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–Michael, he pensado que si queremos hacer algo verdaderamente
importante para la humanidad, deberíamos empezar ya –le dije.
Él ni me miró, concentrado en analizar las capas de cieno, lodo y arcilla,
como un científico geólogo. Creí que no me había oído y ya estaba
a punto de posar la mano en su hombro cuando me respondió:
–¿Y a mí qué me importa la humanidad? ¿Le importo yo a la humanidad?
–Ya… pero tengo una idea para nuestro futuro.
–El futuro puede esperar.
–Quiero que le pidamos permiso a mamá para tener nuestro propio laboratorio.
Michael dejó el palito. Eso le interesaba, y mucho.
Nuestra casa en el árbol
Lea Vélez (2017)1
Cuando acaban las clases, cuando ya no hay deberes ni actividades extraescolares que aceleren el vivir, las niñas y los niños comienzan a desplegar una energía vital distinta. Sucede, casi sin darnos cuenta, que pasan a una realidad única. Sin demasiados efectos especiales, lo que hasta ahora era un espacio-tiempo estructurado y gris, cobra otro brillo. Sus ideas (y sus cuerpos), parecen entonces inspirados por una musa que debió andar secuestrada durante el curso.
Aparentemente a salvo de nuestro machacón empeño porque aprendan (¡!), y si sabemos mirar con atención, las niñas y los niños parecen desear exprimir las posibilidades que trae el estío. Los mayores bajamos la guardia, entre aturdidos y cansados —puede que también premeditadamente descuidado—, y llega el momento de trastear, de bordear los límites, de dejarse ir. Y es que el verano siempre ha sido un periodo que devuelve cierta ligereza al vivir.
Solemos emplear la palabra ligereza para señalar que alguien ha dicho o hecho algo de manera irreflexiva, enfatizando que convendría meditarlo más. En esa misma línea, solemos utilizar palabras como niñería para referirnos a un hecho o dicho de poca entidad o sustancia (DRAE, 2ª acepción). Sin embargo, la palabra ligereza significa también presteza o agilidad (DRAE, 1ª acepción); así como la palabra niñería apunta según su 1ª acepción (DRAE) a una acción divertida o a un juego. Puede entonces que ambas palabras nos pongan en el camino de entender algo de esa energía infantil a la que antes nos referíamos, y que parece liberarse en esta época.
***
Queremos preguntarnos ahora, en el marco de la presentación de un nuevo número de nuestra revista, si hay algo de esa energía que se pueda convertir en una particular invitación a la lectura. Nuestra hipótesis es si podríamos leer —aunque sea por unos días— con la misma presteza y agilidad con la que las niñas y los niños tienden a moverse por el mundo. Incluso nos atrevemos a preguntarnos si es posible leer con levedad o poco peso (2ª acepción de ligereza, DRAE).
Nos gustaría matizar un poco a qué nos referimos con leer con ligereza, para añadirle luego el adjetivo exigente.
En ese sugerente libro que es “La experiencia de la lectura”, al que conviene regresar cada poco por sus misteriosos efectos inspiradores, Jorge Larrosa (1998)2 nos recuerda las prevenciones que Nietzsche tenía hacia el lector contemporáneo. Dice Larrosa que estos lectores modernos “no tienen tiempo para demorarse en actividades que lleven lejos, cuyos fines no se ven con claridad, y de las que no se pueden recoger inmediatamente los resultados” (p. 224). Es decir, que para los profesionales de la lectura el trato con los libros suele reducirse a un medio para obtener un fin; por lo general, la escritura de otro texto. Y según esto, podríamos llamarnos cazadores-recolectores de citas, pero difícilmente lectores.
Frente a esa triste profesionalización de la lectura, Nietzsche lo que pedía (¡exigía!) eran cualidades como la lentitud, la profundidad, la apertura, la delicadeza. Según se vea, la ligereza infantil veraniega puede servirnos como una pista a propósito de cómo practicar ese leer pausado. Y así, dejar aparcadas nuestras agendas para leer sin (un) fin.
Conviene decir que las cosas de niñas y de niños son algo muy serio. Así lo leemos en el fragmento con el que encabezamos este editorial, en el que conocemos que, entre sus intereses, podemos encontrar también el deseo de disponer de un laboratorio propio en el que investigar acerca de asuntos que le conciernen a la humanidad y su futuro. Por eso la ligereza infantil es sumamente exigente: no se conforman con cualquier cosa, con cualquier respuesta; pues en su inocencia cohabita la trascendencia.
A partir de aquí es que cobra forma nuestra invitación a la lectura: la posibilidad de leer los textos que componen este volumen 4, nº 2 de Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga , poniendo a prueba esa exigente ligereza como una forma (quizá) de desmantelar los automatismos que hemos consolidado en la lectura académica. Como un recuerdo de que en cada página de este número estival hay un mundo por descubrir. Acompáñanos en este viaje y veamos qué (nos) pasa…
1 Vélez, L. (2017). Nuestra casa en el árbol. Destino.
2 Larrosa, J. (1998) [1ª reimpresión]. La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación. Laertes.