:: TRANS 26. MISCELÁNEA. Teoría y generalidades. Págs. 43-63 ::

De evoluciones y retos en la investigación traductológica del siglo XXI

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M. Rosario Martín Ruano

GIR TRADIC

Universidad de Salamanca

ORCID: 0000-0003-1383-6977

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En este artículo se analizarán algunas de las principales evoluciones y retos perceptibles en las investigaciones más recientes sobre traducción. A partir de una mirada retrospectiva al estado y los debates del ámbito en torno al cambio de siglo, se identificarán tres destacadas tendencias como denominadores comunes de las investigaciones traductológicas de las dos últimas décadas. En concreto, como rasgos característicos de los estudios sobre la traducción en el siglo XXI se detectan un marcado compromiso con una interdisciplinariedad proactiva y una voluntad de influir en otros ámbitos de conocimiento y en la sociedad en general; un reconocimiento de la traducción como fenómeno ubicuo, tan multiforme como camaleónico, en las sociedades de la era digital y globalizada, y una llamada a adoptar nuevos marcos teóricos y metodológicos, alejados de los binarismos, que permitan arrojar luz sobre la compleja e inmensa heterogeneidad de prácticas traductoras que operan en las múltiples intersecciones entre las lenguas, culturas e identidades plurales que conviven en las sociedades superdiversas contemporáneas.

PALABRAS CLAVE: estudios de traducción, metodologías de la investigación, interdisciplinariedad, interseccionalidad, autorreflexividad.

On developments and challenges in translation-related research in the 21st century

This article will analyse some of the key developments and challenges in recent translation research. Beginning with an overview of the state of the art and the main debates that prevailed in the field of translation studies at the turn of the century, three main trends will be identified as common denominators of research on translation in the first two decades of the 21st century: a clear commitment to interdisciplinary research which proactively aims at influencing other fields of knowledge and society in general; an under-standing of translation as a ubiquitous, multifaceted and chameleon-like phenomenon pervading the societies of the digital and globalised era, and a call to adopt new non-binary theoretical and methodological frameworks in order to shed light on the complex and vast heterogeneity of translation practices which take place at multiple intersections among the inherently plural languages, cultures and identities coexisting in the superdiverse societies of our day and age.

KEY WORDS: translation studies, research methods, interdisciplinarity, intersectionality, self-reflexivity.

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recibido en noviembre de 2022 aceptado en noviembre de 2022

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1. Introducción: la investigación traductológica en clave de traducción

A tenor de lo que sostienen ciertas investigaciones recientes que han abordado la historia como traducción (Lianeri, 2014; Vidal Claramonte, 2018; Hermans, 2022, entre otros), el propósito de cartografiar la evolución y retos de la investigación traductológica contemporánea puede verse como un ejercicio de traducción en sí mismo, uno que, aunque asuma el rigor científico como guía y meta, no puede clamar la objetividad ni la neutralidad (Bastin, 2006). Según estas investigaciones, toda reconstrucción del pasado, como cualquier traducción o en tanto que traducción en sí misma, es siempre subjetiva y parcial desde el punto y hora en que es selectiva, pues necesariamente prima ciertos elementos e interpretaciones frente a otros que se relegan a un segundo plano o se silencian. Con esa reserva metodológica inicial, y con el objetivo de identificar en último extremo algunas de las principales evoluciones y retos perceptibles en la investigación traductológica del siglo XXI, partiremos de una mirada retrospectiva al pasado reciente de nuestra disciplina que, si bien renuncia de antemano a la exhaustividad, permitirá establecer una base para una posterior comparación analítica.

2. Una mirada al pasado reciente de nuestra disciplina: algunos rasgos de la investigación traductológica en torno al cambio de siglo

Un rasgo muy común en las investigaciones traductológicas que vieron la luz antes del cambio de siglo es la frecuente referencia, ya como constatación o aún como desiderátum, al establecimiento de la traducción como disciplina autónoma (véase, a modo de ejemplo, Hurtado Albir, 1996). Si bien desde hacía décadas (al menos desde el trabajo frecuentemente considerado como fundacional de Holmes de 1972; véase Malmkjær, 2013; Olalla Soler, Franco Aixelá y Rovira Esteva, 2022) se habían ido sucediendo las llamadas al reconocimiento de la traducción como una rama del conocimiento diferenciada, lo cierto es que en la proliferación de estudios sobre la traducción a la que se asiste en los años noventa —que en España y otros países coincidió con la eclosión de programas de formación en traducción en el ámbito de la educación superior y con la publicación de pioneros manuales orientados a la práctica (Hervey y Higgins, 1992; Baker, 1992; San Ginés Aguilar y Ortega Arjonilla, 1997a, 1997b; López Guix y Minett Wilkinson, 1997; Zaro y Truman, 1999)— se vislumbra una conciencia de estar participando en una empresa colectiva de construcción disciplinar.

Diferentes trabajos que ofrecen una mirada panorámica de esa por entonces incipiente disciplina (Vidal Claramonte, 1995, 1998; Venuti, 2000; Gentzler, 2001a; Hurtado Albir, 2001; Moya, 2004; Munday, 2016) convienen en destacar la importancia en esta empresa de tendencias de muy diverso signo que, de manera no coordinada pero sí coincidente en el tiempo1, reclamaron atención para la traducción no como un producto dependiente de un original frecuentemente idolatrado a lo largo de los siglos, sino como generadora de textos capaces de o en todo caso llamados a producir efectos por sí mismos; como una actividad de primordial importancia que con fuerza propia moldea los contextos de destino. En efecto, algunas características que aúnan a visiones tan distintas como la teoría del skopos, l’école du sens o los estudios descriptivos de traducción, que se consideran artífices fundamentales en el reconocimiento académico de la traducción, son su rechazo al prescriptivismo, su énfasis en el polo receptor y su atención a la influencia de factores contextuales de todo tipo en la actividad traductora (véase, por ejemplo, Franco AIXelá, 2000). Este cambio de perspectiva que, frente al original sacrosanto, posibilitó reivindicar en la investigación y en las aulas la importancia de la función de la traducción, de las convenciones lingüísticas y textuales, y, en general, de las normas de la cultura de llegada permitió asimismo destacar la trascendencia de la traducción en la historia (Delisle y Woodsworth, 1995) y su importante papel en la construcción de las culturas (Bassnett y Lefevere, 1998), y reivindicar la necesidad de profundizar en su estudio desde perspectivas interdisciplinares (Snell-Hornby et al., 1992).

