Miguel A. Navarrete
Luxemburgo
Intentar traducir correctamente una obra voluminosa y compleja como Veinte mil leguas de viaje submarino requiere no solamente captar el ritmo, la cadencia del relato, sino adentrarse en el mundo de referencias bibliográficas en las que se basó el propio Jules Verne para redactar su novela. Desvelando y cotejando las fuentes del autor y los pasajes transcritos o adaptados de la infinidad de sus obras de referencia, resolverá el traductor numerosas dudas y problemas terminológicos. por otra parte, si va un poco más lejos y utiliza las herramientas filológicas más elementales, el traductor descubrirá que, bajo la apariencia de unos personajes supuestamente novelescos, se esconden auténticos personajes históricos que vuelven a cobrar vida, una vida tan fascinante como el arte con que Verne construye la realidad de su ficción.
A translator wishing to make a foithful translation of a complex and voluminous work like Twenty Thounsand Leagues Under the Sea must not only capture the rhythms of the original, but also immerse himself in a world of bibliographical references, the references which Jules Verne himself used in writing his novel. By tracking down and comparing the author’s sources and the passages transcribed ar adapted from the vast number of works of reference used, the translator will be able to reslove many terminogical queries and problems. lf he goes a litle further and uses the most basic literory and linguistic tools, the translator will discover that, beneath the garb of apparently fictional characters, luck real historical figures who come to life again, a life as fascinatingas the art with which Verne constructs his fictional reality.
Para Teresa
LIMINAR
El 20 de marzo de 1994 hizo 125 años que empezó a publicarse, a razón de dos capítulos por quincena, Veinte mil leguas de viaje submarino2. Mi objetivo, desde la posición de traductor, es señalar ciertos problemas de intelección -y, por tanto, de traducción- de la novela y exponer con algunos ejemplos qué método de trabajo he seguido para resolver tales problemas, consciente de que siempre quedará alguno pendiente. Es obvio que el traductor está obligado a comprender la obra, a aprehenderla hasta en sus más íntimos detalles, es decir: el traductor tiene que desvelar cómo construye su verdad el autor, cómo fabrica éste la realidad de su ficción3.
Hagamos memoria. Las novelas de Verne que forman el ciclo de los Viajes extraordinarios estaban concebidas por su editor Hetzel, “padre” literario de nuestro autor y riguroso cancerbero de su producción, como una suerte de obra recreativo-pedagógica cuyo objetivo era “instruir deleitando”. Desde el primer contrato leonino que Hetzel impuso a Verne, el editor le marcó unas pautas conforme a las cuales la trama de la aventura, del viaje, de la peripecia, se había de fundir con lo didáctico, tiñéndolo además con un ligero tono moral4.
UN OCÉANO DE LIBROS
La trama de Veinte mil leguas arranca en 1866 con la evocación de unos misteriosos sucesos que ocurren en alta mar. Los buques no pueden navegar con seguridad porque, según se cuenta, un monstruo recorre mares y océanos provocando terribles accidentes. Se prepara una expedición para salir a la caza del monstruo, cetáceo o pulpo gigantesco -en los ambientes marineros se hace todo tipo de cábalas sobre la naturaleza de ese ser misterioso-, y en ella participan el profesor Aronnax del Museum de París, su criado Conseil y el arponero Ned Land, canadiense de Quebec5. El resto, imagino que lo recuerda el lector: el monstruo no era tal, sino un ingenio submarino capitaneado por un individuo que vive en una especie de exilio total apartado de la tierra y al que muchos críticos han dado en calificar de anarquista: el capitán Nemo. Acogidos a bordo del Nautilus, nuestros héroes darán la vuelta al mundo bajo las aguas (sin olvidar que en todos los episodios aventureros que ocurren está presente, de alguna manera, el componente científico y pedagógico). Al final, el Nautilus del capitán Nemo parece irse definitivamente a pique con él a bordo, mientras que los otros tres protagonistas consiguen salvarse.
