McGrath, A. (2023): Natural Philosophy: On Retrieving a Lost Disciplinary Imaginary, Oxford, Oxford University Press, 256 pp., ISBN 978-0192865731

 

Recibido: 05/10/2023

Aceptado: 11/10/2023

DOI: 10.24310/nyl.18.2024.19776

 

Alister McGrath (Irlanda del Norte, 1953) es uno de los más influyentes filósofos de la naturaleza del mundo anglosajón. Esta influencia se debe, al menos en parte, a que ha intervenido en numerosos debates públicos en los que adoptaba una postura crítica con famosos defensores del naturalismo radical, como Richard Dawkins (la última de sus obras dedicadas a la crítica del naturalismo de Dawkins es Richard Dawkins, C.S. Lewis and the Meaning of Life, de 2019, pero quizá su obra más importante a este respecto es Dawkins' God: Genes, Memes, and the Meaning of Life, de la que apareció la segunda edición en 2015). A lo largo de su carrera ha abordado en numerosas ocasiones distintos temas de interés para la filosofía natural, entre los que destaca el de las relaciones entre la ciencia y la teología. Desde este enfoque se ha ocupado de las concepciones teológicas de algunos científicos (A Theory of Everything (That Matters): A Brief Guide to Einstein, Relativity, and His Surprising Thoughts on God, 2019), de las repercusiones de la teoría de la evolución para la teología natural (Darwinism and the Divine: Evolutionary Thought and Natural Theology, 2011), el significado del ajuste fino del universo (A Fine-Tuned Universe: The Quest for God in Science and Theology, 2009), o las relaciones entre la crisis ecológica y el desencantamiento del mundo (The Reenchantment of Nature: The Denial of Religion and the Ecological Crisis, 2002). En The Open Secret: A New Vision for Natural Theology (2008) defendía una versión renovada de la teología natural y en el libro que ahora reseñamos, Natural Philosophy: On Retrieving a Lost Disciplinary Imaginary, defiende una recuperación, también actualizada, de la filosofía natural.

El libro de Alister McGrath tiene dos partes. La primera, «Una conversación crítica con la tradición», en la que McGrath hace un recorrido por los más importantes hitos de la filosofía natural: Aristóteles, la Edad Media (Alberto Magno, Tomás de Aquino y las tradiciones islámica y judía), la Magia y la Alquimia, Copérnico, Tycho Brahe, Kepler, Galileo, Francis Bacon, Boyle, Newton, la teología física, la Ilustración, el Romanticismo, el Naturalismo, Darwin y Thomas H. Huxley. No se trata de una historia de la filosofía natural, sino de un recorrido por algunos de sus máximos exponentes. McGrath no busca exponer detalladamente las ideas sobre la naturaleza de cada uno de estos autores o corrientes, sino más bien señalar algunos de los aspectos más importantes a la hora de comprender esa disciplina, aparentemente perdida, de la filosofía natural. El propósito, por lo tanto, es establecer un diálogo con la tradición, pero hecho con la mirada puesta en el presente. Se trata de aprender del pasado y, en la medida de lo posible, iluminar desde él los debates contemporáneos.

La segunda parte del libro, «Una filosofía natural repensada (reconceived): explorando un imaginario disciplinar», parte de lo aprendido en diálogo con el pasado, y busca ofrecer una idea de lo que la filosofía natural podría ser hoy. McGrath está convencido de que con la filosofía natural hemos perdido además muchas cosas importantes, que necesitan ser recuperadas (aunque sea actualizadas convenientemente). Cada vez parece más claro que el contexto actual exige una reflexión sobre la naturaleza que vaya más allá del enfoque objetivista de las ciencias naturales. El filósofo natural era algo más que un científico, tal y como hoy se comprende esta palabra (cuyo origen puede situarse en la década de los treinta del siglo XIX). La filosofía natural buscó un conocimiento objetivo del mundo natural, pero no se quedó en él. Además, buscaba comprender ese mundo natural en un contexto más amplio, en el que tenía en cuenta otras consideraciones que hoy, de manera un tanto artificial, asignamos a otros campos del saber, como la antropología, la ética, la estética o la religión.

¿Cuál es entonces la idea de filosofía natural que, a juicio de McGrath, deberíamos recuperar? El autor entiende la filosofía natural, utilizando una metáfora política, como una confederación de territorios disciplinares, ninguno de los cuales tiene por qué abandonar sus intereses e identidades distintivos, pero que pueden colaborar en la exploración de la gran cuestión de comprender cómo los humanos interactúan con el mundo natural. Esa interacción posee claramente una dimensión cognitiva, que ha encontrado su máxima expresión en las ciencias naturales, que proporcionan un conocimiento asombrosamente preciso, matemático y práctico de la naturaleza. Pero la relación del ser humano con la naturaleza posee otras dimensiones, como la afectiva, la cognitiva, la estética, la moral y la espiritual.

