«Sicilia Litterata»: traducción y conflicto civil catalán (1462-72)

Pere Bescós Prat

Universitat Pompeu Fabra

La traducción tardo-medieval subordina la intención del original a la del traductor y contexto que recibe el texto. Así, traducir la obra de Leonardo Bruni que narra la primera guerra púnica en Sicilia puede servir, como veremos, para demostrar un conocimiento profundo de la isla. La demostración de este conocimiento, de naturaleza técnica o geográfica, puede promover adecuadamente la carrera del traductor, si la traducción circula por los circuitos apropiados. En el artículo se muestra como el traductor catalán Francesc Alegre modifica ciertos aspectos del texto de Bruni Commentarii tres de primo bello Punico (1418-19), especialmente, su intención: narrar la primera guerra púnica desde un prisma romano. El contexto de la traducción de Alegre es el delicado final de la guerra civil catalana (1462-72).

palabras clave: historia de la traducción, Sicilia, Leonardo Bruni, Francesc Alegre.

Sicilia litterata: Translation during the Catalan Civil War (1462-72)

Late medieval translations subordinate the intention of the original to the intention of the translator and the context for the text. Thus, translating the work of Leonardo Bruni about the First Punic War in Sicily can be useful to demonstrate a thorough knowledge of the island. The demonstration of technical and geographical knowledge of Sicily is used to promote the career of the translator. The article shows how Francesc Alegre subordinates to his interests the original intention of Bruni’s Commentarii tres de primo bello Punico (1418-1419): to narrate the first Punic war from a Roman prism. The context for the Catalan translation is the delicate ending episode of the Catalan civil war (1462-1472).

key words: History of translation, Sicily, Leonardo Bruni, Francesc Alegre

(a) Introducción

La traducción tardomedieval, como la de cualquier otro período, no es una práctica lingüística aislada de otras manifestaciones lingüísticas, ni está desvinculada de las teorías, más o menos conscientes, sobre el lenguaje que imperan en un determinado período histórico. En la época que ocupa la traducción de este estudio, finales del siglo XV, es habitual que el traductor subordine la intención del original a la suya y al contexto que recibe el texto (Gómez Moreno, 1994 y González Rolán, 2000).

El marco teórico del ejercicio de la traducción, ya desde la Antigüedad clásica, fueron los estudios de retórica, en cualquiera de sus muchas manifestaciones. A grandes rasgos, en el siglo XV, en las culturas mediterráneas, encontramos tres tipos de traducción en función de la tipología textual (texto religioso, profano o antiguo), y sobretodo según el idioma traducido y al cual se traducía. Así: a del latín a los vulgares respectivos, b entre lenguas romances, y cla traducción de diversas lenguas al latín, lengua de transmisión de la cultura.

El tipo a se venía practicando fundamentalmente en la traducción de textos sagrados y era una traducción siguiendo minuciosamente la literalidad. Se conoce también como traducción vertical, porque ponía a niveles distintos el texto de partida, superior, y el de llegada, inferior. Por otro lado, el tipo b, la traducción entre lenguas romances, también llamada intralingual por la discontinua consciencia de cambio de idioma en el traductor en según qué casos, procedía sin ningún otro interés que el de recoger el sentido que contenía el texto original, lo que redundaba en una deformación sustancial del texto. Esta dicotomía entre verbo y sentido, más bien rígida a lo largo de la Edad Media, se complementaba con el tipo c, traducción de otra lengua al latín.

Es en este tipo c donde se produjo el punto de innovación máximo y la aportación teórica más importante en el siglo XV, específicamente, a raíz de la necesidad de traducir al latín obras clásicas helénicas. Esta innovación vino de la mano del canciller florentino Leonardo Bruni, quien, siguiendo un modelo básicamente ciceroniano que daba mucha importancia a la retórica, y teorizando in extenso los preceptos de Coluccio Salutati y Manuel Crisoloras sobre el estudio del griego, llevó a la práctica y teorizó sobre el mejor modo de trasladar al latín textos, o modelos, del griego clásico. Lo hizo en su tratado Sobre la buena traducción De interpretatione recta (1421).