No hay que olvidar, empero, que el puesto central del Nautilus lo ocupa el salón-biblioteca, dotado de unas escotillas por las que los accidentales y forzosos huéspedes del aparato vislumbran las riquezas naturales y tesoros pecuniarios que encierran los océanos. Pero el viaje es, en definitiva y ante todo, el viaje de la biblioteca. Una biblioteca ricamente surtida de mapas, cartas náuticas, periódicos, revistas y volúmenes de todas las disciplinas: ciencia, literatura, historia, geografía, etc. La biblioteca de Nemo pasa a ser condominio intelectual del sabio profesor Aronnax pero, sobre todo, es el trasunto de la manía bibliográfica -y me atrevería a decir bibliófaga- del propio Verne. Paradójicamente, la fauna marina pulula en el exterior del recinto acotado, en las aguas de los sucesivos mares y océanos que surca el Nautilus, pero al mismo tiempo reina a bordo del propio submarino: conservada como especímenes en su museo o bien clasificada y dibujada en los libros del capitán Nemo. Traducir correctamente a Verne exige adentrarse en la biblioteca de Nemo, disfrutar recorriendo sus anaqueles, acomodarse en sus mullidos asientos y leer los mismos libros que Nemo, que es Verne, que es Aronnax. En la biblioteca, encontraremos las respuestas.
TERMINOLOGÍA Y DIFICULTADES DEL TEXTO
El gráfico de arriba, puede servir para ilustrar las categorías de problemas terminológicos y de otro tipo a que se tiene que enfrentar el traductor de Veinte mil leguas de viaje submarino.
Podemos actuar con arreglo a una serie de coordenadas: unas verticales y otras horizontales, que, en el fondo, son complementarias y se cortan entre sí; las horizontales se desarrollan atendiendo al punto de vista del traductor, es decir: a la disponibilidad o no de referencias léxicográficas y eruditas y a los problemas que ello ocasiona; las verticales se aplican atendiendo a los campos temáticos, grosso modo, de expresiones y términos especializados que utiliza Julio Verne y que pertenecen al acervo de la náutica, la biología marina, la mecánica, la química, la física, etc. -estas últimas englobadas aquí como “otras ciencias”-; añado también los nombres propios y una categoría miscelánea que incluye las referencias eruditas y que abarca todo tipo de citas y curiosidades.
Ahora bien, es preciso recordar que existe un factor que perturba el buen funcionamiento del esquema. Me estoy refiriendo a los numerosos lapsus del autor y erratas de las primeras ediciones, que se han perpetuado en otras posteriores y en las traducciones. En este punto, me vienen a la memoria unas palabras de Carlos Barral -marino y escritor-- que él aplicaba a los destrozos ocasionados por la censura en su libro Años de penitencia y que, salvando las distancias, se pueden emplear también en el caso de las erratas y lapsus de las novelas de Verne; decía así, Barral:
«Curiosamente, el texto zurcido para cubrir los desgarros de la censura ha cicatrizado con el tiempo aquellas costuras [ ...]. Más bien, el intento fallido de recomposición del manuscrito ha resultado para mí una lección literaria; la congruencia retórica de un texto, me ha parecido comprender, se consolida con el tiempo. El texto sin memoria se impone al mismo autor tal como lo ha dormido la tipografía, asumiendo quizás, incluso, lo que fueron errores de copia [...]. » 6
A la luz de esta cita, se plantea un dilema, ¿qué hacer con esos errores? Por ejemplo: los nombres propios, cuya ortografía aparece continuamente atropellada u obedece a criterios aleatorios e impenetrables; las incongruencias en determinadas marcaciones geográficas y en la datación de ciertos hechos del relato, etc. A mi juicio, el traductor tiene dos salidas posibles, o bien corrije directamente en la versión, sin indicar nada al lector, o bien respeta el texto consagrado y establecido de Verne y anota a pie de página el término correcto. Estas dos salidas han sido frecuentemente ignoradas por traductores y editores, independientemente del país de la edición o de la lengua de versión; tal vez ello oculta simplemente cierto menosprecio hacia la obra de Verne, que, en muchos círculos literarios, se sigue considerando obra menor. Por citar algún ejemplo, aparecen en la novela los casos del español Íñigo Ortiz de Retes, navegante que participó en expediciones por el Pacífico, que Verne escribe como Juigo Ortez, o del misionero dano-noruego en Groenlandia Poul Egede, que aparece citado como Paul Heggede, o del navegante holandés Dirk Gerritsz, cuyo apellido se convierte en Ghéritk, etc.7; problemas similares plantean las fechas: en alguna ocasión, el lapsus del autor hace que se repita dos veces el mismo día, como el 19 de marzo de 1868 en el Polo Sur; otro tanto ocurre con los puntos cardinales, cuando, en el mismo Polo Sur, se refiere a “boreales” en vez de “australes”8. No hay que olvidar que Verne hace literatura de ficción, pero con esa dimensión pedagógica que ya hemos visto. Creo que es de justicia respetar lo que el autor escribió y la tipografía y el descuido consolidaron en su día, pero también es posible contemplar la novela desde ese punto de vista informativo y anotar a pie de página: éste es un valioso recurso para conciliar ambos extremos.
