CRASH: CÓMO UNA
DÉCADA DE CRISIS FINANCIERAS HA CAMBIADO EL MUNDO (A. TOOZE, 2018) UNA
RELECTURA EN 2022
Crash: how a decade of financial crises changed the
world
RESUMEN
En
esta obra el profesor Tooze desbroza, mediante un vibrante relato de los
hechos, los convulsos acontecimientos de la crisis financiera global, que
comenzó en 2008 en EE. UU. y colapsó durante casi una década las finanzas
internacionales del mundo entero. Adentrándose en los siempre opacos entornos
de las finanzas internacionales arroja luz sobre los mecanismos y los riesgos
de un sistema financiero internacional nítidamente conectado entre las diversas
instituciones y países de todos los continentes. Su análisis de las causas y
opciones económicas adoptadas desde los gobiernos es rigurosa y certera. Al
tiempo, diversas consideraciones a las decisiones tomadas con un claro impacto
en la ciudadanía global, auténtica protagonista de toda esta situación.
PALABRAS
CLAVE
crisis
financiera, finanzas internacionales, Unión Europea, EE. UU., China, Rusia,
BCE, Reserva Federal, G20, comercio internacional, agencias de rating, deuda
pública, populismo.
ABSTRACT
In this book, profesor Tooze unravels, through a
vibrant narrative of th events, the convulsive events associated to the global
financial crisis, which began in 2008 in the U.S. and collapsed international
finances worldwide for almost a decade. Entering into the always opaque environments
of international finance, he sheds light on the mechanisms and risks of an
international financial system that is tightly connected between the various
institutions and countries on all continents. His analysis of the causes and
Governments’ economic choices is rigorous and accurate. At the same time, it
provides a number of considerations to the decisions taken with a clear impact
on global citizens, the real protagonist of this whole situation.
KEYWORDS
financial crisis, international finance, European
Union, USA, China, Russia, ECB, Federal Reserve, G20, international trade,
rating agencies, public debt, populism.
Sumario: 1. Consideraciones iniciales. 2. Resumen. 2.1. Tormenta
inminente. 2.1.1. Las finanzas en el escenario Atlántico. 2.2. La crisis
mundial. 2.2.1. Arreglar Wall Street. 2.3. La zona euro. 2.3.1. El problema de
la deuda. 2.3.2. El mundo de gravedad cero. 2.3.3. “Whatever it takes”. 2.4. Las
réplicas del terremoto. 2.4.1. Temor al tapering. 2.4.2. #thisisacoup. 2.4.3.
La amenaza populista. 2.4.4. Trump. 2.4.5. El mundo que viene. 3. Conclusiones
y crítica. 4. Bibliografía.
1.
Consideraciones
iniciales.
Tras su publicación en 2018, leímos con fruición esta magna
obra; cuatro años después consideramos que la aparición del COVID-19, la guerra
de Ucrania y la actual crisis energética y económica hacen aconsejable su
relectura, que viene a consagrar la avilantez del autor.
La
monumental obra del profesor TOOZE se
estructura en cuatro partes, con veinticinco capítulos a lo largo de
seiscientas cuarenta y nueve páginas. Adicionalmente, incluye extensas notas
con bibliografía y aclaraciones para el lector, así como un índice analítico de
gran utilidad con nombres propios y conceptos para consultas.
Desde
sus primeras líneas en la introducción, el autor británico confiesa su
pretensión de arrojar luz sobre los elementos constituyentes de la primera
crisis de la era global (2008). Busca despertar la curiosidad del lector,
organizar las incontables fuentes y eventos y realizar con ellos conexiones de
tan ingente material. Todo esto se lleva a cabo desde la órbita histórica y el
análisis económico.
El autor advierte de la
utilización de un criterio cronológico, diferenciando a su vez entre los
distintos bloques geográficos (EE. UU., UE, Europea del Este, Asia, prestando
especial atención a China y Japón). Simultáneamente, y desde el comienzo,
centra su atención en los distintos organismos internacionales (FMI, BCE, OCDE,
G20) e instituciones financieras, y su rol a lo largo de la génesis y
resolución de la crisis financiera desatada en EE. UU. en 2008. El ritmo
narrativo que se imprime es muy dinámico y los capítulos y sus temáticas se
concatenan de manera magistral de suerte que, en ciertos pasajes, pudiéramos
tener la sensación de estar leyendo un thriller en vez la crónica
económica de una década vertiginosa.
Se
exponen los mecanismos macroeconómicos de la economía mundial, su
funcionamiento, sus retos y las oportunidades generadas en esta crisis. No
queda al margen el análisis
del comportamiento empresarial de las grandes corporaciones globales (Apple,
Google, etc.) y de la banca (Wall Street, Canary Wharf, Hong Kong…).
TOOZE emplea, junto a los argumentos económicos
previamente mencionados, una visión geopolítica mundial, sociológica y jurídica
para una época de cambio que intensifica el debate sobre la desigualdad global.
Toda propuesta política dirigida a intentar ser resolución de esta crisis de
2008 es objeto de análisis y, en
algunos casos, redefinirá el papel de la política tanto de derechas como de
izquierdas, al tiempo que indagará sobre el auge de los populismos.
Por último, se muestra un singular rasgo narrativo que
pondrá de manifiesto, como novedad, las sensaciones de las personas durante el
transcurso de la crisis con el fin de humanizar y mostrar los efectos
devastadores de esta catástrofe histórica. Finalmente, el autor apunta unas conclusiones sobre esta década
reseñable.
2. Resumen.
A lo largo de este trabajo, nos hemos centrado en aquellos
capítulos de la obra cuyo interés y actualidad sugieren mayor significación y
actualidad a nuestro contexto.
Crash se estructura en todos sus
capítulos de la misma manera: primero, narración de los hechos y estructura de
los procesos; a continuación, explicación de decisiones, acciones y argumentos.
2.1. Tormenta inminente.
El
5 de abril de 2006, un entonces congresista Obama presentó el proyecto
Hamilton, redactado por R. Rubins (ex Goldman Sachs) y por P. Orszag; se
trataba de un proyecto originario de 2004 sobre materias sociales, educativas,
económicas y sanitarias para lograr el superávit frente a los déficits que legó
Reagan: reducir el déficit[1] era el mantra para
que EE.UU. no fuera vulnerable a las presiones del mercado de bonos, con China
muy activa como inversora pese a que aún no nos encontrábamos ante una crisis de
deuda soberana estadounidense. Para mitigar los desequilibrios, la solución del
proyecto Hamilton era la austeridad fiscal pero el Congreso estadounidense no
quiso contener el déficit presupuestario. En aquel momento, la Reserva Federal ganaba autoridad con P. Volcker y,
sobre todo, con Alan Greenspan, que redefinió la labor de un banco central como
rector de la política monetaria en tiempos de crisis. En conclusión, EE. UU.
inició el camino de la austeridad fiscal frente a la creencia popular de que Alemania
fue su precursora.
En
todo caso, la crisis de 2007 y 2008 fue una crisis del capitalismo occidental,
un colapso de Wall Street, impulsado por los préstamos tóxicos de alto riesgo
que acabó contagiándose a Europa.
En
la época del New Deal (1933-1938) comenzó el apoyo y el
respaldo estatal a las hipotecas, que entonces eran de tipo fijo. El incremento
de los tipos de interés desde aquellos años hacía que, respecto a las
hipotecas, los deudores se encontrasen en una posición cómoda al tratarse de
hipotecas de tipo fijo. Esta circunstancia no era del agrado de los bancos ni
de sus cuentas de resultados,
llegando incluso a la quiebra de ciertas entidades de ahorro y
préstamo en la década de 1980. Es en este momento cuando comienza a ganar
importancia el sistema hipotecario garantizado por empresas patrocinadas por el
gobierno GSE, acrónimo de Government-Sponsored Enterprises). Con
ejemplos como Fannie Mae y Freddie Mac, a los que más adelante dedicará una
mención especial, se trataban de empresas que empezaron a surgir desde el New Deal, comprando hipotecas con el fin
de aumentar el flujo de crédito en la economía.
En
esta época de intenso desarrollo de productos financieros, surgen los ABS (Asset-Backed
Securities) y los MBS (Mortgage-Backed Securities) como un tipo
concreto de estos, impulsados por los Salomon Brothers. Se trata de valores
financieros (bonos, pagarés, …) respaldados por activos, o, más concretamente
en el caso de los MBS, por hipotecas.
Desde
1975, se aprecia un aumento de la desregulación de los mercados financieros y
con ello de la creatividad a la hora de diseñar instrumentos de ingeniería
financiera. Se aprecia el abandono de los depósitos como forma de
almacenamiento de los ahorros, sustituyéndose progresivamente por una inversión
masiva en MMF (fondos de inversión monetaria). De tal suerte, se aprecia el
aumento de firmas de banca de inversión sin precedentes desde los años 80 en
adelante, llegando algunas incluso a cotizar en Bolsa. Pero la historia no siempre fue in
crescendo: desde 1998 con la
quiebra de una de estas compañías de banca de inversión (Long-Term Capital Management),
llegó la burbuja de las empresas “puntocom”, que explotó entre 1998 y 2001 y
finalmente la caída de Enron[2] y de Arthur Andersen tras sus escándalos contables y de
auditoría.
Si pudiéramos analizar la progresión de estos años, podríamos
distinguir tres etapas: en primer lugar, el surgimiento de la titulización de
hipotecas, la comercialización de esto nuevos valores en el mercado secundario
y la relevancia de las GSE y la banca de inversión. En segundo lugar, como
reacción a la titulización de hipotecas, surgieron derivados financieros como
los CDO (Collateralized Debt
Obligations) y los CDS (Credit Default Swaps); el
fin último de estos derivados para los bancos e instituciones que los
utilizaban era obtener liquidez transformando activos a largo plazo que les
representaban una deuda. Finalmente, se despertó el interés por los activos
seguros.