En esta obra, por ejemplo, Bruni introdujo el sentido actual del verbo traducir en distintas lenguas romances, sentido que añadió al del verbo latín traducere (‘conducir de un sitio a otro’). El matiz se añadió pensando en una traducción sustitutiva de modelos griegos por nuevos modelos en latín, de la misma calidad, a fin de convertir a la lengua de Roma no solo el conocimiento heleno, sino a la vez su significado, forma y estilo. Es un ejercicio parecido al que se practicó en su tiempo en la Roma antigua, que tradujo y adaptó del griego su literatura. Pero esta nueva Romanitas florentina del siglo XV, a diferencia de la Roma antigua, es mayoritariamente desconocedora del griego antiguo, y, a diferencia de aquella, depende de las traducciones latinas para acceder a esos textos (Serés, 1997: 29).

Este nuevo matiz del verbo traducere quiere indicar una ‘conducción sustitutiva de un modelo griego por un modelo romano’, hecho que, a nivel retórico, se concreta en una traducción ad sententiam (según el significado), y ya no ad sensum (siguiendo el sentido) o ad verbum (según las palabras), dicotomía que más o menos funcionó durante toda la edad media para los tipos (b) y (a), respectivamente. El objetivo es traducir los textos en su integridad y, en muchos casos, en palabras del propio Bruni, «declinare absurditatem» en muchas traducciones.1

Así pues, en la traducción ad sententiam el texto de partida es entendido como una unidad inseparable de contenido o doctrina rerum (‘sentido de los conceptos’) y forma o ornatus (‘estilo del texto’). Esta unidad confiere al texto un significado muy concreto, que debe recoger la traducción, hecho que obliga a conservar en la traducción el estilo del texto de partida, así como adaptar su significación histórica en el texto de llegada. De hecho, este tipo de traducción pretende igualar el texto de partida con el de llegada, eliminando la traducción vertical, según la cual el texto importante, el que tiene auctoritas, es el de partida. Resulta, pues, un traductor contrastado quien conserva con rectitud el ornatus y la doctrina rerum en el texto de llegada.

Como se ha comentado, este argumento se recoge de la retórica antigua y Cicerón, pero como la Florencia del XV no es la Roma bilingüe del siglo I a. C., el ejercicio en la práctica no alcanzó la misma importancia que en la teoría (Serés, 1997: 28). Es por ello que lo que acabó operando en realidad fue una cierta idealización de un modo de proceder, que conllevó una divergencia insalvable entre teoría y praxis. Si bien la teoría bruniana se comprendía y aceptaba, en la práctica no se aplicaba, especialmente en relación a alejarse del verbum o literalidad, cosa que sucedió en contadas ocasiones, pues la literalidad sigue siendo sinónimo de fidelidad al texto antiguo, y a esto se aferra, sin ir más lejos, el propio Bruni en algunas de sus traducciones. Este hecho retorna el centro de atención y énfasis al texto de partida (Serés, 1997: 39).

Estas innovaciones teóricas, y en menor medida prácticas, sobre el estilo y la historicidad del texto, poco a poco van introduciéndose también en la traducción a (y entre) lenguas romances. Esto provoca la renovación del catálogo de traducciones en romance y la duplicación de textos, menospreciando las traducciones de períodos anteriores, que son, en cierta medida, criticadas. En el siglo XV el fenómeno de las dobles traducciones o correcciones de textos anteriores es abundante, pues las innovaciones han ido aceptándose y los gustos estéticos cambiando, al igual que el público lector, que también se ha visto ampliado. Este nuevo grupo de lectores, fundamentalmente de clase burguesa, provoca también que el siglo XV sea el primer siglo de traducción intensiva a título individual en toda Europa. Afloran nombres de traductores en todos los países y lenguas, por ejemplo, en castellano, Enrique de Villena, Alfonso de Palencia o Alfonso de Cartagena; o, en catalán, Ferran Valentí, Francesc Alegre o Jordi de Sant Jordi.

