Eva Samaniego Fernández
Universidad Alfonso X El Sabio
La traducción de la metáfora es uno de los puntos más delicados hoy en día dentro de los estudios de traducción, sobre todo desde el resurgimiento de la teoría de la iconicidad y el desarrollo de la ciencia cognitiva. La metáfora, que ya no es un elemento exclusivamente literario, ha pasado a ser un vértice esencial en todo tipo de variación lingüística, motivo por el cual ha de ser analizado con detenimiento. Sin embargo, incluso en la actualidad se observa la coexistencia de dos posturas en los estudios de traducción: la prescriptiva, más tradicionalista, y la descriptiva, más acorde con la tendencia predominante hoy en día. En el presente articulo se hace una síntesis de ambas posturas y se valora su relevancia.
Translation of metaphors is one of the main stumbling blocks within the scope of Translation Studies today, even more so after the revival of the iconicity theory and the development of Cognitive Science. Metaphor is no longer regarded as a purely literary element, but has evolved into a cornerstone of any type of linguistic variation. Far this reason, it must be carefully analysed. Even today, however, two approaches can be seen as coexisting within Translation Studies- a prescriptive, more traditional approach, anda descriptive one, more in accordance with current trends of research. In this article we will attempt to summarise the arguments from both appraaches and to assess their relevance.
1 ¿QUÉ ES LA METÁFORA?
Pese a la coexistencia de diferentes aproximaciones a la metáfora hoy en día, la definición de este fenómeno que vamos a proponer en el presente trabajo está en consonancia con los últimos avances obtenidos por la lingüística cognitiva, la semiótica (concretamente la teoría de la iconicidad) y la psicolingüística.
Creemos que una metáfora es un mecanismo conceptual esencial1 consistente en una proyección estructural de un campo conceptual a otro, por lo que es fundamental distinguir entre las palabras que expresan la metáfora de la metáfora en sí. Por consiguiente, lo que tradicionalmente se denominaba «metáfora» es en realidad la manifestación en la lengua de una «metáfora conceptual» o «concepto metafórico», que al actualizarse lingüísticamente pasa a denominarse «metáfora lingüística» o «expresión metafórica». Así pues, es muy importante separar una «proyección» metafórica (ground o, más frecuentemente, mapping2) de la expresión lingüística de dicha metáfora: «if metaphors were merely linguistic expressions, we would expect different linguistic expressions to be different metaphors» (Lakoff 1993).
Es decir, el lenguaje sería una manifestación de nuestros modelos cognitivos, y son éstos los que son metafóricos, no el lenguaje per se. De este principio se deduce que las metáforas no son un fenómeno restringido a unidades léxicas o sintagmas, sino que pueden extenderse a unidades mucho más amplias; por otro lado, presentan una enorme multiplicidad de formas y se caracterizan por su ubicuidad3, ya que «están presentes en todos los textos»4 (Muñoz Martín 1994:72).
Así pues, una metáfora estaría integrada por dos elementos («campo origen» y «campo meta», o «vehículo» y «tenor», respectivamente) y por una «transferencia» o «proyección» del uno al otro. El campo meta sería el dominio ha de entenderse de forma metafórica, mientras que el origen sería aquél en función del cual se ha de entender el campo meta.
Una vez explicada la aproximación de la que partimos en nuestro análisis de la metáfora, veamos una síntesis del estado de la cuestión en lo que atañe a los estudios de traducción.
2 LA METÁFORA Y LOS ESTUDIOS DE TRADUCCIÓN
Los estudios de traducción en general parecen reacios a ofrecer una definición de metáfora5. En algunos casos se ofrece un listado de las diferentes manifestaciones de la metáfora (ironía, hipérbole, etc.), pero no se define ésta6; en otros, se ofrece un análisis de las necesidades metodológicas del campo, pero no una definición, afirmando que «to define metaphor does not belong to the proper task of translation theory» (Van Den Broeck 1981:74). Un tercer grupo de autores no define la figura aunque estudien con detalle los problemas de traducción que presenta7; por último, algunos teóricos aportan una definición general y poco comprometida (aunque no por ello poco acertada), como Newmark, que define la metáfora como «any figurative expression» (19886:104).
Sólo Rabadán Alvarez (1991), Menacere (1992) y Pisarska (1989) se atreven a presentar una definición de este fenómeno. La primera afirma que la metáfora es «la aplicación a un objeto o fenómeno del nombre de otro en virtud de una relación de semejanza entre ambos» (1991:135-136), mientras que para Menacere sería «certain expressions which stretch their semantic values beyond their implicit areas of meaning» (1992:568). En cuanto a la autora polaca, define la metáfora como «a communicative phenomenon valid in a specific context, the construction and comprehension of which requires and presupposes extralinguistic knowledge, and (...) revealing linguistic interdependence of sense upon medium» (1989:29).
