Fernando Bárcena
RESUMEN:
Para comprender a Albert Camus hay que escuchar su voz y dejarlo hablar en sus textos. En ellos nos habla de una humanidad común, de una naturaleza humana compuesta de anhelo de belleza y sufrimientos. Nos dice que no hay vida sin diálogo, y que en la mayor parte del mundo ese diálogo ha sido sustituido por la polémica, y que la guerra, la violencia nos ha educado, como lo hizo con la generación de la cual él mismo formó parte. Este texto trata de pensar algunas de las ideas de Camus y volver a considerar su tesis de que nuestra supervivencia como humanidad depende de que mantengamos encendido una especie de fuego interior, que está compuesto de las historias que nos contamos, de los libros que podemos seguir leyendo junto a otros, en fin, de una cultura puesta al servicio de nuestra humanidad común. Esas historias, esos libros, esa cultura que hoy, lo sabemos bien, ya no ocupan un lugar destacado en nuestras universidades. Desgraciadamente.
PALABRAS CLAVE: Camus; voz; filosofía de la educación
ABSTRACT:
To understand Camus we must listen to his voice, let him speak in his texts. In them he speaks to us of a common humanity, of a human nature composed of longings for beauty and suffering. He tells us that there is no life without dialogue, and that in most of the world this dialogue has been replaced by polemic, and that war, violence, has educated us, as it did the generation of which he himself was a part. This text tries to think through some of Camus’ ideas and to reconsider his thesis that our survival as humanity depends on keeping a kind of inner fire burning, which is made up of the stories we tell ourselves, of the books we can continue to read with others, in short, of a culture placed at the service of our common humanity. Those stories, those books, that culture which today, as we are well aware, no longer occupy a prominent place in our universities. Unfortunately.
KEYWORDS: Camus; voice; philosophy of education
«No separarse del mundo. No malogra uno su vida cuando la pone en contacto con el mundo. Todo mi esfuerzo, en todas las situaciones, las desdichas, las desilusiones, consiste en volver a reanudar los contactos». ALBERT CAMUS, Cahiers I, Mayo de 1936
Albert Camus eligió la moral en vez de la historia, y aunque eso le colocó en el lado correcto —como se acabó descubriendo tras la publicación póstuma de su inacabada novela El primer hombre—, le expulsó (con Sartre al mando de todo) del círculo dominante de los intelectuales de la época como consecuencia de la crítica a la violencia revolucionaria que expuso en El hombre rebelde, su ensayo de 1951 (un libro que le debe mucho al ensayo de su amigo y maestro Jean Grenier Essai sur l’esprit d’orthodoxie).
Si algo caracteriza a Camus como novelista y como filósofo es su honda preocupación por el estado de crisis espiritual de la humanidad, como ponen de manifiesto las palabras que pronunció en su Discurso de Suecia: «Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga» (Camus, 2008, IV, p. 241). A Camus le interesaba la filosofía como forma de vida, y heredó de Grenier —filósofo injustamente olvidado en nuestros días— una especie de filosofía de la contemplación, que no encajaba en los patrones filosóficos de la época de Camus. Su alma y su patria espiritual estaban en Grecia: «Yo, como los griegos, creo en la naturaleza», escribió en uno de sus cuadernos» (Camus, 2021, p. 260); y en una conferencia de 1955 pronunciada en Atenas —«Sur l’avenir de la tragédie»— dirá que «el modelo, y la fuente inagotable, sigue siendo para nosotros el genio griego» (Camus, 2008a, III, p. 1127). Camus es un novelista-filósofo de la condición humana, y no es de extrañar que Hannah Arendt le comentase a su segundo marido, tras haberlo escuchado en una conferencia en 1952, que Camus era el intelectual más brillante de Francia en esos días.
