Entrevista a Efi Yanopulu, traductora de literatura española y francesa al griego moderno

Juan Merino

Traductor. I.E.S. Domenico Scarlatti, Aranjuez

Efi Yanopulu es una traductora experta no solo por la cantidad de obras traducidas más de treinta, sino también porque traduce de diversas lenguas y, sobre todo, por el amplio abanico estilístico y conceptual de los autores cuyas obras vierte al griego moderno: novelistas, dramaturgos y ensayistas franceses (Chateaubriand, Beaumarchais, Marivaux, Gautier, Bourdieu, Casanova), españoles (Muñoz Molina, Marías, Marsé, Fernández Lera, Asensi), mexicanos (Rulfo, Fuentes, Taibo), argentinos (Piglia, Pauls) y chilenos (Bolaño, Zambra). El encuentro con ella se produjo en la Casa de la Literatura de Lefkes (Paros, Grecia). Su personalidad afable y su permanente disponibilidad desvelaron un gran dominio sobre asuntos de traductología, como era esperable, y al mismo tiempo el vasto conocimiento que, como poso profundo, le han dejado los autores y las obras traducidos por ella y la agudeza reflexiva de una persona inteligente. El Seminario de Traducción Literaria organizado durante el periodo estival de 2008 por el EKEMEL (Centro Europeo de Traducción Literaria) de Atenas y la Universidad de Málaga en la isla griega de Paros sobre la obra del relatista Sotiris Dimitríu se constituyó en el marco adecuado para el debate intenso y el intercambio de puntos de vista que tanto enriquecieron el trabajo del seminario. Conozcamos a la traductora griega Efi Yanopulu.

¿Cuál fue el primer estímulo que orientó su vocación hacia la traducción? ¿Hay alguna persona determinante?

No podría concretar el momento preciso en el que surgió mi vocación por la traducción. Creo que siempre estuvo ahí, pero en estado latente… La literatura siempre fue, y sigue siendo, uno de los grandes amores o refugios de mi vida. Llegó un momento, concluidos mis estudios, en el que me di cuenta de que la traducción ofrecía la posibilidad de vivir de ella, y también que, en cierto modo, satisfacía el deseo que una siente por escribir.

¿Cuándo percibe que se trata de una vía profesional? ¿Cómo entra en contacto con su primera editorial?

Mi primer contacto con una editorial fue en 1993. Me presenté allí y dije que me gustaría traducir, me dieron unas páginas como prueba y después mi primer libro. No sé si ya entonces tuve claro que se trataba de una vía profesional, pero así pasaron las cosas. Y me hice traductora profesional.

¿Hasta qué punto pueden negociar los traductores griegos las obras que traducen?

Depende. Cuando una empieza no es tan fácil, muy a menudo un traductor novel se ve obligado a aceptar las propuestas de la editorial pero, con el tiempo, puede proponer él mismo, o rechazar algo que no le guste. Sin embargo, cuando uno es profesional, algunas veces acepta libros que no le gustan tanto, y por razones que no siempre es tan fácil precisar. Además, algunas veces aceptar ciertas propuestas es una oportunidad de conocer algo precioso.

¿Qué consideración tiene en Grecia la profesión de traductor en el ámbito institucional y entre el público en general?

En la reivindicación de los derechos de traductor ¿en qué punto se encuentra el traductor griego? ¿Qué porcentaje recibe? El traductor griego en general no recibe porcentaje, se paga por su trabajo cuando lo entrega y punto (pago alzado). En cuanto a la consideración, me parece que no es ninguna la que merece su trabajo. Influyen muchos factores: la obra que se traduce, el autor, y eso es normal pues, hasta cierto punto, el traductor comparte la consideración de la que disfruta el autor que traduce y eso sucede, por supuesto, exclusivamente en el campo literario. Por otro lado, el traductor obtiene más consideración cuando hace también otras cosas, periodismo por ejemplo, o cuando es escritor él mismo. En cuanto a la reivindicación de derechos, hasta el momento no hay una asociación de traductores literarios activa en Grecia, aunque ahora se está haciendo un esfuerzo por crear una. En cuanto al público, no sabría qué decir pero, algunas veces, a mí me ha pasado, te encuentras con gente que se acuerda de una como traductora de un libro que le gustó o le resultó muy provechoso. No obstante, por otro lado, también hay gente que apenas entiende en qué consiste el trabajo del traductor.

