:: MISCELÁNEA. Historia. Págs. 11-26 ::
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Fernando Rodríguez Mediano
ILC-CSIC
ORCID: 0000-0002-9432-6946
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Este artículo es una aportación a la historia de la producción de una “Biblioteca arábico-hispana” en la España Moderna, entre los siglos XVII y XVIII. Para ello, analizo de manera especial la aportación fundacional de Nicolás Antonio en su Bibliotheca vetus hispana. La figura del erudito sevillano es esencial en la historia intelectual de la Ilustración española, y en este artículo se hace una primera aportación al estudio de cómo confeccionó la lista de los autores árabes que incluyó en su Bibliotheca. Sus fuentes en este apartado incluyen obras clásicas de la historiografía española, pero también muchos libros de orientalistas europeos que, según intento mostrar, representan una aportación esencial no solo para el pensamiento crítico español. Esta influencia se extiende a obras como la reedición del Epítome de León Pinelo por Andrés González de Barcia o al propio Miguel Casiri y a su entorno, en el que se cuenta una figura tan prominente como Pedro Rodríguez Campomanes.
PALABRAS CLAVE: orientalismo, arabismo, Bibliotheca hispana, Nicolás Antonio, Andrés González de Barcia, Pedro Rodríguez Campomanes, Miguel Casiri, Ilustración.
The making of an Arabic-Hispanic library in Modern Spain: documents and problems
This paper is a contribution to the history of the creation of an “Arabic-Hispanic Library” in Modern Spain, between the 17th and the 18th centuries. In order to do this, I focus on the analysis of the foundational contribution of Nicolás Antonio in his Bibliotheca vetus hispana. The figure of the scholar from Seville is essential in the intellectual history of Spanish Enlightenment, and in this paper a first contribution is done to the study of how he created the list of Arabic authors that he included in his Bibliotheca. In this sense, the sources include classic works of Spanish historiography, and many books of European Orientalist scholars that, as I try to show, play an essential role not only in terms of Spanish critical thinking. This influence extends to works such as Andrés González de Barcia’s reedition of Epítome by León Pinelo, or even to Miguel Casiri and his circle, which includes such a prominent figure as Pedro Rodríguez.
key words: Orientalism, Arabism, Bibliotheca hispana, Nicolás Antonio, Andrés González de Barcia, Pedro Rodríguez Campomanes, Miguel Casiri, Enlightenment.
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recibido en enero de 2022 aceptado en septiembre de 2022
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* Este artículo ha sido escrito dentro de Proyecto de Investigación “Orientalismo y verdad: la influencia de la erudición oriental en el desarrollo del pensamiento crítico en la España Moderna” (FFI2017-86538-P), IP’s: Fernando Rodríguez Mediano y Mercedes García-Arenal.
1. Introducción
En dos artículos recientes (Rodríguez Mediano, 2019, 2020), he estudiado parcialmente los papeles del Archivo de Pedro Rodríguez Campomanes en la Fundación Universitaria Española (AC), concentrándome de manera especial en los documentos que el político ilustrado asturiano produjo durante su aprendizaje del árabe. En efecto, durante unos años, entre 1748 y 1751, Campomanes, junto con su compañero José Carbonel y Fogasa, recibió clases de árabe de Miguel Casiri, el sacerdote maronita que, bajo el patrocinio del propio Campomanes, iba a desempeñar un papel fundamental en el desarrollo del arabismo ilustrado español. En los artículos citados, intentaba un acercamiento al estudio del arabismo a partir, no de los grandes hitos más o menos conocidos, como el catálogo de manuscritos árabes de El Escorial de Casiri, o el diccionario y la gramática del padre Cañes, sino de la documentación más fragmentada y heterogénea producida por las prácticas cotidianas de la erudición arábiga, los libros leídos y las gramáticas usadas, los papeles de trabajo y, en definitiva, el desarrollo de una tradición intelectual que podría definirse, de manera más precisa, a partir de sus relaciones con la historiografía española, pero también con el mundo del orientalismo europeo. En esos artículos me centré, no solo en parte de los papeles de Campomanes, sino también en los de su condiscípulo José Carbonel, que dejó, entre otras cosas, una muy interesante colección de escritos sobre gramática árabe, que hoy se encuentran en la Biblioteca Nacional de Madrid. Entre esos papeles (CF), se encontraba una disertación manuscrita del propio Carbonel titulada “Bibliotheca Arábico Hispana, por Dn Josef Carbonel”. Como indicaba ya en ese artículo, esta disertación se componía de varios documentos: una “Bibliotheca Arábico-Hispana o Catálogo alphabético de autores árabes españoles u oriundos de España o cuyas obras perttenecen a la historia y geographía de ella”, que data de 1758; un “1758. Catálogo de libros árabes sacados de la Biblioteca Oriental y Occidental de Pinelo, que pueden conducir para la historia de España. Por Joseph Carbonel”, y un “Catálogo de libros árabes sacado de la Biblioteca de Don Nicolás Antonio conducentes a la historia y geografía de España. 1758. Por D. Joseph Carbonel”. Por resumir lo ya señalado en el artículo citado, estas disertaciones daban una pista sobre el proceso intelectual que llevó a la elaboración del catálogo de El Escorial por Miguel Casiri que, no por casualidad, llevaba el título de Bibliotheca arabico-hispana (Casiri, 1969). Por supuesto, el de Carbonel no era ni mucho menos original: una simple constatación de sus fuentes más evidentes nos lleva a la clásica Bibliothèque orientale de Barthélemi d’Herbelot (D’Herbelot, 1697) y a la Bibliotheca Orientalis de Joseph Simon Assemani (Assemani, 1719); obras que, aunque con distintos objetivos (el primero es una biblioteca oriental “universal”, el segundo es un catálogo de manuscritos orientales de la Biblioteca Vaticana), comparten ese mismo concepto de “Biblioteca”, que, como se verá, no es únicamente identificable con “colección de libros”. Además de estas fuentes, profusamente utilizadas por el propio Carbonel y Fogasa, este incluyó también, como se ha visto, documentos con noticias sacadas de la Bibliotheca Hispana de Nicolás Antonio (Antonio, 1696) y del Epítome de la Bibliotheca oriental y occidental, náutica y geográfica de León Pinelo (Pinelo, 1737-8). En un cierto sentido, podría considerarse que el catálogo de Miguel Casiri es, no solo una obra clave del proyecto orientalista de la ilustración española, sino también el ejemplo más acabado de un esfuerzo más o menos amplio de crear un canon de la literatura arábico-hispana. En este artículo, pretendo recapitular sobre algunos de los ejemplos de este esfuerzo. Este itinerario tiene interés como aportación a la historia intelectual de un país como España en el que, durante el transcurso de la Edad Moderna, el uso de la lengua árabe había estado sujeto a grandes restricciones por su relación evidente con el islam y, desde luego, con los moriscos. La creación de ese canon literario español que incluye libros en lenguas orientales es una historia difícil y compleja, y en las páginas que siguen pretendo seguir algunos de sus hitos más importantes: me centraré en primer lugar en la figura de Nicolás Antonio, y en su fundamental Bibliotheca hispana, para ocuparme después en el proceso de canonización de la literatura “hispano-árabe” desde ámbitos como la traducción o las expediciones navales.
