Ideas y teorías sobre la traducción en el ámbito griego del siglo XVIII

Ana Tabaki

Fundación Nacional de Investigaciones Científicas (Atenas)

Para la Historia de las Ideas el siglo XVIII significó la culminación del pensamiento ilustrado europeo. Fue, sin duda, una época marcada por un intenso debate intelectual y un intercambio de ideas sin precedentes. No es difícil de imaginar, en un ambiente así, el papel absolutamente decisivo que desempeñó la traducción no sólo como vehículo de transmisión de ideas, sino como objeto de debate ideológico. En el ámbito griego, por entonces parte del Imperio Otomano, factores de orden económico y cultural hacen posible importantes empresas traductivas al griego: numerosas traducciones se llevan a cabo bien para participar de las ideas ilustradas, bien para oponerles resistencia. El presente trabajo se centra en el estudio de tres prólogos a traducciones realizadas por tres grandes representantes de la Ilustración griega: lósipos Misiódax, Dimitrios Catartsís y Panayotis Codricás. Las reflexiones traductológicas expresadas en dichos prólogos tienen implicaciones lingüísticas, morales, educativas y políticas de sumo interés para la comprensión de una época y un espacio trascendentales para la Grecia contemporánea.

For the History of Ideas the seventeenth century meant the culmination of European thought in the Enlightenment.

Undoubtedly, it has been a period marked by intense intellectual debate and an exchange of ideas without precedent. Given such a climate, it is not difficult to imagine the absolutely crucial role played by translation not only as a means of transmission of ideas, but also as an object of ideological debate. In the Greek environment, which then formed part of the Ottoman Empire, various economic and cultural factors allow the undertaking of important translation projects into Greek: a considerable number of translations are carried out either with the intention of participating in the ideas of the Enlightenment or with the objective of opposing them. The present article focuses on the study of three prologues to translations carried out by three major representatives of the Greek Enlightment: losipos Misiodax, Dimitrios Catartzis and Panayiotis Codricas. The views on translation expressed in these prologues hove linguistic, ethical, educational and political implications of great interest to understand of a crucial period and space far contemporary Greece.

El estudio que aquí propongo está basado en ideas y reflexiones teóricas sobre la traducción expresadas en prólogos. Evidentemente no soy la primera ni seré la última en subrayar la particular importancia de este paratexto, según la terminología de Gérad Genette.1 El Prólogo -espejo del momento del que es producto, más incluso que la obra traducida que al cabo se defiende mejor del ineludible desgaste del paso del tiempo- contiene el testimonio excepcionalmente frágil del presente y sigue su mismo destino: es superado, olvidado o eliminado intencionadamente de las reediciones, pierde vigencia o se pone en cuestión, una vez que otras prioridades determinan el nuevo hecho editorial.

En líneas generales, podríamos decir que en el ámbito cultural griego el perfil traductivo de la época que aquí nos ocupa se caracteriza por innovaciones y resistencias: la tendencia, por un lado, a alinearse con la Europa ilustrada y, por otro, la pervivencia de una poderosa tradición profundamente enraizada. No obstante, la culminación del interés que suscita el hecho traductivo no podía sino llevar consigo la génesis de una importante problemática que se centró en la búsqueda de una teoría de la traducción. Y claro, inevitablemente, buscaremos en ciertos prólogos los elementos de esta problemática; una problemática que se encuentra muy cerca, salvando las distancias, de las nuevas ideas que cultivó la Ilustración europea, y muy particularmente los enciclopedistas franceses.