¿Se hace rutinaria la traducción profesional?

Personalmente, diría que no, pues cada nuevo libro es un medio para salir de la rutina, para entrar en un mundo nuevo. Sin embargo, algunas veces, el aspecto rutinario del trabajo produce cansancio: la soledad, por ejemplo, o no tener horarios, trabajar en tu propia casa…

A menudo la frontera entre traductor y asesor literario es difusa. Usted misma compagina ambas labores puesto que colabora con la editorial Pataki en la sección de literatura española y latinoamericana. Lógicamente el traductor suele conocer la literatura con la que trabaja. ¿Asesoría y traducción son dos caminos necesariamente complementarios de la misma competencia profesional? Me parece que sí, sobre todo en un ambiente tan restringido, al menos en Grecia, como es el mercado editorial. También es una cuestión de confianza, pues la editorial confía en sus traductores cuando el editor no puede leer el original de una obra. Además, el traductor se ve obligado a realizar trabajos complementarios para sobrevivir, uno de ellos podría ser la asesoría; o la corrección de estilo o el periodismo.

¿Qué responsabilidad tienen los editores, los correctores y las editoriales en la calidad de las traducciones? ¿Determina el resultado final?

Bueno, sí, algunas veces los correctores determinan mucho el resultado final de una traducción. Las editoriales me parece que no. Pero también el traductor puede exigir una colaboración con el corrector. Yo he trabajado como correctora de estilo, en ciertas ocasiones revisando traducciones pésimas y proponiendo muchos cambios; en otras he trabajado en colaboración con el traductor, con mucho respeto a su labor. Lo mismo me pasa como traductora: estoy siempre en colaboración con el corrector del libro y tengo la última palabra.

¿En qué proyectos está trabajando actualmente y cuáles tiene en perspectiva? ¿Son todos encargos?

En ese momento tengo cuatro libros ya contratados, dos en castellano y dos en francés. Las obras en castellano son El llano en llamas, de Juan Rulfo, del que ya he traducido Pedro Páramo (yo misma propuse a la editorial hacer una nueva traducción y ahora ellos quieren publicar también los cuentos, y los quieren de la misma traductora); la otra es una novela de un escritor argentino muy amigo mío, Martín Kohan, titulada Ciencias morales; llevo unos tres años intentando convencer a alguien para que publique algo de Martín, y lo conseguí con esta novela porque ganó el premio Herralde y, de verdad, es un libro maravilloso. Las francesas son: Méditations pascaliennes de Pierre Bourdieu, y La république mondiale des Lettres, un ensayo de Pascale Casanova. Del primero ya he traducido cuatro de sus obras, la primera fue un encargo, pero ahora deseo seguir con ese escritor, pues aprendo mucho traduciendo sus obras, y de este modo estoy colaborando con el programa de la editorial con mucho placer. La segunda, una discípula de Bourdieu que está aplicando su pensamiento en la teoría literaria, ha escrito un libro muy interesante. La editorial decidió hacerlo, por tanto, y desde cierto punto de vista, es un encargo pero, al mismo tiempo, me siento muy atraída por esa corriente intelectual, me interesa mucho. Así, salvo el libro de Martín Kohan, los otros tres son, en cierto modo, encargos, puesto que la decisión fue de la editorial, pero también son libros que a mí me interesan porque, de alguna manera, representan la continuación de un trayecto ya comenzado.