Respecto a la terminología utilizada, hay pocos estudios, entre ellos los de Pisarska (1989) y Barcelona Sánchez (1997a), que sean coherentes con la terminología propuesta por Lakoff y Johnson en 1980. La mayoría no distinguen entre metáforas lingüísticas y conceptuales, y en general la aproximación el fenómeno es ecléctica, ya que no se habla explícitamente de cognitivismo, excepto en el caso de Barcelona Sánchez (1997a). Esto, sin embargo, es característico de la mayoría de los estudios actuales sobre la figura, ya que la terminología todavía no se ha asentado, y muchos autores aún oscilan entre el uso tradicional de los términos y el más novedoso.
2.1 Aproximaciones
En la actualidad existen dos focos principales de investigación respecto a la metáfora den- tro de los estudios de traducción: los problemas que presenta la interpretación de la metáfora para los hablantes de una segunda lengua (en este caso, los traductores), y los problemas del trasvase interlingüístico de la figura.
En cuanto al primer aspecto, la metáfora combina dificultades interpretativas de muy variada naturaleza (culturales, semánticas, cognitivas, etc.). El mero hecho de la dificultad de comprensión en la propia lengua de algunas metáforas, en su mayoría novedosas, es indicativo de la evidente carga interpretativa añadida que suponen éstas para un hablante de una segunda lengua8. Esta vertiente de la figura aún no ha sido investigada en profundidad, a pesar de que parece evidente que los hablantes de una segunda lengua tienen muchas dificultades con el lenguaje metafórico. El problema interpretativo puede tener cinco posibles motivos que parten de la segunda lengua: I) inmadurez lingüística; II) conocimientos cognitivos deficitarios; III) competencia de vocabulario muy escasa; IV) desconocimiento de los atributos de las palabras9 o V) desconocimiento de la existencia de inequivalencia intercultural entre los términos10.
La mayoría de los autores dentro de los estudios de traducción adopta las investigaciones sobre la metáfora que se han hecho desde la lingüística; Pisarska (1989) es quizá la autora que mejor ha sabido sintetizar las diferentes propuestas, ya que ofrece una visión global que asimila los enfoques que le preceden y abandona parcialmente el generativismo, inclinándose más hacia el cognitivismo. Newmark (19886:9) dice que la metáfora es «the most significant translation problem»; a pesar de ello su análisis muestra evidentes carencias en los estudios de traducción11.
Kurth (1995) resume la problemática que presenta la metáfora, que para el autor es «a frequent translation problem that is still terra incognita -largely unmapped by translation theory, and entirely unaccounted-for in the academic training of translators» (1995:1). Lo cierto es que en muchos casos la metáfora presenta anisomorfismo interlingüístico, lo que dificulta su traducción: «the translation of metaphor (...) is problematic no matter which approach to metaphor is chosen» (Fuertes Olivera 1998:5).
Este anisomorfismo se puede derivar de la mayor capacidad que presente una lengua frente a otra para expresar un concepto12 , lo que en el caso de la metáfora haría que la traducción perdiera el potencial expresivo13 que poseía la primera lengua14. Este sería el caso de los voids que menciona Dagut, y la metáfora podría encajar tanto dentro del tipo extra-linguistic (referential voids, 1981:66-67) como intra-linguistic (linguistic voids, 1981:68-69), dándose en el primer caso una inexistencia del referente en la cultura meta, mientras que en el segundo caso no habría una expresión lingüística que formulara el concepto, a pesar de que éste formara parte del universo conceptual meta15.
Dado que los estudios de traducción en su mayoría han adoptado las investigaciones sobre la metáfora procedentes de otros campos, es importante estudiar las aproximaciones existentes. Estas se pueden organizar en dos ejes: literalismo o postura prescriptiva, y figuralismo o postura descriptiva. El literalismo, que es la aproximación tradicional, cree que la metáfora es una figura decorativa que no afectaría a nuestro sistema conceptual; por ello, el lenguaje se dividiría en lenguaje literal (que se considera «normal»16) y lenguaje metafórico (que se considera un desvío del literal). Al ser la metáfora un elemento puramente retórico, sería reemplazable por lenguaje canónico literal, puesto que éste dispondría de suficientes recursos sin necesidad de acudir al metafórico. Así, una metáfora se identificaría acudiendo a su anomalía semántica; de ahí que para esta corriente el diccionario sea fiel reflejo del lenguaje literal y por ello suficiente para la interpretación de la metáfora. Esta se basaría en una relación de semejanza pero en ningún caso sería capaz de crear similitud; habría por tanto una transferencia de significado, no una creación.