Otro tipo de producto financiero en aumento para financiar las
carteras de hipotecas de los bancos fueron los pagarés de empresa titulizados
(ABCP), realizados a través de una serie de vehículos de inversión estructurada
(SIV). Se trataba, una vez más, de una forma de conseguir liquidez en el corto
plazo, para lo que necesitaban crear unos agentes financieros nuevos (SIV),
esponsorizados por un banco matriz.
Los productos financieros vivieron su auge entre 1999 y 2003
mientras que el desarrollo de los productos subprime, de peor calidad, aunque reestructurados y recalificados por las
agencias de rating como calidad AAA
(máxima calidad), se produjo entre 2003 y 2006. Un aspecto de especial mención
es que dichas agencias de rating encargadas de valorar los productos financieros de acuerdo con su
calidad y seguridad estaban financiadas por los bancos a los que posteriormente
calificaban. La desregulación creciente en el año 1999 incrementó un fenómeno
conocido como shadow banking: el sistema de banca en la sombra no es más que el nombre que
describe el hecho de que varias entidades financieras realizasen un gran número
de operaciones a través de distintos instrumentos financieros que no se
reflejaban en balances.
Para finales de 2006, y con anterioridad al estallido de la crisis
financiera, ya había personajes en Wall Street que predecían lo que podría
ocurrir. Es el ejemplo de Greg Lippman, del Deutsche Bank, que estudió la
futura oleada de impagos y el fin de la era de las hipotecas y los MBS,
anticipando el éxito de los CDS y los seguros frente a impagos.
Realmente, y si tuviéramos que buscar una
posible causa histórica a semejante expansión del crédito y a la cultura de la
refinanciación, podríamos observar los efectos que tuvo la caída de los tipos
de interés propiciada por Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal,
tras los atentados del 11-S.
2.1.1. Las finanzas en el escenario Atlántico.
Pese a presentarse EE. UU. como principal centro financiero
mundial durante estos años de expansión, la UE era el centro y principal
intermediario de los flujos. Con el objetivo de conseguir beneficios,
aprovechaba su posición estratégica para servir de intermediario de EE. UU. con
Asia y Oriente Medio. Con ello, la City de
Londres cada vez ganaba mayor peso entre los centros financieros mundiales. El
auge de la City londinense también
se vio apoyado por factores nacionales como la desregulación del gobierno de
Thatcher y la continuación de este proceso en el gobierno de Blair.
Analizando las instituciones con mayor importancia de las MBS, con
el avance de estos años se fueron introduciendo entidades europeas. Entre las
tres primeras entidades, y junto con Merrill Lynch y Citigroup, el tercer banco
con más operaciones con MBS era el suizo UBS. Sin embargo, los acuerdos como
Basilea I[3]
suponían una cierta regulación que afectaría a Europa, estableciendo un
porcentaje de capital reservado en los bancos y un número de activos
hipotecarios. Las imperfecciones de Basilea I fueron corregidas en años
posteriores a través de Basilea II, lo que no impedía que algunas entidades
financieras buscasen vacíos legales. Ciertos bancos en la UE se comportaban con
mayor irresponsabilidad incluso que algunos en EE. UU., aumentando sus cifras
de apalancamiento. En Europa, el sentir generalizado era que, en caso de
crisis, la Reserva Federal acudiría al rescate con la provisión de los dólares
necesarios.
En un repaso dinámico de la historia de la Unión Europea desde la
caída de Bretton Woods en 1971 durante la Administración Nixon, cuando el dólar
dejaba de ser referente del sistema monetario internacional, se aprecian las
dificultades a la hora del nacimiento del euro. El proceso de creación del euro
y el impacto de su introducción en los Estados miembros de la eurozona era algo
complejo: existían pocas instituciones comunes y las políticas a tomar no
tenían por qué ser uniformes. El auge del crédito en la zona euro se vivió con
la expansión de varios países como es el caso de España, donde dicho crédito se
canalizaba en aumentos en la demanda de viviendas y en los ingresos fiscales.
Grecia crecía a ritmos de Irlanda y España, pero financiada por una ingente
cantidad de préstamos acumulados sobre su deuda previa. El hecho de que Grecia
fuese un país pequeño hacía que no saltasen las alarmas en la UE. Lo cierto es
que respecto la crisis del euro no existía una estructura unida en la UE que
pudiera hacerle frente, lo que explica que algunos países tuvieran mayor peso
en las decisiones. Alguien tenía que liderar y Ángela Merkel en Alemania se
postuló voluntaria.
Abordando la esfera soviética y de Europea del Este, desde los
años 1980 y 1990 se vivió una crisis grave de inflación y devaluación del rublo
en Rusia. Las consecuencias se padecieron de forma más dramática incluso en
Ucrania. Pese a todo, la evolución de los países del Este de Europa fue
progresando hacia las instituciones más avanzadas, integrándose en la UE y en
la OTAN entre 1999 y 2007. Con una serie de inyecciones de crédito y el apoyo
de la iniciativa privada extranjera, las economías del Este europeo comenzaron
a catalogarse como economías en transición, desarrollando una potente
expansión.
En el caso de Rusia, consiguió sobreponer a la
importante crisis de inflación sufrida en los años 1990 con la elección del
presidente Putin en los años 2000. Putin pretendía, y sigue pretendiendo,
configurar Rusia para que se constituyese como una potencia autoritaria y
desafiante, tal y como demuestran los ataques a sus vecinos ex-soviéticos y, en
especial, la actual invasión a Ucrania.
2.2. La crisis mundial.
Los primeros signos de inflexión en los precios de la vivienda
comenzaron en EE. UU. en verano de 2006, seguidos por Irlanda en el mes de
marzo de 2007, España en el verano de ese mismo año, y finalmente el Reino
Unido, durante octubre de 2007.
Con una bajada en los precios de la vivienda, muchos ciudadanos
vieron como el aumento de valor de sus patrimonios se debilitaba e incluso se
congelaba, dejando patrimonios negativos absorbidos por las hipotecas y deudas
contraídas. Esto produjo una inevitable recesión en el consumo. Los efectos
también se dejaron notan sobre entidades hipotecarias y muchos bancos que
quebraban. También numerosos fondos de inversión de alto riesgo se encontraron
abocados al cierre. BNP Paribas destaca con una intervención de unos de sus
portavoces, que comentó que, realmente, el problema se hallaba en la
imposibilidad de valoración de los activos. El no poder valorar los créditos,
ya que no existían garantías basadas en activos inmobiliarios, implicaba un
freno a la concesión de dichos créditos y con ello, el fin de la actividad
bancaria.
En septiembre de 2008 comenzaron las primeras turbulencias: la
caída de Lehman Brothers, a la vez que Merril Lynch se tambaleaba debido a su
exceso de financiación por repos y su dependencia del mercado hipotecario. Más
tarde, se hundía la aseguradora AIG. Los problemas que propiciaban todas estas
caídas no eran meros problemas de liquidez; se trataba de futuros impagos que
ya eran inminentes. El hecho de que numerosos bancos “apostasen” y dependiesen
de diversos valores hipotecarios, provocaba que, en caso de impago por parte de
los titulares, responderían las aseguradoras y bancos. Al producirse los
impagos de forma simultánea, resultaba inexorable la quiebra de todas estas
instituciones.
Una tendencia surgida algo antes de estas caídas y turbulencias
sucesivas, fue la postura “en corto” contra los valores hipotecarios: la
llamada big short. Goldman Sachs apostó contra los CDO a través de la compra de CDS
a la aseguradora AIG. En el momento en que estos impagos comenzaron a suceder,
Goldman exigió sus garantías frente a AIG, lo que produjo parte del colapso de
la aseguradora. Con estas caídas, se rompía el sistema el sistema de ingeniería
financiera basado en ABCP (pagarés de empresa), repos (operaciones de compra y
venta a corto plazo) y CDS. Lo próximo en caer fueron los MMF (fondos de
inversión monetaria), debido a que se hacía imposible devolver “dólar por
dólar.”
Conforme avanzaban los últimos meses de 2008, surgieron problemas
en diversos bancos en EE. UU., que se contagiaron por el Atlántico llegando a
los bancos de la UE, que dependían de la evolución de la deuda y del valor del
dólar. Una vez cayeron los precios de la vivienda en EE. UU., las principales
repercusiones en la UE se hicieron notar en España y en Reino Unido. Cabe
destacar la brecha racial que estaba abriendo respecto al tema de la vivienda
en EE. UU., la cual aumentaba a un ritmo peligroso. Cuando finalmente la crisis
impactó en el ámbito empresarial americano, se percibió en las grandes
automovilísticas: GM y Chrysler.
En un panorama bancario estadounidense asolador, el Gobierno tenía
que tomar las primeras acciones para hacer frente a esta situación que solo
podía empeorar. La banca de inversión se encontraba profundamente afectada y
las grandes firmas altamente implicadas. Con el beneplácito de la
Administración Bush y del Tesoro de EE. UU., JP Morgan adquiría en marzo de
2008 a Bear Stearns, siendo esta la primera acción de rescate de una entidad
financiera a otra. El objetivo era que la crisis financiera no se extendiera
por todo el sector bancario, o al menos no de una forma inmediata. En
septiembre, Fannie Mae y Freddie Mac, empresas esponsorizadas por el Gobierno,
fueron recapitalizadas con una dotación ilimitada de recursos autorizados. Esta
estrategia se toma al considerarse que eran empresas estratégicas por su
posición y dependencia con el mercado hipotecario. Más tarde, Bank of America
adquirió Merrill Lynch. Pero sin duda, la decisión más drástica tomada durante
estos meses fue dejar caer a Lehman Brothers (entidad de menor tamaño que
Merrill Lynch).
El Tesoro y la Reserva Federal continuaban pergeñando planes y
opciones para el rescate generalizado de los bancos estadounidenses, aunque a
la hora de su aprobación en el Congreso, no eran bien recibidos. Esto
finalmente, propició una caída en la confianza por parte de los mercados y los
inversores, cuyas consecuencias fueron una importante caída del índice Dow
Jones. El sector privado se esperaba que pudiese rescatarse a sí mismo.
