Huellas transatlánticas
TSN nº 12, julio-diciembre 2021. ISSN: 2530-8521
DESDE LA MEMORIA. EL TESTIMONIO DE LA VIDA DE LA MUJER EN VALLESECO EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX
From memory. The testimony of women’s life in Valleseco in the first half of the 20th century
María Montserrat Sentís de Paz y Silvia G. Taima Martín
Asociación de Mujeres Anaga
Mauricio Pérez Jiménez
Departamento de Bellas Artes, Universidad de La Laguna (España)
RESUMEN

Este trabajo tiene como eje el propio testimonio de las mujeres protagonistas que, a través de su voz, relatan muchos aspectos relacionados con la vida en los orígenes del barrio de Valleseco, al pie de la vertiente norte del barranco de Tahodio, en el barranco que le da nombre. Allí se desarrolla la historia de unas mujeres que traen el desconsuelo, la esperanza, la resistencia, el humor, la solidaridad. Más allá del relato localista, se proyecta en el drama universal de la supervivencia, la lucha para la superación de las adversidades y de cómo sobreponerse al cruel abrazo de la miseria. Fruto del largo trabajo realizado por la Asociación de Mujeres Anaga durante años, tuvo su momento en el año 2004 con la realización de una exposición que recogía los testimonios y el material fotográfico elaborado. En este artículo rescatamos una parte de ese material y lo ampliamos con la incorporación de nuevas fotografías y testimonios.

Palabras clave: Barrio de Valleseco en Santa Cruz de Tenerife, vida de la mujer, testimonios populares, oralidad

ABSTRACT

This work is based on the testimony of the women protagonists through their own voices, recounting many aspects related to life in the origins of the Valleseco neighborhood. Located at the foot of the north slope of the Tahodio ravine, in the ravine that gives it its name, is the story of women who bring grief, hope, resistance, humour and solidarity. Beyond the local story, it is projected into the universal drama of survival, the struggle to overcome adversity and how to overcome the cruel embrace of misery. As a result of the long work carried out by the Anaga Women’s Association for years, it had its moment in 2004 with the holding of an exhibition that collected the testimonies and the photographic material produced. In this article we rescue a part of that material and expand it with the incorporation of new photographs and testimonies.

Keyword: Valleseco neighborhood in Santa Cruz de Tenerife, life of women, popular testimonies, orality

Las fotografías están libres de derechos y se encuentran bajo licencia:

CREATIVE COMMONS
• Contenido •
Valleseco: Anaga y el mar. (Foto: Mauricio Pérez Jiménez).

Valleseco: Anaga y el mar. (Foto: Mauricio Pérez Jiménez).

Introducción

La historia se ubica a lo largo de la primera mitad del siglo XX, durante el período de conformación del barrio de Valleseco en el litoral de Santa Cruz de Tenerife. En sus orígenes era un lugar habitado por un grupo de agricultores propietarios de fincas y terrenos. Estos inicialmente arrendaban y más tarde acabaron por vender a los inmigrantes, a medida que iban llegando, el espacio necesario para construir sus viviendas. Aquí instalaron casetas de madera, cartón piedra, chapa…, y algunos ocuparon las cuevas junto al mar: Las Cuevitas. Un grupo de familias cada vez más numeroso que vivían de la pesca, de la recolección ilegal de arena de playas y barrancos, y de otros trabajos que empezaban a ofrecerse desde el barrio y desde Santa Cruz.

Es un grupo social de origen heterogéneo procedente de las diferentes islas, principalmente de Lanzarote, Fuerteventura y La Gomera. Llegaban buscando las oportunidades que ofrecía el propio lugar con el desarrollo industrial, urbanístico y portuario de la ciudad. Así, encontramos actividad relacionada con las obras del puerto (pedrera La Jurada), la construcción (cantera La Cardonera) y dos saladeros (relacionados con una importante actividad pesquera). A su vez, la ciudad ofrecía trabajo en la industria tabaquera, hotelera, refinado de combustible…

Valleseco, que había sido un lugar de huertas y ganado, fue llenándose de casetas de madera con el techo de latón que acogían a las familias que iban llegando. Se alzaban precipitadamente en pequeños solares arrendados, que después fueron comprados para construir casas de mampostería en un proceso de mutación hacia un núcleo urbanizado.

Apunte metodológico

Este trabajo nace desde el anhelo de la Asociación de Mujeres Anaga por rescatar su memoria colectiva a partir del encuentro con las mujeres mayores del barrio de Valleseco. El proyecto se ha articulado desde la oralidad. Partiendo de la narración de las vivencias en primera persona de sus protagonistas, se ha configurado una perspectiva de la historia del barrio que solo sus testimonios podían ofrecer. Este marco de información verbal va acompañado y articulado por un conjunto de fotografías que ilustran y contextualizan el desarrollo de la historia, apelando no solo a su valor informativo como medio fotográfico, sino también desde el acercamiento creativo.

Aunque la metodología utilizada sigue el principio del trabajo de campo a través de las entrevistas a sujetos, fundamento de la labor etnográfica, su desarrollo no busca plantear una interpretación de los significados, así como tampoco un análisis de la estructura social de la comunidad estudiada. El enfoque que hemos seguido ha consistido en recopilar los testimonios y estudiarlos para filtrar, ordenar y categorizar todos aquellos temas inherentes al relato de los entrevistados con el fin de esbozar lo más fielmente posible la historia que presentamos. Para ello se elaboró un censo de más de setenta mujeres del barrio de Valleseco que en el año 2000 tenían más de sesenta años. Se les hizo una entrevista 1, lo que permitió recoger una gran cantidad de anécdotas y vivencias personales en torno a la vida durante su infancia. Entre todas ellas, nos dibujan la historia del nacimiento de un barrio desde la óptica de las vivencias de sus mujeres. Hay que señalar la cercanía con la que se pudo realizar este trabajo, ya que las entrevistadoras eran conocidas del barrio, lo que redundaba en una apertura y en una conversación desinhibida. Ofrecemos aquí una selección de las transcripciones categorizadas en torno a una serie de ítems. Ha sido un trabajo minucioso, con plena vocación de fidelidad a sus historias, en la búsqueda permanente del equilibrio entre sus palabras certeras, informativas…, emotivas y la eliminación de redundancias propias del lenguaje oral.

A lo largo de esta experiencia, tomamos conciencia de su enorme capacidad de ilusión frente a los continuos retos y penas; su amor a la vida y a la libertad; su inagotable generosidad; su capacidad organizativa, nacida de la necesidad de compartir. Llama la atención que la mayoría de nuestras protagonistas manifiestan estar sorprendidas por su buena suerte cuando, a la vuelta de los años, se ven poseedoras de una casita y tienen derecho a una jubilación, a atención sanitaria gratuita… y sus hijos han ido a la escuela y empezaban a acceder a trabajos que les permitían vivir con cierto desahogo, los nietos y nietas se gradúan en la universidad… Una dinámica común en muchos de los pueblos de nuestra geografía, que al ritmo de los sucesos históricos (guerra civil, dictadura, democracia) fueron evolucionando y acercándose a los estándares de una sociedad del bienestar.

Los textos

A través de las palabras de las protagonistas, se intenta trazar un esbozo del contexto intrahistórico que marcó la fundación del barrio de Valleseco. Para ello, se han seleccionado una serie de temas clave que marcaron especialmente la vida de estas mujeres. De esta manera, tenemos los siguientes apartados: «La llegada al barrio. Las casas en las que vivieron», «La solidaridad», «Ayudas para las viviendas», «La fuerza de las mujeres», «La escuela», «La primera comunión», «Los juegos», «La celebración de Reyes Magos», «Juventud», «El saladero», «El cambullón», «La llegada de la Virgen y la construcción de la iglesia», «La guerra», «Las fiestas del barrio», «El barrio ayer y hoy».

