Al amigo Ángel Pérez
Como sabes, Ángel, he tenido dificultades para responder con puntualidad al encargo de contribuir con algo escrito para reconocer tu labor en los años que estuvimos trabajando juntos.
Cuando me sugirieron colaborar en una obra sin limitación para elegir el tema, el enfoque, la extensión de la colaboración y a quiénes participan en ella, lo único que me orientó fue saber que tenía que ver con la jubilación de un amigo. Pero seguía sin un objetivo claro. ¿Se trataría de glosar las hazañas realizadas apurando los muchos adjetivos que vienen al caso? ¿Se comentan aspectos íntimos que darían luz a facetas insospechadas? Si esto lo hacemos en vida te podrían llevar al juzgado. Ante la duda persistente de qué puedo hacer yo sin poder ayudarme de algún precedente busqué por otras vías. Recuerdo aquel manual con los tipos de cartas que servían de modelo para los más diversos propósitos y cuyas terminaciones servían, por ejemplo, para estimular la imaginación. Recordemos, si no, aquella muletilla de “siempre tuya…” O aquella otra de “… cuya vida guarde Dios muchos años,” de uso más polivalente. Me incliné por adoptar el criterio de tu fecundidad científica, de tus publicaciones y de los esfuerzos para mejorar este mundo y, de paso, al sistema educativo y a la Universidad. Al relatar tus méritos observé que algunos de los importantes los habíamos hecho juntos, con lo cual, me obligaba a cuidar las valoraciones que pudiera hacer.
Los recuerdos se agolpan en la memoria y sirven para entender cómo se construyó el sentido de la profesionalidad en un medio hostil, como era la singularidad de nuestra Pedagogía desde el punto de vista social, político y académico.
Opté por rememorar la experiencia que habíamos vivido juntos, que nos atañe a los dos y que, a estas alturas, son el recuerdo del recorrido que nos llevó a configurar los contenidos de una disciplina: la didáctica. Debemos estar alerta porque el pasado no ha muerto, aunque algunos lo hayan querido enterrar. No debemos olvidar de dónde procedemos, cómo iniciamos el camino y con quienes pudimos contar.
Nos encontramos, tú y yo por una casualidad, procedentes de escenarios diferentes, aunque acabamos coincidiendo para dar comienzo a una experiencia que, aunque fue casual resultó prometedora e ilusionante, fraguándose al tiempo una gran amistad. Así, en nuestra relación se fundieron aspectos profesionales con otros de tipo personal.
Era el curso 1974-75, nuestra hoja de servicios se inicia en la Universidad Complutense de Madrid, comenzando las clases el mes de enero para así aunar el calendario civil que empieza en enero y termina en diciembre, con el calendario escolar que empezaba en octubre y terminaba en junio. (Esta fue una iniciativa del Ministro de Educación D. Julio Rodríguez. Esta insólita iniciativa pasó a la Historia como el “Calendario Juliano”).
Tú, Ángel, procedías de la Universidad Pontificia de Salamanca. Al primer encuentro en el despacho de García Hoz viniste con corbata. Entonces eso era todo un símbolo que nos auguraba una competencia mayor para ocupar plazas que seguramente no tardarían en convocarse. ¿Quién será el nuevo intruso? Cuando nos viene dado “desde las alturas”, seguramente puede que sea del Opus Dei. Después supimos que tú pensaste lo mismo de mí. Se producía, cuando menos, una desconfianza.
Comentábamos por los pasillos del campus de Somosaguas lo que hacíamos como docentes, a lo que se sumó Julia Varela. Los tres nos confesamos y reconocimos que nos salíamos de la ortodoxia al recomendar las lecturas del Tratado de Pedagogía de Suchodolski y la Pedagogía del oprimido de Paolo Freire, ya que el Departamento nos indicaba los textos que deberíamos leer con los alumnos.
Una anécdota colmaría el final de la sospecha que asentó la confianza entre nosotros. Un día Julia nos invitó a cenar. Hablamos de todo. Entonces supimos que todos habíamos estado en Lisboa en la manifestación a favor de la democracia en España, alentados por la revolución “sin sangre”, que el ejército portugués había emprendido el 25 de abril de 1974 con la “revolución de los claveles”. En este lado de la frontera Franco seguiría vivo hasta 1976. Sobraba cualquier otro aval. Podía haber confianza entre nosotros. Dos libros y un viaje a Lisboa bastaban como credenciales. Podíamos trabajar, investigar juntos, leer, escribir y pensar. Había que resistir para abordar cambios que vendrían, empezando por establecer un clima de confianza.
