Palabras y flores, habitantes de la ciudad secundaria (o sobre las semejanzas de la traducción)

M. C. África Vidal Claramonte

Universidad de Salamanca

El punto de partida de este trabajo es la idea de que traducir implica interpretar, no ya un texto, sino toda una cultura. Traducir implica al Otro: supone asistir a un encuentro en el que se ha de evitar lo que Foucault denomina «relaciones asimétricas de poder,. Traducir es conversar, en el sentido de Gadamer, pero, inevitablemente, es también manipular. Como dice Jabes, las segundas Tablas no pueden parecerse a las primeras, porque nacen de la rotura de éstas.

Entre ambas, sangra el abismo de la herida. Traducir es amar la diferencia. Paradójicamente, la traducción suprime las diferencias entre las lenguas poniéndolas de manifiesto. La traducción es una promesa de igualdades diferentes.

The starting point of this essay is the idea that translating implies interpreting not only a text but a whole culture. Translating implies the Other: it means being present in an encounter where that Foucault calls «asymetric power relations, should be avoided. Translating is conversing in the Gadamer sense, but it also, inevitably, means manipulating. As Jabès saya, the second Tables can never look like the first because they are born from the breaking of the latter.

Theabyss of the wound bleeds between the two. Translating is loving difference. Paradoxically, it means erasing the differences between languages by revealing them. Translating as a promise of different equals.

Las vocales, bajo su pluma, se parecen a bocas, atravesadas por el anzuelo, de peces fuera del agua; las consonantes, a escamas despojadas. Viven con estrechez en sus actos, en sus cuchitriles de tinta. El infinito las asedia.

Edmond Jabès

En el umbral de un nuevo milenio, nos damos cuenta de cómo la teoría de la traducción ha ido evolucionando. Nos percatamos de la insuficiencia de tomar el texto como unidad de traducción. Sabemos que es tan imposible mantener el concepto tradicional de la «verdadera» traducción -equivalencia absoluta- como relegar al traductor a mero puente invisible entre el creador original y el TT. Nos damos cuenta de que es la cultura -o, mejor, las culturas- lo que debe tomarse en consideración. La traducción como producto cultural y el proceso de traducir como un procedimiento sensible a la cultura amplían estos conceptos de traducción y traducir más allá de lo meramente lingüístico1.

La traducción es un concepto clave en el encuentro entre las culturas y en la interacción entre niveles intraculturales. Es más que una metáfora del intercambio cultural2. Y, en este sentido, no debe haber jerarquías en el encuentro; la traducción es contraria a toda hegemonía cultural. El espacio entre ambas sociedades no pertenece a ninguna de ellas sino que abre el camino y favorece la aparición de la figura del Otro, que es a quien realmente vamos a traducir. Para traducir bien debemos ser conscientes de la otredad; comprender y tolerar la diferencia y sus productos culturales, literarios, artísticos. Cuanto más se consiga esto, tanto más se combatirá la tendencia a percibir al Otro en función de lo conocido, de nuestras propias normas, estereotipándolo y disolviendo su otredad. Hemos de conseguir no asimilar al Otro sino enriquecernos con su diferencia. En la traducción es preciso evitar lo que Foucault llamara las «relaciones asimétricas de poder», pues la interpretación que haga un traductor del TO no es privada sino que pasará a un número considerable de lectores; de ahí que deba ser muy cuidadoso en su lectura de lo diferente, porque el sentido -comenta Barthes- es múltiple, y reside «en el conjunto diagramático de sus lecturas». El verdadero sentido reside en la «transcriptibilidad infinita», donde un sistema transcribe a otro y recíprocamente; «frente al texto no existe una lengua crítica «primera», «natural», «nacional», «materna»; al nacer, el texto es de golpe multilingüe; para el diccionario textual no hay lengua de entrada ni lengua de salida, pues el texto no comparte con el diccionario su poder definicional (cerrado), sino su estructuración infinita»3 . La traducción se convierte así en una interpretación limitada por el contexto que refleja las peculiaridades propias de su tiempo y de su cultura4. La traducción es una teoría hermenéutica intersubjetiva condicionada por muchos factores extratextuales.

