Literatura y traducción (Apuntes TraLiterarios).
Konstantinos Paleologos
Benalmádena, Málaga: E.D.A. Libros, 2018, 214 págs.
Vicente Luis Mora
El profesor, ensayista y traductor Konstantinos Paleologos ha reunido en Literatura y traducción (Apuntes TraLiterarios) un conjunto de textos de diversa procedencia y temática, que tienen dos elementos en común: el interés de cada uno de ellos por separado —multiplicándose su valor al ser reunidos en comandita— y el entendimiento de la literatura como un fenómeno inserto dentro de un tejido de intereses y afinidades relacionales, que supera cualquier particularismo para ubicarse en una mirada universalista y, por qué no decirlo, ecuménica, entendido este término en su original sentido etimológico. En el prólogo que ha escrito Julio Llamazares para esta edición, el autor de La lluvia amarilla asevera con razón que Paleologos está en este libro «parapetado […] tras el disfraz teórico pero […] no disimula su condición de escritor y lector atento a todo lo que se publica, no sólo en Grecia y España, sino a nivel mundial» (pág. 11). En efecto, la omnívora curiosidad del autor está relacionada con la diversa lección del libro y es un trasunto de su vocación intercultural, sobre la que luego abundaremos.
La voluntad de Paleologos de tejer un diálogo entre la tradición y la novedad, entre el canon y las singularidades —véase la significativa cita de Raimundo Lida que incluye en la página 37— está presente ya desde el propio título del volumen, Literatura y traducción (Apuntes TraLiterarios), que aporta un neologismo, «TraLiterarios», cuya mayor virtud es que nos deja la mente libre para explorar sus anfibologías: con ese término el autor puede referirse a un encuentro íntimo entre la traducción y la literatura —el libro da varias muestras de ello, como ahora veremos—, pero también las resonancias sonoras de la palabra neonata pueden apelar a un estudio intraliterario, que tenga en cuenta los habitus y las dimensiones de campo literario, de sistema y polisistema —y también hay rastros de ese espíritu en el libro—; o, también, con «TraLiteraria» se puede estar llamando a filas al «giro subjetivo» (Beatriz Sarlo) de la literatura contemporánea, y en tal caso el neologismo resuena como otraliterario, u otroliterario; o también puede estar Paleologos invocando todas esas dimensiones colaterales y compatibles a la vez, al mismo tiempo, dentro de un llamamiento mayor a mirar juntos el fenómeno literario de una manera más inclusiva y entreverada.
La otra parte del título entre paréntesis también tiene su interés: la palabra «apuntes», en cualquiera de sus acepciones, parecería aludir a una escritura sintética, o acaso pedagógica, dirigida en la docencia. Nada más lejano de la realidad; en realidad, nos encontramos ante un ejercicio de modestia por parte del autor, porque el argumentado y riguroso contenido de Literatura y traducción desdice el posible entendimiento de la palabra «apunte» como nota ligera o apresurada. Términos que no pueden aplicarse a esta escritura sólida y poderosa, aquilatada a lo largo del tiempo y sometida a juicio en textos presentados en prestigiosos congresos y seminarios organizados por toda Europa. Y, por último, queda la parte más importante del título, aquélla no situada entre paréntesis: Literatura y traducción. Porque, en efecto, el enunciado principal parece casi una descripción de la estructura del libro. El ensayo de Paleologos comienza con tres capítulos más dedicados a literatura (española) y luego siguen cuatro capítulos más dedicados a la traducción, con un interregno dedicado a la herencia clásica en el microrrelato hispánico; si enfatizamos el aumentativo es porque Paleologos, con buen criterio, parece no entender una cosa sin la otra; a su juicio no hay literatura sin traducción, ni traducción sin literatura. Como se deduce de varios párrafos, la interrelación entre ambas es uno de los leitmotiv de las literaturas que más le interesan, además del motor de su propia escritura como ensayista.
Aunque el personaje de uno de los relatos del poeta, traductor y novelista Mariano Peyrou dice en La tristeza de las fiestas (2014) que «La traducción es una actividad que debería estar regulada por el código penal», con tanta socarronería como autocrítica, Paleologos parece decantarse en su ensayo por la idea de que la traducción debería estar sometida a un esquema jurídico de convenio internacional. Lenguaje mediante el cual pueden hablar entre sí las culturas nacionales, la traducción es a su juicio el modo mismo en que una literatura se expresa y, yendo más allá, se constituye. Y es aquí donde llegamos a la tesis fuerte de Literatura y traducción: la de que el concepto de «literatura nacional» —un concepto tensionado y sometido a revisión en los últimos tiempos— no tiene sentido sin la literatura traducida, lo cual implica varias cosas, que exponemos a continuación. La primera es que «el concepto de “literatura en español” o en griego o en el idioma que sea, incluye tanto las obras originalmente escritas en la lengua en cuestión como, además, las obras de la literatura mundial que se traducen a ese idioma» (pág. 113). En segundo lugar, como lógico prius, expone Paleologos en mismo texto, titulado significativamente «Cruzando fronteras: el papel de los traductores y de las traducciones en la formación del canon literario»: «[…] sostenemos que el papel que desempeña la traducción en la formulación de un canon nacional funciona en doble sentido; por una parte la traducción de obras de la literatura mundial al idioma de llegada crea modelos a seguir para la literatura nacional, pero, por otra, la consagración de escritores nacionales en otros ámbitos lingüísticos potencia su posición privilegiada en el canon literario de su país de origen» (pág. 107). Estas ideas encuentran aplicación en un atrayente capítulo posterior, en el que se desarrolla la idea de una posible «literatura mundial en español», dentro del ámbito teórico de la Weltliteratur, un campo de estudios relativamente reciente, cuya escasa —pero innegable— tradición hispánica resume y comenta Paleologos. Para el autor, un marbete como «literatura mundial en español» solo puede encontrar sentido dentro de una práctica constante de la traducción, tanto de partida como de llegada, alimentando el campo literario hispánico de influencias externas que lo enriquezcan, por un lado, y por otro —y obviamente más importante— si los actores culturales hispánicos consiguen que las buenas producciones escritas en castellano lleguen en condiciones de legibilidad a los demás países, comenzando por los más influyentes en lo cultural, para que exista una auténtica igualdad de condiciones que garantice esa universalidad lectora. Algo que, como se deduce del propio ensayo, estamos lejos de lograr.