Ciertamente, en esta misión de consolidación disciplinar no faltaron tampoco las tensiones y pulsos intradisciplinarios. Otros trabajos muy citados de esa época dan cuenta de las fricciones entre tendencias que, en algunos momentos, se percibieron como rivales (véanse las introducciones por décadas de Venuti, 2000): entre la traductología, más vinculada a autores de lengua francesa, y los estudios de traducción, expandidos fundamentalmente gracias a la lengua inglesa; entre los enfoques lingüísticos y los culturales o culturalistas (cfr. Venuti, 1996), como se llamó a ciertas investigaciones que hacían suyos los presupuestos del llamado “giro cultural” de la disciplina (cfr. Bassnett y Lefevere, 1990); dentro de estas, entre las investigaciones de corte más descriptivista frente a las que destacaban cuestiones de ideología, poder y autoridad, que fueron cobrando interés para autores vinculados a la “escuela de la manipulación” (Hermans, 1985; cfr. Hermans, 1999) y que serían clave para más tendencias que posteriormente convergerían bajo la etiqueta de “críticas” (Baker, 2009); entre las orientaciones teóricas y las aplicadas; entre visiones declaradamente analíticas frente a la investigación que se reivindicaba abiertamente activista (Tymoczko, 2000) o comprometida con agendas ideológicas o traductoras concretas, etc. Estas luchas o rivalidades coincidieron además con el inicio de una multiplicación y dispersión de escuelas, tendencias y enfoques —feministas (para una visión panorámica, véase von Flotow, 2020; von Flotow y Kamal, 2021), poscoloniales (Merril, 2020), desconstructivistas (Davis, 2020), cognitivos (Halverson, 2020), sociológicos (Wolf, 2007), historiográficos (St André, 2020), entre otros— en el seno de una disciplina que por esa época comenzó a experimentar asimismo una explosión investigadora sin precedentes en subámbitos disciplinares que con el tiempo han ido reclamando a su vez autonomía propia (traducción jurídica, institucional y para los servicios públicos, científico-técnica, localización, turística, publicitaria, interpretación, en sus diversas modalidades y ámbitos, por nombrar solo algunas de ellas) y en la que iría sucediéndose toda una serie de “giros” —“cultural” (Bassnett y Lefevere, 1990), un nuevo “giro lingüístico” (Vandeweghe et al. Velde, 2007), “del poder” (Strowe, 2013), “tecnológico” (O’Hagan, 2013; Jiménez Crespo, 2020), “sociológico” (Angelelli, 2012), “ideológico” (Leung, 2006), “crítico” (Yajima y Toyosaki, 2015), “internacional” (Cheung, 2005), etc.— que se han puesto en cuestión en retrospectiva (cfr. Baker y Saldanha, 2020).

Aunque es difícil y arriesgado tratar de sintetizar la diversidad de respuestas que despertó en sus inicios esta ebullición investigadora —desde los lamentos por una disgregación interpretada como signo de desorden o decadencia hasta la satisfacción por lo que se percibía como el avance del conocimiento en un campo disciplinar cada vez más fértil—, en retrospectiva cabe destacar una tendencia significativa en el balance del estado de la disciplina y a la hora de apuntar direcciones para el progreso de la investigación a finales de siglo: con frecuencia se reivindicó la complementariedad de enfoques considerados antagónicos (Baker, 1996) y se apostó expresamente por la integración de teorías y la explotación de sinergias entre diferentes tendencias. En este sentido, numerosas publicaciones posteriores recogerían los ecos de un sonoro debate iniciado en el comienzo de siglo en las páginas de Target en torno a la necesidad de demarcar un “terreno común” o shared ground en los estudios de traducción, que en sus sucesivas entregas y réplicas (Arrojo y Chesterman, 2000; Neubert, 2001) fue mostrando más claramente una condena de los planteamientos exclusivistas y restrictivos en la investigación (por ejemplo, Gentzler, 2001b) y como modelo configurador de la disciplina, y manifestándose decididamente a favor de la cordial convivencia de diferentes enfoques y de la conjugación en investigaciones concretas de planteamientos y tendencias distintos en marcos teórico-metodológicos eclécticos. Esta apuesta por la integración de teorías, perspectivas y aproximaciones también es visible en un número de obras posteriores que pusieron de manifiesto la preocupación por dotar de herramientas metodológicas adecuadas a la disciplina para radiografiar un fenómeno que entendía cada vez más complejo (Chesterman y Wagner, 2002; Williams y Chesterman, 2002; Saldanha y O’Brien, 2013; por ejemplo) y que, por tanto, reclamaba métodos de investigación interdisciplinares (Schäffner 2004; Ferreira Duarte et al., 2006). La conciencia de que, como expresara, por ejemplo Hermans (1999, p. 156) “[e]very vantage point contains its blind spot” daba paso a peticiones de diseños investigadores que sacaran partido simultáneamente de enfoques que en otro tiempo se consideraran rivales: por ejemplo, de las virtudes de los estudios de corpus y de aproximaciones lingüísticas y textuales de diverso signo, conjugados con perspectivas sociológicas o críticas que ampliaran el análisis de determinados comportamientos traductores e incluso permitieran, a partir de él, la denuncia activa de sus limitaciones y la propuesta de alternativas. Así es visible, y meramente a título ilustrativo, en un campo como el de la traducción jurídica, en el que recientemente se han acumulado las investigaciones que adoptan o abogan por un “análisis multinivel” (Valderrey, 2017) o marcos integradores de investigación “multiperspectiva” (Engberg, 2017) gracias a la adecuada combinación de métodos y puntos de vista (“mixed-methods approach”, Biel, 2017) en esta rama que se ha defendido como una interdisciplina autónoma (Prieto Ramos, 2014) interesada como está por una práctica social compleja cuyo análisis y ejercicio exige metodologías integrales, comprehensivas (Prieto Ramos, 2013). Como se argumentará en el próximo apartado, la evolución de la investigación y de las percepciones acerca de los retos que tienen ante sí los estudios de traducción y sus distintos subámbitos ha ido acentuando progresivamente su reivindicación de la interdisciplinariedad, con algunas particularidades que también es posible vincular con otros debates sobre la naturaleza del objeto de estudio de la disciplina, el fenómeno de la traducción en toda su variedad de acepciones, y, en un sentido más amplio, con visiones más matizadas sobre las realidades en las que la traducción opera.