En la pantalla de su ordenador se lee una frase de Macedonio Fernández: «Esta idea es mía, yo la robé primero». Coméntenos el porqué de su elección. Muchos autores han expresado la misma idea, por ejemplo, Seferis «είναι πολλών ανδρών τα λόγια μας« [son hijas de muchos hombres nuestras palabras].

Para empezar, yo adoro a Macedonio Fernández, lo descubrí hace diez o doce años, y para mí fue una revelación. De alguna manera está muy ligado a mi vida, yo diría que de un modo curiosamente personal. Lo que me gusta de esa frase es que pone en duda la cuestión de la originalidad. Me gusta también su justificación del robo intelectual, me parece muy moderna, y lo mismo diría sobre la frase de Seferis, pero la de Macedonio me parece más audaz. Desde luego, algunas veces un traductor mira más hacia la lengua y la literatura que traduce que hacia la suya, también por eso es traductor.

¿Es partidaria de la traducción de autor, personalizada, o de la traducción más profesionalizada?

Yo soy partidaria de la traducción personalizada pero al mismo tiempo soy una traductora profesional, vivo de la traducción, aunque no sólo de ella. No veo exclusión alguna entre esas dos opciones.

¿Qué relevancia tiene la traducción en un país pequeño, periférico, en la creación de un sistema literario propio?

Para mí, es muy importante el papel de la traducción en la creación de un sistema literario propio. Sobre todo para un país periférico, lejos de los centros, de las capitales del mundo literario. La traducción introduce en la periferia valores estéticos, innovaciones estilísticas, o temáticas, que se producen en el centro; ayuda a la actualización de la literatura nacional y la conecta con el presente literario mundial. En mi opinión, es uno de los agentes de unificación dentro del mundo literario. Por supuesto, no estoy hablando de una imitación de las literaturas centrales, sino de una comunicación entre literaturas, de un enriquecimiento indispensable para crear una literatura propia.

¿Qué papel desempeña la traducción literaria en el relativo auge de lo hispánico en Grecia, especialmente en la literatura y, en general, en la cultura griega?

Creo que el interés por el mundo hispánico llegó a Grecia, hace muchos años, por dos caminos: uno fue el de la política, con la Guerra Civil española o los movimientos revolucionarios en América Latina como telón de fondo; y el otro fue el famoso boom de la literatura latinoamericana, que introdujo algunos escritores. Seguro que la traducción literaria también fue un factor importante en todo esto. Yo misma decidí estudiar castellano, hace muchos años, después de haber leído unos libros traducidos al griego. Eso me hizo querer conocer el idioma y leer la literatura en su lengua original. Pero me parece que el interés por el mundo hispánico en general y el gusto por la literatura son cosas simbióticas, y que la traducción tiene, como siempre, su papel de intermediario, de embajador cultural. Tengo una relación algo diferente, es verdad, con el mundo hispánico. Mi interés está muy ligado a su cultura, en general, y a su literatura, en particular; cosa no tan obvia respecto a otros idiomas y países.

¿Se han incorporado a la bibliografía griega las obras más importantes de la literatura en lengua española? ¿Echa en falta algún género, tema, autor u obra?

En Grecia, el interés por la literatura en español creo que se sistematizó, como ya dije, sobre todo después del boom latinoamericano; por supuesto ya había obras traducidas, pero con el boom el interés se hizo más intenso, más compacto. En general, me parece que la introducción de la literatura en lengua castellana pasó por el francés. Al principio, los autores traducidos se habían consagrado primero en París y después llegaron aquí. Este retraso por un lado, y la mediación francesa por el otro, han pautado las obras que se tradujeron. Ahora, nuestras relaciones con el mundo hispánico son más inmediatas y se mantienen directamente con España. El resultado de todo esto es que en Grecia faltan traducciones de obras clásicas españolas y también de escritores latinoamericanos que no entran en el canon establecido por las editoriales españolas. También faltan nuevas traducciones, quiero decir re-lecturas, de las obras clásicas, pero creo que poco a poco esto también se compensará; por ejemplo, ahora se está haciendo una nueva traducción de Don Quijote [a cargo de Melina Panayiotidu], un trabajo para mí indispensable. Seguro que faltan traducciones de poesía porque, en general, las editoriales no se atreven a publicar poesía; y también de teatro español clásico.

