Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga
HISTORIAS MÍNIMAS

Cuidar de las palabras (I)

Take care of words (I)
J. Eduardo Sierra
Recibido: 24 de julio de 2023  Aceptado: 25 de julio de 2023  Publicado: 31 de julio de 2023
To cite this article: Sierra, J. E. (2023). Cuidar de las palabras (I). Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga, 4(2), 168-172. http://dx.doi.org/10.24310/mgnmar.v4i2.17338
DOI: http://dx.doi.org/10.24310/mgnmar.v4i2.17338

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J. Eduardo Sierra 0000-0002-9925-1656
Departamento de Teoría e Historia de la Educación y MIDE, Facultad de Educación, Universidad de Málaga (España)
Twitter: @edukrator
esierra@uma.es
J. Eduardo Sierra Nieto

J. Eduardo Sierra Nieto

RESUMEN:
En un mundo de palabras estereotipadas que tienden a uniformarnos, el autor reivindica un tratamiento más cuidadoso para ellas. A partir de la premisa de que estamos hechos de palabras, el texto nos invita a reconsiderar cómo nos relacionamos con ellas; haciéndonos ver que ese tratamiento es una cuestión tanto espiritual como política.

PALABRAS CLAVE: cuidar; palabras; uniformar; libertad

ABSTRACT:
In a world of stereotyped words that tend to standardize us, the author claims a more careful treatment for them. Starting from the premise that we are made of words, the text invites us to reconsider how we relate to them; making us see that this treatment is a matter both spiritual and political.

KEYWORDS: to care; words; to standardize; freedom

Ventana

Más que palabras

Abro con esta Historia Mínima una colección de textos con los que busco hacer el ejercicio de pensar nuestras relaciones con las palabras. Una forma de meditar acerca del tratamiento que les prestamos (y que nos prestan).

En un texto escrito hace ahora veinte años y que ha tenido mucho predicamento entre quienes nos dedicamos a la pedagogía, Jorge Larrosa (2003, p. 167) decía que “las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simples palabras”.

A mí me interesa reparar en ese final que dice que las palabras son más que simples palabras. No por tratarse de un tema nuevo para las humanidades (¿para la humanidad?), sino porque en este mundo nuestro de palabras estereotipadas, como escuchaba decir a Emilio Lledó (Círculo de Bellas Artes, 14 de diciembre de 2018), pensar el lenguaje es un deber de todos.

***

Que las palabras son más que simples palabras lo sabemos muy bien; como sabemos que su correspondencia con la experiencia vivida ha sido y es un terreno de deleite y también de disputa. Porque las palabras están vivas y tienen historia; porque no solo definen y designan, sino que nos habitan e insuflan vida, es que son más que simples palabras.

El lenguaje común nos ofrece un rico muestrario de lo anterior. Recordamos a menudo las primeras palabras de nuestros hijos e hijas; y en ocasiones se nos han quedado grabadas las últimas salidas de la boca de algún ser querido. Tenemos palabras favoritas por su sonoridad o por su eco (letanía, aquietar, raigambre…). Sabemos que hay palabras que matan y que las hay prohibidas, como también hay quienes tienen el poder para censurarlas o absolverlas. Hemos podido escuchar que a las palabras se las lleva el viento, queriendo enfatizar la relevancia de mostrar las cosas por la vía de los hechos. Cuando una situación nos sobrecoge, decimos habernos quedado sin ellas; y decimos también que una imagen vale más que mil palabras cuando su impacto emocional es tan grande que resulta difícil de explicar. Utilizamos expresiones como ni mil palabras más para referirnos a que ya está todo dicho. Podemos dar o tomar la palabra, tener la última o vernos esclavos de ellas. También hay palabras en desuso (en peligro de extinción) y otras que dejan huella.

Este breve paseo por la vida cotidiana de las palabras nos puede ayudar a ver con más claridad que no es que las usemos, sino que estamos hechos de ellas. En este sentido, dice Massimo Recalcati (2016, p. 100) que las palabras no son sólo medios para comunicar ni un vehículo de información, sino cuerpo, carne, vida, deseo. Y es que es en el lenguaje y en el habla donde la condición humana adquiere su naturaleza, pues como escribe Juan José Millás (2023), el lenguaje nos utiliza hasta el punto de que, más que hablar con él, somos hablados por él.