En su discurso de Suecia afirma que su arte le permitía vivir tal y como deseaba hacerlo y que aspiraba a no separarse de nadie: «Si quiero escribir sobre los hombres, ¿cómo apartarme del paisaje?», anotó el 13 de febrero de 1936 en otro de sus cuadernos (Camus, 2021, p. 19). El arte sirve para ofrecer a los seres humanos que pueblan este mundo una imagen privilegiada de los dolores y las alegrías que les son comunes. Por eso compromete, pero no con un partido o con una ideología, sino con una idea de la verdad y de la humanidad, que siempre parece mostrarse cuando, paradójicamente, está ausente, por haber sido aniquilada: «Aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos» (Camus, 2008b, IV, p. 240).
Como ser humano, Camus padeció sus propias contradicciones —«¿Qué necesidad tengo de escribir y de crear, de amar y de sufrir?», escribe ese mismo 13 de febrero de 1936—, pero aspiró a la lucidez; quería abrazar los dos lados del mundo, y conservar una doble memoria: la de la belleza y la de los humillados; no deseaba ser infiel ni a la una ni a los otros (Camus, 2008a, pp. 613-614). Por eso insistía en que los verdaderos artistas están obligados a tratar de comprender antes que juzgar. Estaba convencido de que si los intelectuales y los artistas son incapaces de tomar a la verdad como única directriz de su pensamiento, su moral política estará condenada al fracaso. Hay que colocar a la política en un segundo orden, porque lo primero es esa moral que se sostiene en esa clase de valores ordinarios que permiten una convivencia más solidaria y dialogante: «Nuestra tarea —anota en octubre de 1945— es crear la universalidad o, al menos, los valores universales» (Camus, 2021, p. 267).
Para Camus, «las verdades más profundas de la vida quedaban fuera de las palabras» (Meagher, 2022, p. 34); lo que más cuenta es el ser verdadero; y entonces, todo parece encajar: la humanidad y la sencillez. Si para Sartre nada parecía tener realidad si no pasaba antes por las palabras —recordemos que tituló muy reveladoramente su autobiografía precisamente de este modo: Las palabras—, para Camus, por haber crecido en un hogar empobrecido, sin libros, con una madre viuda y analfabeta, cuanto más profunda es una verdad menos podía o necesitaba hablarse. Se ha dicho que por muchos escritores podemos sentir lástima o terror, que nos pueden despertar admiración o un profundo respeto; pero Camus lo que estimula, además, es amor. Y se ha afirmado también —lo dijo Madeleine Dobie en un artículo publicado en la National Book Review— que «We are in a ‘Camus Moment’» (Dobie, 2016). Basta leer con cierta atención «La crise de l’homme», la conferencia que pronunció en el MacMillin Theater de Nueva York el 28 de marzo de 1946 para darse cuenta de esto.
Su conferencia, que comienza narrando cuatro terribles escenas de la guerra, no era una llamada a las lágrimas, sino a la acción. A Camus le interesaba la claridad de las palabras —sencillas y sin mentiras—, porque entendía que las personas solo pueden vivir de verdad si creen que tienen algo en común que les une. También le importaba un sentido de la compasión unido a la autoexigencia. Con los demás hay que ser compasivos, pero con uno mismo riguroso. Tenemos que ser modestos con nuestros pensamientos y acciones, mantenernos firmes y hacer nuestro mejor trabajo, e insistía: «Debemos crear comunidades y pensar de espaldas a los partidos y gobiernos para fomentar el diálogo más allá de las fronteras nacionales» (Camus, 2006, II, p. 746).
En esta conferencia Camus recuerda que la corrupción del mundo antiguo «comenzó con el asesinato de Sócrates» y que «en estos años hemos matado a muchos como él en Europa». Y añadió que eso es una señal de que solo un espíritu socrático — insistamos, de indulgencia hacia los demás y el rigor hacia uno mismo— podrá poner freno a las «civilizaciones asesinas». Lo que había ocurrido es un signo «de que sólo este espíritu puede reparar el mundo. Todos los demás esfuerzos, por muy admirables que sean, que se basan en el poder y la dominación pueden mutilar a los hombres y mujeres de forma aún más grave» (Camus, 2006, II, p. 746). En este sentido, y por más que insistamos en afirmar lo contrario, Camus no fue un existencialista. En el libro que lo separó definitivamente de Sartre llegó a decir que «el análisis de la rebeldía conduce al menos a la sospecha de que hay una naturaleza humana, como pensaban los griegos, y contrariamente a los postulados del pensamiento contemporáneo» (Camus, 2008a, III, p.75).