El texto La primera guerra púnica, publicado por Francesc Alegre en 1472, responde fundamentalmente a una traducción entre lenguas romances, a partir de la traducción italiana de los Commentarii de Leonardo Bruni, originalmente en latín. Aun así, como traducción representativa de este período, introduce ciertas innovaciones brunianas, pues en ella encontramos el primer testimonio en catalán del verbo traduhir, a partir del nuevo sentido asignado por Bruni.2 Además, Francesc Alegre, si bien no demuestra una preocupación muy clara en este texto del estilo del original (de hecho no traduce del original de Bruni, sino de su traducción italiana), sí lo hace en su traducción posterior, el Ovidi de Transformacions, una traducción de las Metamorfosis de Ovidio, donde teoriza de modo amplio entorno al mejor modo de integrar en la traducción a una lengua romance los preceptos e innovaciones apuntadas para la traducción del griego al latín (Bescós Prat, 2011).

(b) El conflicto civil catalán (1462-72)

Francesc Alegre de Llobera (ca. 1450 - 1508) fue un ciudadano rentista barcelonés que pasó su infancia y juventud en Palermo, donde su familia realizaba importantes negocios marítimos (Del Treppo, 1976). La familia Alegre se dedicaba al comercio marítimo entre el Mediterráneo oriental y el occidental, cubriendo la ruta Palermo, Cagliari, Mallorca y Barcelona. Por ello, tenía residencia en estas plazas, si bien dominaba la actividad mercantil sobre todo en origen y final de ruta. En Palermo, Francesc Alegre estudió con Iacobo dela Mirambella, profesor de griego que tuvo, entre otros discípulos, al humanista siciliano Lucio Marineo Sículo (Torró, 1994).

El contexto histórico de la traducción es el último y agonizante periodo de la guerra civil catalana (1462-72), durante el asedio a la ciudad de Barcelona (1471-72), por tierra por las tropas de Juan II de Aragón (1425-79), y por mar por parte de su hijo Fernando (1452-1516), luego II de Aragón, y V de Castilla cuando contrajo matrimonio con Isabel I La Católica. El conflicto civil catalán enfrentó, pues, a la monarquía aragonesa de los Trastámaras con las instituciones catalanas. Durante los reinados precedentes, la monarquía había cedido poder al Consell de Cent y a la Generalitat, órganos de gobierno municipal y del Principado. Esto generó tensiones, que se vieron aumentadas con la crisis de principios de siglo XV. Esto desembocó en una contienda entre ambos bandos y el posterior asedio de Barcelona, donde resistían los partidarios de la causa municipal (Sobrequés, 1973 y Batlle, 1973).

La situación de la familia Alegre en este conflicto fue muy delicada, pues el padre de Alegre, de nombre también Francesc, patriarca de la familia, fue favorable a Juan II, pero mantenía buenos contactos, familiares en muchos casos, con el bando municipal. Los órganos de gobierno en Barcelona eran controlados por mercaderes, ciudadanos, artesanos y menestrales, y Alegre ‘padre’ participó en sus decisiones activamente, como muestran los archivos (Torró, 1994: 240 y Bescós Prat, 2013). Muchos mercaderes, especialmente los que tenían intereses en territorios de la Corona más neutrales al conflicto, como era el caso, se vieron forzados a jugar a dos bandas, motivo que los dejaba en una situación comprometida. En esta situación, Francesc ‘padre’, junto a su tío y socio Guillem Alegre, síndico y hombre influyente en Mallorca (ibídem), aun formando parte del gobierno municipal, fueron partidarios, como otros miembros de la oligarquía barcelonesa, del fin de las hostilidades y de la rendición de la ciudad y del Principado a los Trastámara. Entendieron que esa postura era la que más les convenía.

En este contexto, asoma una primera intención de la traducción, la de incidir directamente en los protagonistas de la contienda y del asedio a la ciudad de Barcelona (Bescós Prat, 2013). El destinatario de la traducción es un partidario acérrimo de la causa de la Generalitat, y cuñado del traductor, el noble caballero barcelonés Antoni Lluís de Vilatorta, casado con su hermana Violant (Quer, 1988; Torró, 1994; especialmente, Bescós Prat, 2013). En el prefacio de su traducción, Alegre aconseja a su cuñado seguir el ejemplo de prudencia que mostraron los generales de la Antigüedad y deponer las armas. Esta parece ser la utilidad del texto, según lo expone en su prefacio (Bescós Prat, 2013): «pensando que sería de gran utilidad no solo para vos, sino también para todos nuestros coetáneos, quienes, ignorantes de la lengua latina, no leen dicho libro».3