3. Algunas evoluciones en la investigación traductológica en el siglo XXI

En el siglo XXI, los estudios sobre traducción han proseguido su avance imparable, lo que sin duda es prueba de un interés creciente en la traducción y de la confianza en su potencial explicativo para desentrañar las dinámicas de unas realidades históricas y sociales que pueden considerarse marcadas por el cruce e interacción constantes de lenguas, culturas, cosmovisiones, ideologías e identidades, entre otras. Ciertamente, ante la multiplicación de definiciones, enfoques y aproximaciones que, por otra parte, no están exentos de contradicciones internas no faltan las opiniones que cuestionan el sentido y necesidad de una disciplina que se percibe cada vez más desdibujada o al menos la necesidad de redefinir el concepto mismo de traducción o sus prácticas, una demanda que se ha ido acentuando con el tiempo en paralelo a la tecnologización de la profesión y a la democratización de la traducción automática.

En realidad, la agudización de la pluralidad y heterogeneidad de definiciones y enfoques e incluso las discrepancias y disensos sobre el objeto de estudio y el sentido de la disciplina puede postularse como la característica fundamental que define la evolución de la investigación sobre traducción desde el cambio de siglo y sus futuros retos (véase también el diagnóstico de Dionísio da Silva y Radicioni, 2022). Adicionalmente, y a pesar de que cualquier intento de sistematización corre el riesgo de simplificación y reduccionismo, pueden identificarse al menos tres tendencias significativas adicionales en todo ese acervo diverso de (meta)investigación traductológica de las dos últimas décadas. En concreto, como denominadores comunes que subyacen a un volumen significativo de estudios sobre traducción en nuestro siglo es posible detectar, en primer lugar, un compromiso intensificado con la interdisciplinariedad; en segundo lugar, la identificación de la traducción, con acepciones muy diversas, en el interior de múltiples prácticas lingüísticas, textuales, semióticas, socioculturales y disciplinares en los paisajes sociales y digitales de nuestros días, y, en tercer lugar, la imperiosa necesidad de adaptar los vocabularios y los marcos teórico-metodológicos que emplea la investigación para arrojar luz sobre este fenómeno omnipresente pero huidizo que es la traducción en nuestra era, caracterizada como está por la heterogeneidad interna de lenguas y culturas, la interseccionalidad de las identidades y la superdiversidad en la esfera social. A la explicación y ejemplificación de cada una de estas tendencias dedicaremos los siguientes apartados.

3.1. La apuesta por una interdisciplinariedad proactiva o el “giro hacia afuera” de la disciplina

Frente a la reclamación de la interdisciplinariedad como una baza que permite comprender mejor una actividad que opera en múltiples ámbitos, y que se entiende influida y condicionada por factores de todo tipo (económicos, ideológicos, sociales, culturales, etc.), la investigación traductológica del siglo XXI da un paso más allá y reivindica un compromiso mayor y más activo con la interdisciplinariedad. En parte, este compromiso viene motivado por la identificación de lo que ha dado en calificarse como “giro traductológico” en otras muchas disciplinas (Bassnett, 1998; Bachmann-Medick, 2009). En efecto, se constata que distintos ámbitos del saber han recurrido en los últimos tiempos a la traducción para explicar su propio funcionamiento interno o incluso para proponer reformas en la conceptualización de sus teorías o en sus prácticas, en consonancia con las características de una era marcada por la globalización, la movilidad y por la coexistencia de lenguas, identidades, mentalidades y culturas.

A título ilustrativo, además de la llamada a adoptar la traducción como pivote en campos próximos como los estudios literarios o la literatura (Apter, 2006; Bassnett, 2011; Sánchez, 2019), es posible fijarse en la productividad de esta noción en ámbitos como el derecho. La obra seminal de James Boyd White, Justice as translation, proponía entender la justicia como traducción, como una práctica que exige una recontextualización continua y como un modelo de pensamiento ético-político (White, 1990) que ayuda a la comprensión de la diferencia. En tiempos más recientes, autores como Ost también han propuesto la traducción como paradigma para reflexionar sobre “la gramática de nuestro mundo plural” (2014, p. 69). Ost entiende que el derecho en la actualidad está permeado por actos de traducción, no solo entre los ordenamientos jurídicos nacionales o entre el nivel supranacional y nacional, sino en general entre comunidades lingüísticas y en el interior de ellas. Glanert (2014) propone también pensar el derecho como una “amalgama en movimiento” o como “derecho-en-traducción”, consciente como es del movimiento, transfiguración y glocalización continuos de conceptos y figuras jurídicas a través de fronteras. Una serie adicional de estudiosos que se han acercado al fenómeno del pluralismo jurídico también han acudido a la traducción como categoría para explicar las interacciones complejas y no siempre tersas entre diferentes órdenes normativos en las actuales sociedades multiculturales de un mundo globalizado. La traducción es una categoría analítica que permite detectar la asimétrica contribución de los distintos ordenamientos a la configuración global del derecho (Foster, 2014) y una herramienta para incorporar el saber de voces periféricas al actual diálogo de tradiciones jurídicas (de Sousa Santos, 2009).