La confianza es un lazo social y un rasgo del ser humano que no es innato, ni surge por casualidad entre dos o más personas. Significa fiarse del otro. Es más necesaria cuanto más la necesitamos, tanto en “la guerra como en la paz”. Es uno de los ingredientes fundamentales del comportamiento humano y de la vida social sana que puede estar presente con más o menos peso en las relaciones humanas. La confianza hace predecible lo que esperamos de los demás. Es imprescindible tener confianza en el otro para que sea posible la cooperación, la colaboración, la ayuda a los otros. Es una garantía para ahorrar energías en las tensiones de la vida cotidiana, para ejercer la crítica con lealtad y con honradez. La falta de confianza arruina cualquier proyecto de vida en común, incluso en las relaciones amorosas, comerciales y, por supuesto, en las pedagógicas. Se trata de una cualidad delicada que nace, crece, perdura y puede morir si no se la cultiva. Nosotros cultivamos esta confianza juntos.
Es importante para las personas saber qué van a hacer en un futuro inmediato para ordenar sus vidas. Nosotros solíamos reclamar la supresión de la inestabilidad de los docentes como una condición para la mejora de la calidad de la enseñanza.
En aquellos años esa estabilidad la ejercían los pocos catedráticos que había en la Universidad. La mayoría de profesores éramos no-numerarios (el 75% del total de la plantilla no éramos ni funcionarios ni contratados laborales, solo Profesor No Numerario -PNN). Nuestra inestabilidad era tal que no sabíamos qué docencia íbamos a impartir hasta el comienzo del curso. Nosotros pertenecíamos al Departamento de Pedagogía Experimental dirigido por D. Víctor García Hoz del que se segregó más tarde el Departamento de Didáctica, dirigido por D. Arsenio Pacios, con la finalidad de adquirir cierta autonomía. Más allá de la desconfianza que este modelo transpiraba, dado su bajo nivel de racionalidad, esta “anarquía organizada” (tal y como es reconocido en la teoría de organizaciones), servía para fomentar la arbitrariedad en la posesión y ejercicio del poder.
Iniciadas las clases en octubre, con el curso en marcha, solicitamos en la Secretaría de Somosaguas que nos dieran los horarios que D. Víctor debería haber entregado para nosotros. La sorpresa fue que sin avisar y, por supuesto, sin dar explicaciones (como era su costumbre, todo un modelo), nos dejaba a los dos en la calle y sin alternativa, dadas las fechas, mientras sí colocaba a sus “discípulos” predilectos, como pudimos ver después.
Ante esta falta de docencia recurrimos a D. Jesús Amón, (decano de Psicología y responsable de la Psicología Matemática) que nos ofreció dos grupos de Estadística matemática para el curso que estaba empezando, para las cuales carecíamos de suficiente preparación, pero no teníamos otra alternativa que coger lo que nos ofrecía.
Al curso siguiente, tú, Ángel, te fuiste hacia la Psicología amparado por Pinillos y yo me fui a la Didáctica, donde pude encontrar el apoyo del Dr. Pacios (un hombre bueno, ante todo), que respetó mis ideas y planteamientos didácticos.
A partir de aquí, comenzamos a plantearnos las exigencias que tendríamos que responder en las oposiciones a funcionarios docentes de Universidad.
Asentados en la provisionalidad fuimos conocidos como “distintos”. A partir de aquí, las personas que representaban a la pedagogía más conservadora nos lanzaban descalificaciones de “rojos”, que comenzaron a proliferar como una forma de estigmatizarnos ante quienes pudiesen verse tentados a sumarse a nuestros puntos de vista, como el profesorado que empezó a significarse en los Movimientos de Renovación Pedagógica (MRPs), en Escuelas de verano, en asociaciones diversas, en la prensa y en las instituciones de formación del profesorado.
Tras convertirnos en funcionarios, llegamos a Salamanca. La belleza del entorno urbano de esta ciudad, el poder pasearla, el placer de su gastronomía, la cercanía de su personal… Eran alicientes muy atractivos a disfrutar viniendo de Madrid.
Parecía tener razón Cervantes cuando por boca del Licenciado Vidriera decía: “volver a los estudios y a Salamanca (que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado), pidió a sus amos licencia para volverse”.
