Rafael Alvarado junto a dos de sus obras en la exposición La ciudad laberinto.
¿Cómo recuerda a aquel niño que quiso ser artista? ¿De qué manera nace su vocación por el mundo
del arte?
Precisamente nos encontramos en el Ateneo de Málaga, un lugar que ha tenido distintos usos a lo largo del tiempo. Uno de ellos fue como Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, donde yo empecé con doce años. Todavía recuerdo las escaleras de niño, subía los escalones de dos en dos para asistir a las clases de dibujo. En mi caso, tuve la suerte de nacer en el centro histórico, al lado del antiguo Museo de Bellas Artes, y al ser un niño estaba familiarizado, porque entraba en el museo y veía los cuadros, lo cual me produjo una impresión bastante grande.
Fueron sus abuelos, Lola y Rafael, quienes le apoyaron a los doce años para ingresar en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos.
Yo dibujaba en la escuela y un día el maestro habló con mis abuelos y les dijo: «Este niño no para de dibujar, deberían apuntarlo a alguna escuela», y me apuntaron aquí. Ellos siempre apoyaron que yo me dedicara a esto, algo que es complicado, ya que en un entorno humilde estas cosas se ven muy fuera de lugar. Así que sí, tuve la suerte de que me apoyasen mis abuelos.
En aquellos primeros años, ¿qué artistas comenzaron a llamar su atención?
Los artistas que recuerdo que a mí me impactaron muchísimo en la escuela y que hacían que me desviase un poco de la formación académica eran, sobre todo, posimpresionistas como Paul Gauguin, Henri Matisse, Vincent van Gogh y Pablo Picasso, entre otros. En aquel momento teníamos todavía una formación heredera del siglo XIX en la que se dibujaban estatuas, bodegones, etcétera, y me acuerdo de que cuando intentaba hacer cosas distintas los maestros se enfadaban. Yo tuve como profesores a Virgilio Galán y Pablo García Rizo, pintores profesionales que en aquellos tiempos también daban clases de pintura; no es como ahora, que son licenciados en Bellas Artes. La formación que ellos tenían era muy costumbrista, pero a su vez te enseñaban los elementos de lo que es el oficio. Les debo mucho, ya que te enseñaban cosas que hoy en día no se suelen hacer y que eran importantes, como, por ejemplo, conocer todo lo que es el planteamiento técnico. En aquellos tiempos, en la escuela, cuando veían que un niño tenía cierta inquietud, le prestaban más atención y le enseñaban más cosas de las que normalmente solían explicar. Virgilio me bajaba a un taller que tenía para hacer la cola de conejo, el blanco de España, y preparar las telas. Eso no se lo contaba a todo el mundo. Entonces te enseñaban cosas por si tenías perspectivas de ser más profesional en esto.
En 1994 le otorgan la Beca Picasso del Ayuntamiento de Málaga y en 1998 el I Premio de Grabado Ateneo Universidad de Málaga. ¿Qué significó para usted recibir estos galardones?
La beca fue fundamental por dos cosas: por la cuantía económica y por una exposición al cabo de un año en el actual Museo Picasso. Eso imponía muchísimo respeto, estuve un año entero dedicado en cuerpo y alma a hacer una obra potente que, de alguna manera, estuviera a la altura de esa beca. Para mí fue un antes y un después, supuso un apoyo económico, artístico y moral, y además me permitió viajar y salir a lugares como París. Y la del Ateneo también, ya que he tenido mucha vinculación con este lugar montando exposiciones y debates, y he sido vocal de Artes Plásticas. He estado muy ligado, de manera bastante intensa, al Ateneo, sobre todo en el período en el que estaba de presidente Antonio Morales. De hecho, este edificio se inauguró con una exposición que organicé yo que se llamaba Fuegos de San Telmo, la cual marcó un antes y un después, ya que no se había hecho nada igual en la ciudad. En un edificio que llevaba abandonado veinte años, elegí a dieciséis artistas de la ciudad y realizaron intervenciones en todo el edificio, lo que causó muchísimo impacto en el año 2000. Para mí, volver a exponer aquí después de tanto tiempo es muy emotivo, me sirve para recordar cosas y vivencias.
Ha expuesto en diferentes lugares, como Madrid, Alemania, Italia e incluso Washington, y además en un par de ocasiones ha compartido espacio expositivo con Chema Lumbreras. ¿Qué relación guarda con él y su obra?
Yo conocí a Chema, pero no tenía con él la amistad que tenemos hoy en día. Compartir estudio con él fue una experiencia maravillosa, es descubrir a una persona y un artista. La convivencia con un artista es muy enriquecedora, porque ambos veíamos nuestros trabajos y se producía un intercambio y una experiencia de crecimiento. La convivencia con artistas me parece que es una experiencia estupenda, sobre todo porque creces como persona y como artista. Yo descubrí lo maravilloso que era Chema como persona, que es un encanto, pero también descubrí el gran artista que yo ya sabía que era. Fue una experiencia muy enriquecedora en todos los sentidos, de hecho, tenemos una gran amistad a raíz de esa convivencia.
