Miguel Sáenz. Treinta preguntas y un café

MIGUEL DURO MORENO

Universidad de Málaga

Su nombre completo es Miguel Sáenz Sagaseta de lhirdoz y su existencia, porte y ademán, la de un caballero renacentista amante de las letras y de las leyes, transeúnte del mundo y fatigador de idiomas y culturas. Nació en Larache -un pueblo andalusi desparramado por la costa atlántica del norte de Marruecos donde se pesca el mejor bonito de África- cuatro años antes del estrago de la guerra civil. Allí, jugando con otros niños, aprendió el árabe que se hablaba en las calles y en las plazas y frecuentó el francés que transitaba por Tánger como una criatura viva («si yo tuviera que dar una conferencia en una lengua que no fuera el español, probablemente preferiría darla en francés antes que en cualquier otra», declara sin pudor). Desde la década de los sesenta hasta la fecha, ha sido, simultánea o sucesivamente, todo este rimero de cosas: asesor jurídico del ejército del Aire, fiscal de la sala quinta del Tribunal Supremo, general togado, doctor en derecho y licenciado en filología alemana, profesor de teoría de la traducción en el Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores de la Universidad Complutense de Madrid, novelista, ensayista, conferenciante, biógrafo de Thomas Bernhard, critico de jazz y de cine, funcionario de las Naciones Unidas en Nueva York y Viena versado en lenguas, traductor de literatura y de organismos internacionales asesor literario, marido y padre. Una vida no exenta de trémolos y emociones.

Como traductor, su grandeza es sustancialmente verbal. Juzgarlo, según quieren algunos, un filósofo, un teórico o un sacerdote de la traducción es un error que pueden tolerar el censo y la calidad de los autores por él trabajados, pero no el español -esa materia tersa- salido de sus manos. Recobro uno de los párrafos de las primeras páginas de El último suspiro del Moro, de Salman Rushdie:

A la edad de trece años, a mi madre, Aurora da Gama, le dio por vagar descalza por la casa grande y olorosa de sus abuelos en la isla de Cabral durante las rachas de insomnio que, por algún tiempo, se convirtieron en su dolencia nocturna y, durante esas odiseas noctívagas, abría invariablemente todas las ventanas de par en par: primero las ventanas interiores con mosquitero, cuya tela metálica de finas mallas protegía la casa de los diminutos mosquitos, luego los marcos mismos de vidrios emplomados y, por último, los postigos de listones de madera.

Son noventa y cinco palabras, cosidas con una sintaxis de orífice y recamadas con un léxico de poeta simbolista, que prefieren complacerse en el detalle recreado en la lengua término a extraviarse en escrúpulos u homenajes al texto original. Así traduce Miguel Sáenz.

Curiosamente, él se cree mejor cazaescritores que traductor: «Yo, sinceramente, no me considero muy buen traductor, pero creo que sí tengo bastante buen ojo para seleccionar escritores. El caso de Bernhard es significativo: la primera vez que leí un libro suyo pensé «este tío es un fenómeno y hay que publicarlo», y me hicieron caso, aunque sólo a medias, porque todavía sigo peleándome con las editoriales para sacar a la luz su teatro, pero como éste no se vende... ». Diga él lo que diga, no es cierto que no sea buen traductor: es uno de los mejores que tenemos en España y, si no, ahí están sus galardones, sus editores y sus lectores. De los primeros, pocos pueden exhibir un palmarés tan nutrido: fue premio nacional «Fray Luis de León» de traducción de lenguas germánicas en 1981 por El rodaballo, de Günter Grass; fue también premio nacional de traducción en 1983, en la modalidad de obras infantiles, por La Historia Interminable, de Michael Ende; en 1986 fue incluido en la Lista de Honor de la International Board for Young People; en 1992 obtuvo, por fin, el premio nacional de traducción al conjunto de la obra de un traductor literario; en 1996 le otorgaron en Austria el premio nacional destinados a los traductores literarios; en 1997 le colgaron la medalla «Goethe» y la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania; y el año pasado (1998) le dieron el prestigioso premio «Aristeion» de la Unión Europea por Es cuento largo, de Günter Grass.

