Juan Pablo Arias Forres
Universidad de Málaga
Manuel C. Feria García
Universidad de Granada
Manuel Martínez Martín (Melilla, 1928) nos recibe en su oficina. Escribe a máquina la traducción de un acta marroquí de matrimonio. Es, sin duda, uno de los traductores de árabe que desde el siglo XVI hasta la actualidad han ejercido durante más tiempo -cerca ya de medio siglo- y con un mayor volumen de traducciones e interpretaciones. Se trata además de uno de los últimos miembros del Cuerpo de Traductores e Intérpretes de Árabe y Bereber en activo. Hijo de Lorenzo Martínez Belén, traductor e intérprete de árabe y francés galardonado por sus buenos servicios con la medalla de la Orden de la Mehdaouia el 6 de enero de 1949, don Manuel llegó a ejercer en los últimos momentos del Protectorado español en Marruecos. Tras la independencia, y en virtud del Convenio de Cooperación Técnica suscrito por España con el Reino de Marruecos, ejerció como traductor e intérprete en distintas provincias durante catorce años (1956-1970) y alcanzó la categoría «hors classe» dentro de su escalafón. En Alhucemas llegó a ser asesor técnico de la Secretaría General de esa provincia. Desde 1970 hasta su jubilación, acaecida en 1993, presta servicios como traductor para la Delegación del Gobierno en Melilla. Durante todos esos años, y hasta la actualidad, don Manuel no ha cesado de trabajar como traductor jurado. En este campo, perfecto conocedor también de la lengua y la cultura rifeñas, ha desarrollado en su ciudad natal una función mediadora indiscutible entre las comunidades cristiana y musulmana durante los veinticinco últimos y trascendentales años de la historia de Melilla. Toda una vida, pues, ligada a la traducción, la interpretación y el Rif. Además del buen recuerdo de sus clases, como docente nos ha legado un manual de dialecto marroquí: Árabe vulgar. Contribución al estudio del árabe (Melilla 1982). La entrevista se inicia con un té. «El té -indica nuestro entrevistado es una bebida familiar y entrañable entre los musulmanes. Es meloso, agradable e invita a la conversación».
Nos gustaría que comenzara con algunos datos biográficos.
Nací en Melilla el 13 de mayo de 1928, precisamente en un barrio muy histórico y conocido de la ciudad, el barrio de El Real, en la calle Bilbao nº 18. En esa fecha mi padre, que trabajaba para la Administración del Protectorado, estaba destinado en Marruecos y las familias, como la mía, que vivían fuera de Melilla buscaban el nacimiento de sus hijos en la ciudad. No en los hospitales, que a la sazón causaban un poco de pavor y de miedo, sino en las casas particulares y con la ayuda de las comadronas. Nuestra casa estaba cerca de la de mis abuelos que también vivían en Melilla.
La crianza mía se reparte entre Melilla y los distintos destinos de mi padre por el norte de Marruecos. El mismo año que nací fui a parar a Achdir, cuna del gran Abdelkrim El Jattabi, donde estaba destinado mi padre. Allí estuvimos viviendo en las casas de la época, muy humildes. Achdir está a siete kms. de Alhucemas, ciudad conocida entonces por Villa Sanjurjo. El camino era malo y se andaba por senderos para atajar. En aquella época, contaba mi madre, yo recorría todos los días el camino que unía ese poblado con Alhucemas a espaldas de una chica, Fatma, para recoger leche, pues mi madre tenía problemas para amamantarme. Me llevaba bien tapado para que no me diera el sol. El respeto que siente un musulmán cuando una madre lleva a su pequeño a la espalda, por ese contacto de la madre con el niño, es un sentimiento de una gran profundidad. En Achdir estuvimos unos cuantos meses y después nos vinimos a la zona de Melilla. El primer destino de mi padre del que tengo conciencia fue la Intervención de Zaiou, localidad a unos 50 kms. de Melilla. En aquella época estas intervenciones eran muy importantes ... El: El Real hice mis estudios primarios con D. Ángel, un maestro mallorquín, muy estricto, que sabía mucho pero daba unos palos terribles con una regla ... (risas).
Antes de continuar, ¿podría explicarnos quién era su padre y qué puesto ocupaba?
Mi padre se llamaba Lorenzo Martínez Belén y, al igual que yo, era intérprete. Nació en Nemours (Argelia). Era hijo de un matrimonio originario del Levante español, concretamente de la provincia de Alicante, de un pueblecito de pescadores que se llama Guardamar. Mis abuelos buscaron fortuna en Argelia y aparecieron en la citada localidad. Allí, el gobierno francés les entregó 80 hectáreas de regadío y el dinero necesario para poner en marcha los cultivos bajo el compromiso de reembolsarlo una vez que se obtuvieran las primeras cosechas. En Nemours se criaron todos los hermanos de mi padre, que son franceses de nacionalidad. De pequeño, mi padre tenía que andar una distancia diaria de seis kilómetros de ida y otros seis de vuelta para asistir a la escuela. Mi abuela lo llevaba por la mañana a Nemours con el borrico cargado de productos de la huerta para vender y le daba un sou, un centimito, para comer. Por la tarde regresaba solo desandando el camino. Iba solo porque sus hermanos no quisieron estudiar. Aprendió francés y al mismo tiempo, como era frecuente entre los españoles, se entendía con los argelinos en árabe. Con el tiempo, mi padre pensó en volver a España y les planteó a mis abuelos que lo acompañaran, pues si no lo hacían, quedarían solos, ya que él era el menor de sus hermanos y los demás ya se habían independizado. Así que se vino a hacer el servicio militar a España. Ingresó en el Regimiento de la Princesa e hizo el servicio militar en Alicante. Mis abuelos se vinieron a Melilla, al barrio de El Real, más concretamente a la calle Victoria.