2. Nicolás Antonio y la Bibliotheca Hispana vetus
La Bibliotheca Hispana Vetus fue publicada por primera vez de forma póstuma en Roma en 1696, con el objeto de completar la Bibliotheca Hispana Nova, y estaba dedicada a los autores hispanos hasta 1500. Se trata de una obra crucial en muchos ámbitos, y también, desde luego, en el de literatura árabe, como reconoce el propio Miguel Casiri en el “Prefacio” a su Bibliotheca, donde lo reconoce como su primer precedente (Casiri, 1969, vol. I, p. XXIII). Por lo que interesa a este texto, me voy a centrar en el capítulo que la obra dedica a los autores andalusíes, con el título “Bibliotheca Arabico-Hispana, sive de scriptoribus arabibus qui unquam usquamve in Hispania aliquid literis consignarunt” (Antonio, 1696, vol. II, pp. 231-256). Ya en el “Prefacio al lector”, que se encuentra al comienzo del primer volumen, Nicolás Antonio había justificado la inclusión, en una “Biblioteca hispana” de autores árabes y hebreos que habían destacado en las letras sagradas o en las artes liberales (Antonio, 1696, vol.I, pp. XIII-XIV), como Maimónides, Yehuda ha-Levi o Abraham Aben Ezra. Este interés de Nicolás Antonio por la erudición oriental se muestra en otras fuentes, como en las cartas que, en los años cincuenta del siglo XVII, había intercambiado con el conocido clérigo y erudito Martín Vázquez Siruela (VS; Gorsse y James, 1979; García-Arenal y Rodríguez Mediano, 2013). En ellas se habla, por ejemplo, del orientalista kurdo Marcos Dobelio, que había trabajado en España desde 1610, y escrito, entre otras cosas, un tratado para probar la falsedad de los Libros de Plomo del Sacromonte (Rodríguez Mediano y García-Arenal, 2006). En la correspondencia de Nicolás Antonio con Vázquez Siruela se habla de intentar recuperar los papeles de Dobelio tras la muerte de este, con el fin de encontrar en ellos informaciones útiles para los trabajos de Vázquez Siruela sobre los orígenes de la Bética (seguramente, el documento de Dobelio que buscaban era el texto de su traducción parcial del Ta’rīḫ de Abū l-Fidā’ ). De hecho, en estas cartas encontramos una preocupación, común entre los eruditos de la época, por la geografía antigua de España, y sus posibles etimologías árabes; para ello, además de fuentes clásicas y bien conocidas, como la Crónica de Rasis o las obras del Arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, en esta correspondencia se cita una obra cuyo uso empezaría a extenderse por el medio erudito español desde el siglo XVII, como es la Geografía de al-Idrīsī, conocida por la edición y traducción latina realizada por Gabriel Sionita y Juan Hesronita en 1619, y llamada habitualmente el Nubiense (al-Idrīsī, 1619). En esas cartas, también, Nicolás Antonio presenta a Martín Vázquez Siruela al Padre Tomás de León, erudito especialmente interesado en lenguas orientales, profesor del Colegio de San Pablo de Granada y persona cercana a la Abadía del Sacromonte (García-Arenal y Rodríguez Mediano, 2013). En otra carta del 26 de octubre de 1653, en fin, y ante una diferencia entre Vázquez Siruela y Tomás de León en una cuestión de erudición arábiga, Nicolás Antonio se queja, con cierta ironía, de su ignorancia de la lengua árabe (“pero quando mi ignorancia no me dexe entrar como profano a estos sagrarios de la verdadera erudición”), aunque presume de haberse “tomado trabaxo de sacar copia de ambas cartas, con sus arabismos tanto por tanto, pintados al natural, que diria Vmd. si los viese que e sido discípulo de Erpenio, o de Rafelengio muchos años”; es decir, que parecía haber sido discípulo, durante mucho tiempo, de los dos grandes orientalistas de Leiden. En la misma carta, de hecho, se intercambian noticias sobre la célebre gramática de Erpenio, y también sobre una obra de John Selden, uno de los más importantes orientalistas y políticos del siglo XVII inglés; dicha obra estaría en posesión de un joven erudito sevillano, Juan Lucas Cortés, y seguramente se tratase del Eutychii Aegyptii (Selden, 1642).
De forma que Nicolás Antonio estaba en estrecha relación con el pequeño grupo de eruditos que, en el siglo XVII español, cultivaban con mayor o menor fortuna los estudios orientales, considerándolos, como decía Nicolás Antonio, “el sagrario de la verdadera erudición”. Un círculo donde eran conocidas las obras de los principales orientalistas europeos. Esto explica en parte, no solo que Nicolás Antonio incluyese a autores árabes en una Biblioteca hispánica, sino también el modo en que lo hizo y las fuentes que utilizó.