De los segundos, los editores, él mismo nos revela más abajo cuánto se fían de su criterio, y a mí me consta que también de la bondad de su trabajo: Alfaguara, Alianza, Siruela, Tusquets no son precisamente sellos menores.

Los terceros, los lectores de la obra en español de Thomas Bernhard, Bertolt Brecht, Alfred Doblin, Michael Ende, Goethe, Günter Grass, Franz Kafka, Mozart, Emine Sevgi Ózdamar, Henry Roth, Joseph Roth, Salman Rushdie, Arthur Schnitzler o Christa Wolf, tenemos con él una deuda tan vasta que enunciarla equivaldría a minorada. Gracias a su esfuerzo, hemos conocido que la felicidad, el asombro, la pesadilla, la incredulidad, la fantasía, el amor o el dinero disponen en nuestra lengua de verbos y adjetivos que no desdeñan el origen que las motivó ni desinfectan la información y los matices que transportan.

Además de ser un traductor inmenso, es una de las cabezas más lúcidas del panorama de la traducción literaria en Europa -es decir, en el mundo-. El 20 de noviembre de 1998 aceptó someterse a un interrogatorio agotador en el Café Viena de Madrid. Lo que sigue es el pro­ducto, refinado, de aquella conversación.

MIGUEL DURO MORENO ¿Fue Miguel Sáenz cocinero antes que fraile?

MIGUEL SÁENZ No sé muy bien quiénes son los cocineros y quiénes los frailes. La verdad es que siempre he llevado tres o cuatro vidas distintas y, cuando tengo que hacer un currículum, necesito saber para qué es: puedo hacerlo como jurista del Aire, como funcionario de las Naciones Unidas, como germanista; como traductor literario ...hasta como crítico de cine o aficionado al jazz. A la traducción llegué por mi afición a los idiomas. Nací en Marruecos -con­cretamente en Larache- y todavía sé algo de árabe vulgar. Aprendí el francés a los ocho o nueve años, en Tánger; y luego, mientras estudiaba derecho en Madrid, me pasé dos o tres años dedicado exclusivamente al inglés, con la vaga idea de presentarme a las oposiciones a la carrera diplomática ... Con el alemán empecé bastante más tarde, en Mallorca, donde estuve seis o siete años, y lo estudié más a fondo cuan­do cursé germanística, también en Madrid. De manera que soy doctor en derecho y licenciado en filología alemana, lo que, desde luego, no quiere decir estrictamente nada. Por cierto, mi mujer es alemana de origen. Mi primera traducción la hice cuando era becario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: nada menos que el Derecho Municipal de Otto Gonnenwein, un clásico. En 1965 aprobé el examen de traductores de las Naciones Unidas y me fui a Nueva York. En 1967 crearon en Viena la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) y pedí que me trasladaran allí. En 1970 volví definitivamente a España, para continuar mi carrera jurídica. Desde entonces he mantenido siempre el contacto con los organismos internacionales y hoy sigo trabajando para ellos, de cuando en cuando, con contratos temporales. He sido asesor jurídico del Instituto Nacional de Técnica Aerospacial, delegado de España en la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, general auditor, fiscal de laSala Quinta del Tribunal Supremo... En fin toda una serie de cosas que no vienen a cuento.Siempre me había gustado hacer traducciones literarias, pero, desde que cumplí los sesenta años y pedí voluntariamente el retiro, me dedico a la traducción con mucha más intensidad. Cuando estaba en Viena, empecé a escribir novelas y pude comprobar, con espanto, que no sólo me las premiaban («Ciudad de Palma», «Ciudad de Murcia», «Transmediterránea», etc.), sino que me las publicaban. Y digo «con espanto» porque eran pésimas. Entonces pensé que escribir así era poco serio y que la literatura se merecía un trabajo más reposado. Pero antes tenía que acabar mi tesis doctoral, traducir una serie de libros... En fin, que nunca he tenido tiempo material de volver a la literatura de creación o, mejor dicho, de ficción. Lo que sí he hecho ha sido escribir ensayos: jazz de hoy, de ahora (Siglo XXI de España); Thomas Bernhard, una biografía (Siruela), publicar artículos y dar conferencias. Mi primera traducción literaria fue Carta breve para un largo adiós, de Peter Handke, que me encargó Jaime Salinas, que en aquella época estaba en Alianza. Luego, el pro- pio Salinas, que ya se había pasado a la primitiva Alfaguara, me propuso traducir El rodaballo, de Günter Grass, con el que gané el premio «Fray Luis de León» de ese año (1981), y así empezó todo. Después vino La Historia Interminable, de Michael Ende, a la que le tengo cariño, porque, entre otras cosas, es la única traducción que me ha dado dinero: debe de andar por los ochocientos mil ejemplares... De todas formas, como, por un lado, ganaba dinero esporádicamente con las Naciones Unidas y, por otro, tenía un sueldo fijo, no necesitaba vivir de la traducción literaria, y por eso he traducido siempre, únicamente, obras que me gustaban. En pocas palabras, y para responder concretamente a tu pregunta, yo diría que sí, que he sido cocinero antes que fraile.