Para comprender a Camus hay que escuchar su voz, dejarlo hablar en sus textos, en los que nos habla de una naturaleza humana compuesta de anhelo de belleza y sufrimientos compartidos. Nos dice que no hay vida sin diálogo, pero que en la mayor parte del mundo ese diálogo ha sido sustituido por la polémica, la guerra y la violencia que nos educa con mano firme; una polémica cuyo mecanismo consiste en considerar al adversario como a nuestro enemigo, simplificándolo con el objeto de negarse a verlo. Camus estaba convencido de que nuestra supervivencia como humanidad depende de que mantengamos encendido un fuego interior que está formado por las historias que nos contamos, por los libros que podemos seguir leyendo y por una cultura puesta al servicio de nuestra humanidad, porque las humanidades, en todo caso —cuando sabemos elegir la mejor compañía—, son las que nos humanizan; esas historias, esos libros, esa cultura que hoy, lo sabemos bien, ya no ocupan un lugar destacado en nuestras universidades. Si perdemos la confianza en el poder de todo esto, entonces sí que estamos perdidos como humanidad. Hemos llegado al final de viaje. Pero Camus no era inocente, y por eso anota en 1942 que «el humanismo no me fastidia: hasta me sonríe. Pero me resulta insuficiente» (Camus, 2021, p. 214).
Si no se cree en nada, si nada tiene ya sentido y no se puede afirmar ningún valor, entonces todo está permitido y nada es importante; no existe ni el bien ni el mal y personajes infames como Hitler no estaban ni equivocados ni acertados (Camus, 2006, II, p. 740). Podemos llegar a pensar finalmente que el hombre que triunfa tiene siempre la razón, que la eficacia y la burocracia pueden sustituir al buen sentido común y los valores que nos unen, y que la sencillez y la modestia son una mala inversión para la existencia. Hoy, como nunca antes, es importante leer y dar a leer, especialmente a los jóvenes a quienes tratamos de ayudar mediante la educación, tomarse en serio la obra, el pensamiento y los gestos de un artista como Albert Camus, que de tantas cosas nos advierte y que, al menos a algunos de nosotros, tanto bien nos hace al frecuentarlo leyéndolo lentamente.
Bronner, S. E. (2022). Camus. Retrato de um moralista. Página indómita.
Camus, A. (2006). La crise de l’homme. En Oeuvres complètes, II (1944-1948) (pp. 737-748). La Pléiade.
Camus, A. (2006). La peste. En Oeuvres complètes, II (1944-1948), (pp. 35-248). La Pléiade.
Camus, A. (2008a). L’étê. En Oeuvres complètes, III (1949-1956), (pp. 567-623). La Pléiade.
Camus, A. (2008b). Discours de Suède. En Oeuvres complètes, IV (1957-1959) (pp. 239-243). La Pléiade.
Camus, A. (2021). Vivir la lucidez. Todos los carnets (1935-1959). Debate.
Dobie, M. (2016). We are in a «Camus Moment». National Book Review, 5 de mayo de 2016. En línea: https://www.thenationalbookreview.com/features/2016/5/5/essay-we-are-in-a-camus-moment-but-what-can-the-great-french-algerian-author-teach-us-about-the-world-today
Grenier, J. (1967). Essai sur l’esprit d’orthodoxie. Nrf.
Meagher, R. E. (2022). Albert Camus y la crisis de la humanidad. Amat editorial.
Ridao, J. M. (2017). El vacío elocuente. Ensayos sobre Albert Camus. Galaxia Gutenberg.