Como reacción contra una tradición de dos siglos (XVII-XVIII), en la que según los cánones del clasicismo la exactitud de la versión se sacrificaba en aras de lo «bello»2 -lo que es, en cierto modo, una pervivencia estética del dualismo (letra VS espíritu)3 propio de la tradición cristiana-, la Enciclopedia francesa de D’Alembert y de Diderot recogerá enfoques novedosos en sus artículos referentes a la traducción. En el tomo 16°, en el artículo «Traduction», el término se coloca en oposición al de «Version» (Version des Septante, Version vulgate) -un artículo que conoce y refiere Dimitrios Catartsís, como veremos más adelante.4 El redactor del texto subraya que la buena traducción debe dar cuenta a toda costa del genio (génie) de la lengua del receptor -el «guenio»5 de la lengua según Catartsís- y para fundamentar mejor sus tesis recoge lo que apunta Charles Batteux en su célebre libro Cours de belles-lettres: «[... ] il s’agit de représenter dans une otre langue les choses telles qu’elles sont, sans rien ajouter, ni retrancher, ni déplacer; les pensées dans leurs couleurs, leurs degrés, leurs nuances; les tours que donnent le feu, l’esprit, la vie au discours; les expressions naturelles, figurées, fortes, riches, gratieuses, délicates [... ]».Me permitiré citar además lo siguiente: «L'auteur que compose, conduit seulement par une sorte d'instinct toujours libre, & par sa matière qui lui présente des idées qu’il peut accepter ou rejetter à son gré, est maître absolu de ses pensées & de ses expressions [...]. Le traducteur n’est maître de rien; il est obligé de suivre par-tout son auteur, & de se plier à toutes ses variations avec une souplesse infinie».6 En el Supplément de esta monumental Biblia de la Luces,7 volvemos a encontrar un lema relativo a la traducción. De hecho lo firma un importante representante de la nueva reordenación estética de la época, Marmontel. Recojo aquí el primer párrafo: «Les opinions ne s’accordent pas sur l’espèce de tâche que s’impose le traducteur, ni sur l’espèce de mérite que doit avoir la traduction. Les uns pensent que c’est une folie que de vouloir assimiler deux langues dont la génie est différent; que le devoir du traducteur est de se mettre à son auteur autant qu’il est possible, de se remplir de son esprit, & de le faire s’exprimer dans la langue adoptive, comme il se fût exprimé lui-même s’il eût écrit dans cette langue. Les autre pensent que ce n’est pas assez; ils veulent retrouver dans la traduction, non seulement le caractère de l’écrivain original, mais le génie de la langue, & s’il est permis de le dire, l’air du climat & le goût du terroir».8 Añado, por último, las principales virtudes de la buena traducción: claridad (clarté), corrección (justesse), precisión (précision) y decencia (décence).

En estos fragmentos que hemos seleccionado se hace evidente la gran importancia que el siglo de las Luces comienza a conceder a los sutiles procedimientos lingüísticos y estilísticos necesarios para llevar a cabo la traslación correcta del texto -determinado por una gran variedad de factores- del emisor al receptor. Mientras que ante otros grandes temas estéticos, como el de la imitación y la originalidad,9 el pensamiento se libera y la imaginación se desinhibe creativamente,10 en la cuestión de la traducción, la calidad de la creación se formula en términos de sistematicidad, y en este punto concreto la manipulación del instrumento lingüístico desempeña el papel primordial.

Creo que no es casual que estas inquietudes las expresaran, cada uno a su manera y a su debido tiempo, los traductores que van a ser objeto de nuestro estudio: Iósipos Misiódax, Dimitrios Catartsís y Panayotis Codricás. Seguramente tampoco es casual que estos tres eminentes eruditos provengan del mismo ambiente cultural, el mundo de los Fanariotas.11

IÓSIPOS MISIÓDAX

El primer texto del que nos ocuparemos es el «Proemio del Traductor», con el cual Iósipos Misiódax presenta su Filosofía moral (Viena, 1760).12 Se trata de la traducción de la obra pedagógica de Ludovico Antonio Muratori, La filosofia morale esposta e proposta ai gio·vani.13

Recordemos que el pensador y clérigo italiano fue una importante’ figura de la época que mantuvo posturas innovadoras y radicales siempre dentro del marco del catolicismo.14 Su fama traspasó las fronteras nacionales e influyó en pensadores contemporáneos y posteriores a él. En La Filosofía moral se entremezclan «las cuestiones gnosiológicas con las morales en un sistema de antropología filosófica»15. El traductor griego eligió precisamente una obra que proponía, a través del autoconocimiento, del control de las pasiones y de la adaptación a la clase social, un conjunto de valores indispensables para la formación de la nueva fisionomía moral del individuo.16 Asimismo, es digna de mención la fe de Misiódax en el alcance de la obra, cuya contribución al bien común es evidente, ya que las normas morales que contiene se dirigen a todas las edades y clases sociales.17 Misiódax, uno de los espíritus más avanzados de su época, comprende oportunamente, como se ha afirmado y escrito en numerosas ocasiones, la gran «necesidad» que tiene Grecia de las luces de Europa, desde el momento en que «la una irradia y la otra está falta hasta de las más esenciales luces de la Educación».18 Solo la traducción a partir de las lenguas europeas pondrá fin a la ignorancia y podrá reunir todos los tesoros del conocimiento: «Oradores, Historiadores, Filósofos, Físicos, Metafísicos, Matemáticos, Moralistas: todos, absolutamente todos desean contribuir a ello con sus escritos».19 Al margen de la oportunidad de la dimensión pedagógica que adquiere la traducción de la Filosofía moral, existe una segunda dimensión del trabajo de Misiódax de especial interés para nosotros, y que se pone de manifiesto precisamente a raíz de la traducción misma. Estoy refiriéndome al propio trabajo traductivo, un trabajo arduo y pesado, que pone sobre el tapete numerosas cuestiones y que preocupa seriamente al erudito fanariota.

