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*margenes.revista.uma@gmail.comHace un año presentábamos el número de nuestra revista con un editorial que titulábamos “Leer con exigente ligereza”. Estaba en nuestro ánimo acompasarnos con el estío y sus fatigosas condiciones, sugiriendo una lectura ligera en el sentido de ágil, viva y hasta con un punto de levedad. Una ligereza, decíamos entonces, que invitase a contradecir ciertas disposiciones que sostenemos al leer; alejándonos algún grado de la rigidez que en ocasiones trae consigo el adjetivo “académico”. Pues bien. Con este nuevo editorial buscamos hacernos eco de aquel otro, para compartir algunas meditaciones a propósito de la experiencia de la lectura.
Nos viene preocupando que leer una revista científica se convierta en una práctica automática orientada de manera férrea por propósitos académicamente rentabilistas. Como también nos preocupa que no reparemos lo suficiente en nuestra experiencia de la lectura: ¿qué nos motiva a hacerlo? ¿Con qué energía nos disponemos a ello? ¿Qué nos ocurre al recorrer las líneas? ¿Qué pasa y qué queda? Pero ¿y si el que le prestemos escasa atención pueda deberse a que damos por hecho que sabemos leer (¡!)?
Contaba Jorge Larrosa (2003)1 al respecto que leemos todos los días y que nos dedicamos profusamente a hablar sobre nuestras lecturas. Sin embargo, se pregunta si quizá las posibilidades de la lectura no estarán reducidas por nuestro saber leer (por los modos instituidos e incorporados de concebir y encarar la lectura). Frente a esto, nos propone que nos paremos a pensar, lo que significa convertir en problema todo lo que ya sabemos (incluso lo que sea leer).
Tomemos dos de esas palabras, “pararse” y “pensar”, para jugar un poco con ellas, para hacerlas sonar. Precisamente porque el verano (escribimos esto en ese periodo en que la educación en las escuelas, institutos y facultades, especialmente, se toma un respiro), trae algo de parada, sembrando la posibilidad de una interrupción y proporcionándonos distancia. Ocurre entonces que una revista publica un número en una época organizada para parar, dándose unas condiciones particulares de lectura, a medio camino entre el agotamiento y la curiosidad, entre la inercia y el fisgoneo. Ocurre, también, que el nuestro no es un proyecto comercial, es decir, que no buscamos ofrecer un contenido que pueda ser vendido y comprado, como tampoco uno que simplemente entretenga. Así, apelar a palabras como ligereza, curiosidad o fisgoneo, es una forma poética de expresar eso que Jorge Larrosa llamaba en el mismo texto, “desautomatizar nuestra percepción de las cosas”.
Parar para pensar, decíamos.
Hace no mucho, Antonio Muñoz Molina2 publicaba en El País un texto que titulaba “Hacer no haciendo”. La tesis que desarrollaba era la siguiente: bajo nuestra mentalidad occidental y moderna, los avatares de la vida han de ser siempre atajados, esto es, no debemos amilanarnos ante las situaciones que se nos ponen por delante, a riesgo de que algo crucial quede por solucionarse, arreglarse o transformarse. Sin embargo, la vida nos enseña que hay veces (y Muñoz Molina nos trae varios ejemplos desde el taoísmo o la desobediencia civil) en las que no hacer nada resulta muchísimo más fructífero. Por ejemplo, cuando los campos deben permanecer en barbecho para así recuperarse de la sobreexplotación agraria; o cuando en los trabajos artísticos conviene soltar el pincel o levantar las manos del teclado para que el proceso creativo se airee.
En la entrevista que hemos compartido con Amador Fernández-Savater, justamente nos habla de cómo la celeridad de los tiempos nos empuja a un modo automático de existir que se caracteriza por entrar al trapo; sin pausa, sin descanso. Y al ser movilizados por esa pulsión hiperactiva, gozamos de escaso dominio sobre el contenido y la modalidad del pensamiento, siendo pensados por otros. El propio Amador nos recordaba las sugerentes ideas de Simone Weil a propósito de la atención como una potencia que pasa de entrada por hacer un trabajo en negativo, es decir, por cultivar el arte de la espera, de la receptividad; para que así nuestra relación con el mundo pueda darse bajo otras modalidades. Y por eso decíamos con Larrosa que quizá lo que nos convenga sea desautomatizar la vida —y la lectura—, como quien deja reposar la masa antes de trabajarla, o como quien deja secar la figura de arcilla antes de pintarla.
Esta es solo una invitación, claro. Llegará el otoño y, con él, recomenzará el curso. Nos apremiarán los preparativos y se nos acumularán las reuniones. Aun así, nuestra particular invitación a la lectura pasa por no adelantarnos y por renunciar (puede que de forma experimental) a la condición de vida activa capitalista (también la académica).
Esperamos que, al igual que nosotras y nosotros, encontréis en este número un respiro y un espacio para experimentar la lectura.
Nos encontramos en los Márgenes.
1 Larrosa, J. (2003). Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel. Laertes.
2 Muñoz Molina, A. (13 de julio de 2024). Hacer no haciendo. El País. https://elpais.com/opinion/2024-07-13/hacer-no-haciendo.html