M. D. M. ¿Los autores que has traducido, ¿los has buscado tú o te han buscado ellos?

MIGUEL SÁENZ Las dos cosas. A veces he pro­puesto a las editoriales libros o autores que me gustaban (ése es el caso de Thomas Bernhard, por ejemplo) y, otras veces, quizá la mayoría, la iniciativa ha partido de la editorial.

M. D.M. ¿Es pues, influyente, Miguel Sáenz?

MIGUEL SÁENZ No diría yo eso. Los editores cuentan siempre con un instrumento imprescindible, que es el asesor literario. Y si el traductor, como es mi caso, es también asesor, puede influir, pero no como traductor sino como asesor. Sinceramente, no me considero muy buen traductor, pero sí creo que tengo buen ojo para los libros. Cuando leí, en un manuscrito sin corregir, Hijos de la Mediano­che, de Salman Rushdie, no sólo dije que había que publicarlo sin falta, sino que además quería traducirlo yo... Y hay otros casos. En fin, yo diría que hay dos o tres editores que se fían (hasta cierto punto) de mí y, si les recomiendo un libro, por lo menos lo consideran seriamente. También me suelen pasar libros sobre los que hay informes contradictorios de otros asesores, para que dé mi opinión ...

M. D.M. ¿Perteneces al consejo editorial de alguna casa?

MIGUEL SÁENZ No estoy vinculado directamente a ninguna, aunque con Alfaguara, además de una antigua amistad, tengo una especie de compromiso, según el cual, si estoy en Madrid, me llaman para que participe, una vez al mes, en un comité de lectura. Soy más bien una especie de asesor independiente de unas cuantas editoriales: Alianza, Siruela, Tusquets, Hiru ...

M. D. M. ¿Con qué porcentaje te manejas como traductor en las editoriales? Me refiero a los derechos de autor.

MIGUEL SÁENZ Normalmente, cobro lo mismo que cualquier otro traductor. Hay gente que se cree que soy el traductor mejor pagado de España, pero, desde luego, no es así: mis tarifas son tan miserables como las de cualquiera. Si tuviera un poco de sensatez, me dedicaría a traducir sólo para las Naciones Unidas, en donde me pagan por página cinco o seis veces más que en cualquier editorial.

M. D. M. ¿Te pagan por páginas? ¿No tienen otras unidades de tarifación, como la palabra, la hora, el proyecto, etcétera?

MIGUEL SÁENZ Depende. En las Naciones Unidas, si tienes un contrato temporal, te pagan por meses, semanas o días, según lo estipulado en el contrato. Las traducciones exteriores se pagan por palabra del original.

M. D. M. Si prestas servicios en un organismo internacional, ¿te pagan con independencia de lo que produzcas?

MIGUEL SÁENZ Así es. Pero, si no produces, no te vuelven a contratar. Ahora, al menos en el sistema de las Naciones Unidas, la tendencia es a ofrecer contratos más bien largos, de nueve semanas a tres meses. Las traducciones exteriores se pagan a unas veintidós pesetas la palabra. Si lo comparas con lo que se paga una traducción literaria ...