A pesar de partir de un profundo conocimiento del pasado y del presente nacionales, el innovador erudito no duda en adoptar una postura crítica ante el acercamiento a la Antigüedad clásica que practican sus contemporáneos: «La Grecia actual alimenta y cultiva los dos defectos que menos corresponden a su fama. Grecia está totalmente dominada por el prestigio y por el descuido de la Antigüedad. El primero ha engendrado en ella el poderoso prejuicio de que todo lo que inventaron o cultivaron los Antiguos es valioso y justo. Y el segundo le ha provocado la escasez, o incluso la total carencia de la mayoría de las obras antiguas. El prejuicio, después, le ha generado un odio recalcitrante hacia todo lo moderno, y la escasez la ha privado de casi todas las más importantes aportaciones de los Antiguos».20 Imitar a Europa es, para Misiódax, el único y más seguro camino hacia el progreso y en este punto la traducción asume el importante papel de transmitir y divulgar el conocimiento. El erudito fanariota emprendió su programa de traducción con claros fines educativos.21 Hemos visto que, ante el dilema de la total falta de producción científica, el traductor prefiere, por considerarlo más necesario, el conocimiento de la moral. Pero no opta por un título cualquiera. Entre un gran número de escritos va buscando la sencillez, la claridad de ideas y de estilo; elementos que parece poseer Muratori: «Alguien que me parece sencillo, accesible, fácil de entender por todos o por casi todos».22 Y acomete así la empresa traductiva.

Por el hecho de vivir en el círculo fanariota de los Principados del Danubio, Misiódax probablemente se había habituado al aspecto más liviano de la cuestión. Puede que estuviera acostumbrado a los experimentos de los políglotas de estos círculos, a la traducción como ejercicio lúdico, normalmente dirigida, como hemos tenido la oportunidad de comentar en otra ocasión, a textos literarios y narrativos. No obstante, el proyecto de vertir al griego una obra de carácter moral con aspiraciones científicas le planteaba, sin duda, dificultades de otra índole, surgidas sobre todo a la hora de traducir conceptos y términos, así como al tener que elegir el «estilo» [=modalidad de lengua] adecuado. Centrémonos ahora en la siguiente apreciación:«[... ] ¡toda traducción es dificilísima! Son testigos (lo repito una vez más) todos aquellos que lo intentaron por curiosidad, o bien hicieron alguna valoración. Sin embargo, habrá quien la considere un juego. Pero sí esa persona, sea quien sea, hiciera un intento, entonces vería si es o no diferente un juego de la traducción».23 Dos importantes cuestiones se le plantean al traductor: en primer lugar, la traducción en su conjunto, una «tarea dificilísima, como declaran al unísono los traductores más competentes»,24 y en segundo lugar, la uniformidad lingüística, «el perfeccionamiento del estilo en cuestión ».25 La preocupación de Misiódax se comprende mejor si tenemos en cuenta la precocidad de su empresa y, en consecuencia, la falta de una experimentación rica en este campo. Nuestro traductor no se interesa sólo por la calidad de la versión del texto extranjero, que según confiesa sería relativamente fácil de conseguir en el estilo helénico, es decir, en la modalidad de lengua arcaizante. Los objetivos pedagógicos y de divulgación, que había expresado desde un principio, le imponían la elección de la modalidad de lengua más simple, el griego hablado, el estilo común:

«Antes de nada, tuve que plantearme en qué estilo, en el estilo helénico o en el común, debía traducir la obra. El primero me resultaba fácil y habitual, pero si así lo hacía, se sentirían perjudicados los más simples; algo que no me perdonaría. El segundo, por el contrario, me parecía, sin duda, más apropiado, pero me parecía por naturaleza más pobre y por ello una empresa muchísimo más difícil. A pesar de todo, tomé la decisión de dar prioridad al bien común y de no autocompadecerme. Realicé, pues, la traducción en el estilo simple».26 El traductor se empeñó en ofrecer elocuencia y claridad con este material lingüístico, todavía sin cultivar, teniendo además que esforzarse en superar las dificultades que le planteaba el propio texto original. Uno de los principales problemas era la polisemia de la obra, algo que lo obligaba a buscar en el arsenal de los textos clásicos y para un gran número de conceptos científicos la literalidad del término. La soledad del pionero, del que explora por vez primera regiones ignotas y debe inventar las soluciones adecuadas, sería la siguiente adversidad. Y a todo esto se añade la obligación del traductor de intervenir creativamente en beneficio de su texto: «el escritor en algunas partes era poco vivo o poco claro, por lo que he debido bien aclararlo, bien animarlo».27 Por lo tanto, en la conciencia de Misiódax la traducción es una «actividad creativa» y exige la precisión, la claridad de la versión así como la viveza del conjunto. Por este mismo motivo son positivas las intervenciones de estilo y las correcciones que mejoran la comprensión del texto original.28 El arduo proceso traductivo fue acometido por Iósipos Misióda.x como un ejercicio consciente, y muy particularmente, según nos confiesa, como un medirse las fuerzas con la «condición natural del estilo común».29

DIMITRIOS CATARTSÍS

El segundo caso que nos ocupa es el Prólogo de Dimitrios Catartsís a la traducción inédita de la obra de Réal de Curban, Science du gouvernement, prólogo escrito en torno al 1784.30 A pesar de que la obra del reformador erudito fanariota nunca llegó a la imprenta, no podía faltar de nuestro estudio, puesto que pone de manifiesto con madurez y gran sabiduría aspectos teóricos del fenómeno traductivo del siglo XVIII. El caso de Catartsís, dado que las conexiones de su pensamiento con la filosofía francesa de la época y con el enciclopedismo31 están más que demostradas, nos da pie para profundizar un poco más y, llegado el caso, verificar las líneas maestras de sus fuentes.

La traducción al griego de la obra sobre teoría política de Réal de Curban, obra que refleja los ideales del despotismo ilustrado32, se llevó a cabo, como es sabido, por instancia del príncipe Mijail Sutsos. A él le dedica su traducción Catartsís: al magnífico e ilustrado príncipe, quien no se limitó a preocuparse por el bienestar de su pueblo sino que «fue el primero en considerar la necesidad de traducir libros de otras lenguas al griego común, algo de suma importancia ahora en todos los reinos y que empezara ya Ptolomeo...».33 La referencia que acompaña las últimas reflexiones sobre la traducción de los Setenta es el artículo «Septante, version de» de la Enciclopedia. Las observaciones críticas de Catartsís están inspiradas por la entonces naciente tendencia a escribir la historia del hecho traductivo. No obstante, el alcance de su mirada crítica no sólo abarca la diacronía histórica o un amplio espacio geográfico, en donde se registra el proceso traductivo, sino también una gran variedad de textos. Por ejemplo, la traducción del «De Senectute» de Cicerón realizada por C. Gasís, los ejercicios de D’Alembert a partir de Tácito, las traducciones manuscritas de obras de Moliere y de Metastasio realizadas por el círculo fanariota. Y se servirá precisamente de esta variada panoplia intelectual para establecer «el concepto ideal de buena traducción» y elaborar una «teoría sobre ésta».34

El eje central que atraviesa de un extremo al otro este texto pionero es precisamente la importancia absoluta del buen manejo de la lengua al recrear el texto en la lengua materna a partir de la extranjera, de tal modo que no quede privado de sus virtudes básicas así como de su probable encanto original.35 La traducción es un trabajo sistemático y debe: a) seguir unos principios, tener «un método en la trasformación», b) conservar las virtudes estéticas del original, tener «encanto», el «encanto que tienen los originales», y c) tener «claridad, que es la primera virtud del discurso».36 Creo que es evidente la afinidad de la mencionada problemática con las opiniones reflejadas en los artículos relativos a la cuestión de la traducción de la Enciclopedia, o incluso con las ideas que se expresan con nombre propio, como por ejemplo las de Marmontel, al que también cita Catartsís en su texto, junto a D’Alembert y Diderot.

