La Carrera de Indias y los escolapios andaluces van a estar relacionados a través de la educación. Muchas familias de comerciantes, a un lado y al otro del Atlántico, que se han enriquecido con el negocio más lucrativo de la segunda mitad de la centuria ilustrada, envían a sus hijos al colegio de Archidona, cuya reputación estaba avalada por contar con unos enseñantes de un destacado nivel académico y religioso, y con una autoridad intelectual de gran renombre.
El último tercio del siglo XVIII es la época dorada del colegio escolapio de Archidona (Málaga), sobre todo a partir de 1770, cuando alcanza su consolidación como internado. Son varias las causas que lo explican. La primera es que el centro se funda en 1757 y es el decano y único, durante un siglo, de las escuelas pías andaluzas; una década después existe un excelente claustro de profesores liderado por el primer rector, el padre Fernando López de San Lorenzo 1, lo que le proporciona un gran reconocimiento; entre los maestros, sobresale Salvador Jiménez Coronado 2, que fue el primer director del observatorio astronómico de Madrid. También influyó la expulsión de los jesuitas en 1767, porque la orden de Calasanz de algún modo cubre el vacío educacional que dejó la Compañía (Álvarez, 2009, p. 91) y, aunque los escolapios atendían la enseñanza primaria sobre todo, a partir de ahora se verán obligados a impartir también los estudios de secundaria. La nueva dinastía que se instaura con el siglo es otro elemento a tener en cuenta, ya que las reformas emprendidas por los Borbones dan gran importancia a la educación y Jovellanos creía que la instrucción del pueblo estaba en el origen del desarrollo social (Polt, 1966).
Debido a ello, alumnos de toda Andalucía acuden a estudiar a Archidona, pero sorprende el elevado número de los que pertenecen a familias de la burguesía gaditana o proceden de «la América», lo que nos confirma el auge del comercio con «las Indias» y la riqueza de estos apellidos. Por esa razón enviaban a sus hijos al colegio de más notoriedad, al igual que lo hacían la nobleza y los sectores privilegiados.
En primer lugar, tenemos que tener en cuenta el marco histórico caracterizado por el reformismo borbónico. La Guerra de Sucesión había supuesto la llegada de una dinastía francesa, unos monarcas ilustrados con ánimo de introducir cambios significativos en un imperio en decadencia —era urgente aplicarlos en la regulación del comercio español con las colonias— y unos ministros dispuestos a desarrollar una política de desarrollo naval que tenía como centro la bahía de Cádiz, ciudad que había apoyado incondicionalmente la causa borbónica, debido, entre otras razones, a la importante presencia gala residente en ella (Bustos, 2005, p. 53). La población de Cádiz se triplica en el siglo XVIII, de 35.000 personas en las primeras décadas se pasa a 75.000 habitantes a finales (Martínez del Cerro, 2006, pp. 48-49), debido al desarrollo comercial y a la ausencia de guerras que inaugura, desde mediados de siglo, la etapa de paz más importante de la historia moderna española.
«Vecino de Cádiz» es el epígrafe que encontramos habitualmente en la documentación del colegio 3 tras el nombre del padre de muchos de los alumnos de esta época. Si para el centro escolapio es su edad de oro, igual ocurre con la ciudad atlántica. Archidona y Cádiz van a confluir, una por su oferta educativa y la otra por su floreciente comercio transatlántico. Una relación que se materializa con el elemento personal, un alumnado que se formará y adquirirá una esmerada letra escolapia y una urbe próspera que necesita de ese factor humano bien preparado para desempeñar las múltiples tareas que requiere la llamada Carrera de Indias.
Desde el descubrimiento, Sevilla fue el puerto oficial del mercado americano, pero a lo largo del siglo XVIII Cádiz va adquiriendo protagonismo. La navegación fluvial a través del Guadalquivir resulta cada vez más difícil debido al aumento de tonelaje de los navíos y a la barra de arena de Sanlúcar de Barrameda, peligrosa para los barcos; aunque son varias las causas del progresivo auge gaditano, entre otras la ventaja de contar con dos bahías, una exterior y otra interior, además de ser un fondeadero natural con tres ensenadas: Puerto de Santa María, Puerto Real y San Fernando-Isla de León, con un sistema de senos y caños que comunican con la mar abierta, como el de Sancti Petri. Con el traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz en 1717, esta última se convierte en el centro oficial del comercio con América y su posición de monopolio va a atraer a un gran número de comerciantes. Este privilegio finaliza en 1778, pero su enclave y la experiencia comercial van a permitirle amortiguar la competencia.
Antiguo patio del colegio de Archidona.
Los productos manufacturados de este comercio, que en su mayor parte provienen de Europa, convierten a los puertos españoles en un lugar de puro tránsito; la industria española era incapaz de abastecer los mercados americanos y un escaso 5 % eran mercancías procedentes de España. Otra cosa diferente ocurre con los metales y las materias primas, pero como el beneficio acaba en pocas manos, y en muchos casos foráneas, genera escaso desarrollo económico para la necesitada hacienda nacional.
Los beneficios globales de la aventura atlántica podían llegar hasta el 25 % (Bustos, 2005, p. 370); era, por tanto, una actividad que exigía ser regulada, y tres eran las instituciones dedicadas a tutelar el tráfico mundial más grande en este tiempo: la ya referida Casa de Contratación, la Aduana y el Consulado. Este último agrupaba a los comerciantes españoles de la Carrera de Indias y también era llamado los Tribunales; el Consulado de Cargadores a Indias era una Casa Lonja, una institución gremial que juzgaba los litigios que se producían entre los comerciantes. La Aduana, que es el único edificio de los tres que se construye en estilo neoclásico, era el organismo que controlaba los impuestos relativos al intercambio comercial. Relacionado con ella, el 22 de junio de 1797, a los pocos meses de cumplir diez años, entró como colegial José Cea 4, que llegó a ser contador de la Real Aduana de Cádiz —responsable del control de las mercancías— y era hijo de Manuel de Cea 5, vecino de Málaga y hermano de Francisco Cea Bermúdez, que fue quien dirigió el último gabinete de Fernando VII y el primer presidente del gobierno de la regente María Cristina de Borbón en 1833.