El figuralismo o corriente cognitiva afirma que la metáfora es un elemento cognitivo que se refleja en el lenguaje; distingue por tanto entre «metáfora» (o «metáfora conceptual») que sería el concepto metafórico, y «expresión metafórica» (o «metáfora lingüística»), que correspondería al reflejo del concepto metafórico en la lengua17. Por tanto, la mayor parte del lenguaje sería metafórico, ya que la forma que tenemos de ver el mundo se basaría en la organización previa de nuestro pensamiento en conceptos metafóricos, que nos permitirían comprender la lógica de conceptos abstractos en términos de conceptos más concretos. Por consiguiente, la metáfora crearía la forma que tenemos de ver el mundo, de ahí que la metaforicidad sea inherente a la naturaleza misma de la lengua. La figura deja de ser un elemento retórico para ser un elemento conceptual, por lo cual no se puede ya hablar de su sustitución por una expresión literal para su interpretación. Así pues, mientras que el literalismo defiende el diccionario como fuente de conocimiento, para el figuralismo sólo podría serlo la enciclopedia, que nos proporcionaría un conocimiento del mundo, ya que la información lingüística no sería suficiente (cf. Mühlhausler 1995:281- 282).
En lo que respecta a los estudios de traducción, el panorama es muy similar, ya que la mayoría de los autores recogen las teorías procedentes de las investigaciones lingüísticas o filosóficas; coexisten de este modo aproximaciones tradicionalistas (literalismo) y cognitivas (figuralismo). Hasta muy recientemente las investigaciones que se habían hecho sobre el trasvase interlingüística de la metáfora seguían los derroteros de la lingüística más tradicional, motivo por el cual se trataba de apreciaciones de naturaleza prescriptiva, que únicamente hablaban de modelos a seguir en la traducción de la metáfora (cf. Newmark 1988a); sin embargo, de forma gradual los estudios de traducción han ido adaptándose a los cambios que introdujeran por primera vez Lakoff y Johnson (1980), por lo que cada vez han ido derivando más hacia una aproximación descriptiva a la metáfora (cf. Toury 1995), que antes de hacer afirmaciones gratuitas trata de analizar los hechos reales, en este caso concreto, las dificultades específicas de la traducción de la metáfora y las soluciones que los traductores dan a éstas.
Dividimos en tres las aproximaciones hechas a la metáfora desde los estudios de traducción: aproximación tradicionalista o prescriptiva, aproximación ecléctica o de transición y aproximación funcionalista o descriptiva.
2.1.1 Aproximación tradicionalista (prescriptiva)
Se caracteriza por considerar a la metáfora una figura decorativa y por distinguir entre lenguaje literal y metafórico, siendo este último un «desvío». Podemos citar dentro de esta corriente literalista a Nida y Taber (1982) [1969), que distinguen entre lenguaje literal y metafórico; a Vázquez Ayora (1977), cuyo concepto de la metáfora es literalista, por basarse en la hipótesis de la anomalía, o a Newmark (1988a), que presenta una aproximación miscelánea al fenómeno metafórico pero que muestra incoherencia entre sus postulados y la aplicación de estos. Aunque este último autor deja entrever que sigue modelos funcionales y descriptivos, en realidad su propuesta se queda en la mera prescripción; por ende, muestra inclinaciones tradicionalistas cuando habla de la «extrañeza gramatical» de la metáfora (1988b:104-1o5). Por su parte, Azar (1989) postula la existencia de una «metáfora pura», desligada de todo contexto (lingüístico, social o cultural), y Larson (1989) retoma la división entre «sentido figurado» y «sentido primario» (o literal).
Como defensores de una postura tradicionalista podemos citar a Pliego Sánchez (1993:98), que insiste en que la metáfora es propia de la literatura, y por,tanto un fenómeno puramente decorativo18, a Alvarez Calleja (1993) y a Torre (1994:142), que son de la misma opinión.
2.1.2 Aproximación ecléctica (transición)
Esta corriente tiende hacia el figuralismo o descriptivismo metafórico, pero sigue presentando rasgos tradicionalistas, por lo que se trata de un enfoque de transición.