Al volver a ella descubrimos que la Universidad estaba al margen de su ambiente cultural. Las instituciones relacionadas con la educación no se comunicaban entre sí, aunque algunos centros llevaban a cabo proyectos ilusionantes viviendo la Democracia recién llegada al país. El incipiente movimiento de renovación pedagógica empezaba a consolidarse con su revista Concejo, los educadores de adultos y profesores de Primaria innovaban la práctica en sus aulas con un fuerte compromiso, esfuerzo profesional y hacer democrático. Este era el caso del Centro de Prácticas con sus profesoras y la directora Ana Santamaría a la cabeza.
Había un polvorín oculto que pronto tenía que explotar. El bagaje de experiencia que habíamos acumulado como Profesores No Numerarios en la Universidad Complutense, en los años de la transición democrática, nos serían muy útiles para entender lo que nos iba a ocurrir al toparnos con el estilo omnímodo y antidemocrático del único catedrático en Pedagogía D. Agustín Escolano, superioridad que utilizaba para imponerse en las discusiones y en la adopción de acuerdos. Dos jóvenes profesores (de los más jóvenes) nos habíamos curtido como actores de una representación, en la que lo único que cambiaba era la mayor visibilidad del poder y las más groseras formas de querer ejercerlo.
Traigo a tu memoria alguna anécdota al respecto: Con la presencia de todo el profesorado, durante una tarde entera, tuvimos que debatir si los libros de Freinet debían estar en unas estanterías de Historia o en otras de Didáctica. Para nosotros era más lógico que perteneciesen a Didáctica. La situación era absurda, pueril, pero convinimos en que si cedíamos entonces sería más difícil bregar en el futuro en otros asuntos con más relevancia.
Nuestros intentos de introducir elementos no estrictamente curriculares en los ambientes pedagógicos dieron sus frutos: el primer éxito tuvo que ver con las actividades culturales ofrecidas desde la Universidad. Fue memorable la experiencia cultural de la “Primera Semana de Pedagogía”, que programamos con algunos alumnos, para asombro de nuestros detractores. Programamos un concierto con los cantautores cubanos Pablo Milanés y Silvio Rodríguez en el Palacio Municipal de Deporte. Arriesgamos el coste del acto, siendo garantes de la operación, con el temor de que no acudiera mucha gente. Para nuestra tranquilidad y asombro de nuestros colegas, el concierto tuvo un éxito absoluto y el Palacio se llenó a rebosar.
Al día siguiente bailaron por las calles de Salamanca el grupo de danzantes Sol Soleil a los que se sumaban los viandantes que salían a su paso para asistir a la obra de teatro que interpretaban a continuación. También vino la compañía El teatro negro de Praga que tuvo un gran éxito así como los diferentes conciertos de música clásica que en diferentes días se escucharon. Cerró la semana cultural una conferencia impartida por su Señoría el Vicepresidente de las Cortes D. Luis Gómez Llorente sobre la Educación Pública.
En este panorama y contexto de cambio, era importante buscar otras vías para la formación del profesorado. Los ICEs, creados a la sombra de la Ley General de Educación de 1970 perdieron su poder cuando el Ministro Maravall creó los Centros de Profesores a los que se redirigían los recursos. Nosotros tuvimos un papel importante como asesores en el diseño de esta nueva institución.
Hemos compartido un largo camino. Asumiendo responsabilidades tuvimos que desempeñar cargos como Directores de Departamento, Vicerrector, Decano, asesores en el Gabinete del Ministro de Educación. Participantes en la gestación de las leyes de educación en Cantabria y Andalucía para desempeñar fines básicos sin discriminaciones de género, de culturas, lenguas, creencias o de religión. Tuvimos que organizar congresos para dar a conocer planteamientos pedagógicos de autores extranjeros, conferencias en América latina. Hemos publicado juntos y algunos títulos han alcanzado casi el estatus de libro de texto. Hemos contribuido en revistas especializadas y hemos tenido un impacto en las políticas educativas dentro y fuera de nuestras fronteras. En definitiva, hemos dedicado toda una vida al trabajo por una nueva didáctica y por la mejora de la universidad.
Echando la vista atrás, tengo claro que nuestra amistad ha merecido la pena. Ahora, en este momento en el que se nos pide que vayamos adelgazando y haciendo el equipaje entre los agasajos y alabanzas del pasado, nos queda el privilegio de poder disfrutar de los recuerdos de nuestros avatares por la historia de la educación. Sin olvidarnos de disfrutar de nuestra mutua compañía para ver una película de Woody Allen o comer un buen jamón de Salamanca.