Traducir es -debería ser- entablar una conversación que acabara teniendo un espíritu propio. Traducir es interpretar; «e incluso puede decirse que es la consumación de la interpretación que el traductor hace madurar en la palabra que se le ofrece»5. Existe una inevitable distancia entre los dos espíritus, distancia que según Gadamer nunca llega a superarse del todo, acaso porque sólo se comprende una lengua «cuando se vive en ella». Pero lo importante es que la conversación continúe, porque una verdadera conversación consiste en «atender realmente al otro, dejar valer sus puntos de vista y ponerse en su lugar, no en el sentido de que se le quiera entender como la individualidad que es, pero sí en el de que se intenta entender lo que dice ... Cuando tenemos al otro presente como verdadera individualidad ... no puede hablarse realmente de una situación de posible acuerdo»6. Porque la traducción no es ca-realización sino interpretación; y, como toda interpretación, «la traducción implica un cierto cegamiento; el que traduce tiene que asumir la responsabilidad de este cegamiento parcial». Traducir es elegir, manipular; por eso «toda traducción que se tome en serio su cometido resulta más clara y plana que el original. Aunque sea una reproducción magistral no podrán dejar de faltarle algunos de los armónicos que vibraban también en el original»7. Que el traductor sea consciente de esas pérdidas o ganancias es doloroso pero también honesto. En esa conversación que ha entablado, hay que ser muy respetuoso; la distancia no es superable, pero al mismo tiempo afirmar esa distancia es el primer paso hacia la tolerancia:

E igual que en la conversación en la que se plantean esta clase de diferencias insuperables puede alcanzarse quizá en el vaivén de su decurso algún tipo de compromiso, también el traductor encontrará en el vaivén del pesar y sopesar la mejor solución, que nunca puede ser otra cosa que un compromiso ... el traductor tiene que mantener a su vez el derecho de la lengua a la que traduce y sin embargo dejar valer en sí lo extraño e incluso adverso del texto y su expresión8.

La traducción debe ser el medio para llegar a una fusión de horizontes:

...en la resurrección del sentido del texto se encuentran ya siempre implicadas las ideas propias del intérprete. El horizonte de éste resulta de este modo siempre determinante, pero tampoco él puede entenderse a su vez como un punto de vista propio que se mantiene o impone, sino más bien como una opinión y posibilidad que uno pone en juego y que ayudará a apropiarse de verdad lo que dice el texto9.

Las traducciones habitan la ciudad secundaria. ¿O no es así? ¿Pertenecen al reino de lo inmediato? Para algunos -que desoyen la advertencia de Kundera10- reescritura. En la misma línea, para otros, actividad intertextual, derivada, porque no existe la labor original: todo son textos de textos; biblioteca borgiana; la traducción como suplemento, como transformación (¿el origen es el suplemento? Nunca). Cada nueva escritura nos enriquece, Jabes dixit: la tarea del traductor es lograr, poco a poco, que las palabras se interesen por sus traducciones.

¿El traductor debe ser «responsable» en el sentido que le da Steiner a esa palabra en su ciudad primaria? ¿La traducción es interpretativa? ¿Es crítica creativa? O, por el contrario, ¿evitamos la Presencia Real? ¿Buscamos la inmunidad de lo indirecto? Como diría Calvino, nos debatimos entre la necesidad de intervernir con nuestra interpretación para sacar del texto todos sus significados y la conciencia de que toda interpretación es violenta y arbitraria. Quizás, como el profesor de Calvino, lo mejor sea leer en el original, pronunciar una lengua desconocida, oír voces poco familiares de sonidos que no esperan respuesta, como el canto de los pájaros o el zumbido estridente de los reactores, que se disgregan en el cielo en el primer vuelo de prueba11.

¿Traducir es un proceso intuitivo? ¿Existe una somática de la traducción? Tal vez haya algo de verdad en la propuesta de Douglas Robinson cuando asegura que traducir tiene que ver con la emoción, con el sentido, con las reacciones corporales, más que con cuestiones de equivalencia o fidelidad; se trata de aceptar y tolerar las respuestas corporales del Otro a la traducción; que traducir sirva para humanizarnos un poco más; para estar más vivos12.

