Título: Mira la vida
Autora: María Antonia García de León
Editorial: Sial/Fugger Poesía
Año de edición: 2022
ISBN: 978-84-18888-65-6
Es un consenso generalizado entre la crítica literaria que la principal cualidad que debe tener un novelista es gran capacidad de observación. Una terraza al aire libre, un paseo sin destino fijado de antemano (lo que los franceses llaman flânerie), una conversación entre amigos… pueden servir al escritor no solo de germen para el nacimiento de una historia, sino también de marco y reflejo veraz de las distintas hablas y preocupaciones del común de la gente. Basta (y no es poco) con permanecer atento.
Y María Antonia García de León va a titular su última entrega poética con un título tan directo, elocuente y expresivo, Mira la vida, que parece estar describiendo precisamente el oficio de narrador. Después de Soy tú. Poesía reunida 2010-2020, aquella extensa y cuidada recopilación de los poemarios publicados a lo largo de esa década por la autora, la poeta va a dar comienzo con este título a la que será probablemente una nueva etapa en su ya larga trayectoria.
Decíamos en otra ocasión que, si hubiera que sintetizar la poética implícita en la obra de García de León en una sola corriente (o incluso adjetivo), esta sería la de «poesía neorromántica», en el sentido más hondo y literario del término: el que nace de la conjunción entre la prevalencia del yo, la búsqueda de la libertad y el reflejo de las emociones a través de la naturaleza. Y aunque sean muchos los ejemplos con estas características que podemos entresacar a lo largo de su más reciente poemario, Mira la vida, la intención última del texto es ya otra.
En uno de los primeros poemas del libro, «Poema del vacío», García de León mira/contempla (y describe, como adelantado aprendiz de narrador) los restos de una cena recién acabada para seguidamente, y en medido salto mortal, ir más allá y convertir «el escenario abandonado» (a la manera barroca) en una desalentadora metáfora de la vida vivida como banquete irrecuperable, como agua que se nos escapa de las manos. Porque es cierto que tempus fugit y que al final solo quedan las cenizas.
Consumado el vacío,
el escenario de la vida es
el esqueleto de lo que sucede.
Por tanto, no se limita ahora García de León a que su poesía sea simplemente un reflejo emocional y subjetivo del mundo que nos rodea, sino que la poeta sabe trascender cualquier acontecimiento cotidiano, ir más allá, y transformarlo en templadas reflexiones metafísicas. El poema nace de la mirada (aunque es imprescindible saber mirar), pero también del recuerdo (siempre subjetivo) y de la reflexión posterior. Como las buenas fotografías, un poema debe no solo congelar un instante, sino también, y eso es lo realmente definitorio, movernos a reflexión y, si es posible, servir de germen para la transformación del conocimiento.
A través de las cinco partes en que se divide el poemario (con el añadido del opúsculo independiente, «Aquella terrible y bella primavera», tributo irrenunciable a los acontecimientos recientes), la poeta realiza un hermoso (y reflexivo) recorrido por los grandes temas de la poesía clásica: el paso del tiempo, la memoria de la infancia, el consuelo de la música (tan cercana a la poesía), la ausencia, el amor, la construcción del yo… Todo ello, como siempre, basado en el decir cotidiano y la palabra exacta. A veces, muchas de estas preocupaciones se entrecruzan en el mismo poema, como en el nostálgico «Ayer soñé que estaba contigo».
Te dejo.
Vuelvo a recorrer el camino de ayer.
El mismo reservado
donde cenábamos anoche.
¿El mismo?
[…]
Miento, todo es otro.
Un toque de tristeza
ha teñido todo de otredad,
de rencorosa ausencia.
En otras ocasiones, la construcción del yo se tambalea y la poeta es consciente de que poética explícita y poética implícita no siempre van de la mano. El amor, como rayo certero, es capaz de hacer tambalear las más íntimas y fuertes convicciones, porque su poder, el poder del amor (tal y como defendía el romanticismo decimonónico), nubla y subvierte la razón. Así queda de manifiesto en «Al parecer, ella juró», un delicioso poema a mitad de camino entre la declaración amorosa y la afirmación metapoética.
Juró no escribir poemas de amor.
Juró no escribir ni de humedades,
ni de muslos, ni de su suave piel.
Ni de digestiones eróticas,
que el vate se obstina en cantar.
Sin embargo,
escribo, hoy, este poema,
pensando en ti.
Y quizás sea la metapoesía el tema clave (y semioculto) que recorre todo el libro. Precisamente «Metapoética» es el título que recibe la quinta y (no por casualidad) última parte del poemario. En este conjunto de diez poemas García de León no solo explicita de forma razonada su poética personal, sino que también da cuenta y homenajea a la que ella misma llama su «genealogía poética», aquel grupo de escritores (no todos ellos necesariamente poetas) que a través del tiempo han ido conformando su decir. Porque tal y como nos recuerda la cita de Borges que abre esta sección: «Todo escritor crea sus antecedentes». Así, se suceden alusiones a Yeats, Kundera, Glück, Carson, Sexton, Joan Margarit, Lord Byron, Cortázar o Rilke, un nutrido y variado compendio de la mejor creación literaria (aunque quizás sea el poeta Joan Margarit, el nombre más repetido a lo largo de toda la trayectoria de García de León, su más firme y duradero eslabón) cuyas lecturas, de alguna manera, han servido para ir trazando/desbrozando el camino recorrido hasta ahora. Puede servirnos de ejemplo el poema «La insoportable levedad del yo», diálogo ficticio entre Yeats y Kundera en el que la poeta da cuenta de sus propias contradicciones, las personales y las metapoéticas, y se aleja del manido concepto de la creación poética acuñado por el romanticismo literario: la poesía no es producto de las caprichosas musas, sino del esfuerzo y el trabajo diario.
Está llena de buenas intenciones,
repleta de dignos sentimientos.
Es el deporte que practica con los otros,
pura retórica.
Cuando se queda a solas,
se enfrenta a la insoportable
levedad de su yo.
Comienza la batalla,
nace la poesía.
Aunque quizás el poema más definitivo sea el último de la serie, «Sobre la poesía y de aquellos que llamamos nuestro amor» (en esencia, una libérrima reescritura de la conocidísima epístola de san Pablo dedicada al amor), título en el que García de León funde «amor» con «poesía» y que está construido a la manera de las sentencias tradicionales (o a veces incluso cerca de la histórica greguería). Entre ellas, la más honda y ambigua es la número 15: «El amor ejecuta todos los actos que hizo Dios en la Creación: separa y ordena, da identidad y nombre, confirma y celebra». Si sustituimos la palabra «amor» por la palabra «poesía», tal y como sugiere el título del poema, nos encontramos con toda probabilidad ante la más certera y aguda reflexión metapoética contenida en el libro:
La poesía ejecuta todos los actos que hizo Dios en la Creación: separa y ordena, da identidad y nombre, confirma y celebra.
Tal y como García de León nos enseña implícitamente en este Mira la vida, su último poemario.
María Antonia García de León tiene tras de sí una larga y fructífera carrera profesional dedicada especialmente a profundizar y reflexionar sobre las relaciones entre género y poder. A ella se deben estudios pioneros en la lucha por la igualdad como Las académicas (profesorado universitario y género), publicado en 2001, o Rebeldes ilustradas (La otra transición), de 2008. Como poeta ha publicado más de una docena de títulos, entre los que destacan El yo conquistado (2016), Mal de altura (2019) y Soy tú. Poesía reunida 2010-2020 (2020).