La playa, el bloque, las naves y los muelles carboneros han sido defendidos por el barrio de Valleseco durante más de treinta años de
lucha, que los ha preservado para la ciudad como lugar de disfrute y de libre acceso al mar. (Fotos: Mauricio Pérez Jiménez).

La playa, el bloque, las naves y los muelles carboneros han sido defendidos por el barrio de Valleseco durante más de treinta años de lucha, que los ha preservado para la ciudad como lugar de disfrute y de libre acceso al mar. (Fotos: Mauricio Pérez Jiménez).

Las protagonistas. (Foto: Mauricio Pérez Jiménez).

Las protagonistas. (Foto: Mauricio Pérez Jiménez).

La llegada al barrio. Las casas en las que vivieron

Venían de todas las islas…

En este barrio no había casa ninguna, na más que la casa grande, que es la de Teófilo, que le decían la casa alta, y las demás eran abajo, en Las Cuevitas. La de mi abuela estaba abajo. ¿Te acuerdas de la casa de la Mellada?, ¿la que tiraron? Era de mi abuela. Después pusieron una casa de citas de esas: la casa de citas de la Mellada. En Las Cuevitas no había otras casas. La de mi tía María la fumadora era una casetita. Abajo, donde vive Leoncio, vivía otra tía mía. María la pescadora también vivía en una caseta.

Juana Domínguez Ravelo
Primero estaba la caseta de Manuel el Blanco, que fue antes de estar el saladero; la caseta de la madre de Carmen la Canaria, que no me acuerdo cómo se llamaba. También la de los Camejo, que era pegada a los zapateros. Los zapateros no tenían caseta, tenían casitas de mamposterías con el techo de teja. Después estaba la de Lola y la de Carmen la Canaria. Cuando la gente se fue mudando a casitas hechas, esta parte del barrio se quedó sin casetas. Quedaban casetas por la parte alta de allá, el barrio de los gomeros.

Angelita Báez Ramos
Desde que llegamos aquí, nos pusimos a vivir en esta cueva, sin nada. Y la tierra, los ciscos cayéndonos encima. No teníamos abrigo ninguno y la cama era de hierro. La mitad de arriba, una plancha de bidón; de medio pa abajo, los pies al aire. No teníamos dónde poner los pies, porque era una plancha de zinc. Una cernidera de arena le poníamos a Lali pa que se acostara.
Cuando llegamos no había sino dos o tres casetitas, ¿no? Sí, de madera. No había sino la casa alta, la de Teófilo. Poco más.

Inocencia Hernández Brito
Aquí todo eran casetas. Había casetas por todos lados. El dueño de toda esta parte era Cristóbal Ramos. Cuando llovía, llovía dentro y fuera. Los techos eran de planchas de bidones y el agua caía encima de la cama. Yo tenía una cama grande de matrimonio donde dormíamos las tres. Y por la noche cogía una bañadera y la ponía encima de esta y otra bañadera encima de la otra y yo sentada en la cama… Al otro día tenía que ir a trabajar.

María Perdomo Barreto
Mi padre criaba siempre tres cochinos y pa hacer la casa aquí vendió uno y compró el solar. Después, con las perras de los otros cochinos compró los bloques y así fue trabajando.
Cuando nos mudamos aquí, afortunadamente, tenían mis padres su habitación y nosotros una habitación pa nosotros. Y la cocina y un baño con pozo negro. ¡Teníamos una casa!

Angelita Báez Ramos
Recreación del barrio a través de su historia: hitos y símbolos. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

Recreación del barrio a través de su historia: hitos y símbolos. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

La solidaridad

A pesar de las enormes dificultades, Valleseco fue para muchas un lugar donde prosperar. El efecto de la llamada solidaria recorrió las islas y familiares, amigas, conocidos… vinieron a trabajar, a establecerse sabiendo que no estaban solas.

Vinimos aquí, a Valleseco, a un cuartito y una cocinita que me dejó mi cuñada Carmen. Era un cuartito que, como el marido era algo albañil, él mismo lo hizo. Viví al menos dos años. Después me cambié, porque ya ella tenía a sus hijos grandes y me recogió nada más que una temporada. Dos o tres años, no sé si serían… Y me alquilé una casita de madera donde Jovita, en la calle Antonio Saro. Ahí estuve unos cuantos años. Era muy bien hechita y no se mojaba. ¡Qué va! Techada con buenas planchas, de madera machimbrada. Sí, tenía cocina y un bañito. No un baño, sino retrete fuera de la caseta. Entonces cocinábamos con la leña y con lo que agarrábamos.

Nicanora Piñero Sánchez
Cuando llegué al barrio fui a vivir arriba al barranco, casa mi cuñada Josefina. Allí viví diecisiete meses con mis cinco niños, en un cuartito que ella tenía pequeñito. Yo le decía: «Si consigo una casita, me voy de aquí. Los estoy molestando con tantos niños y ustedes no han tenido ninguno». Ella me decía: «Tranquila, que tú tienes que estar aquí hasta que busques lo tuyo, que, si no, no vas a hacer nunca nada. Y así mismo fue».

Dolores Bernal Morales
Cuando vinimos a vivir a Valleseco, vivimos en una casa mucha gente. No me acuerdo bien, pero me parece que era de madera en la calle 10.

Lola Herrera Ledezma

Ayudas para las viviendas

Aunque no siempre era fácil reunir los requisitos, algunas accedían a las escasas ayudas organizadas por algunas entidades o instituciones.

Cuando me casé, el dormitorio lo daban a las personas que estaban trabajando. Había que poner una instancia y daban 2.500 pesetas, que en esa época era dinero. El dormitorio me costó 3.200 pesetas y no veas lo que fue ajuntar las 700 que me faltaban.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Desde la memoria. Mujeres de Valleseco. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

Desde la memoria. Mujeres de Valleseco. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

La fuerza de las mujeres

¡Qué hubiera sido de Valleseco sin las mujeres! En su empeño por prosperar, tomándose como ejemplo unas a otras, emprendían acciones que ahora se recuerdan como auténticas hazañas.

Los bloques eran de arriba, de la cantera, de lo alto de La Cardonera. Tenían como un carril y los traían hasta aquí debajo, hasta la cabina de teléfono, y luego de allí había que traerlos a la cabeza. Los cargábamos todos. Mi madre, mi padre, todos… Paco cargó poco, porque la verdad es que él estuvo navegando toda la vida.
La casa la hice yo, ¡ja, ja, ja! Yo siempre se lo digo. Él no ha cargado nunca una baldosa de cemento. La casa la hice yo sola. Tendría veintisiete o veintiocho años.

Fíjate tú que Paco salió de aquí pa dar un viaje de Barcelona a Panamá por quince días y estuvo cinco meses sin venir, porque después estuvo llevando plátanos en un barco frigorífico del Ecuador a Santiago de Chile y cuando vino —él me había dejado con ese cuarto y la cocina— se encontró la casa hecha, de dos pisos. Cuando llegó allá, a la esquina, donde está la cabina de teléfono, se fue p’abajo, porque se pensó que se había equivocado de calle.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Recuerdo a mi madre que hizo la casa, las tres habitaciones, cargando revuelto del barranco…
La casa esta fue que mi padre en sí me vendió el solar y lo fabricamos. Yo cargando… Ni un bistecito en esa época me comí, sino Matías y yo, el pobre, y mi hermano cargando de la carretera aquí cubitos de revuelto… Y venga y venga y venga por ahí p’arriba.