M. D.M. ¿Se paga por palabra la traducción literaria? Tenía entendido que era por página.

MIGUEL SÁENZ En efecto, se suele pagar por página. O bien a tanto alzado, si se trata de una edición única o de una primera edición. Lo más normal es que el traductor firme un contrato por el que la editorial se compromete a pagarle un porcentaje sobre el precio de venta del libro, en concepto de derechos de autor, y a darle un anticipo a tanto la página. Lo que ocurre es que, como ese porcentaje de derechos suele ser mínimo -del 0,5 por ciento-, un libro que no sea un verdadero éxito de ventas jamás volverá a reportar al traductor ni un céntimo. Las editoriales le van haciendo liquidaciones -las que las hacen, porque hay algunas que infringen la ley con toda tranquilidad-, y en ellas el traductor va viendo la cantidad que todavía «debe» a la editorial... La situación, jurídicamente, se podría calificar de auténtico fraude de ley, porque la intención de la ley es que el traductor cobre derechos de autor. Por si fuera poco, gracias a la llegada de la informática, las editoriales se han inventado ahora unas páginas «virtuales», de 21 000 o 18 000 matrices. Antes, una página (por ejemplo, al final de un capítulo) podía estar escrita sólo a medias, pero se pagaba como página entera. Ahora sólo hay páginas completamente llenas.

M. D.M. ¿Tú estás en unos porcentajes tan bajos? Yo pensaba que debías de andar entre el uno y medio y el dos por ciento.

MIGUEL SÁENZ A mí me suelen dar el uno y medio por ciento, porque corrijo a mano los contratos antes de firmarlos. Cuando se trata de autores «vivos», creo que ése es el porcentaje mínimo admisible. En el caso de los autoresclásicos, el porcentaje suele oscilar entre el tres y el cinco por ciento ... si el traductor andalisto. En el teatro, todo depende también de si hay o no herederos, pero el porcentaje suele ser del tres por ciento de taquilla, aunque ése es

otro mundo y será mejor dejarlo para otra ocasión.

M. D.M. ¿Cuánto suelen pagarte por traducir una novela?

MIGUEL SÁENZ Depende del número de páginas. Es muy fácil: la página de treinta líneas y sesenta caracteres por línea suele estar, en el mejor de los casos, entre las mil y las mil doscientas pesetas para el inglés y el francés, y entre las mil quinientas y las mil ochocientas para el alemán. Para otras lenguas, no sé; sin duda más. Cuando una editorial te paga mil ochocientas pesetas por página, considera que te está pagando una locura. Pero si multiplicas eso por el número de páginas y divides por el tiempo que te ha costado traducirlas, te sale una miseria. Hay excepciones: libros de arte o especializa- dos, ediciones especiales de obras completas ... A mí me suelen pagar la página a mil ochocientas, y cuando les digo que traduciendo para ellos en lugar de para las Naciones Unidas estoy regalando por página unas cinco mil pesetas al editor, no se lo creen. O me dicen que no puedo comparar el «placer» que da traducir literatura con la penosa tarea de traducir documentos... De locos.

M. D.M. ¿Traducir es producir?

MIGUEL SÁENZ Traducir es crear. Crear algo nuevo en tu propio idioma. Crear obras literarias que se incorporan a la literatura de tu país

M. D.M. ¿Traducir es manipular?

Quizá en su sentido literal de utilizar las manos para cambiar o elaborar algo, pero sin connotaciones despectivas. Traducir es interpretar una partitura, con otra orquesta o con otro instrumento. Producir -es decir, crear- algo nuevo.

M. D. M. ¿Es el teórico de la traducción alguien que dice cómo hay que poner un huevo, pero no sabe ponerlo? ¿Debe enseñar cirugía quien no es cirujano; enseñar traducción quien no es traductor?