Pero además de esta primera intención, a su vez, el texto también sirve como carta de presentación. La familia Alegre ha pasado gran parte del conflicto en Sicilia, y con el texto dejan entrever que los Alegre, más neutrales, pueden ser consejeros influyentes después de la guerra, hecho que confirman los restos de archivo (Torró, 1994). Además, se presentan como promotores de territorios como Sicilia. Los Alegre saben que una vez finiquitado el asedio, Juan II necesitará en Barcelona, y también en Sicilia, hombres en los que pueda confiar (Bescós Prat, 2011). El futuro consulado palermitano de Alegre, así como la dedicatoria de las Transformacions a la hija de Fernando II podrían indicar un acercamiento a la política monárquica en este sentido. El tío Guillem era síndico en Mallorca, y Francesc fue cónsul en Palermo posteriormente. Así, los Alegre jugaron a dos bandas, moviéndose entre los nuevos intereses monárquicos y las antiguas alianzas municipales, que tan suculentos réditos les habían proporcionado. Los partidarios de la Generalitat, pues, entre los que se halla el cuñado destinatario, deben tomar ejemplo de los generales romanos, comportarse como «auténticos caballeros» y reconocer que la guerra está ya decidida a favor del rey (Bescós Prat, 2013). La capitulación de Barcelona, conocida como Capitulación de Pedralbes, se produce tan solo unos meses después de la publicación de la traducción, en octubre de 1472.

Un tercer factor incide en la traducción del texto. Alegre, vestido con la autoridad de Bruni para narrar las guerras púnicas en Sicilia, trae al catalán un texto que ha visto en italiano su edición prínceps tan solo un año antes, el 1471 en Venecia. Abanderado, pues, de esta modernidad, pretende demostrar su conocimiento de las últimas novedades italianas y postularse como activo renovado e imprescindible para la Corona.4

(C) Sicilia Litterata

La narración contenida en los Commentarii tres de Primo bello Punico constaba en las décadas de Tito Livio, pero como estas no se conservaron completas, se mantenía una laguna respecto al conflicto romano-cartaginés que solo podía ser resuelta recurriendo al historiador griego Polibio. Esto, como es sabido, no satisfacía en absoluto a los historiógrafos humanistas italianos, como el propio Bruni recuerda en el prólogo de este texto.

A través de Bruni, Alegre demuestra que su proyección cultural y su auctoritas, en realidad la de Bruni, están à la page de los últimos movimientos italianos. En la Corona de Aragón del siglo XV, gracias al Reino de Nápoles y a los contactos más que frecuentes entre las dos penínsulas, contamos con autores que entienden y hacen suyos, en sentido estricto, postulados e ideas del humanismo italiano (Tate, 1976). A mediados del siglo XV, encontramos a Ferran Valentí, discípulo de Bruni en Italia (Morató, 1959, Bescós Prat, 2007 y Bacardí-Godayol, 2011), con una visión aún limitada del movimiento. En el último cuarto del siglo XV encontramos el grupo de Joan Margarit (Tate, 1976), Jeroni Pau (Vilallonga, 1986) o Pere Miquel Carbonell (Batllori, 1983), quienes comprendieron perfectamente las líneas maestras del movimiento italiano, aunque solo las llegaron a difundir en la Corona entre una minoría de literatos, no pudiendo hablar plenamente de movimiento ni en el ámbito catalán (Badia, 1996), ni en el peninsular (Coroleu, 1998). La obra Barcino de Jeroni Pau, dedicada a Barcelona, o la Crònica o història dEspanya de Pere Miquel Carbonell son buen ejemplo de esta adaptación de la nueva historiografía en el ámbito catalán, con el objetivo de legitimar y relacionar un territorio con la civilización romana, el mismo objetivo que Bruni al escribir sus Commentarii.