La nómina de escritores hispano-árabes de Nicolás Antonio está compuesta por autores y pensadores de distinto tipo, y la extensión y calidad de las noticias que da de ellos. Obviamente, un autor como Averroes era muy conocido en la tradición medieval europea, y ello le permite a Nicolás Antonio hacer una entrada muy extensa, citando a autores como Ambrosio de Morales, Juan Luis Vives, Pico della Mirandola, las Epistolae de Thomas Reinesius o el Encomiasticon augustinianum de Philippus Elsius. Lo mismo ocurre con astrónomos y astrólogos algunos tan conocidos como Ibn Abī l-Riğāl, llamado Aben Ragel en Europa, o Azarquiel, para cuyas biografías utiliza autores como Giovanni Battista Riccioli (cuyo Almagestum novum, publicado en 1651, incluye un “Chronicon astronomorum vel astrologorum”), Ismael Bullialdus, o cita la edición veneciana de Ali Abén Ragel (Ibn Abī l-Riğāl, 1485). Lo mismo se podría decir de médicos célebres, como la larga biografía que le dedica a Avenzoar, donde cita obras como la de Pedro Castellano, Vitæ illustrium medicorum (Amberes, 1617), o una obra que aparece citada varias veces a lo largo del texto, el tratado del médico sevillano Nicolás Monardes, De lapide bezoar, una obra que había sido publicada ya en castellano, aunque quizás Nicolás Antonio cita la traducción latina publicada en 1605 (D’Écluse, 1605). Es decir, un número de fuentes especializadas en filosofía, en medicina y otras ciencias que trataban de autores bien conocidos en Europa desde la Edad Media.
Otro texto relativamente singular dentro de la Bibliotheca es el que Nicolás Antonio dedica al nombre de al-Ándalus, “Nota de Andalusia nomine” (Antonio, 1696, vol.II, p. 235), un pequeño tratado que debe entenderse en el marco de esa preocupación por la antigua toponimia hispana, y la influencia en ella de la lengua árabe. En ella, Nicolás Antonio utiliza, entre otras obras, la ya citada Geografía de al-Idrīsī conocida como el Nubiense, y también al obra de al-Farġānī, que había sido editada y traducida por Golius (al-Farġānī, 1669), la historia de Gregorius Abulfaragius o Bar Hebraeus, editada y traducida por Edward Pococke (Bar Hebraeus, 1660); las Wafayāt al-a‘yān de Ibn Ḫallikān citadas a través de la obra fundamental de Johann Heinrich Hottinger, Historia Orientalis (Hottinger, 1651), o la Historia Judaica de Salomón ben Verga (Verga, 1651).
Pasando ya a las biografías de los autores hispano-árabes menos conocidos en Europa en el momento de la redacción de la Bibliotheca, Nicolás Antonio utiliza varios tipos de fuentes. En primer lugar, podrían señalarse las fuentes clásicas españolas que se consideraban esenciales para la historia medieval: así, la Crónica mozárabe de 754, atribuida erróneamente a Isidoro Pacense, y como tal editada por fray Prudencio de Sandoval (Sandoval, 1615), o las Historias de Rodrigo Jiménez de Rada; obras clásicas que están también en la base de otras obras más generales, como la Descripción General de África de Luis de Mármol o Los quarenta libros del compendio historial de Esteban de Garibay; todas ellas citadas por Nicolás Antonio, y que componen, en cierto modo, la base canónica sobre la que se basaba la historiografía española moderna para escribir la historia de al-Ándalus (Mondéjar, 1784, pp. 42 ss.). A estas obras se une la mención de otros textos importantes de la historiografía española del siglo XVI, como los del ya citado Ambrosio de Morales o la Historia de Valencia de Pere Antoni Bauter, las Décadas de la Historia de Valencia de Gaspar Escolano. Podemos encontrar, además, referencias a Lo Crestià de Francisco EIXimenis y a los comentarios de Tamayo de Vargas al Cronicón de Luitprando (Tamayo de Vargas, 1635). Una mención aparte merece otra crónica muy conocida por la historiografía española, aunque también muy polémica: me refiero a la llamada Crónica de Rasis. A este “Rasis” dedica Nicolás Antonio una entrada, pero no en esta “Bibliotheca arabico-hispana”, sino en el Libro VI de la Bibliotheca, dedicado a los escritores que vivieron entre los siglos VIII y X (Antonio, 1669, vol. I, p. 369). Se trata de una obra muy difundida desde mediados del siglo XVI, a través, sobre, de la obra de Ambrosio de Morales y de la traducción realizada por el portugués André de Resende. Fue una obra cuyo valor estuvo sujeto a múltiples polémicas, que llegaron, desde luego, hasta Miguel Casiri (Mestre Sanchís, 2000). Nicolás Antonio discute la crónica, y también la identidad de Rasis, diferenciándola, por ejemplo, de la del celebérrimo médico persa Abū Bakr al-Rāzī. Para esta entrada, Nicolás Antonio cita, desde luego, a Ambrosio de Morales y a André de Resende, pero también a autores como León Africano o el Bar Hebraeus de Pococke.
A estas crónicas bien conocidas de la historia de España, se deben añadir otras obras más específicamente dedicadas a temas africanos como las Varias antigüedades de Bernardo de Aldrete (Aldrete, 1614) y la ya citada Descripción General de África de Luis de Mármol. Una mención especial merece el uso que Nicolás Antonio hace de la Historia verdadera del rey d. Rodrigo de Miguel de Luna. Como se sabe, este libro fue una exitosa falsificación de este traductor y médico morisco, que decía haber realizado la traducción de una antigua fuente árabe sobre la conquista musulmana de la península Ibérica. La obra fue un gran éxito editorial en España y fue traducida varias veces al inglés, al francés y al italiano durante el siglo XVII. Nicolás Antonio cita esta obra al trazar la biografía de “Abu Lqacim [sic] Tarif aben Taric” (Antonio, 1696, vol. II, p. 237), el supuesto autor árabe de la obra, y sobre cuya existencia real habían surgido serias dudas desde el momento de la publicación de la obra. Nicolás Antonio hace una breve descripción del libro de Miguel de Luna y de sus partes, haciendo una crítica de las mismas, basándose en la autoridad de obras como las apostillas de Jerónimo Zurita a la obra de Pero López de Ayala (López de Ayala, 1779), de la Crónica de Bar Hebraeus traducida por Pococke, ya citada, de la Historia Saracenica de Ğirğis al-Makīn, que había sido traducida y editada póstumamente por Erpenius, y que, conocida como “Elmacinus”, se había convertido en una de las principales obras históricas árabes para la erudición europea de la época (Elmacinus, 1625). A pesar de la dudosa autenticidad de la obra de Miguel de Luna, donde se nombran reyes árabes que no aparecían en ninguna otra crónica, Nicolás Antonio señala que algunos la defendían todavía, como el jesuita François d’Obeilh, autor de una traducción parcial francesa de la obra, publicada en 1671 en Ámsterdam (Luna, 1671; Rodríguez Mediano, 2021).
