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Maestro jubiladoCristóbal Gómez Mayorga
RESUMEN:
Educamos si enseñamos lo que sabemos junto a lo que somos. Para educar debemos entregarnos, mostrar nuestro deseo de saber. Solo así educaremos.
PALABRAS CLAVE: educación emocional; aprendizaje emocional; pasión por educar
ABSTRACT:
We educate if we teach what we know together with what we are. To educate we must surrender, show our desire to know. Only then will we educate.
KEYWORDS: emotional education; emotional learning; passion to educate
Para ser una buena maestra, un buen maestro, hay que aprender cómo se enseña, pero sobre todo, cómo se educa. Lo aprendí de mi querida Mari Carmen Díez. Decía algo así: para enseñar hay que darse, mostrar tus capacidades, lo que sientes, lo que eres. Si sabes sobre bordado, enseña tu placer al bordar; si has hecho un sentido viaje, muestra lo aprendido en él; si sientes la música, transmítelo a tu alumnado; si te gusta el arte, comparte tu pasión; si disfrutas con las matemáticas trasmite su magia... Enseñamos con lo que sabemos, con lo que sentimos, con lo que somos, con el corazón. Solo así educaremos.
Conozco grandes maestros que enseñan yudo, arte o literatura, y así educan. He observado cómo comprometidas maestras transmiten su pasión por el baile, la ciencia o el mar… Porque educar es crear un hilo invisible y emocional en el que, además del contenido, importa el deseo por conocer. Y eso debemos enseñar, el amor por lo que nos conmueve. Sólo mostrando nuestra alma anhelante moveremos el deseo de aprender del alumnado. Ese es el secreto de una buena maestra, de un buen maestro, de la verdadera educación. Porque educa la pasión, la pasión por el conocer desde la verdad de quienes somos. Para enseñar es imprescindible conectar.
Yo conectaba con mi alumnado tocando la guitarra y haciendo trucos de magia. Una canción compartida creaba un estado de comunión del grupo que motivaba el aprendizaje. Un dedo que desaparece, con algo de astucia, deja al alumnado con ganas de descubrir el secreto, con ganas de más, con deseo de escudriñar lo inesperado. Porque el secreto de la enseñanza es crear situaciones de descontrol emocional, crear espacios de incertidumbres, nadar en un mar de emociones que vislumbre un horizonte desconcertante… inocular el deseo de saber.
«Haz otra vez el truco del dedo», me decía mi alumnado. Y es que les sorprendí, les asombré, les embauqué creando un agujero en la percepción de la realidad. Ahí está el secreto de la enseñanza: mostrar lagunas de la vida por las que transitar. Eso nos deja con un desequilibrio cognitivo que nos mueve a navegar en la inmensidad de un mar de incertidumbre, a indagar para tapar nuestras carencias evitando zozobrar en esta vida tan compleja.
Si enseñas historia, sitúa a tu alumnado en el contexto de cada época: vestían con pieles, no existía el hierro, no se conocía la agricultura, no había electricidad, el mundo era reducido, no existía la rueda… Haz que se sitúen en esa época, que la sientan, que la sufran, que empaticen con los seres humanos de otros tiempos.
Si enseñas ciencias y matemáticas, hazle construir un puente, que hagan máquinas que se muevan con el aire, que disfruten plantando un huerto o recogiendo flores, que descubran los secretos de animales desconocidos, que simulen andar en otro planeta teniendo en cuenta la gravedad, que empaticen con otros seres humanos en situaciones complejas…
Si enseñas literatura hazle sentir la emoción de una metáfora, de un poema, de un cuento o una buena novela. Porque la lectura es sucumbir por un agujero infinito en el que vivir historias insospechadas.
La cuestión es enseñar a pensar, a sentir, a imaginar y ampliar horizontes con infinitas posibilidades. Y eso se trasmite mostrando nuestro entusiasmo por el saber.
Debemos ensanchar la mente del alumnado en este mundo simple e inmediato, del aquí y el ahora, descubrir el deseo de aprender desde lo que nos conmueve. Así disfrutaremos en el futuro de entusiastas especialistas en agricultura, arte, baile, música, arquitectura, pesca, política o filosofía, que construyan un mundo más placentero y justo en el que vivir.