¿Qué cualidades considera indispensables en el buen traductor? ¿Dónde están sus límites? ¿Unas y otros deben ser solamente técnicos o también morales?

Creo que para responder a estas preguntas hay que argumentar toda una teoría de traducción, pero voy a intentar hacerlo con brevedad. Por supuesto, hay cualidades técnicas indispensables en un buen traductor; enumerándolas destacaría: el conocimiento profundo tanto de la lengua de origen como la lengua meta, el conocimiento de la historia y la cultura del país de origen de la obra que tiene que traducir y, por supuesto, de la literatura ajena y propia, yo diría incluso mundial para que el traductor pueda situar la obra dentro de un corpus literario nacional e internacional. Todo esto puede ser fruto de una formación académica o de un proceso más personal. Además, me parece que el buen traductor debe tener oído de músico, instinto de detective y la osadía de poner en duda sus certezas y sus primeras impresiones. Recapitularía todo esto diciendo que el buen traductor debe ser, sobre todo, lector bueno y meticuloso. Quiero decir que el buen traductor debe ser capaz de entender lo que dice el texto, pero también de intuir lo que el texto no dice, sus silencios, sus alusiones y todo lo que se encuentra latente en cada texto literario. En los felices encuentros entre autor y traductor, todo lo citado sigue latente en el texto traducido. En cuanto a los límites, me parece que son dos: lo que «no debe hacer» y «lo que no puede hacer» el traductor. El primero creo que está relacionado con el dilema fidelidad/traición; cada teoría de la traducción tiene sus propias definiciones para ambos conceptos. El segundo lo concibo como una cualidad intrínseca de la traducción: la traducción aspira a la perfección, pero nunca la puede alcanzar en una forma absoluta. Como dice Paul Ricoeur en su ensayo Desafío y felicidad de la traducción, traducir implica un trabajo de duelo, que es renunciar al ideal de la traducción perfecta. Me parece que eso es un punto crucial en el trabajo del traductor: aceptar sus límites; la imperfección siempre combatida pero nunca vencida; el envejecimiento de su trabajo, algunas veces mucho más rápido que el de la obra que traduce, y su lucha continua contra lo intraducible en la que el traductor gana sólo pequeñas satisfacciones. Pero me parece que lo más importante para un buen traductor, lo indispensable para que una traducción pueda llevarse al cabo de una manera feliz, es el deseo de traducir, como lo define el traductólogo Antoine Berman. Ese deseo no incluye sólo la aspiración a la calidad, sino también la voluntad de entender lo distinto, de acercarse a la alteridad sin alterarla. La traducción es un acto de amor, de generosidad, de respeto, de modestia algunas veces, y en esas calidades veo yo su aspecto ético.

En los últimos seis años transmite sus conocimientos como profesora de traducción literaria en cursos de español y francés del ekemel de Atenas. ¿Tiene indicaciones o pautas elaboradas para las traducciones?

Pues, sí, estoy tratando de enseñar a mis alumnos algunos aspectos técnicos, pero no los tengo muy sistematizados. En general estamos trabajando con textos, traduciendo en casa y presentando cada uno su trabajo en clase, y ese proceso da siempre oportunidades para generalizar, para dar indicaciones prácticas, aunque creo que lo más importante que un profesor de traducción literaria puede trasmitir es, en la medida de lo posible, una estrategia para leer los textos y reconocer las diferencias estilísticas, el ritmo de cada escrito, un aspecto que muy a menudo se obvia: lo que se esconde debajo de las palabras, el significado subyacente. Los futuros traductores deben aprender a leer en profundidad, estar siempre alerta, muy atentos a cada palabra del texto, poner en duda muchas de sus certezas y también ubicar el texto en su contexto cultural, histórico o estético. Eso se enseña como un modo de trabajo. Para mí, la tarea en clase realizada por un grupo de traductores es una especie de modelo para el trabajo que cada traductor hace por su cuenta, a solas.