Entremos, ahora, en el ámbito de los vocablos de especialidad: en cuanto al lenguaje marinero, al cabo de pocas páginas, el traductor habrá elaborado ya su propio glosario, que le será muy útil para llevar a buen puerto la versión. Si aplicamos las coordenadas de las referencias lexicográficas y bibliográficas en general, no es este campo, al menos en la novela que nos ocupa, el que más dificultades provoca; por ejemplo, aparecen con relativa frecuencia términos como roulis et tangage, balanceo y cabeceo del buque; étrave et étambot, roda y codaste; u otros como dunette, toldilla; mát et carne d’artimon, palo mesana y pico de la cangreja, etc. Los relacionados con la navegación a vela se dan principalmente en los primeros capítulos; posteriormente, aparecen otras expresiones relacionadas con la navegación submarina, para lo que Verne transforma y adapta los datos de que ya dispone sobre los ensayos de este medio de locomoción llevados a cabo a lo largo de todo el siglo XIX; en efecto, el Nautilus no se parece demasiado en su aspecto exterior a los submarinos actuales, y es preciso improvisar algunas denominaciones, como: torreta del piloto, fanal, etc. incluyendo, por supuesto, el famoso espolón, ya que el Nautilus, aparato concebido inicialmente para fines pacíficos, carece de torpedos9.
El problema más importante surge en el corte de las coordenadas en el siguiente sentido: dificultad de la terminología relativa a la biología marina y no disponibilidad de fuentes lexicográficas. El traductor debe zanjar sopesando unas hipótesis poco científicas y harto especulativas: primera hipótesis, Verne copiaba a los científicos y naturalistas porque necesitaba rellenar páginas y páginas para cumplir con la cantidad y contenido que exigía su contrato, pero en el fondo le importaba un comino lo que estaba poniendo por escrito; segunda hipótesis, Verne copia, pero al mismo tiempo escoge, pule y poetiza a su manera, intentando dar coherencia geográfica al relato de la aventura con la visión de especies marinas determinadas en hábitats determinados.
A la vista del resto de su obra, considero que la actitud de Verne se aproximaba más a la segunda, aunque estuviese motivada parcialmente por la primera. No son pocos quienes critican la aridez de las largas tiradas biológicas de Verne pero, tras leer un pasaje como el siguiente, no deja de sorprender la magia que encierra:
«Por el suelo abundaban pólipos y equinodermos. Isinos variados; cornularias, que viven aisladas; matas de oculinas vírgenes, designadas antaño con el nombre de “coral blanco”; fungias enhiestas enforma de setas; anémonas, adheridas con su disco muscular y que semijaban un parterre deflores, abigarrado con porpitas que lucían su gargantilla de tentáculos azules; estrellas de mar que convertían la arena en una constelación; asterofitones verrucosos, finos encajes bordados por las manos de las náyades, cuyos festones se dejaban mecer por las suaves ondulaciones que nuestra marcha provocaba. 10»
Nos encontramos ante términos de biología, es cierto, pero se trata de una biología utilizada con una indudable finalidad estética. Hay quien recomienda recitar estos pasajes en voz alta: no dude el lector en hacerlo.