Ya Ortega reconocía que dos vocablos, supuestamente uno la traducción del otro, no se refieren nunca a lo mismo: «bosque» no es «Wald» («Formadas las lenguas en paisajes diferentes y en vista de experiencias distintas, es natural su incongruencia»). Es más, dos personas, hablantes de la misma lengua materna, nunca interpretan del mismo modo un enunciado. Cambian también -tanto más cuanto más alejadas estén ambas culturas- las convenciones estéticas, sociales, etc. La inmediatez es ficción, una posibilidad poco real13. Como dice Reiss, la comunicación «ideal» es rara, incluso cuando nos movemos en una situación intralingüística, porque el destinatario siempre introduce sus conocimientos, sus expectativas, que son distintas de las del emisor. En la traducción hay que asumir dichas diferencias. Hay que sentir la asimetría entre los pueblos, y revelar así el grado de tolerancia de la cultura que encarga la traducción. Traducir «consiste en descubrir la huella invisible que todo escritor deja tras de sí en las palabras puestas sobre el papel, en dejarse traspasar por esa huella y transmitírsela a los demás ... Soñar con la traducción perfecta es como soñar con el amor perfecto, donde los límites y barreras del yo se difuminan y dos almas se tornan mutuamente transparentes». La traducción es «una metáfora de uno de nuestros más profundos deseos: meternos en la piel del otro. Se trata, desde luego, de un deseo oscuro, puesto que encierra una imposibilidad; la subjetividad es una cárcel sin salida»14.

Buscar la invisibilidad del traductor, que la traducción parezca un original, no es una elección inocente. Puede llevar a lo que Venuti llama alienación cultural, domesticación del texto extranjero, que lo hace inteligible, familiar, y que convierte la traducción en una experiencia narcisista.

Nada más lejos de nuestro deseo. Traducir debe ser hacerse semejante. Comenzar sutiles proximidades de semejanza. Necesitamos el espejo:

Especular, reflejar: toda actividad del pensamiento me remite a los espejos. Según Plotino el alma es un espejo que crea las cosas materiales reflejando las ideas de la razón superior. Será quizá por eso por lo que yo para pensar necesito espejos: no sé concentrarme más que en presencia de imágenes reflejas, como si mi alma necesitase un modelo que imitar cada vez que quiere poner en práctica su virtud especulativa ... Apenas acerco el ojo a un caleidoscopio siento que mi mente, siguiendo el reunirse y componerse de fragmentos heterogéneos de colores y líneas en figuras regulares, encuentra inmediatamente el procedimiento que hay que seguir: aunque sólo fuese la revelación perentoria y lábil de una construcción rigurosa que se deshace al mínimo golpe de uña sobre las paredes del tubo, para ser sustituida por otra en la que los mismos elementos convergen en un conjunto disímil15.

Pero los espejos pueden también convertirse enpesadillas. Y dos espejos, en laberinto. Y de los laberintos y los espejos surge una tercera pesadilla borgiana, las máscaras16. Los espejos pueden parecernos pesadillas o fascinarnos, como a Poe en su cuento William Wilson, a Oscar Wilde en Portrait of Dorian Gray, a Virginia Woolf en Orlando, a Angela Carter en The Passion of New Eve, a Nabokov en Despair, a Robbe-Grillet en Le miroir qui revient, a Carlos Fuentes en «Aura» o a Fay Weldon en The Cloning of Joanna May.