Otro tipo de obras que Nicolás Antonio cita son repertorios de autores o de libros, como la Sacra bibliothecarium illustrium arcana retecta del erudito protestante Theophilus Spitzelius (Gottlieb Spitze), o la Biblioteca Universali degli autori de Alfonso Chacón, a cuyo manuscrito tuvo acceso en Roma. Y, en algún caso, confiesa haber consultado la obra inédita de su amigo el Marqués de Mondéjar para resolver una duda, como el nombre árabe de Toledo.
Mención aparte merecen las obras orientales o de orientalismo que consultó Nicolás Antonio y que, de hecho, constituyen el cuerpo fundamental de la información utilizada en esta “Bibliotheca arabico-hispana”. En primer lugar, cabe destacar la figura de León Africano. En al menos una ocasión, se cita la Descrizione dell’Africa, aunque se trata de una ocasión significativa, al tratar del anónimo autor que vivió “en época de Manzor, rey de Granada”, y que escribió un Thesaurum agricultura, donde se llamaba a los meses con nombres latinos. La noticia de León Africano, que aquí se hace en latín (León Africano, 58, donde la obra es llamada “tesoro degli agricoltori”, “tesoro de los agricultores”), es muy interesante, porque atestigua el uso en el Norte de África en el siglo xv del llamado Calendario de Córdoba, realizado por ‘Arīb ibn Sa‘īd y el Obispo Recemundo para el califa de Córdoba al-Ḥakam II. Sin embargo, la Descrizione no es la obra de León Africano más utilizada por Nicolás Antonio, sino su De viris quibusdam illustribus apud Arabes: un repertorio biográfico, que recuerda en cierto modo al estilo de las biografías de la literatura árabe, y que Nicolás Antonio pudo consultar por estar traducido al latín y editado por Johann Heinrich Hottinger es su Bibliothecarius quadripartitus. Dentro de la obra de Hottinger, el De viris illustribus se encuentra en la parte III (dedicada a la Theologia patristica), libro 2 (sobre Bibliothecæ theologicæ) capítulo III, “De scriptoribus arabicis” (Hottinger, 1644, p. 246). La figura del intelectual suizo Hottinger es muy importante para todo el orientalismo europeo de la segunda mitad del XVII y el XVIII. No se trata tan solo de su importantísimo trabajo como erudito en lenguas orientales, sino también de su voluntad de llevar a cabo un proyecto con, al menos, dos vertientes. Por un lado, Hottinger (Loop, 2013, pp. 131 ss.) pretendía crear una Biblioteca oriental que pudiese incorporarse a una “Biblioteca universal”. Esta Biblioteca oriental no debía ser concebida como una simple acumulación de noticias, sin orden o, a lo sumo, ordenadas alfabéticamente, sino dentro de una estructura bien definida de los saberes. Todo el saber orientalista producido hasta entonces en la Europa moderna alcanzaba con Hottinger su auténtica dimensión universal y sistemática. La propia inclusión de De viris illustribus de León Africano en este preciso lugar del Bibliothecarius donde se trata de Teología es un buen ejemplo de este esfuerzo de sistematización de estos nuevos saberes dentro de una estructura universal. La influencia de este proyecto fue muy grande en Europa, y desde luego, en España. La propia idea de una Biblioteca arábico-hispana parece responder a una parecida voluntad de integrar la literatura árabe en la corriente general de la literatura española. Es verdad que Nicolás Antonio da a su proyecto una estructura no muy elaborada, una mezcla de orden cronológico y alfabético, que no entra en la clasificación sistemática por materias de las obras de las que habla. Ese será, sin embargo, un proyecto que llevará a cabo Miguel Casiri en su propia Bibliotheca. Creo que no es una casualidad que, en la primera página del prefacio de la obra, Casiri cite el Promtuarium sive Bibliotheca orientalis de Hottinger (Casiri, 1969, vol. I, p. I); aunque el orden de la obra de Casiri no parece coincidir exactamente con el propuesto por Hottinger, creo que en la obra del maronita parece culminar una reflexión, y una tradición erudita, sobre la forma de integrar la literatura árabe en un canon de la literatura española, en una Biblioteca hispana, entendida, es verdad, como el lugar físico donde se guardan y se leen los libros, o como una lista de autores y obras, pero también como una estructura orgánica de saberes donde hacer entrar las obras del pasado y del presente. Las notas del ilustrado José Carbonel, discípulo de Casiri, son un eslabón más de esa cadena, en la que la obra de Nicolás Antonio ocupa un lugar preeminente (Rodríguez Mediano, 2019).