Finalmente, los tres principales bancos (Citigroup, Bank of America y JP
Morgan) acordaron, con la ayuda del Tesoro estadounidense crear un mecanismo
para estabilizar el mercado de bonos de titulización hipotecaria (denominado
Mecanismo Principal de Mejora de la Liquidez).
La situación en Europa presentaba rasgos diferentes. Respecto a la
economía real, Europa se situaba en una cómoda posición de superávit con EE.
UU.; sin embargo, en lo que se refiere a la economía financiera, se encontraba
con una importante necesidad de dólares. Las operaciones principales del
mercado europeo eran con EE. UU., pero también servían de intermediarios de EE.
UU. con otros países del mundo, por lo que estas operaciones también se
realizaban en dólares. En el momento de caída económica estadounidense, Europa
necesitaba una importante cantidad de dólares (unos dos billones) con el fin de
garantizar la liquidez. La UE se benefició de algunas estrategias de rescate
norteamericanas como la Expansión Cuantitativa (EC1). Esencialmente se trata de
un programa de compras por la Reserva Federal de los bonos de titulización
hipotecaria. Concretamente, los bancos más beneficiados fueron el Deutsche Bank
y Credit Suisse. Las vías de inyección de estas líneas de liquidez en sus
distintas formas no eran siempre directas. Es decir, la forma de hacer llegar
las líneas swap entre la Reserva Federal y los bancos comerciales de la UE no
siempre era en un solo paso, sino que a veces utilizaban intermediarios. Estos
podían ser el BCE, el Banco de Escandinavia e incluso el Banco de Inglaterra.
El hecho de salvar la crisis de liquidez del dólar permitió indirectamente
salvar en un primer momento la crisis de otras divisas: las inyecciones del FMI
y la Reserva Federal se dirigían a distintos bancos centrales, de forma que, en
septiembre de 2011, habían circulado 10 billones de dólares brutos en swaps de liquidez.
La crisis impactó en Rusia algo más tarde: entre Putin y Medvedev
intentaron solventar la recesión utilizando todos los contactos posibles con
los principales oligarcas rusos. La estrategia pasaba por eliminar y reducir a
mínimos la dependencia externa, además de destinar un cuarto de presupuesto del
Estado a ayudas e incentivos para empleo.
Los países del Este de Europa, al notar síntomas críticos en sus
economías, pidieron ayuda al FMI. En primer lugar, Hungría, pero más tarde se
sumaron el resto, llegando esas peticiones incluso desde países de Eurasia,
México y otros países latinos. En el caso de México, fue el primer país en
recibir tanto ayudas en forma de swap de la Reserva Federal como fondos del FMI. Conforme la crisis
ahondaba en Europa, países del Este pidieron la adhesión a la eurozona.
Alemania no deseaba planes de ayuda general de la eurozona al extranjero,
mientras que Austria y Suiza sí. Letonia fue un caso muy relevante considerado
“el Lehman de Europa”. Mientras tanto, Hungría vivía las negociaciones por
ayudas económicas con reacciones por la independencia del país con respecto a
la UE. Ucrania representa el segundo shock más grande tras el de Letonia, con
un factor diferenciador: en el Gobierno ucraniano existía cierta división sobre
la proximidad a Occidente o a Rusia a la hora de tomar decisiones. Finalmente,
el Gobierno ucraniano realizó una serie de cambios estructurales necesarios y
pidió ayuda al FMI (cabe comentar que los créditos concedidos por el FMI eran
de cuantías menores que las líneas de liquidez americanas).
Desde comienzos del siglo XXI China es considerada un gigante
mundial[4].
Cuando nos referimos a “gigante,” hacemos referencia tanto a su numerosa
población como a su ingente economía. Sus envidiadas tasas de crecimiento han
sido muy altas en las últimas dos décadas. Sin embargo, en el interior del
país, este imparable crecimiento genera preocupación por los desequilibrios que
podría acarrear. A su vez, cabe destacar que es uno de los países que posee
mayor cantidad de bonos de deuda de EE. UU. Previo a la crisis, desarrollaba un
plan de estímulo de 4 billones de yenes, destinados principalmente al
desarrollo de las líneas de un tren de alta velocidad que batiría en tiempo por
distancia recorrida a otros muchos similares en EE. UU., carreteras, puentes,
etc. Este estímulo consistía en el mayor plan de intervención en época de
crisis en la Historia de China (las cifras alcanzaron cerca del 50% del PIB en
estímulos). En la economía china, las exportaciones juegan un papel importante,
pero desde una perspectiva nacional, resulta vital su mercado interno y el
mercado asiático.
En 2008 la crisis alcanza a los llamados dragones asiáticos: Corea
del Sur, Indonesia, Tailandia y Malasia especialmente. Tienen un denominador
común: bajar el peso de sus exportaciones. En el caso de algunas de estas
crisis asiáticas, no se trataba solo de un problema de exportaciones sino
también de financiación de la actividad nacional: los bancos nacionales pedían
préstamos en dólares a corto plazo con el objetivo de financiar operaciones
nacionales a largo plazo, lo que complicaba la devolución de dichos préstamos.
Este choque de divisas y financiación conllevó que, en países como Indonesia,
cayera el precio de los productos básicos en 2008. La respuesta de varios de
estos gobiernos asiáticos ante la crisis de exportaciones fue clara: un
estímulo fiscal y monetario, que en Tailandia implicó un cambio de gobierno
para poder llevarse a cabo.
En 1999, el entonces secretario del Tesoro estadounidense Larry
Summers organizó la primera reunión del G20. Fue inicialmente concebido como un
grupo de expertos técnicos en finanzas internacionales; posteriormente, los
políticos de esas primeras veinte potencias económicas del mundo ocuparon el
lugar de los técnicos. La primera reunión tuvo lugar en Washington (noviembre
de 2008) y la segunda en Londres (2009).
Bajo el mandato del presidente Obama, se aprobó
en 2009 la Ley de Recuperación y Reinversión, conocida como The Recovery Act; esa
aprobación contó con la oposición republicana (destacando su área más
intransigente, el Tea Party) y conservadora. El objetivo de esta ley era proporcionar un
estímulo a la economía estadounidense, aumentando el gasto público y esperando
un efecto acelerador consiguiente. Como resultado, se obtuvieron unas cifras
inferiores a las necesarias, pero con un balance final satisfactorio. El
incremento del gasto por parte del Gobierno suponía un aumento del déficit, lo
que obligaba a la emisión de deuda; esta medida se llevó a cabo tanto en EE.
UU. como en Reino Unido. En la zona euro, donde se siguieron estrategias
similares, la deuda era adquirida por los bancos, que usaban una liquidez que
previamente habían conseguido a través del BCE. El inconveniente consistía en
que la deuda en esos Estados no venía acompañada de inyecciones de liquidez en
sus países de origen, algo que no sucedía en Reino Unido o EE. UU. (que sí
tenían liquidez). La deuda alemana fue calificada como la mejor de la zona
euro, ya que el gobierno alemán llevaba a cabo unas políticas claras y sólidas,
imponiendo ciertos límites al incremento de gasto público.
2.2.1. Arreglar Wall Street.
Pese a la crisis que se cernía sobre el panorama bancario
estadounidense, los bonus repartidos entre los altos directivos del sector se
incrementaron en 2008. Se planteaban distintas opciones para frenar este
fenómeno: desde la nacionalización de las entidades bancarias o su
reestructuración pública como se había hecho en Alemania o Suiza, hasta el
sometimiento a test de resistencia y el apoyo con ayudas TARP. Las ayudas de
los fondos TARP (Troubled-Asset
Relief Programme) se utilizaban para
alivio de activos problemáticos en las instituciones financieras y fue
implementado en el año 2008. El objetivo de los tests de resistencia era doble:
por un lado, conseguir la recuperación de la confianza del sector financiero
que había quedado en entredicho y por otro, verificar la resistencia y
estabilidad de los bancos. Finalmente, los bonus y otras formas de incentivos
para los altos directivos del sector bancario se vieron limitados con el
propósito de transmitir una imagen de esfuerzo máximo de los propios banqueros
por recuperar la normalidad. Los tests de resistencia se convirtieron en una
herramienta no solo relevante sino esencial. Requerían poca intervención
estatal, incentivando incluso la iniciativa privada. Se trataba de una revisión
de la contabilidad y reorganización de ciertos aspectos de balance de las
instituciones financieras. En suma, constituían un instrumento adecuado en
términos de estabilidad y confianza a transmitir al mercado.
Es precisamente durante este año, y como oposición a muchas de las
medidas tomadas por el Gobierno estadounidense, cuando surge un movimiento
denominado Tea Party. Con unas bases de extrema derecha en cuestiones económicas,
eclosiona como una reacción a la intervención estatal planteada tras la crisis,
haciendo una referencia histórica al conocido Motín del Té de Boston.
En la génesis de este movimiento hallamos una reacción a ciertas
medidas regulatorias anticrisis, como la Ley de Protección del Consumidor y
Reforma de Wall Street (también conocida como Ley Dodd-Frank, por los dos
congresistas que intervinieron en ella); esta norma afrontó a las diversas
causas de la crisis. En efecto, la Ley Dodd-Frank introdujo acusadas novedades
en el marco financiero y regulatorio, en una tendencia macroprudencial de
vigilancia sobre la actividad estable de bancos en todo momento, y no solo en
tiempos de crisis. Esto se conseguía a través de distintas vías como la
vigilancia de los dividendos y distribución de capital y los constantes
chequeos y test de resistencia efectuados. Con el Comité de Basilea III se
extiende esta tendencia en la legislación bancaria de crisis, esta vez en el
ámbito del G20. En este caso, se lograba a través de duras condiciones para los
bancos con importancia sistémica y con la fundación de una estructura europea
de supervisión bancaria.