Podemos mencionar, por ejemplo, a Dagut (1976), que en cierto modo es figuralista, ya que no considera a la metáfora un mero elemento estético, y además opina que crea similitud. Sin embargo, clasifica la figura según el número de elementos léxicos de que ésta se componga, lo cual encierra a la figura dentro de los límites de la semántica léxica. En 1987 el autor publica un segundo artículo en el que reitera la visión anterior, e incluso tiende más hacia el tradicionalismo, puesto que habla de la metáfora como una violación del sistema semántico (Dagut 1987:78 y 82), y además habla de la existencia de metáforas puramente ornamentales.
La aproximación de Van Den Broeck (1981) es descriptiva, ya que afirma que la teoría de la traducción no puede establecer un listado de reglas sobre cómo traducir la metáfora (1981:77), sino que ha de proponer modelos de análisis basados en córpora bilingües que reflejen los fenómenos reales. También es moderna su teoría cuando recoge la importancia de la función comunicativa de la figura en el texto y del contexto. Sin embargo, cae en una postura tradicionalista cuando distingue entre metáfora «creativa» y «decorativa», y cuando ofrece un listado prescriptivo de formas de traducción de la figura.
Mason (1982) presenta un enfoque figuralista, ya que cree que todo el lenguaje es metafórico (1982:140-141), y que por tanto cualquier afirmación sobre la «traducibilidad» de la metáfora sería puntual y aplicable de forma exclusiva a un binomio textual. Defiende la relevancia del contexto comunicativo, pero afirma que la metáfora no constituye ningún fenómeno de inequivalencia en el sentido que le asigna Rabadán Alvarez al término (1991:292). Su teoría, por tanto, es moderna pero está ausente una propuesta de un marco teórico de análisis y su aplicación a un estudio descriptivo; por otro lado, no menciona el propósito comunicativo como factor relevante.
Fung y Kiu (1987) analizan la traducción de algunas metáforas literarias del inglés al chino; aunque su punto de vista avanza algo respecto al de Dagut, aún no llegan a un cognitivismo declarado. Por último, Menacere (1992) comparte con el figuralismo la idea de que la cultura influye en la metáfora, e incluye la acepción más amplia del contexto. Sin embargo, insiste en hablar de metáforas «de una palabra» (oneword metaphors), lo que es típico de la semántica léxica. Afirma, pues, que la figura es un fenómeno semántico que se limita a las unidades léxicas, y que no suele incluir elementos de rango superior.
Como se puede observar, aunque estos autores muestren ciertos rasgos figuralistas, su concepción de la metáfora está aún próxima al literalismo.
2.1.3 Aproximación funcionalista (descriptiva)
Las aproximaciones más modernas en su concepción de la metáfora dentro de los estudios de traducción son las de Snell-Hornby (1988), Van Besien y Pelsmaeckers (1988), Pisarska (1989), Rabadán Alvarez (1991), Kurth (1995), Fuertes Olivera y Samaniego Fernández (1998) y Fuertes Olivera y Pizarro Sánchez (2000), que vamos a ver con más detalle.
Snell-Hornby (1988) muestra una enorme capacidad para sintetizar en su análisis las recientes tendencias tanto de los estudios de traducción como de la lingüística; de hecho, ella misma propone tildar su propuesta de «integrada». Comienza por negar validez a una clasificación de la metáfora que se base en su forma externa, ya que eso eliminaría automáticamente cualquier fenómeno metafórico que no sea puramente léxico (1988:57). Por otro lado, habla de la relevancia de la cultura, y muestra una indudable inclinación hacia una teoría descriptivo-funcional cuando afirma que las soluciones de traducción que potencialmente ofrezca una metáfora dependerán no de reglas generales y abstractas, sino de la estructura y función de dicha figura dentro del texto concreto en que esté inserta; de ahí que haya de ser el traductor quien evalúe la relevancia comunicativa de cada metáfora dentro del marco contextual general19. De hecho, critica duramente la tendencia literalista que muestran los traductores a buscar metáforas en el diccionario.
Van Besien y Pelsmaeckers (1988) muestran una postura inclinada hacia el figuralismo y hacia un punto de vista funcional respecto a la traducción. Comienzan por afirmar que la metáfora es la base de nuestro sistema conceptual, y reivindican un abandono parcial de la aproximación semántica a esta figura, así como la importancia del contexto comunicativo y del concepto de función tanto de la figura en el texto como del texto en sí. Afirman categóricamente que la figura no es propia de la literatura de forma exclusiva, con lo que no se puede calificar de ornamental. Los autores observan que se suelen traducir las metáforas por símiles, con lo que se acercan aún más al figuralismo negando que la metáfora se base en una analogía, puesto que es precisamente ella quien la crea. Por último, se reafirman en su convicción de que se han de realizar estudios descriptivos, cuyos resultados sean aplicables a cada binomio textual de forma exclusiva.