La contabilidad, la función principal de un contador y la función de medir todo lo relativo a las finanzas y al capital que se movía en el lucrativo negocio con las colonias americanas, exigía una sólida formación económica. El sistema monetario mantenía como patrón el peso o real de plata, valuado en treinta y cuatro maravedíes, equivalente que se mantuvo a lo largo de más de trescientos años, una continuidad que ayuda a explicar su amplia aceptación. La alta calidad de la moneda de plata y que el Imperio español controlara los principales yacimientos a nivel mundial explican esa estabilidad (Marichal et al., 2017, p. 7). El real de a ocho —se llamaba así porque las monedas tenían un valor de ocho reales—, que popularmente era conocido como «un duro» y en Méjico como «una piastra», se convierte en esta centuria en la primera divisa de uso mundial.
Cádiz era una plaza cosmopolita en la que las dos colonias extranjeras destacadas eran los genoveses y los franceses; luego estaban los flamencos, pero también contaba con un indudable exotismo aportado por gente de Turquía, Armenia, Guinea, Berbería o el Congo, porque desde finales del siglo XV Cádiz tenía el monopolio del comercio con el norte de África; además podíamos encontrar malteses, sardos, saboyanos, austríacos, bohemios, etcétera. Asimismo, es constante el crecimiento del asentamiento ligur en la bahía a lo largo del siglo, que llegó a su máxima expansión demográfica a principios de la década de 1790 para después decaer rápidamente a consecuencia del bloqueo inglés (1796-1801) y de la crisis abierta por la invasión napoleónica de 1808. Pero a caballo entre el siglo XVIII y el XIX registramos la presencia de Manuel May, genovés, cuya enseñanza es sufragada por el comerciante gaditano Marcos Anencio.
El 10 de junio de 1799 entró como colegial Juan Bautista Buisson, de familia francesa; sus gastos en los escolapios corren por cuenta de su tío Francisco de Paula Pavía, comisario de guerra y contador de la Junta de Fortificaciones de la plaza de Cádiz.
Este cosmopolitismo se vio empañado por la esclavitud. No podemos dejar de reseñar que en Cádiz hubo un mercado de esclavos y una compañía gaditana de negros, el 80 % de los esclavos en el siglo XVIII eran de raza negra y de sexo masculino 6.
Cádiz fue una ciudad abierta en muchos sentidos, también en la moral y en las conductas imperantes. Existía una importante migración masculina que daría lugar, entre otras cosas, «a la aparición de un comportamiento y valores nuevos entre las mujeres de la élite mercantil que disfrutaron de un menor control ante la ausencia prolongada de sus maridos, teniendo que asumir el papel de cabeza de familia, haciendo valer sus derechos y con iniciativa propia» 7.
Asimismo, hay que tener en cuenta que el ambiente permisivo venía dado por un vecindario en el que abundaban los hombres solteros, las mujeres con maridos o novios que estaban en Indias, viudas jóvenes y multitud de criadas, esclavas y la prostitución justificada socialmente. Algunos de sus habitantes reconocen en sus testamentos tener algún hijo ilegítimo, como Juan Liaño y Arjona 8, que había nacido en Fuentes de León (Badajoz), ingresó en el Real Colegio de Guardias Marinas y llegó a ser en 1759 teniente de navío y regidor perpetuo de Cádiz. Se casó con la marquesa de Casa Recaño, Antonia Recaño y Carmañola, y tuvieron diez hijos; el último fue Antonio de Liaño Recaño, que de 1773 a 1775 estudió en el colegio escolapio de Archidona. Los orígenes de su familia materna son de raíz genovesa, de la zona de Voltri, y su enorme fortuna fue amasada con los intereses de la Carrera de Indias (Brilli, 2013, p. 231). De ascendencia genovesa son también los apellidos Malagamba, Marzán, Peñasco, que encontramos entre los matriculados del colegio. De 1796 a 1799 fueron colegiales Alejandro y José Peñasco, hijos de Esteban Peñasco (Brilli, 2013, p. 254), domiciliado en Cádiz.
Es otro ejemplo de relación extramatrimonial que se resuelve con el reconocimiento legal, dando lugar a unos comportamientos muy avanzados para la época. El padre de Domingo Antonio fue Manuel Joaquín Zapiola, de Orio (Guipúzcoa), que era capitán de navío, llegó a Buenos Aires en 1759 al mando de la goleta San Ignacio, contrajo matrimonio con María Encarnación de Lezica y Alquiza, hija de Juan de Lezica y Torrezuri 9, un próspero comerciante, y enseguida entra a formar parte de los negocios de su suegro. Tuvieron trece hijos, el más famoso será José Matías Zapiola Lezica, independentista, compañero de José de San Martín, que luchó en Chacabuco y llegó a ser ministro de Guerra y de Marina 10.
En su testamento, Manuel Joaquín Zapiola reconoce a su hijo natural Domingo Antonio, «habido muy joven y soltero con Manuela Sosa López Osornio» 11, perteneciente a una familia prestigiosa de origen criollo 12, y le otorga derechos sucesorios 13; su padrino fue Domingo Vea Murguía, comerciante con Indias establecido en Cádiz. No sabemos por qué, Manuel Joaquín y Manuela no se casaron, pero él se hizo cargo del niño desde el primer momento y lo entregó a una familia de su confianza, a Catalina Aspillaga, que, junto a su marido Martín Rodríguez y su hija María Susana Rodríguez, lo criaron en sus primeros años.