Respecto a las ayudas, destaca el contraste
entre los bancos europeos más rezagados a utilizar los fondos a su disposición
respecto a EE. UU. y las facilidades que daba para el acceso a liquidez y
fondos. Esta situación se motivaba en el hecho de que las medidas europeas eran
opcionales mientras que el marco estadounidense las forzaba para las
instituciones financieras. Es por ello por lo que, en 2013, el sistema bancario
de EE. UU. no solo se encontraba en una coyuntura más favorable, sino que salía
fortalecido de la crisis, dotado de una mayor solidez y estabilidad. Mientras
tanto, en la UE compraban deuda pública, que posteriormente llevaría a un
pánico, motivando otro shock en el escenario europeo.
2.3. La zona euro.
Las
ejecuciones hipotecarias, tras la leve recuperación económica del 2009,
tuvieron su apogeo en 2010; el riesgo sistémico de los impagos por los deudores
había remitido tras una aportación de liquidez de la Reserva Federal. Controlar
la ratio de deuda/PIB (endeudamiento) se convertía en un mantra.
Tras
los rescates bancarios de 2008 apareció la austeridad, que debía tener reflejo
en los presupuestos gubernamentales. Grecia, Irlanda y Portugal comenzaron a
tener problemas con la deuda soberana.
En
2010, se desbordó una batalla general por el futuro de Europa que puso en
riesgo el euro, pero esa crisis amenazaba la estabilidad económica global.
Grecia era precaria fiscalmente pese a que no había solicitado demasiados
préstamos, pero no había reducido su deuda contraída en las décadas de los años
1980 y 1990 (años que se podrían definir por un importante impulso en el gasto
y consumo griego); al aumentar el déficit y los tipos de interés, su economía
se resintió hasta la insolvencia. Los préstamos concedidos a Grecia, Irlanda
Portugal y España, superaban los 2,5
billones de dólares, de los que Francia y Alemania eran acreedores por 500.000
millones cada uno. Esos préstamos no habían sido
concedidos a los Estados, sino a sectores como el inmobiliario en el caso de
Irlanda y España.
En
septiembre de 2009, el nuevo gobierno alemán de Merkel mantiene coalición con
el FDP y nombra a W. Schäubel ministro de Economía. Tras esto, en febrero de
2010, se adoptan medidas urgentes para respaldar el euro, pero se vetan las
ayudas concretas a Grecia. Hay que recordar que el Tratado de Lisboa no permite
mutualizar la deuda estatal; Alemania respaldaba la reestructuración de la
deuda griega a expensas de los bancos. Francia y el BCE, por su parte, se
oponía a la rebaja de la deuda para evitar el impago soberano.
Schäubel propuso crear un Fondo Monetario Europeo que
respaldase las deudas de los países hasta un 60% del PIB. Desde ese punto, la
deuda debía ser reestructurada y los tenedores de bonos sufrirían recortes.
Merkel no permitió este plan federalista europeo, pero sí abocó a los griegos a
pedir ayuda al FMI. El BCE se opuso a la reestructuración y a la intervención
de FMI, aunque su papel como Banco Central pasaba por la compra de bonos en
circulación para estabilizar los mercados antes de imponer disciplina fiscal a
Grecia. Los Tratados Fundacionales de la UE[5] limitaban la
posibilidad del BCE de comprar deuda griega recientemente emitida. Trichet,
presidente del BCE en el momento, cedió a la presión del Bundesbank,
evitando la compra de bonos en la medida de lo posible. El gobierno griego
pidió ayuda a EE. UU. en mayo de 2010, dado que cualquier crisis económica en
la zona euro tendría repercusiones en EE. UU. La prioridad estadounidense era
impedir el contagio económico, pero se negaron a hablar de reestructuración de
deuda. Sin embargo, Merkel forzó la intervención del FMI mediante una acción
conjunta con la UE y el BCE (la famosa Troika), descartando la
reestructuración, optándose por pedir créditos nuevos para pagar la deuda
griega existente, tanto si era sostenible o no. Los préstamos nacionales a
Grecia pretendían eludir la apariencia de un rescate, por ello, los tipos de
interés eran altos. Esto implicó recortes en el sector público griego que
fueron afrontados por los funcionarios, elevando su edad de jubilación.
Asimismo, se elevó el tipo del IVA y otros impuestos al consumo. En mayo,
Grecia recibió un rescate de 110.000 millones
de euros (80.000 millones de la UE y 30.000 procedentes del FMI). El BCE compró
deuda, pero no bonos griegos, no prestaba apoyo y el euro cayó en picado. Ante
esta situación, el BCE decidió finalmente comprar bonos gubernamentales, pero
no sería el único comprador. Quiso además dejar claras las diferencias entre
política fiscal y política monetaria. El 9 de mayo de 2010 se acordó un
programa de rescate europeo de
750.000 millones de euros (250.000 millones aportados por el FMI) donde el
mediante la creación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (ESEF), que se
incorporó como entidad privada radicada en
Luxemburgo, para que cada país aportase sin asumir un compromiso intergubernamental.
Algunas fuentes calificaron el rescate a Grecia como rescate a los acreedores
privados griegos, que eran instituciones financieras europeas.
2.3.1. El problema de la deuda.
La
decisión del BCE de comprar bonos griegos parecía la única solución para calmar
los mercados, tal y como habían hecho antes la Reserva Federal, el Banco de
Inglaterra y el Banco de Japón. Por contra, el BCE clamaba por la austeridad
como mensaje único, abandonando cualquier tipo de estímulo; se impusieron las
tesis más conservadoras y alarmistas basadas en apretar las clavijas fiscales.
Pero el objetivo velado pronto se desveló: reducir el Estado era en sí un
objetivo, un Estado austero de manera estructural como señaló David Cameron. Su
gobierno recortó, más allá de las cifras de Thatcher, un millón de empleos
públicos y redujo de 2010 a 2016 el gasto de los ayuntamientos en más de un
tercio. Según la OCDE solo Grecia, Irlanda y España sufrieron las peores
contracciones que las infligidas en Reino Unido por su gobierno conservador.
Esa
presión se extendió igualmente a EE. UU. y hasta Obama habló en 2010 de reducir
el déficit en vez de crear empleo. Solo Ben Bernanke, como director de la
Reserva Federal, desaconsejó medidas de austeridad drásticas, separando al
corto del medio plazo y articulando medidas diversas para esos diferentes
plazos. Con un paro creciente (casi el 10%) y el Tea Party azuzando
burdamente contra las élites de Washington, los republicanos obtuvieron una
aplastante mayoría en la cámara de representantes; ello redefiniría la política
estadounidense.
En
ese contexto, la Administración Obama alumbró la Ley de alivio fiscal,
reautorización de la prestación por desempleo y la creación de puestos de
trabajo (diciembre 2010), que fue su última gran ley económica antes de toparse
con un senado de mayoría republicana. Desde ese momento, esa mayoría no
permitió subir impuestos y propició recortes de gastos constantes (100.000
millones de dólares). Pese a ello, Obama defendió en la Cumbre del G20 de
Toronto (2010) que la recuperación se articulase de manera secuencial,
aplicando en la consolidación fiscal un impulso al sector privado. La realidad,
por contra, se tradujo en una reducción del déficit a la mitad en los países
del G20 en un plazo de tres años.
Alemania
se mantuvo fiel a su criterio de reducir deuda sin dejar de olvidar a la UE.
Lejos de liderar a las economías occidentales, apostó por exigir a los Estados
miembros compromisos constitucionales internos vinculándolos a su derecho de
voto en la Unión, lo que alarmó especialmente a los Estados más pequeños que,
como Grecia, cayeron en la paradoja keynesiana: caída de demanda y aumento aún
mayor del desempleo, con fuerte reducción de ingresos y consiguiente caída del
PIB. Poco a poco (agosto de 2010), quedó patente que Grecia empeoraba y se
alejaba de los mercados pese a la obtusa visión de la Troika, empeñada en que
se cumpliera su plan. Se temía que una reestructuración de su deuda contagiara
a otros bancos. Las instituciones europeas no tenían autoridad para intervenir
en políticas bancarias nacionales pero la realidad mostraba que los bancos
europeos no eran fuertes como reflejaban los tests de estrés, y Grecia seguía
hundiéndose.
Merkel
y Sarkozy acordaron en Deauville, en octubre de 2010, que desde 2013, los
acreedores deberían asumir las pérdidas en situaciones de crisis futuras, no
solo aportando fondos los contribuyentes. Trichet acogió mal esta medida
política, que implicaba la participación del sector privado para recuperar la
confianza de los ciudadanos. El BCE endureció su política, exigiendo a Irlanda
un programa como a Grecia (reformas estructurales, consolidación fiscal y
reorganización del sector financiero).
Dublín
aceptó el 21 de noviembre aplicar más impuestos a los trabajadores, recortes en
los subsidios y subir las tasas universitarias. La población de Irlanda pagó el
rescate de sus bancos y no estos, y la crisis bancaria fue fiscal,
incrementando la incertidumbre y desviando la atención del problema real.
La visión estricta del BCE sobre su función concluía que
solo debía actuar sobre la estabilidad de los precios, y no sobre el bienestar
económico de los Estados miembros.
2.3.2. El mundo de gravedad cero.
La
Primavera Árabe y las guerras de Afganistán e Irak, junto a la Expansión
Cuantitativa de Bernanke, constituyen el marco de 2011, a lo que hay que unir
la crisis de los refugiados libios. En la primavera de 2011, un 10% de la
población a activa de la UE estaba en paro. El 7 de abril, Portugal era el
tercer país que se acogía a un programa de la Troika. En mayo de 2011, los
indignados invadían la Puerta del Sol en Madrid; este movimiento es conocido
como el 15-M. El nacionalismo de izquierdas y de derechas era la respuesta a la
crisis, que defendía la soberanía contra las injerencias extranjeras; en Grecia
surge Syriza y en España, Podemos en 2014.
