura que ambas sufrieron. Este estudio plantea la posibilidad de una expresión —y redención— del duelo en la escritura femenina. Haciendo uso de la teoría de la «metáfora del nacimiento», Hennessy lee a ambas autoras y revela la huella de esta experiencia en las respectivas creaciones literarias de la veleña y la camagüeyana.

Aunque ubicado en una sección diferente dentro del monográfico, quiero cerrar las referencias que vinculan a Zambrano con México presentando el texto de Rosa Mascarell. Su trabajo da cuenta de la amistad que unió a Zambrano con el pintor Juan Soriano y se detiene en las apreciaciones de la filósofa sobre su pintura y sobre este arte en particular. Pintora ella misma, conocedora profunda de la obra zambraniana, privilegiada observadora de sus procesos de creación por haberla asistido en el período en que se establece en Madrid, Masca- rell ofrece un ensayo híbrido donde sus impresiones personales resultan enormemente valiosas para entender la crítica de pintura en Zambrano, aspecto importantísimo de su producción. Si bien Soriano es de origen mexicano, proponemos en este monográfico que también se lea la relación entre la filósofa y el pintor desde la experiencia de la amistad que los une cuando se conocen en Roma, lejos ambos de su lengua y su gente. ¿Es que el apego se experimenta diferente entre dos seres que se sienten extranjeros? La patria de la amistad no fue ajena a Zambrano, como a tantos exiliados, pero en particular la ciudad de Roma fue un espacio de creación de sizigias, de goce a pesar de la precariedad. Amigos exiliados españoles como Diego de Mesa y Ramón Gaya la recuerdan feliz mostrándoles la Via Appia, alimentando gatos callejeros con Araceli, en íntima comunión con Vittoria Guerrini y Elémire Zolla o de nuevo en efervescente actividad editorial en revistas a las cuales la vincula la influyente Elena Croce, entre otras la controversial Boughete Obscure.

Si nos detenemos en vínculos íntimos, no creo que hasta hoy se haya apreciado como merece la amistad entre María Zambrano y el poeta panameño Edison Simons. Por eso celebro el ensayo que nos entregó Manuela Moretti para esta antología, que penetra más en el tema. Como se sabe, existe una recopilación de las cartas cruzadas entre ambos en español titulada simplemente Correspondencias (1993), que se ha visto aumentada por otra en italiano: La nostra patria segreta. Lettere e testi (2013), de la cual Moretti es traductora. Pero se precisan más estudios que valoren este intercambio en relación con la obra de la filósofa española y con la obra del poeta panameño. Los textos ahora están disponibles y ya no basta con aludir a esa amistad citando la famosa llamada de Zambrano a Simons casi en su lecho de muerte, unos días antes de ser internada en el hospital de La Princesa de Madrid. No hay biografía que no la mencione. Pero ¿qué hay detrás de esa voz que busca el oído cómplice del amigo poeta para decirle: «Estamos en la noche de los tiempos, Edison Simons, hay que entrar en el cuerpo glorioso»? El texto de Manuela Moretti abre un camino en este empeño y señala dos rutas: indagar en la afinidad que ambos sintieron por la figura de Lucrecia León, fruto de lo cual publican un libro en colaboración con Juan Blázquez Miguel: Sueños y procesos de Lucrecia León (1987), y comprobar el estatus de guía que Zambrano adquiere para Simons. Ya Buttarelli, editora de la nueva antología en italiano, ha señalado como ambos coinciden respecto al lugar que ocupa la poesía como expresión de ideas filosóficas, así como la atracción que profesaron por los campos del llamado esoterismo. Hay constantes menciones en las cartas a temas relacionados con la gnosis, la alquimia, «la tradición», y entre ellos usan un lenguaje críptico que tiene detrás lecturas comunes y deja el sabor de la complicidad entre dos iniciados que se identifican con ciertas palabras en clave y a veces en griego en el original. Pero se requiere, en mi opinión, un mayor adentramiento en la obra poética del panameño y quizás también en su no menos poética vida nómada para entender mejor los temas que comparten. Su libro más conocido, Mosaicos (2009), tiene detrás de sí una estética que obviamente comparte quien escribe Notas de un método (1989).

Venezuela también acogió la obra de Zambrano, aunque esta nunca la visitara, que nos conste. La española recibió una o varias becas de la Fundación Fina Gómez que le permitieron avanzar en su obra en el período del exilio europeo, como reconoce en las notas de agradecimiento que acompañan la publicación de su libro Claros del bosque, así como la reedición de España, sueño y verdad, tal y como ambas ediciones aparecen en las Obras completas de Zambrano que edita Galaxia Guttenberg.