Calleja del colegio.
Lo peculiar de esta historia es que en el colegio de Archidona coinciden tío y sobrino, pues un hermano de su mujer, Francisco Javier Lezica, estudiará en el centro durante un largo período, de 1771 a 1778, al igual que Domingo Antonio Zapiola, que entró en 1772. Incluso sabemos que este último pasó temporadas en casa de su padre con motivo de la convalecencia de una enfermedad, con la aquiescencia de su esposa. Domingo Zapiola fue matriculado en los escolapios con tan solo cinco años y llegará a ser sacerdote, hizo sus estudios teológicos en la Universidad de Tucumán y se examinó en la de Córdoba, se doctoró en leyes y teología en la Universidad de Chuquisaca y fue deán de la catedral de la Santísima Trinidad de Buenos Aires.
Juan de Lezica es el comerciante vizcaíno que está en el centro de esta red familiar que llegará a ser de las más influyentes de la sociedad porteña. Otro alumno de Buenos Aires es Carlos Clías, coetáneo de Lezica y Zapiola.
Como hemos visto, las redes de influencia eran un entramado que podía servir para tejer intereses económicos y políticos, pero también para solventar todo tipo de casuística social, como la solicitud de legitimidad y reconocimiento filial de Domingo Zapiola. A propósito de este hecho, es interesante saber que fueron presentados como testigos Domingo Belgrano Peris —padre del futuro general Manuel Belgrano—, Cecilio Sánchez de Velasco —padre de Mariquita Sánchez de Thompson—, Felipe de Arguibel y Miguel Tagle. Todos integrantes del cabildo de Buenos Aires. Manuel Joaquín Zapiola estaba muy bien posicionado y sus amistades declararon convenientemente para que su hijo natural pudiera acceder a la brillante carrera eclesiástica a la que estaba llamado.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, sobre todo en la década de los setenta, se produce un crecimiento en la llegada de navarros, vascos y montañeses a Cádiz. Muchos salieron de sus tierras para prosperar, tenían conocidos y contactos que ya residían en Cádiz o simplemente habían recibido noticia del éxito obtenido por sus paisanos (Martínez del Cerro, 2006, p. 73). Se establecen en la ciudad y llevan a cabo estrategias matrimoniales caracterizadas por un comportamiento endogámico. Se producen tupidas redes clientelares que se reconocen por la pertenencia a instituciones religiosas como la Cofradía del Cristo de la Humildad y Paciencia, dentro de la iglesia-convento de San Agustín, donde poseían capilla y enterramiento propios (Bustos, 2005, p. 137).
El «jándalo» o emigrante cántabro se dedicó sobre todo al pequeño comercio de comestibles y bebidas; estos establecimientos apropiadamente se llamaban de ultramarinos y eran regentados mayoritariamente por comerciantes montañeses. Isidro Escobar fue alumno escolapio, su padre era el contacto en Lima del importante comerciante Francisco Javier Guerra de la Vega, estudió en Archidona y en Carriedo (Santander). Guerra de la Vega se convirtió en uno de los grandes comerciantes de Cádiz (Sánchez, 2019, p. 162).
De estirpe navarra, fue alumno del colegio de Archidona un sobrino del virrey de Nueva España que se llamaba José de Iturrigaray y entró como colegial en 1774. Su tío, José Joaquín Vicente de Iturrigaray y Aróstegui de Gaínza y Larrea, nació en Cádiz e hizo una carrera militar exitosa que le llevó a ostentar la más alta magistratura en la capital de Veracruz. Tras la invasión francesa fue acusado de aspirar a su propia coronación. Un golpe militar provocó su caída el 15 de septiembre de 1808 (Fernández, 2012).
El centro urbano de Cádiz, en el siglo XVIII, refleja esta destacada presencia de gentes procedentes del Cantábrico, lo constituía la manzana que se conforma entre la gran plaza de San Antonio, la calle Ancha y la calle Murguía —esta última recibe su nombre de una localidad de Álava—, y aquí residía el mayor número de comerciantes vasconavarros (Martínez del Cerro, 2006, p. 101).
Muchas de estas familias gaditanas originarias del norte peninsular van a matricular a sus hijos en el colegio escolapio de Archidona. Como hemos visto, son prósperos comerciantes que se han enriquecido con el comercio de Indias, lo que les va a permitir sufragar unos estudios que, aunque son gratuitos, siguiendo la prescripción de Calasanz, van a suponer un coste, por el internado, solo accesible a una minoría.
El pago por tercios era de 427 reales, es decir, 1.281 reales de vellón anuales. Con la frase de «ropa dentro» se hace referencia al hecho de «que se le cuida la ropa en el colegio». A ello había que sumar gastos «de enfermedad y la dirección». La «iguala» era una prestación anual por los servicios de un médico, los internos tenían que contratarla. Antonio Liaño de Puerto Real (Cádiz), el 14 de marzo de 1775, entregó 1.337 reales y 33 maravedíes «por gastos, médico, vela y un año entero de alimentos» 14, por lo que la atención sanitaria estaría en torno a los 50 reales aproximadamente. La vela es la de comunión. Los gastos de dirección no se especifican, pensamos que consistirían en todas aquellas tareas de carácter administrativo.