La sombra del turista es alargada, obra de Rafael Alvarado.
En 2021 presenta en el Ateneo de Málaga la exposición llamada La ciudad laberinto. Cuéntenos el porqué de dicho título y qué ha querido reflejar en ella.
Esta exposición está planteada como una reflexión sobre las ciudades en general, las cuales suelen ser un poco laberínticas en el sentido de que te pierdes por ellas, que vas buscando y mirando. En ese aspecto, aquí lo de laberíntico tiene un sentido un poco peyorativo, en cuanto a que han acabado siendo un laberinto por la masificación turística, que en el fondo oculta la ciudad. Los turistas vienen a ver una ciudad, los llevan a distintos puntos y hay determinados lugares que no ven porque no los llevan y porque van adocenados. Hay una mirada a la ciudad oculta, a la ciudad crítica, otra mirada de la ciudad en definitiva, y tiene que ver con eso. Por eso hay escenarios en la exposición de distintas partes de la ciudad, que yo los he planteado con un sentido crítico. Por ejemplo, el caso de los souvenirs de Picasso o estos personajes que aparecen haciendo mimo por la calle para atraer la atención del público. Todos estos elementos que no están en la ciudad, pero que tienen una presencia a raíz de la visita turística, cambian el paisaje de la ciudad. La ciudad se va pareciendo cada vez más a un parque temático y se va concentrando todo en lo que es el centro de la ciudad, y como que la periferia no interesa ni siquiera en lo referente a la inversión. Es decir, los museos están en el centro de la ciudad y es ahí donde se hace la inversión, pero no se tiene en cuenta el extrarradio. Todo eso es una forma de entender la ciudad que, en mi opinión, es totalmente errónea, porque se concentra todo en un punto y se abandona todo lo demás. En estos momentos de crisis es bueno repensar qué tipo de ciudad queremos y qué imagen de ciudad queremos dar. La exposición gira en torno a esa idea de repensar la ciudad, de una mirada crítica de la ciudad, escenarios de la ciudad que en cierto modo son transformados a raíz de esa presencia turística masiva.
¿Y desde el punto de vista plástico?
Para mí es muy importante la pintura, los valores plásticos y pictóricos de la obra, que la obra se defienda por su lenguaje autónomo independientemente de los mensajes que esté dando, pero que la obra funcione también desde el punto de vista visual, plástico, estético, que tenga fuerza, que tenga un compromiso con la contemporaneidad. En ese sentido, la exposición plantea retos dentro mi trayectoria artística, esa fusión entre la figuración y la abstracción, ese componente expresionista que tiene la obra, el elemento cromático. Yo soy un artista con el que el color pasa más bien a un segundo plano y en esta muestra hay obras en las que el color está presente y tiene más presencia que en otras.
Llama la atención especialmente el cuadro que contiene la frase «La sombra del turista es alargada». ¿Qué significado tiene?
Tiene que ver con el famoso libro de Miguel Delibes. Evidentemente, se refiere a esa mirada del turista que no es tan positiva, que está vista en negativo. El turismo tiene un aspecto positivo que da cierta vida a la ciudad. Es alargada porque es excesiva, ya que acaba modificando el paisaje e incorporando elementos que no son del todo integradores, sino más bien todo lo contrario. Disgregan esa mirada del paisaje que es más profunda, que va más allá del momento, del instante, en el que además van en un segway y digamos que tienen una visión muy rápida de la ciudad, tanto que yo no sé qué es lo que ven. Por eso aparecen ratas, que son símbolos de muerte. Málaga es una ciudad que da la impresión de estar siempre en construcción constante, es una ciudad que siempre se está haciendo. Es una ciudad inconclusa, continuamente está haciéndose, lo que metafóricamente es como la primera pintura, está en proceso, que a mí es una cosa que me interesa mucho, la parte procesual. Por eso también aparece en las obras de vez en cuando un montón de arena con ladrillos, que es esa idea de estar siempre en obras. Se ve un turista y de pronto hay un montón de ladrillos, de obras y un plano de la ciudad, esa ciudad que se está haciendo continuamente. Creo que Málaga está en construcción permanente.
Sin pretenderlo, a priori, ha reflejado en dichos cuadros una realidad bastante premonitoria de la situación vivida con la crisis sanitaria.