Pisarska (1989), que estudia la traducción de la metáfora del inglés al polaco en textos no literarios, adopta una postura totalmente moderna en su aproximación a la figura. Considera que es un fenómeno omnipresente en la lengua, para cuyo estudio es preciso apoyarse en varios campos de investigación por separado o en ramas del conocimiento que por su propia naturaleza sean interdisciplinares (1989:32). La autora analiza la traducción de la metáfora en un corpus de textos, por lo que las conclusiones que extrae son descriptivas y aplicables únicamente a dicho corpus, aunque (en consonancia con las teorías de Toury) trata de extrapolar sus conclusiones a una teoría general sobre la traducción de la metáfora no literaria.
Rabadán Álvarez (1991a) hace una doble reivindicación: la importancia de los factores contextuales (tanto la situacionalidad como la relevancia contextual de la figura), y la necesidad de un estudio descriptivo basado en un corpus suficientemente amplio.
Kurth (1995) presenta una aproximación claramente funcional. Cree el autor que el significado potencial de cualquier texto estaría compuesto por una amalgama de información lingüística, contextual, estética, situacional, cultural e intertextual. Aunque aplica su modelo a un texto literario, no cesa de repetir que la metáfora es un fenómeno que se extiende a todos los campos. Kurth compara el mecanismo de la metáfora con el de los chistes, ya que afirma que el acto de «coger» un chiste es muy similar al proceso interpretativo de una metáfora, al hacerse necesario compartir cierta información y reconocer ciertas marcas lingüísticas. Sin embargo, en un proceso traductivo este modelo es más complejo, puesto que lo que el receptor evoca respecto a un texto origen está mediatizado por la propia traducción. A esto se añaden factores como las diferencias estructurales de conceptualización entre lengua origen y meta, la polisemia, la existencia de diferentes convenciones tanto estéticas como literarias, etc. Así, según el grado de similitud entre la lengua y la cultura origen y meta, los problemas de traducción de la figura serán culturales, lingüísticos, o una combinación de ambos; los primeros se caracterizan porque, al contener la figura un grado muy alto de referencia(s) cultural(es), sería necesario un conocimiento extralingüístico muy extenso; el segundo tipo de problemas, los lingüísticos, surgen de la explotación de las peculiaridades estructurales de la lengua origen20.
Por último, Fuertes Olivera y Samaniego Fernández (1998) analizan una serie de expresiones metafóricas informales a partir de una aproximación figuralista centrada en la iconicidad, mientras que Fuertes Olivera y Pizarro Sánchez (2000) estudian un corpus de textos especializados, y opinan que las dificultades de traducción de la figura son fundamentalmente tres: su especificidad cultural, sus restricciones estructurales y el papel que desempeñe como herramienta cognitiva.
2.2 La traducción de la metáfora
Los diversos autores que estudian el trasvase interlingüístico de la metáfora mencionan multitud de variables que influirían en el proceso de traducción de la figura. Entre las más frecuentes se encuentran las referencias culturales, el propósito comunicativo de la expresión metafórica, su relevancia funcional, su carga informativa, su tipología, la restricción contextual y cotextual, el grado de compartimiento de estructuras formales y conceptuales entre las dos lenguas implicadas, las normas sincrónicas del polisistema meta, la influencia de una lengua sobre otra, el grado de lexicalización de la figura, la competencia del traductor, la aceptabilidad del receptor, los tipos y géneros textuales en que esté inserta la metáfora, las connotaciones o asociaciones semánticas, el grado de anisomorfismo interlingüístico entre el campo origen y el campo meta, la interpretabilidad de la metáfora y su papel cognitivo.
Figura 1. Factores de traducción de la metáfora según los principales teóricos.
Los factores que con más frecuencia mencionan los más de treinta teóricos de los estudios de traducción consultados son los siguientes:
Sin embargo, existen otros factores a los que un investigador no suele tener acceso y que pueden influir en la traducción de la metáfora; entre ellos se encuentran el material de consulta y plazo de tiempo de que disponga el traductor21, los cambios estilísticos introducidos por personas ajenas al texto22 , el factor idiolectal, la disposición anímica del traductor23, la competencia del traductor tanto en la lengua y cultura origen como en la meta, las condiciones impuestas por el cliente; la valoración que hace el traductor del destinatario del texto; el factor pecuniario24, etc.