Otros desembolsos que se pormenorizan eran el manto, la beca y el bonete, 150 reales; una cama dada de verde, 46 reales 15; un catecismo, 1 real; una vela, 2 reales; una bula, 2 reales; dos pares de zapatos, 18 reales; un par de medias, 5 reales; otras costas de sastrería incluían chupas y calzones, forros y hechuras; como estipendios por enfermedad a Manuel Gómez de la Vega y Molina se le cobraron 5 gallinas a 35 reales, leche, bizcochos y azúcar y «a las mujeres que le asistieron 31 días a 3 reales y 8 a 6», en total 141 reales; también 45 reales de botica 16. No sabemos qué le pasó, pero tuvo que ser una dolencia seria.
A partir del 15 de abril de 1780 hay un «nuevo plan» o «nuevo pie» que cifra el tercio en 365 reales y tres fanegas de trigo. El pago en especie interesaba al colegio por las fluctuaciones y el encarecimiento del cereal. Las malas cosechas de 1780-1781 provocaron que se dispararan los precios, de los 20 reales de años anteriores se alcanzaron los 110 reales la fanega de trigo, lo que originó una grave crisis de subsistencia (Salazar, 2005, p. 221). También se aclara que «le cuidan en su casa»; posiblemente en caso de enfermedad los escolapios delegarían esta tarea a las familias. Se detallan a partir de ahora, aún más, los distintos desembolsos que nos hablan de cómo sería el internado: sábanas con las hechuras, colcha de indiana, almohadas, cubiertos de plata, colchón de lana, arca con su cerradura, toallas y servilletas, cartapacios, tinteros, catecismos. La vida cotidiana a través del ajuar doméstico y los materiales didácticos.
De 1771 a 1778, hijos de vecinos de Buenos Aires estudian en el colegio nazareno de Archidona. Ya hemos hablado de la red familiar Lezica y Zapiola, pero nos queda analizar quién ejerce la tutoría de estos niños rioplatenses. Tanto en el caso del mencionado Domingo Antonio Zapiola como en el de José Gabino Blanco 17, hijo de Juan Blanco de la Cruz, vecino de Salta, en el noroeste argentino, sus gastos corren por cuenta de un residente gaditano de origen vasco, Francisco de Oca Murguía. Los de otro bonaerense, Juan Antonio Enríquez de la Peña y Gogenola 18, serán cubiertos por Antonio Herrero, también de Cádiz 19.
Entre un lado y otro del Atlántico existían familias relacionadas por intereses comerciales, que velaban por las mercancías entre los puertos de partida y de destino; consignatarios, factores, apoderados, representantes, funciones que unían estrechamente a Cádiz con Buenos Aires.
El 2 de noviembre de 1773 entra al colegio archidonés José Joaquín Goycoolea, hijo de Francisco Goycoolea, comerciante avecindado en Cádiz de raíces vascas. Pero sus estudios son pagados por Juan Francisco Vea Murguía, ya que José Joaquín era el hermano pequeño de su mujer. Nos vamos a detener en la familia Vea Murguía, pues ejemplifica a la perfección la endogamia profesional y geográfica, que construirá una red de compañías comerciales y proyectos empresariales entre oriundos de las provincias de vascongadas con intereses en Buenos Aires.
Juan Francisco Vea Murguía fue uno de los mayores prestamistas de la Carrera de Indias, comerciante y hombre de negocios. Nació en el valle de Zuya, llegó a Cádiz de la mano de su tío, Domingo Vea Murguía. Se casó en 1774 con Josefa Goicolea, hija del vizcaíno Francisco Goicolea. Tuvieron una familia numerosa de diez hijos, necesaria para establecer una política matrimonial que era habitual en la colonia vasca del Cádiz de la época. Estos enlaces supusieron el nacimiento de Vea Murguía Lizaur Cía. y de una segunda compañía en la que además de sus hijos estaba su yerno Pedro Antonio Aguirre. En el campo crediticio, concedió escrituras de riesgos marítimos, «préstamo a la gruesa ventura» cuando se fían la nave o las mercancías 20. Esa confianza produjo crecimiento económico a la burguesía gaditana, que reinvertía sus excedentes, y en general repercutió en toda la sociedad. Es una clara mentalidad capitalista que va a quedar impresa en la obra de Adam Smith La riqueza de las naciones, publicada en 1776, cuando en la costa atlántica andaluza se estaban produciendo operaciones económicas que se sustentaban en la idea de progreso y en la confianza en un futuro más próspero 21. Vea Murguía también envió géneros propios a América y con los beneficios invirtió en inmuebles y en actividades empresariales que hicieron que sus descendientes fundaran los astilleros Vea Murguía de Cádiz.
Su éxito en el comercio de ultramar le abrirá las puertas del ayuntamiento, del consulado y de la hidalguía; la burguesía comerciante española aspiraba a ese prurito de nobleza 22.
Otro destacado vástago de la élite gaditana fue Manuel José Villota, hijo de Francisco Villota 23; sus estudios en los escolapios corren por cuenta de su tío Agustín Villota 24; este último es el representante en Cádiz del comerciante bonaerense Diego de Agüero (Schlez, 2007). Durante décadas se dedicó a vender géneros europeos, favorecido por el monopolio, comprando barato y vendiendo caro, pero la medida de establecer el libre comercio en 1778 hace que la competencia extranjera inunde los mercados con productos de más calidad y mejor precio (Schlez, 2013).
El intenso desarrollo del área rioplatense a partir de la segunda mitad del siglo XVIII va a hacer que en 1776 se funde el Virreinato de la Plata. La ciudad de Salta se convierte en uno de los núcleos más importantes y atrae la emigración de numerosos peninsulares (Anachurri, 2020, p. 314). No es, por tanto, una casualidad la presencia de alumnado de Buenos Aires en el colegio escolapio andaluz. Pero además hemos constatado alumnos de todos los virreinatos americanos.