Pero
más allá de la política, la situación originada en 2010 no mejoraba y Grecia se
deterioraba: el consumo y las inversiones se desplomaron. En abril, Grecia
pidió sin éxito que el BCE ampliara el plazo de pago y los intereses. Entró en
funcionamiento el famoso Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF) como
vehículo frágil legalmente para los préstamos de rescate mediante la compra de
bonos. Berlín dudaba entre reestructurar y la participación del sector privado
en el proceso, y al mismo tiempo era partidaria de la austeridad. Por su parte,
el BCE había adquirido el 15% de la deuda griega calificada como basura y acabó
subiendo los tipos de interés, lo que provocó una mayor asimetría entre la
Europa del Norte y la del Sur. Quiso subrayar así su independencia de la
política y avisar a los gobiernos europeos para que se ocuparan de los mercados
de deuda, y bien pudo adoptar otras medidas. El margen de rendimientos entre
los bonos más seguros y los más arriesgados de la zona euro se disparó. Los
fondos monetarios estadounidenses recortaron posiciones europeas y los bancos
europeos se resintieron, sobre todo los franceses; en Wall Street se apostaba
por la caída del euro.
En
la zona euro tampoco las cosas funcionaban bien y el dinero privado huía de la
periferia hacia los Estados del norte como Alemania. El euro, en mayo de 2011,
estaba desplomándose y Juncker declaró que “cuando las cosas se ponen serias,
tienes que mentir”.
Strauss-Kahn,
director del FMI, quiso actuar con el Eurogrupo al considerar que estábamos
ante un problema europeo común que exigía la acción conjunta de todo el
continente; había que reforzar el EFSF con mayor autoridad y mayores recursos;
la recapitalización bancaria europea debía ser coordinada según declaró Ajai
Chopra, del FMI. Era preciso actuar en ese momento, sin embargo, el 14 de mayo
Strauss-Kahn fue detenido por agresión sexual y la campaña del FMI para tomar
medidas decisivas en la crisis europea fue abortada. Merkel viajó a EE. UU. en
junio y se acordó la participación privada voluntaria en la reestructuración de
la deuda griega (nada sobre la recapitalización de los bonos europeos ansiada
por el FMI). Los recortes a los tenedores de bonos eran insuficientes y no arreglaron
nada (el diferencial griego llegó a los 1.300 puntos). Los mercados se
preguntaban: si la zona euro no arreglaba Grecia, ¿qué pasaría entonces con
Italia y su mayor dimensión?
El
21 de julio, se reunió el Consejo Europeo para abordar la sostenibilidad de la
deuda en la Eurozona y la compra de bonos por BCE. La financiación mayorista se
estaba agotando, expandiéndose una crisis total a la zona euro.
Sarkozy
pactó con Merkel y el BCE un nuevo acuerdo que hacía recibir a Grecia 109.000
millones de euros (sus necesidades financieras hasta 2014) y se reducía el
interés de ese préstamo ampliando el plazo de vencimiento. Se aclaró que, solo
en Grecia, se verían afectados los acreedores privados, los demás Estados eran
solventes y cumplirían sus compromisos. El EFSF adquiría poderes en el mercado
secundario y podría crear líneas de crédito para los Estados no pertenecientes
al programa como Italia o España. A finales de julio, el Deutsche Bank vendió
sus posiciones de deuda italiana en un 88% desde el principio del año. El
Gobierno italiano lo interpretó como un mensaje de Merkel que afectaba a la
confianza.
A
finales de julio de 2011, EE. UU. estaba al borde del abismo del impago
(500.000 millones de dólares) con un gobierno federal con poco margen ante los
republicanos. Se hablaba de bonos estadounidenses y de permutas de
incumplimiento crediticio pese a que gran parte de dinero europeo se había
refugiado en los bonos estadounidenses (los diferenciales llegaron a 82 puntos
básicos). Pero, el 31 de julio, se llegó a un compromiso presupuestario y el
abismo se alejó. En agosto, S&P rebajó la calificación de la deuda
estadounidense a AA+, pese a que se demostró un error técnico al calificar el
déficit que la citada agencia no quiso corregir, aun tratándose del presupuesto
americano. El papel de las agencias de calificación volvía a quedar en
entredicho, como en 2008.
El
19 de agosto, surge el movimiento Occupy Wall Street, a semejanza de los
movimientos europeos.
En
el otoño de 2011, los síntomas de una profunda crisis europea se agudizaron. El
mantra de democracia y mercados como complemento empezó a no funcionar, se
introdujo entre ambos la política. La batalla de Francia, Alemania y el BCE por
el futuro gobierno de la zona euro había comenzado. Esa batalla alejó los
asuntos europeos de los ciudadanos.
Para
seguir actuando, el BCE pidió esfuerzos adicionales a España y a Italia, aunque
estos no habían pedido un rescate: recortes del gasto gubernamental, subida de
impuestos y cambios en política del mercado laboral. En España, se cambió el
artículo 135 de la Constitución para incluir la estabilidad presupuestaria, con
el consenso de los dos grandes partidos nacionales. En Italia se optó por la
aprobación parlamentaria de las condiciones del BCE y en agosto comenzó la
compra de bonos italianos y españoles por el programa Securities Market
Programme (SMP). Esto calmó a los mercados y contuvo el riesgo de desastre
que comenzó a acosar a Francia como última línea de defensa. Se consignó la
idea de que un rescate total de la banca griega era inexorable dado el tamaño
de la deuda griega. Toda la banca europea sufrió además los nuevos
requerimientos de liquidez de Basilea III (ajustes de balance) con mercados muy
recelosos al ofrecer financiación.
La
ofuscación política en Europa (y en especial, Alemania y el BCE) ocultaba la
lección básica de 2009: las cuestiones de política macroeconómica y estabilidad
sistémica no podían separarse del funcionamiento de los grandes bancos. Los
bancos estadounidenses aumentaban capital frente a los europeos que se
desapalancaban y reducían el tamaño de su cartera de préstamos, pero la notable
contracción y la reducción de exposición de los bancos era precisamente el
efecto buscado por Basilea III, que era denostada por la gran banca mundial.
Sin embargo, 2011 fue el año de la crisis bancaria europea y, por extensión y
contagio, también estadounidense; una influencia bidireccional.
La
visión estadounidense se centraba en ampliar el EFSF, dotándolo de 1,5 billones
de euros para su labor, creando así un escudo definitivo para el euro y para
toda la economía mundial por extensión, como señalaba Larry Summers, tras
retirarse de sus funciones en la Casa Blanca.
En
la primera semana de octubre cayó el banco franco-belga Dexia para escarnio de
la Autoridad Bancaria Europea (ABE), cuyos tests de estrés había superado poco
antes. En EE. UU., cayó la firma de corretaje MF Global, cuya principal
dedicación había sido apostar por el futuro de la zona euro. A finales de
octubre, tras aceptar Alemania la ampliación de EFSF a 1,2 billones de euros
mediante apalancamientos o préstamos como fondos de seguros para cubrir
pérdidas de títulos privados, los acreedores privados de deuda griega (bancos
franceses, alemanes, italianos y fondos de cobertura americanos) aceptaron
pérdidas del 50%.
La
cumbre del G20 en Cannes (2 de noviembre) fue extremadamente tensa: provocó la
destitución de Papandreou, primer ministro griego, que había convocado un
referéndum sobre la aceptación de las condiciones de funcionamiento de la ayuda
europea; por otra parte, no se consignaron ayudas a Italia, próximo temor en el
horizonte, y la situación se estancó con Berlusconi al frente. El 12 de
noviembre, Berlusconi dimitió y le sucedió Mario Monti, hombre próximo a
Goldman Sachs, fundador del think tank más influyente de Europa,
Bruegel, además de profesor en la prestigiosa universidad de Bocconi (Milán).
No obstante, los mercados demandaban una mayor integración europea con
liderazgo alemán. Obama instaba al BCE a actuar como la Reserva Federal:
comprando bonos. Merkel se opuso y la cumbre del G20 se cerró con resultado
negativo. El Bundesbank y su ortodoxia resistían a una mayor intervención del
BCE en la crisis.
El
7 de diciembre, el presidente del Consejo Europeo Van Rompuy requirió a la UE
hacer frente a la necesidad de mutualizar la deuda que protegiera a los
elementos más débiles y eliminase el pánico del mercado. Merkel impuso sus
reglas al resto de Estados miembros: que el déficit no superase el 3% del PIB y
que la deuda no alcanzara el 60% del PIB, todo ello bajo pena de sanciones
automáticas. El EFSF fue sustituido por el Mecanismo Europeo de Estabilidad
(MEDE), con poder para intervenir en los mercados de bonos secundarios.
Draghi llegó a la presidencia del BCE del 1 de noviembre de
2011. Con su doctorado de Economía en el MIT, cuna de la macroeconomía
estadounidense, coincidió con Papademos, que en aquel momento era primer
ministro griego, y con Ben Bernanke, de la Reserva Federal. En verano de 2012,
Draghi se convirtió en el salvador del euro con el beneplácito de Merkel. Su
pretensión inicial era apoyar a los bancos a los que ofreció financiación a
largo plazo (LTRO) muy barata (523 bancos recibieron 489.000 millones de euros
en diciembre de 2011). El primer tramo del 65% del LTRO se destinó a los bancos
italianos, españoles, griegos e irlandeses, pero a diferencia de la crisis
estadounidense y la Expansión Cuantitativa, los bancos no se deshicieron de sus
activos dudosos a cambio de dinero seguro, sino que incrementaron sus
posesiones de deuda gubernamental periférica. Mientras, S&P rebajó la
calificación crediticia de toda Europa y solo Alemania, Países Bajos,
Luxemburgo y Finlandia mantenían la calificación AAA.
2.3.3. “Whatever it takes”.