Un texto sobre Sicilia en catalán vincula un territorio comercial importante con una cultura, la del texto de llegada. La fama que aporta el original a la isla de Sicilia y que, por ende, refleja también su traducción en catalán, quizás pueda rememorar en el destinatario y en otros partidarios de la causa barcelonesa tiempos más leales a la causa monárquica, sobre todo bajo reyes anteriores, por ejemplo, Alfonso el Magnánimo (Hillgarth, 1980). Ciertamente, el abuelo del caballero Vilatorta, y tantos otros oligarcas, habían luchado a favor del rey contra los turcos en la década de 1450 (Bescós Prat, 2013).

El objetivo de la traducción catalana, como veremos acto seguido, es ensalzar la isla, creando en el imaginario colectivo barcelonés, —también entre el apegado a la causa municipal, recordemos que el Príncipe de Viana quería establecer una corte en Sicilia—, la imagen poderosa de una Sicilia más avanzada, no solo con más «pedigrí» histórico. En resumen, Alegre pretende difundir entre sus coetáneos la imagen, o el reflejo, de una Sicilia Litterata, una isla dinámica, de próspera actividad comercial y culturalmente muy importante, hecho que puede rememorar la posibilidad que la isla vuelva a traer prosperidad a la oligarquía de Barcelona.

En primer lugar, en La primera guerra púnica, especialmente en los puntos donde se traducen las descripciones geográficas de Sicilia, en el séptimo capítulo del libro primero (ff. 15v-18v del manuscrito de la Hispanic Society HS387/4327), Alegre no duda en demostrar un conocimiento preciso y de primera mano del tema, ni duda en añadir su valoración personal, siempre positiva, modificando algunos aspectos del original. El barcelonés, que no traduce de la versión italiana de Pier Candido Decembrio conservada en la Biblioteca Nacional de España (ms. 10301), sino de un texto cercano a la edición prínceps italiana de 1471 (Bescós Prat, 2011), pretende demostrar que conoce mejor que nadie la historia y la geografía de Sicilia. Así, tantas veces como el original italiano se refiere al Stretto di Messina, él lo traduce por lo Phar, nombre popular y aun actual de dicho estrecho (1.7); o introduce con frecuencia su opinión positiva sobre los habitantes de la isla: Agrigento, según Alegre, es una ciudad plena de bona gent, mientras que para Bruni es, simplemente, capace di genti (1.4). También elimina explicaciones etimológicas de topónimos, seguramente lejanas al receptor, y en su lugar da un segundo topónimo, más coloquial: así, donde el italiano da la razón etimológica de una de las puntas de la isla, el promontorio Paquino, così dicto per la grosseccia de laria che in quelli luoghi regna, en la traducción es Paquino, altrament Capo Passer (1.7), obviando la descripción del italiano y añadiendo de nuevo conocimientos personales. También recrea la historia según sus referentes, eliminando a los Lestrigones como compañeros de los Cíclopes cuando se refiere a los primeros habitantes de la isla (1.7).

Además, Francesc Alegre también subordina la traducción de los topónimos de la isla de Sicilia, donde sucede la acción de los Commentarii, con el objetivo de dar a conocer su familiaridad con dicha isla. En este sentido traduce sin vacilación alguna estos topónimos, de modo perfecto y completísimo. A modo de ejemplo confeccionamos su lista, dando en primer lugar el nombre que usa Alegre, seguido de su equivalente actual regularizado en catalán. Como se observa, la variación es mínima: Accra-Acres, Araclia-Eraclia-Heraclea Minoa, Brandis-Bríndisi, Camerina-Camarina, Casmena-Casmenes, Catània-Catània, Çancla-Zancle, Egusa-Ègades, Entna-Enna, Elinos-Elimis, Erbezo-Erbessus, Èrice-Èrice, Gergent-Agrigent, Himera-Himera, Ipana-Hippana (no Ippona-Hipona, en África), Lalicata-Licata, Lantí o Lentí-Lentini, Lilibeo-Lilibeu, Lindis-Lindis, Liper-Lipari, Longano-Longanos, Màgara-Mègara Hiblea, mebètides-milètides, Mecina-Messina, Mitístrato-Mitístraton, Macella/Musela-Macellaro, Naxo-Naxos, Panormus-Palerm, Pantagio-Porcaria, Paquino-Pachynus, Peloro-Peloro, Rígols-Règium, Rímino-Rímini, Saragoça-Siracusa, sicans-sicanos, síclops-cíclops, sículos-sículs, Tapso-Tapsos, Tauromina-Taormina, Teòclite-Tèocles, Tindar-Tindaris, Toro-Toro, Tràpena-Drèpanum y Trinàtria-Trinàcia. La precisión léxica de Alegre no parece fruto solamente de su labor como traductor, pues en la traducción de la toponimia del norte de Italia en el libro tercero de La primera guerra púnica, presenta muchísima más vacilación. Así pues, hay una capacidad de recrear correctamente los topónimos sicilianos, quizás con este interés de mostrar su familiaridad con la isla.