Carmita Berriel Rodríguez
¡No me digas nada del tiempo que tardamos! ¿Sabes de dónde traía los bloques y la arena? De la carretera, frente de la Casa Alemana. El camión lo dejaba allí, en la carretera, y luego nosotros lo traíamos al hombro. Mi marido y yo subimos de la carretera aquí diez bolsas de cemento, la última si no me la quita yo creo que me voy al suelo con la bolsa.

Rafaela Perdomo Barreto
Yo siempre he sido muy ahorradora, iba ahorrando mis perritas… y comprando poquito a poco. Un mes comprábamos cuatro o cinco cantos, o diez. Los que podíamos.

Nicanora Piñero Sánchez

Los vecinos y vecinas se ayudaban también en la construcción de las nuevas viviendas.

Mira esta casa misma que está al lado, la de Lola, el marido se fue a Venezuela y la dejo ahí en la casetita de madera. Compró un solarcito cuando pudo y cuando fue a poner el techo le dijo mi madre: «No pagues maestro, el techo lo amaso yo y con el dinero que vas a pagar al peón compras el piso pa la habitación». Y mi madre amasó todo el techo y Lola, yo y mi hermano Fono lo subimos por la escalerilla p’arriba. Mi madre ayudo a mucha gente aquí en Valleseco. Tenía un genio… Un carácter muy fuerte, pero un corazón de oro.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Desde la memoria. Mujeres de Valleseco. (Collage: Mauricio Pérez
Jiménez).

Desde la memoria. Mujeres de Valleseco. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

La escuela

El sistema educativo de la República no le interesó al franquismo y la escuela dejó de ser una prioridad y, por lo tanto, de ser accesible y de calidad para una gran parte de la población de las islas. Todas hablan de las pocas oportunidades y exigencias. Unas no podían asistir, otras no asistían, otras llegaban mayorcitas y en los lugares de origen no siempre había escuela…

Fui a la escuela de Fray Albino hasta los catorce años. Allí aprendí a leer, porque escribir no sé nada.

Carmen Aguiar Álvarez
La primera escuela era frente a la Casa Alemana, en la casa de Mimo el cambullonero. Íbamos muchos niños y cada uno llevaba nuestro banquito para sentarnos, que nos hacían nuestros padres.
Después vine a la escuela La Colonia, en la calle San Juan Bautista, que fue fundada por José Antonio Primo de Rivera. Allí, cuando íbamos cogíamos las piedras de la playa de San Antonio y se las tirábamos a una palmera que estaba delante de la iglesia de San Francisco para que cayeran los dátiles, porque teníamos hambre. Los sábados nos daban un babero blanco y unas lonas para ir a misa el domingo y el lunes teníamos que devolverlo.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Me acuerdo que lo primero que hacíamos era gritar «¡Viva España!», cantar el Cara al sol y rezar. Después te enseñaban a sumar, multiplicar… Yo aprendí a sumar y a multiplicar, restar y dividir ni lo aprendí ni lo sé todavía.

Angelita Báez Ramos
La escuela estaba en la calle de la Rosa y nosotras íbamos caminando desde Valleseco. Nos quitábamos las lonas para que no se rompieran y caminábamos descalzas.
A mediodía venía a comer a casa, a veces comía en el colegio porque Paco Taima estaba en el comedor y él me daba el cupón y me decía que le sacara el pan. Yo me comía la comida y a él le daba el pan.

Lola Herrera Ledezma
Fui a la escuela, pero poquito, porque enseguida me fui a trabajar al saladero. Lo que aprendí fue a cantar el Cara al sol. Cuando entrábamos cogíamos la bandera para subirla y todo el mundo, las chicas todas en fila, cantando el «Cara al sol con la camisa nueva», todas, todas. Después, cuando salíamos, otra vez a bajar la bandera y otra vez todas en fila a cantar el Cara al sol. Y a correr pa nuestras casas. Las maestras no se daban cuenta de que a uno le hacía falta estudiar y no aprendimos casi nada. Leer y escribir, sí.
No había tanto tránsito como hoy. No había nada, sino el carro de señor Manuel, el carrero, que era grande, grande.

Fátima Sánchez Herrera

La primera comunión

Casi todas las protagonistas hicieron la primera comunión en la iglesia de San José. También en María Jiménez y alguna no la hizo. Hacen referencia a la diferencia que había con las actuales comuniones. Todas recuerdan los chocolates, los dulcitos y churros del desayuno. La hacían con sus compañeras de colegio, como cualquier otro día. Les prestaban baberos, lazos y lonas (alpargatas), que tenían que devolver. No era costumbre que sus padres las acompañaran.

Hice mi primera comunión como ir cualquier día a misa, exactamente igual. Éramos muchas niñas, pero no había nada de lo que hay hoy, ni se ponían una ropa, ni las madres iban a acompañar. No. Íbamos el grupito de niñas que estábamos en la catequesis.

Angelita Báez Ramos
Yo no hice la primera comunión.

Juana Domínguez Ravelo
Nos daban unos babis y unas lonas para ir a hacer la comunión y después el desayuno. Todos los años nos apuntábamos pa hacer la primera comunión y poder ir a desayunar.

Lola Herrera Ledezma
El trabajo, necesario aliado, siempre presente. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

El trabajo, necesario aliado, siempre presente. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

Los juegos

Como todas las niñas, jugaban y jugaban, unas más que otras, haciendo uso de los recursos que tenían, los juguetes que conseguían, los que imaginaban…

Cuando era pequeña, jugaba al teje, íbamos a hacer cola al chorro y, como había sol, nos metíamos en el zaguán de señá Amelia a jugar a las piedritas. Hoy molestan a los niños en todos sitios. En aquella época venían los hijos a comer y brincaban por encima de nosotros y en ningún momento aquella mujer nos dijo: «¡Salgan pa fuera!».
Las muñecas que tuve eran de trapo, me las hacía mi madre. Me hacía los trajes de la muñeca y los míos con sacos de azúcar y para tapar las letras me los teñía.

Candelaria Aguiar Rodríguez
¡Ay, señor! Yo jugaba poco, porque tenía que cuidar a mis hermanos. Pero, mira, íbamos a la playa a bañarnos, cuando era la playa Pancho, que estaba el fisquito de muelle. ¿Te acuerdas del muellito, chiquito? Pues ahí íbamos a bañarnos…

Angelita Báez Ramos
Jugábamos Fina la de Domitila, Juanita la coja… al tejo, al tapón que ponías las cartitas en el suelo y le dabas con la mano para levantarlas. ¿A qué más jugábamos? Jugábamos ahí debajo a los vagones. Me subía en la locomotora pa rodarnos dentro de la casa del carbón. ¿Y qué más? Me subí una vez en el tranvía, que si mis hijos se subían los mataba… Yo era un macho.

Carmita Berriel Rodríguez
Saltábamos a la soga, se ponían unas pocas chicas a cantar y a bailar. A veces nos poníamos como locas a jugar a las casitas. Cada una tenía su trocito y limpiábamos la casita a ver quién más bonita la tenía. Nos poníamos unos tacones de piedras, que hacían el ruidito como si tuvieras tacones.

Basilia Betancort Mesa
Jugaba de todo, a la pelota, al chirre, que era hacer unas rayas en el suelo y decíamos: «El chirre». Era brincando, saltando de un lado a otro de las rayas.
Íbamos por el agua a la fuente, llenábamos los cacharritos y los traíamos pa jugar. ¡Y lejos que era!