Las normas y el modo de traducir no pueden sino significar el uso eficaz del instrumento lingüístico. Catartsís, por su parte, se siente aislado, sin diccionarios, sin la experiencia registrada de los más antiguos, sin una lengua sistematizada, con reglas gramaticales fijadas. Participa, no obstante, de los debates teóricos de la época, conoce y cree en el axioma de la Gramática general (Grammaire Générale) de los filósofos franceses, de la «gramática universal», cuyas «reglas [...] son fijas e inmutables».37 Contraviene al pensamiento racional el prejuicio de que una lengua no se sostiene si no tiene una «gramática escrita». Catartsís piensa, por el contrario, que también la «lengua griega común», como lengua viva, tiene una gramática natural, de la que pueden extraerse las reglas, y esto es lo que intenta hacer en el resto del prólogo, insistiendo principalmente en cuestiones de construcción del discurso y de prosodia. No voy a extenderme aquí en las opiniones que sobre lingüística tan ardorosamente esgrime Catartsís, algo que, por lo demás, escapa a mi competencia. Si me detengo un poco en estas cuestiones, es para poner de manifiesto el fuerte vínculo de las influencias que recibió y adaptó, a través de los enciclopedistas, en lo tocante a la lengua natural, y para calibrar la preponderancia que la expresión lingüística tiene en su pensamiento.

Unas pocas páginas más adelante, Dimitrios Catartsís vuelve al punto de partida: retoma la traducción de Réal: «Yo, como he dicho, viendo a Gasís y a D’Alambert, y admirando sobremanera sus trabajos, me esforcé en imitarlos dentro de mis posibilidades, y he hecho lo que supongo que ellos han hecho, de un modo más simple, en las lenguas en las que traducían; es decir, reflexionaba sobre la manera en que debía expresar el sentido del período traducido para hacerlo sonar en un griego elegante, vivo y natural. Me parece que lo he conseguido en muchas ocasiones. En otras muchas partes la traducción es más hermosa que el texto original (y esto se debe, sobre todo, a la superioridad de nuestra lengua), en otras partes está a la par que el original y en muchísimas otras peor».38 La traducción es, pues, una recreación del texto original en el curso natural de la lengua de llegada. Al tratarse de un proceso sistemático admite continua mejora. Catartsís se refiere aquí, por un lado, a la falta de experiencia traductiva previa en todo el ámbito cultural griego de su época, a la inexistencia de material especial de apoyo (diccionarios); y por otro, a su propia inexperiencia, a la falta de un adiestramiento adecuado.

Me gustaría, por último, resaltar un punto más del Prólogo a Réal: la convicción de Catartsís de que su obra, necesaria en cuanto a su contenido, «por ser ciencia política», iba a enriquecer la cultura de la nación griega con palabras y términos que, siendo igualmente necesarios, debían entrar en funcionamiento.

«Es asimismo posible que esta [traducción] sea útil para aquel que quiera hacer un esfuerzo parecido, un esfuerzo metódico, o sea, traducir cualquier cosa. De ese modo lograríamos que nuestra lengua se cultive, tendríamos libros de ideas sabias y modernas en griego común, se ilustraría nuestra nación y el bienestar sería común, como ha sucedido en otras naciones. Esto no se conseguirá sino cuando podamos acceder fácil y rápidamente a las ideas de los otros, y cuando podamos manifestar de forma parecida lo que sabemos a los demás, cosa que ocurrirá cuando todos escribamos en la lengua en que hablamos, pensamos y escribimos durante toda nuestra vida».39

PANAYOTIS CODRICÁS

El tercer texto del que nos ocuparemos precede la traducción de Sobre la pluralidad de los mundos (1794), de Fontenelle,40 y proviene de la mano de Panayotis Codricás. Al principio, el calvario del traductor: «No creo que haya cosa más difícil y pesada que ordenar el desorden, regular lo irregular, intentar que se atenga a principios comunes y generales lo que no tiene ni principio ni base».41 He aquí algunos conceptos clave: la creación de un sistema, el establecimiento de principios y reglas comunes, que afectan, como veremos a continuación, a la expresión lingüística y que, en consecuencia, marcan el trabajo de traducción y determinan por entero su calidad.

