Apología de la vida de la señora Shamela Andrews

Henry Fielding

Introducción y traducción de Rafael Martínez Moreno

UMA editorial (colección Textos Mínimos), Málaga, 2018, 125 págs.

Juan Francisco Ferré

Celebremos, para empezar, que por fin se haya traducido al español una obra como la Apología de la vida de la señora Shamela Andrews (1741; abreviada en adelante como Shamela), que los buenos lectores de novela inglesa llevábamos décadas esperando con impaciencia. Por algún prejuicio inexplicable las editoriales encargadas de publicar este tipo de literatura clásica extranjera y a un autor de la importancia y significación histórica de Henry Fielding (1707-1754) se resistían a traducir un texto que suscitaba polémica e incomodidad. ¿Por qué? Por su escandalosa historia de engaño y adulterio a múltiples bandas, su ironía malévola hacia la defensa religiosa de la virtud y la castidad femenina y las pretensiones moralizantes de la lectura, su visión sarcástica de las relaciones sexuales y el matrimonio convencional y, sobre todo, por su condición de parodia literaria de una novela canónica de gran éxito popular como Pamela; o la virtud recompensada, de Samuel Richardson, publicada en 1740, solo cinco meses antes que Shamela, su caricaturesco correctivo.

Por todos estos motivos no podemos sino saludar con regocijo la iniciativa de la editorial de la Universidad de Málaga, en la recién inaugurada colección Textos Mínimos, dirigida por la doctora Carmen Velasco Rengel, y de su joven traductor, Rafael Martínez Moreno, guiado por unos criterios de traducción tan modernos como impecables, por el atrevimiento que supone romper sin complejos esta espesa barrera de obstáculos académicos y culturales con el fin de dar a conocer una obra como esta a los lectores curiosos que ignoran la lengua inglesa y ofrecerles así la oportunidad de acercarse a las obras y autores más brillantes y menos trillados de esa literatura. Entremos ya, sin ambages, en la materia del libro, tan sugestiva y enredada como cabía prever en un autor que es, sin discusión, uno de los grandes discípulos de Cervantes. O, por decirlo de otro modo, el gran maestro de la novela inglesa del siglo dieciocho que se alzó a las cumbres creativas del género gracias a la inteligencia estratégica con que se apropió de las lecciones literarias del genial autor de El Quijote y las aplicó a un siglo y una realidad enteramente diferentes, demostrando con la creación del palimpsesto cervantino conocido como Shamela la universalidad e intemporalidad de dicho programa literario.

Era lógico que un autor de inmenso talento e ideas innovadoras como Fielding, antes de crear su obra genuina, se sintiera impulsado a rivalizar con obras relevantes de su época que representaban una ideología farisea y más aún si estas obras, como es el caso de Pamela, representaban una idea estrecha de la vida social y las relaciones y convenciones vigentes entre sexos y posiciones de clase dentro del sexo. Fielding no sabía, cuando emprendió la parodia, quién era el autor de la novela original, puesto que esta se había publicado de manera anónima para reforzar la credibilidad de su historia en la mente del lector. Esa ignorancia de Fielding respecto de la identidad del autor de la obra ridícula (o ridiculizable) vuelve aún más significativo su gesto de atrevimiento y profanación. Ese gesto es, sobre todo, un gesto creativo de envergadura por medio del cual un autor incipiente pero ambicioso, conocedor de la pujanza de su talento, al enfrentarse a un texto anterior con el que mantiene una relación crítica, experimenta por primera vez la fuerza de su estilo y calibra las dimensiones de su imaginación novelesca. En el caso de Fielding, por cierto, esta pulsión agónica de superación del modelo original era tan evidente que ya la había intentado con la épica entendida al modo aristotélico en su primera tentativa de parodia seria, titulada Tom Thumb, una sátira cómica del género épico-caballeresco publicada en 1730.