LAS FUENTES
Respecto de sus fuentes, Verne pone las cartas sobre la mesa, y, en esta ocasión, no hace «trampas»: lo deja claro desde el primer capítulo dándonos los nombres de los naturalistas en que se basa. Son: Cuvier, Lacépède, Duméril, de Quatrefages, Buffon, Linneo y, a través de ellos, Aristóteles y Plinio, los naturalistas de la Antigüedad, entre muchos otros. Quienes han leído alguna obra completa de Verne no se extrañarán de este valor de las fuentes, algo que pude comprobar en toda su magnitud al consultar uno de los libros de Lacépède en busca de una especie cuyo nombre no podía hallar por otros medios -y de no haber sido por dicho pasaje, nunca la habría encontrado en ningún glosario-. Me estoy refiriendo a la raya china. Obsérvese atentamente: la primera cita es de Verne, y la segunda es de Lacépède:
«Entre eux ondulaient des raies, comme une nappe abandonnée aux vents, et parmi elles, j’aperçus, à ma grande joie, cette raie chinoise, jaunâtre à sa partie supérieure, rose tendre sous le ventre, et munie de trois aiguillons en arriére de son oeil; espèce rare, et même douteuse au temps de Lacépède, qui ne l’avait jamais vue que dans un recueil de dessins japonais. »
«La collection d’histoire naturelle que renfermoit le Muséum de La Haye [...] comprend un recueil de dessins en couleurs exécutées a la Chine [...]. La raie chinoise est d’un brun jaunâtre par-dessus, et d’une couleur de rose faible par- dessous. [...] On voit trois piquans derrière chaque oeil. [...]» 11.
Bien, pero ¿qué es una raya china? La respuesta “definitiva” nos la da otro sabio, el barón de Cuvier, quien, con un desdén absoluto por su colega, declara lo siguiente: «fa raie chinoise [...] autant qu’on en peut juger par une figure chinoise, se rapproche plutôt des torpilles.» 12: o sea, que se trata de una raya tembladera, tremielga o torpedo.
Mi sugerencia es que el traductor acuda, en casos como éste, a los naturalistas para intentar recuperar exactamente lo que Verne nos quiere mostrar y lo que están, por decirlo así, viendo sus personajes. En muchas versiones se tiende ora a eliminar o aligerar la versión de terminología relacionada con la biología marina, ora a dar soluciones fáciles: es decir, a traducir literalmente. A veces, como en este caso, se puede acertar, porque el dato es lo suficientemente fantástico, pero en numerosas ocasiones el lector está leyendo algo que, simplemente, no tiene sentido. El dato de la raya china me sirvió para profundizar en las comparaciones entre Lacépède y Verne y a aplicarlo, si me permiten la expresión, a gran escala: en cuanto a peces, pocas veces ha fallado.