Al pensar lo Otro estamos ya perpetuando el reflejo, la semejanza, acaso porque, como dice Jabes, también la ausencia es transparencia de semejanzas. La existencia del Otro en una ciudad que no debiera ser secundaria; a través de la traducción, idilio y canto amoroso, nacimiento de la palabra y tal vez de sus mártires. Para existir necesitamos el lenguaje, aunque es verdad que el lenguaje también nos necesita. Pero para escribir necesitamos crear un vínculo, que acaba siendo un canto de amor, con los sonidos y con los signos que los perpetúan17

Cada traducción refleja una espera; y, por qué no, una herida. Un signo sobre el signo. Sólo se puede traducir como enseña Jabes a escribir: con los ojos muy abiertos, porque lo que se ve no es sino lo que se aprende a medida que avanzamos, confiados, o lo que retrocedemos, espantados. Traducir para imponerse, en el seno de las semejanzas, a todas las semejanzas. Intento de llegar al Libro perdido. (Im)posibilidad de recomponer la vasija benjaminiana. Traducción para la supervivencia, para prolongar el original más allá del mundo, traspasando el tiempo. Traducciones que se imprimen con caracteres nocturnos, como tiras de sombra, en ese gran libro del espacio a lo Jabès, con el único propósito de que alguien, algún día, las lea:

Las segundas Tablas no podían parecerse a las primeras; porque nacieron de la rotura de éstas. Entre ambas, sangra el abismo de la herida.

Las primeras Tablas surgieron del abismo divino, las segundas, del abismo rojo del hombre. ¿Tendríamos el descaro de afirmar que se parecen, sabiendo que toda semejanza marca la diferencia que queremos abolir?

Dios fue obligado, por Su pueblo, a repetirse; es decir, a hacer pasar la Palabra por el capricho de Su criatura más sorda.

En adelante, todo opera en el espacio agitado donde esa repetición se impuso.

Así la ley se funda en la semejanza, que se ha vuelto humana por haber estado confrontada con la muerte y, en consecuencia, con la eterna repetición.

Y el libro, en la esperanza de una semejanza con el Libro oculto...18

Traducir es esperar encontrar el orden original; escribir un libro de las semejanzas como lugar desenmascarado del libro. Y es en esos límites no fijados del espíritu, en las fronteras devastadas pero infranqueables, donde la seme­janza ve su potencia denunciada, donde se extingue el lenguaje19.

¿Es ahí, acaso, donde surge el amor por el

Otro? Quizá sí, aunque nunca se llegue a la total intimidad entre dos lenguas, aunque nunca lleguemos a oír cómo te habla o que le hablas. El exilio como metáfora de la traducción20. La lengua extranjera, la lengua deseada; a veces, la lengua que nos rechaza; la lengua donde se nos atropellan las palabras al borde de la idea y de la boca. La traducción como una historia de amor, como la afirmación suprema del amor: amamos al no entender. Amamos porque no entendemos. El amor es la tensión que surge entre no entender y querer entender, entre temblar ante la sola idea de entender y desear, apasionadamente, ser entendido y temer sobre todo cualquier forma de comprensión21.

Hay, al traducir, una cierta sensación de derrota en nuestro intento por llegar al Otro.

Su lenguaje nunca será el nuestro, igual que sus emociones son distintas.

Habitar unas sonoridades, unas lógicas separadas de la memoria nocturna del cuerpo, del sueño agridulce de la infancia. Llevar en el propio interior una especie de panteón secreto, o un niño disminuido -amado e inútil-: la lengua de antes que se marchita sin abandonarte nunca. Te perfeccionas con otro instrumento, como si te expresaras con el álgebra o el violín. Pueden convertirte en un virtuoso del nuevo instrumento, que por otra parte te proporciona un nuevo cuerpo igualmente artificial, sublimado ... Sientes que la nueva lengua es tu resurrección; una nueva piel, un nuevo sexo. Pero la ilusión se desvanece cuando te escuchas, en una grabación, por ejemplo, y notas que la melodía de tu tono es extraña, de ninguna parte, se encuentra más cercana de los balbuceos de antes del código actual. Tus torpezas tienen su encanto, dicen, incluso son eróticas y te hacen más apetecible para los seductores. Nadie te hace notar tus faltas para no herirte, además sería el cuento de nunca acabar, y además qué importa. Tampoco te hacen notar que en cualquier caso es irritante: a veces, unas cejas que se elevan o un «¿Cómo?» en voluta hacen que comprendas que «nunca serás de los suyos», que «no vale la pena» y que «en eso, al menos, nadie se engaña.» Tampoco tú te engañas. Como máximo eres creyente, estás dispuesto a efectuar todos los aprendizajes, a cualquier edad, para alcanzar -en esa palabra de los demás imaginada como perfectamente asimilada un día- sabe Dios qué ideal, más allá de la confusión implícita de una decepción debida a ese origen que ha mantenido su promesa.