Es una cosa muy curiosa, porque cuando hice esta obra fue antes de la pandemia. Curiosamente, estos símbolos de calaveras, símbolos negativos, de sombras y tal estaban en mi mente, pero yo no me podía ni imaginar que se iban a hacer realidad. No pasaba por mi imaginación, ya que daba la sensación de que esto era ya para toda la vida. Y de pronto, yo no me podía imaginar que un virus pudiera cambiar y llevar la obra que yo había realizado, este pensamiento de sombras, oscuro, crítico con el turismo, políticamente incorrecto, a la realidad. Sin embargo, es curioso porque los artistas tenemos un sexto sentido, una manera de perseguir la realidad en la que podemos adelantarnos a cosas que todavía no han ocurrido y pueden ocurrir. Un poco también como los escritores y los artistas en general. Creo que hoy más que nunca hay metodología de trabajo, incluso en el ámbito de la publicidad y otras muchas disciplinas, en las cuales se cuenta con un artista o escritor porque su visión puede anticiparse a cosas que todavía no están, pero que pueden venir. Por todo esto, la exposición ha sido muy oportuna, ya que hacerlo en plena historia del turismo hubiera tenido muchísimo menos efecto. Hacerlo ahora que no hay turistas y tratar el turismo me parece una oportunidad única. Es el marco más adecuado.
Gran parte de su obra cuestiona el mundo en el que vivimos y se enfoca en la denuncia social. ¿De qué manera lo aborda en sus cuadros?
Yo arranco en 2006, que hice una exposición sobre el tema de la inmigración en el Centro Cívico y entonces, a raíz de ahí, desarrollé un tipo de obra distinta, como más romántica, con una mirada más fuera de los acontecimientos sociales, enfocada al paisaje, más interior, menos vinculada con el exterior. A raíz del impacto que me supuso ver continuamente la llegada de pateras en los medios de comunicación —la televisión, pero también la prensa escrita y sobre todo fotografías que no solo me impactaron bastante, sino que incluso me parecían muy interesantes desde una perspectiva visual—, fui coleccionando recortes de periódico. Todas las imágenes que veía y me parecían interesantes las recortaba y las iba guardando. Entonces, llegó un momento en el que tenía un archivo de imágenes para trabajar y dirigir mi trabajo hacia otros planteamientos donde tuviera más presente la preocupación social del tema de la inmigración, pero por otro lado también un cambio de imaginería que era muy impactante. A mí siempre me ha interesado el retrato y entonces pasé del retrato íntimo de amigos y familiares a un retrato social, es decir, aparecía en definitiva el retrato, las cabezas o figuras, en este caso con una mirada más hacia lo social, hacia el aspecto humanista de sufrimiento y dolor que causa este tipo de imágenes y de situaciones. Por ello, desde 2006 hasta 2013, incluso más, estuve trabajando sobre esas temáticas. Yo creo que esta exposición se desliga ya de esa temática e inaugura otra nueva.
Dado su interés por el concepto de frontera y los desplazamientos migratorios expuestos en colecciones como Papeles para todos y Papeles confidenciales, ¿cómo ve esta problemática en poblaciones como, por ejemplo, las procedentes del Triángulo Norte de Centroamérica hacia Estados Unidos?
Hay una problemática de inmigración sobre todo con el tema de las fronteras. Este es un tema en el contexto europeo que tiene que ver con todos los países, no es un problema que afecte solo al país que recibe a los inmigrantes, sino que es un problema europeo, global. Desde luego, no se resuelve con levantar vallas y muros, aunque sea lo más fácil. De entrada, ningún ser humano tiene que ser considerado ilegal y, luego, está demostrado que los países hacen uso de la mano de obra que viene aquí en condiciones infrahumanas y la explotan para hacer trabajos que nosotros no queremos hacer; si no exactamente ahora, ha sido así durante muchísimo tiempo. Creo que es un tema que se debería regularizar, ya que no se termina de ir a las causas de estos problemas. Es un poco como la medicina, que va a los efectos y no a las causas: te tomas una pastilla y el dolor desaparece, pero en realidad el problema sigue estando latente. Somos partícipes, no es una cosa ajena a nosotros. Es una hipocresía la que se sostiene, porque cuando nos interesa los invadimos y machacamos, pero luego levantamos el muro para que no entren. Hay un desequilibrio mundial bastante grande, de superpotencias, de potencias de lo colonial que ha sido antes y ahora es de otra forma. Es una manera de mantener el poder y el estatus de forma de vida que tenemos en Occidente, en gran parte a costa de otros países que están viviendo en condiciones infrahumanas. Entonces, desde esos países vienen corriendo, y yo haría lo mismo. Vienen a tratar de buscarse la vida, porque en sus países no hay vida. Hace falta un equilibrio mundial y las superpotencias tienen mucho que decir ahí para equilibrar ese flujo migratorio tan enorme.
¿Qué significa para usted su trabajo?
Mi trabajo para mí es mi forma de entender la vida. Es decir, en ese aspecto me considero una persona privilegiada, porque desarrollo una actividad con la que crezco como persona, aprendo, es una actividad en la que estás en constante estado de alerta, avanzando, con inquietud que te abre a otras formas de conocimiento, porque el arte está relacionado con todo. Para mí, es mi forma de crecer, el arte me mantiene vivo.