En función de estas variables, algunos teóricos de la traducción establecen una serie de normas sobre el «grado de traducibilidad» de la figura, afirmaciones que en su mayoría son prescriptivas pero que es importante mencionar. En este sentido, analizamos dos aspectos: en primer lugar, la opinión de los teóricos de los estudios de traducción sobre la supuesta «traducibilidad»25 de la metáfora, y en segundo lugar la posibilidad de establecer normas que afecten al «grado de traducibilidad» de la figura en función de diversos factores. Respecto al primer aspecto, las posturas son básicamente cuatro:
I) la metáfora es intraducible. Nida (1964) y Vinay y Darbelnet (1958) parecen llegar a la conclusión de que la metáfora es en esencia intraducible, y su opinión es compartida por Dagut (1976 y 1987). La razón que aducen es que se trata de una creación única e irrepetible, por lo que será imposible su trasvase a otra lengua, ya que entonces se crearía otra metáfora distinta. La única solución posible sería «explicar» la figura. La metáfora se basaría pues en un anisomorfismo, una imprevisibilidad pura que cerraría las posibilidades a cualquier tipo de sistematización;
II) la metáfora es traducible y no presenta problemas especiales de trasvase. Esta segunda postura, defendida por Kloepfer (1981), Reiss (1971) y Mason (1982), niega que ni siquiera exista el problema del trasvase interlingüístico: la traducción de la metáfora no constituiría un problema esencial, sino que su dificultad sería equiparable a la de otro fenómeno cualquiera de traducción. Como consecuencia, no existiría necesidad de una teoría de la traducción de la metáfora, puesto que sólo podría haber una teoría de la traducción en general, y cada metáfora habría de tratarse como un fenómeno único y aislado;
III) la metáfora es traducible pero presenta un grado alto de inequivalencia interlingüística. Son fundamentalmente Van Den Broeck (1981), Rabadán Álvarez (1991), Toury (1985 y 1995) y Newmark (1988a y 19886) quienes defienden que la metáfora presenta dificultades específicas. Afirman además que sería posible hacer generalizaciones, al igual que se hace con otros fenómenos de traducción;
IV) postura conciliadora, representada por Snell-Hornby (1988), que opina que no se puede afirmar que la metáfora sea intraducible o traducible: la posibilidad de trasvase dependerá del texto en que se halle inserta y de factores ad hoc.
En cuanto al segundo aspecto, es decir, el establecimiento de una serie de normas que reflejen el «grado de traducibilidad» de la metáfora en función de los factores extratextuales e intratextuales que sean de aplicación, hay autores que son partidarios de establecer lo que Dagut (198T82) denomina gradient of translatability, que en general se propone de forma prescriptiva.
Para Dagut (1976:28), las metáforas que presentan el grado más bajo de traducibilidad no son necesariamente las novedosas, sino aquellas que no comparten lazos culturales o asociaciones semánticas con la lengua meta (cf. Dagut 1987=81-82). A pesar de ello, considera totalmente inadecuada «any single generalization about the translatability of metaphor», ya que la figura se caracteriza por una extrema complejidad que no se podría reflejar en generalizaciones reduccionistas (Dagut 1976:32). Lo mismo opina Mason (1982:140), para quien tratar de establecer una teoría de la traducción de la metáfora sería tarea inútil. Casos similares son los de Snell-Hornby (1988:59), que cree que únicamente se puede hablar de metáforas concretas en textos concretos, o el de Van Besien y Pelsmaekers (1988:145), para quienes no es posible generalizar sobre la traducción de la figura sin caer en la pura especulación. Para Newmark (1988a), las metáforas «más traducibles» serían las muertas (1988a:48-49); añade que las tradicionales presentarían un grado de traducibilidad inversamente proporcional a la distancia cultural entre ambos polisistemas (1988a:109 y 1988b:106-113), lo que sería igualmente aplicable a las metáforas originales (1988a:49, cf. Azar 1989:796).
Alvarez Calleja (1991:222-223 y 280), por su parte, afirma que «normalmente las metáforas culturales son más difíciles de traducir que las universales y personales», y que el grado de traducibilidad dependería principalmente de la proximidad cultural. Van Den Broeck (1981:73) contradice totalmente la opinión de Dagut (1976:32) acerca de la viabilidad de las generalizaciones sobre la traducción de la figura, pues afirma que no generalizar sobre ello sería tanto como admitir la invalidez de la teoría de la traducción. Una vez establecido este principio, parece estar de acuerdo con Dagut y con Newmark en cuanto a la regla básica de traducibilidad de la metáfora: «translatability keeps an inverse proportion with the quantity of information manifested by the metaphor and the degree to which this information is structured in a text» (Van Den Broeck 1981:84). Además, la figura será «más traducible» cuantos más puntos de contacto lingüísticos y culturales haya entre el sistema origen y el meta. Este principio arroja cuatro «especificaciones de traducibilidad»: (Van Den Broeck 1981:84):
- las metáforas privadas en textos literarios presentan mayor traducibilidad que las metáforas convencionales al manifestar menos vínculos culturales;
- las metáforas decorativas son más fáciles de traducir que las creativas, pues al ser menos relevantes para la función comunicativa del texto pueden ser reemplazadas por equivalentes de la lengua meta o por paráfrasis;
- las metáforas lexicalizadas de textos referenciales (sin relevancia funcional) presentan una alta traducibilidad;
- las metáforas léxicas con relevancia funcional que aparecen en textos complejos tienen una traducibilidad muy baja, pues compilan mucha información.