La naturaleza es una, y la búsqueda humana de su comprensión no tiene por qué renunciar a una cierta unidad. No se trata de despreciar las distinciones disciplinares. Cada rama del saber tiene sus propios estilos, desarrolla sus métodos propios, enfoca los asuntos desde perspectivas diferentes. Pero los grandes filósofos naturales de todos los tiempos se percataron de la necesidad de contar con todos esos enfoques. Como escribió Marcel Proust, el único viaje de descubrimiento que existe es poseer los ojos del otro, contemplar el mundo desde cuantas perspectivas sea posible. McGrath reconoce que no es fácil elaborar una síntesis de todas esas perspectivas, pero los desafíos contemporáneos exigen de nosotros una mirada compleja sobre la naturaleza, a la altura de lo diversa que es la relación humana con ella. La filosofía natural sería la gran visión de la naturaleza que necesitamos para afrontar los desafíos contemporáneos, como el desafío medioambiental.

La perspectiva científica aporta un conocimiento imprescindible. Especialmente desde los siglos XVI y XVII, en los que surgió la forma contemporánea de lo que conocemos como ciencia, se ha buscado un conocimiento objetivo de la naturaleza, a ser posible expresable matemáticamente. Pero la inmensa mayoría de los que hoy llamamos científicos se consideraron a sí mismos como filósofos de la naturaleza, y comprendieron su tarea no solo como la búsqueda de ese conocimiento objetivo, sino como una empresa que esclareciese el puesto del ser humano en el resto del cosmos y, de esta manera, ayudase a esclarecer su sentido.

La belleza del mundo natural y el sentido de asombro y maravilla que despierta es una dimensión que aporta la perspectiva estética, sin la cual es imposible comprender la tarea de los grandes filósofos naturales. La belleza ha sido comprendida como un signo natural de la verdad (recordemos a Paul Dirac diciendo aquello de que la belleza de una teoría científica es síntoma de su verdad). Pero además de ser una puerta hacia la verdad, la belleza del mundo natural puede ser considerada por sí misma, conteniendo un significado que le es propio y que hay que descifrar. Esta vía estética a veces requiere de otros modos de expresión que van más allá de los lenguajes habitualmente utilizados por las ciencias, tales como la poesía o las otras bellas artes.

La perspectiva ética sobre la naturaleza quizá es hoy más necesaria que nunca. La naturaleza fue vista por los grandes filósofos naturales como un lugar en el que aprender un modo de conducta, pero hoy somos conscientes de que además necesitamos examinar nuestra relación con la naturaleza desde una perspectiva ética. Estas dos dimensiones (qué aprendemos de la naturaleza para nuestra búsqueda de la felicidad y cómo debemos comportarnos con ella) abren todo un campo de reflexiones cuya pertinencia no necesita justificación. Además, como puede verse en la tradición de los grandes filósofos naturales (pero también en un sinfín de tradiciones no occidentales), la relación con la naturaleza ha sido a menudo mediatizada por la perspectiva espiritual o religiosa. La naturaleza ha sido el fundamento para reflexiones sobre Dios (en la teología natural, por ejemplo) y ha sido utilizada, con mayor o menor fortuna, como herramienta apologética en defensa de la religión. Además de estas vertientes, con un carácter claramente conceptual, el sentimiento religioso se ha visto en no pocos casos mediatizado por la experiencia o el trato con la naturaleza. La dimensión o perspectiva espiritual puede ayudar, según McGrath, a recuperar algunos sentimientos que nos ayuden a comprender mejor nuestro lugar dentro del cosmos, lo que a su vez conduciría a un avance en la cuestión sobre el sentido mismo de nuestra existencia.

La filosofía natural, entonces, puede ayudarnos a recuperar estas miradas (y seguramente otras) sobre la naturaleza. Como defendió la filósofa y escritora irlandesa Iris Murdoch, la atención es una cuestión moral. El modo como atendemos nos compromete de una determinada manera con aquello que contemplamos, nos obliga a descentrarnos y a fijarnos no tanto en nuestros propios intereses o en nuestros propios planes, sino en la verdadera naturaleza de aquello a lo que atendemos. La atención pertenece a la virtud de la obediencia, que etimológicamente significa escuchar. Necesitamos una atención contemplativa, una theoria, que permita unificar las diferentes perspectivas sobre la naturaleza. Necesitamos desarrollar una actitud de respeto hacia el mundo natural, que nos permita enfrentarnos al posible colapso del bienestar humano (e incluso a su desaparición). Pero además de esta perspectiva antropocéntrica, que no hay por qué despreciar, necesitamos comprender el verdadero valor de los seres naturales. «Para ser verdaderamente humanos –dice McGrath– necesitamos una ampliación de nuestra visión de nuestro mundo, expandiendo nuestras mentes y nuestra imaginación para acoger el vasto mundo natural tal como es, más que reducir ese mundo a lo que consideramos manejable y agradable» (p. 183). Necesitamos, en definitiva, la filosofía de la naturaleza.

Moisés Pérez-Marcos

mperez43@us.es

https://orcid.org/0000-0001-8594-6097