Otra de las fuentes utilizadas frecuentemente por Nicolás Antonio es el catálogo de la Universidad de Leiden. Como es bien conocido, Leiden se había convertido, en el siglo XVII, en uno de los centros fundamentales del orientalismo europeo. Ya he citado, en este texto, los nombres de Rafelengio y Erpenio, cuyas obras y magisterio serían definitivos en la recepción y canonización de la literatura árabe en Europa. Este proceso estuvo decisivamente ligado al establecimiento de los fondos orientales en las grandes bibliotecas europeas. Un buen ejemplo de ello es el caso de El Escorial, cuyo extraordinario fondo árabe se nutrió, fundamentalmente, del robo de la biblioteca del sultán marroquí Muley Zidán (Mawlāy Zaydān). A otras bibliotecas de Europa, sin embargo, los libros llegaron sobre todo gracias a la acción de mercaderes, agentes, embajadores o misioneros europeos que viajaron o se establecieron durante un tiempo en países árabes y musulmanes. A diferencia de lo que ocurrió en lugares como Leiden o Roma, sin embargo, los riquísimos manuscritos árabes del Escorial no fueron trabajados a fondo hasta más tarde, y fue precisamente el esfuerzo de Miguel Casiri el que proporcionó una herramienta más o menos válida y sistemática para poner en valor esa colección. En el texto de Nicolás Antonio, la biblioteca de El Escorial aparece como la fuente de bastantes de sus biografías, pero él mismo no estaba en la disposición de explotarla a fondo. Como se ha visto más arriba, él mismo se declaraba ignorante en la lengua árabe y, además, su proyecto de Biblioteca hispana era de otra índole, no estrictamente orientalista. Sin embargo, la información de los catálogos e índices fue fundamental para Nicolás Antonio. En su Biblioteca, utiliza el de Leiden, discriminando además los distintos fondos bibliotecarios que lo componían. Cita, así, el fondo de Jacob Golius (Jacob Gool) en la biblioteca de la Universidad de Leiden. Como puede encontrarse en la información del propio catálogo de esa biblioteca (Vrolijk), Golius realizó viajes al Oriente y a Marruecos, y su colección de manuscritos entró en al catálogo de la biblioteca en 1640 (Catalogus, 1640, p. 173, “Libri ms. arabici & alii quos pro Academia ex Oriente advexit Jacobus Golius”) (aunque existe un catálogo anterior de esta colección, publicado en 1630 por el famoso científico y filósofo francés Pierre Gassendi). Uno de sus discípulos, Levinus Warner (VV.AA., 1970), realizó una larga estancia como embajador holandés en Estambul, durante la cual coleccionó un número ingente de manuscritos árabes, hebreos, persas y turcos, que acabaron también en la Biblioteca de la Universidad de Leiden, constituyendo una de las aportaciones más importantes y numerosas a su colección oriental. La referencia a la colección Warneriana fue introducida en el catálogo de la biblioteca de Leiden en 1674 (Catalogus, 1674, pp. 283 —para mss. hebreos— y 316 —para mss. árabes, turcos y persas—), cuando podía presumir ya, como señala el propio título del catálogo, de poseer un “tesoro incomparable de libros orientales, especialmente manuscritos”. En ese tesoro, como queda dicho, buscó Nicolás Antonio un buen número de noticias para su biblioteca.
Aparte de estas obras, que constituyen lo más principal de las fuentes orientales de la Bibliotheca arabico-hispana, se pueden encontrar otras, quizás no tan empleadas, pero suficientemente significativas. Así, por ejemplo, para la biografía de Ibn Ṭufayl, y en algún otro lugar, Nicolás Antonio cita la edición y traducción del Filósofo autodidacto realizadas por Edward Pococke (Ibn Ṭufayl, 1671). Pococke es quizás el más importante arabista inglés del siglo XVII, primer catedrático de árabe de Oxford, y que pasó varios años en Oriente, donde pudo estudiar la lengua y coleccionar un buen número de manuscritos. Ya he citado anteriormente su gran obra, la edición y traducción del Bar Hebraeus, también mencionada por Nicolás Antonio. Así pues, con Golius, Erpenius, Hottinger y Pococke, se podría decir que la Bibliotheca arabico-hispana está, en buena medida, fundada sobre un canon de la erudición orientalista de la época en ese momento crucial de formación del orientalismo moderno.
Hay aún otras obras orientales u orientalistas que cita Nicolás Antonio: por ejemplo, la de Samuel Bochart, De animalibus Sacrae Scripturae, publicada por primera vez en 1663 (Bochart, 1663). Bochart fue un pastor protestante francés, que había estudiado árabe en Leiden con el propio Erpenius, y que iba a adquirir una gran fama erudita por sus obras sobre la Biblia, fundamentalmente su Geographia Sacra, pero también el Hierozoicon, donde hacía un estudio sistemático de los animales citados en la Biblia, y que estaba dividido en dos partes: la primera dedicada a los cuadrúpedos, vivíparos y ovíparos; la segunda, a las aves, serpientes, insectos, animales acuáticos y fabulosos. Es esta la fuente que cita Nicolás Antonio. Conviene recordar, además, que el propio Bochart usó fuentes árabes para su propia obra, como, por ejemplo, la Geografía de al-Idrīsī, el ya citado Nubiense, como era conocido en la época (Ageron, 2015). La obra de Bochart estuvo, también, fuertemente influida por la de Benito Arias Montano, y entre ambas componen un eje fundamental del acercamiento de la Europa moderna al estudio de la Geografía sagrada y, también, al desarrollo de una disciplina propiamente profana (Shalev, 2012).
Otra obra utilizada por Nicolás Antonio que merece la pena destacar aquí es la Guía de perplejos de Maimónides. La obra de Maimónides era bien conocida desde la Edad Media, editada traducida e impresa en diversas ocasiones. Una traducción importante en el siglo XVII fue la llevada a cabo por Johannes Buxtorf hijo, que subrayaría la idea de un Maimónides racionalista, cuyas ideas serían compatibles con la teología protestante; una visión que tendría una considerable repercusión en lo sucesivo (Campanini, 2019). En todo caso, Nicolás Antonio estaba familiarizado también con fuentes hebreas o de hebraísmo, como queda claro cuando cita a autores como Yehuda ha-Levi, Abraham Aben Ezra, Nicolás Antonio, Benito Arias Montano, Johannes Buxtorf padre, John Plantavitius, David Ganz o Abraham Zacuto (Antonio, 1696, vol. I, p. XIII). Pero es este un tema que excede los límites de este artículo.