Mi padre era un hombre alto, fornido, fuerte como un león, con una capacidad física terrible. Hablaba francés y árabe vulgar a la perfección. Una vez terminado el servicio militar volvió a Melilla y, como consecuencia de la Guerra de África, no tardó en ingresar en el cuerpo de interpretación indígena. Desde ese momento, y hasta su jubilación, estuvo al servicio del gobierno español en todas las intervenciones a las quelo destinaron. Recuerdo, entre otras, la mencionada de Zaiou, además de Nador, Driuoch, Midar ... Le hablo de la década de los treinta. Su último destino fue Oujda, donde, tras la independencia, estuvo un par de años al servicio del gobierno marroquí en virtud del convenio de colaboración técnica. Después terminó como intérprete del Consulado General de España en esa ciudad. Fue un intérprete excepcional. Conservo un dahir, fechado en Tetuán el 6 de enero de 1949, por el que la máxima autoridad reconocida por el sultán de Marruecos y por España, El Hasan el Mehdí Ismail Muhammad, sultán de la Zona Norte, concede a mi padre la medalla de la Orden de la Mehdaouia en reconocimiento a sus servicios.
Así pues, lo de intérprete le viene de familia...
Sí. En casa se hablaba mucho árabe y mucho francés. Mi padre mantenía conversaciones conmigo en esos idiomas desde pequeño, conversaciones banales, de padre a hijo, pero iba quedando algo que me iba impregnando la mente de mi inclinación por el mundo árabe y, sobre todo, por el idioma árabe. Más tarde, al conocer la apertura del Centro de Estudios Marroquíes, mi padre me insistió para que me hiciese intérprete, como luego ocurrió durante mi servicio militar. Pero con anterioridad, como les digo, había fomentado en mí una presencia de ánimo y al mismo tiempo un interés por esa cultura que a la postre resultaría fundamental en mi vida.
Perdone que insistamos en la figura de su padre, pero a qué se debe que su familia residiera en Melilla en lugar de acompañarle en sus destinos en la Zona del Protectorado: inseguridad de los destinos, razones familiares, los sueldos de los intérpretes no daban para mantener una familia, ...
La larga y dilatada vida funcionarial de mi padre dio para todo. Siendo los hijos pequeños residíamos allí donde se encontraba ejerciendo sus funciones. Más tarde, cuando fue necesario comenzar los estudios de Bachillerato, era lógico buscar residencia en Melilla. En una fase intermedia varios de mis hermanos y yo mismo, nos trasladamos a Melilla, a casa de mis abuelos, lo que nos permitió asistir al Instituto. En cualquier caso, las distancias de los distintos lugares de destino de mi padre eran más bien cortas, de modo que podía bajar a Melilla los fines de semana.
Por otro lado, la seguridad de los destinos era total, ahí no había duda, y tampoco problemas económicos. Es verdad que a medida que transcurría el tiempo los sueldos fueron incrementándose, lo que suponía una muy buena estabilidad.
Volvamos a su etapa de formación inicial en Melilla.
Cursé hasta 4º de bachiller con reválida. Me faltaban tres años para terminar. Tenía que alternar mis estudios con el trabajo en una finca que teníamos aquí en Melilla y no daba para más. Había que trabajar porque mi padre estaba destinado de intérprete fuera y yo, como hijo mayor, con catorce años, estaba al cargo de todo. Eran ocho hectáreas de terreno y treinta obreros. También era la época del hambre, muy dura. Había que mantener a mis siete hermanos y no hubo más remedio que suspender los estudios. Después, una vez que vendimos la finca, con unos 18 años, me dediqué a labores de comerciante aprovechando la experiencia de trato con la gente que me había proporcionado la venta de nuestros productos. Mientras, esperaba la hora de cumplir con el servicio militar.
Además de árabe y francés, ¿hablaba ya por entonces rifeño?
Sí. En aquella época, en el contacto con el mundo de los comerciantes, casi todos rifeños, iba aprendiendo palabras. Pero sobre todo aprendí en la huerta, ya que los obreros eran todos rifeños y hablaban poco español. Durante ese tiempo se fue quedando ese sedimento que luego se desarrolla y brota el idioma.
Al margen de eso tengo que decir que soy un agricultor de primerísima orden. Yo aprendí la agricultura con un marroquí que estuvo en Argelia y sé hacer todas las faenas de la finca: labrar, cavar, regar, plantar, podar, segar, labrar con mulos, con bueyes ... Me levantaba a las cinco, me tomaba un vaso chiquito de aceite y era capaz de estar segando y trillando toda la jornada. Por la noche me iba a guardar la finca con mis perros y mi escopeta. Había tanta hambre .... También hemos tenido cerdos y vacas de leche.
Nos decía que su ingreso en el Cuerpo de Traductores e Intérpretes estuvo ligado al servicio militar. ..
Efectivamente. Fui destinado a Tetuán, al Regimiento de Artillería antiaérea nº 13 con base en Río Martil. Un día, limpiando las baterías, llegó hasta mí con una ráfaga de viento una hoja de periódico en la que casualmente la Delegación de Asuntos Indígenas anunciaba plazas de aspirantes a intérpretes. Hablé con mi capitán y me dio la autorización para ir a estudiar todas las tardes menos sábados y domingos. No fue tarea fácil: procuraba hacer mi servicio, cambiar los turnos si me coincidían con las clases, y siempre regresaba tarde, sobre las diez de la noche. Aún tengo que agradecer que un buen amigo de aquel entonces, de Mallorca, me guardara la cena ...