Así, entre dos lenguas, tu elemento es el silencio. De tanto decirse de diferentes modos, todos igualmente triviales, todos igualmente aproximados, al final deja de decirse. Un sabio de renombre internacional ironizaba sobre su famoso poliglotismo diciendo que hablaba el ruso en quince lenguas. Por lo que a mí respecta, tenía la sensación de que padecía mudismo y que ese silencio de que hacía gala le llevaba, en ocasiones, a cantar o a ritmar poemas salmodiados para decir algo de cuando en cuando22.

Sabemos que la traducción desea suprimir las diferencias entre las lenguas, pero también que, paradójicamente, las pone de manifiesto más que ninguna otra actividad: «gracias a la traducción nos enteramos de que nuestros vecinos hablan y piensan de un modo distinto al nuestro»23. El mundo es, dice Paz, la conjunción de una colección de heterogeneidades y una superposición de textos,

cada uno ligeramente distinto al anterior: traducciones de traducciones. Cada texto es único y, simultáneamente, es la traducción de otro texto. Ningún texto es enteramente original porque el lenguaje mismo, en su esencia, es ya una traducción: primero, del mundo no-verbal y, después, porque cada signo y cada frase es la traducción de otro signo y de otra frase. Pero ese razonamiento puede invertirse sin perder validez: todos los textos son originales porque cada traducción es distinta. Cada traducción es, hasta cierto punto, una invención y así constituye un texto único ... Traducción y creación son operaciones gemelas24.

El original sobrevive en la traducción. Lo Otro se equipara a lo Mismo. Yo y el Otro somos iguales. Existe la simbiosis en la diferencia. El traductor es más que intérprete; es el Otro:

Your Thoughts, your Words, your Stiles, your Souls agree,
No longer his Interpreter, but He25

Curioso. Ya en el siglo XVII, una visión postestructuralista de la traducción. La traducción como proceso de intercambio; como transformación derrideana. Pero siendo siempre conscientes de la diferencia y de la traducción como un pulso para escudriñar las relaciones de poder presentes en los discursos que reflejan las estructuras de poder presentes en la cultura. El traductor no es invisible. La traducción debe ser una promesa de igualdades diferentes.

La traducción, las palabras y las flores. Palabras como flores, recuerda Heidegger recordando a Holderlin26. La traducción, las palabras y las flores nos hablan del origen, de las semejanzas y de las resonancias; de sonoridades que resuenan a partir de la resonancia que se sostiene «en la armonía que entona mutuamente las regiones de la estructura del mundo»27. La experiencia de la traducción dentro de y desde la vecindad, desde la proximidad, aunque ésta haga aparecer de inmediato la lejanía28.

Pero las flores se marchitan, y a veces acaban siendo flores secas entre las páginas de un libro. Así, toda flor «lleva su doble en sí, sea la semilla o el tipo»29. Como señala Derrida a propósito de la metáfora, podría decirse que también la traducción es, puede ser a un tiempo, flor seca cuyo marchitamiento no es desgaste en sentido literal y continuo renacer, metamorfosis, transformación en «piedra preciosa, verdosa y rayada de venas rojas, especie de jaspe oriental»30. De nosotros, traductores, dependen pues, finalmente, las palabras y las flores.

RECIBIDO EN MAYO DE 1996

1 Cf. Hans J. Vermeer, «Translation today: Old and new problems», en Mary Snell-Homby et al. (eds.), Translation Studies. An Interdiscipline (Amsterdam: John Benjamins, 1992), especialmente pág. 10. Véase también, en este mismo libro, el artículo de José Lambert titulado «The cultural component reconsidered», págs. 17-26.

2 Cf. Wolfgang Iser, «On Translatability: Variables of Interpretation», The European English Messenger IV, 1, 1995, págs. 30-38.