Lo que antecede no es, desde luego, un análisis exhaustivo de las fuentes de Nicolás Antonio para su “Bibliotheca arabico-hispana”: no es una lista completa de las mismas, ni un estudio sistemático de cómo las utilizaba, de los autores que cita y, eventualmente, de los que no, ni de cómo integra distintos discursos dentro de un esquema general. He procurado, solo, dar una visión general que permita apreciar de qué materiales estaba fabricado el Oriente español andalusí desde la perspectiva de finales del siglo XVII: una mezcla de historiografía española medieval y moderna, de literatura especializada en medicina, astronomía, filosofía..., y, sobre todo, un conocimiento y uso de las obras del orientalismo europeo. Como he dicho, la ignorancia del árabe de Nicolás Antonio le impedía acceder al estudio de los manuscritos de la Biblioteca del Escorial; una carencia que podría ampliarse al conjunto del (relativamente) escaso arabismo español del siglo XVII, a pesar de que sus cultivadores pensaban, como el propio Nicolás Antonio, que en el orientalismo se encontraba la clave de la auténtica erudición. En todo caso, la obra de Nicolás Antonio, con su carácter canónico que se proyecta hacia el siglo XVIII (Cebrián, 1997), constituye un paso importante en la integración de la literatura árabe en el edificio de la cultura nacional.
3. Entre Antonio de León Pinelo y Andrés González de Barcia
Como ya indiqué someramente en el estudio citado al comienzo de este artículo (Rodríguez Mediano, 2019), los papeles del intelectual ilustrado José Carbonel y Fogasa en torno a la elaboración de una Biblioteca arábico-hispana nos ofrecen, además de su valor documental, una pista sobre el método de constitución de la misma. En efecto, si una parte de esos papeles consiste en las notas sacadas de la lectura de la Bibliotheca vetus de Nicolás Antonio, otra está sacada de la lectura del Epítome de la bibliotheca oriental y occidental, náutica y geográfica de León Pinelo. El valor de estas anotaciones es doble: por un lado, ilustra la forma en que la literatura sobre las Indias Orientales y Occidentales produce una aportación a ese canon arábico-hispano; por otro lado, es significativa la diferencia que, ente sentido, se produjo entre el siglo XVII y XVIII. En efecto, la edición original del Epítome data de 1629, y su reedición a cargo de Andrés González de Barcia de 1737-8. Andrés González de Barcia (Asensio Muñoz y Reyes Gómez, 2018) fue un muy importante historiador, erudito y bibliófilo gallego, y su reedición de la obra de León Pinelo en tres volúmenes es considerablemente más grande que la original, que el propio León Pinelo consideraba incompleta, hasta el punto de que muchos contemporáneos empezaron a llamar al Epítome “la Biblioteca de Barcia” o la “Bibliografía de Barcia”, y su contribución supone, en buena medida, el establecimiento de un nuevo modelo historiográfico español para el Nuevo Mundo, de una nueva “Biblioteca colonial hispano-americana” (Carlyon 2005, pp. 87-117). Por lo que es de interés para este artículo, hay que señalar que una de las novedades notables de la edición de González de Barcia con respecto a la original es la inclusión de un considerable número de autores árabes. Es cierto que el Epítome no es, en puridad, una “Biblioteca hispana”, aunque sí representa, por recordar el título del libro de Jonathan Carlyon, una “Biblioteca colonial” española. Con mucha diferencia, la mayor parte de los autores árabes citados por González de Barcia no son andalusíes, pero muchos de ellos representaban, para José Carbonel, una posibilidad de dar noticia de fuentes árabes que sirviesen para escribir la historia de Al-Ándalus, o de España (CF, 36r ss.).
Como se ha dicho, las adiciones de González de Barcia al Epítome de León Pinelo son numerosísimas, y el resultado son tres apretados volúmenes impresos a doble columna, llenos de referencias más o menos amplias, más o menos detalladas. Entre ellas, el número de autores árabes y musulmanes añadidos alcanza varios centenares. Barcia no era muy cuidadoso a la hora de citar sus fuentes, y no siempre las menciona explícitamente. Sería necesario un trabajo más riguroso para entender su método de trabajo, que tuviese en cuenta, no solo un análisis riguroso de estas fuentes, sino también los estudios que conocemos de su biblioteca (Asensio Muñoz y Reyes Gómez, 2018), trabajo que él mismo realizó sobre la Bibliotheca nova y, sobre todo, la Bibliotheca vetus de Nicolás Antonio (GB). Sin embargo, y con las noticias que el propio González Barcia da, se pueden identificar las principales referencias que usa: así, cita, entre otros, los fondos de la Biblioteca Regia de Francia, de la Biblioteca de Leiden, de la Biblioteca Palatina de Heidelberg, de la Biblioteca Imperial de los Habsburgo, o de la bibliotecas de François Savary de Brèves y de Melchisédech Thévenot; un pequeño ejemplo del vastísimo esfuerzo bibliográfico de González de Barcia, y de la dificultad de analizar en detalle su práctica bibliográfica.