Aunque no de todos los mandos obtuve igual comprensión. Uno de los sargentos tuvo la fenomenal idea de afirmar que yo llegaba tarde porque me quedaba dando vueltas por Tetuán, lo que me acarreó el correspondiente castigo. A pesar de todo, cuando terminé el servicio militar tenía en mi haber el primer año de interpretación. Primer año que me asombró porque, cuando yo aparezco, vestido de militar, había un montón de alumnos, pero a medida que iban sucediéndose los exámenes trimestrales, me iba quedando solo, de forma que al final me quedé realmente solo con mis seis o siete profesores. No obtuve malas notas: notable, creo recordar. Al curso siguiente ya me había licenciado y asistía a las clases como alumno civil. Me acompañaban dos compañeros que repetían curso y con los que seguí la carrera hasta el final. Después hubo un breve periodo para preparar las oposiciones y, tras el examen, nos adjudicaron destino. Tengo que aclarar que disfruté de una generosa beca y grandes facilidades para terminar mis estudios.
¿Cuántos terminaron en su promoción?
Recuerdo que en las oposiciones se ofertaban siete plazas. Nos presentamos cinco y aprobamos cuatro.
Nos ha llamado la atención el escaso interés que los miembros de la colonia española, posibles conocedores del árabe vulgar o el rifeño, prestaron por el Cuerpo de Traductores e Intérpretes.
Sí, justamente. Eso también llamó mi atención. Hay que trasladarse a esa época. Cuando yo llegué a Tetuán notaba que era una ciudad maravillosa. Era la capital del Protectorado Español y corría el dinero como corre el agua por un manantial. Había un grado de superación terrible. La colonia española, si se puede llamar así, estaba integrada mayormente por funcionarios y militares. Los hijos de estas personas rechazaban estudiar la carrera de intérprete porque no había un estímulo que los indujera a ello. Por el contrario, preferían ir a Granada y obtener títulos de abogado, médico o licenciado en filosofía y letras, que les proporcionaban otros horizontes laborales.
Otro grupo de potenciales candidatos al Cuerpo de Traductores e Intérpretes lo conformaban los Licenciados de Filología Semítica, que podían ingresar en el Centro de Estudios Marroquíes para continuar con su formación...
Sí. De hecho yo he conocido a estudiantes que venían con su carrera aprobada a ampliar sus estudios en el Centro. Pero venían con una capacitación prácticamente nula, lo que les suponía volver a empezar. Esos chicos, que tenían ya su formación y habían sobresalido en sus estudios, se colocaban al poco tiempo como profesores para la colonia española y abandonaban sus estudios en el Centro.
¿No conoce, pues, a ninguno que acabara como miembro del Cuerpo de Traductores e Intérpretes?
Ninguno, por las razones que le acabo de exponer. La mayoría eran contratados como profesores y otros, supongo, se marcharían. Algunos de nuestros profesores en el Centro de Estudios Marroquíes habían venido como licenciados para ampliar sus estudios y se quedaron dando clases. Fue el caso -creo recordardel profesor de hebreo, Mariano Arribas Palau, o de Joaquina Albarracín.
Verdaderamente, la ausencia de alumnos en el Centro era bastante frustrante. Tampoco había marroquíes. Conmigo coincidieron varios, pero no llegaron tampoco a completar sus estudios.
Esta ausencia provocó la «importación» de alumnos de la Península, en concreto, de Granada. ¿ Cuál fue su relación con ese grupo?
Cuando yo llegué ellos ya eran intérpretes traductores. Nuestra relación fue muy buena. Cordobilla nos ayudó fenomenalmente. Era una fiera traduciendo, aunque no podía hablar bien, porque tenía un defecto. Olmo, Aguilera y Berdonés nos echaban una manita con gran amabilidad. A todos ellos me unieron lazos de amistad.
¿ Y con los alumnos venidos de la Zona francesa de Marruecos?
Tuve poco trato con ellos. Fornés fue anterior a mí. Alcántara ingresó cuando yo debía de estar en tercero, en una promoción en la que venía un hermano mío, Lorenzo Martínez, que no llegó a acabar sus estudios por la llegada de la independencia.
Hablenos de la formación recibida en el Centro de Estudios Marroquíes.
La formación era buena, pues estaba avalada por profesores de primera categoría. Por un lado estaban los libaneses cristianos maronitas: Musa Abbud, licenciado en Derecho, después Presidente del Tribunal de Casación de Rabat (iba todos los días a misa de nueve), y Alfredo Bustani, licenciado en Literatura, intérprete de Franco con las autoridades que visitaban España, con un conocimiento del español no tan bueno como el de los demás profesores, pero con una categoría impresionante. Luego estaba Abderrahim Yebbur, profesor de árabe vulgar, traductor e intérprete también (actuaba siempre en los Tribunales de Justicia Jalifiana), quien llegó a ser Secretario General de la provincia de Tetuán con el Gobierno marroquí. Recuerdo de igual modo a D. Bonifacio Martínez, Jefe de Interpretación de la Administración Española, D. Guillermo Gustavino Gallent, licenciado en Historia, D. Manuel Llord, encargado de las asignaturas de Derecho, D. Fernando Valderrama, profesor de Sociología, Najib Abumalham, profesor de árabe literal, D. José Aragón, profesor de francés, y otros, buenos profesores todos ellos.
¿Recuerda a Ginés Peregrín?
Fue nuestro profesor de rifeño. Era funcionario y tenía una asesoría por la tarde. También tenía una librería: visitaba Argelia, compraba libros y luego los vendía en una tienda que tenía en la morería. Tras la independencia de Marruecos me lo encontré en Melilla. Aquí estuvo destinado mucho tiempo.
¿Con qué manuales estudiaban? Su colega Olmo Villa.franca2 nos recordaba el Teyini.
Sí. Es un método escrito todo en árabe por un profesor argelino. Había que leerlo y memorizarlo. Yo me aprendí 40 temas. No sólo aprendías a hablar, también conocimientos de la sociología del mundo árabe, de sus costumbres, de su religión, de su forma de vida. De hecho, muy a menudo me lo repaso, porque hablar el árabe, para mí, es el gusanillo ese que tienen los cazadores por matar una pieza. Yo me peleo conmigo mismo en árabe. Deotro lado, D. Bonifacio enseñaba con el Lerchundi, aunque yo las clases de árabe vulgar las recibí del citado profesor Abderrahim Yebbur.