El negocio de la Carrera de Indias fue lo que provocó esta circunstancia, la Real Compañía de Guardiamarinas protegía el comercio de ultramar, que estaba organizado con la salida de dos flotas anuales acompañadas por galeones. La primera con destino a Nueva España, al puerto de Veracruz y las islas (Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo), que absorbían más de la mitad de las exportaciones de Cádiz; la segunda al Virreinato de Nueva Granada, al puerto de Cartagena de Indias, con un 9 % de las mercancías. El regreso se hacía desde Cuba conjuntamente. Poco a poco se fue imponiendo el sistema de navíos sueltos (Martínez del Cerro, 2006, p. 50), se consolida el comercio con Buenos Aires con el 11,5 % de las exportaciones y, con la apertura del cabo de Hornos para llegar hasta el Callao, el puerto de la ciudad de Lima, capital del Virreinato del Perú, se convierte en el segundo destino en importancia con cerca de un 20 % de las transacciones mercantiles (Ruiz, 2016, p. 690).
Ya hemos señalado como un alumno destacado a José de Iturrigaray, el sobrino del virrey, pero no fue el único cuyos familiares ostentarán un alto cargo en las colonias. Un ejemplo de ello es el de Francisco José Vasco de la Rocha 25, que estudió en Archidona durante los años 1773 y 1774. Su padre, Alonso Vasco Vargas, había fallecido un año antes y su madre, María Teresa de la Rocha, natural de la isla de Santo Domingo, vivía en Ronda, donde estaba la casa familiar. Don Alonso había hecho una destacada carrera militar y fue teniente de navío y capitán de los ejércitos reales. En 1758 fue nombrado alcalde mayor de la provincia de Villalta, en Nueva España, donde se casó en segundas nupcias y donde nació Francisco José, que pasó sus primeros años en Méjico. Pero fue su tío quien destacará en la familia. José Vasco Vargas era amigo íntimo del también malagueño José de Gálvez, ministro de Indias desde 1776, y fue nombrado gobernador de las islas Filipinas, donde implantó el monopolio de la venta de naipes en consonancia con los intereses personales de Gálvez, que estableció una real fábrica de barajas en su pueblo natal, Macharaviaya. José Vasco fue el que llevó el reformismo borbónico a aquel alejado territorio de la monarquía y fue recompensado por Carlos III con el título de primer conde de la Conquista de las Islas Batanes, localizadas al norte del archipiélago filipino (Becerra y Cuevas, 2012).
Clase del colegio escolapio.
En esta relación de «ida y vuelta» encontramos colegiales de América y de Cádiz, como José del Pozo, cuya familia residía en Tabasco, en el golfo de Méjico; en 1774 entraron José y Diego Cadalso Garay, hijos de un comerciante gaditano de origen vasco, como era frecuente en esta época (Martínez del Cerro, 2006, p. 89). El mismo año lo hizo José Jerónimo Alsazua por cuenta de su padrastro Antonio Zulaica 26, vecino de Cádiz, pero natural de Lequeitio y que dos años antes había viajado a Veracruz, los dos únicos puertos de entrada y salida que había impuesto el monopolio, al que quedaban pocos años para finalizar. El puerto de Veracruz era la puerta por la que pasaban las mercancías y las riquezas de la nueva y vieja España (Blázquez, 2000).
El alumno Antonio Marzán, que estudió en Archidona de 1775 a 1778, se convirtió en uno de los comerciantes con Indias más ricos. Como ya hemos apuntado anteriormente, su familia era de origen genovés, pues su padre, Juan Bautista Marzán, había nacido en Nervi, localidad cercana a Génova, de donde era su madre, Gertrudis Facie. A mediados del siglo XVIII el matrimonio se instaló en Cádiz y abrieron una confitería en la plazuela de las Nieves. El negocio les tuvo que ir muy bien y los beneficios los invirtieron en el que era el negocio más rentable entonces: los préstamos marítimos, donde el reintegro del capital dependía del éxito del viaje y, por el hecho de cubrir grandes riesgos, los beneficios eran muy altos, llegando incluso a un 60 % 27. En 1774, un año antes del ingreso en el colegio de su hijo Antonio, habían invertido 1.120 pesos (Brilli, 2016, pp. 62-63) y la familia no tenía problemas económicos para pagar el internado andaluz más caro y prestigioso del momento. Concretamente desde el 7 de septiembre de 1775 hasta el 7 de enero de 1778, sus padres desembolsaron la cantidad de 6.106,02 reales 28; los tres años de residente en el centro archidonés les habían supuesto el triple de lo que habían ganado en la última operación crediticia en la Carrera de Indias.
Curso 1888-1889.
El matrimonio tuvo cinco hijos: Andrés y Antonio se dedicarán al comercio, José María se quedará con la confitería y Ángel fue un fraile carmelita que ingresará en el colegio de Valladolid en la provincia de Michoacán (Nueva España); su hija, Antonia María, se casó con un comerciante de Liguria, Bernardo Morando.
El padre, tras sus experiencias inversoras, se asocia con el genovés Esteban Peñasco, que enviará también a dos de sus hijos, Alejandro y José, a estudiar en los escolapios a finales del siglo. Juntos fundan un negocio de mercaderías con las colonias.
Antonio Marzán y su hermano Andrés deciden dedicarse de pleno al negocio transatlántico. Andrés se queda en Cádiz y Antonio marcha a La Habana. La carrera de Cádiz a América la hacen en el barco del capitán José Añeses, también descendiente de genoveses. Su sociedad crece tanto que amplían su ruta hasta el virreinato del Río de la Plata, que se mantiene hasta las primeras décadas del siglo XIX. Son un ejemplo de los lazos de solidaridad de la comunidad genovesa en Cádiz (Brilli, 2016, p. 63).
