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HISTORIAS MÍNIMAS

(De)formación del profesorado

(Of) teacher education

Recibido: 15 de julio de 2019 Aceptado: 15 de julio 2019 Publicado: 31 de julio de 2019

To cite this article: Martí, J. (2019). (De)formación del profesorado. Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga, 0 (0), 113-118

DOI: http://dx.doi.org/10.24310/mgnmar.v0i0.6633

Jordi Martí Guiu

Técnico en el Servicio de Informática y Gestión Educativa) de la Conselleria d’ Educació, Investigació, Cultura i Esport, Generalitat Valenciana

Twitter: @xarxatic

https://www.xarxatic.com

RESUMEN

El autor nos ofrece una visión ácida pero realista de algunos de los problemas que atraviesan la situación actual de la formación inicial y permanente de los docentes.

Palabras clave: formación inicial y permanente del profesorado; pensamiento crítico

ABSTRACT

The author offers us an acid but realistic vision of some of the problems that go through the current situation of initial and permanent teacher education.

Keywords: initial and permanent teacher education; critical thinking

Llevo desde que empecé en esto de la educación -con más de veinte años de aula y administración- viendo, por desgracia, una deriva cada vez más surrealista de la formación que se ofrece al profesorado para la mejora (sic.) de su praxis educativa. Formación para que se empapen en metodologías pseudocientíficas o, yendo aún más lejos, determinadas experiencias de diferentes colores, olores y sabores cuya utilidad educativa dista mucho de ser encontrada. Y esto es en lo que se ha convertido la formación permanente del profesorado. Una formación que, salvo dignísimas y honrosas excepciones, ha derivado a un auténtico despropósito. Seguro que a más de uno le mola pegar post-its, bailar o cerrar los ojos mientras alguien va obligándole a respirar bajo cadencias propias de otro tipo de contexto; aunque, por desgracia, la utilidad de lo anterior en las aulas es entre nula y ninguna.

Pero, como siempre me sucede en mis disertaciones incoherentes, empiezo la casa por el tejado. Empiezo por la formación permanente, en lugar de empezar por el origen de todo. Así que, si me permitís, voy a retroceder un poco.

Por si alguien no lo sabe, en la vida de todo docente existen dos fases de formación, una “inicial” (previa a su incorporación a las aulas o en los primeros momentos de aterrizar en ellas) y otra “permanente”, “continua” o “de reciclaje” (según diferentes definiciones) que es la que realiza el docente a lo largo de su vida profesional.

Una vez efectuada esta aclaración, vamos a introducirnos en la primera de ellas (la inicial) para describir un poco cómo es actualmente y qué mejoras se le podrían incorporar. Pues bien, para ello, necesitamos hacer diferentes discriminaciones: para los maestros y para el resto del profesorado (y no la hago yo, la hace el propio sistema de formación inicial). Por tanto, al igual que vamos a hacer con la formación permanente, realizaremos un análisis de la situación actual y de las propuestas de mejora en la formación inicial.

En cuanto a esta última, y para el caso de los maestros, se supone que después de haber acabado la carrera de Magisterio ya disponen de la capacidad para dar clase y, por ello, no se les exige ningún tipo de formación posterior. Sin embargo, a los profesores (o docentes de secundaria) se les exige, una vez finalizada su carrera, pasar por un máster de formación que les ha de dotar de todas las estrategias pedagógicas adecuadas para que puedan efectuar correctamente su labor docente. A este respecto hay dos cosas que me generan dudas: la innecesaria formación inicial en caso de los maestros (que ya se considera adquirida por la propia carrera) y, la necesidad imperiosa de que desde las facultades de Magisterio se imponga una formación al futuro profesorado de secundaria. Además, para agravar el asunto, está apareciendo un sector de opinión (curiosamente formado por docentes de Facultades de Magisterio) que pretenden crear una carrera para ser «profesor de secundaria» (en la cual se considerarían mucho más importantes los principios pedagógicos que los propios de la formación en contenidos). ¡Miedo me da!

Tanto el maestro como el profesor de secundaria están tan preparados (o tan poco) cuando acaban la carrera, ya que a lo largo de toda su vida académica han observado a los docentes que han tenido y, tienen muy claro cómo quieren ser ellos y cuál de esos modelos quieren copiar o adaptar. Por tanto, exigir una formación inicial previa al futuro profesor de Secundaria (aparte de por cuestiones de finanzas de algunas Universidades) no tiene ningún sentido. Y, si vamos un poco más lejos, nos podríamos preguntar, ¿cómo de capacitados están los que han elaborado el currículum de dicho máster y/o imparten la mayoría de las clases del mismo, cuando no han pisado un aula de Secundaria en su vida?

Lo mismo sucede con aquellos que, desconociendo el funcionamiento de las Facultades de Magisterio y, sin contar con la opinión de los docentes que se hallan en esos lugares impartiendo clase, intentan reformular una carrera que, debido a una grandísima campaña mediática de desprestigio a lo largo de los últimos tiempos, está siendo totalmente ninguneada. Uno solo puede ser experto o saber de lo que conoce. Las fábulas venden muy bien pero, al final, no dejan de ser ficticias.

Eso sí, la exigencia de uno o varios años de prácticas en aula, con una evaluación exhaustiva durante y a la finalización de dicho período, antes de ser funcionario de carrera, sería una cosa a tener muy en cuenta, ya que no todo el mundo (aunque en muchos casos se diga lo contrario) sirve para docente (sea en el nivel que sea).