¿Durante el proceso de traducción lee libros relativos a la obra que traduce o, por el contrario, prefiere distraer su ánimo con otros temas?

Depende del libro. En algunas ocasiones te impone un trabajo de documentación o lecturas complementarias, en otras no es necesario. En general, hago las dos cosas, pero también me gusta distraerme con otros temas. Algunas veces trabajo en dos traducciones al mismo tiempo y cuando reviso una, empiezo a trabajar la otra. O me gusta hacer algo en francés y algo en castellano, o una novela y un ensayo, para variar un poco.

Igual que cine, teatro o televisión transponen guiones escritos a otros lenguajes, ¿la traducción es una transposición de un texto a otra lengua? La verdad, me parece que hay equivalencias y similitudes entre cada transposición de una lengua a otra, o de un código a otro; no solo en la realización cinematográfica, dramática o televisiva, sino que en general, cada vez que estamos pasando de un sistema de representación a otro lo que hacemos es traducir.

¿Qué son nuestros sueños, por ejemplo, sino una traducción de nuestros miedos, deseos y vivencias en otro lenguaje?

Eso me parece que explica en cierto modo el interés de la filosofía por la traducción. Por otro lado, algunas veces creo que el traductor se parece mucho al actor, pues éste también es una especie de intérprete, tiene que interpretar un texto y también sigue las indicaciones de un director, pero además dispone de un cuerpo, una manera de moverse, de pronunciar las palabras, los recuerdos, los hábitos, y todo eso al servicio del papel que está interpretando. Me parece que lo mismo sucede con el traductor porque, a pesar de su deseo y decisión de ser fiel al original, también tiene sus pequeñas manías, un modo personal de usar la lengua, eso sí puede cambiarse pero, sin embargo, siempre queda algo personal, algo propio en su traducción.

Un gran número de las obras traducidas por usted comparten una lengua, el español, pero utilizan dialectos muy diversos. ¿Esa unidad lingüística dialectalmente diversa se manifiesta, además de en la lengua, en el registro de los textos? ¿Hay técnicas específicas? Si las hay, ¿cuáles son las suyas para comprender y traducir las peculiaridades del idiolecto del autor?

Sobre todo cuando son tan variados como los que adornan su currículo, usuarios de la misma lengua, pero de culturas tan diferentes. Sí, por supuesto, los distintos dialectos del castellano también se detectan en el registro de los textos. Ahora, por ejemplo, estoy traduciendo El llano en llamas, de Juan Rulfo, y muchas veces me encuentro frente a palabras que no conozco, a un léxico muy particular y tengo que recurrir muy a menudo a diccionarios o a Internet. He traducido a bastantes escritores mejicanos, argentinos, también a un chileno, pero que vivió en Méjico y en España, Roberto Bolaño, un peruano, y algunos españoles. Así me he familiarizado con las diferentes versiones del castellano. En general, uso diccionarios especiales, de americanismos, argentinismos, mejicanismos, etcétera; Internet ayuda mucho más que los diccionarios porque es más actual. Para mí, esa es una de las mayores dificultades al traducir del español, pero también es una riqueza inestimable. Me gusta mucho esa variedad de dialectos.

¿Una buena preparación técnica es suficiente para cumplir con eficacia el trabajo del traductor? A partir de su propia experiencia ¿qué peso considera que tiene la formación en el proceso de traducción? ¿Los problemas que se le plantean con más frecuencia o tienen mayor dificultad son de índole cultural o tienen que ver con el dominio técnico de la lengua, con el estilo, con las variaciones diatópicas y las diferencias culturales en un dominio tan amplio como el hispánico?