Para Fielding, el factor irritante de Pamela radicaba en la mojigata actitud con que la criada homónima seducía a su próspero amo, el señor B., desarrollando una estrategia de resistencia casta tan ridícula como inverosímil. La celestinesca combinación de virtud moralizante y pícaro virtuosismo celebrada en la novela epistolar de Richardson fue la clave del éxito popular en su tiempo y es el primer aspecto que Fielding se propuso desmitificar junto con la hipocresía social de las instituciones religiosas y políticas. La Shamela de Fielding es una joven prostituta de segunda generación que se introduce como criada en los escabrosos dominios del señor Booby, un amo rico y fogoso, sin abandonar sus deslices lúbricos con el clérigo Williams, que es su amante preferido hasta después de casada.

Emulando el formato epistolar de la edificante Pamela de Richardson, Shamela evidencia en su inteligente construcción narrativa la impronta cervantina que Fielding desarrollaría plenamente en sus dos novelas mayores: La historia de las aventuras de Joseph Andrews, y de su amigo el señor Abraham Adams (más conocida como Joseph Andrews), otra parodia de Pamela escrita con la convicción estética que la escritura de Shamela le había otorgado y publicada en 1742, solo un año después de esta; y La historia de Tom Jones, expósito (más conocida como Tom Jones), una de las grandes novelas de la historia del género, publicada por Fielding ya en plena madurez artística en 1749. Es llamativo, en este contexto, que un erudito en Fielding de la talla de Martin Carey Battestin, como nos recuerda Martínez Moreno en el instructivo estudio introductorio a esta edición, considere a Joseph Andrews «la primera novela cómica en inglés» (Shamela, UMA editorial, p. 6), obviando la importancia cómica de su precursor femenino, tan divertido como su avatar masculino, pero de humor aún más incisivo e intención mucho más retorcida y aviesa.

La novela Shamela se presenta en cuatro partes entrelazadas: la maliciosa dedicatoria a la señorita Fanny, un ajuste de cuentas repleto de insinuaciones sobre un famoso político homosexual detestado por Fielding; las dos cartas elogiosas al editor, fomentando un juego metaficcional que ya Cervantes consumó en El Quijote y que los novelistas cervantinos del siglo dieciocho se apropiarían con provecho; el intercambio epistolar entre dos clérigos, el padre Tickletext y el padre Oliver, que explica la génesis documental de la historia y le confiere al conjunto un sesgo irreverente aún más corrosivo; y las instructivas cartas entre Shamela y su madre, Maria Honora Andrews. En una carta el padre Tickeletext recomienda a su colega la lectura provechosa de la Pamela de Richardson y el otro le replica que conoce la verdadera historia de la tal Pamela y que esta no es tan virtuosa como parece sino una viciosa aprovechada. Para probar su difamación, el padre Oliver remite a su amigo un juego de cartas de la Pamela real (rebautizada con su nombre auténtico, Shamela) en las que la joven cuenta a su madre, con pelos y señales, los lances de seducción y los episodios equívocos vividos con el señor Booby hasta que se casa con él, dispone sin control de su fortuna y mantiene como amante al clérigo Williams. Como Shamela confiesa con ironía a su cómplice progenitora, en un arrebato gratuito de sinceridad, cuando su marido le recrimina sus excesivos gastos y ella finge ser víctima de una convulsión para mortificarlo y obligarlo a ceder a sus deseos económicos: «Supongo que he acabado de forma eficaz con futuras negativas y preguntas respecto a mis gastos. Sin duda sería una crueldad que a una mujer que se casa con un hombre solo por su dinero se le impidiera gastarlo» (Shamela, UMA editorial, pp. 108-109; las cursivas son mías). El mecanismo novelesco es eficaz y demoledor. El éxito artístico de la impostura es tal que ya no es necesario para apreciarlo conocer la obra parodiada. Fielding logró transformar la pulsión de superación del modelo en acto creativo y Shamela usurpa así el lugar literario de Pamela con la misma insolencia y descaro con que la pícara heroína ocupa el lecho conyugal de su impetuoso marido.