De forma similar, la traducción ha recibido especial interés en campos como la antropología, donde desde hace casi un siglo (cf. Rosman y Rubel, 2003) con frecuencia se ha invocado y se sigue invocando en los diálogos intradisciplinarios sobre las posibilidades y límites de las prácticas de representación cultural o de la investigación etnográfica, entre ellos el debate acerca de cómo escribir la cultura o writing culture debate (Clifford y Marcus, 2010), y donde ha inspirado propuestas de acercamientos respetuosos a la otredad (Mignolo y Schiwy, 2003; Maranhão y Streck, 2003). Los antropólogos y etnógrafos recurren a la traducción para reflexionar acerca de las asimetrías sobre las que se erige su posición de observadores o para conceptualizarse como “traductores” de realidades inevitablemente sesgadas por determinados puntos de vista. Lo mismo puede decirse del ámbito de la sociología, donde autores como Beck, Delanty o Balibar han empleado esta noción en defensa del cosmopolitismo (Bielsa, 2018b) y donde se ha abogado explícitamente por una sociología informada por la traducción (Bielsa, 2023), así como por la adopción generalizada por parte de las identidades de “políticas de traducción” que permitan la apertura al reconocimiento de la alteridad (Bielsa, 2018a). La traducción también se emplea como una antorcha que ilumina investigaciones recientes en ámbitos tan dispares como la teoría política (Berger y Esguerra, 2019), las relaciones internacionales (Çapan, dos Reis y Grasten, 2021) o la cultura visual (Di Paola, 2019), entre otras.

La constatación de la enorme capacidad de la traducción para arrojar luz sobre cuestiones que preocupan a otros campos del saber es precisamente uno de los argumentos que fundamentan las llamadas recientes en los estudios de traducción para incrementar el compromiso heredado con la interdisciplinariedad. De manera particular en investigaciones ligadas a otro nuevo y reciente giro, el outward turn o “giro hacia afuera” o “de apertura” de los estudios de traducción (Nergaard y Arduini, 2011; Bassnett y Johnston, 2019; Vidal Claramonte, 2022a), no solo se reclama una mayor utilización y aprovechamiento de teorías y perspectivas transdisciplinares en la investigación traductológica, sino que se insta a la traductología a colaborar proactivamente en el enriquecimiento de otras ramas del conocimiento y, más aún, a aportar respuestas que trasciendan los muros académicos y tengan un efecto real en la sociedad (véase, por ejemplo, Vidal Claramonte, 2022b, para una aplicación a partir de las intersecciones entre traducción y arte contemporáneo). En este sentido, se percibe que, en los paisajes etnodiversos transformados por la globalización, las migraciones, los intercambios transnacionales de todo tipo, la movilidad o los desplazamientos forzados de personas a través de fronteras políticas, lingüísticas y culturales, la traducción está en una posición privilegiada para actuar como hub o punto de conexión interdisciplinar (hub interdiscipline: Bassnett y Johnston, 2019) y para contribuir a la reflexión en debates tan candentes y necesarios como la inclusión y la exclusión, la accesibilidad, el diálogo entre culturas, el respeto de la diversidad o la justicia social. En concreto, Zwischenberger (2019) explicita rutas metodológicas con las que propiciar esta “apertura”: propone a la traductología iniciar trayectos de ida y vuelta entre campos del saber que permitan a la investigación traductológica enriquecerse y ampliar sus horizontes con perspectivas transdisciplinarias y, a su vez, revertir posteriormente en el mundo laboral y en la sociedad en general, por ejemplo combatiendo con esas miradas ampliadas la rigidez o las limitaciones de ciertas definiciones y prácticas traductoras asentadas en ciertos entornos profesionales (Zwischenberger, 2019) y, de manera más general, ayudando tanto a la comprensión de la comunicación transcultural y de las dinámicas de nuestras sociedades superdiversas como, por extensión, a la convivencia de distintos colectivos e identidades en ellas.

Simplemente a modo de ejemplo, una publicación reciente que ilustra la materialización concreta de este giro hacia una interdisciplinariedad acentuada y proactiva es The Routledge handbook of translation and health (Susam-Saraeva y Spišiakovà, 2021). En su introducción, las editoras constatan el frecuente uso en el campo de la medicina de la noción de traducción por parte de los expertos para explicar procesos de interés en su ámbito; con un repaso de los estudios de orientación traductológica, comprueban también que la investigación sobre la traducción en este campo ha primado sobre todo el análisis de las dificultades y retos del abordaje interlingüístico del lenguaje especializado en la traducción médica; perciben, por otro lado, que la traducción está presente en numerosas dinámicas e interacciones del ámbito más amplio de la salud, donde cabe, efectivamente, verla como ingrediente fundamental en toda una gama de prácticas discursivas y sociales heterogéneas a escala local, nacional, internacional y transnacional entre científicos, actores institucionales, especialistas, pacientes, usuarios y la ciudadanía en general de sociedades cada vez más multilingües y multiculturales; este punto de partida impulsa las investigaciones recogidas en el volumen, que, desde diferentes disciplinas, enfoques y perspectivas, y combinándolas, trata de ofrecer respuestas en esferas tan variadas y tan marcadas por la traducción o tan necesitadas de ella como las “epidemias a escala global, las situaciones de catástrofe, la interpretación para menores, la salud mental, la salud de la mujer, sexual y materna, la discapacidad, los feminismos queer o la nutrición” (Susam-Saraeva y Spišiakovà, 2021, contraportada; traducción propia). En efecto, puede argüirse que, en nuestras sociedades actuales, como de hecho ha ocurrido a lo largo de la historia, la traducción todo lo permea y, tal y como argumenta Venuti (2013) en otro llamativo título, todo lo cambia. Esta es la segunda de las evoluciones de la investigación del siglo XXI en la que nos detendremos en este artículo.