MIGUEL SÁENZ Yo di clases de teoría de la traducción en el Instituto de Lenguas Modernas y Traductores de la Complutense durante un año, y me gustó. Pero me di cuenta de que la teoría de la traducción, si no va acompañada de la práctica, no sirve de nada. Al parecer, en las facultades de traducción hay ahora muchos filólogos que, sin haber traducido una palabra, pontifican sobre la forma de traducir. Esa escisión entre filólogos puros y traductores se aprecia también en los jurados de los premios, en los que aquéllos valoran sobre todo la traducción erudita, llena de notas a pie de página, y éstos en cambio la legibilidad, la elegancia o la fidelidad al espíritu de la obra traducida. Creo que sólo debe enseñar traducción quien la haya practicado, porque lo contrario conduce a un escolasticismo absurdo. Hay libros sobre traducción, escritos por teóricos, que están plagados de errores. En cualquier caso, la teoría de la traducción, a secas, es completa­mente estéril. No daña, como no daña saber historia o economía, pero no sirve de nada a la hora de traducir.

M. D. M. Aprender a traducir... se puede aprender -por ejemplo, examinando la obra de otros o traduciendo uno mismo-, pero ¿se puede enseñar a traducir?

MIGUEL SÁENZ También se puede enseñar a traducir. La verdad es que a traducir se suele aprender de una forma autodidacta ... pero se necesita mucho más tiempo. Un ejemplo claro son algunos falsos amigos. Si no se sabe que notorious en inglés tiene una connotación peyorativa, se puede tardar años en averiguarlo. Creo firmemente en la enseñanza mediante el trabajo colectivo: cuando se traduce entre varios, todos aprenden, y el que más aprende sin duda es el profesor.

M. D. M. ¿Tiene intrusos la traducción?

MIGUEL SÁENZ Lo más probable es que sólo tenga «intrusos»: casi todos los que traducimos lo somos. Hasta hace poco, nadie había salido de una facultad de traducción con un título bajo el brazo, por la simple razón de que esas instituciones no existían. Y, sin embargo, había excelentes traductores. Yo he dicho siempre que la mejor escuela de traducción que he conocido en mi vida era la sección de traducción española de las Naciones Unidas. Allí había sesenta y tantas personas, de muy alto nivel cultural y procedentes de todos los países de Hispanoamérica y, realmente, se podía aprender todo el tiempo. En cualquier caso, con título o sin él, todos somos «intrusos», en el sentido de aficionados, amateurs o diletantes, palabras que para mí no tienen nada de despreciativo. Sólo el que ama su trabajo puede hacerlo bien.

M. D.M. ¿Y «terroristas»?¿Tiene «terroristas» la traducción?

MIGUEL SÁENZ No sé... No conozco a nadie que intente deliberadamente destrozar las estructuras en que se sustenta la traducción. Pero traductores aterradores sí que los hay. Y, lo mismo que las buenas traducciones pueden tener una influencia beneficiosa en la literatura, en la forma de escribir y en la cultura de un país, las malas pueden tener efectos devastadores.

M. D. M. De una buena obra literaria, a pesar de la traducción, ¿queda siempre algo?

MIGUEL SÁENZ Augusto Monterroso dice que ningún traductor es tan malo como para destruir por completo una página de Cervantes o de Shakespeare. Se equivoca: hay traductores capaces de destruir a quien se les ponga por delante. Es verdad, sin embargo, que ha habido malas traducciones que han tenido gran influencia en otras culturas. El ejemplo tópico es el del Quijote en Rusia...

M. D. M. ¿Se merece cada generación una nueva traducción de los clásicos?

MIGUEL SÁENZ En contra de lo que suele decirse, las traducciones no envejecen más que los originales: si son malos, unas y otros caen en el olvido. No hay razón para que una traducción no sea tan permanente como un clásico, y un buen ejemplo son las traducciones alemanas (Tieck, Schlegel) de Shakespeare.