Veremos que también aquí se repite la articulación de una problemática común en la mayoría de los temas. Para empezar, la referencia al declive político de la antigua Grecia, a las sucesivas conquistas sufridas, a la suerte de la lengua griega, su mescolanza y su deterioro: «con una lengua tan deteriorada como esta, que solo tiene riqueza de palabras cuando expresa las ideas más trilladas, y estas en su mayoría extranjeras, y ni siquiera adaptadas al griego, ¿cómo va a poder alguien traducir libros científicos, expresar ideas nobles, exponer principios sistemáticos, opiniones políticas o teorías morales? Un caos lo envuelve a uno por todas partes. Un vacío en cada significado nos espera, cada párrafo es una nueva incógnita, y el conjunto perplejidad total».42 Codricás considera que es imposible usar el vocabulario y las expresiones del habla común en la obra traductiva, debido a su infinita variedad y a las palabras extranjeras que se han infiltrado en ella. Se hace, pues, necesario fijarla «en un estilo común», es decir, un sistema lingüístico único, pero ello por supuesto no significa la sumisión a una uniformidad lingüística: la materia de cada libro impone normalmente también su forma de escritura: «Al hablar de un estilo común que se considere norma y modelo para todos, no estoy refiriéndome a una forma de redacción única, ni estoy admitiendo sólo expresiones y palabras de una clase, para que con esta forma, con estas palabras, con los mismos giros y expresiones traduzcamos a Moliere, a Réal, a Fontenelle o a Montesquieu. La materia de uno es diferente de la del otro, uno se dirige a unos, otro a otros, y por lo tanto una debe ser la escritura de uno y otra la del otro».43 Con esta última consideración de Codricás que resulta sorprendente, diría yo, por el hecho de estar inserta en el Prólogo de una obra puramente científica, me gustaría concluir por ahora el entramado teórico de la actividad traductiva del siglo XVIII. La apreciación estética de Codricás a cerca del peculiar matiz del estilo de textos desemejantes nos recuerda las correspondientes observaciones de Marmontel relativas a la diferenciación entre textos históricos y literarios, entre la prosa y la poesía.44 Las conexiones que nos conducen a Marmontel no deben extrañarnos, puesto que la traducción griega de las Conversaciones viene acompañada de abundantes notas que demuestran el uso de la Encyclopédie Méthodique de Marmontel y de la Enciclopédie de D’Alambert y Diderot. Nos quedaremos, en cualquier caso, con la idea que introduce Codricás al defender la entidad de lo diferente, de lo peculiar, y al animarnos a respetar la singularidad, la verdad interna de cada texto.

Los tres ejemplos elegidos ilustran posturas y actitudes ante el texto extranjero más o menos afines entre sí. Los tres traductores, eminentes representantes de nuestras letras, recurren conscientemente a la actividad traductiva para inocular en la cultura de su época elementos novedosos y útiles. El carácter pedagógico está muy marcado en los tres textos. Los tres están seriamente preocupados por la eficacia del instrumento lingüístico, arma primordial del traductor.45 Demandaban precisión, propiedad y claridad en sus versiones. Con suma prontitud, plantearon e introdujeron en la práctica griega la cuestión de la recreación fiel y coherente del texto original,46 algo que, como hemos visto, preocupaba en la misma época a algunos de los espíritus más brillantes de la Ilustración europea.

TRADUCCIÓN: MARÍA LÓPEZ VILLALBA

RECIBIDO EN JULIO DE 1997

1 Gérard Genette (1987): Seuils, París: Éditions du Seuil, colee. «Poctigue», p. 152.

2 Ver, por ejemplo, el estudio de Roger Zuber (1968): Les «Belles infidèles» et la formation du goút classique. Perrot d'Ablancourt et Guez de Balzac, París: Armand Colin. Y Constance B. West (1932): «La théoric de la traduction au XVIII siècle par rapport surtout aux traductions framçaises d'ouvrages anglais», Revue de Littérature Comparée, pp. 330-355.

3 Henri Meschonnic (1973): Pour la poétique 11. Epistemologie de l'écriture. Poétique de la traduction, París: Gallimard, p. 362.

4 «La version est littérale, plus attachéc aux procédes propes de la langue originale, & plus asservie dans les moyens aux vûes de la construction analytique; & que la traduction est plus occupée du fond des pensées, plus attentive à les présenter sous la forme que peut leur convenir dans la langue nouvelle... ». Encyclopédie ou Dictionnaire Raisonné..., tomo XVI, A Neufchâtel, 1755, p. 511.