Una formación técnica es importante, pero no la considero suficiente; además, un traductor también se forma traduciendo. Lo que sí creo es que estudiar la traducción, recibir esa formación técnica te ahorra tiempo, te ayuda a evitar errores muy frecuentes y te introduce en una senda de reflexión acerca de tu oficio. Creo que sucede algo similar en los cursos de escritura creativa, tan en boga en nuestra época; son un punto de partida, pero no pueden sustituir ni al talento ni al conocimiento profundo de la lengua y la literatura, cosas que una aprende a lo largo del tiempo y, sobre todo, leyendo. En cuanto a mis problemas recurrentes, me parece que todas las cuestiones relativas a la comprensión del texto se pueden resolver con más o menos facilidad; quiero decir que cuando algo se presenta como un problema, puede resolverse investigando. Internet, por ejemplo, es una fuente de información increíble; el problema surge cuando uno no repara en algo, cuando se deja llevar por certezas que no son tales. Para mí, el problema reside, sobre todo, en el estilo, y esto también tiene muchas veces algo que ver con las variaciones diatópicas y con las diferentes versiones del castellano, pero también con el idiolecto de cada escritor.

¿Se afrontan de modo distinto la traducción de un texto canónico clásico, como puede ser el Pedro Páramo de Juan Rulfo, y la de un texto más efímero y coyuntural, como puede ser el Iacobus de Matilde Asensi? ¿Y la de una novela española de Marsé o una argentina de Pauls?

Bueno, en cuanto a un texto clásico como el de Rulfo y un texto efímero como el de Asensi, diría que no, que no se afrontan de la misma manera; sino que se trata de exigencias que el mismo texto impone. No recuerdo cuánto tiempo invertí en traducir Iacobus, quizás tres o cuatro meses, pero recuerdo muy bien que con Pedro Páramo necesité más de un año para traducir 120 páginas. Leí mucho sobre el libro y el autor, leí cosas en griego tratando de formar el estilo adecuado y revisé el texto de la traducción más de diez veces. Sí, eso supone dos maneras de trabajar bastante diferentes. Entre Marsé y Pauls, en primer lugar, han pasado trece años, si mal no recuerdo, y mi modo de trabajar ha cambiado bastante; durante ese lapso de tiempo, también he elaborado una especie de reflexión acerca de la traducción, quiero decir una teoría, y eso ha influido mucho en mi manera de abordar un texto como traductora; ahí reside la mayor diferencia entre los dos trabajos. Además, la novela de Pauls fue una de las traducciones más difíciles que he hecho; en cuanto a la de Marsé, a lo mejor entonces no reparé en grandes dificultades.

¿Necesita definir su espacio frente a autor y lector?

Diría que no, no tengo ese tipo de necesidad. La verdad es que pienso muy poco en el lector, casi nada. Cuando traduzco soy, de alguna manera, autora y al mismo tiempo lectora de mi traducción. Me parece que esa es una condición especial en la que se encuentra el traductor; podría decir que la traducción se hace en el espacio donde se encuentran el autor y el lector que el mismo traductor es. Como lectora, soy lectora de la obra original, pero también de mi traducción, y eso sí define un espacio. Como autora acepto todas las restricciones que me impone el autor de la obra original, le tomo el pulso, algunas veces me identifico, pero no me abandono completamente a él, sino que guardo mi propia voz.

Además del español, traduce del francés. ¿Aporta algo el conocimiento de un tercer idioma a la hora de enfrentarse al texto que se quiere traducir?

Sí, por supuesto, también hablo y leo inglés, pero no tan bien como francés y castellano. Creo que conocer varios idiomas aporta mucho, sobre todo nuevas estructuras lingüísticas. Es como conocer nuevos mundos y eso nos sirve para entender mejor cada uno de esos idiomas, y aun el propio.

¿Qué papel desempeña en su trabajo la consulta de traducciones anteriores (si alguna vez se ha dado el caso) o de traducciones a otros idiomas?