Poder-decir

Decía al inicio con Emilio Lledó que el nuestro es un mundo de palabras estereotipadas y que tenemos el deber colectivo de pensar el lenguaje. Un deber que habríamos de interpretar como parte de la práctica de la libertad, ya que al aceptar el lenguaje aceptamos con él “sentidos, referencias y todo ese monótono universo de ecos que los medios de trasmisión de imágenes, sonidos y letras codifican y propagan (Lledó, 2018, p. 79). Un universo que trae consigo luces, pero también muchas sombras, pues como aclara el filósofo sevillano, “[…] los cauces por los que confluyen las imágenes y las palabras nos conforman a sus semejanzas —a las determinadas semejanzas que nos agobian— y nos hacen conformistas” (opus cit.). Y ser conformista es tanto aceptar lo que hay como perder la propia forma.

Perder la propia forma podemos interpretarlo como uniformarnos, esto es, hacer que dos o más personas coincidan punto por punto: en los estilos de vida, en las apariencias y también en el lenguaje (a través suya). Por eso se inquieta José Carlos Ruíz (2023) al reparar en que el nuestro es un mundo en el que avanzamos reduciendo la variedad de palabras (y sus asociaciones), cayendo en la utilización de un idéntico y limitado abanico de estas; o sea, un mundo de sujetos uniformados en sus modos de decir (pensar). El filósofo explica que, tras una primera fase de expansión cultural a través de internet en la que parecía ensancharse el microcosmos de cada comunidad con la llegada de elementos nuevos, lo que está ocurriendo de un tiempo a esta parte es lo opuesto: la citada uniformación por la vía de la unificación de criterios de atención, contenidos y gustos.

Esta uniformización del habla es la uniformización del pensamiento; hasta el punto de que adelgazar nuestro lenguaje es sinónimo de enflaquecer nuestra libertad de pensamiento y acción. Y en cierto modo así vivimos: esclavos de nuestras palabras por lo que decimos, por lo que dejamos de decir y, también, por lo que vamos dejando de poder-decir (pensar).

Cuidar de las palabras es cuidarnos

Para continuar, quisiera regresar al título del texto y prestar atención a la palabra cuidar. Su origen etimológico es cogitāre, que quiere decir pensar. Un significado que no se ha perdido al seguir presente en su tercera acepción (DRAE): discurrir o pensar. Esta significación nos pone encima de la mesa una particular asociación entre pensar y cuidar, que podemos expresar bajo la fórmula —tautológica— pensar cuidosamente.

Si decimos que hay que cuidar de las palabras, o que hay que pensarlas cuidadosamente, estamos queriendo señalar la importancia de ofrecer resistencia al aplanamiento de la lengua, a su adelgazamiento forzoso; no porque haya que instituir un cuerpo armado para su defensa, sino porque en su protección y mimo nos va la vida. Porque si estamos hechos de palabras —ya lo dijimos— cuidar de ellas es cuidarnos, en un sentido espiritual (ascético) y también político. Así nos los recuerda Ángel Gabilondo (1997, p. 17) cuando afirma que en el leer, hablar y escribir se juega no sólo lo que somos, sino también “la posibilidad de darnos una ciudad en la que ser, en común, singulares y diferentes”. De tal manera que el cuidado de sí es cuidado de los otros y, a la par, cuidado del lenguaje, hasta el punto de que, continúa Gabilondo, “decir la propia palabra será el máximo ejercicio de la libertad” (opus cit.).

***

Podríamos concluir por ahora recordándonos que a la vida hay que venir al menos dos veces; pues la condición humana, como escribió María Zambrano (2019), es la de tener que renacer, muriendo y resucitando sin salir de este mundo, para que la vida pueda ser vida de alguien. Y ese renacer, ese hacer de la vida la propia vida, pasa, según lo estamos pensando aquí, por cuidar de las palabras.

REFERENCIAS

Círculo de Bellas Artes (14 de diciembre de 2018). Emilio Lledó en la Cátedra ACCIONA: «La filosofía occidental nace de ese diálogo tan necesario hoy». YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=xYpeVC92lQc&t=214s

Gabilondo, A. (2012). Darse a la lectura. RBA.

Larrosa, J. (2003). Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel. Laertes.

Millás, J. J. (2023). El mundo. Alfaguara.

Recalcati, M. (2016). La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza. Anagrama.

Ruíz, J. C. (2023). Incompletos. Filosofía para un pensamiento elegante. Destino.

Zambrano, M. (2019). Hacia un saber sobre el alma (3ª edición). Alianza Editorial.


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