Inocencia Hernández Brito
No me acuerdo de muchas cosas, porque era pequeña, pero sí de jugar así con las chicas a la soga, a irgo, al palito escondido o, como decíamos antes, a rebenque escondido, que cogíamos un palito y lo escondíamos y después decíamos: «Frío, frío frío. Caliente —si llegábamos al lado de él—, caliente», hasta que lo encontrábamos.
También jugábamos a la soga, a las muñecas. Unas muñequitas que nos daban cuando íbamos a la doctrina a la iglesia. Eran muñequitas de esas, como de cartón, que cogíamos, las bañábamos y se retorcían y se iban pa la porra.

María Luisa Agustina Hernández Morales
Yo era media machona. Me gustaba jugar a la pelota, al tángano. El tángano era suponer la calle, poníamos una piedrita de separación y aquí un cristalito de botellas, porque no teníamos perras —tenía que ser una moneda—. Tirábamos y el que le daba y lo tumbaba ganaba.

Los platitos para jugar a las casitas eran de cascos rotos, de botellas, y las muñecas una piedra, las enrollábamos en un trapo y aquella era la niña. Juguetes no teníamos.

Rafaela Perdomo Barreto

La celebración de Reyes Magos

Y los Reyes anunciaban que también visitarían Valleseco. Pero, en medio de la escasez, no todas recibían su regalo… Ellas se adaptaban a las diferentes situaciones y algunas no recuerdan los Reyes ni las fiestas navideñas.

Venía el día Reyes y yo vía las niñas con las muñecas. Ya mis padres no estaban bien, y no me podían comprar una muñeca. Mi madre cogía y me hacía una muñequita de trapo.

Basilia Betancort Mesa
Los Reyes yo no. Igual que la Nochebuena… Yo cuando más me acuerdo es después que me casé, que yo ya tuve a mis hijos y la hacíamos aquí. Porque mi madre ¿con qué?, si no teníamos nada.

Rafaela Perdomo Barreto
En los Reyes mi madre no podía dejarnos nada, porque no tenía dinero. Una vez fue a capitanía y me dieron a mí una muñeca y un cestito de cacharros y a mi hermano un barquito. Yo quedé más contenta que si hoy me dan un millón. Era de un azul tan bonito, con su asita y dentro todo lleno de cacharros. ¡Ay, qué alegría me dio! ¡Qué alegría!

Fátima Sánchez Herrera

Juventud

Amigas, paseos, cine, excursiones, bailes, noviazgos… ¡Cuántas ilusiones y qué poco tiempo duraban! Se casaban muy jóvenes y las responsabilidades se multiplicaban, dejando poco margen al disfrute juvenil. Sin embargo, en sus recuerdos mantienen la vitalidad y el humor.

Aquí hacían bailes perreros en casa de don Hilario y en el Canuto. Tocaban la guitarra y el acordeón, y subíamos a bailar hasta las ocho o las nueve. Cuando quitaron el Canuto, íbamos a Cuatro Torres por la Recova, al barrio de la Alegría, a María Jiménez a las fiestas de San Andrés, por la carretera, con todas aquellas curvas…

Carmen Aguiar Álvarez
Iba al cine Avenida, que estaba por allá del mercado, con Andrea, en paz descanse, con mi cuñada Carmita… Era una enamorada de Jorge Negrete. ¡Ay, Jorge Negrete! Fuimos a ver El ahijado de la muerte al cine El Toscal y se ve a Jorge Negrete subiendo una montaña y los bandidos tirando piedras desde arriba…, y se levantó Carmita a parar la película…
En las fiestas de Candelaria íbamos caminando hasta allá. Antes no era como ahora. No había bares ni nada donde uno comer. Mi madre llevaba la cesta a la cabeza con la comida.
Íbamos también a la fiesta del monte, por ahí p’arriba. Nos levantábamos a las cuatro de la mañana el primer domingo de septiembre y cantábamos:
Barranco de Valleseco,
cuántas parrandas me debes,
cuántas me tienen tapadas
las sombras de tus paredes.

Candelaria Aguiar Rodríguez
¿De joven? Iba a cargar agua con un cacharro a la carretera pa ver los pibitos a ver si se enamoraban. ¡Ja, ja, ja!
Mi madre tenía unas plantas en el huerto altas y yo, que era como un tigre, subía corriendo por ahí arriba y les largaba la lata de agua y las regaba, corriendo en el huerto, ¡ta, ta, ta! y pa la carretera otra vez pa ver a los pibitos, porque aquí no había otra diversión.
Ya cuando fui mayorcita iba a los bailes que se hacían en los solares.

Carmita Berriel Rodríguez
Cuando llegué aquí sí iba a los bailes. Yo me acuerdo de que mi cuñado Adrián hacía bailes en casa de la madre, aquí en esta calle 11. Se llamaba Jacinta. Cuando mi novio me sacó a bailar, le dije: «¡Muchacho, que yo no sé!». ¡Ay, mi madre! ¿Y ahora? Pues mira, me lleva para la parte más oscura y me dio una vuelta que casi me tira. Aprendí.

María Cabrera Padrón
Pasábamos desconsuelos. Recuerdo que un día estábamos aquí unas vecinas, Juanita Barreto y unas cuantas más, y mi madre trajo del mercado una cesta de naranjas que estaban ciscadas; las vació en el suelo y cada una cogíamos la que nos gustaba. Le quitábamos aquello podrido; no todo, sino un cacho… ¡Buenísimas!

Lo que comíamos era potaje con gofio, plátanos, naranjas. Los domingos, o cuando a ella le parecía, o cuando tenía aceite y harina, hacía una hondilla grande de tortitas de harina.

María Magín Herrera

El saladero

Casi todo el barrio trabajó en el saladero. Tanto hombres como mujeres, desde muy jóvenes, pasaban sus días en él trabajando a destajo. Con las perritas que ganaban, fueron construyendo sus humildes viviendas. Primero casetas, después casitas, que hoy conforman un barrio muy mejorable, pero con viviendas cuidadas y confortables.

La salazón de pescado en Valleseco y en otros puntos de la ciudad era una actividad industrial de transformación y conservación del pescado mediante la sal y también otros subproductos, como harina y aceite. La materia prima se obtenía en el abundante y generoso banco canario-sahariano. Este tipo de actividades comenzó en Valleseco en el año 1883. Se amplió en la primera mitad del siglo pasado, hasta que decayó bajo la competencia marroquí en la segunda mitad del mismo siglo.

El trabajo en el saladero era hacer de todo: lavar el pescado, tenderlo al sol, empaquetarlo. Allí hacíamos todo lo que te mandaran. No había horario. Había veces que trabajabas ocho horas, pero si había barco trabajabas día y noche. Yo llegué a ir a cenar a mi casa a las siete, volver y estar hasta el otro día, que iba a almorzar a las doce.
Mi madre, cuando bajaba al mercado a las seis de la mañana, a lo mejor nos llevaba un agüita calentita.
En el descanso no comíamos nada. ¡Chacha! No había qué comer.
Yo recuerdo que los saladeros eran el de Regla, que estaba en Los Llanos y era de Pelarre, el de Jagua, el de Cueva Bermeja y los dos de Valleseco, de Pelarre y Emilio Delgado, que era donde hoy está la escuela. Después, Emilio Delgado lo vendió a IPASA.
De Valleseco se llevaban las espinas y las cabezas del pescado para Los Llanos y allí se hacía la harina.
Yo trabajé hasta que me casé. Ya después no volví a trabajar en el saladero. Empecé a los doce años en Jagua, acabé con veintidós.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Yo no hacía nada más que trabajar como una negrita en el saladero. Trabajábamos día y noche. Cuando venían los barcos de pesquita, trabajábamos hasta que se terminara y cuando se terminaba pasábamos al pescado seco. ¡Yo tenía catorce o quince añitos, muchacha! Me ponía una falda baja de saco para lucir más grande de lo que yo aparentaba y así me dieron trabajo, ganando una peseta al día. Manuel Taima era el encargado y don Emilio era el dueño.