3.2. La preocupación por un fenómeno ubicuo, intermitente y fragmentario

Si para la consolidación de los estudios de traducción en el último cuarto del siglo XX resultó fundamental entender la traducción como un translatum, “una oferta informativa en una lengua y cultura finales sobre una oferta informativa en una cultura y lengua origen” realizada conforme a un skopos determinado (Reiss y Vermeer, [1991] 1996, p. 101), o como un “hecho de la cultura de destino”, según la citadísima definición de Toury (1985, p. 19) que sirvió de base a la descripción empírica del comportamiento real de la traducción, lo cierto es que la investigación en traducción que ha visto la luz en los últimos tiempos demuestra haber avanzado un gran trecho a partir de estas conceptualizaciones con las que en su día se combatieron las percepciones distorsionadas de lo que implica traducir y el prescriptivismo, y se visibilizó el fenómeno traductor. La traducción se concibe como un fenómeno ubicuo (Blumczynski, 2016) en la era global. De hecho, la globalización en sí misma se ha definido como el resultado de operaciones omnipresentes de traducción (Bielsa, 2005; Bielsa y Kapsaskis, 2021). A la luz de lo que ocurre tanto en los paisajes sociales plurilingües, multiculturales y etnodiversos contemporáneos como en esa esfera digital (Cronin, 2012) donde se da a escala transnacional una comunicación instantánea entre individuos y colectividades que construyen sus identidades gracias a la traducción y a través de ella (Cronin, 2006; Bielsa, 2018a), la traducción se conceptualiza hoy como un elemento básico del tejido social (Gentzler, 2017) y condición vital del ser humano, algo especialmente visible en el caso de esos seres traducidos, translingües y/o autotraducidos (Sporturno, 2014; Grutman y Spoturno, 2022; Vidal Claramonte, 2021, 2023a) que viven a caballo entre lenguas y culturas, pero en general de una ciudadanía expuesta a mensajes que viajan por la ecología multiplataforma de una sociedad de la información que avanza hacia la convergencia de medios gracias a múltiples procesos translativos (Davier y Conway, 2019). Además, la traducción se concibe o propone también como un elemento del que puede sacarse (más) partido en la construcción de órdenes sociales e institucionales que den adecuada respuesta a los retos del reconocimiento de la pluralidad de identidades y culturas en nuestra era.

Según se advierte también, a pesar de esa omnipresencia de la traducción en el día a día de las sociedades, últimamente facilitado por sistemas de traducción automática que, ciertamente, posibilitan la disponibilidad instantánea de versiones multilingües de grandes volúmenes de texto o la comunicación entre particulares otrora separados por la incomprensión, lo cierto es que, aunque en grado distinto, sigue siendo evidente la falta de visibilidad del fenómeno de la traducción y de lo que implica. Cronin (2012, p. 5) gráficamente alude al predominio de una “ideología de la transparencia”, una mentalidad que asume por defecto que los mensajes, textos y datos llegan de manera directa, y que, en todo caso, aun cuando perciba la participación de la traducción, confía crédulamente en la transmisibilidad neutral de los mensajes a través de fronteras lingüísticas y culturales, entre otras. Frente a esta visión, se resalta que en la sociedad de la información y de los medios de comunicación de masas la traducción es ubicua y nunca inocente, si bien tiende a pasar inadvertida, entre otras cosas porque por lo general actúa de manera intermitente, fragmentaria, aliándose con otros mecanismos de procesamiento textual, relocalización cultural y reescritura, mezclándose y fundiéndose en último extremo con discurso que ingenuamente tomamos por “original”.

Así ocurre de manera paradigmática en el caso de la “traducción periodística”, un sintagma cuya versatilidad han puesto de relieve autores como Hernández Guerrero (2009, 2019) o Valdeón (2015, 2020). A partir del análisis de las definiciones que se manejan en el ámbito de la comunicación, se ha señalado una paradoja: a pesar de la falta de formación especializada y hasta de conciencia acerca del fenómeno de la traducción entre los profesionales del periodismo (Holland, 2013), las prácticas de los llamados journalators (Filmer, 2014) incorporan habitualmente tareas de traducción y procesos de transformación translativa de muy diverso signo (Valdeón, 2018). Las obras pioneras en el estudio desde perspectivas traductológicas de la “traducción periodística” recalcan que por norma general esta requiere y/o implica la actualización, remodelación, edición, síntesis y transformación de la información para su consumo por parte de una nueva audiencia (Bielsa y Bassnett, 2009, p. 2) y que engloba un amplio y variado espectro de prácticas textuales (entre ellas, la “traducción fragmentada”, la “traducción compilada” o la “transedición”) que desafían las conceptualizaciones habituales del término (Hernández Guerrero, 2009, pp. 100 ss.) y a las que, en tiempos recientes, se han ido añadiendo otras modalidades de procesamiento intersemiótico y de relocalización multimodal, cultural e ideológica. Se argumenta que solo una definición polivalente de “traducción” puede explicar los complejos y variados procesos que, a partir de una multiplicidad de fuentes y autores (Davier y van Doorslaer, 2018), intervienen en la producción de noticias transculturales y en su recepción en muy diversos formatos, en una infinidad de localizaciones y por audiencias muy heterogéneas.

Cabe defender que este reconocimiento que se hace en el ámbito del periodismo y de los medios de comunicación de que la traducción ha de entenderse “en el sentido más amplio” (Davier y Conway, 2019, p. 2) es extrapolable a otros muchos campos de especialidad. De hecho, una mirada a vista de pájaro a la investigación firmada por el colectivo investigador vinculado a la traductología o heredero de ella permite advertir en los rumbos que ha tomado esta disciplina en el siglo XXI una exacerbación de la proliferación y dispersión de enfoques, tendencias y métodos y de la problematización del objeto de estudio que comenzaran a hacerse evidentes en el inicio del siglo.