M. D.M. ¿Eres invisible en tus traducciones?

MIGUEL SÁENZ La cuestión de la «invisibilidad» del traductor se ha puesto de moda últimamente. Si se entiende por invisibilidad que el traductor debe mantenerse en segundo plano y contribuir en la medida de sus fuerzas a que el lector se crea la ficción en que consiste toda literatura, no hay nada que objetar. Pero si lo que se quiere decir es que el traductor debe ser un cristal a través del cual se vea al autor traducido, me parece falso, porque, quiera o no quiera, haga lo que haga el traductor, se le verá. La traducción es como el cinéma-vérité: la simple elección de un objetivo condiciona inevitablemente lo narrado. Del mismo modo, la elección de un adjetivo por un traductor (¡y el traductor tiene que tomar decisiones continuamente!) colorea el resultado final. La falsa idea de la invisibilidad ha llevado a esas traducciones anglosajonas asépticas, en las que también se ve al traductor, pero parece ser siempre el mismo... A quien no suele verse es al autor traducido.

M. D. M. ¿Los buenos traductores son los malos escritores?

MIGUEL SÁENZ Un mal escritor jamás podrá ser un buen traductor.

M. D. M. ¿Tiene recetas la traducción?

MIGUEL SÁENZ Creo que posiblemente la única receta que existe es la honradez. Un traductor puede conseguir engañar al editor, al crítico, incluso al público... pero nunca podrá engañarse a sí mismo.

M. D.M. ¿Y trucos?¿Tiene trucos la traducción?

MIGUEL SÁENZ Ni los tiene ni los puede tener. Otra cosa es que cada libro, como cada toro, requiera su lidia específica.

M. D.M. ¿Eres metódico en tu trabajo?

MIGUEL SÁENZ Trabajo mucho y la cuestión del método no se me plantea: mi único método es hacer lo que sea más urgente en cada momento. No sé si soy workoholic o no, pero, si lo soy, lo soy de la peor especie: la del que cree que en realidad no trabaja, porque disfruta de lo que está haciendo.

M. D. M. ¿Debería galardonarse la traducción no literaria?

MIGUEL SÁENZ Creo que no. Pero tengo un concepto muy amplio de lo que es la literatura y, por tanto, la traducción literaria.

M. D.M. ¿Eres corporativista?

MIGUEL SÁENZ Nada, pero me lo reprocho. La única forma de defenderse que tiene el traductor, como todo el que se encuentra en una situación de desventaja, es juntar codos con sus compañeros. No sé si a eso se puede llamar corporativismo.

M. D. M. ¿Lees en español libros traducidos de lenguas que conoces?

MIGUEL SÁENZ Jamás, salvo cuando tengo que hacerlo por razones profesionales (como miembro de un jurado, o a efectos comparativos en alguna conferencia o seminario). Y me doy cuenta muy bien de que es lo peor que se puede decir de la traducción: la mayoría de los traductores no nos fiamos de ella.

M.D.M. Los premios que has recibido, ¿qué valor tienen para ti: valor de uso o valor de cambio?

MIGUEL SÁENZ Los premios de traducción que he recibido más bien me avergüenzan. Mi única excusa es que nunca me he presentado a ellos... aunque he dejado que me presentaran y los he aceptado encantado.

M. D.M. ¿Tienes enemigos profesionales?

MIGUEL SÁENZ Tal vez sea un ingenuo, pero creo que ni profesionales ni de otra clase. En cualquier caso, yo, por lo menos, no soy enemigo de nadie.

M. D. M. ¿Colgarás definitivamente algún día los hábitos de traductor para vestirte, de nuevo y para siempre, el traje de escritor?

MIGUEL SÁENZ Entiendo la pregunta, pero no estoy de acuerdo con la formulación. En primer lugar, todo traductor, mejor o peor vestido, es un escritor. Y en segundo, no descarto la posibilidad de volver a escribir obras «originales», pero no creo que para eso haya que renunciar a la traducción, que es una de las actividades más satisfactorias que conozco. El problema es, como siempre, el tiempo. El tiempo es el único enemigo verdadero del traductor. O, lo que es lo mismo, del escritor.

RECIBiDO EN FEBRERO DE 1999