Durante los mismos años que Antonio Marzán, estudiaron en el colegio de Archidona cuatro hijos del marqués de Villaurrutia: Luis, Juan Miguel, Francisco y Antonio de Llano y Delgado de Nájera. En primer lugar, es significativa la figura del padre, Manuel de Llano y Villa, que estuvo implicado en un caso de maltrato a la población indígena. Fue administrador de la hacienda de San José de Ozumba en Tepeaca, cerca de la ciudad de Puebla (Méjico), que se la había otorgado la Real Junta de Temporalidades, una entidad encargada de la administración y remate de los bienes confiscados a los miembros de la Orden de la Compañía de Jesús después de su expulsión en el año de 1767 del Virreinato del Perú. La explotación contaba con una superficie total de casi cuatro mil hectáreas. Manuel de Llano fue expedientado por maltratar a indios fugitivos «ordenando que los azotaran los mayordomos o trojeros sin clemencia», se le acusó de «haber sacado sangre» y echado «ayuda de agua y chile», también de ponerles «cormas» a diecisiete o dieciocho de ellos, es decir, cepos de madera en los pies para que no pudieran andar libremente. Las condiciones de esclavitud eran muy duras: «Los levantaban a las tres de la mañana en tiempo de siega, como alimento les suministraban una cuartilla de maíz semanalmente con lo que las mujeres de los gañanes les hacían tortillas y atole, una bebida caliente de harina disuelta en agua. Les proporcionaban una raída tilma o manta de algodón que llevaban los hombres del campo a modo de capa, anudada sobre un hombro. Los hechos ocurren entre los años que van de 1772 a 1776». La sentencia del gobernador del estado de Tlaxcala lo restituye en su empleo de administrador y todo queda en una leve reprimenda: «Le notifica la suavidad con la que debe tratar a los indios» (Nickel y Ponce, 1996).
Dos de sus hijos, Manuel y Andrés, van a ser diputados de las Cortes de Cádiz por Guatemala. Manuel de Llano y Delgado de Nájera será secretario de las Cortes y uno de los firmantes de la Constitución. Destinados a la carrera militar, también se formaron en España, e ingresaron en el Real Colegio de Artillería del Alcázar de Segovia. Manuel ascendió a brigadier y en América luchó contra San Martín; tras capitular, se pasó al bando independentista y llegó a ser general 29. Andrés fue capitán de navío y destacado comerciante 30.
El día 20 de enero de 1776 entraron como colegiales Juan Bautista y Francisco de Paula Lobo 31, y dos años antes lo había hecho Enrique. Eran hijos del comerciante Juan Santiago Lobo Candiani, de origen genovés, y de Manuela Xaviera de Campos Arraido, natural de Veracruz. Juan Bautista Lobo Campos 32 pasará a la historia por ser firmante de la Declaración de Independencia de Méjico el 28 de septiembre de 1821. Otro de sus hermanos, Jerónimo Lobo 33, hizo una brillante carrera militar y fue nombrado ministro interino de Guerra por Martínez de la Rosa en 1822, una suplencia que solo duró veinticuatro horas. Su hermano Manuel fue fiscal militar de Marina en el Tribunal Supremo de Guerra y Marina, se casó con Juana Malagamba y ambos fueron padres de Miguel Lobo Malagamba, ilustre marino condecorado con la cruz laureada de San Fernando. Otro hermano, Miguel Lobo Campos, tenía una bodega en Cádiz, lindera con el arco de la Santísima Trinidad, un extractor de vinos que en 1823 figuraba entre los cinco más ricos del gremio (Gutiérrez, 2020).
En 1777 fue colegial Sixto José de Ceballos, hijo de José Manuel de Ceballos, «vecino de Villa de Córdoba en la América» 34, coronel de milicias provinciales de la villa de Córdoba y Halapa en 1781 35. Los gastos corrían por cuenta de Manuel Díaz de Saravia, oriundo de Burgos, del pueblo de Villarcayo. Sixto Ceballos fue prior del Consulado de Comercio de Cádiz y en 1771 se le estimaron unos beneficios de 3.200 pesos anuales debido al negocio de ultramar. Como ya hemos dicho, el peso de plata hispanoamericano fue la moneda universal los siglos del XVI al XVIII. Compró una propiedad llamada el Recreo del Picacho, que en 1904 será la sede del colegio de calasancias de San Lúcar de Barrameda.
El 24 de septiembre de 1795 entró como colegial Silvestre Loizaga, cuyos estudios paga su tío Andrés de Loizaga, vecino de Cádiz. Se marchó el día 22 de diciembre de 1797. Fue comerciante con Nueva España y aparece como expulsado de Méjico con destino a La Habana tras la independencia (Ruiz de Gordejuela, 2016, p. 166).
El brigadier Juan José Guillelmi Andrada-Vanderwilde (Sevilla, 1744-Madrid, 1808) 36, que fue gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela entre 1786 y 1792, tenía especial interés en asegurar las costas de la región, que eran constantemente atacadas por piratas ingleses y por los descendientes de sus antepasados holandeses. Se casó con su prima María de la Concepción Valenzuela y tuvieron ocho hijos, tres de los cuales estudiaron en el colegio de Archidona a partir de 1796, cuando ya vivían en Madrid: José María Guillelmi Valenzuela (Santo Domingo, 1785) fue doctor en Leyes; Manuel, oficial de artillería; y Lorenzo (Caracas, 1788), mariscal de campo.
Los montañeses tuvieron una importante presencia en la Carrera de Indias, ya hemos hecho referencia al alumno Isidro Escobar, cuyo padre era el representante en Lima de Francisco Guerra de la Vega; este último pagó sus estudios en Archidona y luego lo mandó al colegio escolapio de Villacarriedo 37. Ambos centros coincidían en que se enseñaban en sus aulas materias de filosofía y teología que en aquellos tiempos tenían rango de estudios universitarios. Hubo también en él una zona dedicada a seminario mayor de la orden escolapia, al igual que en Archidona, que pudo ser un «juniorato» (Otero, 2011, p. 136).