OTRAS DIFICULTADES DE TRADUCCIÓN SOLUCIONADAS POR LAS FUENTES
Pasemos a ver otro ejemplo similar: el Nautilus atraviesa aguas del Atlántico, frente a la desembocadura del Amazonas, y el profesor Aronnax identifica unos “pétromizons-pricka” 13. En una versión española se lee “los petromizones”, y se omite “pricka”. En una versión catalana aparece petromizons pricka. En una versión norteamericana figura petromyzons-pricka. Sí acierta, parcialmente al menos, una versión alemana con el término Neunaugen (más correctamente es Flußpricke o Flußneunaugen). ¿Les dice esto algo? Seguramente, no. Existe en francés la palabra pétromizon, pero, ¿y pricka? ¿Cómo y de dónde obtuvo Verne el dato? Lacépède fue un notable naturalista de finales del XVIII y principios del XIX, bastante experto en ictiología, pero amigo también de exagerar taxonómicamente las especies conocidas. Esta especie a que se refiere aquí tiene una sonoridad exótica que debió encantar a Verne y, además, puesto que en el capítulo XVII habla de la desembocadura del Amazonas, le venía como anillo al dedo para colocarla: se trata simplemente del nombre de la familia, que debe traducirse más correctamente por petromizóntido, y de la palabra pricka atestiguada en alemán y en neerlandés para designar un tipo de “lamprea”. Es decir: si tras consultar a Lacépède contrastamos el dato con los del barón de Cuvier, obtendremos que se está hablando aquí, en realidad, de la Lampetra fluviatilis, la “lamprea de río” en español, y no del otro petromizóntido más famoso, el Petromyzon marinus, simplemente “lamprea”. ¿Pero como respetar en la traducción la sonoridad que Verne quiere en el original? Me parece que es menester, entonces, como propugna Peter Newmark14 recurrir a un doblete, couplet, o una glosa, traduciendo así: “las lampreas de río, unos petromizóntidos que...” De ese modo, traducimos correctamente en español y respetamos formalmente el original.
Y así, podríamos seguir ad líbitum, pero voy a cerrar este capítulo -que nos seguiría dando que hablar si entrásemos en la malacología o en la ficología- con tres palabras que no encontrarán nunca en diccionarios ni glosarios: molubar, plumier, bosquien. En las versiones que he cotejado, aparecen tal cual o se omiten, o se llega a traducir plumier por “plumero”. Sin embargo, volviendo a Lacépède y pese a que sus libros no tienen índices analíticos, se da uno cuenta de que el problema es simple, o bien son erratas -como molubar, que debería leerse mobular, el nombre que se da en el Caribe a otro tipo de raya- o bien como plumier, que no tiene nada que ver con “plumero”, el nombre obedece al apellido de un ilustre viajero francés que identificó a esta especie de góbido; por último, bosquien, es, a su vez, un adjetivo derivado del apellido de otro viajero: Bosc, aplicado a una babosa marina o blénido 15.
EL LASCAR
No quisiera concluir sin mencionar una dificultad de traducción en la que casi todas las coordenadas del gráfico tienen algo que ver. Es un asunto que a mí no deja de recordarme el verso del célebre poema de Seferis El rey de Ásine: “μόvο μιά λέξη στήv Ί λιάδα κι έκείvη άβέβαιη” 16. Me estoy refiriendo a un personaje que aparece designado con el sustantivo “lascar”. El fragmento en que aparece este término corresponde a uno de esos excursus del autor con los que inserta en su relato la narración de un hecho que remite a otro o está entreverado con éste, y así sucesivamente. La trama es la siguiente: el capitán Nemo, como el propio Verne, está fascinado por el trágico destino del navegante francés Lapérouse. En un momento dado, Nemo pregunta a Aronnax qué es lo que se sabe en Francia acerca de la fallida vuelta al mundo de Lapérouse y de la desaparición de éste, de su tripulación y de los buques La Boussole y L’Astrolabe. Aronnax se lo relata en una historia que se bifurca por dos derroteros: la búsqueda de la expedición de Lapérouse por parte de Peter Dillon, un marino inglés, y por parte de Dumont d’Urville, un marino francés. Ambos llegan a la misma conclusión, pero por vías diferentes, y, además, Dillon lo averigua antes que Dumont d’Urville: la expedición de Lapérouse naufragó y quedaron muy pocos supervivientes en aguas de Vanikoro, una isla del Pacífico que en las antiguas cartas náuticas se conocía con el nombre de Malicolo o Manicolo.
Bien, ¿y el lascar? Este personaje es la clave de toda la historia del hallazgo, porque no se trata de un anagrama del vocablo inglés “rasca!”, es decir: perillán, sinvergüenza, rufián, que curiosamente es uno de los significados de esta palabra inglesa y de aquella palabra francesa. El lascar tampoco es un indígena de Vanikoro, como figura en alguna versión. Y, por supuesto, tampoco podemos traducir lascar a secas, sin anotar, ya que en español es un verbo que significa “aflojar o arriar muy poco a poco un cabo en un buque”. Se trata de la otra acepción del vocablo en francés: “marinero del Este de la India”, palabra presumiblemente introducida a partir del portugués o inglés, que la tomaron del urdu lashkar "soldado" y éste a su vez del persa, lengua en que significa "ejército".
