Mari Carmen Díez Navarro
RESUMEN:
Nuestra autora se pregunta si en este sistema educativo de mesas y sillas, de lápiz y papel, hemos ideado una extraña manera de mirar sin ver, que se predispone al diagnóstico. Y nos advierte, entonces, que igual de importante es la detección de las dificultades de las niñas y de los niños, como la comprensión más profunda de sus modos de ser y estar en el mundo.
PALABRAS CLAVE: inclusión; pedagogía; mirada
ABSTRACT:
Our author wonders whether in this educational system of tables and chairs, of pencil and paper, we have devised a strange way of looking without seeing, which predisposes us to diagnosis. She warns us, then, that it is just as important to detect children’s difficulties as it is to gain a deeper understanding of their ways of existing and being in the world.
KEYWORDS: inclusion; diagnostic; families; gaze
Dicen que hay unos “pájaros del frío” que se pasan los días de invierno dando vueltas y persiguiéndose unos a otros a ras de suelo. Para no helarse del todo, para conservar la vida, para ser y para estar. Los niños hacen algo parecido cuando entra mucho frío en el patio de la escuela. Forman una especie de pequeñas piñas corriendo de un lado a otro, apoyándose, empujándose o paseándose bien abrazados. A mí me gusta verlos con las narices coloradas, con los pelillos al viento, con las manos muy activas pero sin dejar de jugar, de charlotear y de ir pegaditos. Lo hacen para lo mismo que los pájaros del frío, para ser y para estar.
Aunque a veces también lo hacen sin tener frío, simplemente para ser mirados, para decirnos que algo les pasa, para que notemos que están alterados. Y casi siempre lo consiguen, porque en este sistema educativo de mesas y sillas, de lápiz y papel, hemos ideado una extraña manera de mirar sin ver, de evaluar sin ponernos las gafas y de interpretar que el movimiento siempre es malo y distrae a los niños de sus aprendizajes. De manera que cuando vemos a algún niño inquieto, que tiene dificultades para mantenerse sentado, que todo lo toca, entramos en “modo diagnóstico”, y damos la voz de alarma a los padres, al claustro, y al propio niño. Aunque sólo tenga tres o cuatro años, unos padres nerviosos o viva alguna situación afectiva que le resulte estresante.
El camino habitual entonces es enviarlo a los servicios psicopedagógicos, al pediatra, o a los servicios de salud mental infantil. Y ahí empieza un camino de pruebas y cuestionarios, cuya finalidad es demostrar que el niño se levanta de su silla tantas veces por la mañana y tantas por la tarde, que le cuesta hacer las tareas o que no siempre atiende a las consignas que se le dan. Lo que es raro es que alguien se pregunte: ¿Pero qué será lo que le pasa a este niño que no para de moverse?
Una vez reunidos los cuestionarios y sumadas las preguntas que recuentan el supuesto descontrol, se dictamina que el niño padece de “hiperactividad” y se aconseja a los padres que le den una medicación que lo ayudará a estar más tranquilo, le permitirá atender en clase y no poner nerviosa a la maestra. Con miras a restablecer la paz familiar y el aprendizaje de sus hijos, los padres suelen aceptar el tratamiento. La medicina tiene tanto prestigio... El fármaco que se les receta es un estimulante, una anfetamina, algo que siempre ha asustado a todo el mundo, pero que ahora está disfrazado de “útil”, ignorándose unos efectos secundarios que con toda seguridad tiene.
Esto pasa con la hiperactividad, la falta de atención y unas cuantas cosas más. Hace unos días me contaba una vecina, con preocupación, que a su hijo de tres años y medio “lo estaban vigilando para ver si tenía TDA” (Trastorno por déficit de atención). El motivo que les habían dado en la escuela era que notaban que se distraía. Les pusieron como ejemplo uno de los despistes de Diego. Por lo visto un día ante la pregunta de su maestra sobre qué cosas le faltaban al coche que le mostraban en una lámina, él primero respondió bien: le faltaban el volante y las ruedas, pero al pedirle que las dibujara y coloreara, “se distrajo” y lo que pintó fueron las ruedas y el capó. Las dudas de la profesora eran: ¿Será esto una falta de atención problemática? ¿Será que lleva mal hacer lo que se le manda? ¿Le traerá este asunto en el futuro problemas de aprendizaje, de concentración o de obediencia a las consignas?
Quizás se podría mirar de otras maneras esta “falta de atención”. Por un lado recordemos la edad del niño. Es probable que una vez que ha respondido a la pregunta inicial, sienta que ya ha cumplido con la demanda exterior y no considere necesario seguir con la idea de pintar esos elementos que faltan, optando por colorear otra cosa que le resulte más atractiva. Digamos que es comprensible que prefiera pintar lo que ya está dibujado, o lo que en ese instante le atraiga más. Lo cual no quiere decir que haya que aplaudir esto, pero sí comprenderlo y no adjudicarle desatención al hecho, entra en el lote de tener esa edad. Por otro lado pensemos que su reacción es la propia de quien suele colorear lo que ya está dibujado en las fichas o los cuadernillos que se facilitan en la escuela y hasta en casa. Si siempre se les pide a los niños rellenar siluetas ya trazadas, tienden a repetir eso y es raro que se lancen de buen grado a dibujar “lo que falta”.
Lo que vengo a decir con todo esto es que hace falta más seguridad, más formación y más seguimiento, porque es muy importante cuidar una correcta transmisión a los padres de las dificultades de sus hijos, ya que la angustia que se genera en las familias ante estos “diagnósticos” es grande.
Hemos de ser claros y explicar a los padres cómo actúan y cómo van sus hijos en la escuela, pero no hay que alarmarlos a la primera de cambio. Habría que observar al niño en situaciones diversas, esperar un poco, seguir mirando, hacer que otros lo miren contigo, tener en cuenta todos los aspectos de la vida del niño, conocer su historia, su situación emocional…
Las dificultades de un niño no son algo trivial y los agobios de sus padres tampoco. Cuidado.