Narcisa Amalia Hernández Domínguez
Y si yo te digo que en el saladero ganaba una peseta al día, porque era menor, y las mujeres, dos… Y trabajábamos de noche y de día. Cuando trabajábamos de noche nos pagaban una peseta también. Mira, yo trabajé como una negra y no tengo derecho a nada.
Empecé a trabajar, creo que no tenía los trece años cumplidos.

Rafaela Perdomo Barreto
El primer trabajo que tuve fue en el saladero. Había veces que me ponían en la tanquilla a limpiar las tripas del pescado. El pescado lo abría, cogía las tripas y las botaba a un sitio que nos ponían, lo lavábamos y a la parihuela.
Eso era una, y después otra era escamar pescado. Los hombres nos ponían una lonja de pescado y yo, con una rasqueta, cogía el pescado por la cabeza, ¡tras, tras, tras!, y los hombres que cortaban el pescado, los escaladores, detrás de nosotras, sacaban la tona del pescado enterito y lo ponían también en la parihuela. Ese pescado pasaba a la sal y después iba entongado en las cajas para mandarlo pa fuera.
Se quedaba la cabeza y la espina para hacer harina, pero nosotros también comíamos de eso si podíamos. Lo traíamos pa casa, que mi madre la iba a pedir, y hacíamos una cazuela buenísima.
Otro pescado se abría y quedaba la espina al centro, se le quitaba la cabeza y luego íbamos a secarlo en las playas. Este era de otra calidad.
Samas, burros, sama dorada, que era como las samas pero más oscurita. Se ponían a secar, pero cuando había pedido de cajas, unas cajas blanquitas que venían preparadas con su papel, los llenábamos de sal y los metíamos en las cajas, se tapaba y pa Guinea.

Fátima Sánchez Herrera
En el saladero trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las cinco por doce pesetas, y si trabajaba después de las cinco, dos pesetas la hora. Lo que ganaba se lo daba a mi madre y me dejaba pa las lonas y pa escribirle a mi novio.
En el saladero, lo que hacíamos era lavar el pescado, entanquillarlo. Le echábamos sal y… una camada de pescado, otra camada de sal, otra de pescado, otra de sal… Se dejaba hasta que se secaba. Tardaba dos o tres semanas en secarse, después lo embarcaban pa fuera, yo no sé.
El pescado que se usaba en el saladero eran cazones, curvina y pescado menudo. El pescado menudo lo emburrábamos y lo tendíamos al sol, después lo recogíamos y lo entongábamos. Emburrar era que se mantuviera derechito pa que se secara por dentro.

Juana Domínguez Ravelo
Restos del saladero, que supuso una fuente de trabajo para casi todas las familias del barrio. «Y si yo te digo que en el saladero ganaba
una peseta al día porque era menor…». (Foto: Mauricio Pérez Jiménez).

Restos del saladero, que supuso una fuente de trabajo para casi todas las familias del barrio. «Y si yo te digo que en el saladero ganaba una peseta al día porque era menor…». (Foto: Mauricio Pérez Jiménez).

La guerra

Persecuciones, abusos, asesinatos, enfermedades, desconsuelo, miedo y más miedo, pobreza, plagas, hambre…, destrucción. Se vivía en el sinvivir de la espera, siempre pensando en el regreso de los hijos, maridos, amigos… Los barcos entraban y salían del Puerto de Santa Cruz, enfrente mismo del barrio.

Cuando la guerra, yo tenía cuatro años. Me acuerdo que de madrugada venían los barcos con los soldados con permiso. ¡La escandalera que traían! Nos levantábamos mi madre y yo a ver si venía mi padre. El barco ahí fuera y llegábamos primero nosotras al muelle, corriendo por esa carretera p’abajo, que el barco al muelle.
Mi padre estaba en la guerra y sí, escribía y eso, pero a veces venía sin avisar.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Mi cuñada Concha, paz descanse, cogió al niño y fue corriendo a encontrarlo y yo era tan corta que me daba vergüenza de ir a encontrarlo y abrazarlo delante de la gente como se merecía.

Basilia Betancort Mesa

Esa espera no siempre se resolvía con la llegada inesperada del ser querido. Muchas veces el correo cumplía su papel de mensajero.

A mi madre le pusieron María la Grande, porque había una venta en la carretera adonde venían las cartas y, cuando la guerra, el dueño de la venta llamaba para que bajaran a buscar las cartas.
¡María!
Y bajaban mi madre y María Barreto, que mi tío también estaba en la guerra. Un día Cándido les dijo:
Cuando yo diga María es pa usted y cuando diga María la Grande, pa usted.
Y de ahí…

Candelaria Aguiar Rodríguez
Tengo muchos recuerdos malos. Estuve tres años con mi marido en la guerra más que recibiendo cartas y esperando que llegara la mala noticia.
La guerra, un tiempo desesperado, desesperado, m’hija. Me consolaba con las cartas que siempre me escribía.

Basilia Betancort Mesa

Otros caían presos y algunos pasaban sus últimos días fondeados en la bahía antes de ser lanzados al agua.

Se oía que si mataban a la gente, que si los fusilaban. Yo me acuerdo de ir con Carmiña a la playa de San Antonio, que había un barco fondeado allí donde metían a los presos, a ver si veía a su marido, que estaba preso. Me acuerdo de oír decir de los Carreño, que si fusilaron a los tres hermanos…, pero yo conocerlos así en persona, no.
Creo que los acusaban, los cogían, se los llevaban y después no se sabía más de ellos. Les oía a las personas mayores decir que los mandaban de pandullo.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Mi padre tenía un hermano que estaba preso en las gabarras, porque le buscaban una pistola y él, el pobre, decía que no sabía ni cómo era una pistola. Lo metieron primero en los salones y después lo pusieron en las gabarras y mi padre nos llevaba por la tarde a La Ranflita cuando los dejaban salir.

Siempre llevaba un pedazo de tela verde, que mi madre le hizo un vuelto pa que no se despeluzara, pa que mi tío supiera quiénes éramos. Y yo vivía con la pena esa, porque mi tío era un hombre muy bueno.

Angelita Báez Ramos
Los que estaban al mando de Franco sacaban a las personas y las desaparecían. Al padre de Vicentito fueron a la casa, lo sacaron por la noche y no se supo más. Sin hacer nada. Él no estaba metido en nada de nada. Y según dicen, a otros que nosotros no sabemos.

Basilia Betancort Mesa
Cuando la guerra, yo ya estaba casada. Vivía en Lanzarote. Allá se llevaban a la gente. Muchos no llegaban a la casa, los mataban. Y nosotros yendo a la Virgen de Dolores a llorar y rezar.

Dolores Bernal Morales
En la guerra, la señá Loreto, de aquí, de la casa alta, tenía tres hijos, Pablo, Pepe y Pedro. Pedro y Pepe eran revolucionarios, eran de los que huían cuando la guerra. Una noche vinieron a casa de la madre, que vivía en la casa alta. Les tocaron en la puerta.
¿Aquí vive Pedro Carreño?
Sí.
Dígale que salga.
Salió. A la otra noche volvieron.
¿Aquí vive Pepe, Pepe Carreño?
Sí.
Pues dígale que salga.

Se llevaron a los dos y a los dos los fusilaron juntos.

María Perdomo Barreto

Muchos no volvían; otros sí, pero no siempre en las mejores condiciones.

Pero a mí lo que me pasó es que fue a la guerra por su quinta y estuvo allá tres años. Tres años de sufrimiento y de pena. Y yo tan ignorante que no dije nunca que vino enfermo de la guerra y no fui a dar cuenta. Me parecía que… Traía el reúma en el corazón, de los fríos. ¡Ay, m’hija! ¡Pobrecito! Yo también rezo por él. No lo he olvidado, aunque me haya casado otra vez. Lo bueno y lo malo no se olvida.