En este sentido, Paleologos no se engaña respecto a la condición aún periférica (pág. 135) de las literaturas hispanas en el marco de la literatura mundial, pese a la enorme difusión de posibles lectores, por varios factores, entre ellos la tradicional resistencia a traducir de los dos países anglosajones (Estados Unidos e Inglaterra), que acumulan buena parte del capital simbólico de la producción literaria mundial. El autor recuerda con datos las enormes diferencias cuantitativas en la publicación de ediciones de libros extranjeros traducidos: mientras que en España las traducciones alcanzan el 22% de la producción editorial total, en Estados Unidos e Inglaterra las versiones de libros extranjeros apenas llega al 3%, un porcentaje minúsculo y pacato, por el que además deben competir todas las demás lenguas, sin olvidar la alta influencia del francés, que sigue siendo aún la segunda lengua de muchos anglos, aunque perdiendo ventaja a pasos agigantados frente al español, como pueden acreditar los departamentos de románicas de las universidades estadounidenses, cada vez con más demanda de español y con menos profesores de francés o alemán. Es de esperar que en un futuro, si esa tendencia se consolida, no haya sólo más demanda de traducciones de español, sino incluso un mayor número de anglosajones capaces de leer directamente las producciones hispanas en su lengua original. El tiempo dirá si los habituales pronósticos esperanzados en este sentido se cumplen o no, pero la consolidación del español como segunda lengua de comunicación a nivel mundial parece orientarse en ese sentido.
El interés de esta parte central del ensayo no debe hacernos olvidar la primera parte del volumen, donde se ponen en cuestión las ideas de canon, el método generacional y las líneas de fuerza de la narrativa española contemporánea, campo de estudios en el que Paleologos demuestra un sólido conocimiento, depurado a través de un numeroso y bien escogido catálogo de autores traducidos al griego desde el español, como Federico García Lorca, Julio Llamazares, Emilia Pardo Bazán, Altolaguirre, Unamuno, Aldecoa, Rafael Chirbes, Julián Ayesta, Vázquez Montalbán, Leopoldo María Panero, Bryce Echenique, Trapiello o Antonio Gamoneda; e incluso desde el catalán al griego, como Sergi Pàmies. La amplia y variada nómina de autores traducidos por Paleologos, ya sean canónicos o más recientes y jóvenes (Andrés Neuman), brinda al autor una opinión bien forjada de la prosa española y también de las diversas estilísticas que concurren en su interior, ya sea en la novela o en el cuento. Su fuste teórico y la preocupación, ya apuntada, por los factores sistémicos y de campo, a los que hay que sumar la imparcialidad proveniente de estar ubicado fuera del mismo, otorgan a Paleologos una singular atalaya de observación desde la que lanzar sensatas e informadas miradas generales sobre la literatura española actual, como demuestran los primeros trabajos del libro.
El último texto de Literatura y traducción defiende, con ejemplos y argumentos, la factibilidad y aun oportunidad de la traducción grupal, que no es lo mismo que una traducción colectiva. Mientras que hoy en día los anaqueles se llenan de novedades mal traducidas, por haber sido hechas por un conjunto difuso de traductores que firman con seudónimo «versiones Frankenstein exprés» de las novelas de temporada, con el único fin de llegar a tiempo a las librerías, sin importarles lo más mínimo la calidad —de ahí el uso seudónimo, para permitir la irresponsabilidad deontológica de los miembros del colectivo— la traducción grupal practicada y defendida por Paleologos es una práctica dirigida a todo lo contrario: Paleologos propone equipos de traductores formados en parte por profesionales y en parte por estudiantes, que ponen sus saberes y habilidades en común, en aras de una traducción lo más exacta y menos personalista posible. Con estos ejercicios, los aspirantes a traductores entienden las diferencias entre los «adentros» y las «afueras» de las obras literarias (p. 175), y son capaces de discriminar entre la intentio auctoris y la intentio auctoris de cada texto. Paleologos también razona sobre la pertinencia de que el autor traducido, si es coetáneo, se integre o no en el proceso de traducción grupal, con sensatos argumentos.
En resumen, estamos ante un volumen variado, sólido, bien entreverado dentro de la diversidad amena de temas y asuntos, que tiene la ventaja de no dejar fuera a ningún lector, por cuanto la idea de literatura presente en estos «apuntes TraLiterarios» tiene la virtud de incluir a todas las categorías de personas envueltas (autores, lectores, traductores, editores) en el proceso de creación y recepción de la obra literaria.