En
enero de 2012, el G20 se reunió en México con la sensación global de que la UE
no había hecho lo suficiente, no se habían atacado las inestabilidades del
mercado de bonos soberanos ni la recapitalización bancaria. Las medidas
impuestas a Grecia fracasaban al contraerse su economía con demasiada rapidez.
Se comenzó a considerar el Grexit: la salida de Grecia del euro, dejando caer
sus préstamos y deudas. Pronto se vio que la caída griega podía arrastrar al
resto de Estados europeos. Hubo que renegociar en abril de 2012 la deuda
griega, pasando de 199.200 millones de euros en bonos del Estado griego a
29.700 millones de euros en pagarés a corto plazo de EFSF y 62.400 millones en
nuevos bonos a largo plazo con tipos favorables (la mayor quita de la Historia,
107.000 millones, más que la Revolución Rusa o la Alemania de los años 30, pero
el PIB de Grecia se había desplomado.
En
Francia, en mayo de 2012, ganó las elecciones el socialista F. Hollande,
propugnando el crecimiento frente a la austeridad. Las cifras del FMI
demostraban que el recorte de gasto gubernamental (austeridad) reducía la
actividad económica en tasas superiores a ese recorte.
En
el verano de 2012 estalló la burbuja inmobiliaria en España, lo que abocó a un
paro juvenil de más del 50% de los trabajadores jóvenes españoles. En
noviembre, los socialistas perdieron las elecciones ante los conservadores de
Rajoy. Hubo que eliminar cajas de ahorros y apaciguar los mercados inyectando
liquidez del BCE al sistema financiero español, pese a que Bankia estaba al
borde de la bancarrota.
Volvía
la necesidad de avanzar en la Unión Bancaria o de mutualizar deuda soberana
como opciones frente a la pertinaz crisis. Merkel, ya sin Sarkozy a su lado, y
con la presión de Italia (Monti) y de EE. UU., comenzó a percatarse de que los
mercados de bonos de la eurozona no iban a mejorar, aunque seguía resuelta a
mantener la autonomía del BCE. Aunque Merkel se negaba, era precisa una Unión
Bancaria respaldada por garantías de depósito en toda la zona euro y un fondo
conjunto para la crisis, además de emitir deuda compartida. En junio, España
había solicitado 100.000 millones de euros para rescate de sus bancos. La noche
del 28 de junio de 2012, Monti y Rajoy forzaron el enfrentamiento con Merkel
para realizar los avances precisos: Pacto de Crecimiento y Plan de Apoyo al
MEDE para la deuda gubernamental de aquellos países que cumplieran las normas
de gobierno fiscal. Sería un derecho y no una humillante petición de ayuda a la
Troika. Monti declaró que el bloqueo mental europeo se había superado. España
seguía en apuros (bancos y tipos de bonos).
La
única solución era más Europa, no menos. Draghi comprendió el capital político
del euro y por eso declaró que era un proceso irreversible: “durante nuestro
mandato, el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar el
euro, y créanme, será suficiente”. Ese “whatever it takes” fue un punto
de inflexión en la crisis del euro. Tras él, los mercados se calmaron de
inmediato y no se habló más de ruptura de la zona euro. Por fin, Draghi utilizó
la llave de la estabilidad que el BCE tuvo en todo momento.
Juncker
declaró que había llegado el momento decisivo en Europa, Geithner creía que las
palabras de Draghi estaban vacías de contenido y no tenían un plan detrás. El
Bundesbank se oponía a Draghi. El plan de compras de bonos por el BCE sólo
entraría en acción tras numerosas condiciones y ajustes (el Programa de
Transacciones Monetarias Sin Restricciones, TMR). No obstante, estas medidas no
ofrecían estímulos reales a la economía de la eurozona como en su momento
contemplaban las impuestas por la Reserva Federal. Draghi entendió el mensaje
americano (haced algo a vuestra manera). Con su bagaje estadounidense,
comprendió la fórmula de EE. UU.: el euro se americanizó. EE. UU. había
actuado, bajo la Administración Obama, con liderazgo, discreta diplomacia,
estímulos económicos nacionales y programas de liquidez de la Reserva Federal
(las memorias de Bernanke se titulan El valor de actuar). Para algunos,
EE. UU. marcaba la senda hacia los Estados Unidos de Europa, continuando su
plan Marshall de 1947. La victoria de Obama en las elecciones de 2012 vino a
certificar el liderazgo mundial de EE. UU. en el siglo XXI.
En
noviembre de 2013, Larry Summers pronunció una conferencia ante el FMI acerca
de la recuperación económica y su lentitud. Su receta era modernización
ambiciosa y crecimiento basado en la inversión. En diciembre, Obama habló de
“desigualdad peligrosa y creciente” en todos los estadounidenses. Era evidente
que entre 1977 y 2004, la porción de ingresos nacionales que había ido a manos
del 1% de la población se había incrementado en un 88%. Se podía, por tanto,
constatar una desigualdad sistémica[6].
Un efecto de la Expansión Cuantitativa diseñada por Bernanke
en la economía estadounidense reflejaba que a las grandes empresas les
resultaba atractivo pedir préstamos a bajo interés para adquirir a sus
competidores, eliminándolos del mercado. El capitalismo americano se rehízo más
concentrado y monopolístico que nunca (en 2013, récord de ganancias). Los
sectores de sanidad y tecnología (Silicon Valley) copaban junto a los bancos
esos beneficios empresariales. La derecha radical del Partido Republicano
estadounidense también clamaba contra las desigualdades, achacándolas a la
acción política gubernamental; apuntaban a la reforma sanitaria (Obama Care).
Bloquearon casi un año los presupuestos del Estado más importante del planeta:
un 10% de la Cámara Baja estaba configurada por ultraderechistas xenófobos,
fanáticos de la Iglesia Evangelista y miembros del Tea Party. El Tea Party
arrastró al Partido Republicano, provocando que numerosos empresarios se
identificaran con el Partido Demócrata sin realmente serlo.
2.4. Las réplicas del terremoto.
2.4.1. Temor al tapering.
El
tapering puede comprenderse como un proceso económico contrario a la
Expansión Cuantitativa (QE). EE. UU. había gestionado aceptablemente las crisis
presupuestarias de 2011 y 2013. La inflación no corría peligro inmediato. Se
preveía una tercera fase de QE (con el objetivo de dar liquidez al dólar). Los
tipos de interés se mantenían bajos, pero en mayo de 2013, Bernanke decidió
ralentizar el ritmo de adquisición de activos. Los mercados emergentes
(especialmente Brasil e India) protestaron y reclamaron mayor coordinación en
una economía global interdependiente. Los movimientos estadounidenses en su
Reserva Federal (es decir, el fin del QE) conllevaron alianzas y acuerdos entre
otros bancos centrales, especialmente los asiáticos (China, Japón e India, entre
otros) para ofrecer facilidades (líneas de swap).
Antes
de 2008, se esperaba una confrontación financiera entre China y EE. UU.; ambas
naciones presentaban graves desequilibrios internos, además de competir en el
eje Asia-Pacífico.
La UE apostó desde 2013 por fortalecer sus relaciones y
acuerdos comerciales con Ucrania, lo que enfureció a Rusia, hasta el punto de
intervenir militarmente contra Ucrania en Donetsk. Por su parte, las medidas
estadounidenses fueron sanciones económicas para empresas rusas de gas y
petróleo controladas por amigos de Putin. El tamaño de la economía ucraniana
distaba de ser una pequeña república báltica y Kiev comprendió la oportunidad
histórica de asociación que la UE le ofrecía, entreviendo una posible
incorporación posterior a la Unión. El FMI impuso la lógica financiera y señaló
las graves deficiencias de la economía ucraniana (estimadas en la necesidad de
unos 50.000 millones de euros). Las calles de Kiev se llenaron de manifestantes
pro-UE en contra del presidente Yanukovich,
que acabó huyendo del país. Durante la guerra, el FMI prestó
dinero a Ucrania, pero no era posible aplicar medidas de reforma en esa
circunstancia. Rusia comenzó a sufrir las sanciones occidentales, pero también
sus vecinos se vieron afectados con este efecto colateral. En 2014, la
situación se estabilizó, pero Ucrania se mantenía en crisis.
2.4.2. #thisisacoup.
En
septiembre de 2013, Merkel fue elegida por tercera vez, gobernando en coalición
con el SPD. En marzo de 2014, las elecciones al Parlamento Europeo trajeron un
notable ascenso de euroescépticos y partidos nacionalistas, así como de
partidos de izquierdas (Podemos y Syriza).
La desafección política hacia la UE era el precio a una gestión económica de
una pertinaz crisis en la Unión. Faltaba un liderazgo nítido, con decisión
política.
En
Grecia, la recesión económica causaba una patente crisis social. Las medidas de
la Troika no convencían a nadie, e incluso miembros del FMI dudaban
abiertamente de su eficacia y racionalidad. Desde 2015, Syriza gobernaba
atenazada por el Eurogrupo y por Alemania con Varoufakis como ministro de
Hacienda. Él diseñó una estrategia de desafío al BCE, encontrando un resquicio
legal en los bonos soberanos y en su último responsable pagador. Pero el
sistema (los halcones de la austeridad) y las influencias políticas y
económicas hicieron caer al ministro, pese al referéndum en el cual el pueblo
griego rechazó el nuevo plan de recortes y ajustes propuestos. Por su parte,
EE. UU., Rusia y China no quisieron intervenir ni ayudar de manera directa a
Grecia. El país acabó demorando el pago de dinero debido al FMI, y solicitó una
quita de esa deuda por 50.000 millones de euros, alargando además el pedido de
devolución original. Pese a todo, Grecia se mantuvo en el euro aceptando nuevos
recortes y una soberanía restringida. Se impuso entonces un acuerdo conservador
y austero frente a un gobierno de izquierdas.
En julio, #thisisacoup se hizo viral en Twitter.