Basilia Betancort Mesa
La guerra… ¡Ay, Dios mío! ¡No me voy a acordar…! Mi marido vino cuando terminó la guerra y siguió en Candelaria en el cuartel como soldado, pero pagándole una migaja. Yo empecé a coser y con lo que cosía y lo que podía iba saliendo hasta que se murió.

María Perdomo Barreto

El miedo se convirtió en el acompañante habitual.

De Franco en mi casa no se hablaba, porque, mira, al tío, que lo tenían en las gabarras siendo una persona inocente y nunca habiéndose metido en nada, injustamente lo tuvieron muchos años preso. Que él tuviera sus conversaciones con sus amigos, con gente de su edad, pero con nosotros…, pues no, de eso no se hablaba. De eso nunca.

Angelita Báez Ramos
Una vez llegamos con mi padre a la altura de la Comandancia de Marina, que cuando eso todavía no estaba, y ver a la policía, mi padre tener una navajita en el bolsillo y largarla p’al carajo, porque si trincaban cualquier cosa te llevaban por delante.

Candelaria Aguiar Rodríguez

Terminada la guerra, vinieron largos años de represión y muerte, de escasez, pobreza y hambre…, racionamiento.

Se pasaba mucha hambre. Bueno, madre no nos dejaba pasar hambre, pero desconsuelo de muchas cosas sí.
Yo no sabía lo que era merendar. Tenía una prima que estábamos jugando y por la tarde decía:
Voy a merendar.
Y yo decía:
¿Qué es eso de merendar?
Yo nunca merendaba. Cuando le pregunté a mi madre, me dijo:
Ya merendarás.
Mi madre nos traía la comida del trabajo, de la Residencia de Oficiales de la Recova Vieja. Lo que ella no se comía nos lo traía a nosotros.

Carmen Aguiar Álvarez
Eran tantas las calamidades que si usted tenía unas raciones de aceite las vendía para comprar el maíz. La comida era sancocho de papas, pescado y gofio. Esa era la comida. Y el potaje. Leche también teníamos, porque mi padre tenía ganado.

Dolores Bernal Morales
¿De las raciones? En cola, para cuando iba llegando al mostrador ni había pan ni nada y, claro, te venías pa casa sin nada. Mi madre, la pobre, nos tenía mantenidos con un agüita y gofio…, con agüita de cáscaras de naranjas y cosas así.

Narcisa Amalia Hernández Domínguez
Mi madre, si es verdad, yo me acuerdo las colas que hacía en casa de Augusto pa coger, ¡ay, señor!, un fisquito de esa leche. Que yo recuerdo un saco amarillo amarillo y mi hermano, que nació prematuro, con esa leche se crio. ¡Yo qué sé de dónde diablos venía! Venía en sacos. Amarilla. Es que apestaba. Yo nunca más he vuelto a ver esa leche.

Carmita Berriel Rodríguez
No teníamos qué comer, eso es verdad. Nos quedábamos noches sin cenar. Iba yo una vez con las perras pa la máquina la India a buscar el gofio y no traje ninguno. En aquella noche no comimos. Siete pesetas teníamos en el bolsillo, que era un montón de dinero, y no había nada que comer. Al día siguiente, en el estraperlo conseguimos unos dos kilos de millo, que eso no daba pa nada. Traerlo aquí arriba, tostarlo, llevarlo abajo, molerlo y volverlo a traer.

El pan era de los ricos, pa nosotros ninguno o muy poco… Muertos de hambre.
Una vez mi marido se comió nueve panes. Cuando no había nada qué comer, se los dieron y se los comió.
¡Bien pasamos! ¡Bastante! Y bichos y pulgas…, de todo.

Inocencia Hernández Brito
¡Ay, sí! ¡Ay! Me acuerdo del racionamiento. Eso fue cuando estábamos en el colegio. «¡Levántate, Tina! ¡Levántate! ¡Que vamos a buscar las papas!». Y bajábamos al mercado hacia las dos de la mañana, creo. Sí, mi niña, porque no teníamos reloj.

María Luisa Agustina Hernández Morales

El Auxilio Social había pasado a ser una institución de asistencia del Régimen y repartía, en función de subscripciones, ropa y alimentos entre la población, cada vez más pobre.

Había miedo, había piojos, de todo había. Yo, la suerte que iba al Auxilio Social, que es que daban ropa a los necesitados y que, como trabajaba en la guardería infantil, la señorita Maruca me quería mucho y me daba la ropita pa mis hijas. Los trajitos, sandalias…

María Perdomo Barreto

Algunas veces, las jovencitas establecían complicidades con los jóvenes guardianes, dejando en el ambiente momentos de respiro.

«¡España!». Que había que contestar «¡España!», le decíamos. Cuando mi madre nos ponía la cena, por ejemplo a las ocho, ya a esa hora nos íbamos a hacer la cola del pan a la panadería Cabeza, en la calle San Francisco, y me acuerdo que pasaba por detrás de Paso Alto y los soldados nos daban el alto:

¡Alto! ¿Quién va?
Y nosotras, en vez de decir «¡Las chiquitas que van a la cola del pan!»… Y nos dejaban pasar.

Candelaria Aguiar Rodríguez

Pero el control iba en aumento en cada rincón de Santa Cruz y la represión continuada, ejercida en cualquier momento, obligaba a actuar con miedo.

Enfrente de la parada de las guaguas de San Andrés, también había un cuartel y por la mañana ibas tú pa la escuela y tenías, cuando tocaban, que ponerte con la mano levantada hasta que terminaran.
También me acuerdo de la escuela de la Falange, de la colonia donde estuve. Ahí sí nos ponían formadas y nos hacían cantar: «Somos flechas que siempre llevan la alegría en el corazón…». ¡Muchacha! ¡Quita p’allá el franquismo ese!

Candelaria Aguiar Rodríguez
De Franco me acuerdo cuando la primera vez que él vino. Fuimos en un desfile todas las del saladero al muelle a recibirlo, porque nos mandaron.

Narcisa Amalia Hernández Domínguez

¡Y cuánto ejercicio del poder y cuánta injusticia!

Por las noches rezo a todos los muertos que conozco, porque parece mentira que según voy rezando se me van viniendo a la cabeza, y sigo rezando. Cuando llego a acordarme de Franco, digo: «Que te revuelvas en el infierno y que no te vuelvas a enderechar nunca», porque bien mató gente el sinvergüenza. A esos dos hermanitos, los Carreño, los mató juntos y la madre se murió detrás.

María Perdomo Barreto

El cambullón

Otra forma de ganarse la vida fue con el cambullón, una amplia red de tráfico de mercancías de todo tipo en la que estaban implicados diferentes estratos sociales. Desde el barrio se hacía un cambullón de a pie, el que con frecuencia sufría persecución y represión, ya que era una actividad que rozaba siempre la ilegalidad, aunque de alguna manera era aceptada.

¡Hooombre! Me acuerdo de verlos corriendo por todas esas laderas, cuando Valleseco no era sino cuatro casas. Corriendo con las cajas a esconderlas en las casas. De eso sí me acuerdo. Y de que a veces los detenían.

Angelita Báez Ramos
¡Ay, los cambulloneros! Eso… Viví sustos y más que sustos. En esa época, los Taima…, muchos… Venía la guardia civil por ese muelle y parece que estoy viendo los tiroteos. Una vez se metieron por el patio de mi casa y salieron por la azotea. Lo vivimos nosotros con miedo. Disparaban, ¡claro que disparaban! ¿No iban a disparar? Y se metían en el agua y salían por la gasolina y mi padre, el pobre, que trabajaba allí… Parece que lo estoy viviendo ahora.