Así, y sin ánimo de exhaustividad, en las publicaciones de reconocido prestigio de la traductología tienen actualmente cabida las investigaciones que, más allá de la definición socialmente extendida de traducción, se preocupan por procesos intersemióticos (Campbell y Vidal, 2019; Boria et al., 2020) en los que la traducción como actividad multimodal y multimedial se vincula a la resemiotización de mensajes (re)configurados a través de una multiplicidad de lenguajes, códigos, formatos y medios, tengan o no lugar entre lenguas o culturas. En este sentido, quizá porque su desarrollo en buena medida ha sido impulsado por el colectivo profesional de traductores, también se aprecia un interés creciente por modalidades que, no obstante, ensanchan la conceptualización de Jakobson de “traducción intralingüística”, como la audiodescripción para ciegos (Fryer, 2016), el subtitulado para sordos (Zárate, 2021) o prácticas en las que la traducción es o puede ser entendida como herramienta para la accesibilidad universal de personas con y sin discapacidad, ya en ámbitos específicos como el cine (Romero Fresco, 2019), los medios audiovisuales (Richart Marset y Calamita, 2020) o las actuaciones en vivo (teatro, ópera, danza, circo) (Fryer y Cavallo, 2022) o en procesos comunicativos presididos por el objetivo más amplio de la inclusión como la “divulgación del conocimiento, la ciencia, el arte, museos para todos, turismo accesible o la integración social a través de la lectura fácil”, según se lee, por ejemplo, en la página del equipo TRACCE (2022). La investigación también se preocupa por esas labores que desempeñan hoy los traductores profesionales, reivindiquen o no en la esfera profesional su identidad de “traductores” o adopten esos “perfiles estratégicos” (Álvarez Álvarez y Ortego Antón, 2020) otras denominaciones para definir las tareas que realizan en las industrias de la lengua, como pueden ser la gestión de proyectos (Plaza Lara, 2018; Walker, 2022), la post-edición (O’Brien et al., 2014; Svoboda, 2018; Koponen, Mossop, Robert y Scocchera, 2020; Nitzke y Schirra, 2021) o la provisión de servicios lingüísticos (Bernardini et al., 2020) en un panorama en el que la comunicación especializada multilingüe se ha visto radicalmente transformada por la traducción automática.

Además de esto, y sin que resulte contradictorio, también se percibe un interés en la investigación traductológica por prácticas como la traducción no profesionalizada (Pérez González y Susam Saraeva, 2012; Evrin y Meyer, 2016), que representa una cuota importantísima de la actividad traductora y cuyo estudio, por tanto, se considera vital para obtener una radiografía fiable del comportamiento traductor y de las actitudes y expectativas sobre la traducción que estas prácticas contribuyen decisivamente a moldear. Es más, por otro lado, los estudios monográficos que se han dedicado a este tema han resaltado que en determinados ámbitos o situaciones estas prácticas amateur, ya voluntarias o forzadas por la necesidad, por ejemplo en la “intermediación lingüística por parte de menores” (Antonini y Torresi, 2022), pueden sacar a la luz cuestiones que a menudo se pasan por alto en el ejercicio profesional y revelar pautas de actuación especialmente intuitivas o informadas por un conocimiento profundo de los entornos en los que la traducción se engasta. Así se demuestra en el ámbito de los medios y las redes sociales, donde la inmediatez de prácticas traductoras de crowdsourcing (Jiménez Crespo, 2017), el control temático que muestran ciertos aficionados (por ejemplo, en labores de fansubbing) o el manejo de códigos específicos por parte de los usuarios de redes sociales (Desjardings, 2017) son valores o exigencias que habrían de tenerse en cuenta en el ámbito socioprofesional de la traducción autónoma y en entornos institucionales. Algunas de las prácticas no profesionales emprendidas en situaciones de emergencia y crisis (Federici y O’Brien, 2020; Lee y Wang, 2022) también iluminan sobre los retos de la traducción en contextos en los que la eficaz gestión de la información y la creación por parte de las instituciones de la confianza de la ciudadanía requieren combinar una rápida respuesta con estrategias comunicativas acertadas. En ámbitos como los servicios públicos, las llamadas a la profesionalización del sector y a la consolidación de formación reglada específica (Lázaro Gutiérrez y Álvaro Aranda, 2020) también han destacado el valor del saber hacer acumulado por profesionales del tercer sector que conocen las sutiles dinámicas de desigualdad que se dan en ciertos contextos, lo que, por ejemplo, permite incorporar en la investigación y al ejercicio profesional de la traducción y la interpretación la necesidad de calibrar la importancia de variables como la empatía (Valero Garcés y Alcalde Peñalver, 2021).

Meramente a partir de esta (re)presentación inevitablemente selectiva de algunas de las direcciones que explora la investigación sobre traducción del siglo XXI, es posible argumentar que esta hoy ha pasado a ocuparse de una variedad inmensa de manifestaciones y prácticas profesionales, sociales y culturales que están vinculadas a la traducción o que pueden interpretarse y entenderse mejor a partir de esta. De hecho, cuando la investigación desafía la tiranía de las “ideologías monolingües” (Piller, 2016) y osa tomar como punto de partida que la convivencia y conflicto de lenguas, culturas, variedades y cosmovisiones son rasgos definitorios de la realidad, cualquier enunciado revela un carácter translatorio y puede entenderse alineado con pautas de comportamiento, institucionalmente promovidas o desalentadas, que responden a las muy variadas formas que adopta el contacto de lenguas y culturas (Moreno Cabrera, 2016): esos multilingüismos, en plural, que conviven en un mundo de desigualdades (Karpinski, 2014). En este sentido, se anima a distinguir las “políticas lingüísticas” que, voluntaria o involuntariamente, cualquier acto de habla actualiza. En un paradigma epistemológico post-monolingüe, dichas políticas son, por extensión, “políticas de traducción” (Meylaerts, 2011; Meylaerts y González Núñez, 2017). De hecho, el monolingüismo o la “no traducción” se abordan como opciones no inocentes en sociedades culturalmente diversas (Valdeón, 2015); más bien, encubren la represión o silenciamiento de las operaciones de traducción que les son constitutivas (Gentzler 2017), ya entre lenguas y culturas definidas o, por decirlo con una gráfica metáfora de Rosello (2012, pp. 220-221), de otras minoritarias, migrantes y subalternas que participan en ese “tráfico irregular” que se da en espacios de “intersección, intercomprensión y creolización” y que escapa de la mirada de las cartografías de la traducción trazadas únicamente con las etiquetas de lo oficializado. La investigación traductológica del siglo XXI, como expondremos en el siguiente apartado, ha mostrado también una creciente preocupación por adivinar la participación y el papel de la traducción en estos espacios, esencialmente translativos, en los que hoy convergen identidades intrínsecamente plurales y heterogéneas.