Pero, ¿cómo puede saber el traductor lo que es ese término a ciencia cierta? Repito: la respuesta está en la biblioteca del Nautilus. Basta con leer el relato de Dillon. Dillon reconoce al marinero indio que les vende la empuñadura de la espada de Jean-François Galaup de Lapérouse porque juntos, Dillon y ese marinero indio, se habían escapado de una matanza años atrás en otra isla del Pacífico. El propio Dillon había hecho desembarcar al marinero indio en Tikopia, una isla cercana a Vanikoro, junto con un personaje prusiano, Martin Buschart -y aquí Verne sí transforma la historia y menciona sólo a un “desertor”-, y con la mujer de éste que estaba encinta. Acompañado, ahora, del marinero indio y de Buschart, Dillon convencerá a los indígenas de Tikopia de que le lleven a Vanikoro, donde descubrirá los restos del naufragio de Lapérouse 17.
Verne no aclara quién es el marinero indio pero insinúa algo: Dillon es un viejo lobo de mar, un navegante curtido y avezado a las aguas del Índico y del Pacífico, ¿cómo no sospechar? Y es que la clave para entender a Verne la resume muy bien el filósofo francés Michel Serres:
« Les Voyages extraordinaires sont et constituent notre Odyssée, pour enfants et grandes personnes, comme autrefais. Ils constituent des cercles de cercles, une multiplicité de cartes où l’on se perd, par avance et recul, où on lève une cartographie. Ces voyages parlent de la terre, de l’histoire, du savoir, du mythe, que sais-je, encore comme Homère. Dès lors, pour en parler, il faut se faire Pénélope. Il faut refaire la tapisserie, il faut nouer et dénouer les noeuds, il faut passer le fil, il faut attacher le bout libre et défaire le bout fixé, il faut croisser les couleurs et ceci indéfiniment. Voyages à travers une pluralité d’espaces, voyages par une multiplicité exfoliée de cartes. Il faut se perdre d’espace en espace, de cercle en cercle, de mappemonde en mappemonde. Au hasard, sur lefil, par la chaine et par la trame.» 18
La empuñadura de la espada de Lapérouse se puede contemplar en el Museo de la Marina francés, en el Trocadero de París. En cuanto al lascar, no puedo saber si aquel marinero indio, posiblemente de casta paria, como indica el diccionario Littré, sería un bribón o no, lo que sí puedo decir es que queda constancia de su nombre: se llamaba Joe.
RECIBIDO EN NOVIEMBRE DE 1996
1 Con motivo de las I Jornadas Internacionales de Traducción e Interpretación: tendencias actuales, celebradas en febrero de 1994 en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, presenté una comunicación con el título “Veinte mil voces del mundo submarino: niveles terminológicos y dificultades del relato verniano”. El contenido de este artículo coincide, salvo algunos retoques, con el de aquella comunicación.
2 Tomo como base la edición de Veinte mil leguas de viaje submarino publicada en 1870 con el título Vingt mille lieues sous les mers. Tour du monde sous-marin, en la colección Hetzel de Voyages extraordinaires. La novela abarca en la edición citada 436 páginas, en formato in quarto. Nuestra versión: Veinte mil leguas de viaje submarino, ed. Anaya, col. Tus libros nº 137, Madrid, 1995, 557 págs.
3 Sobre la construcción de la verdad en Verne, cf la obra de Simone Vieme,]ules Verne. Mythe et modernité, Presses Universitaires de France, París, 1989, 173 págs.
4 Verne había firmado un contrato con Pierre-]ules Hetzel el 23 de octubre de 1862 por el que se comprometía a escribir dos volúmenes al año.