Si pasamos a la formación permanente, para analizar la situación actual y esbozar algunas propuestas de mejora, nos encontramos con lo siguiente:

Dicha formación viene marcada por la oferta de diferentes cursos, por parte de la administración educativa, que pretenden actualizar conocimientos sobre herramientas, sistemas de gestión del aula, así como enseñar diferentes estrategias necesarias para la función docente (aprender a hablar sin gastar la voz, calmarse mediante cursos de yoga, saber ejercer de «coaching educativo», etc.).

También existe diferente formación subvencionada en lenguas extranjeras que, algunas veces, incluye una estancia en el país de origen de la misma a lo largo de múltiples períodos; y que pretende capacitar al docente en el dominio de esas lenguas (las cuales algunas Consejerías están introduciendo en igualdad de condiciones en el currículum con las lenguas cooficiales).

La primera crítica que se me viene a la cabeza es intentar dar una respuesta un poco desmoralizadora (ya que la conozco de antemano) sobre “quiénes son los formadores que hay detrás de las propuestas formativas”. Pues bien, más del 60% de los formadores que imparten esos cursos son docentes (compañeros nuestros) que, por una capacidad innata de autoformación, han conseguido saber un poco más que los demás sobre determinadas herramientas (porque fundamentalmente, la formación se realiza sobre herramientas) y, por ello les seleccionan para impartir esos cursos. Por tanto, aquí se está gestando uno de los grandes problemas en este tema: la inexistencia de formadores cualificados (pese a que dominen la herramienta bastante bien para poder impartir la formación en excelentes condiciones y que se hayan preparado el curso a conciencia). A veces, también nos podemos encontrar otro tipo de formadores que “desconocen” la herramienta, pero gracias a un bonito repaso del día antes consiguen dar la formación (eso sí, rezando a diario que no tengan un asistente a la misma que sepa más que ellos y que esté cansado del tipo de formación que se le está ofertando). Y, finalmente, no quiero dejar de acordarme de aquellos formadores que “imparten cursos de lo que les gusta”, con independencia de su utilidad futura en el aula (¿quién no conoce esos maravillosos cursos de cicloturismo, catas en bodegas, caminatas por el pueblo, partidillos de ping-pong y bádminton -a los cuales se apuntan docentes de lenguas, matemáticas u otras materias que no van a usar lo aprendido nunca en la vida con sus alumnos- y que proponen algunas asesorías?).

Por tanto, conviene reflexionar si realmente este tipo de formación (que cuesta millones de euros a las arcas públicas) es la que necesitan los docentes de nuestro país (muchas veces más interesados en la certificación que en el aprovechamiento de los mismos;) y quizás se tendría que empezar a plantear subvencionar únicamente actividades de formación cuyos resultados sea obligatorio ver en el aula.

Muchos docentes hacen másteres, segundas carreras o cursos universitarios que se pagan de su bolsillo (peor valorados a nivel de la Administración para los concursos del profesorado que un “cursillo de 100 horas de macramé”), cuyos conocimientos sí que usan en el aula. Muchos otros van a formarse y actualizarse en determinadas herramientas (sobretodo el profesorado de formación profesional) en centros de formación privados que también se pagan de su bolsillo, y nadie en la Administración se está planteando subvencionar dicha formación.

Quizás empieza a ser hora de hacer una revisión a fondo de los cursos de formación que se están ofertando, su influencia real en el día a día del aula y, aunque a algunos no les guste, pasar la tijera en la formación innecesaria, aprovechando ese recorte en subvencionar las actividades anteriores.

Creo que, por desgracia, lo de la formación del profesorado es un auténtico despropósito. Ahora tenemos a todo el personal loquito por acudir a cursos de “flipped classroom”, ABP y “gamificación”. El problema, por desgracia, es que eso de considerar al que nos imparte el curso como experto en el tema por el simple hecho de que tenga amiguetes que le coloquen para dar el curso, se venda muy bien en las redes sociales o, simplemente, sea de los primeros en haber experimentado con sus alumnos una determinada metodología, dice muy poco de los que le otorgan esa consideración.

La formación docente es cara. Si queremos hacer una formación como la actual, basada cada vez más en cursos MOOC donde tropecientos mil se apuntan y ni el tato lo termina, conseguir una insignia digital para colgarlo en nuestro pasaporte frutero o, simplemente, conseguir las horas necesarias para certificar sexenios o para oposiciones, mejor que lo denominemos de otra manera. Formación es lo que damos en el aula a nuestros alumnos. El problema es que lo que damos a nuestros alumnos es caro y, por eso, mejor ahorrar en la formación de los que enseñan a los que están en el aula. Y si alguno se puede llevar algunos eurillos… porque, no lo olvidemos, durante los últimos cursos académicos las administraciones educativas han visto reducido el presupuesto de formación docente de los profesionales que se encuentran en las trincheras en cantidades superiores al 60% (y esto siendo positivo y tirando, como acostumbro a hacer últimamente para no deprimirme aún más, a la baja). Una formación que cada vez depende más del voluntarismo de algunos que de los recursos que aporta la propia Administración para que los mismos se lleven a caso.

Reconozco que antes de escribir el artículo debería haber hecho una sesión de VEC (vinculación emocional consciente) pero no me ha dado tiempo. Quizás entonces y, haciendo veinte inspiraciones acompañadas de sus correspondientes exhalaciones, me hubiera salido un artículo de opinión mucho menos (…). Además, seguro que recibiría muchísimos más aplausos enlatados cuando algunos lo lean. Qué le vamos a hacer. Es lo que tiene no saber escribir, ni tener pajolera idea de la formación que necesito como docente.