Carmita Berriel Rodríguez
Del cambullón yo me acuerdo, bueno eso de las lanchas que tenían que tener cuidado, porque la guardia civil se ponía a acechar… Había mucho estraperlo, las lanchas venían llenas, cargadas de todo. En eso había mucha gente del barrio, no me acuerdo de quién. La gente vendía y con eso escapaba, pero estaba muy vigilado.

María Cabrera Padrón
Se conseguía azúcar, apenitas de aceite, un fisco y mirando a ver si víamos el barco del maíz o del aceite.

Inocencia Hernández Brito
La fiesta, siempre querida y necesaria diversión. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

La fiesta, siempre querida y necesaria diversión. (Collage: Mauricio Pérez Jiménez).

La llegada de la Virgen y la construcción de la iglesia

En la construcción de la iglesia colaboró mucha gente. Podría decirse que todo el barrio, cada familia o persona con lo que podía. Se nombra mucho a Carmita, que fue la promotora en la compra del solar y la edificación de la iglesia.

Participamos en dar para la iglesia; cuando se hizo, di p’al techo. Cuando pusieron el piso, también di. Acompañaba en ir a buscar a la Virgen a San José.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Participé cuando se compró el solar de la iglesia saliendo a pedir. Y cuando se empezó a hacer la iglesia salíamos también a pedir para el piso. Cada vecino ponía un metro. Cuando no podían un metro, se juntaban todos los de la familia, como nosotros: se juntó mi padre y nosotras todas y pusimos los metros que pudimos juntar. Así hicieron otras familias.
Y Carmita era fabulosa, porque a ella le gustaba mucho reunir a las chicas del barrio, que fue cuando se compró el solar pa la iglesia. Nos reunía pa hacer las banderitas y esas cosas pa las fiestas.

Angelita Báez Ramos
La Virgen fue muchos años encerrada en casa de un señor que lo llaman Memo, hasta que arreglaron la iglesia. Yo también ayudé p’al piso de la iglesia.

Concepción Hernández Domínguez
De San José la traían, porque nosotros no teníamos Virgen. Esta la compró don Antonio Pelarre, el del saladero. La traían y la dejaban dos o tres días y después la volvían a llevar a San José, hasta que compraron la nuestra, que la pusieron en casa de Liberia.

Fátima Sánchez Herrera
La Virgen del Carmen vino en 1952, que estaba mi marido pa África, por eso me acuerdo. Estaba sirviendo.

Juana Domínguez Ravelo

Las fiestas del barrio

Antes, las fiestas reunían a mucha gente de muchos lugares y los vecinos y vecinas del barrio se organizaban para tal acontecimiento. Había una participación general que hoy se recuerda con nostalgia.

¡Oh! ¡Las fiestas del barrio, quítate el sombrero! Eso era una semana de fiestas a qué mejor.

Angelita Báez Ramos
Las fiestas eran bonitas y buenas. Sí. Venía gente de todas partes. Unas fiestas preciosas.

Inocencia Hernández Brito
Pues Dominguito, el que se lo quiera agradecer…, ha hecho mucho. Pues, hasta fíjese usted, mi hermano, en paz descanse, decía: «No sé cómo pudo traer él los perros de Dragados pa vestir la iglesia». A él le nace, es que le nace. Cuando usted lo quiera buscar, no lo busque aquí, búsquelo en la iglesia.

Concepción Hernández Domínguez
Antes, cuando no había luz eléctrica en la casa, poníamos en la azotea por la fiesta la rueda de fuego. Después que se puso la luz, lo tuvimos que dejar, porque ya era un peligro. Pero antes sí. Poníamos la bandera siempre en la ventana, que todavía la tengo. La bandera y la ruedita de fuego, eso no faltaba nunca, la verdad. Todas las casas la ponían.

Candelaria Aguiar Rodríguez

El barrio ayer y hoy

Valleseco no ha estado lejos de las transformaciones tecnológicas y sociales que han afectado al día a día de nuestras protagonistas. Ellas son conscientes de los avances, a los que no siempre les es fácil adaptarse y que en algunas ocasiones interpretan como falso progreso. Pero se enfrentan a ello con sano optimismo, sabiéndose notarias del pasado.

Todas tienen muy presente lo que significaban la solidaridad y la unión para poder salir adelante. Añoran los tiempos en que sentían el tirón unánime.

En un sentido, me gustaba más la vida otra, porque había más unión, nos queríamos más, éramos todos como familia. En cualquier casa había una enfermedad y enseguida allí estábamos hasta la hora que fuera. Hoy la gente es más despegada. Se pone uno malo y nadie te visita.

Rafaela Perdomo Barreto
En el barrio las cosas han cambiado. Antes había cariño y se prestaban una a la otra, una taza de gofio o una taza de aceite. Hoy hay mucho orgullo. ¿Me estás entendiendo? Hoy hay mucho orgullo. Nadie quiere saber nada de nada, ¿sabes? Ni cariño ni nada. Y ya te dije antes que yo amigas…, con todo el mundo me gusta llevarme bien, pero de amigas amigas se cuentan con los dedos de la mano.

Narcisa Amalia Hernández Domínguez
Pa mí me parece que hoy están mejor las cosas. Antes no se tenía en la casa sino pa remediarnos y ahora casi todas tienen sus casitas bien.

Basilia Betancort Mesa
Y pasando hambre, porque la vida de antes no era como la de hoy. Te llevabas una cabeza de pescado salado al fuego y con aquella agüita escaldabas gofio y te chupabas los dedos, y así…

Ahora el barrio está mejor. Antes había hambre en todas partes. Ahora todo el mundo come y todo el mundo trabaja y todo el mundo gana dinero.

María Perdomo Barreto
Han hecho muchas cosas, han hecho carretera, calles y los escalones.

María Cabrera Padrón
¿El barrio?, ¿que si ha cambiado? Montones. Ha ido a mejor, pero faltan muchas cosas, la base principal es más unión. Esa es una, porque, si hubiera unión en la asociación de vecinos, la tercera edad y el grupito que se ha formado en la iglesia, sacaríamos cosas perfectas.
Cuando hicieron el local social, me dio una alegría inmensa, porque yo creí que eso era para disfrutarlo la gente del barrio, no para disfrutarlo cuatro que se creen los dueños.

Angelita Báez Ramos

Recuerdan las grandes dificultades. No tenían apenas nada, sino poco más que su empeño.

Pero cuando llovía teníamos que pasar por el centro de las barranqueras, donde estaba la basurera… No había nadie que dijera: «Fo, ¡qué mal está esto!». No, cogíamos una azadita y, ¡chas, chas, chas!, echábamos un poquito p’allá la basura y seguíamos caminando. Es que no podía nadie pedir más, porque todos teníamos lo mismo. Los únicos que tenían un poquito más eran los García, los padres de Carmita; las chicas de Liberia… No había alcantarillado. El más que tenía era un pozo.

Angelita Báez Ramos
En aquel tiempo no había gas ni luz, ni nada. Todo oscuro. Nos alumbrábamos con petróleo, cuando no con velas, y amanecíamos con las narices todas tiznadas.

María Luisa Agustina Hernández Morales
El barrio no era sino calles de masapé. Llovía y todo era fango. Si querías la casa sin mucho fango, tenías que dejar unas cholas escondidas en la calle y cuando ibas a entrar a la casa te las ponías limpias.

Basilia Betancort Mesa

Cuando llovía, corría el barranco y las mujeres iban a lavar la ropa. El barranco se convertía en un lugar de encuentro. Era una fiesta.