Rabadán Álvarez (1991a:137) opina que las metáforas novedosas son difíciles de traducir; las tradicionales presentarían un grado de traducibilidad directamente proporcional al «contacto entre ambos polisistemas» y a la «complejidad de los factores intrasistémicos» (1991a:137), aunque cree que presentan una equivalencia potencial aceptable26. Por último, las lexicalizadas serían las más traducibles, excepto en casos en los que tuvieran una función intratextual motivada, ya que entonces estarían al borde de la intraducibilidad (1991a:146, cf. Van Den Broeck 1981:83). Excepciones a esta regla general serían la utilización motivada de los recursos formales de la lengua origen, la existencia de elementos institucionalizados no compartidos, los niveles de información y contextualización de la metáfora, y las normas sincrónicas que rigen el comportamiento traductor. Cuanto más pronunciados sean estos factores, más compleja será la traducción de la figura (Rabadán Álvarez 1991a:146).
Si contrastamos estas posturas, nos encontramos con las siguientes opiniones: Dagut cree que las metáforas novedosas no son las más difíciles de traducir; Newmark opina que las más traducibles serían las muertas; por su parte, Van Den Broeck y Rabadán Alvarez opinan que las más traducibles serían las lexicalizadas, seguidas bien por las novedosas, bien por las convencionales; además, las decorativas serían más fáciles de traducir, y ambos autores afirman que estas reglas generales se ven restringidas por el grado de relevancia funcional de la figura. Como vemos, pues, incluso aquellos autores que explícitamente rechazan el establecimiento de normas sincrónicas de traducción que no se basen en el análisis exhaustivo de un corpus textual formulan principios de traducibilidad de la figura, principios que además en muchos casos se contradicen.
3 CONCLUSIÓN
Como hemos visto, en los estudios de traducción la aproximación que se hace al trasvase interlingüístico de la metáfora es tributaria de investigaciones procedentes de muy diversos campos. Además, el panorama se ve agravado por la coexistencia de varias propuestas, que en ocasiones son contradictorias. De forma adicional, la mayoría de los autores no se ponen de acuerdo sobre cómo afrontar la traducción de esta figura y se limitan a producir afirmaciones prescriptivas que no se basan en la descripción, a pesar de la evidente necesidad que existe hoy día de una didáctica coherente y estructurada del trasvase interlingüístico de la metáfora.
En conclusión, podemos afirmar que existe un vacío destacable en la bibliografía actual de los estudios de traducción, ya que en España aún son muy escasos los estudios cognitivos de la relevancia de la traducción de la metáfora, así como del impacto que esta tiene en el proceso interpretativo.
Por último, es esencial que las investigaciones que se producen en los estudios de traducción se independicen de investigaciones intralingüísticas y desarrollen su propia metodología y principios fundamentales.
RECIBIDO EN FEBRERO DE 2001
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1 Por consiguiente, una metáfora no es una forma más compleja de decir las cosas ni reducible a una expresión más sencilla o más literal.
2 «A conceptual mapping is given as a list of the correspondences operative between the source and target domains of a metaphor. (...) In a conceptual mapping, the initial or ontological correspondences between domains serve as a springboard for mapping inferential relations and entailments between the domams» (Rohrer 1997b:5).
3 Lakoff y Johnson (1980) hablan de pervasiveness. Cf. Richards (1936), Ferenczy (1998), Erussard (1997), White (1997).
4 «(... ) contrary to popular belief, metaphors occur in all types of texts, not only literary» (Pisarska 1989:30). lncluso campos que tradicionalmente se consideraban más literales presentan una alta frecuencia metafórica, como son el lenguaje científico (cf. Van Besien y Pelsmaekers 1988; Ferenczy 1998:157; Pisarska 1989:30) o el económico (Fuertes Olivera 1998; White 1997; Fuertes Olivera y Pizarra Sánchez 2000).
5 «(...) most translation theorists evade the question of the definition of metaphor (...)» (Pisarska 1989:28).