Recuerdo que en Ramadán, por la noche, me iba en Tetuán a los barrios de los distintos oficios para soltarme a hablar en árabe. Así, con lo que me había enseñado mi padre, mis estudios y esa práctica diaria, aprendí. Siempre con humildad, puedo decir que hablo el árabe y el español por igual, debido a mi larga estancia en Marruecos a partir de la independencia.
P.- La formación en el Centro se completaba con prácticas ...
Las clases eran por la tarde y por la mañana nos enviaban a la Delegación de Asuntos Indígenas a hacer prácticas. Cuando fallaba por cualquier razón un intérprete nos mandaban a nosotros. Recuerdo que una vez me llamaron, estaba yo verde (en tercero o cuarto), y me encontré con el siguiente problema: vino una señora exaltada, gritando, con la boca tapada con un pañuelo, cubierta hasta la nariz, ¡a ver quién entendía lo que decía! De hecho se dieron errores en hombres que tenían poco conocimiento del idioma y traducían una frase por otra ...
Parece, al menos así nos lo confirma su colega Olmo, que la formación recibida no estaba en general muy en conexión con la realidad de las tareas que luego les tocó desempeñar. ..
Al Centro le faltaba orientación en el sentido de formar al futuro funcionario, no ya como intelectual con conocimientos de árabe, sino en las cosas cotidianas, sobre todo en documentos de distintas modalidades: actas de casamiento, de divorcio en sus distintas categorías, de orfandad ... Ese mundo era el que nos faltaba. En la prensa, bueno, nos manteníamos porque hacíamos prensa continuamente y entonces uno traducía con cierta facilidad y aprendía bastante. Pero en los documentos oficiales había una terrible dificultad. Primero entender el manuscrito, por la letra y por el material deficiente en que a veces venían escritos. Descifrar los nombres de adules o de jueces era complicado. Todo eso lo da una práctica diaria y una práctica importante. Afortunadamente teníamos la ayuda de los kuttab, los escribientes. Y segundo, por los usos. Todavía guardo apuntes con fórmulas de documentos sacados de manuales franceses, argelinos, de mi época de estudiante, pues nuestros modelos eran los de Argelia. También faltaban los diccionarios. Teníamos el Belot y uno hecho en Méjico, el de Kaplanian. Pero estos diccionarios están preparados para que el alumno aprenda a traducir cosas normalitas: nunca se introducen en lo que es la especialidad de un documento jurídico. Todas estas faltas las subsanábamos con trabajo personal, elaborando nuestros propios cuadernos con textos, frases, etc ... Aún los conservo.
Al parecer, los miembros del antiguo Servicio de Interpretación no los recibían a ustedes con mucho agrado, pues los consideraban unos intrusos. ¿Qué relación tuvo con ellos?
Recuerdo a un traductor, Sr. Dumond, que siempre que podía decía que el nuevo Centro de Estudios Marroquíes «era una farsa». Hay que ponerse en su situación. Eran intérpretes con su cultura, con su mundo, con sus limitaciones, pero desarrollaron una función muy importante. Parte de ellos aceptó examinarse para ingresar en el nuevo Cuerpo. Fue el caso de mi padre, por ejemplo. Conmigo coincidió un tal Luque, que fue intérprete del Tribunal de Nadar. Buerles también estuvo de intérprete y traductor conmigo en Villa Sanjurjo. Hablaba muy bien el árabe vulgar.
La mayoría, pues, tenía problemas con el árabe literal ...
Así es. Mi padre, de hecho, no conocía el árabe literal. Pero con el vulgar eran intérpretes inigualables. Aunque también había excepciones dentro del Servicio. Por ejemplo, cuando llegué a Alhucemas destinado, el Jefe de Interpretación, que se llamaba Rafael Castillo Echevarne, no hablaba bien el árabe vulgar, aunque con el literal, traduciendo, era un maestro. Luego vino a vivir a Melilla, a la calle Castelar, y aquí murió. Era un gran traductor, tenía estudios. Era de los pocos que había en el Servicio con formación para traducir. Por cierto, recuerdo que, el primer día que me incorporé, Rafael Castillo me dijo: te voy a dar un susto. Entonces se traducían las sentencias de los cadíes para conocimiento de las autoridades españolas.
Había asuntos interminables: me largó un rollo que tenía ocho metros. Me las vi y me las desee. No sólo ya por el texto, que era difícil de por sí, sino principalmente por las citas de los jurisconsultos musulmanes, que eran imposibles: un árabe conciso, concreto, precioso. Para traducir una cita de ocho palabras hacían falta cuatro o cinco párrafos.
Siguiendo con la cuestión de los antiguos miembros del Servicio de Interpretación, parece que alguno de ellos tuvo problemas en el momento del alzamiento por su alineamiento a favor del gobierno de la República. ¿Se contaba su padre entre ellos? ¿Recuerda anécdotas sobre otros traductores e intérpretes afectados por esta situación que le contara su padre o circularan entre los colegas de profesión?
Desconozco esos problemas, si los hubo. A mi padre creo que no le afectó.