5 Los principales nombres propios de la novela tienen también una base real: el profesor Aronnax, de cuyo nombre no he podido todavía averiguar gran cosa, aunque en círculos vernianos se apunta a que se trata de un anagrama; Conseil, el nombre de su criado, era en realidad el apellido de un amigo de Jules Verne, un ingeniero que había estado experimentando con aparatos sumergibles; Ned Land, el arponero canadiense, debe probablemente su nombre a una mezcla entre el Ned Myers de James Fenimore Cooper, escritor americano admirado y leído por Verne y más conocido por El último mohicano y, paradójicamente para una novela de ambiente marítimo, a la palabra inglesa Land, tierra; de hecho Ned es el más remiso a permanecer a bordo. El capitán Nemo no nos revelará su nombre hasta otra novela, La isla misteriosa, en la que vuelve a aparecer cuando todo el mundo le creía muerto, pero su nombre es claramente un guiño al Οΰτιs homérico (Nadie, Nemo en latín) de la Odisea, con el que Ulises se autodenomina en la gruta de Polifemo (cf. Odisea, IX, 366). El Nautilus, el famoso submarino, es un juego entre uno de los nombres de un molusco al que Verne le dedica un buen fragmento (ob. cit. pág. 207 y ss.; nuestra versión, ob. cit., II parte, cap. I, pág. 237 y ss.), también conocido con el nombre de argonauta, y el primer sumergible idea do por Robert Fulton, que se llamaba así.
6 Cf. Carlos Barral, Años de penitencia, Tusquets, 4ª ed., 1990, pág. 66.
7 Cf. respectivamente los capítulos XX (I parte), I (I parte) y XIV (II parte).
8 Cf. capítulos XIII y XIV (II parte).
9 Quede constancia de mi gratitud a Íñigo Valverde, traductor de Verne y gran conocedor del lenguaje marinero, que me ha ayudado y me sigue ayudando frecuentemente a resolver este tipo de problemas de navegación.
10 «Polypes et échinodermes abondaient sur le sol. Les isis variées, les cornulaires qui vivent isolément, des touffes d’oculines vierges, désignées autrefois sous le nom de “corail blanc·, les fongies hérissées en forme de champignons, les anémones adhérant par leur disque musculaire, figuraient un parterre de fleurs, émaillé de porpites parées dé leur collerette de tentacules azurés, d’étoiles de mer qui constellaient le sable, et d’astérophytons verruqueux,fines dentelles brodées par la main des naïades, dont les festons se balançaient aux faibles ondulations provoquées par notre marche.» (ob. cit., págs. 123-124; nuestra versión: ob. cit. pág. 145)
11 Cf. J. Verne, ob. cit. pág. 108 y É. de la Ville, conde de Lacépède, CEuvres du comte de Lacépède, contenant l’histoire naturelle des quadrupèdes ovipares, des poissons et des cétacés, París, P. Duménil, 1836, III vols. (cf. vol. I, pág. 437
12 Cf. George de Cuvier, Le règne animal, Bruselas, Louis Hauman, 1836, III vols. (cf. vol. I, pág. 603).
13 Cf. J. Verne, ob. cit., II parte, capítulo XVII.
14 Cf. Peter Newmark, A Textbook of Translation, Londres, Prentice Hall, 6ª ed. 1988, págs. 90-93.
15 Cf. J. Verne, ob. cit., II parte, cap. XVII.
16 Cf. Yorgos Sefceris, «Ό βασιλιάs τηs Άσίvης»,
Ποιήματα, Atenas, Íkaros, 15ª ed., 1985, págs. 185-187, verso 15: «Sólo una palabra en la Iliada, y aun incierta», que, a su vez, remite a Iliada, II, 560.
17 Cf. Peter Dillon, Narrative of the Discovery of the Fate of La Pérouse, Londres, Hurst, Chance & Co., 1829, II vols. (cf. tomo I, pág. 36 y ss.)
18 Cf. Michel Serres,Jouvences sur Jules Verne, Les éditions de minuit, París, 1974 (reimpr. 1991), pág. 150.