Es muy probable que la mediación de Reyna Rivas facilitara la obtención de dichas becas o al menos eso se ha sugerido. Sin embargo, el artículo sobre la poeta venezolana Reyna Rivas que recoge este monográfico no vuelve sobre las múltiples anécdotas que dan fe de la intensa amistad que las unió ni tampoco se basa en la abundante correspondencia entre ambas. Goretti Ramírez, quien ha trabajado con rigor la crítica literaria de Zambrano, ejerce ella misma la crítica y estudia la obra poética de Rivas, en particular el libro Memorables, para establecer el magisterio ejercido por Zambrano en Rivas, tanto respecto a motivos temáticos (la tensión entre el pasado y el futuro) como al empleo de ciertos recursos literarios (uso del tiempo verbal antefuturo), estableciendo una dinámica iluminación entre las poéticas de ambas. Es este, entonces, otro de los textos donde se pone la razón poética en acción para estudiar el legado de Zambrano en América Latina.

Juan Bosch no es solo una pieza más del rompecabezas, sino una pieza hasta hora muy oculta dentro de la selva de referencias a las amistades caribeñas de Zambrano, donde Bosch parece ser solo una nota al pie. El artículo del académico David Álvarez Martín nos permite avanzar un poco más dando noticia de los contactos entre ambos pensadores. Al igual que Zambrano, Bosch perteneció al grupo selecto de intelectuales hispanos que Jaime Benítez trajo a las aulas de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, protegiendo a los autores de las amenazas de las dictaduras en sus respectivos países y enriqueciendo la oferta cultural de la universidad. Bosch huía de la dictadura trujillista, que le llevó a estar fuera de la República Dominicana desde 1938 hasta 1961, un exilio casi tan largo como el de Zambrano. Coincidieron también en Cuba y en 1943 ella oficia como testigo de la boda de Bosch, lo que indica la amistad que los unió. El texto de Álvarez revela esos detalles e invita a futuras investigaciones, donde es muy posible que encontremos afinidades en el pensamiento político.

La figura de César Vallejo en Zambrano fue el tema escogido por la poeta e investigadora Rita Martín. Su texto abre con la alusión al breve encuentro físico entre ambos en el marco del II Congreso de Escritores Antifascistas, celebrado en Valencia en 1937. Es muy sugestivo que Martín recurra a la apreciación que hizo Elena Garro sobre Zambrano y Vallejo en el marco de ese congreso, adonde ella asistió con su entonces esposo Octavio Paz. La investigadora cubana recupera a la escritora mexicana para enfatizar, con las palabras de Garro, que la española y el peruano eran «cómplices desertores de los extremismos políticos». Pero a Martín le interesan otros puntos de contacto, no solo la disidencia ideológica de ambos. Según su ensayo, entre ellos se establece un «arco intangible» en la preocupación compartida por el ser no como ente abstracto, sino como humanidad sufriente. Zambrano, que recuerda haber contemplado en silencio a Vallejo con ocasión de coincidir en Valencia, destaca en su texto «El misterio de la quena» que la cabeza del poeta «parece no estar revestida de carne», sellando la mística una imagen del peruano, a lo que sigue aquella frase tan citada a propósito de aquel encuentro sin palabras: «El indio verdadero y la España de verdad se han entendido». La lectura de Martín ofrece claves para que confiemos en esta impresión de Zambrano.

¿Cuánto le dio Zambrano a América? No se puede hacer saldo, porque ni esta ni otras muchas antologías agotarían el tema; el legado vive en distintas generaciones. Estamos en el 2022. Los jóvenes cubanos rescatan al gran Lezama, con él y con Zambrano cantan a las ruinas de La Habana, que se resiste a entregarse a la desidia de un régimen obsoleto; en Chile, otra vez la izquierda parece comunicarse con el pueblo en esa fiebre por la justicia social que la española vivió y apoyó durante su estancia en este país; Puerto Rico no entrega su cultura, pequeña y frágil, batida por huracanes y apaños políticos con Estados Unidos, la isla mantiene el orgullo por su hispanidad. Así podría seguir enumerando vigencias que se multiplican, transformadas por la historia, de la influencia que dejó Zambrano, por hablar de lo visible.

¿Qué recibió a cambio? «América, tan maternal, tan ancha», le devolvió su amor al ofrecerle una intensa red de relaciones humanas e institucionales que sostuvieron su soledad de exiliada y enriquecieron su pensamiento. Creo que la filósofa, que hizo de su estancia en Roma la apoteosis de su asimilación de la cultura clásica, estuvo más preparada para esa síntesis cuando al pasar por el Caribe supo apreciar la nobleza de la cultura negra; creo que la escritora que encuentra el lenguaje de la mística en el paisaje del Jura francés es la misma que nunca olvidará violetas y volcanes contemplados en México. En suma, creo que fue la memoria de América la que le hizo amar su exilio y me parece que lo reconoce en aquella carta que custodia la Fundación María Zambrano escrita el 12 de marzo de 1951 a Josefina Tarafa, una de sus amigas y mecenas cubanas: «Así que estoy entre dos mundos, entre dos continentes: no soy la única y creo que se trata de una situación de privilegio desde el punto de vista moral e intelectual».

Fuentes y bibliografía

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TSN nº13, 2022. ISSN: 2530-8521