Volvamos a su carrera. Su primer destino fue ... Villa Sanjurjo, en el Rif. Me nombraron en 1956. Me puse en contacto con los citados Buerles y Castillo y otro intérprete, Lupiáñez. Allí me seguí formando: me agencié a un káteb que trabajaba conmigo y me daba clases de árabe vulgar para hablar. Al servicio del Protectorado mi labor consistía en la traducción de todos aquellos documentos que venían redactados en árabe, además de las sentencias de los Tribunales Marroquíes, como acabo de mencionar. En alguna ocasión serví de intérprete al Interventor Regional, que era entonces la máxima autoridad. Después, inesperadamente, se produjo la independencia de Marruecos. Aquello fue un caos. No había pasado ni un año desde que me destinaron a Villa Sanjurjo y me veía obligado a superar un periodo terrible de adaptación a otra forma de pensar, a otra forma de hacer y actuar de la administración. Y, además, solos ante el peligro. De hecho, en la provincia de Alhucemas, quedé sólo yo. La mayoría de los funcionarios españoles que aceptaron el convenio de colaboración técnica apenas duró un par de años en Marruecos. Mi misión fundamental en esa época inicial al servicio de la Administración marroquí era la de hacer de intermediario entre el Gobernador y los funcionarios españoles. Además de traducir del árabe y del francés la correspondencia recibida para los funcionarios españoles que habían suscrito contrato con el gobierno marroquí había que asumir funciones de intérprete a todos los niveles: reuniones provinciales, locales, y, en muchas ocasiones, la asistencia a reuniones donde participaban los distintos ministros que visitaban la provincia. Y había que estar a la altura de las circunstancias. No se podía fallar, para no dar mala impresión. Así que en ese periodo procuré soltar mi lengua -valga la expresión-, oír, familiarizarme con las maneras de hablar de las distintas zonas de Marruecos y Argelia ( tuve a mi cargo un grupo de funcionarios argelinos y me acostumbré también a su modo característico de hablar). Por otra parte, junto a la interpretación, traducía documentos del francés al español, y del español al árabe y al francés, además de toda la correspondencia de la Administración Marroquí. Debo decir que el alumno funcionario salido del Centro de Estudios Marroquíes estaba «pegado» en la traducción al árabe. La traducción inversa hay que aprenderla con el idioma en la mano, con práctica y con mucho interés. Ese capítulo, sin embargo, a mí se me dio muy bien. De hecho, la inversa al árabe la hago mejor incluso que la directa. Eso me facilitó grandemente la carrera. También, mi conocimiento del francés de la administración, y el apoyo de mis superiores, gobernadores a la sazón.
Sin darme cuenta, me convertí en un marroquí más. No hablaba español durante las horas del día, y a veces ni por la noche. Mis contactos en la colonia española se reducían a mi familia y poco más. Todo lo demás era árabe y francés. A cada paso más responsabilidad, más funciones a desarrollar.
En Alhucemas, por tanto, hacía más interpretación que traducción.
Las dos cosas. Pero interpretación hice mucha. Cuando venía cualquier delegación, cuando había un discurso, una visita oficial, conversaciones secretas ... Recuerdo dos participaciones mías en calidad de intérprete de gran éxito. Una con el Ministro de Industria, en la sede de Alhucemas, quien no dudó en transmitir delante de los participantes su felicitación a mi persona por «el encanto de la traducción», palabras textuales suyas. En otra ocasión, con motivo de la imposición de una medalla a un médico, D. Federico Malina, por parte del Consulado General de Tetuán, a la que fue invitado el Ministro de Información, Sr. Ahmed El Alaoui, de visita en la ciudad. Verse ante unas cuatro mil personas interpretando los distintos discursos era una responsabilidad y un estímulo ... Fui muy felicitado por las autoridades españolas y marroquíes.
Ha hablado de conversaciones secretas. ¿ Trabajó para el Servicio de Información?
Yo lo llamaría de colaboración más que información. Debo matizar que siempre rechacé realizar funciones de información mientras, en virtud del convenio de asistencia técnica hispano-marroquí, presté servicios al gobierno marroquí. Y ello por una razón muy importante: me parecía traicionar los sentimientos de otro pueblo que conmigo ... Miren ustedes, yo, en Marruecos, he estado llevado en bandeja. He gozado de confianza plena, simpatía absoluta, tratamiento respetuoso, cariño desbordante. He estado con las autoridades marroquíes, puedo decir, incluso mejor que con las españolas. Imagínese que llegué a ser asesor técnico de la
Secretaría General de la provincia de Alhucemas ... No, no eran mis funciones. Hacía algún comentario, pero sin producir más resultado.
Le importa que insistamos en esas tareas de colaboración a las que alude ...
Durante toda mi estancia en Marruecos mantuve una colaboración estrecha con las autoridades militares españolas. Esa colaboración consistía en asistir a soldados que por cualquier motivo enfermaban en el Peñón de Alhucemas y eran tratados en la ciudad, en el hospital, durante unos días. Me encargaba de asegurar su traslado en barcos de pesca propiedad de españoles residentes en esa ciudad. Contaba con los buenos oficios de la Autoridad marroquí del momento, que me permitía estas labores, aunque las ignoraba. También habría que señalar la buena disposición del equipo médico. Recuerdo que se hicieron trámites para que se me concediera una medalla por parte de la Comandancia General de Melilla en virtud de esta cooperación y colaboración, pero nunca llegó a concretarse porque la Autoridad que tenía que recibirla conmigo no podía aceptar por razones obvias.
¿Cuándo se reincorpora a la Administración española?
En Alhucemas estuve hasta diciembre de 1970, año en que el Gobernador de la provincia fue destinado fuera. Recogí a mis hijos y me vine a Melilla, donde tenía mi puesto reservado en la Delegación del Gobierno. En realidad, durante mi estancia al servicio del gobierno marroquí tenía asignado destino en Ifni, en El Aaiún, pero cuando definitivamente me reincorporé a la Administración española esas plazas habían sido cedidas al gobierno marroquí. En la Delegación del Gobierno en Melilla estuve desde enero de 1971 hasta mi jubilación en mayo de 1993. Me correspondió el honor de coincidir con D. Manuel Céspedes, comisario y ex-jefe de seguridad de la Moncloa, quien aún continúa en tareas de gobierno de la ciudad autónoma, ahora desde la oposición.