3 Roland Barthes, S/Z (Madrid: Siglo XXI, 1980 [1970]),_págs. 100-101.

4 Cf. Meta Grosman, «Cross-Cultural Awareness: Focusing on Otherness», en Follerup y Lindegaard (eds.), Teaching Translation andlnterpreting 2 (Amsterdam: John Benjamms, 1995), págs. 51-57. Véase también el interesante artículo de Manouchehr Haghighi titulado «Supra-Lingual Aspects of Literary Translation» (págs. 47-50), donde señala que a la hora de traducir del persa al inglés se dio cuenta de que no se trataba simplemente de dominar dos lenguas: las barreras más importantes que encontró fueron las culturales, sociales y morales que separan la cultura europea de la iraní. Sus alumnos tenían grandes dificultades al traducir a T. S. Eliot o a Samuel Beckett porque no habían experimentado la pérdida de fuerza de la religión, la soledad y el vacío moral del hombre occidental contemporáneo o la influencia del materialismo típico de la sociedad tardo-capitalista.

5 Hans-Georg Gadamer, Verdad y método (Salamanca: Sígueme, 1977 [1975]), pág. 462.

6 Ibid., pág. 463.

7 Ibid., pág. 464.

8 Ibid., pág. 465.

9 Ibid., pág. 467.

10 «Un día toda la cultura pasada será totalmente reescrita y totalmente olvidada tras su rewriting». «¡Que ran todos aquellos que se permiten reescribir lo que estaba escrito! ¿Que los empalen o quemen a fuego lento! ¿Que los castren y se les corten las orejas!» (El arte de la novela, Barcelona: Tusquets, 1987 [1986]), pág. 162.

11 ltalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero...

(Madrid: Siruela, 1989), pág. 82.

12 Douglas Robinson, The Translator’s Turn (Baltimore and London: The Johns Hopkins University Press, 1991), pág. 258.

13 «We must be in translation between cultures and between groups within our own culture if we are to understand the dynamics of our imperialism. For our imperialism historically has functioned (and continues to fiinction) by substituting for the difficult politics of translation another politics of translation that represses these difficulties». (Eric Cheyfitz, The Poetics of Imperialism. Translation and Colonization from The Tempest to Tarzan, New York: Oxford University Press, 1991, pág. XVI).

14 Michael Ignatieff, «¿Es posible traducir?», Letra Internacional 30/31, pág. 36.

15 Si una noche de invierno un viajero..., pág. 181.

16 Jorge Luis Borges, Siete noches (Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1985 [1980]), págs. 43-44 y 114.

17 Edmond Jabès, El libro de las semejanzas (Madrid:

Alfa ara, 1984 [1976]), pág. 26.

18 Ibid., pág. 92.

19 Ibid., pág. 151.

20 Hélène Cixous, «Difficult Joys», en The Body and the Text. Hélène Cixous, Reading and Teaching, Helen Wilcox et al. eds. (New York andngLondon: Harvester Wheatsheaf, 1990), pág. 12.

21 Hélène Cixous, Reading with Clarice Lispector (Minneapolis: University ofMinnesota Press, 1990), pág. 66.

22 Julia Kristeva, Extranjeros para nosotros mismos (Barcelona: Plaza & Janés, 1991 [1988]), págs. 24-25.

23 Octavio Paz,«Traducción: literatura y literalidad», en Traducción: literatura y literalidad (Barcelona: Tusquets, 1990 [1971]),pág. 13.

24 Ibid., págs. 13 y 23.

25 Dillon Wentworth, Earl ofRoscommon, «Essay on

Translated Verse», en André Lefevere (ed.), Tanslation I History I Culture: A Sourcebook (London: Routledge, 1992), págs.43-45.

26 Martin Heidegger, «La esencia del habla», en De camino al habla (Barcelona: Odós, 1987 [1959]), págs. 141-194; véanse especialmente págs.185-187.

27 Ibid., pág. 186.

28 Ibid., pág. 187.

29 Jacques Derrida, «La mitología blanca» [1971], en Márgenes de la filosofía (Madrid: Cátedra, 1989), págs. 310-311.

30 Ibid., pág. 311.