Heidegger, M. (2024): El comienzo de la filosofía occidental. Interpretación de Anaximandro y de Parménides, Editorial Trotta, Madrid, 256 páginas, rústica. Edición de Peter Trawny. Traducción de Alberto Ciria. ISBN 978-84-1364-209-3

 

Recibido: 15/04/2024

Aceptado: 29/04/2024

DOI: 10.24310/nyl.18.2024.19780.

 

La Editorial Trotta nos ofrece de nuevo un servicio inestimable para que los académicos hispanohablantes podamos conocer con la mayor fiabilidad el difícil pensamiento, incluso para los que hablan alemán como lengua materna, de Martin Heidegger. La obra que reseño es la recién publicada traducción al español de la edición que vio la luz en Frankfurt en 2012, en su alemán original, bajo el sello de Vittorio Klostermann.

            La edición ofrece con garantía histórico-crítica los materiales que Heidegger utilizó para impartir durante el semestre de verano de 1932 en la Universidad de Friburgo el curso cuyo tema principal se recoge en el título del libro. El proceso de fijación de los textos que la constituyen lo explica con cierto detalle el editor, Peter Trawny, en un epílogo que abarca desde la página 251 a la 254.

            La traducción lleva el sello de calidad al que nos tiene acostumbrados el Dr. Alberto Ciria. Su formación académica en Filosofía y sus muchos años de trabajo en Alemania hacen que no solo posea el idioma de su país adoptivo como mero hablante, como le ocurre igual con el español, sino como conocedor de cómo los términos de la lengua alemana han llegado a significar lo que significan. El resultado final no es, por tanto, una transcripción de vocablos y frases, que suele ser más útil a un alemán que esté aprendiendo español que a un hispanohablante nativo. El dominio del lenguaje que demuestra Ciria en este trabajo de esmerada y auténtica traducción pone en jaque la opinión de Heidegger de que el alemán es la lengua natural de la Filosofía, seguramente porque no conocía ninguna otra tan bien como la suya.

            El contenido del libro nos vuelve a descubrir que la mejor forma de entender a los filósofos es que los explique otro filósofo. La contextualización histórico-crítica de los textos consigue la fijación del sentido que tienen en el tiempo y en el lugar en los que fueron escritos. Pero al delimitarlos con rigor se inmovilizan en su momento histórico y se convierten en testimonios que interesan sobre todo a los eruditos. La pretensión de los historiadores de la filosofía de que los textos no digan más que lo que dicen, además de ser hermenéuticamente cuestionable, los separa del ejercicio filosófico por el cual nacieron. Conocer las teorías filosóficas con el mayor rigor no es el fin de la filosofía. Ese ejercicio imprescindible de comprensión histórica adquiere plena legitimidad cuando nos sirve para evaluarlas y para emitir un juicio sobre ellas. La palabra «crítica» significa, en su raíz griega, «discernir» y «valorar». La filosofía cumple la función crítica que le es esencial y que le corresponde de suyo cuando pone a las teorías y a los textos en los que fueron escritas ante el tribunal de la razón y dictamina sobre ellas una vez examinadas las pruebas y oídos los testigos.

            Acusar a un pensador de que manipula los textos porque va más allá de ellos es una flagrante injusticia de la que Heidegger fue víctima y de la que se defiende en esta misma obra que reseño. Es más grave en el caso de Heidegger poner en cuestión la legitimidad de su interpretación puesto que es, de entre los grandes filósofos del siglo XX, de los que con mayor extensión y detalle conoce la Historia de la Filosofía Occidental. Al interpelarlos pensando su contenido, el filósofo inscribe los textos, no en un momento ya pasado de la historia, sino en el devenir del tiempo histórico y posibilita que sean útiles para comprender la época desde la que se pregunta. Y si Heidegger hace eso mismo con idéntica intención en sus comentarios sobre Aristóteles, Hegel o Nietzsche, mayor importancia tiene su reflexión sobre la primera filosofía griega por la función que esa época desempeña de forma expresa y patente en su objetivo de entender la pregunta por el ser. Por ello, la lectura de esta obra aporta de manera muy singular elementos sustantivos para entender la búsqueda que realizó Heidegger en una larga e influyente vida dedicada prioritariamente a la filosofía.

            Por poner un ejemplo de la relevancia de este libro, quiero señalar la claridad con que en el parágrafo catorce Heidegger expone el significado que le otorga a la palabra «existencia» y cómo la distingue de su uso habitual en la filosofía de Occidente y, en particular, de lo que Kierkegaard y Jaspers entienden por ese mismo término. Así como en Occidente «existencia» se ha asociado estrechamente con «realidad», los principales representantes de la «filosofía de la existencia», nacida en el siglo XIX y con una presencia y una fuerza considerables en el siglo XX, la han vinculado a la forma específica de ser real que tiene el ser humano. Ponerlo como objeto principal de estudio caracteriza a Kierkegaard y a Jaspers y es en ese punto donde el horizonte filosófico de Heidegger se separa de ellos. Su tarea no es examinar las causas de que haya un ser que pregunta. Su propósito es, al conocer la naturaleza de aquel que inquiere, cómo responde y cómo da respuesta a la pregunta que ha hecho. En ese parágrafo se entiende bien que la filosofía de Heidegger no es una antropología, como en múltiples ocasiones se ha discutido, sino una ontología que hunde sensatamente su estudio en el único ente que pregunta de manera abierta por el ser. Su propósito no acaba en la determinación de las causas de por qué hay un ente que puede preguntar. Más bien comienza cuando se concluye de forma positiva esa cuestión. Su objeto específico es la respuesta que puede descubrir el ser que pregunta y lo que puede encontrar como resultado de su búsqueda legítima.

            Cualquier mediano conocedor de la filosofía de Heidegger sabe de la vinculación que guarda y la importancia que tiene para su pensamiento «La sentencia de Anaximandro» y «El poema de Parménides». Las referencias a las raíces griegas son habituales en su discurso y, cuando quiere hacernos pensar sobre ese primer fragmento del filósofo milesio, su ingenio se dispara y brilla. No menos ocurre cuando comenta el poema del filósofo de Elea. La cuidada edición que presento nos da la posibilidad de pensar filosóficamente en español un importante y útil material para comprender mejor a uno de los pensadores señeros de Occidente del pasado siglo.

 

Francisco Rodríguez Valls

rvalls@us.es

https://orcid.org/0000-0003-4995-3286