Aunque Alemania no ganó nada en este proceso, impuso sus tesis, si bien mostró
divisiones internas y un desgaste de su gobierno de coalición. Con
posterioridad, Portugal cambió de gobierno y en España el gobierno de Rajoy se
mantuvo con dificultad. La disciplina económica del Eurogrupo se abría paso
frente a las revoluciones de Syriza en Grecia y de Costa en Portugal. La
injerencia de la economía operada desde Bruselas nunca fue mayor y en ese
momento, la ola populista llegó al Reino Unido y a Polonia, dos países cuyas
poblaciones sumaban 100 millones de habitantes, el 20% del total de la UE.
2.4.3. La amenaza populista.
El
2016 comenzó con un gobierno populista en Polonia, enfrentado a la UE por la
libertad de prensa, la independencia judicial y el derecho al aborto, al tiempo
que David Cameron y su gobierno conservador exigía a la UE condiciones de
liderazgo so pena de forzar una salida en un referéndum prometido.
La
derecha enarboló el nacionalismo y la xenofobia, aunque, además, los británicos
lo combinaban en un difícil equilibrio con un globalismo empresarial. La City
quería mantener su independencia y estatus, siendo la puerta de entrada del
capital chino, suizo y estadounidense en Europa. En realidad, la City siempre
fue un paraíso fiscal consentido, un territorio offshore dentro de la
propia UE. Allí campaba la banca de inversión mundial, prácticamente imponiendo
a capricho sus propias reglas (UBS, Credit-Suisse, Barclays, Deutsche Bank,
HSBC, entre otros).
Entre
los años 2010 y 2014, los servicios financieros crecieron un 12,4% en el Reino
Unido frente a sectores como la construcción. Los ingleses especialmente (téngase
en cuenta la postura pro remain de Escocia) enarbolaban la bandera del
Brexit como una señal distintiva, con un cálculo erróneo de la estrategia
europea y de sus propios riesgos. El Reino Unido fue considerado un elemento
tóxico en la Unión Europea, un vecino incómodo y protestón que solo buscaba su
beneficio propio, atreviéndose además a cuestionar la libertad de movimiento o
la igualdad de derechos de los ciudadanos europeos.
Pese
a que la economía del Reino Unido suponía un 17% del total de la UE, el Brexit
se puso en marcha y forjó extrañas alianzas entre radicales de izquierda y de
derecha junto a clases desencantadas con el sistema. La campaña por la
permanencia (Remain) dejó claro la incongruencia y el perjuicio
económico que suponía la salida de la UE, llevando el asunto hacia la
inmigración, aspecto finalmente clave en la votación. La City se dividió en el
voto, si bien EE. UU. se mostró abiertamente favorable a que el Reino Unido
permaneciese en la UE. Los dos líderes de los partidos mayoritarios británicos
apoyaban la permanencia, que acabó perdiendo por estrecho margen. May sucedió a
Cameron y articuló un discurso populista de derechas: control de inmigración y
control del mercado laboral. En el invierno de 2016-17, se especulaba con el tipo
de acuerdo de salida del Reino Unido; los Estados miembros optaron por la
dureza en el divorcio. Londres comprendió entonces la dificultad de su
situación y trató de amenazar burdamente a la UE, pretendiendo ser el Singapur
de Occidente al configurarse como un inmenso paraíso fiscal.
En
la primavera de 2017, el mundo contuvo la respiración ante las elecciones
francesas, esperando que no se diese un resultado radical: Le Pen o Melenchon.
Ganó Macron[7].
El euro oscilaba apuntalado por el BCE. En junio de 2017, la
UE sobrevivió: contuvo la izquierda radical de Grecia, Francia y Portugal, así
como el auge de la ultraderecha y mientras negociaba duramente con el Reino
Unido.
2.4.4. Trump.
Trump
llegó al poder en noviembre de 2016. Su discurso político era simple pero
pragmático: xenofobia, racismo y América primero, poniendo coto a la
criminalidad y al terrorismo. El nuevo presidente se consideraba un “fuera del
sistema” que venía a limitar los excesos de la gran empresa y la élite del
país, a la que él consideraba conspirativa. El viejo discurso del odio, del
“ellos” y del “nosotros”. Él venía a defender a los ignorados, a los obreros,
autoproclamándose azote del globalismo, con su nacionalismo furibundo.
Electoralmente,
Trump supo llevar la campaña de 2016 a su terreno, discutiendo sobre la crisis
financiera de 2008. Obama señaló que Trump, como el Brexit, era una expresión
de protesta contra la globalización.
El
programa de nacionalismo económico de Trump era peor que una incógnita. El Wall
Street Journal contactó con todos los asesores económicos desde el presidente
Nixon y ninguno solo de los 45 previos apoyó a Trump, pese a que 23 habían
pertenecido al Partido Republicano. Trump especulaba con abolir la Ley
Dodd-Frank, pero nombró un gabinete económico cuajado de ex miembros de Goldman
Sachs que habían sido objeto de sus críticas previas. La inversión en
infraestructuras no llegaba, los impuestos de los más ricos se recortaban y
todo se centraba en actuar contra el Obamacare y la citada ley Dodd-Frank. La
camarilla de libertarios de Trump concentró sus esfuerzos en derogarla mediante
la promulgación de la Choice Act, una regulación que venía a liquidar la
regla Volcker y las pruebas de resistencia anuales a los bancos pasaban a
realizarse cada dos años; eliminaba la Autoridad de Liquidación Ordenada y
remitía a los bancos quebrados a procesos concursales judiciales. Además,
remataba eliminando la Oficina de Protección Financiera al Consumidor. Todo se
basaba en la concepción discrecional de la gobernanza financiera; por ello, el
compromiso programático del legislador resultaba crucial para la estabilidad
financiera.
Janet
Yellen, responsable de la Reserva Federal, incrementó sutilmente los tipos sin
causar pánico en el sistema y pronto se supo que la sustituiría el
multimillonario exbanquero Jerome Powell. Continuó el nuevo presidente
vociferando contra la OMC y su rol para la economía estadounidense y mundial,
acusándola de intervencionista y antiamericana.
La
tardía Expansión Cuantitativa del BCE, en coincidencia con la Reserva Federal,
fue una fuente de desequilibrio transatlántico. Ante eso, Trump agitó banderas
proteccionistas. Quizás la cuestión clave la planteó Paulson: ¿cómo le irían
las cosas a EE. UU. en una futura crisis financiera con el presidente Trump al
frente?, ¿podría articular una respuesta y un pacto entre republicanos y
demócratas?; en 2017, el desempleo había bajado, el crecimiento económico era
constante y los mercados estaban en expansión. EE. UU. y Europa parecían en
calma, no así China y el tablero asiático.
2.4.5. El mundo que viene.
En
enero de 2017, en la Cumbre de Davos, China recordó su estatus económico
mundial, sus cifras récord de crecimiento económico y sus logros eran
incuestionables como gran superpotencia, lejos de la crisis del yuan de 2015
cuyos flujos de salida del país fueron inmensos.
En 2015, la Reserva Federal consideraba que los problemas de
China podrían traer graves consecuencias para EE. UU., problemas globales, por
lo tanto; sin embargo, no debe despreciarse un elemento sociológico evidente:
las relaciones transatlánticas no se basan exclusivamente en el dinero, sino
también en lazos culturales, políticos, militares y diplomáticos, además de
históricos y geográficos. Los nexos asiáticos de EE. UU. siempre fueron más
laxos, sin olvidar que China es una dictadura comunista, lo que pone en duda
una cooperación eficaz en la gobernanza económica global, al no compartir
valores intrínsecos (recuérdese el problema geoeconómico con la empresa seudo
estatal Huawei). Asimismo, existen evidentes tensiones entre la élite económica
china, deseosa de poder sacar su dinero e inversiones del territorio, frente al
poder político estatal del partido único, cuya pretensión es la preservación
del estatus de estabilidad.
3. Conclusiones y crítica.
Las
conclusiones y valoraciones más relevantes extraídas de esta obra son las
siguientes:
1.
En términos generales, la crisis
de 2008 revela una enorme presión sobre las democracias que, sin embargo, no ha
acarreado falta de participación en las mismas. Por otro lado, dicha crisis ha
tensionado a los partidos políticos y las decisiones de sus líderes y sus
programas políticos (Francia, Alemania, Grecia, EE. UU., Rusia o Reino Unido).
TOOZE señala agudamente que las acciones, las ideologías y las decisiones
políticas constituyen reacciones al transido funcionamiento del sistema
financiero mundial y a la ingeniería financiera aplicada en su momento. En
consecuencia, el Brexit, Trump, Draghi, la caída de Lehman Brothers o la cumbre
de Deauville quedan como momentos inolvidables. En suma, la importancia de la
política en las decisiones económicas no debe
soslayarse en ningún caso.
2.
Este libro es una reflexión
oportuna y necesaria que conmemora el primer decenio transcurrido tras el
desencadenamiento de la crisis financiera en EE. UU. (2008-2018). Podría ser de
interés llevar a cabo este mismo análisis una década después de 2018: un ejercicio
de Análisis e Historia Económica. Sin embargo, la crisis energética, la
pandemia y la guerra de Ucrania anticipan, en buena medida, la vigencia del
análisis y conclusiones expresadas por TOOZE, en tanto que la política y la
geografía se configuran como vectores esenciales para comprender la evolución
del mundo actual hiperconectado.
3.
Se confirma con la lectura y
relectura de este texto como EE. UU. no solo actuó y sigue actuando como centro
de la economía mundial, sino también como epicentro de la crisis financiera
global. De hecho, el libro podría incluso resumirse en dos partes en lugar de
cuatro: la primera sería la crisis en EE. UU., mientras que la segunda, sería
la crisis en el resto del mundo (Europa, Rusia, China…). El autor se esfuerza en
arrojar luz sobre el siempre opaco mundo de las finanzas internacionales y sus
complejos mecanismos jurídicos, económicos y, en suma, políticos. Su resumen de
los cambios regulatorios adoptados por las económicas occidentales en escasos
años resulta brillante y apunta acertadamente a la configuración de un nuevo
modelo de cooperación internacional donde el multilateralismo constituye
nítidamente la opción ganadora. Por ello, el enfoque multidisciplinar del autor
resulta especialmente adecuado dada la complejidad del periodo examinado.