Nos vamos a detener en la figura de Francisco Guerra de la Vega, marqués de la Hermida 38, por lo que representa como ejemplo de «indiano» que hará una gran fortuna en América y que tejió una red clientelar con paisanos suyos, entre los que se encuentra el padre del alumno Isidro Escobar.
Francisco Guerra de la Vega y Cobo, cuando en 1789 se produjo una devastadora crisis de subsistencias en su tierra, envió desde Filadelfia «cinco barcos, cargados con 28.000 fanegas de maíz, a repartir entre la población. Uno de esos barcos fue consignado a Santoña, otro a San Vicente de la Barquera y tres a Santander» 39. Nació en la capital cántabra en 1725, en una familia de hidalgos pobres. Emigró a Cádiz con catorce años e inició su carrera comercial realizando tres viajes sucesivos a Veracruz (Bustos, 2005, p. 189); la travesía a las Indias había que hacerla siendo joven, debido al riesgo que conllevaba.
En 1784 estableció en Puerto Real una fábrica de «galleta o bizcocho», unas tortas de harina de trigo que se pasaban dos veces por el horno, lo que les daba consistencia y durabilidad. Los productos de su fábrica servían para hacer provisión de las flotas y embarrilado de harina para exportar a América. Se dedicó también a la producción de aceite para la exportación (Iglesias, 2016).
Fue un hombre que consiguió un importante patrimonio, pero también un caritativo benefactor, tanto para su tierra santanderina como para diversas instituciones asistenciales, como la orden de San Juan de Dios. Todo ello le hizo merecedor del título de marqués de la Hermida, que lleva el nombre del famoso desfiladero de los Picos de Europa.
Hasta el año de 1800 estuvieron estudiando en los escolapios archidoneses dos alumnos relacionados con el Virreinato de Perú. El 9 de octubre de 1795 entró como colegial Felipe González Celoca, quien llegó a ser un destacado comerciante en Lima y vivió la derrota de los españoles ante las fuerzas independentistas en Ayacucho en 1824 (Ruiz, 2016, p. 711). El 16 de mayo de 1797 ingresó Bartolomé Mosquera, que, como se decía entonces, «despidió la beca» el día 21 de enero de 1800; el distintivo del colegio, una banda, posiblemente azul cian, que llevaba el escudo escolapio, el Ave María entrelazado y las iniciales «Madre de Dios» en mayúsculas griegas. Luchó en la batalla de Bailén y en 1818 fue nombrado oidor de Cuzco 40.
La formación escolapia y su «método uniforme» van a ser muy apreciados; los alumnos aprendían una caligrafía que los identificaba, la letra escolapia era su «santo y seña». Un claustro donde brillaba la excelencia tuvo que ser el motivo para que estos ricos comerciantes eligieran este colegio, en el que se formaba a sus hijos en la «piedad y las letras», en la enseñanza de la gramática en lengua castellana, «a leer y escribir de suma», y a dominar el latín con la perfección propia de una congregación religiosa.
Hemos constatado como en Archidona convivieron alumnos provenientes de los virreinatos del Río de la Plata, del Perú, de Nueva España, de Nueva Granada junto a oriundos de familias francesas y genovesas; y la ciudad de Cádiz como emporio comercial que sirvió de amalgama para establecer una compleja red clientelar con emprendedores vascos, navarros y montañeses, que, con una mentalidad endogámica, se establecieron en ella constituyendo un tejido empresarial basado en las relaciones mercantiles transatlánticas.
Nombres propios que serán sobresalientes próceres de la economía y de la política, como Antonio Liaño, de ascendencia genovesa al igual que los Malagamba o Peñasco; o de origen vizcaíno, como la red familiar Lezica y Zapiola, que se convierte en una de las más prósperas de la sociedad bonaerense.
Un gabinete de ciencias escolapio.
También estudiaron en el centro José de Iturrigaray, el sobrino del virrey de Nueva España, y José Vasco de la Rocha, el sobrino del gobernador de las islas Filipinas. Al igual que miembros de la familia Vea Murguía, prestamistas que están en el inicio de los astilleros gaditanos. Además de Antonio Marzán, uno de los más ricos «indianos». Algunos llegaron a ser miembros de las Cortes de Cádiz por Guatemala. Juan Bautista Lobo Campos, por su parte, estaba entre los firmantes del documento de independencia de Méjico.
Sixto José de Ceballos, José Joaquín Goycoolea, Juan Antonio Enríquez de la Peña y Gogenola, Manuel José Villota, los hermanos Cadalso Garay y los Guillelmi, José Cea Bermúdez —hermano del futuro presidente de España— se encuentran en la nómina de los destacados. Con ellos empezaba un nuevo siglo y se dejaban atrás unos años gloriosos para los escolapios andaluces, que habían enseñado a algunos de los principales hombres que hicieron florecer el comercio de ultramar entre Cádiz y América.
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1 En 1757 le otorgan la responsabilidad de fundar el primer colegio escolapio en Andalucía, el colegio de Archidona, del que fue su primer rector durante doce años, es decir, de 1758 a 1769. En 1771 aún estaba en Archidona. En 1772, el padre Fernando López es nombrado provincial de Castilla. Formó parte de la comisión que redactó el método uniforme, que caracterizó la enseñanza escolapia, del cual Felipe Scío fue su principal artífice, quien se inspiró en el método fonético de la enseñanza de la lectura de Blas Pascal y Juan Amos Comenio. En sus últimos años fue sancionado por criticar a la Inquisición, lo que nos habla de una personalidad avanzada para su época.