Por lo que respecta al interés de este artículo, quiero destacar aquí solamente que José Carbonel y Fogasa solo anotó, de entre los cientos de referencias del Epítome, los nombres de 41 autores. No me quedan claras las razones de esta selección, pero sí que se pueden identificar, entre estas noticias, la referencia a algunas fuentes: así, por ejemplo, se encuentra la Nova Bibliotheca del jesuita francés Philippe Labbé (Labbé, 1653) o, como en el caso ya citado de Nicolás Antonio, el De viris illustribus de León Africano citado a partir Johann Heinrich Hottinger. Pero aparecen, de manera muy especial, dos obras fundamentales que Nicolás Antonio no había podido consultar, pero que iban a convertirse en un punto de referencia fundamental del orientalismo europeo: una es la Bibliotheca orientalis Clementino-Vaticana del maronita Joseph Simón Assemani (Assemani, 1719-28), el primer catálogo moderno de manuscritos orientales de la Biblioteca Vaticana. Aunque Assemani no llegó a terminar su monumental proyecto, su figura queda como un punto de referencia fundamental de la cultura árabe cristiana en Europa; de hecho, y como también se refleja entre los papeles de Carbonel, el propio Assemani estuvo trabajando con los códices que dejó en Roma otro ilustre maronita, Abraham Ecchellensis (Assemani, 1719, vol. I, pp. 573 ss., “Codices Ecchellenses”). La segunda obra es, sin duda, la referencia más importante de una Biblioteca oriental en la Europa de la Ilustración y, seguramente, la fuente más utilizada por González de Barcia para sus referencias orientales: se trata de la Bibliothèque Orientale de Barthélemy d’Herbelot (D’Herbelot, 1697), que constituyó toda una forma de “organizar el Oriente” (Bevilacqua, 2016). La principal fuente de la Bibliothèque de D’Herbelot fue el célebre repertorio biográfico del erudito otomano Kātib Çelebi (o Ḥāğğī Ḫalīfa), Kašf al-ẓunūn. La importancia de la obra de D’Herbelot se deja sentir también en los papeles de Carbonel, puesto que es la fuente original del titulado “Bibliotheca Arábico-Hispana o Catálogo alphabético de autores árabes españoles u oriundos de España o cuyas obras perttenecen a la historia y geographía de ella”, ya citado al comienzo de este artículo. Se trata de un rastro que explica bien cómo, entre la Bibliotheca vetus de Nicolás Antonio y la Bibliotheca de Miguel Casiri, y destacando entre otras aportaciones bibliográficas, la novedad fundamental había sido la aparición de los primeros volúmenes del catálogo de manuscritos orientales de la Biblioteca Vaticana y, sobre todo, la Bibliothèque Orientale de Barthélemy d’Herbelot. La influencia de esta obra en la construcción de una Biblioteca arábico-hispana se nota, por ejemplo, en la reedición del Epítome de León Pinelo y llega, de forma muy marcada, al entorno de Miguel Casiri.
4. En torno a Miguel Casiri
Este documento en el que Carbonel recoge noticias de la reedición del Epítome de León Pinelo por parte de Andrés González de Barcia es interesante por otra razón. Como se ha dicho, Carbonel era muy cercano a Campomanes y al propio Miguel Casiri, con quien estudió árabe. En el documento en cuestión, las palabras originales árabes de los nombres de los autores y los títulos de los libros están en latín, en una forma a menudo deturpada a causa de las sucesivas transcripciones y copias. Sin embargo, en algunos casos, distintas manos han intentado restablecer el árabe original. Varias de esas intervenciones están hechas por una mano no en exceso diestra, pero otras tienen buena caligrafía en un estilo oriental, y podría suponerse, con una cierta probabilidad, que son obra del propio Casiri. Esto no solo situaría al sacerdote maronita en el centro de la genealogía de la Biblioteca arábico-hispana de la que estoy tratando en este artículo, sino que también nos proporciona un pequeño indicio, apenas un destello, y a través de los errores que comete, de lo que Casiri sabía, o no sabía, sobre literatura árabe en el momento de su llegada a España (Rodríguez Mediano, 2019).
Los documentos producidos en ese momento en que Casiri comenzó a dar clases de árabe a José Carbonel y Pedro Rodríguez de Campomanes no solo incluyen materiales gramaticales o didácticos (Rodríguez Mediano, 2020). Como muestran los papeles de José Carbonel de los que estoy hablando, se trata de una documentación que nos permite acceder a las prácticas concretas de la erudición orientalista en este momento preciso del mediados del siglo XVIII en que Casiri empezó a trabajar en España. Una prueba magnífica de ello nos la proporciona el Archivo de Pedro Rodríguez Campomanes, que contiene muchos ejemplos de trabajos de erudición en distintos grados de compleción. Algunos de ellos deben entenderse en el marco de una Bibliotheca arabico-hispana, justo en el momento en que se estaba produciendo la del propio Casiri. Así, por ejemplo, encontramos en ellos largos extractos de la Geografía de al-Idrīsī (AC, 3-7, “Texto del Nubiense”), que, como ya se ha visto, formó parte importante del canon del orientalismo europeo del siglo XVII. Como aprendemos en otro documento de este archivo (AC, 57-2: “Adiciones al convento jurídico sacadas de el Nubiense (sacada esta copia de otra del Sr Conde del Águila, sevillano, comprendidas en una colección de las obras manuscritas de Rodrigo Caro”), Rodrigo Caro había sacado apuntamientos de la Geografia de al-Idrīsī después de haber publicado su propia obra sobre la corografía de Sevilla, y tenía la intención de incluirlos en ella si la volviese a imprimir. Hay también en estos documentos fragmentos en árabe y latín, extraídos de manuscritos árabes del Escorial, como por ejemplo al-Qazwīnī, al-Rāzī o de una llamada Historia granatensis (AC, 3-7.); hay una copia, “sacada de los originales antiguos”, de la Crónica del moro Rasis (AC, 57-4: “Rasis el Moro, sacado de los originales antiguos, el uno del colegio de Santa Catalina de Toledo traducido de Arábigo en Portugués por mandado de d. Dionís, Rey de Portugal, y por Gil Pérez, clérigo y Maestre Mahoma, y después en castellano; y otro fue de Ambrosio de Morales. Suplióse en el uno lo que faltaba en el otro”); hay numerosos trabajos sobre la cronología musulmana de España y donde se explica, por ejemplo, que para la historia y cronología de los Omeyas era necesario recurrir al Bar Hebraeus o Gregorio Abulfaragio de Edward Pococke, al Ğirğis al-Makīn de Erpenius o las obras de Abraham Ecchellensis, más la Crónica atribuida Isidoro Pacense y las del Arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada (AC, 4-1.); todos nombres que ya han salido en este artículo, y que determinaban necesariamente la orientación de los trabajos de Casiri y Campomanes mientras se prepara el Catálogo del Escorial.