¿Qué tareas !e fueron encomendadas en la Delegación del Gobierno en Melilla?
Traducción de prensa y documentación de distinta índole, correspondencia principalmente. Seleccionaba los artículos de prensa que diariamente me traían de Nadar y que afectaban a las ciudades de Melilla o Ceuta o al gobierno español.
¿ Seguía haciendo labores de interpretación? Aquí, pocas. En determinadas ocasiones he actuado más bien de intermediario, porque venían periodistas, en la década de los ochenta, para conocer la difícil situación de Melilla, pero era en francés. Aunque sí he servido de intérprete para la Comisaría de Policía, por la confianza que siempre han demostrado hacia mi persona.
¿Y para los juzgados?
Prácticamente ninguna. Alguna sustitución por enfermedad del titular que había en la Audiencia. Aunque he actuado en los juzgados como perito. No soy perito calígrafo, pero mi experiencia a través de los documentos, de ver tantas firmas en árabe, me ha posibilitado diferenciar una firma verdadera de una falsa. Esa función también la he desempeñado.
Así que su labor en la Delegación de Gobierno fue muy tranquila ...
Simplemente traducción. Con uno de los Delegados de Gobierno, Moreno Aguilar, se me ofrecieron las funciones de jefe de prensa, pero sin tener que actuar como tal.
Cuando llegó a su nuevo destino en Melilla, ¿sustituía usted a alguien?
No, a nadie. Había entonces un intérprete en los juzgados, un español, no recuerdo su nombre, pero sí recuerdo que iba siempre con su uniforme.
Entonces no ha conocido a otros traductores que le precedieron en las labores de traducción en Melilla, por ejemplo, a Francisco Marín.
No.
En su estancia en Melilla, por otro lado, ha tenido la oportunidad de dedicarse a la docencia ...
Sí, ese ha sido uno de los caballos de batalla míos. De hecho tengo el manual de árabe vulgar, que es una contribución al estudio del árabe. Hice la segunda parte y tuve la desgracia de confiárselo a un impresor de Granada, con tan mala fortuna que el libro no vio la luz y para recuperar mi dinero tuve que acudir a los juzgados. Todavía lo conservo. Está escrito en caracteres árabes, para que el alumno pueda aprender la lectura. El vocabulario es inmensamente rico y está basado en temas de conversación diaria, siguiendo el método directo que aprendí de nuestro profesor de árabe dialectal, Abderrahim Yebbur.
¿Por qué escogió para su primer manual la transcripción latina en lugar de la árabe?
Para dar facilidades al alumno. Puede leer y escuchar desde el primer momento. En el segundo libro, sin embargo, cambio a la grafía en árabe.
¿ Y cuándo verá la luz?
Para terminarlo me falta, primero, tener tiempo. Segundo, no ser tan mayor. Tercero, recuperar la ilusión que tenía en aquel momento por el árabe. Así que ha quedado en el olvido. Es un manual de árabe vulgar muy adaptado a la actualidad, con un vocabulario enorme para usar en una conversación actual de cierto nivel, a lo que se añade su correspondiente gramática. El árabe vulgar ha sufrido una transformación enorme. Cuando nosotros salimos de la Academia de Tetuán, el contacto del funcionario traductor o intérprete con la persona que venía a presentar una reclamación era siempre en un árabe de expresión muy vulgar, quitando algunas personas que tenían un poco de formación. A medida que la independencia da paso a la arabización se ha ido transformado ese idioma. Hoy, el árabe vulgar se ha enriquecido enormemente porque el nivel cultural de Marruecos ha subido. De forma que un alumno actual, que tenga sus estudios, habla de modo diferente a como se hablaba antes. Y ha influido también el cambio de una sociedad rural a una sociedad urbana. Los mismos funcionarios, la prensa, la radio, han adquirido un árabe más rico y exquisito. Más asimilado a los argelinos o a los tunecinos, que hablan un árabe más literal, o a la situación de Libia o Egipto.
¿Qué otros manuales de coloquial marroquí ha manejado?
El Padre Lerchundi y se acabó. Era el único que había. Posteriormente he adquirido muchos elaborados por profes ores franceses que se dedicaron a la traducción y a la docencia en Argelia, alguno de ellos célebres, como el diccionario para prensa de Léon Bercher.
En Melilla dio clases en la UNED.
Sí, durante cuatro cursos di clases de árabe literal. En aquella época coincidió que yo escribía mucho en prensa, artículos relacionados con el mundo musulmán, con la convivencia aquí en Melilla, con la sociología marroquí. ¿Cuál era mi afán? Mi afán ha sido siempre, y será mientras viva, unir. Hay una desunión entre el pueblo marroquí y el español a nivel del pueblo llano. Y ello a pesar de que en el Protectorado Español las relaciones entre ambas poblaciones se hacían de manera distinta a como se realizaban en la zona francesa, donde había una clara segregación de los europeos respecto al resto de la población. En la Zona española siempre hubo una relación más estrecha y solidaria, y eso ha dado sus frutos. Cuando llegué a Melilla lo hice impregnado de ese sentimiento, pero encontré dos pueblos que discurrían por caminos diferentes. De ahí mi afán por enseñar el árabe.