5 La palabra griega que emplea Ana Tabaki para genio es pnevma (literalmente, espíritu), sin embargo Dimitrios Catartsís utiliza guenio, un calco del italiano. (N. de la t.)

6 o.e., p. 512.

7 En lo relativo al problema de las ediciones de la Encyclopédie, baste mencionar el prolijo estudio de Robert Darnton (1979): The Business of Enlightenment. A Publishing History of the Encyclopédie 1775-1800, Cambridge, Massachussetts y Londres: The Belknap Press of Harvard University Press.

8 Supplément à l’Encyclopédie..., vol. IV, Amnsterdam: Chez M.M. Rey, 1777, p. 952

9 Roland Mortier (1983): L’originalité; une nouvelle catégorie esthétique au siècle des Lumière, Ginebra: Droz.

10 Incluso en un marco de referencia mucho más tradicional es posible encontrar frases como esta de Chevalier de Jaucourt: «la bonne imitation est une continuelle invention». Encyclopédie, vol. VIII, o.e., 1765, p. 568 (artículo lmitation).

11 Los Fanariotas eran un grupo de notables griegos que tomaron su nombre del barrio de Constantinopla conocido corno Fanari (Faro) que desde el siglo XVII era -y es- la sede del Patriarcado de la Iglesia Ortodoxa. Los Fanariotas, cultos y ambiciosos, ocupaban puestos de gran responsabilidad en la administración otomana, lo que se tradujo en la obtención de importantes privilegios. Durante el s. XVlll, algunas familias fanariotas fueron recompensadas con los Principados del Danubio, Moldavia y Valaquia, la actual Rumanía. En estos Principados, donde el griego era la lengua de la cultura y la administración, se cultivaron con brillantes resultados las ideas ilustradas. (N. de la t.).

12 Sobre la personalidad y la ohm de Misiódax, ver las interesantes opiniones de Alkis Anguelu, quien se encargó de reeditar la obra del erudito fanariota Apología (1 º edic., Viena, 1780) en la serie NEB (Biblioteca Neogriega) de la editorial Ermís, así como el estudio biográfico de Pasjalis M. Kitromilidis (1985): lósipos Misiódax. I sindetagmenes tis valkanikís skepsis ton 18 cona, Atenas: MIET.

13 Iósipos Misiódax estuvo estudiando en Padua entre

1759 y 1760.

14 Cfr. Anna Burlini-Calapaj (Centro Studi Muratoriani, Padua), «La critica della chiesa nelle scritti de L. A. Muratori», ponencia en el Encuentro de Trabajo «Lumières et critique de Églises et/ou de la Religion au XVIIIe siècle», en el marco del programa de la European Science Foundation, Concepts & Symbols of the Eighteenth Century en Europe. En relación con la personalidad de L. A. Muratori, ver Fr. Venturi (1969): Settecento riformatore. Da Muratori a Beccaria, Turín: Giulio Einaudi Editore.

15 Pasjalis M. Kitromilidis, o.c., pp. 67-68.

16 Iósipos Misiódax (1760): Filosofía moral, Viena, p. XXVIII: «La materia del libro es moral, es decir, una obra útil para cualquier edad y condición, toda vez que indaga en cómo tiene que conocerse a sí mismo el ser humano y cómo tiene que comportarse ante Dios, de quien recibió su ser; cómo ante sus semejantes, con los que comparte el gobierno de la república y cómo tiene que comportase ante sí mismo, cómo administrar su ser individual, y cómo mantener la paz interior de su alma, es decir, la ataraxia».

17 Filosofía Moral, o.c., p. XXIX: «Poderosos, Particulares, Ricos, Pobres, Ancianos, Jóvenes, Hombres de la Iglesia y del Pueblo, en pocas palabras todos pueden ser iluminados por este libro, todos pueden encontrar consejo, cada uno para su deber particular».

18 Iósipos Misiódax, Filosofía moral, o.e., p. XXI.

19 Fílosofía moral, o.e., p. XXX.

20 o.e., pp. XVI-XVII. Cfr. C. C. Dimarás (1987): Historia de la literatura neogriega, Atenas: Ícaros, p. 146.

21 o.e., p. XXII.