2 Fue un escolapio liberal y un defensor de la Constitución de Cádiz.
3 Archivo General Histórico de Castilla, T. D. H., colegio de Archidona, alumnos internos 1769-1781, signatura 305.2.
4 José María Ambrosio Cea Bermúdez y Buzo. Vid. archivo escolapio.
5 Manuel Cea Bermúdez Lacosta, armador de buques y comerciante.
6 Zarza Rondón, M. A. (2012): «El rostro de los invisibles. Esclavos hispanoamericanos en Cádiz al final de la época colonial», en Naveg@mérica. Revista Electrónica de la Asociación Española de Americanistas, núm. 8.
7 Zarza Rondón, M. A. (2012): «Mujer y comercio americano en Cádiz a finales del siglo XVIII», en Revista Dos Puntas, año IV, núm. 6, pp. 185-198.
8 El marqués de Casarrecaño era vecino de Puerto Real (Cádiz).
9 Juan de Lezica y Torrezuri (1709-1784), de familia vizcaína, se traslada a los virreinatos de América. Atesoró una gran fortuna con los negocios de ultramar desde Buenos Aires, donde llegó a ser alcalde de primer voto y alférez real.
10 Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/15928/jose-matias-zapiola
11 La solicitud de legitimidad de Domingo Zapiola se encuentra en Buenos Aires, Archivo General de la Nación (AGN), Sala IX, legajo 42-9-4.
12 El padre de Manuela Sosa era Ramón Sosa Olano, sargento de la real marina y maestre de campo. Manuela finalmente se casó en el año 1773 con Francisco Ulibarri, hombre reconocido por ser propietario de una estancia, una gran propiedad dedicada a la cría extensiva de ganado.
13 Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/74645/manuel-joaquin-de-zapiola
14 Archivo General Histórico de Castilla, T. D. H., colegio de Archidona, alumnos internos 1769-1781, signatura 305.2, f. 44.
15 El colegio cobraba la cama, en este sentido hay una nota interesante que dice: «En el libro del Provincial no deben constar más que 8 o 9 por los 46 he dado por la cama» (ibid., f. 246).
16 Ibid., f. 217.
17 Sabemos que en 1805 perteneció al cabildo de Saltas (Argentina) por un pasquín en el que se le nombraba, http://www.portaldesalta.gov.ar/1805.htm
18 Juan Antonio Enríquez de la Peña y Gogenola, nacido en 1765 en Buenos Aires y cuyo padre es Isidoro Enríquez de la Peña, natural de Huelva y cuya madre fue María Manuela de Gogenola de la Cuadra, nacida en Buenos Aires.
19 Archivo General Histórico de Castilla, T. D. H., colegio de Archidona, alumnos internos 1769-1781, signatura 305.2, f. 28.
20 http://www.enciclopedia-juridica.com/d/prestamo-a-la-gruesa/prestamo-a-la-gruesa.htm
21 Noah Harari, Y. (2019): Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Barcelona, p. 342. En este libro se desarrolla la idea de que la confianza en el futuro creó crédito.
22 Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/64626/juan-francisco-vea-murguia-perez-de-vea
23 Francisco Villota fue corregidor en la villa de Cabra y ya había tenido un hijo estudiando en el colegio en 1762: José Francisco Villota.
24 Agustín B. de Villota, sobre auxiliatoria a una ejecutoría de hidalguía. Cádiz, A. H. N., Consejos, 35614, exp. 31, 1777.
25 https://gw.geneanet.org/sanchiz?lang=en&p=francisco+jose&n=vasco+rocha
26 Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de Antonio Zulaica, mercader, vecino de Cádiz, con su criado Antonio de Uscula, natural de Lequeitio, a Veracruz. Fechado en 1772. Archivo General de Indias. Signatura: contratación, 5516, núm. 77.
27 VV. AA. (2015): El préstamo a riesgo de mar. Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife.
28 Archivo General Histórico de Castilla, T. D. H., colegio de Archidona, alumnos internos 1769-1781, signatura 305.2., f. 98.
29 Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/95314/ manuel-de-llano-najera
30 Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/95311/ andres-llano-najera
31 Fue licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla.
32 Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/juan- bautista-lobo-campos
33 Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/25462/ jeronimo-lobo-campos
34 Archivo General Histórico de Castilla, T. D. H., colegio de Archidona, alumnos internos 1769-1781, signatura 305.2., f. 163.
35 https://heraldicahispana.com/npds/static.php?op=aaappp.php&npds&var=Ceballos%2006
36 http://ancienhistories.blogspot.com/2019/02/los-capitanes-generales-de-venezuela_28.html
37 El colegio de Villacarriedo (Cantabria) fue fundado en tiempos de Felipe V por Antonio Gutiérrez de la Huerta, mecenas que hizo fortuna en las aduanas de Huelva y Cádiz, inaugurado poco después de su muerte en 1746. Entre sus alumnos ilustres se encuentra León Felipe.
38 Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/82741/ francisco-guerra-de-la-vega-y-covo
39 https://www.eldiariomontanes.es/v/20100522/opinion/articulos/marques-hermida-20100522.html
40 Bartolomé Mosquera de Puga (Estepona, Málaga, 18 de abril de 1787-23 de enero de 1822), hijo de Manuel Mosquera de Puga y de Ana Tomasa Caravaca, «entró en el Real Colegio de San Bartolomé y Santiago el 1 de octubre de 1801 con una beca de teólogo y pasó cinco años allí. En 1808 entró como cadete en el batallón de Infantería Ligera de Gerona y luchó en la batalla de Bailén. En 1818 fue nombrado oidor de la Audiencia de Cuzco» (Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/71327/bartolome-mosquera-de-puga).