El idioma es un río, un vehículo de transmisión de conocimientos, de sentimientos, y el pueblo español, desgraciadamente, no conoce al pueblo marroquí, y viceversa. Haga un simple estudio de lo que es la ciudad de Melilla. Conservo un escrito que titulé «¿Qué dice éste?», porque hay una inmensa parte de la población que no sabe lo que dice la otra. La necesidad no le ha obligado a aprender el otro idioma y siempre se tiene que valer de alguien que haga las funciones de intérprete. Esto es más palpable para la población de habla española. Por la parte contraria, el marroquí aparece aquí y en tres meses se defiende en español, más o menos. A ningún nivel en la ciudad de Melilla encontrará más de dos o tres españoles que hablen bien el árabe. Acaso algunos hombres que pertenecen, como yo, a otra generación, pero de los actuales, que yo conozca, ninguno. Si ustedes van a Marruecos hablando árabe o chelja se les abre un mundo totalmente diferente. Tendrán una consideración y un trato diferente, un respeto. Eso, desgraciadamente, no se produce a menudo y es una pena. Dos comunidades muy fuertes deben estar unidas por muchos lazos, entre ellos el idioma. El idioma une, crea sentimientos en la otra parte, respeto, consideración. Es un hilo conductor maravilloso. Yo lo tengo experimentado en mis relaciones con los marroquíes. Es el conocimiento del idioma árabe y de ese mundo el que me ha dado paso al respeto de la comunidad musulmana, a tener amigos por todos lados, a ser el confidente en sus cuitas familiares, a introducirme en la sociedad musulmana, a ser querido. Si tengo diez amigos españoles, tengo mil musulmanes. Y, de hecho, todos los días en mi oficina mi labor consiste no sólo en traducir, sino en orientar, en ser honrado, en tener la honradez como bandera. Porque -les explico aquí llega una persona, ignorante, que desconoce su propio idioma y me trae veinte papeles y me pide que se los traduzca al precio que sea. Yo le pregunto que para qué los quiere y selecciono lo que le hace falta. Cuando se va me besa la mano, porque no he aprovechado su ignorancia para beneficiarme. Esa seriedad a lo largo de mi vida, aquí y en otros sitios, me ha abierto el camino: la honestidad y la honradez como bandera.
Abundando algo más en el tema, Dios pone en camino a los hombres para que hagan cosas y a mí me dio un hilo y me ligó a la zaouia de Melilla, como cristiano y católico que soy. Cuando me hice cargo de la zaouia eran cuatro paredes y poco más. Hoy, quitando la mezquita, en todo lo demás he tenido yo que ver. Incluso tengo mi árbol sembrado. He invitado a las autoridades de Melilla a que conocieran ese sitio, a que supieran que cada año, en el mes de julio, se celebra el acto de la conmemoración de la muerte de su fundador. ¿ Y saben cuántas personas asisten a ese acto? Miles. Y vienen de todas partes de Marruecos. Si esos marroquíes ven que la autoridad local les facilita la entrada, los apoya y se presenta en los actos, se van impregnados de ese respeto, vuelven a sus lugares de origen y lo dicen. Aquello tiene un eco y le da a la ciudad una imagen, dentro y fuera de Melilla. En ese periodo me dedico a preparar las invitaciones a las autoridades, a fomentar que todo llegue a buen puerto, a estar allí con ánimo de presencia y a escribir artículos en la prensa o participar en programas locales de televisión, como Página 3 de TV Melilla.
Háblenos más sobre su etapa docente en la UNED: en qué marco académico de encuadraban las clases de árabe, qué materiales usaba, por qué enseñaba árabe literal en lugar de dialectal marroquí, ...
El marco académico en el que se encuadraban las clases de árabe era la incipiente Escuela de Idiomas, que nació como centro asociado a la UNED. Después se separó, creándose la actual Escuela de Idiomas de Melilla, cuyas clases se imparten en el Instituto Leopoldo Queipo. La opción por el árabe literal era una imposición que venía de la Escuela de Idiomas de Málaga, de la que dependía la de Melilla, así como los libros de texto, dos ejemplares que nos exigían y cuyos títulos no recuerdo.
Tengo que señalar también que en el curso de los años de ejercicio como traductor di muchas clases de árabe vulgar, literal y francés a todos los niveles, sobre todo, para alumnos universitarios. Recuerdo a la hija de un famoso oculista de la ciudad, el Dr. Llamas, una chica que hacía la especialidad de Semíticas en Madrid. Había suspendido segundo y le estuve dando clases durante el verano. En un mes, a hora y media por la mañana y hora y media por la tarde, cuál no fue mi sorpresa cuando me llamó desde Madrid para comunicarme que había sacado sobresaliente. También di clases a otra chica encantadora, hija del propietario del Cine Nacional de Melilla, que estudiaba en Granada, y que ahora ejerce de profesora en Málaga.
Cambiando un poco el tercio, su otra faceta profesional importante es su labor como traductor jurado, que ha venido ejerciendo en virtud de la autorización que el Reglamento del Cuerpo le confería para estas tareas. Durante su destino en Alhucemas, ¿ejerció también de traductor jurado?
Sí, siempre. Hice traducciones para el mundo entero y han sido aceptadas. Yo nunca me he visto con una traducción rechazada.
¿Qué tipo de documentos traducía?
Los oficiales del Ejército marroquí destinados en Alhucemas tenían cada mes o cada año -no recuerdo- que actualizar su expediente y su situación administrativa: nacimientos, defunción, matrimonios, etc. Toda esa documentación la traducía yo del árabe al francés.
¿Ejercía como traductor jurado de francés?
Sí, sí. Porque para mí el idioma francés -aunque no puede uno decir que lo sabe todo no tiene misterios. La Administración Marroquí era para mí una fuente de conocimientos de árabe y francés.
En Yebala, según el testimonio de su colega Olmo, los clientes eran principalmente Compañías de Seguros y algún abogado. Los suyos eran muy diferentes ...
En Alhucemas no había abogados. Había uno solo, hebreo, y sabía el idioma. Por tanto, no tenía necesidad de traducción. Mis clientes eran los oficiales del ejército marroquí. Y los textos, sobre todo, actas de matrimonio o de repudio.
¿ Y sigue haciendo traducciones al francés?
Sí. Actualmente traduzco para países francófonos como Francia o Bélgica. Hago traducciones del árabe y del español a ese idioma. También sigo haciendo traducciones en Melilla para la Administración española (para Extranjería y para el Registro Civil).