22 o.e. Notemos que la elección de Misiódax parece ser oportuna, puesto que los libros que escribió Muratori en italiano (y no en latín) tienen precisamente fines divulgativos.

23 o.e., pp. XXIV-XXV

24 idem, p. XXIII.

25 idem.

26 idem.

27 idem, p. XXIV.

28 idem, p. XXV.

29 idem, p. XXVI.

30 Dimitrios Catartsís (1970): Ta Evriscómena, ed.

C. C. Dimarás, Atenas: Omed, [Prólogo a la traducción de Réal], p. 311 y siguientes.

La obra de Gaspar Real de Curban {1682-1752), Science du gouvernement; ouvre moral, de droit et de politique que contient les principes du commandement et de l’obéissance. etc. (Aix-la-Chafellc, París, 1751-1764), fue publicada por el sobrino de abad, Balthasar Burle de Curban, en ocho volúmenes. En cuanto al contenido, los sucesivos volúmenes de la obra se ocupaban de la formación de las sociedades políticas y los beneficios que trajeron consigo, analizaban las antiguas y modernas formas de gobierno, desarrollaban la idea del derecho natural y del derecho público, el concepto de los derechos humanos, la idea de la política y la del derecho eclesiástico (ver J.-M. Quérard (1964): La France littéraire ou Dictionnaire Bibliographique, vol. VII, París: G.-P. Maisonneuve & Larose, p. 468).

31 Ver la concisa introducción de C. C. Dimarás al tomo Dimitrios Catartsís (1974): Ensayos, ed. C. C. Dimarás, Atenás: Ermís.

32 Cfr. Ensayos, o.e., p. XLIV.

33 Dimitrios Catartsís (1970): Ta Evriscómena, o.c., p. 313. Como advierte C. C. Dimarás (Ensayos, p. XLII) es probable que «el preludio del programa traductivo de Mijail Sutsos» fuera un ensayo del propio Catartsís: «Consejo a los jovénes sobre cómo beneficiarse sin perjuicio de los libros eurofeos y turcos, y de cómo deben ser estudiados» (ca. 1783).

34 o.e., p. 313.

35 ldem, p. 314.

36 ldem, p. 316.

37 ldem, p. 317. Ver también H. Nicholas-Bakalar, (1975): «Language and Logic: Diderot and the grammairiens-philosophes», Studies on Voltaire and tha 18th Century, vol. CXXXI, p. 113 y sgtes. Con referencia a la entrada de las ideas relativas a la Gramática general y la lengua universal (lange universelle) en la vida intelectual griega, ver el trabajo de Roxani D. Aryiropulu, (1980): «Glosoloyicá tu neoelinicú Diafotismú», Afiéroma ston E. P. Papanutso, Atenas, pp. 399-411.

38 Dimitrios Catartsís, Ta evriscómena, o.e., p. 325. Menciona además algunas de las normas generales que siguió relacionadas con la traducción al griego de partes del discurso, de los verbos que expresan acción, de los que tienen un uso figurado, de términos y expresiones que no tenían correspondencia exacta en riego; reglas relacionadas con la versión de sustantivos, adjetivos y adverbios, con la versión de la deslavazada sintaxis del francés, o por último, las relacionadas con la creación de términos que no existían en la lengua de llegada (pp. 326-327).

39 o.e., p. 327.

40 Se trata de la obra de Fontenelle (1686): Entretiens sur la pluralité des mondes.

41 (1794): Coversaciones sobre la pluralidad de los mundos del señor Fontenelle (...) Viena: Y. Vendotis, «A los lectoress», p. XIV.

42 o.e., p. XIX,

43 Idem, p. XXVII.

44 Ver (1978): Literature and Translation. New Perspectives in Literary Studies with a Basic Bibliography of Books on Translation Studies, eds. James Holmes, José Lambert & Raymond Van Der Broeck, Leuven: Acco, p.138.

45 Baste remitir al trabajo ya clásico de Georges Mounin (1963): Les problèmes théoriques de la traduction, París: Gallimard.

46 Y. N. Sutsos hablará de «trasformación» en el «Proemio del traductor», texto que precede la traducción del Pastor Fiel de G. B. Guarini (Venecia, 1804). Fue Y. Valetas -(1944): «Metafrastikés ceoríes sta 1804», Nea Estía, 35, pp. 302-303- el primero en señalar la gran riqueza de matices del texto antes mencionado. Pero no ahora es el momento de hablar sobre este tema.