Mira, cuando los barrancos corrían íbamos a lavar. Todo el mundo lavando en los barrancos y echando el ojillo por si llovía, porque no teníamos otra ropa y teníamos que mirar el tiempo a ver cómo estaba para que se nos secara.

Narcisa Amalia Hernández Domínguez

No había agua en las casas, había que ir a buscarla a las fuentes, que estaban en la parte baja del barrio, en María Jiménez, en el barrio de la Alegría…

Cuando nosotras llegábamos de buscar el agua, no veas pa subir por ahí p’arriba con el cacharro del agua. Un día subiendo, por debajo de casa doy un resbalón, ¡pumba! Otra vez a ponerme en la cola. Llevábamos un bidoncito de esos pequeños, como los que hay hoy pa la pintura, porque los barriles de aceitunas pesaban mucho. No lo llenábamos hasta arriba, porque con el zangoloteo se derramaba el agua. Servía todo, cacharros que venían también con aceite, unas latas de cinco litros…

María Luisa Agustina Hernández Morales

Y cuando alguien moría…

Los duelos antes se hacían en las casas y se juntaba toda la gente. Se ofrecía alguna tacita de café o un poquito de caldo. Ahora son en los cuartos mortuorios. Eso está bien.

María Cabrera Padrón

Poco a poco, la mayoría de las mujeres han ido aceptando gustosas la participación de los hombres en los quehaceres cotidianos.

Sé de montones de gente que los maridos ayudan en todo en todo en todo en la casa. Son las mujeres que pueden trabajar, y cuidar a sus hijos y tener su casa. ¡Y tiempo pa salir!

Todavía hay mucha marginación en las empresas con las mujeres. En algunas, no en todas.

¿Por qué, si tú desempeñas el mismo trabajo que un hombre, que cogen un ordenador, que cogen una máquina de escribir y hacen el trabajo que hace este señor, por qué este señor tiene que ganar tanto y tú cuanto? ¿Por qué motivo? Tenemos los mismos derechos.

Angelita Báez Ramos
¡Chacha! Antes el machismo, que no dejaban poner ni una manga corta. Hoy las mujeres están gozando. Vienen los maridos, les friegan, hacen las cosas y ellas todas arregladitas… No lo tengo a mal, yo que siempre digo: «¡Ojalá tuviera hoy treinta años y las ideas que tengo!».

Carmita Berriel Rodríguez

Otras aprovechan a su familia o los recursos que tienen a su alcance. No se abandonan.

Ahora lo que hago es cosa normal de la casa, nada más, y salir a caminar por la tarde. Mañana me voy pa Almáciga. Salimos de excursión todos los domingos y viajes que hacemos también. Este año me ha dado ya cuatro y el 16 de mayo me voy otra vez a Asturias. He visto montones de sitios.

Candelaria Aguiar Rodríguez

Muchas tienen conciencia de la importancia de la democracia y de avanzar en ella.

Pa mí la democracia es tener los mismos derechos, poder hablar cuando hay que hablar. Unas personas lo hacen mejor que otras, pero, bueno, hay que mirar que tienes la libertad de poder hablar. Pero hay personas como muchos jóvenes, que los ves haciendo una gamberrada, los reprendes y te contestan: «Estamos en democracia», y pa mí es que en esa casa no han visto el ejemplo de lo que es una democracia.

Angelita Báez Ramos

Y valoran la sanidad pública.

La medicina está mejor. Antes usted tenía que pagar los médicos, yo misma no pago nada en la farmacia. Yo me acuerdo de un médico que estaba al subir ahí La Ranflita que lo llamaban don Agustín Pizaca, que si tenías perras ibas allí en una carrerilla y, si no allí, en el dispensario.

Rafaela Perdomo Barreto

El esfuerzo cotidiano de nuestras protagonistas se ha visto incrementado en ocasiones por amenazas en su entorno, como fueron las voladuras en la pedrera La Jurada, que ponían en peligro sus casas; la colocación de depósitos de combustible derivados del petróleo; sucesivos intentos privatizadores del litoral de Valleseco, que impedían el libre acceso y disfrute del uso público de la playa Alemana y Acapulco… Diferentes hitos ante los que han respondido movilizándose como colectividad. Se paralizaron las voladuras y se mantiene el libre acceso a las playas de Valleseco.

La pedrera era todo escalichando y dando barrenos y […] las máquinas. Mi abuelo trabajaba haciendo las cercas, que eran de pitera, y mi padre era encargado de los trabajadores y la máquina era la que transportaba todo al muelle sur.

La pedrera tenía a todos amargados. Claro que pasamos miedo, en el sentido de que se mató mucha gente. Cada vez que daban con una galería de esas se escapaban algunos, pero otro a lo mejor caía. Los barrenos eran muy fuertes.

Rafaela Perdomo Barreto
Mi marido trabajaba con Dragados allá en la pedrera, en las voladuras. Los barrenos daban miedo. Eso después lo prohibieron, porque muchas casas se sintieron. La gente protestó y se hicieron manifestaciones, porque había muchas casas rendidas y yo creo que todavía hoy hay muchas casas sufriendo eso.

María Cabrera Padrón
Me acuerdo de una vez que tiraron el barreno y la pared de nuestra casa, así por la orilla, se estalló toda. Eso fue muchas veces. Y me acuerdo también de ir con Pepe por la carretera para acá en manifestación, por ahí p’acá protestando, que hasta él salió en el periódico.

María Luisa Agustina Hernández Morales
Con lo de la playa fuimos al Ayuntamiento y cantamos: «Hermoso [alcalde por aquel entonces] no se baña, por eso no quiere playa». Sí, cantamos ese cantar. Dicen que estamos en una foto comiendo paella cuando vino el catamarán.

Candelaria Aguiar Rodríguez
Muelle Cory. Pasado y futuro. (Foto: Mauricio Pérez Jiménez).

Muelle Cory. Pasado y futuro. (Foto: Mauricio Pérez Jiménez).

Fuentes y bibliografía

García Nieto París, María Carmen (1991): La palabra de las mujeres: Una propuesta didáctica para hacer historia (1931-1990). Madrid: Editorial Popular.


Equipo de trabajo de la Asociación de Mujeres Anaga

Aunque en el trabajo solo figuran como autoras María Montserrat Sentís de Paz y Silvia G. Taima Martín por su labor de coordinación y edición de los textos, es de justicia señalar las importantes aportaciones del resto del equipo de la asociación: María del Carmen Arteaga Perdomo, Esperan Brito García, María del Pilar Viera Cruz, Casilda Álvarez Siverio y Elisa Quintana Armas, todas ellas verdaderas autoras en la ímproba labor que supuso llevar a cabo este proyecto. Cabe destacar su compromiso con el activismo social en la lucha vecinal, sindical y educativa.

La Asociación de Mujeres Anaga de Valleseco, la primera que figuró como tal en el registro de asociaciones vecinales en el ámbito nacional a principios de los noventa (CAVECAN), ha permitido dar visibilidad a la mujer mediante numerosas actividades; entre ellas, el proyecto «Desde la memoria», que significó realizar un registro fotográfico y la recopilación de entrevistas que posteriormente fueron recogidas en un catálogo y se materializó en una exposición que recorrió numerosos lugares. Este ha sido el precedente que sirvió de base al presente artículo. Asimismo, la asociación también ha estado implicada en la defensa de la playa de Valleseco durante los más de treinta años de lucha.


1 Utilizamos una adaptación del cuestionario que elaboró la Escuela Popular de Adultos de Los Pinos de San Agustín (véase García Nieto, 1991).

TSN nº12, julio-diciembre 2022. ISSN: 2530-8521