6 Cf. Vázquez Ayora (1977), Beaugrande ( 1978), SnellHornby ( 1988) o Newmark (1988a).
7 Cf. Mason (1 982) o Van Besien y Pelsmaeckers (1988).
8 Cf. Plsarska (1989), Barcelona Sánchez (1997a), Radencich y Baldwin (1985:45).
9 Esto llevaría a la ausencia de competencia en los subschemata o esquemas conceptuales secundarios.
10 Para Radencich y Baldwin (1985:46), sin embargo, el desconocimiento de los rasgos semánticos de los términos sería el principal factor que impediría la interpretación metafórica por parte de un hablante de una segunda lengua.
11 “ Cf. Snell-Hornby (1988:56), Pisarska (1989:45).
12 “ «[Language] A is lexically better equipped than B to say a certain thing» (Dagut 1981:64).
13 Compressed power (Dagut 1981:64).
14 ‘ El resultado del proceso de trasvase interlingüística sería «a loose explanation rather than an effective translation» (Dagut 1981:64).
15 Respecto a su traducción, dice el autor: «referential voids (...) can only be translated and/or explained; whereas linguistic voids (...) can be translated, more or less adequately, by use of the available lexical resources of TL» (Dagut 1981:70).
16 MacCormack (1985) incluso llega a definir el lenguaje literal como the ordinary use of language (cit. en Rohrer 1995a:6).
17 «lt is important to distinguish the many individual words and phrases that express the metaphor from the metaphor itself» (Lakoff 1992:418). Así, «metaphors as linguistic expressions are possible precisely because there are metaphors in a persons conceptual system» (Lakoff y Johnson 1980:6).
18 Sorprendentemente, el autor niega la relevancia del conocimiento cultural para la interpretación de la figura.
19 ‘«Whether a metaphor is ‹translatable› (...), how difficult it is to translate, how it can be translated and whether it should be translated at all cannot be decided by a set of abstract rules, but must depend on the structure and function of the particular metaphor within the text concerned» (Snell-Hornby 1988:59).
20 Es decir, contendrían información metalingüística que pondría un límite infranqueable a la traducibilidad, sólo salvable mediante mecanismos alternativos de compensación.
21 Snell-Hornby (1992:9) afirma que el traductor trabaja «under extreme time pressure» (cf. Benítez 1992:26). Para Gawn (1988:458), «(... ) translators have consistently made heroic efforts to satisfy client-imposed deadlines». A este respecto, la Recomendación de la ONU (Osers 1989:245) de 1976 afirma en el art. 14(a): «with a view to improving the quality of translations (...) translators should be given a reasonable period of time to accomplish their work».
22 Las referencias en los estudios de traducción al respecto son escasas, pero muestran opiniones contrastadas: mientras que Vázquez Ayora (197r194) o Duro Moreno (1994:246) consideran que los revisores deben contar con una amplia gama de competencias, Benítez (1994:51) se queja de la ignorancia de éstos, que les lleva a introducir cambios inmotivados. Toury (199p83) también cree que los textos se manipulan demasiado, ya que«(...) one can never be sure just how many hands were actually involved in the establishment of the translation», y Franco Aixelá (1995:74), como Benítez, se queja del tipo de correcciones introducidas por los revisores.
23 ‘Sería el estado de ánimo del traductor, tanto respecto de su actitud psicológica frente al texto que traduce en cada momento que lo hace (el mood factor de Newmark de 1993) como respecto del texto y del proceso de traducción en sí.
24 De sobra es conocido el hecho de que la mayoría de las veces es el cliente el que impone al traductor las condiciones financieras de la transacción. No se trata ésta de una afirmación gratuita, sino que surge de la evidencia recogida en los Congresos, Reuniones, Jornadas, etc. a los que hemos tenido ocasión de asistir en los últimos años; por otro lado, la APETI y la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores han manifestado repetidamente la urgencia de legislar y aplicar unas tarifas mínimas, puesto que la necesidad de trabajo hace que los clientes negocien hasta reducir el precio a cantidades mínimas, lo que repercute directamente en la calidad del texto final.
25 Utilizamos los términos «traducibilidad» e «intraducibilidad» entrecomillados, puesto que se trata de una terminología ya superada que se ha ido Viendo reemplazada gradualmente por la de «(in)equivalencia interlingüística»; sin embargo, y dado que muchos autores aún se valen de ella, hemos preferido marcarla entre comillas para indicar que se trata del uso que hace del término el autor en cuestión.
26 Así, cuanto más universal sea la metáfora, mayor será el grado de equivalencia potencial (Rabadán Álvarez 1991a:145, cf. Pisarska 1989:1o2-1o3).