Conclusión

La traducción La primera guerra púnica de Alegre responde a un contexto de traducción como proceso de articulación de un discurso político, con la intención de renovar la percepción que la élite barcelonesa tiene de los territorios de su Corona, vagamente influenciado por las innovaciones técnicas de la traducción en el siglo XV. Su proceder sitúa a Alegre en un uso moderno y cívico de la traducción historiográfica y de las versiones historiográficas, con una utilitas política, quizás en paralelo a las Cròniques dEspanya de Pere Miquel Carbonell (Batllori, 1983), de los Paralipomena del cardenal Joan Margarit (Tate, 1976), o de la epístola Quibus elementis Barcinona scribatur de Jeroni Pau (Vilallonga, 1986), obras todas ellas también de finales de siglo XV. El gran referente Leonardo Bruni es el autor traducido, ensayando la escritura historiográfica mediante la traducción de un texto suyo e introduciendo en catalán cuantas novedades contenga el texto original. La literatura permite, de un modo efectivo y no excesivamente costoso, la difusión en catalán de la imagen de Sicilia que al traductor le conviene dar.

Recibido en noviembre de 2014

Aceptado en febrero de 2015

Versión final de noviembre de 2015

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1 Los errores son frecuentes. El propio Bruni da una lista. Véase Round, 1993: 36.

2 En este prefacio aparece documentado por primer vez en catalán el neologismo traduhir (Colon, 2003), en el sentido de trasladar de una lengua a otra (Bescós, 2013: Pref. traduhís, traduhit). Recordemos que la acepción del verbo traducere en el sentido de «traducir un texto» se debe a Bruni y que se contrapone al medieval transferre (transferir), indicando con el cambio terminológico no solo un cambio externo, sino a su vez un cambio en la metodología traductora (Folena, 1994), expuesta toda ella por Bruni en su De interpretatione recta. No es casual que, precisamente, en la traducción catalana de un texto del italiano con pretensiones de estar a la última aparezca, por primera vez, este neologismo, novedoso en 1472.

3 «Pensant gran servici fer no sol a vós, mes a tota aquella nostrada multitud, qui la latina lengua ignorant, dit libre legir cessa» (Bescós, 2013: § 1).

4 Alegre se muestra novedoso en la elección del original, pues un texto de Bruni representa una novedad per se en la Península. Si echamos un vistazo al inventario de Madurell-Rubió (1955) en las bibliotecas barcelonesas de la segunda mitad del siglo XV, no encontramos muchas obras del italiano y todas ellas son de finales de siglo. Mateu de Montcada tiene una copia del Isagogicon en 1485 (Madurell-Rubió, 1955: 67), obra difundida por la copia que Bruni envió a Juan II de Castilla; unos pocos notarios y juristas tienen también obras sin especificar: F. Matheu en 1500 (Madurell-Rubió, 1955: p. 317) y Lluís Llull (Madurell-Rubió, 1955: 225, n. 32); religiosos, como el Cardenal Margarit en 1509 (Madurell-Rubió, 1955: 417) o Miquel Casademunt (Madurell-Rubió, 1955: 585), beneficiado de la Seu en 1518, ambos con una traducción bruniana de Aristóteles. Y representantes de la alta nobleza, como Pedro de Urrea, hijo del Virrey de Sicilia, quien, en 1490, tiene una copia del De bello Italico (Madurell-Rubió, 1955: 149). Y no hay mucho más. Nos encontramos pues, ante un texto y un autor de difusión exclusiva entre las élites y, por lo tanto, de acceso restringido, incluso entre la clase más o menos formada de la capital catalana, hecho que hizo destacar aún más la traducción de Alegre.