4.
Parece plausible constatar que
Estados y mercados financieros mantienen una relación simbiótica, en la que una
regulación simple y eficaz debe constituir una realidad tangible.
5.
Cabe destacar el inmenso
contraste hallado entre los valores de dos modelos capitalistas: el
norteamericano y el europeo. Por un lado, en EE. UU. se impone la eficacia, la
operatividad, la inmediatez y una visión más práctica de las soluciones
aplicadas frente a la crisis. Por su parte, en la UE, resalta una visión más
teórica y a la vez, más democrática a la hora de elegir sus estrategias y
medidas a implantar: ha de ensamblar y conciliar las posturas de 27 países con
distintas cosmovisiones. De la solidez y la creatividad de ese espíritu europeo
pende en buena medida la geopolítica mundial del presente.
6.
En nuestra opinión, la crisis de
2008 supone un punto de inflexión en el que se aprecian claros rasgos de
irresponsabilidad en la concesión de créditos y refinanciación constante, tanto
por parte de consumidores como de entidades financieras, a la vez que cabe
resaltar la inacción de los reguladores frente a la situación de crisis
inminente de palmaria sintomatología previa; una crisis en la que los agentes
en el ciclo económico parecían no entender de límites ni de mesura, una crisis
de optimismo excesivo.
7.
En conexión con lo anterior,
resulta sorprendente entender cómo es posible que, ante la mayor crisis
financiera de la Historia, los bancos estadounidenses y europeos pudiesen pagar
bonus millonarios a sus altos ejecutivos pocos meses después de haberse
desatado tal crisis o de incluso haber sido rescatados por los contribuyentes.
8.
Visto con cierta perspectiva, no
parece lógico el comportamiento, corto de miras, impuesto a Grecia y al pueblo
griego. Si los acreedores privados hubieran asumido desde el inicio una quita
sobre sus créditos concedidos a Grecia, el gobierno griego hubiera tenido mayor
margen de actuación en cuanto a la recuperación de su economía. El hecho de que
la economía griega volviera a su actividad normal implicaría una vez más la
necesidad de cierto endeudamiento crediticio que volvería a ser solicitado muy
posiblemente a los mismos acreedores, reactivando el ciclo completo e incluso
minimizando las pérdidas anteriores. Los efectos de esta estrategia de aparente
condonación de la deuda hubieran sido apreciados por la ciudadanía, que habría
padecido en menor medida los efectos devastadores de la crisis.
9.
Un atributo de la postura
alemana ante la crisis, y por extensión, de la respuesta del Eurogrupo, fue la
austeridad como receta para evitar el temido déficit. Esta respuesta tiene su
antecedente remoto en otras situaciones de crisis vividas en Alemania, que no
debemos desconocer; nos referimos concretamente a la I y II Guerra Mundial,
circunstancias que dejaron una profunda huella en el gobierno alemán y sus
planteamientos, así como en su opinión pública.
10. Puede
afirmarse que tanto la crisis financiera de 2008 como la crisis de deuda de
2012 reflejan la necesidad patente de una Unión Bancaria en el seno de la
Eurozona; el propio autor recalca este aspecto en repetidas ocasiones, posición
en la que coincidimos plenamente. Quizás este efecto catalizador de la crisis
en los miembros de la UE resulte netamente beneficioso como resorte de la
arquitectura europea a medio y largo plazo. Resulta curioso
como la crisis en Europa se desató en 2010 y comenzó en países periféricos de
la zona euro (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España), cuyo acrónimo forma
la palabra PIIGS (por sus siglas en ingles). Este acrónimo tiene origen
anglosajón, que es significativamente el mismo origen de los mercados y de los
bonos que, en gran medida, generaron el problema de la deuda soberana. El
denominador común de estos países, según la prensa británica, era su alto nivel
de endeudamiento, su escasa competitividad y la posible necesidad de rescates
de la UE o del BCE.
11. Por
último, destacamos, como gran logro de esta obra, tener siempre presente a las
personas, a los ciudadanos, a las sociedades, y dentro de estos grupos, a las
clases más desfavorecidas. Se trata de una línea de pensamiento en la que, sin
duda, podría coincidir con el gran estudioso de la desigualdad Noam Chomsky.
4. Bibliografía.
- BAUMAN,
Z.: Vivir en tiempos turbulentos, Ed. Tusquets, Barcelona, 2022.
- BRERA,
G. M.: I Diavoli, Ed. Rizzoli, 2014.
- CALVO
ORTEGA, R. y CALVO VÉRGEZ, J.: Curso de Derecho Financiero, 25ª ed., Ed.
Civitas, 2021.
-
CHOMSKY, N.: Réquiem por el
sueño americano. Los diez mandamientos de la concentración de la riqueza y el
poder. Ed. Sexto Piso, 2017;
-
Estados fallidos. El abuso de poder
y el ataque a la democracia. Ediciones B, 2017.
- FERGUSON,
N.: El triunfo del dinero, Ed. Debate, Barcelona, 2013.
- KRUGMAN,
P., WELLS, R., GRADDY, K.: Fundamentos de Economía, 3ª ed., Ed. Reverté,
Barcelona, 2015.
- LETTA,
E.: Hacer Europa y no la guerra, Ed. Península, Barcelona, 2017.
- MILANOVIC,
B.: Desigualdad mundial. Un nuevo enfoque para la era de la globalización,
Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 2018.
- NAIM,
M.: La revancha de los poderosos, Ed. Debate, Barcelona, 2022.
- TOOZE,
A.: Crash: como una década de crisis financiera ha cambiado el mundo,
Ed. Crítica, Barcelona, 2018.
- WOLF,
M.: La gran crisis, cambios y consecuencias, Ed. Deusto, 2015.
[1] En línea con esta posición, se constará
en este trabajo como Alemania mantiene una aversión histórica al déficit
público. Por lo tanto, conviene resaltar que EE. UU. inició
el camino de la austeridad fiscal frente a la creencia popular de que Alemania
fue su precursora.
[2]
ENRON fue una compañía energética multinacional (gasoductos y plantas de
energía en cuarenta países) norteamericana fundada en 1.985 por Kenneth Lay. En
2.001, con más de 20.000 trabajadores y una fuerte expansión y diversificación
en campos como seguros y comunicaciones, protagonizó el mayor fraude contable
empresarial de la historia norteamericana. Avalados por la empresa auditora
Arthur Andersen, se pusieron de manifiesto técnicas contables fraudulentas
además de sobornos en la obtención de contratos. La empresa entró en bancarrota
en diciembre de 2.001. La mejor
descripción de los procedimientos de ENRON la firman Bethany Mclean y Peter
Elkind en “The smartest guys
in the room: the amazing rise and scandalous fall of Enron”,
Ed. Portfolio Trade,
New York, 2003.
[3] Los acuerdos de
Basilea conforman una serie de directrices elaboradas por el Comité de Basilea
a finales de 1974. Su pretensión es evitar los riesgos sistémicos del sistema
financiero mundial mitigando situaciones de pánico bancario. El Comité está
constituido por 27 miembros: Alemania,
Arabia Saudí, Argentina, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, China, España,
Estados Unidos, Francia, Holanda, Hong Kong, India, Indonesia, Italia, Japón,
Corea, Luxemburgo, México, Reino Unido, Rusia, Singapur, Sudáfrica, Suecia, Suiza y
Turquía.
Evolutivamente han cristalizado tres
grandes periodos y bloques temáticos:
Basilea I (1988): establece un acuerdo
mínimo de capitales basado únicamente en el riesgo de crédito. Ese capital
mínimo debe ser, al menos, del 8% de los activos ponderados por el riesgo de la
entidad financiera.
Basilea II (2004): se sostiene en
tres pilares
1.
Pilar I. Requerimiento mínimo de
capital, analizando en profundidad el riesgo de crédito, el riesgo de mercado y
el operativo.
2.
Pilar II. Proceso de supervisión
bancaria basado en principios de vigilancia de coeficientes mínimos de capital,
control de estrategias de cálculo de riesgos y su supervisión, seguimiento y
obtención de información, la revisión del control interno y la anticipación en
la intervención, si fuera preciso.
3.
Pilar III. Implica la disciplina
de mercado basada en el suministro de la información de forma clara
y transparente sobre políticas de gestión de riesgos, la suficiencia de capital
y las exposiciones a riesgo con carácter de temporalidad frecuente.
Basilea III (2010): adopta
medidas relacionadas con efectos de aumento de la calidad del capital, mejora
en la detección de riesgos bajo determinadas exposiciones, aumento de los requerimientos
de capital, constitución de colchones de capital, definición de la ratio de
apalancamiento y la mejora en la gestión de riesgos y en las ratios de
liquidez.
[4] Conviene recordar su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC)
en diciembre del convulso año 2001. Desde ese momento, el despegue de su
economía y su PIB es imparable, ofreciendo cifras de dos dígitos en su
crecimiento durante varios ejercicios.
[5] La Unión Europea se fundamenta en el Estado
de Derecho, por lo tanto, sus actuaciones se articulan mediante los tratados
aprobados voluntaria y democráticamente por sus Estados miembros. El más
reciente es el Tratado de Lisboa, firmado en 2007 y cuya entrada en vigor se
produjo el 1 de diciembre de 2009.
[6]
Sobre esta materia pueden consultarse las siguientes obras de NOAM CHOMSKY: Réquiem por el sueño americano. Los diez mandamientos
de la concentración de la riqueza y el poder. Ed. Sexto Piso,
2017; y Estados
fallidos. El abuso de poder y el ataque a la democracia. Ediciones B,
2017.
[7] Téngase en cuenta
que se repiten los resultados ajustados en las elecciones a la
presidencia de la República Francesa celebradas en junio de 2022.