3.3. El reconocimiento de la traducción en múltiples intersecciones entre lenguas, culturas e identidades (super)diversas

Quizá una de las nociones más productivas las ciencias sociales y humanas en los últimos tiempos es la que Vertovec (2007) denominara “superdiversidad”. Este concepto permite entender los paisajes lingüísticos, sociales y culturales de nuestros días, esencialmente transformados por los movimientos diaspóricos, las crisis migratorias, los desplazamientos, la globalización y hasta la hiperconectividad digital. En estos nuevos ecosistemas, se asiste no solo a una diversificación de la diversidad, sino también a una multiplicación de las variadas combinaciones con las que toda una infinidad de variables que configuran las identidades se estratifican e interaccionan en relaciones frecuentemente asimétricas y desiguales en múltiples capas interconectadas tanto a nivel (trans)local como transnacional. La investigación en traducción de las últimas décadas, sin duda, ha incorporado preguntas motivadas por la creciente conciencia de esa superdiversidad. De hecho, lejos de partir de presuposiciones esencialistas, monolíticas o uniformes acerca de las lenguas, culturas e identidades, la traductología contemporánea demuestra mayor perspicacia a la hora de reconocer la pluralidad y heterogeneidad de realidades en las que diferentes rasgos, que pueden ser vectores de singularidad pero también de subordinación y discriminación, se superponen y entrecruzan de maneras paradójicas.

Sin ir más lejos, lo que llamamos “lenguas”, según exponen Muñoz Basols y Hernández Muñoz (2019) respecto del español, se descubren como conglomerados polifónicos, policéntricos y poliédricos, en los que confluyen distintas variedades e idiosincrasias no exentas de manifestaciones “croslingüísticas” e hibridación y en cuya(s) norma(s) tratan de influir diferentes colectivos de hablantes y distintos agentes institucionales con ideologías políticas y lingüísticas dispares e incluso enfrentadas. Las “culturas” también demuestran ser amalgamas heterogéneas e indeterminadas de tradiciones, experiencias individuales y colectivas con legados diversos y visiones del futuro muy variadas (Solomon, 2014) que hoy se (re)configuran en actos performativos en un diálogo (más o menos recíproco) con la “cultura global” —otra entelequia que se define como una “cultura en traducción” forjada a partir de ocasiones de “encuentro, intercambio, transformación, disrupción y aparición de lo radicalmente nuevo” (Prentice, Devadas y Johnson, 2010, contraportada; traducción propia)— e interaccionando, a la par, en relaciones multilaterales y también asimétricas con otras muchas “culturas” y “comunidades imaginadas” transnacionales en los “espacios globales de(l) poder” de la era del “tecnocapitalismo” de la sociedad hiperconectada (Baumgarten y Cornellà Detrell, 2017, 2018). Los estudios sobre la traducción en las últimas décadas han reconocido también la “interseccionalidad” (Brown, 2020) de esas identidades que, como explican con un gráfico ejemplo Martínez Pleguezuelos y González-Iglesias (2019, p. 194), “son el fruto de una compleja negociación discursiva que no entiende de estereotipos ni de nociones y etiquetas independientes como ‘mujer’, ‘negra’, ‘lesbiana’ o ‘judía’”.

En consonancia con lo expuesto, los estudios sobre la traducción del siglo XXI escudriñan de qué manera la traducción interviene, e inevitablemente toma partido, en el enmarañado cruce entre idiomas, variedades, códigos, racionalidades y epistemologías, tradiciones, ideologías, narrativas, posiciones y reivindicaciones culturales e identitarias a que enfrenta todo ejercicio de traducción, sea cual fuere su modalidad y naturaleza. Cobra renovada importancia la reflexión sobre la ética (Koskinen y Pokorn, 2021), bien para contribuir a dotar de instrumentos reguladores en determinados ámbitos profesionales o institucionales, bien para problematizar los mandatos de deontologías descontextualizadas (Lambert, 2018, 2021). La traducción se reivindica también de manera renovada, en más niveles y con más aristas, como un acto inevitablemente político (Fernández e Evans, 2018; Calafat y Valdeón, 2020), por ejemplo desde el punto y hora en que asume, ya acrítica o deliberadamente, un “régimen de traducción” concreto (Sakai, 2018) y un determinado modelo de gestión de la alteridad; opta por perpetuar o dar voz a ciertos elementos lingüísticos del heteroglósico repertorio potencialmente elegible, reconfigurando lo que contamos como una lengua (Sakai, 2009); toma partido ante determinados rasgos salientes de los textos y contextos originales; ignora otros; potencia o exacerba, quizás de manera estereotipante, ciertos aspectos al pasarlos por el filtro de determinadas ideologías; se suma con su ejercicio selectivo a la difusión de discursos o narrativas y los reencuadra (Almanna y Martínez Sierra, 2020; Faria, Pacheco Pinto, Moura, 2022); proyecta identidades y construye subjetividades (Giordano 2008); se inserta en las polémicas (temáticas, ideológicas, etc.) en torno a los mensajes originales y obra u orienta su circulación fuera de su contexto de producción, pero también en otros debates (lingüísticos, sociales, políticos, profesionales, etc.) en curso en los polos de recepción, de los que difícilmente se hurta y a los que se incorpora (como muestran, por ejemplo, las controversias actuales en torno al uso y significado del lenguaje inclusivo o a las posibilidades y límites en distintos ámbitos de la traducción automática), posicionándose inevitablemente frente a la justicia social (Tesseur, 2022), etc. En la medida en que toda traducción visibiliza, primándolas frente a otras, ciertas voces y puntos de vista, inclina hacia determinadas direcciones la evolución de las lenguas, las culturas, las actitudes sociales que el lenguaje porta o crea y la opinión pública, limitando o ampliando sus horizontes de posibilidad, se configura en las últimas aportaciones de la traductología como una fuerza activa en la conformación de los órdenes sociales, cuando no declaradamente activista en los sentidos que, por ejemplo categorizan Gould y Tahmasebian (2020): como portadora de testimonios, altavoz, mediadora o revolucionaria. Se reclama que la investigación traductológica y también la didáctica de la traducción (Koskinen, 2015) incorporen instrumentos renovados para reconocer y enfrentar los retos de la superdiversidad.