Cuando llegó a Melilla ¿cómo compaginaba su trabajo en la Delegación con su labor como traductor jurado? Eran además dos trabajos sin aparente relación ...
Por la tarde. He sido un hombre que ha trabajado excesivamente. Por la mañana me daba a mi labor como funcionario cumpliendo con mi horario oficial. Por la tarde, mis clases, un programa de radio en Cadena Ser -siempre hablando del mismo tema, el encuentro hispano-musulmán- tres veces a la semana, y mis traducciones particulares.
Suponemos que será uno de los traductores jurados vivos que más ha traducido del árabe al español, máxime habida cuenta de los procesos de regularización de extranjeros, en los que el colectivo de origen marroquí ha sido protagonista indiscutible ...
Miren, aquí se produjo conmigo un hecho un poco lamentable. En el período de la transición, con Duduh, las autoridades españolas concedieron -no sé por qué- el privilegio de la traducción a los traductores de Nador. Yo me quedé sin ver un solo documento, porque mis traducciones no tenían valor en España. Los millones de documentos de toda la época de transición fueron traducidos en Nador por traductores marroquíes. Manuel Martínez, traductor oficial de la Delegación del Gobierno, no tradujo un solo papel. Entonces estaba de Delegado aquí, no recuerdo ...
Más tarde me fueron admitidas las traducciones en virtud de varias cosas. La primera, por la seguridad y la confianza en mí traducción. Cuando la Seguridad Social de Melilla tuvo que renovar todos los expedientes de todas las personas que figuraban como pensionistas, encontraron una cantidad de fallos impresionantes en las traducciones. Tuve que rehacerlas todas. Era un verdadero desastre: nombres cambiados, gente que había fallecido y seguía percibiendo la paga, en fin ... Todo eso lo realicé yo por la confianza que el Delegado de la Seguridad Social puso en mí. Fue labor de varios meses. Posteriormente se me autorizó por el Registro Civil de Melilla para hacer la traducción de todos los documentos que se deben presentar para la inscripción de nacimientos, casamientos, etc. y todas las diligencias de los últimos años del Registro Civil de esta ciudad son mías. Porque ellos saben muy bien que Manuel Martínez no cambia una palabra, ni una letra, de los originales. La traducción tiene que ser siempre correcta y fiel en lo posible.
Vemos por su tarjeta que también hace traducciones juradas al inglés, al holandés ...
Pocas. Son más bien colaboraciones. Lo que sí traduzco, a veces, es portugués, italiano y catalán.
No se ha animado a hacer otras incursiones: en el terreno de la traducción literaria, por ejemplo ...
No, pero siempre he estado animado a escribir. Tenía redactada una especie de autobiografía de mi vida en Marruecos titulada Retazos (Atraf, en árabe). Desgraciadamente, el borrador, con cuarenta temas, lo perdí en una mudanza de oficina. De todos modos, cada octubre algo de mi inquietud literaria se pone en marcha. Actualmente voy a empezar a escribir artículos para la prensa. El primero se titulará «Los morabitos».
P.- ¿Ha tenido alguna relación con el arabismo universitario?
No. Tengo un gran amigo, ahora profesor, al que le di hace tiempo clases de árabe en la UNED, José Miguel Puerta. Era un alumno magnífico, fuera de serie. Creo que le di dos cursos.
P.- Y no sigue la producción universitaria en temas relacionados con el mundo árabe. Por ejemplo, las traducciones del Corán ...
No. Yo tengo una traducción del Corán, más exactamente un manuscrito vocalizado del Corán hecho a mano con la traducción al lado de cada versículo, nada más. De lo moderno no tengo nada. Veo las traducciones en las librerías pero no las compro.
P.- ¿De quién es la traducción del Corán?
No lo sé. Viene introducido en una carpeta y tiene una encuadernación muy especial. La traducción o interpretación del Corán es un poco libre.
P.- ¿ Qué perspectivas presenta -en su opinión - el mundo de la traducción profesional del árabe al español?
Auguro un buen futuro, sobre todo, por el incremento de la documentación para traducir.
P.- ¿Piensa que la incorporación de los estudios de árabe en la Escuela Oficial de Idiomas de Melilla ha tenido efectos positivos a cualquier nivel en la ciudad?
No puedo contestarle al respecto. Estoy totalmente alejado de ese mundo.
P. - ¿ Y cuál es su opinión sobre los cambios de actitud que las autoridades marroquíes están experimentando en relación con el chelja?
Ha habido un cambio notable que celebro, pues el chelja es de algún modo -corno les he contado- mi lengua materna.
P-Alguna cuestión que se nos haya quedado en el tintero ...
A título de resumen quisiera manifestar lo siguiente. El Cuerpo de Traducción e Interpretación de Árabe y Bereber, nacido en 1942 y que ha demostrado con sus servicios durante años la necesidad y conveniencia de su existencia, fue un cuerpo de élite, clasificado inicialmente como tal en consonancia con los estudios exigidos para el desarrollo de su especializada función. Cuando se produce la Independencia de Marruecos y la posterior incorporación de sus miembros a la Administración española se le clasificó aplicando un baremo de escala de verdadera lástima y cuantos esfuerzos particulares y de conjunto se realizaron para el reconocimiento de la verdadera clasificación que merecía resultaron inútiles. El final del Cuerpo fue lamentable. Algunos traductores pasaron a la vía administrativa, otros buscaron otra vía más beneficiosa, algunos dejaron de traducir ocupando funciones que en principio no les correspondían (recuerdo un traductor que en un consulado ocupó puesto en la Pagaduría del mismo), etc. Afortunadamente para mí, siempre estuve no sólo traduciendo hasta mi jubilación sino que, por parte de los distintos Delegados del Gobierno y Secretario General, se me tuvo en el cargo de traductor, asignándome despacho propio y alta consideración.