Por supuesto, como todo trabajo de canonización, este está sujeto a sus propias reglas y crea sus propias categorías. Para hacernos una idea de cuáles eran los intereses de Campomanes en ese sentido, se puede citar la carta que envió a José Antonio Banqueri en 1798 sobre la instrucción que debían llevar tres personas a Marruecos para tomar conocimiento de ese reino. En ella se decía, en primer lugar, que, para conocer la geografía de Marruecos, había que estudiar las obras de León Africano y de Luis de Mármol. En segundo lugar, Campomanes explica los criterios que debían seguirse para obtener libros árabes en Marruecos: todo lo relativo
al Alcorán, a sus comentarios, a su moral, ritos, ceremonias religiosas, controversias polémicas en materias de creencia, supersticiones, talismanes, etc. son cosas vanas e inútil detenerse en su examen ni en la adquisición de libros o memorias que traten de ellas, antes debe prohibirse expresamente a los encargados que hagan sobre tales materias conversación con naturales ni otros […] la misma tacha tienen los libros de la jurisprudencia usada en y entre los demás mahometanos de oriente y occidente, porque es sacada del Alcorán, fuente de su derecho civil y canónico [...]. Tampoco son útiles sus libros filosóficos porque son aristotélicos y de ningún adelantamiento en las ciencias, y, entre lo de medicina, sólo pueden aprovechar los prácticos que hablan del método que al presente usan los marroquíes en la cura de enfermedades, llagas o heridas.
Con estas salvedades, los libros que debería adquirirse eran:
1.- En el conocimiento de la lengua y diccionarios que tratan de las palabras, distinguiendo las africanas que se conserven todavía en uso desde que se estableció por los almorávides las ciudad y Reino de Marruecos [...]. 2.- [...] los libros históricos más bien recibidos, y en especial los que traten de las guerras que aquellos africanos han tenido en España, prefiriendo los que no existan en El Escorial o estén incompletos. 3.- Los libros de historia natural son muy del caso, tomando conocimiento de las producciones del país, de su agricultura, de la forma de sus habitaciones, ajuares y trato social [...]. 4.- Los libros de agricultura, las cosechas usuales y la noticia de las fábricas y consumo de géneros extranjeros y españoles en que consiste el comercio [...] como igualmente los derechos de entrada y salida por os puertos [...] (Rodríguez Campomanes, 2004, pp. 560-1).
En estas instrucciones, como es claro, la adquisición de libros y noticias sobre Marruecos tiene un carácter utilitario, en el que es fácil apreciar la necesidad estratégica de acumular conocimiento sobre un país vecino, sobre el que, además, se proyectaba ya la amenaza del interés colonial. Sin embargo, resulta también clarificador ver cómo estas instrucciones no difieren mucho de algunos de los criterios con que se construye un saber erudito: se puede considerar, por ejemplo, el paralelismo entre la utilidad de las ciencias agrícolas expresada en esta carta, y el proyecto de edición y traducción del Libro de agricultura de Ibn al-‘Awwām a cargo de José Antonio Banqueri (Ibn al-‘Awwām, 1998); un interés del que queda también constancia en el Archivo de Campomanes (AC, 24-4 y 24-34, donde hay varios trabajos de traducción de fragmentos de la obra de Ibn al-‘Awwām). Pero hay un rasgo más significativo, que es la escasez, en general, de textos religiosos, o el poco o nulo interés por la producción religiosa o jurídica de al-Ándalus o del Magreb. Se trata de un desinterés que ya habíamos señalado, por ejemplo, al estudiar cómo Miguel Casiri se enfrentó a los textos moriscos que llegaron a sus manos y que tuvo que identificar e inventariar; en algún momento, el erudito maronita llegó a decir de estos textos: “no hallo en ellos alguna cosa de utilidad o importancia, pues todo el contenido de ellos se reduce a unas oraciones supersticiosas propias de los mahometanos” (García-Arenal y Rodríguez Mediano, 2010, p. 640). Y es que, como línea de ruptura fundamental, los intentos de integración de la literatura árabe en una Biblioteca de la literatura española, o lo que es casi lo mismo, de integración de la historia de al-Ándalus dentro de la historia nacional, debían pasar, en buena medida, por el intento de desislamizar la lengua, la cultura y la historia de los árabes. Otra cuestión es si era posible desislamizar absolutamente la cultura árabe y el pasado andalusí de la península ibérica, en un momento en que la circulación de artefactos culturales y religiosos, el contacto polémico, militar y cultural, la crisis de la Reforma y la confesionalización, el desarrollo de las herramientas de la filología, el pensamiento crítico y el escepticismo, habían alterado decisivamente, en Europa, la propia percepción del hecho religioso.
Conclusión
La Bibliotheca arabico-hispana de Miguel Casiri es, sin duda, el primer intento sistemático de poner en valor el fondo árabe de la Biblioteca de El Escorial. Pero es también, por otro lado, un proyecto que se inserta en una tradición orientalista que se interrogaba sobre las formas de integración de la historia andalusí y la literatura árabe en una narrativa de lo nacional. He dedicado, en este artículo, una especial atención a la Bibliotheca de Nicolás Antonio, que representa, sin duda, la obra fundamental de la historiografía crítica española del siglo XVII, y un punto de referencia ineludible para la historia intelectual de la Ilustración española. En este sentido, cabría recordar simplemente que su Censura de historia fabulosas fue editada en el siglo XVIII por Gregorio Mayans, con sus correspondientes problemas con la Inquisición (Benítez Sánchez-Blanco). La forma en que Nicolás Antonio reúne, elabora y trabaja sus datos es reveladora del tipo de prácticas de la historiografía crítica española. El mundo de Nicolás Antonio es heredero de las grandes historias españolas de la Edad Moderna, pero también de la erudición orientalista europea de la época, que fue una herramienta fundamental del pensamiento crítico, de esta “Ilustración radical” del siglo XVII. La suya es una erudición “traducida”, puesto que no sabía árabe; una carencia que se extiende a buena parte de la República de las Letras española, lo que explica el retraso en explotar la Biblioteca del Escorial; un hecho que se intentará revertir con el trabajo de Miguel Casiri. Como he intentado mostrar aquí, el entorno intelectual (y político) de Casiri formaba parte de esta tradición, fuertemente determinada por el conocimiento de las producciones y las preguntas del orientalismo europeo. En todo caso, queda por estudiar a fondo cómo se compuso la Bibliotheca de Casiri, y también cómo se compusieron otras bibliotecas (Asso del Río, 1782; Latassa, 1796). Se trata de un problema relevante, no solo para la historia del arabismo español, o de cómo se ha pensado la relación de España con al-Ándalus, sino también, de manera más general, para la historia intelectual de la creación de un paradigma cultural nacional o europeo.
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