Así, para captar los intrincados retos y dilemas a los que se enfrentan estas traducciones que realizan complejas y ambiguas negociaciones a múltiples bandas o incluso las consecuencias de las traducciones que declinan aprovechar sus oportunidades de negociar, la (meta)investigación traductológica también llama a un refinamiento metodológico: nuevos paradigmas que puedan identificar y explicar las estrategias, actuación y efectos de las traducciones en las múltiples intersecciones de realidades superdiversas y en relación con ellas. En este sentido, se aboga por una superación del pensamiento de base binaria (Blumczynski y Hassani, 2019) y en concreto del que se ha llamado “nacionalismo metodológico” (Bachmann-Medick [y Federici], 2019; Cussel, 2021) que moldea muchas de nuestras conceptualizaciones sobre la traducción; un pensamiento que, sin embargo, es insuficiente para entender los trayectos multidireccionales, las conexiones multilaterales y las repercusiones y reverberaciones que, a partir de textos que nunca son del todo originales (Vidal Claramonte, 2023b), desata la traducción en un mundo de órdenes interconectados según una lógica transnacional o viral y que ha abandonado los “modelos secuenciales de circulación” en favor de otros “dinámicos de disponibilidad ubicua” (Cronin, 2013, p. 498). Por otro lado, se reclama una mayor autorrefleXIVidad (Baumgarten, 2016; Kadiu, 2019; Wolf, 2021; Dionísio da Silva y Radicioni, 2022) que permita a la investigación calibrar las posibles limitaciones de las definiciones, las categorías y los puntos de vista que se adoptan y, en lo posible, enriquecerlos o matizarlos con otras perspectivas. De manera especial, se reivindica una incorporación de enfoques y definiciones periféricos, por ejemplo, perspectivas (decoloniales) que ensanchen y cuestionen las formas de entender la traducción que, también en ese discurso transnacional y asimétricamente globalizado que es la traductología, muestra hegemonías y tendencias monopolizadoras de la epistemología occidental (Salama-Carr, 2019; Pym, 2021) y de la mirada contemporánea (Sakai, 2018). La investigación traductológica actual, que puede seguir sacando partido de las acepciones de traducción acumuladas en muy diversos contextos a lo largo de la historia (D’Hulst, 2021), recalca la necesidad de formular preguntas en torno a la posición, el posicionamiento y la ética no solo en relación con el objeto de estudio, sino también respecto del sujeto investigador, que es responsable de las decisiones que toma, incluida la decisión misma de qué mirar (Calafat y Valdeón, 2020). Cabe destacar que la investigación traductológica también se posiciona frente a toda una superdiversidad de factores que concurren siempre en los fenómenos complejos e interseccionales que explora, y al tomar ciertos caminos en las encrucijadas metodológicas, a la hora de acometer el análisis o al derivar de él determinadas conclusiones o propuestas, contribuye de manera activa, cuando no activista, a conformar y (re)modelar el objeto de estudio, sus contornos y los horizontes que se pueden vislumbrar a partir de ese nuevo mapa.

4. Conclusiones

En su introducción a un volumen en el que se proponen volver a cartografiar los estudios de traducción, Dionísio da Silva y Radicioni (2022) dan cuenta de la evolución de un ámbito del saber forjado gracias a los esfuerzos de diversas tendencias para consolidar un espacio disciplinar propio, que gracias a esa consolidación comenzó a expandirse, que en ese crecimiento asistió a una proliferación de visiones diversas y hasta incompatibles entre sí acerca de su objeto de estudio, a debates sobre los grados deseables de coincidencia o acuerdo y las fórmulas más deseables de interdisciplinariedad, y que en la actualidad, a tenor de otras controversias en curso, sigue tratando de encontrar su propia identidad disciplinar. Cartografiar los estudios de traducción, en su opinión, es acercarse a un “territorio en desplazamiento” (shifting territory). Si en otros tiempos la proliferación de enfoques y visiones se percibió como un problema que requería respuestas unificadoras, hoy esta pluralidad epistemológica se revela como un signo de la relevancia de la investigación traductológica y una baza para incrementar sus aportaciones a la comprensión del (des)orden de la globalidad. Los estudios de traducción se enfrentan hoy al reto de seguir configurando su espacio al tiempo que la traducción continúa evolucionando y multiplicando sus acepciones y su actividad en la sociedad, en la esfera socioprofesional e incluso invisible a estas. Cabría decir que la empresa traductológica se revela como un acto de traducción más, el de seguir traduciendo la traducción misma, eso que llamamos traducción o lo que con ella podamos pensar.

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1 Desde el punto de vista de la canonización de estas teorías, la perspectiva que ofrece la traducción es sumamente reveladora. No es casualidad que, por ejemplo, en lengua inglesa fuera prácticamente simultánea la aparición de tres obras emblemáticas asociadas a estas teorías: Toury (1995), Nord (1997) y la obra de Lederer (2003), originalmente publicada en francés en 1994. En el ámbito de la lengua española, también vieron la luz en un corto espacio de tiempo la traducción de la obra más conocida de Reiss y Vermeer, publicada en 1996, textos muy citados de Even-Zohar, Toury o Lambert, entre otros, que fueron incluidos en un volumen editado por Iglesias Santos (1999) y las explicaciones en español sobre la teoría del sentido (García Landa, 2001).