Así lo reconoce la desvergonzada Shamela, autoconsciente del poderío que le otorga la posición conquistada en la cama y en la casa marital, en la posdata de la última carta a su madre, anunciándole la génesis de Pamela instigada por el bobo de su marido Booby, como consumación simbólica de su matrimonio, con la confianza de que el novelista encargado de la tarea se muestre tan acertado en la falsificación biográfica como había demostrado en otras obras anteriores salidas de su pluma venal. En este trabajo de simulación, el primer paso consistirá en cambiar el nombre de la heroína, como es lógico, para encubrir su sospechosa identidad y turbios orígenes:

Bien, pero dicen que deben cambiarme el nombre; el señor Williams afirma que la primera sílaba suena de forma demasiado cómica, por lo que deberá cambiarse por Pamela. Admito que no me puedo imaginar qué contará, pero tengo por seguro que no les confesaré ninguno de mis secretos, y eso mismo le susurré al padre Williams, quien me respondió que no tenía necesidad de preocuparme, pues el caballero «que escribe vidas» nunca pregunta más que los nombres de sus clientes, y que él hace el resto a partir de su imaginación; os equivocáis, niña, dice, si creéis que se va a relatar alguna verdad…Bueno, todo este asunto me parece extraño, pero no puedo evitar la risa al pensar que habré de aparecer en un libro impreso. (Shamela, UMA editorial, p. 119)

Con razón el gran teórico Gérard Genette consideraba a la libertina y licenciosa Shamela como un brillante ejemplo de esa literatura hipertextual que no duda en canibalizar textos modélicos y producir palimpsestos de incitante complejidad narrativa. Para Genette, la tipología hipertextual a la que pertenecía esta obra temprana de Fielding (como el paradigma “más brutal”, según Genette) es la «desvalorización», es decir: una obra compuesta con la intención de refutar en todos los aspectos, morales, sexuales y también literarios, el encumbrado antecedente de Richardson. Como afirma Genette, esa intención doblemente corruptora se manifiesta ya en el travestismo del nombre propio de la protagonista, que desnuda sus indecentes estratagemas vitales y las estrategias hipócritas del autor de su historia, con solo acoplarle la palabra sham (impostura) y revelar así el hábil juego de falsificaciones que dio origen a la Pamela original. Pero Genette concluye su reflexión dando un nuevo valor estético al gesto irreverente del autor: «Fielding opère donc sur le texte de Richardson ce que l´on appellerait aujourd´hui une “démystification”» (G. Genette, Palimpsestes, Seuil, p. 498).

Una prueba curiosa de que la refutación de Fielding era tan moral como literaria podríamos encontrarla con facilidad, sin adentrarnos en sus obras mayores, en otro texto del autor inédito en español. Un opúsculo anónimo aún más equívoco y perverso que Shamela, titulado con retranca The Female Husband (1746). En esta obrita panfletaria, el ingenio y la sensibilidad para la perfidia social y sexual del creador de Shamela se aliaron para parodiar, mediante técnicas de distorsión ficcional de la documentación existente, un hecho real de la época que implicaba travestismo literal y artimañas picarescas nada impropias de la falsaria Shamela Andrews. Fielding cuenta en esta curiosa pieza narrativa la escandalosa anécdota de una mujer, Mary Hamilton, quien disfrazada de hombre, haciéndose llamar Charles Hamilton y oficiando de médico, acabó contrayendo un matrimonio engañoso con otra joven mujer, Mary Price, con la que convivió durante dos meses como esposo antes de que se desvelara la impostura y la farsante fuera detenida, llevada a juicio y condenada, por estafa legal y vicio inmoral, a ser flagelada cuatro veces en público y a seis meses de cárcel.

No obstante, conviene recordar que la gracia y malicia cómicas de Fielding, así en Shamela como en Joseph Andrews, ambas obras hermanadas en la escritura y la ficción por su condición de feroces parodias de la exitosa Pamela de Richardson, trascienden cualquier teoría con que se pretenda interpretarlas y convierten la literatura de su autor en paradigma supremo, junto con su contemporáneo Laurence Sterne y el insuperable Tristram Shandy, de las modernas y posmodernas novelísticas carnavalescas.