Si puedo hago las dos cosas. En pocas ocasiones he tenido que traducir algo ya editado en griego; si mal no recuerdo, fue sólo con La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes y Pedro Páramo de Juan Rulfo, pero sí, tenía a mano las traducciones anteriores. Por ejemplo, en La muerte de Artemio Cruz sabía que el traductor anterior era médico, y por eso confiaba mucho en él en cuanto a la terminología médica del libro. Es más frecuente emplear traducciones a otros idiomas; sobre todo cuando traduzco del español, tengo casi siempre la traducción francesa a mano. Algunas veces ayuda mucho en puntos difíciles, pues me da una sensación de seguridad en cuanto a la interpretación de una frase ambigua, mientras otras soy muy crítica hacia ellas, detecto errores o no me parece muy acertado el estilo del otro traductor.

¿Ha traducido alguna vez en colaboración con otra persona? Si es así, ¿qué ventajas e inconvenientes encuentra con respecto a la labor de traducir en solitario?

Sí, lo he hecho, pero casi todas las veces se trataba de la traducción de una obra de teatro. Creo que no se trata de algo accidental, el teatro pide la voz viva, la oralidad, y fue muy divertido compartirlo con otra persona, siempre con amigos, y sobre todo traductores con los que tengo la misma posición ideológica hacia la traducción y el mismo gusto por la lengua. Así, no tuvimos problemas ni grandes desacuerdos. Pero me parece que la traducción de una novela necesita un compromiso más personal con su mundo, es algo más solitario; sin embargo, eso no es una constante, puesto que yo no lo hago, aunque conozco traductores que trabajan en equipo con resultados excelentes. En cuanto a mí, lo repetiría con mucho gusto en traducciones de teatro o ensayo, por ejemplo, pues este género es diferente, más objetivo. Todavía no estoy segura de si la colaboración hace el trabajo más rápido o no, pero disfruto mucho de ella.

¿Ha traducido alguna vez al español? Si no es así, ¿ha pensado en hacerlo?

De momento no lo he hecho, ni he pensado en hacerlo. Me parece que me faltan muchas cosas para poder traducir al español, sobre todo la vivencia del idioma. Creo que lo haría sólo si hubiera pasado un largo tiempo en un país hispanohablante, si hubiera vivido la lengua de una manera más personal, si pudiera sentir la carga sentimental de las palabras, y no como receptora sino como productora de la lengua.

¿Cuáles son sus escritores favoritos, griegos y no griegos?

Esa es una pregunta difícil, seguro que voy a olvidar muchos, no sé. Voy a obviar a los clásicos, no porque no me gusten, sino para no citar lugares comunes como «me gusta Kafka, o Dostoievski o Flaubert o Dante o Borges», y voy a optar por escritores que quizá digan algo más de mí como, por ejemplo, Vladimir Nabokov, W. G. Sebald, J. M. Coetzee, Roberto Bolaño, Ricardo Piglia, Alan Pauls, Javier Marías, Hugo Claus, Hermann Broch y Juan Rulfo, por supuesto. Me gustan las novelas extensas, los escritores que crean un mundo propio muy sólido. Juan Carlos Onetti es alguien que no he citado anteriormente, y Roberto Arlt y Macedonio Fernández son dos escritores que adoro. Hay una lista interminable de escritores y libros que en algún momento de mi vida he amado mucho. Hay menos autores griegos. Me gustan mucho Stratis Tsircas y Aris Alexandru, me parece que, entre los novelistas de la postguerra, son los más interesantes y modernos. De los poetas, voy a citar a Yorgos Seferis y Miltos Sajturis, y en segundo orden, Andreas Embirikos o Nicolas Calas; y también dos escritores de prosa, ambos muy particulares, muy excéntricos en el uso de la lengua y la temática: Nicos-Gabriel Pentsikis y Yanis Scarimbas. La verdad es que no leo mucha literatura griega contemporánea, aunque hay excepciones.

recibido y versión final: enero de 2010

aceptado en febrero de 2010